Fotografía: muestra artística de Yukiyo Kawano –la autora de este artículo– con una recreación de «Fat Man», la bomba atómica que cayó en Nagasaki. Fue construida con papel de diario, hierba de bambú, alambre, tela, varillas de polietileno y cuerdas de nailon. Crédito: CFreedom. Fuente: https://theimmigrantstory.org/reconstructing-how-the-eyes-see.
Nota preliminar.— El domingo pasado, la taquillera superproducción de Hollywood Oppenheimer arrasó en la ceremonia de los Premios Oscar, como era de preverse. Con trece nominaciones, obtuvo siete estatuillas de la Academia, entre ellas la de mejor film y la de mejor director. En Kalewche nunca hemos compartido la euforia bobalicona por el largometraje de Christopher Nolan, ni cuando se lo estrenó ni cuando se lo galardonó.
Aunque no negamos su excelencia técnica y majestuosidad visual, ni tampoco el virtuosismo de sus actuaciones, nos parece que su desarrollo argumental como biopic es fallido, con una propuesta maratónica de tres horas que abarcan, en realidad, dos películas muy dispares reunidas con fórceps en una sola: el drama histórico en clave épica sobre el físico que se convirtió en el director del proyecto Manhattan y la prueba Trinity durante la Segunda Guerra Mundial, que es atrapante e intenso; y un típico policial de intriga y juicio acerca del científico caído en desgracia durante la Guerra Fría y el macartismo, que resulta anodino, amén de confuso. El ensamble entre las dos partes es forzado, fallido. Ni chicha, ni limonada, como reza el refrán popular.
Pero no es este el mayor bemol del largometraje, sino su concepción ideológica. Oppenheimer es una película insoportablemente prometeísta, chovinista, imperialista, belicista y negacionista. Ve en el desarrollo de armas de destrucción masiva una hazaña científico-tecnológica digna de admiración y exaltación, un panegírico apenas matizado por algunos escrúpulos morales y sentimientos culposos desperdigados aquí o allá. Convierte impúdicamente el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki en una «gran hazaña nacional» del hegemón estadounidense, minimizando y sublimando –invisibilizando y justificando– el horror desatado por Little Boy y Fat Man como «males menores» o «males necesarios», en pos de la «causa humanitaria» de la «paz mundial» liderada por el Tío Sam (acelerar la rendición de Japón, ahorrar vidas de civiles y soldados). Con absoluto descaro, Oppenheimer oculta el peso decisivo, la incidencia preponderante que tuvieron los mezquinos cálculos geopolíticos anticomunistas asociados al inicio de la Guerra Fría (evitar que el norte de Japón fuera invadido por el Ejército Rojo y que la ocupación aliada del archipiélago quedara compartida con la Unión Soviética, como había ocurrido en Alemania y ocurriría en Corea).
Hace años, el comediante escocés de stand-up Frankie Boyle dijo acerca de Hollywood y la guerra de Vietnam: “los Estados Unidos no sólo irán a tu país y matarán a todo tu pueblo, sino que volverán veinte años después y harán una película sobre cómo el haber matado a tu pueblo hizo que sus soldados se sintieran tristes”. Mutatis mutandis, esto se aplica también a Oppenheimer. Su autorreferencialidad narcisista –que a menudo llega al autobombo megalómano– es realmente infumable. El Oppenheimer de Nolan se siente conflictuado y consternado, pero nunca arrepentido. Está convencido de que hizo lo que debía hacer, por el bien de los Estados Unidos de América. Aunque entristecido, no tiene nada que reprocharse, pues la ética casuística del «malmenorismo» estaría de su lado. ¿El sufrimiento de los hibakushas en Japón? Bien, gracias. El horror maquiavélicamente racionalizado: el fin justifica los medios.
