Ilustración: Tanque de guerra, por Zdzisław Beksiński (acrílico sobre tabla, 1986). Fuente: Fine Art America.



Nota.— Entre el 11 y el 19 de octubre del corriente año, la revista Front Populaire publicó en cinco entregas, dentro de su sección de internacionales, un artículo de Sapir intitulado “Comment sortir de la guerre de Ukraine?”. Publicamos aquí, en nuestra sección de política Brulote, las cinco partes reunidas, traducidas del francés.
Para economizar espacio y tiempo de edición, hemos omitido los gráficos estadísticos y las referencias bibliográficas en notas al pie. En caso de necesidad o curiosidad, se puede recuperar esta información paratextual visualizando las publicaciones originales. Front Populaire es de acceso gratuito, aunque hay que registrarse.
El francés Jacques Sapir es un intelectual influyente. Aunque economista de formación, debemos considerarlo un verdadero «jugador de toda la cancha» cuando se trata de analizar la sociedad y la política contemporáneas. Su saga “¿Cómo salir de la guerra de Ucrania?” resulta fundamental para comprender este conflicto bélico y avistar posibles vías de salida.
La entrega número 1 vio la luz el miércoles 11 de octubre, con el siguiente copete: “En esta primera parte de un análisis en cinco partes, el economista Jacques Sapir, observador atento y riguroso del mundo ruso, se propone definir la naturaleza de la guerra ruso-ucraniana”. La entrega 2, “Los errores occidentales”, fue publicada el 13/10, con un resumen donde se informaba que el autor “…se centra en las causas de la guerra en Ucrania, y más concretamente en las equivocaciones de Occidente”. La entrega 3 apareció el domingo 15, bajo el título “El costo humano de la guerra”, y ofreció muchos datos estadísticos –exactos o estimativos– de sumo interés: número de soldados, de muertos y heridos, de prisioneros y refugiados por ambos bandos. La cuarta parte, “El contexto internacional”, fue publicada el martes 17, y analiza “cómo está cambiando a raíz de la guerra ruso-ucraniana” el sistema-mundo del siglo XXI, o mejor dicho, cómo esta conflagración ha acelerado y profundizado su transformación. En la quinta y última entrega, con fecha 19/10 y título “Salir de la guerra”, Sapir –citamos el copete– “…examina los posibles (y humanamente aceptables) desenlaces del conflicto”.
Hemos dado en Kalewche una amplia cobertura a la guerra de Ucrania. Quienes tengan interés, pueden consultar nuestras publicaciones anteriores aquí. Por otra parte, en nuestra revista trimestral en PDF Corsario Rojo también hallarán material de valor si le echan un vistazo al número 2, verano austral 2023, sección Al Abordaje.



I. INTRODUCCIÓN

La guerra en Ucrania parece prolongarse. Las pérdidas en ambos bandos, aunque en gran parte envueltas en el misterio, son muy cuantiosas. En un momento en el que la «contraofensiva» ucraniana está resultando un costoso fracaso, pero también en el que esta guerra está provocando cambios considerables en la situación geoestratégica mundial, se necesita más que nunca una solución política. Debería unir todas las energías de las personas razonables de Europa y del mundo entero. Para comprender la urgencia de esta solución, es necesario explorar el contexto político, intentar llegar a un recuento de las pérdidas humanas y, por último, esbozar cómo podría ser esta solución política.


La naturaleza de esta guerra

La guerra no sólo tiene que ver con la decisión del gobierno ruso de entrar en Ucrania, una decisión por supuesto censurable, como escribí en febrero de 2022. También tiene su origen en una carrera hacia el abismo en la que el nacionalismo identitario ucraniano y el juego político de Estados Unidos son responsables al menos en partes iguales. El papel de la extrema derecha ucraniana en los acontecimientos del último Maidán, que provocaron la huida del presidente Yanukóvich (a pesar de que se había llegado a un acuerdo), y su implicación en los disparos de «francotiradores» que causaron 49 muertos y 157 heridos, ha quedado ahora demostrado. Esta provocación, que nunca fue llevada a juicio, fue el verdadero inicio de lo que cada vez se parece más a una guerra civil en Ucrania. Por tanto, no se puede descartar el contexto general.

La responsabilidad conjunta de la ultraderecha ucraniana y de la política del gobierno estadounidense ha sido reconocida por John Mearsheimer, el gran especialista en relaciones internacionales, desde el inicio del conflicto. Ya en 2014, Mearsheimer advirtió a Estados Unidos sobre Ucrania, tanto en su artículo de opinión del New York Times del 13 de marzo de 2014, como en el del 8 de febrero de 2015, en el que se posicionó en contra del apoyo militar a Ucrania.

