Fotografía: picapedreros de Tandil. Autoría y fecha sin determinar. Colección Fernando San Martín.
En estas últimas décadas de neoliberalismo, el mundo ha sido testigo de numerosas luchas obreras y populares contra la sanción de leyes previsionales regresivas, como las protestas del año pasado en la Francia de Macron. Pero el fenómeno es de larga data, tan viejo como el sistema de seguridad social. Entre fines del siglo XIX e inicios del XX, cuando los estados capitalistas de la segunda Revolución industrial implementaron regímenes de jubilaciones y pensiones, las clases trabajadoras organizadas en partidos de izquierda y/o sindicatos se movilizaron para reclamar reformas sustantivas.
En la Alemania bismarckiana, país pionero en políticas de previsión (Ley de Seguro de Salud, 1883; Ley de Seguro contra Accidentes de Trabajo, 1884; Ley de Seguro por Vejez e Invalidez, 1889), el Partido Socialdemócrata y los gremios combativos del proletariado cuestionaron desde la primera hora diversos aspectos del naciente sistema de seguridad social: el paternalismo burocrático-autoritario (cooptación y subordinación de la clase obrera), la falta de universalidad en el reconocimiento de derechos (reforzamiento divisionista y conservador de la llamada “aristocracia obrera”), el financiamiento compulsivo de las cajas previsionales a costa del bolsillo de los asalariados, la postergación de la edad jubilatoria hasta los setenta años… Reclamaban una seguridad social bajo control democrático de los sindicatos, de alcance masivo en sus beneficios, sostenida mediante aportes patronales y con posibilidad de retiro para los sexagenarios. Hay en Jacobin un estupendo artículo del historiador norteamericano Adam J. Sacks sobre toda esta cuestión: “Why the Early German Socialists Opposed the World’s First Modern Welfare State”, con fecha 5 de diciembre de 2019.
En Argentina, se han cumplido recientemente cien años de la gran lucha proletaria contra la ley 11.289 de jubilaciones. Esta norma impulsada por el gobierno radical de Marcelo T. de Alvear había sido aprobada por el Congreso a fines de 1923, pero recién se la reglamentó en enero del año siguiente, y su implementación efectiva se demoró un par de meses más. Cuando el 1° de abril de 1924 se aplicó finalmente el primer descuento previsional a los salarios y el malestar popular cundió, los sindicatos organizaron la resistencia. ¿Qué se le cuestionaba a la ley jubilatoria? Varias cosas. Ante todo, que la mitad del financiamiento de las cajas previsionales recayera sobre los trabajadores (la otra mitad corría por cuenta de la patronal), a quienes se les descontaba un 5% de sus salarios. También se criticaba la forma de administrar los fondos, con comités donde la patronal era parte mayoritaria y donde los delegados obreros eran elegidos en comicios organizados por el propio gobierno, al margen de los sindicatos. Otra objeción a la ley 11.289 era que permitía al Ejecutivo usar los ahorros previsionales como fondos de garantía para consolidar la deuda pública, lo cual era sumamente riesgoso. La falta de universalidad de la norma también fue discutida (los beneficios no alcanzaban a la totalidad de la clase trabajadora). Las dos grandes centrales obreras de la época, la USA sindicalista y la FORA anarquista, se opusieron. La USA fue más moderada en su disidencia: reclamó algunas reformas a la ley, pero no su derogación. LA FORA, en cambio, exigió que fuera íntegramente revocada. La resistencia alcanzó su cenit en los primeros días de mayo, con la convocatoria a huelga general y la realización de masivas manifestaciones. La ley fue suspendida por el gobierno, y algún tiempo después, lisa y llanamente derogada. Toda la verdad sea dicha: este desenlace no fue solo consecuencia de la movilización obrera, sino también de la presión patronal (los empresarios se rehusaban a cofinanciar las cajas previsionales y realizaron lockouts). Una buena síntesis sobre este olvidado episodio de la historia social rioplatense puede hallarse en “La ley de jubilaciones de 1924 y la posición del anarquismo en la Argentina”, de Luciana Anapios (Revista de Historia del Derecho, nro. 46, dic. 2013).
