Fotografía: Informe Stroop (1943)

Nota.— En este breve ensayo, lúcidamente argumentado y bellamente escrito, muy oportuno y necesario ejercicio de parresía a nuestro modo de ver, Eduardo Wolovelsky nos interpela con una doble verdad que podríamos expresar a través de un retruécano: el lenguaje tiene su poder y el poder tiene su lenguaje. Nos habla del peor de los pasados (la barbarie del nazismo y el horror de la Shoá), pero también de un presente nada bueno que, más allá de toda intención retórica de maquillaje, viene empeorando demasiado, como si estuviera empecinado en demostrarnos el sentido fatalmente pesimista de aquella popular frase que reza “el futuro llegó hace rato”; o, dicho de otro modo, la futilidad del género distópico como imaginación hiperbólica futurista –y de alarma– en una actualidad mucho más inquietante o perturbadora de lo que solemos estar dispuestos a reconocer en la arena pública y en el fuero íntimo de nuestras conciencias.
No se trata solo de amenazas o riesgos por venir, de sombríos futuribles de predicción o especulación, sino de muy concretas realidades ya existentes: huevos o crías de serpiente, por decirlo metafóricamente (y no de un diminuto leptotiflópido sin veneno, sino de una enorme cobra capaz de producir cientos de miligramos de neurotoxina, suficientes para emponzoñar y matar un elefante). Nuestro mundo, el mundo que damos en llamar contemporáneo, es oscuro; y lo es por las tendencias o dinámicas ya operantes en él como «normalidad»: unas democracias representativas de baja intensidad o «iliberales» que funcionan en el adverso contexto socioeconómico y cultural –verdadera jaula de hierro, por los límites y presiones estructurales que impone– de una desigualdad y pobreza inusitadas, de una precarización laboral generalizada, de un extractivismo y consumismo desmadrados (que no paran de agravar la ya grave crisis climática y energética), de una masificación individualista y estupidizante, de unas derivas posmodernas identitaristas a las que solo cabe calificar de «neotribalismo», de una tecnocracia neoliberal todopoderosa, y de un capitalismo digital y de vigilancia –biopoder a la enésima potencia– recientemente turboacelerado por la pandemia, o mejor dicho, por el tremendismo cuasi-apocalíptico, el talibanismo sanitario y el solucionismo tecnológico con que se la diagnóstico y gestionó.
Este presente es también un presente de mucha «corrección política» en el lenguaje, de muchos eufemismos «progres» biempensantes, de mucho «washing» o lavado tokenista en el discurso. Una moda que parece irrelevante, inofensiva. Pero que en realidad no lo es… El mérito de Wolovelsky en este escrito que aquí compartimos es haber hurgado, buceado, tirado de la madeja, ido al hueso en las implicaciones autoritarias de lo «políticamente correcto», tomando como disparador de su análisis, reflexión y crítica una efeméride escolar de Argentina que se asume como un «nunca más» respecto al antisemitismo; pero que esconde, sin embargo, en su voluntad de edulcorar el terror –y la resistencia activa o lucha armada contra ese terror– sutiles hilos de paternalismo tokenista.


La lengua no es el caballo del pensamiento,
sino su jinete.
José Martí

El nombre define

Puede no parecer relevante, puede incluso ser visto como una lectura forzada, exagerada e incluso obsesiva y sin embargo puede que nada de esto sea lo que sucede cuando nos detenemos y ajustamos con cierto cuidado la mirada sobre la forma en la que se decidió nombrar en el calendario escolar al acto conmemorativo sobre el levantamiento del Gueto de Varsovia. Según las efemérides del Ministerio de Educación de la Nación Argentina, el 19 de abril se recuerda “El día de la convivencia en la diversidad cultural”. La elección de la fecha se debe a su coincidencia con el comienzo de la rebelión en el Gueto ocurrida en 1943. Pero, ¿por qué definir de esta manera la memoria sobre uno de los más notables actos de resistencia de la historia contemporánea? “El día de la convivencia en la diversidad cultural” se asemeja más a un lema publicitario que a un acto de compromiso histórico, a tal punto que con él podrían acordar tanto los ángeles como los demonios. La resolución que define esta conmemoración y que continúa vigente es del 9 de marzo del año 2000 y fue firmada por el entonces Ministro Juan José Llach.