Hoy, aunque en marzo de 2022 comenzaron las negociaciones entre rusos y ucranianos, la decisión de Kiev de romperlas en abril, sin duda bajo la presión de algunos países de la OTAN, ha dado un giro a la guerra. Su naturaleza cambió. Poco a poco se hizo evidente que la guerra era una «guerra por poderes» entre la OTAN y Rusia. Las entregas de municiones y armas de la OTAN, así como la inteligencia y la designación de objetivos, mantuvieron la guerra en marcha, a un costo atroz para el pueblo ucraniano. Esta guerra ha ido adoptando gradualmente la forma de un enfrentamiento brutal no sólo entre Rusia y Ucrania, sino entre los países del “Sur colectivo”, como gusta llamarlo el discurso oficial ruso, y un “Occidente colectivo”. Los recientes acontecimientos en África [crisis del Sahel] nos lo recuerdan.

Este es un punto importante. Los dirigentes rusos sabían que, en cuanto el conflicto adoptara la forma más explícita de un enfrentamiento entre su país y la OTAN por mediación de Ucrania, podrían contar con el apoyo, explícito o implícito, de un gran número de países, pero también –y este es un punto crucial– de su propio pueblo. El auge de lo que sólo puede calificarse de «antirrusismo» fanático en los países occidentales también ha contribuido en gran medida a cohesionar a la población rusa en torno a sus dirigentes. Básicamente, esta predicción de apoyo o neutralidad benevolente hacia Rusia se ha concretado. En un primer momento, permitió a Rusia eludir los efectos de las sanciones. Pero, en segundo lugar, permitió que una alianza chino-rusa se presentara como una alternativa global a la hegemonía occidental, y esencialmente a la estadounidense.

Sobre este punto, los contactos que pude mantener entre 2017 y 2021 con economistas rusos, pero también con personas cercanas al «círculo del poder», me llevan a pensar que una de las razones del gobierno ruso para comprometerse en lo que denomina una “Operación Militar Especial” podría haber sido que la implicación indirecta de la OTAN, en caso de que se materializara, permitiría acelerar la constitución de ese «frente» antioccidental. Tanto si se ha pensado con precisión como si se ha improvisado a la vista de los acontecimientos, nos encontramos en un escenario de enfrentamiento entre «bloques». Como resultado, la guerra en Ucrania se ha convertido en una «lucha existencial» para Occidente, y para Estados Unidos, como sostiene John Mearsheimer.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cómo han podido cometer los dirigentes occidentales semejantes errores sobre las capacidades económicas, militares y políticas de Rusia, errores que reflejan los cometidos por los dirigentes rusos sobre la capacidad de resistencia del gobierno ucraniano? Necesitamos comprender estos errores si queremos entender el callejón sin salida donde nos encontramos.


II. LOS ERRORES OCCIDENTALES

Como ya se dijo en la primera parte de este análisis, es necesario comprender los errores que condujeron al conflicto. Tanto los de Occidente como, a imagen y semejanza, los de Rusia.

Estos errores son de varios tipos. En primer lugar, hay errores de carácter «técnico», cometidos por los dirigentes y los medios de comunicación, que están relacionados con una falta de comprensión de los datos, o de la naturaleza de los mismos. Por ejemplo, la afirmación tantas veces repetida de que el PBI de Rusia era más o menos igual al de Italia o España surgió de una falta de comprensión –común entre políticos y periodistas por igual– de las estadísticas y de cómo utilizarlas. Cuando se comparan dos economías, es importante utilizar el PBI calculado en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA), porque otros métodos conducen a sesgos significativos. Esto ha llevado a una infravaloración del PBI ruso (que, de hecho, es superior al alemán actual) en las representaciones occidentales y, por tanto, a un importante error de apreciación en cuanto a la capacidad de Rusia para hacer frente tanto a la guerra como a las sanciones occidentales. Del mismo modo, también se cometieron errores «técnicos» sobre la capacidad de la industria rusa para producir grandes cantidades de armas y municiones. Estos errores tienden a repetirse hasta que resulta imposible negar la realidad, como en el caso de las municiones. La base de estos errores es la falta de conocimiento sobre Rusia o el hecho de que los responsables de la toma de decisiones (y los periodistas) no han escuchado a quienes tienen un conocimiento real de Rusia. Este primer nivel de error se deriva del deseo de no saber, ya se trate del tema (la guerra en Ucrania, Rusia, Ucrania, etc.) o de la forma en que se recogen los datos. En particular, ha dado lugar a previsiones de los efectos de las sanciones que son, cuando menos, fantasiosas.