El año pasado, luego del estreno del film, tratamos de contrarrestar la marea negacionista o banalizadora con varias publicaciones. En primer lugar, el ensayo de Eduardo Wolovelsky “Proyecto Manhattan”, que vio la luz a fines de julio, en nuestra sección cultural Nocturlabio. Luego, en agosto, la traducción del artículo de John White “Oppenheimer, the Hero? Selling America by the Trinitrotoluene Ton”, junto con un extenso dossier sobre Hiroshima y Nagasaki, en ocasión del 78° aniversario.
Hoy, poco después de que la película de Nolan recibiera un aluvión de óscares, nos parece necesario insistir en nuestra crítica. Para eso, hemos traducido del inglés un artículo escrito por Yukiyo Kawano, una artista plástica y docente japonesa que es nieta de hibakushas, nacida en Hiroshima hacia 1974, fuertemente comprometida con el pacifismo, el movimiento antinuclear y la militancia ecologista contra la minería del uranio. Radicada en la ciudad de Portland, Oregón, Costa Oeste de EE.UU., trabaja como profesora en un colegio de bellas artes. El texto fue originalmente publicado en la página web de la Union of Concerned Scientists (UCS), el 15 de agosto de 2023, bajo el título “My Reason for Not Watching Oppenheimer (A Perspective from Hiroshima)”. En la fotografía de portada, puede apreciarse una exhibición artística de Kawano, alusiva al bombardeo atómico contra Japón de 1945.
A medida que nos acercábamos al 6 de agosto de 2023, el 78º aniversario del bombardeo atómico estadounidense en Hiroshima, mi mente no dejaba de volver al sótano de la Compañía de Energía Eléctrica Chugoku, a 800 metros del hipocentro, donde estaba mi abuelo aquel día. Soy testigo de cómo la fuerza de la bomba nuclear puede destruir el cuerpo humano, de cómo el vacío de una explosión nuclear puede arrancar los globos oculares de un niño, de cómo las quemaduras atómicas pelan la piel, hinchan y corroen la cara de formas que la humanidad nunca había visto. Según una crítica, el cineasta se centra en el rostro de Oppenheimer en lugar de mostrar la carnicería de su bomba.
A partir de unos minutos de entrevista con el director, puedo ver que los espectadores de su película asumirán con seguridad que los personajes disponen de todos los medios de escape posibles para minimizar su exposición a la radiación. Tal espacio nunca se ofreció a las personas a ras de suelo en Hiroshima y Nagasaki durante aquellos días críticos. La nube en forma de hongo creada por la explosión se representó una y otra vez en el tráiler de la película. Pero, para la gente de mi comunidad, es un símbolo de cenizas. Esa nube contenía la carne y los huesos de nuestros abuelos.
La cumbre del G7
El pasado mes de mayo estuve en Hiroshima, la ciudad donde nací y crecí, y presencié la cumbre del G7 desde el nivel del suelo. Seis naciones occidentales –Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Canadá, Estados Unidos y el primer ministro de Japón, Fumio Kishida, que había sobrevivido a un intento de asesinato por parte de un pescador un mes antes– se reunieron para estrechar sus lazos. La ciudad estaba paralizada. Acudieron policías de todo Japón, las escuelas permanecieron cerradas durante cinco días y hubo tantos cortes de carreteras que la gente se quedó en casa viéndolo por televisión.
Biden entró en Japón por Iwakuni, una base militar estadounidense, mientras que otros utilizaron el aeropuerto japonés/puerta de la nación independiente. Los demás líderes también se alojaron en un hotel japonés de Ujina, cerca de la orilla del mar interior de Seto, donde se celebró la cumbre. Biden se dirigió directamente a un hotel de propiedad estadounidense –el Hilton– en el centro de la ciudad, deteniendo todo el tráfico allí, cerca de la zona cero. Los camarógrafos de las cadenas de TV locales intentaban captar a un ayudante presidencial que portaba el “maletín atómico”, que siempre acompaña al presidente estadounidense y le permite lanzar un ataque nuclear en cualquier parte del mundo.
