Fotografía: niño palestino en Rafah, sur de la Franja de Gaza, 25 de enero de 2024. Ibraheem Abu Mustafa para la agencia Reuters.
Nota.— La conmemoración del 8 de marzo acaba de pasar, pero la devastación de la Franja de Gaza todavía sigue: casi 31.000 palestinas y palestinos han muerto por las bombas y balas del ejército israelí, en su inmensa mayoría menores y mujeres (no menos de 35.000 si contamos las personas desaparecidas, probablemente sepultadas bajo los escombros). Más de 72.000 árabes han sufrido heridas de distinta gravedad. El número de personas desplazadas hacia el sur se estima en 1,9 millones, algo así como el 85% de la población gazatí. En Cisjordania, donde los asentamientos ilegales de familias judías ultraortodoxas han vuelto a expandirse impunemente desde el ataque de Hamás del 7 de octubre, la violencia policial, militar y paraestatal se ha cobrado ya más de 420 vidas (por no hablar de las golpizas, los arrestos arbitrarios y las torturas). Tras cinco meses de bloqueo y desabastecimiento en la Franja de Gaza, bajo la espada de Damocles de una crisis humanitaria que devino catástrofe más pronto que tarde, con el fantasma de una expulsión masiva al Sinaí egipcio sobrevolando en Rafah –último «refugio» austral del territorio, ciudad superpoblada que languidece y desespera ante el asedio del Tzáhal y sus constantes amenazas de invasión–, ya empiezan a confirmarse oficialmente los primeros decesos por inanición lisa y llana, es decir, por hambre y sed: 25, cuanto menos. Cuesta imaginar que esta cifra no escale rápidamente en las próximas semanas…
En medio de tanto horror, de tanta barbarie bélica y genocida, ha sido reconfortante y esperanzador ver cómo las multitudinarias movilizaciones feministas del 8M y las no menos masivas manifestaciones en solidaridad con el pueblo palestino se intersecaron –cánticos, pancartas, discursos, consignas– en las calles y plazas de muchas ciudades del orbe, desde Europa hasta Sudáfrica, desde las Américas hasta el Pacífico Occidental. Esa interseccionalidad –concepto útil pero bastardeado– fue aún más pregnante y potente en el caso de las izquierdas radicales, antisistémicas, revolucionarias. Estas han sabido articular la agenda de género y la resistencia antiimperialista-anticolonial-antisionista con la militancia clasista contra el capitalismo, sin concesiones a la «corrección política» de una progresía cada vez más aburguesada y woke, que oculta su Lobo Feroz neoliberal bajo la piel de cordero de la retórica democrático-humanitaria y la fraseología esnob del multiculturalismo decolonial.
No es mala idea, entonces, dar voz a dos lúcidas mujeres socialistas del hemisferio oriental, de Asia y Oceanía, que han hecho siempre de las palabras escritas un oficio de orfebres, y que nunca han excluido de la interseccionalidad a la lucha de clases con perspectivas maximalistas y emancipatorias de transformación económico-social. Ellas saben bien que un mundo capitalista descolonizado y despatriarcalizado no será el de la utopía, sino el del gatopardo.
La primera de ellas es Arundhati Roy. La gran escritora india no necesita presentación, al menos en Kalewche. Ya hemos publicado varios textos suyos de enjundia en los últimos seis meses, desde un bello fragmento de su aclamada novela El dios de las pequeñas cosas (1997), hasta dos discursos críticos pronunciados en septiembre y diciembre del año pasado sobre la India de Modi y el conflicto israelí-palestino. En la primera ocasión, ofrecimos un bosquejo de su vida y obra, y también de su pensamiento.
La otra autora sí necesita un proemio, pues nunca antes tradujimos ni publicamos nada de ella.
