Ilustración: Nakba, de Sandra Watfa. Óleo sobre lienzo, 1986. Fuente: Middle East Eye.
Publicamos en Brulote, nuestra sección de política internacional, tres nuevos artículos críticos de Ilan Pappé –el reconocido historiador israelí, judío de izquierda y antisionista, exiliado en Gran Bretaña debido a sus cuestionamientos al Likud, la ultraderecha gobernante– sobre la historia y actualidad del sionismo como proyecto colonial necesariamente violento y lobista, hoy en crisis; y sobre su probable devenir a largo plazo, que el autor pronostica con tintes sombríos. En efecto, Pappé cree que, por distintas razones que va desgranando, el Estado de Israel tal como hoy lo conocemos –un régimen etnonacionalista, crecientemente confesional e incluso teocrático, militarizado y expansionista, basado en el apartheid, la limpieza étnica y el genocidio «por goteo» contra la población árabe autóctona de Palestina, musulmanes en su abrumadora mayoría– se halla en declive y va camino al colapso (una predicción optimista que, por razones de cautela intelectual, nos resulta difícil compartir; aunque nos gustaría poder hacerlo, por razones de implicación ideológica).
El primer artículo, “The Collapse of Zionism”, fue publicado el 21 de junio en Sidecar, el blog de la New Left Review. El segundo texto, que lleva por título “We Can Defeat the Lobby”, apareció en The Palestine Chronicle el 9 de julio. El tercer y último artículo, “To stop the century-long genocide in Palestine, uproot the source of all violence: Zionism”, salió a la luz el 1° de agosto en The New Arab, un periódico liberal-progresista con sede en Londres, afín al panarabismo y vinculado a capitales cataríes, que cubre noticias de Medio Oriente y el Magreb.
De yapa, compartimos con ustedes, al final del tríptico, una recensión del último libro de Pappé, Lobbying for Zionism on Both Sides of the Atlantic (Londres, Oneworld Publications, 2024). El reseñista es Peter Oborne, un periodista y ensayista inglés de ideología liberal que militó en el Partido Conservador, pero que es lo suficientemente crítico y honesto como para no querer tapar el sol con un dedo. La reseña salió publicada en Middle East Eye con fecha 24 de junio, bajo el título “Why Ilan Pappe’s new book on the Israel lobby is a must-read”.
Todas las traducciones del inglés son nuestras, igual que las aclaraciones entre corchetes.
No es la primera vez que publicamos en Kalewche textos de Ilan Pappé. Quienes deseen leer los anteriores, pueden hacerlo aquí. Encontrarán también más precisiones biográficas acerca del autor y su obra, que incluye libros imprescindibles de la historiografía contemporánea como The Ethnic Cleansing of Palestine (2006), traducido al castellano por la editorial barcelonesa Crítica: La limpieza étnica de Palestina (2008).
EL COLAPSO DEL SIONISMO
El asalto de Hamás del 7 de octubre puede compararse a un terremoto que sacude un viejo edificio. Las grietas ya empezaban a aparecer, pero ahora son visibles en sus mismos cimientos. Más de 120 años después de su creación, ¿podría el proyecto sionista en Palestina –la idea de imponer un estado judío en un país árabe, musulmán y de Medio Oriente– enfrentarse a la perspectiva del colapso? Históricamente, una plétora de factores puede hacer zozobrar a un estado. Puede ser el resultado de constantes ataques de países vecinos o de una guerra civil crónica. Puede seguir al desmoronamiento de las instituciones públicas, que se vuelven incapaces de prestar servicios a los ciudadanos. A menudo comienza como un lento proceso de desintegración que cobra impulso y luego, en poco tiempo, derrumba estructuras que antes parecían sólidas y firmes.
La dificultad reside en detectar los primeros indicadores. Aquí argumentaré que éstos son más claros que nunca en el caso de Israel. Estamos asistiendo a un proceso histórico –o, para ser más exactos, al comienzo de uno– que probablemente culminará con la caída del sionismo. Y, si mi diagnóstico es correcto, también estamos entrando en una coyuntura especialmente peligrosa. Porque una vez que Israel se dé cuenta de la magnitud de la crisis, desatará una fuerza feroz y desinhibida para intentar contenerla, como hizo el régimen del apartheid sudafricano durante sus últimos días.
* * *
1. Un primer indicador es la fractura de la sociedad judía israelí. En la actualidad, se compone de dos campos rivales incapaces de encontrar un terreno común. La fractura tiene su origen en las anomalías de la definición del judaísmo como nacionalismo. Mientras que la identidad judía en Israel ha parecido a veces poco más que un tema de debate teórico entre facciones religiosas y laicas, ahora se ha convertido en una lucha por el carácter de la esfera pública y del propio estado. Esta lucha no sólo se libra en los medios de comunicación, sino también en las calles.
Un bando puede denominarse el “Estado de Israel”. Está formado por judíos europeos y sus descendientes, más laicos, liberales y, en su mayoría –aunque no exclusivamente– de clase media, que contribuyeron decisivamente a la creación del Estado en 1948 y siguieron siendo hegemónicos en él hasta finales del siglo pasado. No se equivoquen: su defensa de los “valores democráticos liberales” no afecta a su compromiso con el sistema de apartheid que se impone, de diversas formas, a todos los palestinos que viven entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Su deseo básico es que los ciudadanos judíos vivan en una sociedad democrática y pluralista, de la que estén excluidos los árabes.
