Ilustración: detalle de Mother and Son, de Fiona Cawley. Acrílico, 2024. Fuente: www.threads.net/@fiona_cawley
Ya conocen muy bien –hemos publicado unos cuantos artículos suyos– la faceta periodística de Caitlin Johnstone, pero no probablemente su faceta literaria. Tradujimos para Naglfar –la sección de letras del semanario Kalewche– su último poema, Weep, que la autora australiana publicó en su blog el jueves pasado, con motivo de la masacre sin fin de niños y niñas árabes –más de 16.000, sin contar los decesos no confirmados– en la Franja de Gaza, desde Israel puso en marcha su genocida operación “Espadas de Hierro” contra el pueblo palestino.
Algunas aclaraciones sobre el poema: “Joe” es Joe Biden, el presidente de los Estados Unidos; “DNC”, Convención Nacional Demócrata, por sus siglas en inglés; “Howl” (“Aullido”), un famoso poema que Allen Ginsberg escribió en 1955, y que publicó al año siguiente en un poemario del mismo nombre, obra esencial de la Generación Beat; “AOC”, Alexandria Ocasio-Cortez, una conocida legisladora del ala progre del Partido Demócrata; y Tim Waltz, el candidato a vicepresidente que acompaña a Kamala Harris en la fórmula del oficialismo.
Lloren, hermanas, por el niño con el cráneo reventado,
por el otro niño quemado vivo,
por los pequeños cuerpos inertes y sin vida
y los montones de carnicería irreconocible.
Lloren, hermanos, por los políticos que cacarean,
por los apáticos occidentaloides,
por los zánganos humanos cantando We love Joe
y los asistentes al DNC tapándose los oídos
para no oír los nombres de los niños asesinados en Gaza.
Lloren por esta civilización fraudulenta,
esta civilización de microplásticos,
esta civilización de OnlyFans,
esta civilización de Moloch sobre la que Ginsberg escribió Howl,
esta civilización con enormes sonrisas forzadas
sobre platos llenos de niños triturados
en selfies con AOC y Tim Walz.
Lloren con descuidado abandono.
Lloren hasta que el sollozo les estruje el pecho como una esponja.
Lloren con la cabeza hacia atrás, gritando despreocupadamente y moqueando
la caja torácica abierta al cielo
y el corazón humano latiendo indefenso y expuesto.
No hay respuestas en el llanto.
No hay soluciones en las lágrimas.
Sólo hay realización de algo que necesita ser realizado,
y un acto de sagrada solidaridad,
y un acto de desautorizada humanidad,
y la pequeña victoria privada
de haber respirado una vez más
sin ser asimilado
por la máquina.
Caitlin Johnstone