El periodismo freelance de izquierdas tiene una antorcha encendida en Melbourne, Australia: Caitlin Johnstone, socialista y feminista, poeta y ensayista de la subcultura bogan (término del slang australiano y neozelandés imposible de traducir, y que nos obliga a remitirnos a la Wikipedia para evitar una larga digresión explicativa en una presentación que preferimos corta). Autora prolífica y valiente, que se sostiene económicamente a través del micromecenazgo de sus lectores, todos los días publica en su página web una prosa breve y punzante sobre actualidad internacional –política, económica, social, cultural– desde una perspectiva antiimperialista y anticapitalista, basculando entre la denuncia y el análisis. Últimamente, por obvias razones, Johnstone está escribiendo muchísimo sobre Palestina, Israel y Estados Unidos, como si quisiera contrarrestar con sus palabras –parresía con pulsión de justicia y solidaridad– las bombas sionistas que no paran de caer sobre la Franja de Gaza, y las fake news o verdades a medias que la prensa hegemónica no cesa de propalar por el mundo para tratar de encubrir o justificar la «limpieza étnica» y el «genocidio por goteo» en lo que puede considerarse, sin exagerar, el mayor campo de concentración o cárcel a cielo abierto del planeta.
Traducimos del inglés dos textos muy recientes de ambas autoras. Por un lado, la transcripción completa, extraída de Scroll.in, del discurso “Never Again” que Roy pronunció en el mitin de Working People Against Apartheid and Genocide in Gaza, realizado en el Club de Prensa de Nueva Delhi, capital de la India, el pasado jueves 7 de marzo. Por otro lado, el artículo “When The Imperial Media Report On An Israeli Massacre” de Johnstone, que la periodista australiana publicó en su sitio web el día 2 del corriente mes.
Las aclaraciones entre corchetes son nuestras, no de las autoras.
NUNCA OTRA VEZ
Los países más opulentos y poderosos del mundo occidental, los que se creen guardianes de la llama del compromiso del mundo moderno con la democracia y los derechos humanos, financian y aplauden abiertamente el genocidio de Israel en Gaza. La Franja de Gaza se ha convertido en un campo de concentración. Quienes aún no han sido asesinados, están muriendo de hambre. Casi toda la población de Gaza ha sido desplazada. Sus hogares, hospitales, universidades, museos e infraestructuras de todo tipo han quedado reducidos a escombros. Sus hijos e hijas han sido asesinados. Su pasado se ha evaporado. Su futuro es difícil de ver.
A pesar de que el más alto tribunal del mundo considera que casi todos los indicadores parecen ajustarse a la definición legal de genocidio, los soldados de las IDF [Fuerzas de Defensa de Israel, por sus siglas en inglés] siguen sacando sus burlones «vídeos de la victoria» celebrando lo que casi parecen ser rituales diabólicos. Creen que no hay poder en el mundo que les pida cuentas. Pero se equivocan. A ellos, y a los hijos de sus hijos, les perseguirá lo que han hecho. Tendrán que vivir con el odio y la aversión que el mundo siente por ellos. Y esperemos que algún día todos los que hayan cometido crímenes de guerra –en todos los bandos de este conflicto– sean juzgados y castigados por ello, teniendo en cuenta que no hay equivalencia entre los crímenes cometidos mientras se resistía al apartheid y a la ocupación, y los crímenes cometidos mientras estos se imponían.
El racismo es, por supuesto, la piedra angular de cualquier acto de genocidio. Desde que Israel existe, la retórica de los más altos funcionarios del Estado de Israel ha deshumanizado a los palestinos y los ha comparado con alimañas e insectos, al igual que en su día los nazis deshumanizaron a los judíos. Es como si ese suero maligno nunca hubiera desaparecido y ahora sólo se estuviera recirculando. El «nunca» ha sido extirpado de aquel poderoso eslogan «nunca otra vez» [never again en inglés, que en Argentina bien podríamos reemplazar por el popular lema «nunca más», never more]. Y sólo nos queda el «otra vez».
Nunca otra vez.