El otro bando es el “Estado de Judea”, que se desarrolló entre los colonos de la Cisjordania ocupada. Goza de crecientes niveles de apoyo dentro del país y constituye la base electoral que aseguró la victoria de Netanyahu en las elecciones de noviembre de 2022. Su influencia en las altas esferas del Ejército y los servicios de seguridad israelíes crece exponencialmente. El “Estado de Judea” quiere que Israel se convierta en una teocracia que se extienda por toda la Palestina histórica. Para lograrlo, está decidido a reducir el número de palestinos al mínimo y contempla la construcción de un Tercer Templo en lugar de Al-Aqsa. Sus miembros creen que esto les permitirá renovar la era dorada de los Reinos Bíblicos. Para ellos, los judíos laicos son tan herejes como los palestinos si se niegan a unirse a este empeño.
Los dos bandos habían empezado a enfrentarse violentamente antes del 7 de octubre. Durante las primeras semanas tras el asalto, parecieron dejar de lado sus diferencias frente a un enemigo común. Pero esto era una ilusión. Los enfrentamientos callejeros se han reavivado, y es difícil ver qué podría propiciar la reconciliación. El resultado más probable ya se está produciendo ante nuestros ojos. Más de medio millón de israelíes, adscritos al “Estado de Israel”, han abandonado el país desde octubre, lo que indica que el país está siendo engullido por el “Estado de Judea”. Se trata de un proyecto político que el mundo árabe, y tal vez incluso el mundo en general, no tolerarán a largo plazo.
2. El segundo indicador es la crisis económica de Israel. La élite política no parece tener ningún plan para equilibrar las finanzas públicas en medio de perpetuos conflictos armados, más allá de depender cada vez más de la ayuda financiera estadounidense. En el último trimestre del año pasado, la economía se desplomó casi un 20%; desde entonces, la recuperación ha sido frágil. Es poco probable que la promesa de Washington de 14.000 millones de dólares revierta esta situación. Por el contrario, la carga económica no hará sino empeorar si Israel sigue adelante con su intención de entrar en guerra con Hezbolá, al tiempo que incrementa la actividad militar en Cisjordania, en un momento en que algunos países –entre ellos Turquía y Colombia– han empezado a aplicar sanciones económicas.
La crisis se agrava aún más por la incompetencia del ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, que canaliza constantemente dinero hacia los asentamientos judíos de Cisjordania, pero que por lo demás parece incapaz de dirigir su área. El conflicto entre el “Estado de Israel” y el “Estado de Judea”, junto con los acontecimientos del 7 de octubre, está provocando entretanto que parte de la élite económica y financiera traslade su capital al exterior. Los que se plantean trasladar sus inversiones constituyen una parte significativa del 20% de israelíes que pagan el 80% de los impuestos.
3. El tercer indicador es el creciente aislamiento internacional de Israel, a medida que se convierte gradualmente en un estado paria. Este proceso comenzó antes del 7 de octubre, pero se ha intensificado desde el inicio del genocidio. Se refleja en las posiciones sin precedentes adoptadas por la Corte Internacional de Justicia y el Tribunal Penal Internacional. Anteriormente, el movimiento mundial de solidaridad con Palestina fue capaz de galvanizar a la gente para que participara en iniciativas de boicot, pero no consiguió avanzar en la perspectiva de sanciones internacionales. En la mayoría de los países, el apoyo a Israel seguía siendo inquebrantable entre la élite política y económica.
En este contexto, las recientes decisiones de la CIJ y el TPI –que Israel puede estar cometiendo genocidio, que debe detener su ofensiva en Rafah, que sus dirigentes deben ser detenidos por crímenes de guerra– deben verse como un intento de tener en cuenta las opiniones de la sociedad civil mundial, en lugar de un mero reflejo de la opinión de las élites. Los tribunales no han aliviado los brutales ataques contra la población de Gaza y Cisjordania. Pero han contribuido al creciente coro de críticas al estado israelí, que cada vez proceden más de arriba y de abajo.
4. El cuarto indicador, interconectado, es el cambio radical que se ha producido entre los jóvenes judíos de todo el mundo. Tras los acontecimientos de los últimos nueve meses, muchos parecen ahora dispuestos a deshacerse de su conexión con Israel y el sionismo para participar activamente en el movimiento de solidaridad con Palestina. Las comunidades judías, especialmente en Estados Unidos, proporcionaron en su día a Israel una inmunidad efectiva frente a las críticas. La pérdida, o al menos la pérdida parcial, de este apoyo tiene importantes implicaciones para la posición mundial del país. El AIPAC [Comité Estadounidense de Asuntos Públicos de Israel, por sus siglas en inglés] puede seguir contando con la ayuda de los sionistas cristianos y con el apoyo de sus miembros, pero no será la misma organización formidable sin una importante base de apoyo judía. El poder de lobby se está erosionando.
5. El quinto indicador es la debilidad del Ejército israelí. No cabe duda de que las IDF [Fuerzas de Defensa de Israel, por sus siglas en inglés] siguen siendo una fuerza poderosa con armamento de vanguardia a su disposición. Sin embargo, sus limitaciones quedaron al descubierto el 7 de octubre. Muchos israelíes consideran que el Ejército tuvo mucha suerte, ya que la situación podría haber sido mucho peor si Hezbolá se hubiera unido en un asalto coordinado. Desde entonces, Israel ha demostrado que depende desesperadamente de una coalición regional, liderada por Estados Unidos, para defenderse de Irán, cuyo ataque de advertencia en abril supuso el despliegue de unos 170 drones, además de misiles balísticos y guiados. Más que nunca, el proyecto sionista depende de la rápida entrega de enormes cantidades de suministros por parte de los estadounidenses, sin los cuales ni siquiera podría luchar contra un pequeño ejército guerrillero en el sur.