Asimismo, hay que señalar que algunas instituciones gubernamentales rusas también han pronosticado que la economía rusa será mucho menos resistente a las sanciones de lo que hemos visto. El hecho es que el error occidental fue significativo, y que revela una forma de «pereza» intelectual entre los responsables de la toma de decisiones, una «pereza» que puede tener múltiples causas (desde la auténtica pereza hasta formas de saturación de la capacidad cognitiva, especialmente en el caso de la información presentada de forma «técnica»). Lo preocupante es la perpetuación de este error, con una infravaloración sistemática de la dinámica de crecimiento de la economía rusa, actualmente en una pendiente de crecimiento de al menos el 3% para 2023.

Luego están los errores derivados del filtro ideológico presente en el comportamiento de todos los actores y responsables de la toma de decisiones. Este es un punto importante. Nadie puede sustraerse completamente a sus propias representaciones ideológicas. Es un error (y una imposibilidad desde el punto de vista del análisis cognitivo) creer que podemos llegar a una representación totalmente desideologizada. Pero podemos ser conscientes de que nuestras propias representaciones están potencialmente sesgadas, y escuchar (o consultar) otras representaciones portadoras de una ideología diferente. No es que esas «otras representaciones» sean necesariamente más «correctas» que la propia. No obstante, la confrontación entre diferentes representaciones puede ser una señal de advertencia sobre la validez y la pertinencia operativa de las propias representaciones. Por ejemplo, se debería haber escuchado el discurso diplomático y político de los rusos desde principios de la década de 2000 (desde la crisis de Kosovo). Proceder de este modo habría dado sin duda una idea más precisa de las intenciones de los dirigentes rusos y de los puntos que, para ellos, constituían «líneas rojas», cuyo cruce implicaría necesariamente una respuesta a gran escala.

También es posible que los responsables occidentales, por comodidad o conformismo, se hayan enfrascado en un debate demasiado refractario a representaciones distintas de las suyas. Hay varias razones para ello, entre ellas la forma en que los responsables de la toma de decisiones no aceptan el pluralismo ideológico entre sus asesores, la preeminencia de representaciones ideológicas que ya no son «discutibles» y, por último, una «cultura de la comunicación» que está llevando a los responsables de la toma de decisiones a depender cada vez más de «comunicadores» que a su vez proceden de círculos cerrados, favoreciendo la conformidad ideológica (tanto en la formación como en la práctica profesional). Lo interesante aquí es que, en febrero-marzo de 2022, este tipo de operación se atribuyó a los dirigentes rusos, sin que los responsables occidentales se cuestionaran la posibilidad de que ellos mismos fueran víctimas de este tipo de operación.

Por último, un tercer tipo de error puede atribuirse a una resistencia política y psicológica a considerar que el mundo había cambiado profundamente entre los años 90 y 2022. A finales de la década del noventa, se aceptaba el dominio de Estados Unidos y, en general, los países occidentales ejercían una forma de supremacía, ya fuera política, económica o militar. Pero el mundo ha cambiado profundamente en los últimos veinte años. Las relaciones económicas internacionales han estado marcadas por la emergencia de China, que ha suplantado a Estados Unidos desde el punto de vista industrial y comercial, pero también por la emergencia global de Asia, que ha suplantado progresivamente a Europa. Al mismo tiempo, zonas que se creían permanentemente marginadas por Estados Unidos y Europa, como América Latina y Medio Oriente, y en menor medida África, han empezado a emanciparse. Vivimos un periodo de desoccidentalización del mundo. La cumbre de los BRICS celebrada en Johannesburgo, a finales de agosto de 2023, ofreció una imagen sorprendente de ello.

Este cambio es fundamental. Plantea a los responsables occidentales un doble reto. En primer lugar, político: cómo pensar el sitio que ocupa el país propio en el equilibrio de poder internacional. Pero también psicológico: cómo pensar en uno mismo cuando se pasa de una posición de centralidad –que se ha ocupado durante casi tres siglos– a una posición de periferia. Sin embargo, en general, los responsables políticos de los países occidentales estaban mal preparados para este doble reto. Enfrentados a grandes cambios que estaban muy lejos de su alcance y que provocaban situaciones de disonancia cognitiva, estos responsables optaron por estrategias de negación (estos cambios no existen, o son sólo temporales…) o estrategias de reproducción de comportamientos pasados. Así, en el mejor de los casos, están dispuestos a participar en una «Guerra Fría 2.0», reproduciendo así el comportamiento de sus predecesores de 1948 a 1952, pero en una situación que ahora es radicalmente distinta.

Las causas de los errores cometidos por los dirigentes «occidentales» son probablemente tan numerosas como las propias equivocaciones. Todas ellas se suman a una importante crisis en la toma de decisiones.