El presidente Joe Biden, jefe de estado del país más rico y poderoso del mundo, se muestra impotente ante Israel, a pesar de que Israel no existiría sin la financiación estadounidense. Es como si el dependiente se hubiera apoderado del benefactor. La percepción dice eso. Como un niño geriátrico, Joe Biden aparece en cámara lamiendo un cucurucho de helado y murmurando vagamente sobre un alto el fuego, mientras el gobierno israelí y los oficiales militares le desafían abiertamente y juran terminar lo que han empezado. Para intentar detener la hemorragia de votos de millones de jóvenes estadounidenses que no tolerarán esta matanza en su nombre, Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos, ha recibido el encargo de pedir un alto el fuego, mientras miles de millones de dólares estadounidenses siguen fluyendo para permitir el genocidio.
¿Y qué hay de nuestro país?
Es bien sabido que nuestro primer ministro es íntimo amigo de Benjamín Netanyahu, y no caben dudas de dónde están sus simpatías. India ya no es amiga de Palestina. Cuando comenzó el atentado, miles de seguidores de Modi colocaron la bandera israelí como su imagen de perfil en las redes sociales. Ayudaron a difundir la desinformación más vil en nombre de Israel y las IDF. Aunque ahora el gobierno indio ha retrocedido a una posición más neutral –nuestro triunfo en política exterior es que conseguimos estar en todos los bandos a la vez, pudiendo estar tanto a favor como en contra del genocidio–, el gobierno ha indicado claramente que actuará con contundencia contra cualquier manifestación pro-Palestina.
Y ahora, mientras los Estados Unidos exportan lo que les sobra (armas y dinero para ayudar al genocidio de Israel), India también está exportando lo que a nuestro país le sobra: pobres desempleados para sustituir a los trabajadores palestinos, a quienes ya no se les dará permiso de trabajo para ingresar en Israel. (Supongo que no habrá musulmanes entre los nuevos reclutas.) Personas lo suficientemente desesperadas como para arriesgar sus vidas en una zona de guerra. Gente lo suficientemente desesperada como para tolerar el abierto racismo israelí contra los indios. Pueden verlo expresado en las redes sociales, si les importa mirar. El dinero estadounidense y la pobreza india se combinan para engrasar la maquinaria de guerra genocida de Israel. Qué vergüenza tan terrible e impensable.
Los palestinos, enfrentados a los países más poderosos del mundo, dejados prácticamente solos incluso por sus aliados, han sufrido inconmensurablemente. Pero han ganado esta guerra. Ellos, sus periodistas, sus médicos, sus equipos de rescate, sus poetas, académicos, portavoces e incluso sus hijos e hijas se han comportado con un coraje y una dignidad que han inspirado al resto del mundo. La joven generación del mundo occidental, en particular la nueva generación de jóvenes judíos de Estados Unidos, han visto más allá del lavado de cerebro y la propaganda, y han reconocido el apartheid y el genocidio como lo que son. Los gobiernos de los países más poderosos del mundo occidental han perdido su dignidad y cualquier respetabilidad que pudieran tener. Una vez más. Pero los millones de manifestantes en las calles de Europa y Estados Unidos son la esperanza para el futuro del mundo.
Palestina será libre.
Arundhati Roy
CUANDO LOS MEDIOS IMPERIALES REPORTAN UNA MASACRE ISRAELÍ
En lo que muchos denominan ya la Masacre de la Harina, no menos de 112 gazatíes fallecieron y centenares más resultaron heridos luego de que las fuerzas israelíes abrieran fuego el jueves contra civiles que esperaban comida de camiones de auxilio muy necesitados, cerca de la ciudad de Gaza.
De acuerdo con las primeras investigaciones de Euro-Med Human Rights Monitor, la multitud recibió disparos tanto de fusiles automáticos de las IDF como de tanques israelíes, y decenas de heridos de bala fueron hospitalizados tras el incidente.