La población judía del país percibe ahora de forma generalizada la falta de preparación y la incapacidad de Israel para defenderse. Esto ha provocado una gran presión para que se elimine la exención militar de los judíos ultraortodoxos, en vigor desde 1948, y se empiece a reclutar a miles de ellos. Esto apenas cambiará las cosas en el campo de batalla, pero refleja la magnitud del pesimismo sobre el Ejército, que, a su vez, ha profundizado las divisiones políticas dentro de Israel.
6. El último indicador es la renovación de energía entre la generación más joven de palestinos. Está mucho más unida, orgánicamente conectada y tiene más claras sus perspectivas que la élite política palestina. Dado que la población de Gaza y Cisjordania es una de las más jóvenes del mundo, esta nueva cohorte tendrá una inmensa influencia en el curso de la lucha de liberación. Los debates que están teniendo lugar entre los grupos de jóvenes palestinos muestran que están preocupados por establecer una organización genuinamente democrática –ya sea una OLP renovada o una nueva– que persiga una visión de la emancipación que sea antitética a la campaña de la Autoridad Palestina por el reconocimiento como estado. Parecen preferir la solución de un estado al desacreditado modelo de dos estados.
¿Serán capaces de dar una respuesta eficaz al declive del sionismo? Es una pregunta difícil de responder. El colapso de un proyecto de estado no siempre va seguido de una alternativa más brillante. En otros lugares de Oriente Próximo –en Siria, Yemen y Libia– hemos visto lo sangrientos y prolongados que pueden ser los resultados. En este caso, se trataría de una descolonización, y el siglo pasado ha demostrado que las realidades poscoloniales no siempre mejoran la condición colonial. Sólo la agencia de los palestinos puede hacernos avanzar en la dirección correcta.
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Creo que, tarde o temprano, una fusión explosiva de estos indicadores tendrá como resultado la destrucción del proyecto sionista en Palestina. Cuando esto ocurra, debemos esperar que un robusto movimiento de liberación llene el vacío.
Durante más de 56 años, lo que se denominó “proceso de paz” –un proceso que no llevaba a ninguna parte– fue en realidad una serie de iniciativas estadounidense-israelíes ante las cuales se pedía a los palestinos que reaccionaran. Hoy, “paz” debe sustituirse por descolonización, y los palestinos deben poder articular su visión de la región, y a los israelíes se les debe pedir que reaccionen. Sería la primera vez, al menos en muchas décadas, que el movimiento palestino tomara la iniciativa de exponer sus propuestas para una Palestina poscolonial y no sionista (o como quiera que se llame la nueva entidad). Al hacerlo, probablemente mirará a Europa (quizás a los cantones suizos y al modelo belga) o, más acertadamente, a las antiguas estructuras del Mediterráneo oriental, donde los grupos religiosos secularizados se transformaron gradualmente en grupos etnoculturales que convivían en el mismo territorio.
Tanto si a la gente le agrada la idea como si le aterra, el colapso de Israel se ha convertido en algo previsible. Esta posibilidad debería influir en el debate a largo plazo sobre el futuro de la región. Se impondrá en la agenda a medida que la gente se dé cuenta de que el intento de un siglo, liderado por Gran Bretaña y luego por Estados Unidos, de imponer un estado judío en un país árabe está llegando lentamente a su fin. Tuvo el éxito suficiente para crear una sociedad de millones de colonos, muchos de ellos ahora de segunda y tercera generación. Pero su presencia sigue dependiendo, como cuando llegaron, de su capacidad para imponer violentamente su voluntad a millones de nativos, que nunca han renunciado a su lucha por la autodeterminación y la libertad en su tierra natal. En las próximas décadas, los colonos tendrán que abandonar este planteamiento y mostrar su voluntad de vivir como ciudadanos iguales en una Palestina liberada y descolonizada.
PODEMOS DERROTAR AL LOBBY
Nueve meses después del asalto genocida israelí a la Franja de Gaza, parece que su ataque paralelo a la libertad de expresión sobre Palestina continúa con intensidad, dificultando que el público en general aprecie la realidad de Palestina más allá de la cobertura manipulada y distorsionada que ofrecen los principales medios de comunicación.
Está claro que nos enfrentamos a una campaña coordinada, liderada por el lobby pro-israelí y dirigida a continuar con la negación histórica de la Nakba en curso.
La campaña comenzó con una advertencia a muchos periodistas y académicos de Occidente, para que no mencionaran el contexto histórico, y mucho menos moral, del asalto de Hamás a Israel el 7 de octubre. Incluso se dirigió una advertencia al secretario general de las Naciones Unidas por limitarse a señalar el contexto histórico.
Analizar los desapercibidos actos de represión puestos en marcha desde el 7 de octubre es muy importante porque nos permite plantear una cuestión de relevancia: ¿sigue siendo el lobby pro-israelí lo bastante poderoso como para silenciar la libertad de expresión sobre Palestina? ¿O los acontecimientos del 7 de octubre han dejado al descubierto sus deficiencias?
Esta pregunta me impulsó a escribir una historia de 500 páginas sobre el lobby. [Pappé se refiere a su nuevo libro, Lobbying for Zionism on Both Sides of the Atlantic. Véase más abajo la reseña de Peter Oborne]. Creo que la respuesta puede darse mejor proporcionando un contexto histórico, que nos permita apreciar la naturaleza de los esfuerzos del lobby en la actualidad y predecir su impacto futuro.