III. EL COSTO HUMANO DE LA GUERRA

Los errores mencionados en la parte anterior de este análisis nos ayudan a comprender por qué los países occidentales creyeron, de buena o mala fe, que Rusia no podía participar en una guerra de alta intensidad a largo plazo. Las consecuencias de este error han sido dramáticas en términos humanos. La información, a veces contradictoria y procedente de múltiples fuentes, nos informa sobre el estado de las pérdidas humanas en este conflicto. Por supuesto, se impone la prudencia. Hay una intensa propaganda por ambas partes. Ucrania no publica sus cifras de víctimas, y Rusia publica cifras muy fragmentarias que apenas son utilizables. Por lo tanto, las estimaciones presentadas aquí son, por supuesto, suposiciones.

No obstante, es posible formarse una idea relativamente precisa del orden de magnitud de las pérdidas. Y este orden de magnitud es claramente catastrófico para Ucrania. El sitio web ucraniano Ukraina Pravda informa que la ministra de Política Social, Oksana Zholnovitch, ha indicado que el número de personas discapacitadas en Ucrania ha aumentado en 300.000 desde el 24 de febrero de 2022. Si tenemos en cuenta las muertes en este grupo y el aumento del número de lisiados «civiles» (que, sin embargo, se reduce debido al bajo nivel de actividad en Ucrania como consecuencia del conflicto), podemos suponer razonablemente que estos 300.000 nuevos lisiados son lisiados «de guerra». Conocemos aproximadamente la relación entre el número de muertos y el número de heridos (físicos o psíquicos) «incapacitados» para volver a las unidades. Por cada un muerto, hay 1,7 incapacitados. El total (1 + 1,7) es lo que los militares llaman «bajas» en combate, a las que hay que añadir los desaparecidos y los prisioneros de guerra (sin duda, 30.000 al 15 de septiembre de 2023).

Sobre la base de esta cifra de 300.000 personas discapacitadas, que indudablemente es una subestimación, ya que se refiere a las personas que reciben pensiones y no incluye a las personas discapacitadas que siguen siendo tratadas en hospitales militares o civiles, podemos pensar que el número total de personas discapacitadas es probablemente del orden de 420.000 a 450.000. A este total podemos añadir los 30.000 prisioneros actualmente en poder de las fuerzas rusas. Esto nos da un total probable de 265.000 a 280.000 muertos. Las pérdidas totales (muertos + no aptos + prisioneros) se sitúan, por tanto, entre 715.000 y 760.000 combatientes. Estas cifras muestran la magnitud y la violencia de los combates. El ejército ucraniano contaba con unos 250.000 hombres el 24 de febrero de 2022, y la movilización creó un ejército de 750.000 hombres en abril-mayo de 2022. Ese ejército ha sido aniquilado. Naturalmente, los ucranianos siguen luchando. Por lo tanto, han tenido que renovar constantemente su ejército. Por lo tanto, podemos considerar que tuvimos las siguientes fases en el conflicto:

1. El ejército de «tiempo de paz» fue probablemente destruido en gran parte en los dos primeros meses del conflicto.

2. Ucrania creó un segundo ejército de 750.000 hombres entre mayo y junio de 2022, gracias a la movilización general y a la ayuda de los países de la OTAN, que suministraron armas y municiones. Fue este ejército el que dirigió las contraofensivas en verano y principios de otoño de 2022. Fue este ejército el que se desangró en los combates de Soledar y Artémivsk/Bajmut en la primavera de 2023.

3. Para lanzar su nueva contraofensiva, Ucrania tuvo que reconstituir un tercer ejército, que sufrió un desgaste fenomenal a finales del verano de 2023 y principios del otoño, como ha reconocido el gobernador de la región de Poltava, Vitalij Berezhnoj, con pérdidas del 80%.

En comparación con los 750.000 hombres de la primera movilización (mayo-junio de 2022), las pérdidas se sitúan en torno al 95-102%. Esto está al nivel de la Primera Guerra Mundial. Los desesperados intentos del gobierno ucraniano por intensificar la movilización demuestran claramente que las pérdidas han sido considerables.

¿Cuáles fueron las pérdidas rusas? Sobre este punto, disponemos de más información gracias al notable trabajo de investigación realizado por dos ONG (MEDIAZONA y MEDUZA), ahora prohibidas en Rusia, y por el servicio ruso de la BBC. Estas organizaciones buscaron sistemáticamente, en todas las fuentes abiertas disponibles, avisos necrológicos relacionados con la guerra en Ucrania.

Sobre la base del exceso de mortalidad observado desde finales de febrero de 2022, estas organizaciones han elaborado una primera estimación, para el periodo comprendido entre finales de febrero de 2022 y el 1° de agosto de 2023, de 47.000 muertos. Si se incluyen las fuerzas de las dos antiguas repúblicas separatistas, la RPL (Lugansk) y la RPD (Donetsk), estas organizaciones estiman el número de muertos en 60.000. Según el Centro de Análisis Naval de Estados Unidos, el número de heridos «no aptos» para volver a las unidades se estima en 102.000, para un total de 162.000. Si intentamos extender estas cifras hasta mediados de septiembre, llegamos a 174.000 muertos y heridos no aptos. El número de prisioneros rusos era irrisorio, lo que impidió el intercambio de prisioneros. Supongamos que fueran mil, que es un máximo enorme, lo que elevaría la cifra de pérdidas a 175.000. También es una cifra considerable, pero muy inferior a las pérdidas ucranianas. La relación entre las pérdidas ucranianas y las rusas parece ser de 4 a 1.