Cabe preguntarse por qué no llamar al acto recordatorio sobre aquel levantamiento como “El día de la resistencia”, “El día del derecho a la rebelión” y tantos otros posibles, políticamente más insidiosos como “El día del derecho a la revuelta armada”. Lo cierto es que estos nombres tampoco son válidos porque le otorgan una ilegítima centralidad histórica a esta revuelta particular por sobre otras rebeliones y revueltas de distintos momentos, de diferentes culturas y de diversos actores políticos, amén de todas las malas interpretaciones que pudieran ocurrir frente a la dureza rudimentaria de los enunciados. Para comprender con mayor profundidad lo que enfrentamos es interesante considerar las palabras que el historiador Enzo Traverso enunciara en su obra A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945:

“En abril de 1943, la insurrección del ghetto de Varsovia fue precedida por un intenso debate en el seno de la Resistencia judía, en la cual la ética de la convicción predominó sobre la ética de la responsabilidad. Sobre la base de un sencillo cálculo de la relación de fuerzas, los combatientes no tenían ninguna oportunidad de imponerse y su elección podía parecer puramente suicida. No es difícil reconocer, retrospectivamente, que la moral del sacrificio de estos insurgentes valía más que el sentido de la responsabilidad de los notables de consejos judíos que, al colaborar, no actuaban siempre por oportunismo o conformismo, sino, a menudo, tras un cálculo erróneo de las consecuencias de su elección, por el afán de salvar vidas humanas. El suicidio de Adam Czerniakow, presidente del consejo judío del ghetto de Varsovia en 1942, es la ilustración más dramática de esto”.1

Se podría objetar que si bien el nombre propuesto por el ministerio erosiona los profundos significados de la revuelta, el texto que lo fundamenta no lo hace, incluso puede que se oriente en la dirección contraria (véase el párrafo: “Que, durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi como expresión de una…”)2. Sin embargo, esta contradicción es solo aparente. Nuestro tiempo se rige por el espanto frente a lo conflictivo y complejo y lo enfrenta con lo breve y fugaz, con siglas y lemas simplificadores. Podríamos decir que estamos sometidos a una forma de supervivencia darwiniana de encabezados y eslóganes, leídos y repetidos en forma masiva, frente a extensos textos fundamentados que son pensados por muy pocos. De esta forma, son esos encabezados y eslóganes los que determinan el significado y el sentido social de lo que se dice. Por esto, para elucidar lo que se expresa y lo que se calla en la resolución ministerial, basta con concentrarse en el título formal de ocho palabras, lo cual haremos mientras consideramos el pensamiento enunciado por uno de los protagonistas de la película La cuestión humana cuando recuerda un hecho clave de su niñez:

“La lengua es un poderoso medio de propaganda. Es el más público y, al mismo tiempo, el más secreto. El efecto de la propaganda no es producido por discursos, artículos y panfletos. Se filtra en la carne y la sangre de la gente. ¿Sabe que ya no hay pobres? Ahora es ‘gente de bajos ingresos’. Ya no se habla de ‘cuestiones’. Por ejemplo de ‘cuestiones sociales’. Ahora son ‘problemas’ que los especialistas segmentan en una serie de hechos técnicos. Para cada uno encuentran la solución óptima. Fórmulas eficaces. Pero palabras vacías de todo sentido. Es un colapso de la lengua. Una lengua muerta, neutral, invadida por palabras técnicas. Una lengua que absorbe poco a poco su humanidad”.3