Inmediatamente después del 7 de octubre, no sólo se prohibió mencionar el contexto, sino que se silenció cualquier crítica a las acciones israelíes en Gaza.
En todo el Norte Global, las universidades expulsaron a alumnos simplemente por ser miembros de organizaciones como Students for Justice in Palestine. Incluso «desinvitaron» a académicos o autores que se atrevían a criticar a Israel. Se tomaron medidas similares contra periodistas y gente de los servicios públicos, incluso contra quienes acompañaron sus críticas con una condena del atentado de Hamás del 7 de octubre de 2023.
En la primera oleada de represión, algunos lugares de Estados Unidos cancelaron festivales de cine o conferencias anuales sobre derechos humanos que habían programado.
Fue como volver a los años 60, cuando en Estados Unidos la palabra “Palestina” se equiparaba a terrorismo. Esta ecuación, al menos en EE.UU., ya no es válida entre el público en general, dolorosamente sólo una vez que la imagen completa de los horrores de Gaza llegó a las pantallas de la televisión norteamericana. Sin embargo, la censura y la represión siguen ahí.
El asalto a la libertad de expresión sobre Palestina también apareció en el ciberespacio. Meta, que gestiona la mayoría de las plataformas de redes sociales, se dedicó y se sigue dedicando a silenciar las voces de apoyo a los palestinos, tanto en Instagram como en Facebook.
La ONG Human Rights Watch registró más de mil eliminaciones de contenidos relacionados con Palestina en estas dos plataformas, a finales de 2023. Según la organización, sólo uno de los contenidos retirados podría haberse considerado inapropiado.
Lo que es aún más preocupante es la afirmación de HRW según la cual la supresión de la libertad de expresión por parte de Meta es sistemática y global.
La supresión también se intensificó a nivel legislativo. El Congreso estadounidense está debatiendo un proyecto de ley con el nombre de “Ley de Concientización sobre el Antisemitismo”. Ya existen proyectos de ley contra el antisemitismo, por lo que el objetivo de la nueva legislación no es más que convertir en arma el antisemitismo y eliminar cualquier crítica a Israel de las categorías protegidas por la Primera Enmienda.
Increíblemente, según el nuevo proyecto de ley, el antisemitismo también puede definirse como acusar a alguien de doble moral con respecto a Israel o “negar al pueblo judío su derecho a la autodeterminación”.
Esta legislación se tradujo en brutales acciones policiales en muchas partes del mundo contra protestas y acampadas pro-palestinas. A ello se sumó un intenso escrutinio de los mensajes, en cualquier plataforma, de empleados de los sectores privado y público que se atrevían a mostrar su solidaridad con las víctimas palestinas del genocidio en Gaza.
No recuerdo que me hayan pedido ayuda, sólo en Gran Bretaña, con tantos casos diferentes de abogados que intentaban defender a clientes perseguidos por sus mensajes en Internet. La mayoría de estos mensajes exponían hechos bien conocidos y emociones legítimas de rabia, dolor y esperanza.
Como tal vez sepan los lectores, mi propia libertad de expresión sobre Palestina se vio coartada de más de una manera.
He aquí algunos ejemplos: la editorial francesa Fayard, comprada por un multimillonario sionista en 2023, dejó de imprimir y difundir mi libro La limpieza étnica de Palestina.
Otro ejemplo: me retuvieron un par de horas en el aeropuerto de Detroit para interrogarme. Además, se cancelaron la mayoría de mis conferencias en Alemania y la República Checa, por mencionar algunos países. Por suerte, los activistas y organizadores fueron lo bastante buenos como para encontrar nuevas sedes a último momento.
Hace poco me enteré de que Amazon UK (a diferencia de Amazon US) está haciendo todo lo posible para no vender mi libro Lobbying for Zionism on Both Sides of the Atlantic, probablemente porque el gigante británico del comercio electrónico está, de hecho, bajo la influencia del grupo de presión que el libro describe. Hasta ahora, ninguno de mis libros en Amazon había recibido ese trato, pero aquí estamos ahora.
Ghassan Abu Sitta, rector de la Universidad de Glasgow, se enfrentó a una experiencia similar a la que yo viví en Estados Unidos cuando viajó a Alemania y los Países Bajos. Parece que nadie es inmune a este tipo de trato, independientemente de su posición académica o reputación profesional. Todo al servicio de un lobby que intenta impedir que hablemos libremente sobre Palestina en Occidente.
Así, nueve meses después del 7 de octubre, se han intensificado los esfuerzos por silenciar el apoyo a los palestinos en general y a los gazatíes en particular.
Estos esfuerzos no están motivados por imperativos morales, ni se articulan como argumentos morales. Se ejercen mediante el empleo de la pura fuerza de la intimidación mafiosa, en aras de silenciar a todos aquellos mensajeros cuyo mensaje no sea del agrado del lobby.
Sin embargo, esto no debe verse sólo como un desafío o un revés. La ferocidad con la cual el lobby ataca cualquier intento de mostrar solidaridad con los palestinos no puede ocultar su incapacidad para «gestionar» ese pujante apoyo, que crece exponencialmente día a día.
La abundancia de banderas palestinas en todas las celebraciones del Nuevo Frente Popular tras su asombroso éxito en las elecciones nacionales francesas, el creciente aislamiento del mundo académico israelí, las sentencias del TIJ y la CPI, son sólo algunos de los muchos indicios que muestran que resulta imposible negar a Palestina, o silenciar a los palestinos y a su movimiento de solidaridad.
