Ilustración: collage con dibujos de Hanna Barczyk y Dylan Whale. Fuentes: SciAm y www.dylanwhale.com
No quiero decir que debamos aliarnos exclusivamente,
ni siquiera estratégicamente, con el número ya grande
e incoherente de pequeños partidos de izquierda.
Estos partidos, por importante que sea su papel transitorio
en uno u otro momento de la historia de Estados Unidos,
son partidos evanescentes, pasajeros –más sectarios y divisivos
que lo contrario, más teóricos que políticamente activos,
más proclives al purismo y al peloteo que a ser partidos de masas.
Edward Said1
“Marxistas escépticos con Palestina” es un término que hemos acuñado en este ensayo, y aunque pocos de los que designamos como tales se autoproclamarían alegremente así, creemos que esa actitud define adecuadamente su posición. No pensamos, pues, estar incurriendo en ninguna difamación. Mucho menos buscamos «cancelarlos». Se trata de un complejo submovimiento que engloba una variopinta gama de pensadores contemporáneos. Entre ellos, la periodista y editora estadounidense Batya Ungar-Sargon (casualmente nacida en Gush Katif, el asentamiento evacuado de Gaza en 2005), quien descarta todo el activismo palestino actual como otra máscara más del activismo aristocrático y antipopular woke destinado a perjudicar a las clases trabajadoras. De forma similar, la socióloga marxista Ashley Frawley comete reductio ad absurdum en su representativo artículo “El nuevo nihilismo progresista” para Compact Magazine,2 donde agrupa a todos los activistas de la solidaridad pro-Palestina con las voces del lumpen commentariat de Twitter que celebró irreflexivamente la violencia del7 de octubre. La explicación de Frawley es que un sector de la sociedad occidental está en deuda con un “culto a la muerte” islamista compatible con la acogida de la eutanasia por parte de la cultura posmoderna.
Benjamin Studebaker tiene una de las posturas más contradictorias y originales de la izquierda escéptica con Palestina. Cree que debe declararse la “solución de un solo estado”, pero que todo activismo encaminado a ese fin es inútil. En un artículo publicado en la destacada revista marxista Sublation, argumenta: “Lo único que consiguen [los activistas de la solidaridad] es aumentar la oposición entre el ‘pueblo israelí’ y el ‘pueblo palestino’, dos nacionalismos inventados. Inventados para desmembrar el Imperio Otomano. Antes de los británicos, no había israelíes ni palestinos. Había sultanatos y califatos, reinos e imperios, y todos los que vivían entre el río y el mar eran súbditos de ellos. ‘Palestina’ era sólo una provincia romana, nada más”3.
Aunque es fácticamente cierto, lo anterior no tiene en cuenta cuántos estados modernos (incluidas Gran Bretaña y Alemania) deben sus nombres a una etimología similar en los mapas de la antigua Roma para los diferentes campamentos o territorios de los bárbaros. Que todas las naciones y nacionalidades son invenciones y mistificaciones muy poco científicas puede ser cierto. Pero eso no resuelve, sin embargo, la atracción psicológica humana hacia tales mitologías: un impulso que fascinó a grandes marxistas como Mariátegui. El por otra parte comprensible desprecio hacia el nacionalismo no impide a Studebaker defender lo que considera el derecho de los asentamientos ilegales israelíes a permanecer, sin ser cuestionados, en Cisjordania.
El profesor estadounidense Chris Cutrone es probablemente el intelectual más consumado y coherente dentro de este grupo. En sus podcasts, Cutrone habla como si estuviera aplicando una lectura anticuada y celebratoria de las infames afirmaciones de Marx y Engels de que la brutal invasión estadounidense a México fue un desarrollo positivo prometedor, porque sentaría las bases para la industrialización y el empleo de América Latina, aliviando así a las masas mexicanas de la «idiotez bucólica» de la economía agraria y modernizando a los campesinos cuasi-feudales para convertirlos en un proletariado digno que luego podría rebelarse apropiadamente. Cutrone parece haber sustituido Palestina por México, e Israel por EE.UU., en su lectura de la teleología frustrada. Esta visión excéntrica sería entretenida si no fuera por el contexto contemporáneo del genocidio.