El panorama que se perfila es el de una guerra extremadamente costosa, con un total de 320.000 muertos en ambos bandos, y entre 890.000 y 940.000 bajas «militares». Si este panorama es dramático, también es extremadamente preocupante para Ucrania. La población oficial del país a finales de 2021 era de 41,7 millones de habitantes. Sin embargo, si se tienen en cuenta los territorios que ya no están bajo su control, la cifra ha de rondar probablemente los 38 millones. Hoy, entre los 8 millones de refugiados en los países de la Unión Europea y los 3 millones de nuevos refugiados en Rusia, hay probablemente unos 27 millones «bajo el control del gobierno de Kiev» [una caída demográfica de aprox. un 35%]. La propia supervivencia del estado ucraniano está ahora en entredicho. Debemos recordarlo cuando nos planteemos la posibilidad de la paz.


IV. EL CONTEXTO INTERNACIONAL

Debemos examinar el contexto internacional del conflicto y su evolución.

Las transformaciones que afectaron no sólo al equilibrio de poder geoestratégico, sino también al equilibrio de poder económico y a las normas y prácticas del comercio internacional que se estaban estableciendo antes de la guerra, constituyen un elemento importante. Esto demuestra que el mundo había cambiado y que las autoridades rusas eran conscientes de ello. El éxito de la cumbre de los BRICS en el verano de 2023 lo confirma. El orden mundial surgido al final de la Guerra Fría en 1991, marcado por el dominio indiscutible de la superpotencia estadounidense, se ha ido fragmentando progresivamente.

Conviene recordar que el orden mundial nunca ha reflejado únicamente las diferencias de riqueza entre las naciones, sino también su poder geoestratégico implícito o explícito. A principios de la década del 90, con la desaparición de la Unión Soviética, los Estados Unidos emergieron como la potencia hegemónica que ostentaba una forma de imperio global. A principios de la última década del siglo XX, los EE.UU. disfrutaban de una supremacía total, militar, económica, política y cultural. La potencia estadounidense era ese «poder dominante», capaz de influir en todos los actores sin tener que utilizar directamente su fuerza tras la demostración que acababa de hacer. Sobre todas las cosas, era capaz de establecer su hegemonía en la escena política internacional, particularmente, imponiendo sus representaciones explícitas e implícitas y su discurso. Sin embargo, esta hegemonía, que también se refleja en la adopción generalizada de las reglas del libre comercio con la transición del GATT [por sus siglas en inglés] a la OMC en 1994, se ha ido erosionando poco a poco debido a las crisis financieras que los Estados Unidos han sido incapaces de controlar, a los fracasos militares (en Irak y Afganistán) y a la rápida aparición de nuevas potencias (China, India, Brasil y, ahora también, Indonesia y Turquía) o de viejas potencias que han sabido reinventarse (Rusia). De hecho, si comparamos los países que hoy forman los BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica] con el G7 [EE.UU., Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Japón y Canadá], vemos que su participación en el PBI mundial (calculada en paridad de poder adquisitivo) era del 16% y el 46% respectivamente en 1992.

En 2008, cuando estalló la crisis financiera que pasó a la historia como la “crisis de las hipotecas de alto riesgo”, este porcentaje había variado: 36% para el G7 y 24% para los BRICS. Cuando se produjo la pandemia de covid-19 en 2020, el G7 y los BRICS quedaron en pie de igualdad con un 31%. Si observamos ahora los porcentajes respectivos del G7 y sus «aliados» [Australia, Austria, Bélgica, Grecia, Hungría, Irlanda, Corea del Sur, Países Bajos, Nueva Zelanda, Noruega, Polonia, Portugal, Rumania, Singapur, España y Suecia], y de los BRICS y aquellos países identificados como candidatos oficiales a la adhesión a los BRICS en 2023 [Argelia, Argentina, Arabia Saudita, Bahréin, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia e Irán], el cambio es aún más sorprendente. En 1992, el G7 y los BRICS representaban el 58% y el 25% del PBI mundial; en 2020, esta proporción se modificó al 41% y 39%. La transformación del equilibrio del poder económico en los últimos treinta años es tan evidente como masiva. En realidad, marca el fin de un orden económico centrado en los países occidentales.