Los grupos de presión no tienen recursos ni capacidad suficientes para hacer frente a la solidaridad generalizada. De hecho, es el éxito de la movilización de tantas personas a favor de Palestina lo que obliga al lobby a utilizar sus armas y tácticas más destructivas.
Mientras escribo este artículo, leo la noticia del cuarto ataque israelí contra una escuela de la UNRWA [Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Cercano Oriente, por sus siglas en inglés] en Nuseirat, que ha dejado dieciséis muertos.
La escuela acogía a refugiados de otras partes de la Franja, a quienes se dijo que era un espacio seguro.
La visión de los niños enterrados bajo los escombros, rescatados por niños mayores, es suficiente para mí y, estoy seguro, para cualquiera que alguna vez haya sido silenciado por el lobby. Suficiente no para claudicar, sino para superar cualquier obstáculo que pongan en nuestro camino cuando se trata de decir la verdad al poder.
Al fin y al cabo, cuando se trata de la verdad, los palestinos no tienen nada que perder.
PARA FRENAR EL SECULAR GENOCIDIO EN PALESTINA
HAY QUE ERRADICAR LA FUENTE DE TODA VIOLENCIA: EL SIONISMO
Cuando nos rebelamos,
no es por una cultura en particular.
Nos rebelamos simplemente porque,
por muchas razones, ya no podemos respirar.
Franz Fanon
Desde la Nakba de 1948 y posiblemente desde antes, Palestina no ha visto niveles de violencia tan altos como los experimentados desde el 7 de octubre de 2023. Pero tenemos que abordar cómo se está situando, tratando y juzgando esta violencia.
De hecho, los principales medios de comunicación a menudo describen la violencia palestina como terrorismo, mientras que describen la violencia israelí como defensa propia. Rara vez se califica la violencia israelí de excesiva. Mientras tanto, las instituciones jurídicas internacionales consideran a ambas partes igualmente responsables de esta violencia, que tipifican como crímenes de guerra.
Ambas perspectivas son erróneas. La primera perspectiva distingue erróneamente entre la violencia “inmoral” e “injustificada” de los palestinos y el “derecho a defenderse” de Israel.
La segunda perspectiva, que asigna la culpa a ambas partes, proporciona un marco erróneo y en última instancia perjudicial para entender la situación actual, probablemente el capítulo más violento de la historia moderna de Palestina.
Y todas estas perspectivas pasan por alto el contexto crucial necesario para comprender la violencia que estalló el 7 de octubre.
No se trata simplemente de un conflicto entre dos partes violentas, ni de un enfrentamiento entre una organización terrorista y un estado que se defiende. Más bien representa un capítulo de la descolonización en curso de la Palestina histórica, que comenzó en 1929 y continúa hoy. Sólo en el futuro sabremos si el 7 de octubre marcó una etapa temprana en este proceso de descolonización o una de sus fases finales.
A lo largo de la historia, la descolonización ha sido un proceso violento, y la violencia de la descolonización no se ha limitado a un solo bando. Aparte de algunas excepciones donde islas colonizadas muy pequeñas fueron desalojadas «voluntariamente» por los imperios coloniales, la descolonización no ha sido un agradable asunto consensuado por el cual los colonizadores ponen fin a décadas, si no siglos, de opresión.
Pero para que éste sea nuestro punto de partida para debatir sobre Hamás, Israel y las diversas posturas mantenidas hacia ellos en el mundo, hay que reconocer la naturaleza colonialista del sionismo y, por tanto, reconocer la resistencia palestina como una lucha anticolonial, un marco totalmente negado por las administraciones estadounidenses y de otros países occidentales desde el nacimiento del sionismo y, por tanto, también por otros países occidentales.
Enmarcar el conflicto como una lucha entre colonizadores y colonizados ayuda a detectar el origen de la violencia y demuestra que no hay forma eficaz de detenerla sin abordar sus orígenes. La raíz de la violencia en Palestina es la evolución del sionismo, desde finales del siglo XIX, hacia un proyecto colonial de settlers [pobladores].
Al igual que anteriores proyectos coloniales de settlers, el principal impulso violento del movimiento –y posteriormente del estado que se estableció– era y es eliminar a la población nativa. Cuando la eliminación no se consigue mediante la violencia, la solución es siempre utilizar más violencia extraordinaria.
Por lo tanto, el único escenario donde un proyecto colonial de settlers puede poner fin a su trato violento sobre la población indígena es cuando termina o se derrumba. Su incapacidad para lograr la eliminación absoluta de la población nativa no le impedirá intentarlo constantemente mediante una política incremental de eliminación o genocidio.
El impulso anticolonial, o la propensión a emplear la violencia, es existencial, a menos que creamos que los seres humanos prefieren vivir ocupados o colonizados.
Los colonizadores tienen la opción de no colonizar o eliminar, pero rara vez dejan de hacerlo sin verse obligados a ello por la violencia de los colonizados o por la presión externa de potencias foráneas.
De hecho, como en el caso de Israel y Palestina, la mejor manera de evitar la violencia y contraviolencia es obligar al proyecto colonial de los settlers a cesar mediante la presión del exterior.
Merece la pena recordar los antecedentes históricos para dar crédito a nuestra afirmación de que la violencia de Israel debe juzgarse de forma diferente –en términos morales y políticos– a la de los palestinos.