La gente vio cómo el primer ministro Kishida hablaba de avances en las conversaciones sobre desarme nuclear. Los líderes prometieron al presidente de Ucrania proporcionar armas, incluidas municiones de uranio empobrecido, “durante el tiempo que sea necesario”, dijo Biden, para ganar la guerra. Esto se dijo en la ciudad de Hiroshima, donde la gente ha compartido un entendimiento común durante 78 años de que nunca deben traicionar a los hibakushas –las víctimas de la bomba atómica– que rezan por la Paz Mundial, y viven con el miedo a la enfermedad de la radiación y a morir de cáncer con un dolor insoportable.
Durante la cumbre, Biden visitó el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima, conocido por los lugareños como Parque de la Bomba Atómica, un monumento en memoria de quienes sufrieron la fuerza masiva de la explosión atómica. Es un hito de la tragedia humana y de nuestra entrada en la era nuclear. Kazumi Matsui, alcalde de Hiroshima, visitó la embajada de EE.UU. en Tokio poco después de la cumbre para firmar un Acuerdo de Parques Hermanos entre el Parque de la Bomba Atómica y el Parque Conmemorativo Nacional de Pearl Harbor.
El Pearl Harbor Memorial Park conmemora la batalla entre Estados Unidos y Japón que comenzó con el ataque de las fuerzas japonesas a Pearl Harbor. Conmemora la muerte de más de 2.000 marineros y soldados estadounidenses, así como de 68 civiles atrapados en el fuego cruzado. El Acuerdo de Parques Hermanos revela un consenso oficial entre la ciudad de Hiroshima y Estados Unidos de que la guerra comenzó con el ataque (injustificado) a Pearl Harbor y terminó con el lanzamiento (justificado) de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
La Alianza de Hiroshima para la Abolición de las Armas Nucleares [HANWA, por sus siglas en inglés] es un grupo local formado por descendientes de hibakushas y allegados. Advirtieron a los ciudadanos de Hiroshima, en medio de la festiva cumbre del G7, de que acuerdos como éste colocan a la ciudad en una vía rápida para ser transformada hasta quedar irreconocible, con una narrativa que carece de exactitud histórica y borra el pasado.
La Sra. Haruko Moritaki, descendiente de hibakushas y representante de HANWA, quien se enfrenta a la fase terminal de un cáncer, participó en una reunión de la Asamblea de Ciudadanos el 17 de mayo de 2023. Comentó las declaraciones del presidente Obama durante su breve visita al Parque de la Bomba Atómica en 2016, el primer presidente estadounidense en ejercicio que visitaba Hiroshima desde la guerra. Obama pronunció un breve discurso en el que dijo: “Hace 71 años, en una mañana brillante y despejada, la muerte cayó del cielo y el mundo cambió”. La Sra. Moritaki dijo: “La muerte no cayó del cielo. La muerte la trajo Estados Unidos lanzando la bomba… sobre seres humanos”.
El presidente Biden no pronunció ningún discurso cuando visitó el Parque de la Bomba Atómica. No tenía nada que decir al pueblo de Hiroshima.
Mi rol como una artista
Como artista visual, educadora e hibakusha de tercera generación que ahora vive en Estados Unidos, he visitado muchos sitios atómicos del país a lo largo de los años para comprender la narrativa nuclear estadounidense. He sido testigo de cómo el desarrollo de la tecnología atómica cambió para siempre la tierra y sigue dividiendo comunidades y oprimiendo a los vulnerables.
Como artista del año 2023, formo parte de una comunidad a la que se le pide constantemente que aborde cuestiones éticas sobre lo que está en juego en una obra de arte: ¿Quién cuenta la historia? ¿A quién se silencia en el proceso? ¿Quién se supone que es el espectador en un contexto determinado? Me pregunto si el cineasta se planteó o no estas mismas preguntas.
Ya hemos oído suficiente de los que se benefician de la actual estructura de poder, que pueden relacionarse con el hombre responsable de arrasar dos ciudades, pero no con las más de 200 mil personas que murieron, junto con el resto de los habitantes de la ciudad que quedaron heridos, enfrentándose a muertes lentas y horribles por la exposición a la radiación.