Los cambios que hemos descrito deben entenderse como una desoccidentalización de este orden económico. Es este proceso el que se ha visto fundamentalmente acelerado por la guerra de Ucrania, y el que –tal y como lo ve John Mearsheimer– constituye el desafío existencial para Occidente. Esta desglobalización no se limita al simple poder de las economías. Implica un desafío al multilateralismo. En efecto, la crisis del sistema comercial multilateral es profunda y refleja un cuestionamiento del orden económico internacional. Parece que la OMC es incapaz de adaptarse al nuevo contexto en el que se desarrollan las políticas económicas, a pesar de que ha sido “llamada a reinventarse”. Es aquí, de hecho, donde podemos medir los límites del intento de imponer una forma de orden mundial a través de reglas que, en algún momento, dejan de ser aceptables para grupos de países. Al mismo tiempo, la participación de los países BRICS en el comercio internacional ha continuado aumentando. Pero también hay que señalar que los países BRICS siguen estando muy poco representados en las organizaciones internacionales, ya sea en relación con su cuota del «PBI global» o con su cuota del comercio mundial, un hecho que no puede sino debilitar la legitimidad del (viejo) orden mundial.

Por último, el orden monetario internacional también se ha desintegrado. Desde el final de los Acuerdos de Bretton Woods en 1973, éste se ha basado en un sistema que puede calificarse de patrón dólar, sistema que rápidamente suscitó numerosas críticas. Este sistema siempre ha sido disfuncional, pero esto se puso de manifiesto a principios de la década de 2000. La creación del euro en 1999 no cambió esta situación.

Si tanto el dólar como el euro caían, era debido al aumento de las «otras monedas» utilizadas como reservas por los bancos centrales. Por lo tanto, ya en 2010 estaba claro que existía una tendencia a la fragmentación del sistema monetario internacional, una tendencia impulsada en parte por preocupaciones geopolíticas de seguridad. Pero esta tendencia tardó en manifestarse. Por razones institucionales, como su uso masivo como unidad de cuenta en muchos mercados de materias primas, pero también por razones de conveniencia práctica, el dólar seguía siendo la moneda dominante en el sistema monetario internacional en vísperas de la pandemia.

Las sanciones impuestas a Rusia desde finales de febrero de 2022 provocaron nuevas conmociones. Tenían un componente monetario y financiero (prohibición de suministrar divisas occidentales al Banco Central de Rusia, exclusión de determinados bancos rusos del sistema SWIFT), y un componente comercial similar a un embargo.

Además de reducir drásticamente el comercio entre los países de la Unión Europea y Rusia, estas sanciones han segmentado el comercio mundial entre los países que las aplican (como Estados Unidos, Canadá, los países de la Unión Europea, Japón, Corea del Sur, Singapur, Australia y Nueva Zelanda), y los países que se niegan a aplicarlas (como China, India, Indonesia, Malasia, los países de Medio Oriente (incluida Turquía, a pesar de su pertenencia a la OTAN), los países de África y la mayoría de los países de América Latina. Mientras que hablar del «aislamiento» de Rusia parece una fantasía occidental, la segmentación del comercio mundial es una realidad. Además, incluso antes de que se impusieran las sanciones, Rusia parece haber tomado precauciones contra la amenaza de nuevas sanciones.

Las sanciones han tenido un impacto significativo en el crecimiento mundial. Además de acelerar la inflación, provocada inicialmente por la crisis del covid-19, han ampliado la brecha entre los países emergentes y en desarrollo –en particular los asiáticos– y los países desarrollados. Los países de la Unión Europea están claramente rezagados. No sólo sufrieron un mayor impacto tras la pandemia, a pesar de las considerables ayudas públicas, sino que su recuperación económica fue más lenta. Las convulsiones geopolíticas que han afectado al mundo desde febrero de 2022 a raíz de la guerra de Ucrania se han traducido en un menor crecimiento, lo que resulta especialmente evidente en las previsiones para 2023 y 2024. Esto se refleja también en una aceleración de la evolución de las divisas. El dólar estadounidense parece acelerar su declive como porcentaje de las reservas de los bancos centrales. De hecho, la tendencia a la desdolarización del comercio internacional, y en particular el plan de los BRICS de crear una moneda común, parecen haber sido impulsados por la instrumentalización política del dólar estadounidense y por la congelación de los activos del Banco Central ruso, aunque –sobre este último punto– existe una gran incertidumbre en la Unión Europea.