Esto, sin embargo, no significa que la condena por violación del derecho internacional sólo pueda dirigirse contra el colonizador; por supuesto que no. Es un análisis de la historia de la violencia en la Palestina histórica lo que contextualiza los acontecimientos del 7 de octubre y el genocidio en Gaza. También indica una forma de ponerle fin.
La historia de violencia en la Palestina moderna: 1882-2000
La llegada del primer grupo de colonos sionistas a Palestina en 1882 no fue, por sí misma, el primer acto de violencia. La violencia de los colonos fue epistémica, lo que significa que el desalojo violento de los palestinos por parte de los colonos ya se había escrito, imaginado y codiciado a su llegada a Palestina, desmintiendo el infame mito de la “tierra sin gente”.
Para hacer realidad el traslado imaginado, el movimiento sionista tuvo que esperar a la ocupación de Palestina por Gran Bretaña en 1918.
Unos años más tarde, a mediados de la década del 20, con la ayuda del gobierno del Mandato Británico, once aldeas fueron objeto de una limpieza étnica tras la compra de las regiones de Marj Ibn Amer y Wadi Hawareth por el movimiento sionista a terratenientes ausentistas de Beirut y a un hacendado de Jaffa.
Esto nunca había ocurrido antes en Palestina. Los terratenientes, quienesquiera que fuesen, no desalojaban pueblos que llevaban allí siglos, desde que la ley otomana permitía las transacciones de tierras.
Este fue el origen y el primer acto de violencia sistémica en el intento de desposeer a los palestinos.
Otra forma de violencia fue la estrategia del “trabajo hebreo”, destinada a expulsar a los palestinos del mercado laboral. Esta estrategia, y la limpieza étnica, empobrecieron el campo palestino, provocando la emigración forzosa a ciudades que no podían proporcionar trabajo ni viviendas adecuadas.
Sólo en 1929, cuando a estas acciones violentas se unió el discurso sobre la construcción de un tercer templo en lugar de Haram al-Sharif, los palestinos respondieron con violencia por primera vez.
No fue una respuesta coordinada, sino espontánea y desesperada contra los amargos frutos de la colonización sionista de Palestina.
Siete años más tarde, cuando Gran Bretaña permitió la llegada de más colonos y apoyó la formación de un incipiente estado sionista con su propio ejército, los palestinos lanzaron una campaña más organizada.
Fue el primer levantamiento, que duró tres años (1936-39), conocido como la Revuelta Árabe. Durante este periodo, la élite palestina reconoció finalmente que el sionismo era una amenaza existencial para Palestina y su pueblo.
El principal grupo paramilitar sionista que colaboró con el ejército británico para sofocar la revuelta era conocido como Haganah, que significa «La Defensa», y de ahí la narrativa israelí para describir cualquier acto de agresión contra los palestinos como autodefensa, un concepto que se refleja en el nombre del Ejército israelí, las Fuerzas de Defensa de Israel.
Desde el periodo del Mandato Británico hasta hoy, este poder militar se utilizó para apoderarse de tierras y mercados. Se desplegó como fuerza de “defensa” contra los ataques del movimiento anticolonialista y, como tal, no fue diferente de cualquier otro colonizador de los siglos XIX y XX.
La diferencia es que, en la mayoría de los casos de la historia moderna donde el colonialismo ha llegado a su fin, las acciones de los colonizadores se ven ahora retrospectivamente como actos de agresión y no de autodefensa.
El gran éxito sionista ha sido vender [a la opinión pública] su agresión como autodefensa; y la lucha armada palestina, como terrorismo. El gobierno británico, al menos hasta 1948, consideró ambos actos de violencia como terrorismo, pero permitió que la peor violencia tuviera lugar contra los palestinos en 1948, cuando presenció la primera fase de la limpieza étnica de los palestinos [la Nakba].
Entre diciembre de 1947 y mayo de 1948, cuando Gran Bretaña aún era responsable de la ley y el orden, las fuerzas sionistas perpetraron un urbicidio, es decir, arrasaron las principales ciudades de Palestina y los pueblos de sus alrededores. Esto fue más que terror; fue un crimen de lesa humanidad.
Después de completar la segunda etapa de la limpieza étnica entre mayo y diciembre de 1948, a través de los medios más violentos que Palestina ha presenciado durante siglos, la mitad de la población palestina fue expulsada por la fuerza, la mitad de sus pueblos destruidos, así como la mayoría de sus ciudades.
Los historiadores israelíes afirmarían más tarde que “los árabes” querían arrojar a los judíos al mar. Los únicos que fueron arrojados literalmente al mar –y se ahogaron– fueron los expulsados por las fuerzas sionistas en Jaffa y Haifa.
La violencia israelí continuó después de 1948, pero fue contestada esporádicamente por los palestinos en un intento de construir un movimiento de liberación.
Comenzó con refugiados que intentaban recuperar lo que quedaba de sus cultivos y cosechas en los campos, acompañados más tarde por fedayines que atacaban instalaciones militares y lugares civiles. No se convirtió en una empresa significativa hasta 1968, cuando el Movimiento Fatah se hizo cargo de la OLP de la Liga Árabe.
El patrón anterior a 1967 es familiar: los desposeídos utilizaban la violencia en su lucha, pero a escala limitada, mientras que el Ejército israelí contraatacaba con una violencia abrumadora e indiscriminada, como la masacre de la aldea de Qibya en octubre de 1953, donde la Unidad 101 de Ariel Sharon asesinó a 69 aldeanos palestinos, muchos de los cuales volaron por los aires dentro de sus propias casas.