Además de esta voz, para nuestro análisis es importante considerar la de Victor Klemperer, de quien reproduciremos tres párrafos de su obra LTI. La lengua del Tercer Reich. Al considerar este libro, no estamos afirmando que haya alguna identificación posible entre lo que se dice de modo literal en el banal título referido a la efeméride sobre el levantamiento del Gueto de Varsovia y los enunciados del nazismo. Sin embargo, esto no anula que pueda existir un vínculo entre la forma de la lengua usada durante el III Reich y el modo en el que esto sucede hoy en las sociedades que se reconocen como democráticas. Aunque se intente hacerlo una y otra vez, el régimen de Hitler no puede ser entendido en su totalidad como una singularidad histórica única e irrepetible, una caída de la cultura moderna que jamás volverá a suceder en ninguno de sus múltiples significados (tal es el engaño que asumimos bajo la perspectiva de un “Nunca más”), porque incluso sus opositores y quienes pudieran ser sus víctimas reproducen, y no pocas veces, aspectos importantes de la forma de su lengua y, atendiendo a las palabras de Martí, de su pensamiento. Algunas de las más profundas ilusiones ideológicas del nazismo habitan solapadas en el corazón de nuestro tiempo, aunque declaremos, una y otra vez, que las rechazamos. Sus ideales biológicos siguen vigentes, sus ramas y raíces se han extendido a lo ancho del espacio y hacia lo profundo de la tierra. ¿Qué son sino los deseos del transhumanismo? Recordemos que el Holocausto, además del milenario antisemitismo, encontró su anclaje en la promesa eugenésica del rediseño biológico de los seres humanos y que bajo este aspecto incluyó a los romaníes. Sin duda, aquello que dice ser democrático es antitético con lo sostenido por la ideología del nazismo, y a pesar de ello, es posible encontrar en muchas situaciones una cierta similitud formal en la lengua de ambas sociedades: ¿no sucede que en las llamadas democracias modernas se le otorga una nueva legitimidad al concepto de “vidas indignas de ser vividas” bajo la perspectiva de un individualismo salvaje, de un ecologismo radical que defiende la naturaleza como único o principal sujeto de derecho dando predominancia a lo biológico que se expande hacia la funcionalidad fisiológica humana incluso a costa de destruir o hacer imposible su vida basada en la búsqueda de sentido, en la creación artística, en el deseo de saber y en los vínculos sociales? El confinamiento y el aislamiento social impuestos por los gobiernos pero justificados como una medida justa por poblaciones enteras durante los primeros meses de la epidemia de COVID-19, es el ejemplo más evidente de la pertinencia de la pregunta. La similitud en la forma no es banal, tampoco es un juego del pensamiento o un retruécano de la argumentación. En las siguientes palabras de la obra LTI se pone en evidencia lo que se arriesga:

“El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. El dístico de Schiller sobre la lengua culta ‘que crea y piensa por ti’ se suele interpretar de manera puramente estética y, por así decirlo, inofensiva. Un verso logrado en una lengua culta no demuestra el talento poético de quien ha dado con él; no resulta muy difícil darse aires de poeta y pensador en una lengua altamente cultivada”.

“Pero el lenguaje no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él. ¿Y si la lengua oculta se ha formado a partir de elementos tóxicos o se ha convertido en portadora de sustancias tóxicas? Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parece no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico. Si alguien dice una y otra vez ‘fanático’ en vez de ‘heroico’ y ‘virtuoso’ creerá finalmente que, en efecto, un fanático es un héroe virtuoso y que sin fanatismo no se puede ser héroe”.4

Que los oprimidos pueden identificarse lingüísticamente con sus opresores y así perpetuar el sojuzgamiento queda expresado con elocuente precisión en el capítulo “El lenguaje del vencedor”, que se inicia con unas reflexiones sobre la filóloga judeoalemana Elsa Glauber quien, con relación a sus hijos, comienza diciendo:

一Tienen que aprender a pensar como yo, tienen que leer a Goethe como si fuese la Biblia. Tienen que ser alemanes fanáticos.

Ahí estaba la bofetada.

一¿Qué tienen que ser, Elsa?

Alemanes fanáticos como yo. Solo una germanidad fanática puede lavar nuestra patria de su actual no-germanidad.