En un artículo donde afirma que los palestinos tuvieron una elección entre la esclavitud asalariada o el exterminio, Chris Cutrone sostiene que los palestinos, a través de sus organizaciones identitarias pequeñoburguesas, se excluyeron a sí mismos de la política laboral, y que fue su propia violencia política en la década de 2000 la que los puso detrás de los muros y en prisiones al aire libre.
Han malogrado su utilidad como obreros asalariados para el estado capitalista israelí, afirma, poniéndose en peligro a sí mismos y haciéndose superfluos, y, por lo tanto, exterminables. Según esta versión escéptica sobre Palestina, el acercamiento del Frente de Liberación de Palestina –la principal organización marxista palestina– hacia Hamás después del 7 de octubre, sustentado en la ideología rojiverde (socialistas aliados con islamistas), habría dado sus frutos. A través de la violencia del 7 de octubre, la escisión permanente de los trabajadores palestinos respecto al estado capitalista israelí se habría completado.
El problema con esta hipótesis excesivamente simplificada es que toma diferentes fotografías estáticas de la línea temporal y las presenta como verdades absolutas. Es cierto que desde el establecimiento de una clase política profesional-gerencial palestina tras los Acuerdos de Oslo en 1993, este grupo ha funcionado como mediador entre la clase obrera palestina y las autoridades de ocupación israelíes, y que la creación de este nuevo régimen de relaciones obstaculizó la entrada y salida de la mano de obra palestina a los principales emplazamientos de los medios de producción capitalistas dentro del territorio israelí. Sin embargo, ¿qué existíaantes de estas instituciones? En 1987, estalló la primera Intifada, mayoritariamente no violenta, que fue un enorme movimiento popular de protestas y huelgas obreras, con un enorme grado de éxito político. Aquello fue una pesadilla para el estado israelí, y fue lo que condujo a la desvinculación del trabajo palestino.
En vísperas de las negociaciones de Oslo, los bandos palestino e israelí albergaban intenciones diferentes. Los emisarios palestinos querían la creación de un estado palestino: los izquierdistas y marxistas afiliados a Fatah, al Frente Democrático para la Liberación de Palestina, al Partido Popular y a otras organizaciones marxistas (un espectro que Cutrone se salta por completo) veían que establecer un gobierno estable y un estado próspero llevaría a mejorar las condiciones de la clase obrera palestina, conectándola no sólo con el trabajo israelí, sino integrándola en una concepción pan-medio-oriental del movimiento obrero. Por ello, el consejo nacional de la OLP, al que pertenecen las organizaciones marxistas mencionadas, había enmendado la constitución de la OLP para poner fin a todas las actividades de lucha armada. Sin embargo, el plan de retirada israelí de Cisjordania nunca llegó a aplicarse, debido a una crisis interna del sistema político israelí que culminó con el magnicidio de Isaac Rabin.
La intención de los «moderados» israelíes, como Rabin, al principio del proceso de Oslo, era contener la protesta palestina y los movimientos obreros mediante medidas de construcción del estado. Tras su asesinato en 1996, la estrategia del nuevo gobierno israelí favorable a los colonos respecto al proceso de negociación consistió en contener lo que resultaba más fácilmente limitable (la clase profesional-empresarial palestina), de forma que permitiera a los empresarios israelíes de la management colonial, junto con el lumpemproletariado colonial dependiente del estado de bienestar, apoderarse de la mayoría de las zonas de Cisjordania, convirtiéndose en la organización pequeñoburguesa etnonacionalista dominante en los territorios ocupados. Durante casi veinte años, los negociadores palestinos de la solución de dos estados trataron de ofrecer una serie de garantías de seguridad a la clase política de Israel a cambio de una retirada israelí, incluida la sugerencia de tropas de paz de la OTAN, sin resultados.
Cuanto más tiempo pasaba sin que se estableciera un estado palestino, más se convertía la clase profesional-gerencial palestina exclusivamente en un amortiguador, una tierra de nadie entre la mano de obra palestina y la administración militar y capitalista israelí en los territorios ocupados.
Hoy en día, para el gobierno israelí controlado por los colonos, incluso la clase profesional-gerencial nacional palestina también se está convirtiendo en desechable, ya que el gabinete israelí prepara sanciones financieras que haría colapsar a la AP para castigar su participación en litigios judiciales internacionales contra Israel.
