Ilustración: Odradek, de Elena Villa Bray. Fuente: Emak Bakia.
Nota.— Proseguimos con el Mes de Kafka, en el centenario de su muerte. Este domingo publicamos el microrrelato “Die Sorge des Hausvaters”, en la traducción castellana de Jorge Luis Borges para El libro de los seres imaginarios (México, FCE, 1957, con la colaboración de Margarita Guerrero). Esta es la presentación que nos envió amablemente desde el hemisferio norte nuestro compañero mexicano Carlos Herrera de la Fuente:
“De todos los escritos que Kafka dedicó al tema de la relación entre padres e hijos, ninguno resulta tan enigmático e inquietante como el relato titulado La preocupación del padre de familia, publicado en 1919 en la colección de cuentos Un médico rural. En él hace aparición uno de los personajes más singulares de la historia de la literatura: Odradek. En apenas cinco párrafos, Kafka bosqueja la figura de una criatura de la que no se sabe la procedencia de su nombre, ni la forma precisa de sus contornos, ni dónde vive o qué idioma habla. Emite una risa, dice Kafka, “como la que se puede producir sin pulmones”. Es un ser que aparece sin previo aviso y que vive en los intersticios de los hogares o debajo de las escaleras. El personaje que da testimonio de su existencia dice poco de sí. Tan sólo manifiesta el temor de que un día esa entidad, Odradek, termine arrastrando tras de sí a sus hijos y a los hijos de sus hijos.”
Quienes deseen leer las otras publicaciones del Mes de Kafka, pueden hacerlo aquí. Hallarán “La condena”, uno de los cuentos más notables del escritor checo; y también un magistral ensayo de Herrera intitulado “El dispositivo Kafka”, con ilustración del artista argentino Andrés Casciani. La semana próxima será el turno del crítico español José Miguel García de Fórmica-Corsi, con una colaboración estupenda para nuestro junio kafkiano.
Unos derivan del eslavo la palabra odradek y quieren explicar su formación mediante ese origen. Otros la derivan del alemán y sólo admiten una influencia del eslavo. La incertidumbre de ambas interpretaciones es la mejor prueba de que son falsas; además, ninguna de ellas nos da una explicación de la palabra.
Naturalmente nadie perdería el tiempo en tales estudios si no existiera realmente un ser que se llama Odradek. Su aspecto es el de un huso de hilo, plano y con forma de estrella, y la verdad es que parece hecho de hilo, pero de pedazos de hilos cortados, viejos, anudados y entreverados, de distinta clase y color. No sólo es un huso; del centro de la estrella sale un palito transversal, y en este palito se articula otro en ángulo recto. Con ayuda de este último palito de un lado y uno de los rayos de la estrella del otro, el conjunto puede pararse, como si tuviera dos piernas.
Uno estaría tentado de creer que esta estructura tuvo alguna vez una forma adecuada a una función, y que ahora está rota. Sin embargo, tal no parece ser el caso; por lo menos no hay ningún indicio en ese sentido: en ninguna parte se ven composturas o roturas; el conjunto parece inservible, pero a su manera completo. Nada más podemos decir, porque Odradek es extraordinariamente movedizo y no se deja apresar.
Puede estar en el cielo raso, en el hueco de la escalera, en los corredores, en el zaguán. A veces pasan meses sin que uno lo vea. Se ha corrido a las casas vecinas, pero siempre vuelve a la nuestra. Muchas veces, cuando uno sale de la puerta y lo ve en el descanso de la escalera, dan ganas de hablarle. Naturalmente no se le hacen preguntas difíciles, sino que se lo trata –su tamaño diminuto nos lleva a eso– como a un niño. “¿Cómo te llamas?”, le preguntan. “Odradek”, dice. “¿Y dónde vives?”. “Domicilio incierto”, dice y se ríe, pero es una risa sin pulmones. Suena como un susurro de hojas secas. Generalmente el diálogo acaba ahí. No siempre se consiguen esas respuestas; a veces guarda un largo silencio, como la madera, de que parece estar hecho.
Inútilmente me pregunto qué ocurrirá con él. ¿Puede morir? Todo lo que muere ha tenido antes una meta, una especie de actividad, y así se ha gastado; esto no corresponde a Odradek. ¿Bajará la escalera arrastrando hilachas ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No hace mal a nadie, pero la idea de que puede sobrevivirme es casi dolorosa para mí.
Franz Kafka