Ningún grupo de palestinos se ha librado de la violencia israelí. Los que se convirtieron en ciudadanos israelíes fueron sometidos, hasta 1966, a la forma más violenta de opresión: el régimen militar. Este sistema empleaba habitualmente la violencia contra sus súbditos, incluyendo abusos, demoliciones de casas, detenciones arbitrarias, destierros y asesinatos. Entre estas atrocidades se encuentra la masacre de Kafr Qassem, en octubre de 1956, en la que la policía fronteriza israelí asesinó a 49 aldeanos palestinos.
Este mismo sistema violento se trasladó a la Cisjordania y la Franja de Gaza ocupadas tras la guerra de junio de 1967. Durante 19 años, la violencia de la ocupación fue tolerada por los ocupados hasta la primera Intifada, mayoritariamente no violenta, en diciembre de 1987. Israel respondió con brutalidad y violencia, causando la muerte de 1.200 palestinos, 300 de ellos niños, 120 mil heridos y la demolición de 1.800 viviendas. Murieron 180 israelíes.
El patrón continuó aquí: un pueblo ocupado, desilusionado con su propio liderazgo y con la indiferencia de la región y del mundo, se levantó en una revuelta no violenta, sólo para encontrarse con toda la fuerza brutal del colonizador y ocupante.
También surge otro patrón. La Intifada desencadenó un renovado interés por Palestina –al igual que el atentado de Hamás del 7 de octubre– y dio lugar a un “proceso de paz”, los Acuerdos de Oslo, que suscitaron la esperanza de poner fin a la ocupación pero, en lugar de ello, proporcionaron inmunidad al ocupante para continuar su ocupación.
La frustración condujo, inevitablemente, a un levantamiento más violento en octubre de 2000. También desplazó el apoyo popular desde los líderes que seguían confiando en la vía diplomática para acabar con la ocupación, a los que estaban dispuestos a continuar la lucha armada contra ella: los grupos políticos islámicos.
La violencia en la Palestina del siglo XXI
Hamás y la Yihad Islámica gozan de gran apoyo por su opción de seguir luchando contra la ocupación, no por su visión teocrática de un futuro Califato o su particular deseo de hacer más religioso el espacio público.
El horrible péndulo continuó. La segunda Intifada se encontró con una respuesta israelí aún más brutal.
Por primera vez, Israel utilizó bombarderos F-16 y helicópteros Apache contra la población civil, junto con batallones de tanques y artillería que condujeron a la masacre de Yenín de 2002.
La brutalidad se dirigió desde arriba para compensar la humillante retirada en el sur del Líbano impuesta al ejército israelí por Hezbolá, en el verano de 2000. La segunda Intifada estalló en octubre de 2000.
La violencia directa contra el pueblo ocupado a partir de 2000 tomó también la forma de colonización intensiva y judaización de Cisjordania y la zona del Gran Jerusalén. Esta campaña se tradujo en la expropiación de tierras palestinas, rodeando las zonas palestinas con muros de apartheid y dando cheque en blanco a los colonos para perpetrar ataques contra los palestinos en los territorios ocupados y Jerusalén Oriental.
En 2005, la sociedad civil palestina intentó ofrecer al mundo otro tipo de lucha a través del movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), una lucha no violenta basada en un llamamiento a la comunidad internacional para que pusiera fin a la violencia colonialista israelí, que no ha sido atendido, hasta ahora, por los gobiernos.
Por el contrario, la brutalidad israelí sobre el terreno aumentó y la resistencia gazatí, en particular, se defendió con entereza, hasta el punto de obligar a Israel a desalojar de la Franja a sus colonos y soldados en 2005.
Sin embargo, la retirada no liberó la Franja de Gaza, que pasó de ser un espacio colonizado a convertirse en un campo de exterminio [territorio sitiado y bloqueado por tropas del Tzáhal] donde Israel introdujo una nueva forma de violencia.
La potencia colonizadora pasó de la limpieza étnica al genocidio, en su intento de hacer frente a la negativa palestina –particularmente en la Franja de Gaza– de vivir como un pueblo colonizado en el siglo XXI.
Desde 2006, Hamás y la Yihad Islámica han recurrido a la violencia, en respuesta a lo que consideran un genocidio continuado de Israel contra la población de la Franja de Gaza. Esta violencia también se ha dirigido contra la población civil de Israel.
Los políticos y periodistas occidentales suelen pasar por alto los efectos catastróficos indirectos y a largo plazo de estas políticas sobre la población de Gaza, como la destrucción de las infraestructuras sanitarias y el trauma que sufren los 2,2 millones de personas que viven en el gueto de Gaza.
Como hizo en 1948, Israel alega que todas sus acciones son defensivas y de represalia, en respuesta a la violencia palestina. Sin embargo, en esencia, las acciones israelíes desde 2006 no han sido represalias.
Israel inició operaciones violentas impulsado por el deseo de continuar la limpieza étnica que quedó incompleta desde 1948, con la mitad de los palestinos dentro de la Palestina histórica y a millones más en las fronteras de Palestina. Las políticas de eliminación, por brutales que fueran, no tuvieron éxito en este sentido. Los brotes desesperados de resistencia palestina se han utilizado, en cambio, como pretexto para completar el proyecto de eliminación.
Y el ciclo continúa. Cuando Israel eligió un gobierno de extrema derecha en noviembre de 2022, la violencia israelí no se limitó a Gaza. Apareció en todas partes de la Palestina histórica. En Cisjordania, la escalada de violencia de soldados y colonos condujo a una creciente limpieza étnica, especialmente en el sur de las montañas de Hebrón y en el valle del Jordán. Esto se tradujo en un aumento de los asesinatos, incluidos los de adolescentes, así como en un incremento de las detenciones sin juicio.