Los Emiratos Árabes Unidos, un socio en los Acuerdos de Abraham de Trump-Kushner (desconcertantemente apoyados por Cutrone), también han decidido aislar financiera y políticamente a la AP.
Se podría argumentar, por supuesto, como hacen los izquierdistas escépticos con Palestina, que las organizaciones marxistas palestinas que se subieron al tren de Oslo estaban equivocadas desde el principio por haber abrazado el nacionalismo palestino. Se podría aducir que una solución de dos estados agudizaría la fragmentación de la clase obrera. Es probable, pero incluso varias organizaciones marxistas israelíes tienen el lema “dos estados: un futuro”. La fragmentación de clase en tiempos de paz es mucho mejor que la fragmentación de clase en tiempos de guerra, y la ocupación constante de Cisjordania y Gaza es guerra. Es una guerra permanente dirigida por el movimiento de colonos bajo protección militar. Studebaker, otro de los escépticos con Palestina, no parece transmitir todo el alcance de esta guerra total cuando utiliza un lenguaje blando carliniano4al describir a los colonos como “emigrantes” a Cisjordania y calificar la solución de dos estados de «limpieza étnica» contra ellos.
Para empezar, israelíes y palestinos nunca conocieron la unidad de la clase obrera. La insistencia de Stalin en una precipitada retirada del Mandato Británico sobre Palestina es un factor que está detrás del origen de la distopía en la que vivimos hoy. Los marxistas árabes se amoldaron de forma contraproducente al plan de partición de 1947 promovido por los soviéticos, mientras que los marxistas e izquierdistas israelíes trataron de compenetrarse con la fuerza militar de Haganá y los paramilitares de Leji (anteriormente pro-Mussolini, entre los que estaba reclutado el futuro primer ministro Menájem Beguín) en su campaña de limpieza étnica masiva. En la víspera del 15 de mayo de 1948, antes de ese anochecer y después de él, decenas de miles de obreros palestinos fueron desplazados, no sólo de sus hogares ancestrales sino de sus lugares de trabajo y sedes sindicales.
El frentepopulismo palestino (una alianza de clases antagónicas ante un enemigo común) es un subproducto de la brutalidad del estado capitalista israelí, que fue fundado por el frentepopulismo sionista, que a su vez se originó como respuesta a la barbarie del antisemitismo y los estados nazifascistas y nacionalistas en Europa. Cualquier ilusión sobre un movimiento judeo-árabe de confraternidad basada en los kibbutzim ignora el hecho de que estas conformaciones mutuamente hostiles resultaron histórica y materialmente una avalancha imparable.
Incluso antes de la creación del Estado de Israel, el ideal del anarquista religioso judío Martin Buber de una confederación comunal judeo-árabe (ideal que formaba parte del sionismo cultural y antiestatista) le convirtió en objeto de marginación y burla por parte de la comunidad sionista más amplia y etnocéntrica. No es de extrañar que Buber, a pesar de su talla como filósofo, también recibiera el desprecio de la izquierda.
En consecuencia, tanto más anacrónico resulta imaginar que existiera la posibilidad, en una etapa tan tardía como la década del 90, de que surgiera alguna forma de movimiento judeo-árabe en torno a los kibbutzim, cuando tanto el estado israelí como la economía neoliberal consolidaron definitivamente su poder. El quid del problema no es que la clase obrera palestina no pueda integrarse en Israel. Al contrario, es el estado israelí el que se ha resistido, el que ha rechazado la integración en su seno, el que se ha negado a tener en la región un proletariado unido, en igualdad de condiciones. ¿Por qué hacerlo cuando se ejerce tanto poder militar y económico? ¿Por qué convertirse en camarada, cuando puede ser el jefe al que Cutrone nos insta a obedecer?