Así que, de nuevo, pregunto: ¿Cuál es el marco en torno a la producción de una película que constituye un sufrimiento histórico? ¿Cómo se aborda el tema siendo respetuoso con los sentimientos difíciles y a menudo dolorosos que provoca la película? Es un deber moral del cineasta decidir cómo se difunden estas imágenes sin reinstaurar el trauma.
En solidaridad con quienes no fueron filmados
En un artículo titulado “The Racial Underpinnings of the Hiroshima and Nagasaki bombings”, Elaine Scarry señala que el 18 de septiembre de 1944, el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill se reunieron en la finca de Roosevelt en Hudson Valley. Una grabación escrita revela que Japón había sido designado como objetivo de los bombardeos casi siete meses antes de que Alemania se rindiera el 7 de mayo de 1945. El entrenamiento que tenía lugar en el Pacífico para la misión de lanzar la bomba sobre Japón se inició ese mismo mes, lo que apoya aún más el contenido de la reunión entre Roosevelt y Churchill. Los registros históricos indican, una vez más, la forma en que el desarrollo nuclear impide que las naciones blancas sean víctimas de atrocidades nucleares.
Scarry cita a Langston Hughes, que comentó en 1953: “(Hasta que no cese la injusticia racial en Estados Unidos), va a ser muy difícil que algunos estadounidenses no piensen que la forma más fácil de resolver los problemas de Asia es simplemente lanzar una bomba atómica sobre las cabezas de color de allí.”
Scarry continúa: “La crueldad infligida diariamente a la gente de color en las calles de nuestra ciudad actúa como un ensayo mental para llevar a cabo matanzas a gran escala en el extranjero. Mantiene ágil nuestra capacidad de crueldad; embota la mente y nos prepara en la práctica para pronunciar la palabra ‘prescindible’”.
Mi amigo Petuuche Gilbert, de Acoma Pueblo, en Nuevo México, que trabaja incansablemente para llamar la atención sobre la contaminación actual de su pueblo a causa de la minería de uranio, me dijo: “Quiero que la película reconozca [sic] toda la historia del impacto de la bomba nuclear no sólo sobre sus primeras víctimas, sino sobre las vidas de los pueblos indígenas que también viven con su legado de desarrollo y aplicación. Quiero que la película mencione a los pueblos indígenas cuyas tierras fueron ocupadas para construir y probar la bomba. Quiero que cuente y comprenda las tragedias de la cadena del combustible nuclear”.
Y añadió: “El Destino Manifiesto fue necesario para construir Estados Unidos y tener lo que es hoy: poder y supremacía estadounidenses”.
En el G7, en el discurso de Obama, en el Acuerdo de Parques Hermanos, y ahora de nuevo en Oppenheimer, vemos el borrado de los hibakushas y sus experiencias, la supremacía de la guerra y el poder nacional sobre las personas perjudicadas por esa supremacía.
No, no necesito ver la película y volver a traumatizarme.
Mi solidaridad es con las personas que no fueron filmadas, las que siguen sufriendo.
Yukiyo Kawano
Nota final.— Un dato profundamente revelador: en Japón, Oppenheimer aún no se ha estrenado, y ya han pasado ocho meses… No estamos haciendo ninguna apología de la censura ni de la cultura de la cancelación. Solamente constatamos la existencia de un síntoma sociológico de profundo malestar en el país del Sol Naciente. La semana que pasó, la distribuidora Bitters End Inc. –que tiene los derechos de exhibición– organizó un preestreno con mesa redonda en Hiroshima, para sondear a la opinión pública japonesa en el lugar más sensible de todo el archipiélago, y así evaluar si es viable o conveniente el estreno masivo. Al parecer, Bitters End Inc. lanzaría finalmente el largometraje el 29 de marzo. Veremos si es así (ya hubo varias postergaciones), y cuáles son las repercusiones sociales.