Uno de los lugares donde la resistencia obrera a la ley 11.289 alcanzó mayor intensidad fue Tandil, en el sur de la provincia de Buenos Aires, zona de fértiles campos y rocosas serranías. Allí, en el corazón de la Pampa Húmeda, existía un proletariado vigoroso de origen gringo y criollo, vinculado a la actividad agropecuaria, industrial y ferroviaria, y también –muy característicamente– a la minería: de las canteras tandilenses, donde trajinaban miles de picapedreros, provenían los adoquines que cubrían las calles de muchas ciudades argentinas, incluyendo la Capital Federal. En Tandil había aguerridos sindicatos y un pujante movimiento anarquista. Hugo Nario ha escrito un libro magnífico sobre la historia de los trabajadores de las canteras tandilenses y sus luchas rebeldes: Los picapedreros (Tandil, Ed. del Manantial, 1997).
Cuando en los primeros días de mayo de 1924 la resistencia a la ley jubilatoria escaló, el proletariado tandilense –muy agitado y concientizado desde abril– se sumó con ímpetu, especialmente sus gremios anarquistas, nucleados en la Federación Obrera Local de Tandil, que llamó a la huelga general para el viernes 2, una jornada antes que la fecha fijada por la FORA –la central sindical a la cual estaba adherida– y la USA. Hacía falta oradores que energizaran la lucha huelguística. Los anarquistas de Tandil invitaron a un compañero «porteño» con gran reputación intelectual y elocuencia revolucionaria: el periodista y escritor Rodolfo González Pacheco (1881-1949), editor del periódico ácrata La Antorcha. Hemos publicado en nuestra sección literaria varias prosas suyas. González Pacheco era porteño por adopción, no de nacimiento. Había venido al mundo nada menos que en Tandil. Allí había vivido hasta los 24 años, cuando emigró definitivamente a la ciudad de Buenos Aires. En Tandil se crió y se formó, hizo sus primeras armas como escritor y periodista, e inició su militancia anarcocomunista. Era su terruño, su querencia. Y a Tandil retornó en mayo de 1924, como orador estrella de la huelga contra la ley 11.289, convocado por sus paisanos ácratas, ansiosos de escuchar su verba libertaria. Pacheco habló en la sede de la Federación Obrera Local el domingo 4 por la mañana. Según un cronista de la época, pronunció un discurso vibrante de diez minutos, que fue aclamado por el auditorio.
En aquella febril ocasión, en aquel otoño caliente del 24, hace exactamente un siglo, González Pacheco también escribió una prosa, uno de sus recordados Carteles del camino: “¡Viva la huelga!”. Apareció en la portada de La Antorcha, el sábado 10 de mayo. Está dedicado al proletariado anarquista de Tandil: peones de las estancias, operarios de las fábricas, picapedreros de las sierras… Es uno de los textos literarios más bellos y hondos que hemos leído sobre el sentido de la acción huelguística de masas en el imaginario revolucionario de izquierdas, su significación no solamente política sino también ética, su pathos épico y su ethos utópico. Un escrito breve y urgente, entre lírico y panfletario. Lo compartimos aquí, en nuestra sección Naglfar, precedido del telúrico y nostálgico “Tandil”, otro de sus Carteles del camino para el periódico La Antorcha, donde salió a la luz el 30 de mayo, en primera página.
Hemos extraído “¡Viva la huelga!” y “Tandil” del Archivo Rebelde, una de las hemerotecas digitales de temática sindical y socialista más nutridas que existen en internet, en lengua castellana. Recomendamos su visita. Hay que registrarse para acceder al material hemerográfico.
Una última observación. En ambos textos, González Pacheco hace alusión a la religiosidad católica popular, concretamente, a la tradición devocional de Semana Santa, sedimentada sobre la fe en la Pasión de Cristo (la leyenda evangélica del sufrimiento salvador de Jesús en la cruz). Nuestro autor habla metafóricamente de “calvario” y “vía crucis”, poetizando desde la semántica metafísica de estos términos, jugando con su significación místico-redentorista (era ateo, pero romántico). Tales referencias bíblicas, litúrgicas y soteriológicas no son casuales. Tandil es uno de los principales centros de peregrinación del catolicismo argentino para Viernes Santo. Desde 1943, la ciudad bonaerense cuenta con una monumental recreación de la Vía Dolorosa del Gólgota en uno de sus cerros circundantes: el Calvario de Tandil.