Desde noviembre de 2022, una forma diferente de violencia asola a la minoría palestina que vive en Israel. Esta comunidad se enfrenta a diario al terror de bandas de delincuentes que se enfrentan entre sí, con el resultado del asesinato de uno o dos miembros de la comunidad cada día. La policía suele ignorar estos problemas. Algunas de estas bandas incluyen a antiguos colaboracionistas de la ocupación israelí que fueron reubicados en zonas palestinas tras los Acuerdos de Oslo, y que mantienen conexiones con el servicio secreto israelí.
Además, el nuevo gobierno ha exacerbado las tensiones en torno al recinto de la mezquita de Al-Aqsa, permitiendo incursiones más frecuentes y agresivas en el Haram al-Sharif por parte de políticos, policías y colonos.
Es demasiado difícil saber todavía si había una estrategia clara detrás del ataque de Hamás del 7 de octubre, o si se desarrolló según lo previsto o no, sea cual sea ese plan. Sin embargo, diecisiete años bajo bloqueo israelí, y bajo un gobierno sionista particularmente violento desde noviembre de 2022, aumentaron su determinación de intentar una forma más drástica y atrevida de lucha anticolonial por la liberación.
Pensemos lo que pensemos sobre el 7 de octubre (y aún no tenemos una imagen completa), fue parte de una lucha de liberación. Podemos plantearnos tanto cuestiones morales sobre las acciones de Hamás como cuestiones de eficacia. Las luchas de liberación, a lo largo de la historia, han tenido sus momentos en los que uno podía plantearse tales cuestiones, e incluso criticarlas.
Pero no podemos olvidar el origen de la violencia que obligó al pueblo pastoril de Palestina, tras 120 años de colonización, a adoptar la lucha armada junto a métodos no violentos.
El 19 de julio de 2024, el Tribunal Internacional de Justicia emitió una importante sentencia sobre el estatus de Cisjordania, que pasó prácticamente desapercibida. El tribunal afirmó que la Franja de Gaza está orgánicamente conectada a Cisjordania [como segmentos de una misma nación palestina que es soberana e indivisible, aunque no tenga contigüidad territorial] y, por tanto, según el derecho internacional, Israel sigue siendo la potencia ocupante en Gaza [en el sentido de que ya lo era antes del ataque de Hamás y la invasión israelí de 2023, independientemente de la circunstancia de que Gaza estuviera sitiada en vez de ocupada como Cisjordania]. Esto significa que las acciones contra Israel de la población gazatí se consideran parte de su derecho a resistir la ocupación.
Una vez más, bajo la apariencia de represalia y venganza, la violencia israelí tras el 7 de octubre lleva las marcas de su anterior explotación de los ciclos de violencia.
Esto incluye el uso del genocidio como medio para abordar la cuestión «demográfica» de Israel (esencialmente, cómo controlar la tierra de la Palestina histórica sin sus habitantes palestinos). En 1967, Israel había tomado toda la Palestina histórica, pero la realidad demográfica frustró el objetivo de la completa desposesión.
Irónicamente, Israel estableció la Franja de Gaza en 1948 como receptor de cientos de miles de refugiados, «dispuesto» a ceder el 2% de la Palestina histórica para eliminar a un número significativo de palestinos expulsados por su Ejército durante la Nakba.
Este campo de refugiados en particular ha demostrado ser más desafiante para los planes de Israel de desarabizar Palestina que cualquier otra zona, debido a la resistencia de su gente.
Cualquier intento de detener el genocidio de Israel en Gaza debe hacerse de dos maneras. En primer lugar, es necesario actuar de inmediato para detener la violencia mediante un alto el fuego e, idealmente, con sanciones internacionales a Israel. En segundo lugar, es crucial impedir la siguiente fase del genocidio, que podría tener como objetivo Cisjordania. Para ello, es necesario continuar e intensificar la campaña del movimiento de solidaridad mundial, a fin de presionar a los gobiernos y los responsables políticos para que obliguen a Israel a poner fin a sus políticas genocidas.
Desde finales del siglo XIX y la llegada del sionismo a Palestina, el impulso de los palestinos no ha sido la violencia ni la venganza. El impulso sigue siendo la vuelta a la vida normal y natural, un derecho que se les ha negado a los palestinos durante más de un siglo, no sólo por el sionismo e Israel, sino por la poderosa alianza que permitió e inmunizó el proyecto de desposesión de Palestina.
No se trata de romantizar o idealizar la sociedad palestina. Era, y seguiría siendo, una sociedad típica en una región donde la tradición y la modernidad coexisten a menudo en una relación compleja, y donde las identidades colectivas pueden a veces dar lugar a divisiones, especialmente cuando fuerzas externas tratan de explotar estas diferencias.
Sin embargo, la Palestina pre-sionista era un lugar donde musulmanes, cristianos y judíos coexistían pacíficamente; y donde la mayoría de la gente experimentaba la violencia sólo en raras ocasiones, probablemente con menos frecuencia que en muchas partes del Norte Global.
La violencia como aspecto permanente y masivo de la vida sólo puede eliminarse cuando se erradica su fuente. En el caso de Palestina, se trata de la ideología y la praxis del estado colonialista israelí, no de la lucha existencial del pueblo palestino colonizado.
Ilan Pappé
Reseña de Peter Oborne sobre Lobbying for Zionism on Both Sides of the Atlantic.