Lo que podemos desear de manera realista es fomentar los esfuerzos de confraternización judeo-árabe en las Américas (desde Argentina y Chile, hasta a México y Montreal) en un contexto de relaciones sociales adecuadas y avanzadas, en un país donde al menos se tenga una Constitución que se aplique a todos por igual. Pero, ¿están ayudando los marxistas escépticos con Palestina a hacer posible esta confraternización? Creemos que no. Su lenguaje sectario es causante de nuevas divisiones, porque se desliza hacia una solidaridad moralista y sin matices con Israel, tal como la hemos vimos desplegada en todo Occidente tras el 7 de octubre. Ese sentimentalismo es otra variante contemporánea del frentepopulismo. La sugerencia de Cutrone de que “los árabes deberían haber solicitado trabajo en los kibbutzim, en lugar de matar a los kibbutzim”, niega el hecho de que, si los árabes fueron alguna vez elegibles para trabajar junto a los judíos en los kibbutzim, esto sólo pudo ocurrir antes de 1948. Pero este tipo de afirmaciones no pretenden generar diálogo. Muchos de los defensores de Cutrone en este tema resultan ser partidarios de la guerra. No se trata simplemente de una catarsis que desplaza a la política real, sino de una política-placebo para quienes prefieren dormir tranquilos por la noche.
La verdadera ironía de esta escuela de pensamiento es que, en última instancia, significa la capitulación ante lo que el marxismo escéptico con Palestina ha tratado de evitar más que nada: la distracción sobre los asuntos verdaderamente importantes, no hacer mucho ruido innecesario sobre una franja de tierra a miles de kilómetros de distancia, densa de identidad. De hecho, bien podríamos desperdiciar los próximos años hablando prioritariamente de cómo Palestina no es una prioridad. Aquí, los esfuerzos por desenmascarar a la «ultraizquierda infantil» acaban haciéndose eco de esa misma ultraizquierda en todo su preciosismo sectario. Los análisis repetitivos que vienen de los márgenes, unidos en la condena del “espectáculo debordiano”5 que anima las protestas de los campus universitarios, equivalen a otro espectáculo más narcisista. Cuando los propios críticos del activismo performativo son hostiles a los matices y al contexto geopolítico, lo que se nos queda es la farsa.
Los marxistas escépticos con Palestina no creen en la solución de los dos estados, y ésta se ha convertido en una postura muy extendida en la izquierda, irónicamente compartida también por muchos de los manifestantes de los campus, así como por los colonos. Pero la sensación de que uno tiene que leer a estos autores varias veces caritativamente para encontrar algún indicio oculto de que en realidad creen en una solución de un estado (que, en la práctica, se acerca más al proyecto de apartheid de Trump-Kushner para el Gran Israel) demuestra que la literatura marxista escéptica con Palestina versa más sobre el espectáculo sectario que sobre la búsqueda real de soluciones. (Y como también condenarían a los anarquistas por pueriles, tampoco abogan abiertamente por una «solución sin estado», a menos, por supuesto, que se aplique selectivamente nada más que a los palestinos). Esta falta de seriedad no pone en cuestionamiento la condición performativa de la «Intifada de la Ivy League»6, sino que la complementa e incluso la refuerza.
De hecho, es fácil olvidar que ambos bandos de la lucha interna marxista sobre la cuestión palestina pertenecen a la misma clase. Esos dos beligerantes están recreando un enfrentamiento histórico: cuando Nasser le dijo a Kruschev que quería proteger la soberanía árabe, y Kruschev le dijo a Nasser que quería proteger a la clase obrera árabe. Ambos eran testaferros del poder de la burocracia estatal.
Fakhry Al-Serdawi
Arturo Desimone
NOTAS
1 “The Palestine Question and the American Context”, Arab Studies Quarterly, vol. 2, nro. 2, primavera 1980, pp. 127-149.
2 www.compactmag.com/article/the-new-progressive-nihilism.
3 https://sublationmedia.com/while-we-scream-and-shout-egypt-sorts-it-out.
4 Soft language (lenguaje blando o suave) es una expresión satírica popularizada por el cómico estadounidense George Carlin (1937-2008) para criticar el uso hipócrita o capcioso de eufemismos, el edulcoramiento retórico de verdades amargas. Véase al respecto este número de stand up suyo de los años 90: www.youtube.com/watch?v=o25I2fzFGoY. (Nota del editor)
5 Por Guy Debord, el filósofo y sociólogo francés que escribió en los sesenta La sociedad del espectáculo. (Nota del editor)
6 Las ocho universidades más tradicionales y elitistas de los Estados Unidos, en el nordeste del país: Harvard, Yale, Princeton, Columbia, Cornell, Brown, Dartmouth College y Universidad de Pensilvania. (Nota del editor)