TANDIL
Un poeta impresionista de esos que cazan imágenes como los cazadores patos al vuelo, seguramente en Tandil se sentiría defraudado. Rocas, rocas, rocas a los cuatro vientos; pero sin perfil ni ritmo, sin precipicio ni audacias, como puestas a propósito para que las excursionen burgueses asmáticos y adiposos. Más que altitudes brotadas de la entraña de la tierra, le parecerían escombros acarreados al suburbio en carritos volcadores.
Nada de cuanto en el alma, la voz y el gesto de las montañas –águilas, nieves, volcanes– se anuncia sobre estos cerros. Ni un penacho, ni un grito, ni un aletazo. Mineral mudo y vencido, replegado sobre sí como un pueblo que subiera su calvario de rodillas, con la cabeza en el polvo. Peñas sonámbulas amontonadas allí a seguir el mismo sueño, oscuro y difuso, que dormían bajo el agua.
Rocas, rocas, rocas… La verdad, aunque me duela como tandilero viejo, es que mis sierras no tienen ni grandeza ni esperanza. Antes tenían la célebre [Piedra] Movediza; pero, la pobre, más que estupor producía gracia: parecía un oso al que un gitano animal obligara a bailar en una pata. Se derrumbó de aburrida [en 1912]. Para suplirla mis compueblanos han puesto, en otro monte de enfrente, un general a caballo. Tampoco asusta, parece un mono jineteando un perro. [El autor se refiere al monumento ecuestre al Brig. Gral. Martín Rodríguez, fundador de Tandil, inaugurado un año antes –abril de 1923– con motivo del centenario de la ciudad]
Rocas, rocas, rocas… Y sin embargo Tandil no es eso solo. Por debajo de esas rocas pardas, chatas, desmayadas, Tandil es bello, tierno, vivo. En la base de esos cerros, brotando lejos como la luz de una estrella muerta o la cosecha de un sembrador ausente, están sus valles acribillados de celestes manantiales, sus arroyos que murmuran bajo tapices de berros, sus selvas llenas de pajaritos aturdidores. Al pie del montón de escombros, la vida alza sus pinceles chorreando frescos barnices.
A ver si puedo decirlo, en pocas palabras, bien y completamente. Mi Tandil es como un indio petiso, lampiño, grave, que ha muerto, al huir a la cordillera, en el primer altiplano, pero cuyas provisiones han rodado de sus hombros cuesta abajo. Su agua, sus yuyos, sus frutas se han reproducido en fuentes, en huertos. Sus angustias de vencido se le volvieron aves. Y todo eso brota ahora, sube de las hondonadas con fuerza suave y segura, mientras él duerme, amontonado en la loma, hecho roca, roca…
¡VIVA LA HUELGA!
En el vía crucis del pueblo la huelga no es un alivio, sino una carga; no es un umbral en que echarse, sino un peñasco en que erguirse. Doble trabajo, fatiga doble, sudar por fuera y por dentro: ¡eso es la huelga!
Brazos cruzados decís. Sí, sí. Pero esos brazos cruzados no se distienden en la desesperanza o en la impotencia. Se cruzan contra los pechos para levantar en ellos, como en una cuna tejida en músculos, el desolado corazón enorme de la justicia.
Doble trabajo, fatiga doble… Tensionados, taciturnos, conmovidos de los pies a la cabeza, los obreros parecen bloques oscuros, de los que caen, a los golpes de una piqueta invisible, los cascarones que ocultan el hombre nuevo. Revuelta y ennegrecida la faz, en el fondo de los ojos del huelguista sonríe la visión ardiente de un porvenir bello y libre. Lo mismo que, en la pupila que el dolor ahonda y dilata en la mujer que da a luz, sonríe la visión del niño.
¡Ah, sí! Mientras la vida del que produce sea esclava, la huelga, cualquier huelga, será siempre más fecunda que el trabajo. Porque el trabajo condena, dobla la cerviz y enmudece el alma; y la huelga lo liberta, le tira la frente al aire, le abre la boca, de la que parten, como aves de alas negras con pechos rojos, palabras de justicia y de coraje.
Obreros, hermanos nuestros de Tandil que estáis en huelga: vuestra causa es nuestra causa. Lanzados a propagar la Anarquía, también nosotros somos huelguistas. Huelguistas de los diarios de los amos, de las cátedras patrióticas, de la criminal mentira del Estado. Con vosotros y entre vosotros, para subir a la luz o caer en la oscuridad.
¡Viva la huelga!
Rodolfo González Pacheco