Desde este punto de vista, la aplicación de sanciones ha tenido efectos deletéreos al menos tan grandes en las economías que decidieron estas sanciones (y en particular las de la Unión Europea) como en el país objetivo, Rusia. La crisis del orden mundial, que se remonta a 1992, se ha hecho evidente con la crisis provocada por la covid-19 y las convulsiones geoestratégicas iniciadas con el conflicto de Ucrania a finales de febrero de 2022. En 2022, Joseph Stiglitz señaló los fenómenos de re-shoring y friendly-shoring, fenómenos que reflejan un proceso de fragmentación y desglobalización, mostrando cómo pueden aparecer como respuesta a los errores de la globalización. En su discurso de octubre de 2022 en la Universidad de Georgetown (Washington DC), la presidenta del FMI, Kristalina Gueorguieva, tomó nota de estas transformaciones. El paradigma del libre comercio se ha hecho añicos. El retorno del proteccionismo, que empezó a manifestarse abiertamente con la crisis de 2008-2010, tiende a acelerarse como consecuencia de las sanciones y contrasanciones.

En la actualidad, existe un claro riesgo de segmentación del mundo, entre lo que podría denominarse un «Occidente colectivo» y un «Sur colectivo». Este último tiende a estructurarse en torno a los BRICS, medido en términos de solicitudes de adhesión, pero también –y esto se nota menos– en torno a la OCS [Organización de Cooperación de Shanghái]. Aunque esta oposición sea inevitable debido al comportamiento de países como Estados Unidos y Gran Bretaña, cuya ex premier Liz Truss ha pedido que el G7 se convierta en una OTAN económica, lo que sólo puede verse como un intento desesperado de las antiguas potencias dominantes de garantizar la supervivencia de su dominación.


V. SALIR DE LA GUERRA

En la prensa occidental empiezan a oírse voces que piden un alto el fuego, cuando no la paz. Ante la magnitud del desastre humano y material, es imperativo que estas voces cobren fuerza. Se habla de transformar la guerra «activa» en un conflicto «congelado». La referencia que se suele hacer es a la guerra de Corea, donde, casi 70 años después del final de los combates, todavía no existe un «tratado de paz».

La magnitud de las pérdidas humanas hace que la idea de negociaciones –por limitadas que sean– para lograr un alto el fuego sea una necesidad urgente. Pero existe una oposición igualmente evidente: en Ucrania, donde la idea de poner fin a la guerra cuando el país ha perdido el 20% de su territorio parece impensable. También en Rusia, porque un alto el fuego bien podría resultar no ser más que una tregua que Ucrania podría utilizar para rearmarse antes de volver al combate. Así pues, aunque la idea de la paz es más necesaria que nunca, siguen existiendo muchos obstáculos para la solución de este trágico conflicto.

Un precedente histórico poco conocido debería inspirar a quienes buscan soluciones realistas a este trágico conflicto: el de la Guerra de Invierno entre Finlandia y la URSS (1939-1940) y la guerra de Continuación (1941-1944). Tanto en 1940 como en 1944, Finlandia tuvo que sentarse a la mesa de negociaciones. Tuvo que aceptar pérdidas territoriales más o menos del mismo orden que las de Ucrania en la actualidad. Sin embargo, gracias a varios tratados (el Tratado de París de 10 de febrero de 1947 y el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua con la URSS de 6 de abril de 1948), Finlandia conservó su soberanía política, pudo garantizar su desarrollo económico y normalizó sus relaciones políticas y estratégicas con la URSS hasta 1991. Esto se debió en gran parte a un político finlandés, Juho Kusti Paaskivi, que demostró el pragmatismo necesario para poner fin a una política de confrontación que había desangrado a la nación finlandesa. Las dos guerras habían costado a Finlandia 86.000 muertos y 57.000 mutilados de una población de 3,7 millones (en 1940), y amenazaban la existencia misma de la nación. Paaskivi estaba lejos de ser comunista. Sin embargo, durante sus diversos mandatos como presidente (de 1946 a 1956), defendió una política de necesaria acomodación con la URSS, política que fue ampliamente aprobada por la población finlandesa en la década de 1950. La política de Paaskivi fue continuada por su sucesor, Urho Kekkonen.

Esto demuestra lo parecida que era la situación de Finlandia en los años cuarenta a la de Ucrania. En la actualidad, Ucrania tiene menos de 30 millones de habitantes, frente a más de cincuenta millones en 1991, y algo menos de cuarenta millones en 2021 si excluimos la población de Crimea y las dos repúblicas separatistas. La pérdida de vidas como consecuencia del conflicto, aunque menor en términos porcentuales que en Finlandia, es muy elevada. Consideraciones humanitarias aparte, la propia supervivencia de Ucrania exige un compromiso.


¿Qué implicaría esto para Ucrania?