Vamos a ver, ¿sabe usted lo que está diciendo? ¿No se da cuenta de que la palabra “fanático” y el alemán, me refiero al alemán de usted, no guardan relación alguna, que, que…

Amargado sin orden ni concierto, con muchas lagunas, pero con tanta mayor vehemencia, le espeté todo cuanto había apuntado en mi capítulo titulado “Fanático” y rematé ahí mi discurso:

¿No sabe usted que está hablando el lenguaje de sus enemigos mortales y que de este modo se entrega y traiciona precisamente su germanidad? ¿Si usted no lo sabe, usted que ha estudiado, usted que aboga por la germanidad eterna y acendrada, ¿quién lo percibirá y lo evitará? Que nosotros creemos un lenguaje especial debido a nuestra opresión y a nuestro aislamiento, que tengamos que emplear las denominaciones oficiales del diccionario nazi referidas a nosotros, que aquí y allá se perciba una expansión del yiddish, un coqueteo con el yiddish, con los hebraísmos, todo eso es lógico y natural. ¡Pero este sometimiento al lenguaje del vencedor de este vencedor!…

Consternada por mi estallido, Elsa perdió el aplomo propio de la señora de un consejero privado, admitió su error y prometió enmienda.5

Luego de completar su escrito con otros ejemplos y relatos que muestran cómo lo oprimidos y sojuzgados comparten el lenguaje de sus opresores concluye: “El lenguaje del vencedor… no se habla impunemente. Ese lenguaje se respira, y se vive según él”.


Un mundo de superlativos

La grandilocuencia moral que se expande en nuestro tiempo bajo lemas tan correctos como la diversidad, la tolerancia, la convivencia, el cuidado, etc. es solo una forma de mantener a salvo el estado de cosas. Mientras declaramos la igualdad, predomina la concentración de riquezas más profunda de la historia del capitalismo contemporáneo. La adjetivación ampulosa con palabras que denotan lo moralmente “correcto” en todo tiempo y lugar, incluso para una revuelta cuyo final era la inevitable muerte de quienes combatían por su liberación contra un poder totalitario, nos llevan nuevamente a considerar las lúcidas observaciones de Victor Klemperer con relación a lo superlativo en la lengua del III Reich:

“Necesariamente, el superlativo lleva implícita esta maldición en todas las lenguas. La exageración continua implica en todas partes, forzosamente, intensificar la exageración, y la consecuencia necesaria es el embotamiento, el escepticismo y la incredulidad definitiva”.

“…No, la maldición del superlativo no es tan fácil como la imagina la lógica. Desde luego, las mentiras y fanfarronadas se vuelven en su contra, son reconocidas como tales, y la propaganda de Goebbels se convirtió para algunos en estupidez inoperante. Pero también es cierto que la propaganda reconocida con mentira y fanfarronada sigue surtiendo su efecto si se tiene la cara dura de continuar practicándola sin inmutarse; la maldición del superlativo no es siempre autodestrucción, sino con frecuencia la destrucción del intelecto que se le opone; y Goebbels era quizá más talentoso de lo que yo querría concederle, y la estupidez inoperante no era tan estúpida ni tan inoperante”.6

En la cuestión que tratamos no cabe ingenuidad alguna. La efeméride se resolvía con un título preciso referido al hecho histórico que se quiere recordar tal como ser: “Día del levantamiento del Gueto de Varsovia”. A menos que declaremos tontos a los gobernantes, no nos es dado pensar que tal enunciado obvio se abstuvo de visitar su imaginación. No queda más alternativa que concluir que las breves palabras elegidas para caracterizar la rebelión en el Gueto son, en la educación formal, la cristalización de un acto que trastoca con toda intención el sentido de un acontecimiento de carácter revolucionario para convertirlo en un juego de sentimentalismos superlativos, de amabilidades y “buen” trato, cerrando y ajustando de esta forma los grilletes de la vida política presente.

Eduardo Wolovelsky


NOTAS

1 Enzo Traverso, A sangre y fuego. De la guerra civil europea 1914-1945. Bs. As., Prometeo, 2009, p. 16. En la transcripción se mantuvo la expresión Ghetto tal como está reproducido en el original.
2 http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/normas/RCFCyE_126-00.pdf.
3 La question humaine, Francia, 2007, dirección: Nicolas Klotz.
4 V. Klemperer, LTI. La lengua del tercer Reich. Apuntes de un filólogo. Barcelona, Minúscula, 2020 (1957), p. 31.
5 Ibid., p. 277.
6 Ibid., pp. 321-323.