El país conservaría su soberanía, al igual que Finlandia, con elecciones libres, como indiqué en mi artículo para Marianne del 28 de febrero de 2022. Pero el país tendría que aceptar:

1. La pérdida de los territorios actualmente ocupados por Rusia.

2. Su «neutralización», es decir, su renuncia a cualquier entrada en la OTAN (que, por cierto, para Estados Unidos no está en la agenda) y, sin duda, su renuncia a entrar en la UE (pero no a mantener buenas relaciones económicas con la UE, igual que con Rusia). Los oleoductos y gasoductos que atraviesan Ucrania volverían a entrar en servicio. Se confirmaría en la Constitución el uso del ruso en pie de igualdad con el ucraniano (siguiendo el modelo suizo).

3. Una forma limitada de «desmilitarización». Esta podría adoptar la forma de una limitación del número de sistemas de armamento pesado (lanzacohetes múltiples, artillería, tanques, aviones de combate y drones), y de un límite de despliegue que excluya la presencia de estos sistemas en la orilla izquierda del Dniéper [la mitad oriental del país, más próxima a Rusia]. La contrapartida de esta desmilitarización podría ser un tratado de defensa mutua firmado con Alemania, Francia y Polonia, comprometiéndose estos tres países a intervenir militarmente en caso de agresión no provocada por parte de Rusia.

Estas «cláusulas» no incluyen la «desnazificación» exigida por Rusia. Pero esta «desnazificación» nunca se ha especificado. Es comprensible que un gobierno democrático ucraniano se abstenga de celebrar a genocidas probados como Stepán Bandera (cuyo nombre ha dado el gobierno ucraniano a la avenida que lleva al lugar de la masacre de Babi Yar en Kiev), Román Shujiévich y sus acólitos, y de conmemorar a la División Galitzia de las SS, que cometió crímenes atroces y cuyo sobreviviente fue celebrado recientemente en Canadá. Esta sería también una de las condiciones para unas buenas relaciones a largo plazo entre Ucrania y Polonia.

Estas cláusulas son comprensiblemente difíciles de aceptar para la facción nacionalista-identitaria del actual gobierno ucraniano. Pero, ¿qué otra solución hay? ¿Una continuación interminable de la guerra, con un número de muertos cada vez mayor? Esta solución parece cada día menos probable, ahora que las reservas de la OTAN se han agotado con las entregas de 2022 y 2023, y que la «fatiga» de la ayuda se deja sentir en los países donantes. ¿Podría convertirse Ucrania en un campo de batalla [directo] entre los ejércitos de la OTAN y Rusia, con las consecuencias apocalípticas que tememos? Esto también es impensable. Como ocurrió con Finlandia en 1940 y 1944, Ucrania tiene pocas opciones. Pero escribir esto no dice nada sobre la disposición del gobierno ruso a aceptar tal solución.

Aunque la intención de Rusia de invadir totalmente el territorio ucraniano puede descartarse desde el principio del conflicto –un territorio del tamaño y la población de Ucrania no puede ser controlado por 150.000 a 200.000 soldados, el número realmente desplegado por Rusia–, los objetivos de la “Operación Militar Especial” siguen siendo algo ambiguos. Mientras que los objetivos de «neutralización» y «desarme» estaban relativamente claros, la meta de «desnazificación» no lo estaba. ¿Puede Rusia, que ve que el tiempo corre a su favor, querer más de lo que ya ha conseguido? Un objetivo potencial podría ser cruzar el Dniéper y conquistar el resto de la costa hasta Odesa, lo que haría en gran medida inviable el resto de Ucrania [pérdida de toda salida al mar, cuanto menos directa]. A esto se añade el hecho de que las autoridades rusas pueden temer un fortalecimiento sustancial de la OTAN que podría, dentro de varios años, poner en peligro la seguridad de Rusia, dado el ambiente de histeria antirrusa que reina actualmente en Europa.

Por ende, la negociación tendría que constar de varias negociaciones paralelas. Además de las negociaciones con Ucrania para estabilizar el fin de los combates, debería haber negociaciones militares entre la Federación Rusa y la OTAN. Esto debería conducir a un nuevo tratado de seguridad en Europa, con limitaciones al emplazamiento de armas por ambas partes. Deberían celebrarse negociaciones políticas entre Rusia y la UE o países clave de la UE (Alemania, Francia, Italia, Polonia) para redefinir unas relaciones aceptables entre estos países, de conformidad con el derecho internacional. Esto implicaría el abandono de determinadas sanciones (en particular, la congelación de los activos del Banco Central ruso) y la reanudación de las relaciones económicas, culturales y sociales sobre una base menos amplia que antes de febrero de 2022.

La crisis internacional provocada por la guerra en Ucrania es una crisis de gran envergadura. Es, quizás, LA mayor crisis desde el final de la Guerra Fría. No puede resolverse con un simple alto el fuego y una «guerra congelada». Implicará sin duda un complejo conjunto de negociaciones para restablecer la estabilidad y la seguridad en Europa. Cuanto antes se den cuenta de ello las élites dirigentes europeas, mejor.

Jacques Sapir