Desde luego, la versión israelí de los hechos ha ido mutando a lo largo del día, a medida que los responsables del relato se las ingeniaban para enmarcar la información disponible públicamente de forma tal que no perjudicara los intereses de las relaciones públicas de Israel. En la actualidad, Israel admite que las tropas de las IDF dispararon contra la multitud, después de haberlo negado previamente, pero afirma que no fue eso lo que causó la mayoría de las víctimas, sino que fueron los palestinos los que se pisotearon unos a otros en una “estampida” humana. En esencia, el argumento actual es: Sí, les disparamos, pero no murieron por eso.
Las IDF aseveran que las tropas israelíes sólo empezaron a disparar contra los palestinos porque los soldados “se sintieron amenazados” por estos, lo que viene a demostrar que no hay atrocidad que Israel pueda cometer donde no se inculpe a sí mismo como víctima. El ministro israelí de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, aprovechó la oportunidad para elogiar a las IDF por su heroica lucha contra los «peligrosos» palestinos y argumentar que el incidente demuestra que es demasiado riesgoso seguir permitiendo la entrada de camiones de ayuda en Gaza.
Tan terrible como ha sido la máquina centrifugadora israelí con esta atrocidad, los medios imperiales occidentales han sido aún peores. La gimnasia verbal que han realizado en sus titulares para evitar decir que Israel masacró a personas hambrientas que esperaban comida sería realmente impresionante, si no fuera tan macabra.
“Mientras los gazatíes hambrientos se agolpan en un convoy, un amasijo de cadáveres, disparos israelíes y un saldo mortal”, reza un titular del New York Times, como el resumen de un episodio de una serie de misterio y asesinato de Netflix.
“El caótico reparto de ayuda se vuelve mortal cuando funcionarios israelíes y gazatíes intercambian culpas”, dice un titular indescifrablemente críptico del Washington Post.
“Biden dice que las muertes relacionadas con la ayuda alimentaria en Gaza complican las conversaciones sobre el alto el fuego”, dice The Guardian. ¿“Muertes relacionadas con la ayuda alimentaria”? ¿En serio?
“Más de 100 muertos mientras la multitud espera ayuda, según el Ministerio de Salud dirigido por Hamás”, dice un titular de la BBC. La cadena estatal británica utiliza aquí una táctica ya probada para poner en duda el recuento de muertos, asociándolos deliberadamente con Hamás, a pesar de que el recuento de muertos del Ministerio de Salud de Gaza se considera tan fiable que los servicios de inteligencia israelíes lo utilizan en sus propios registros internos.
“Al menos 100 muertos y 700 heridos en un incidente caótico”, dice la CNN, como si estuviera describiendo una festichola de una fraternidad universitaria que se salió de control.
“Carnicería en un centro de ayuda alimentaria de Gaza, en medio de disparos israelíes”, reza otro titular de la CNN, como si la carnicería y los disparos israelíes fueran dos fenómenos no relacionados que, por desgracia, se produjeron casi al mismo tiempo.
La CNN también se refiere repetidamente a las matanzas como “muertes por ayuda alimentaria”, como si fuera la ayuda alimentaria la que los matara, y no los militares de una potencia estatal muy concreta, y muy nombrada.
(Probablemente valga la pena señalar en este punto que el personal de la CNN ha estado informando anónimamente, a través de otros medios, que ha habido una bajada de línea singularmente agresiva dentro de la cadena para sesgar la información fuertemente a favor de los intereses de información israelíes, impulsada en gran medida por el nuevo director general, Mark Thompson).
Así que esto es lo que ocurre cuando los medios imperiales informan sobre una masacre israelí, por si tenías curiosidad y no has estado prestando atención desde el 7 de octubre o las décadas que lo precedieron. Los servicios de propaganda de la prensa occidental operan de una manera que es típicamente indistinguible del «lavado de cara» que hacen los funcionarios de los gobiernos occidentales, poniendo al imperio occidental y sus aliados bajo una luz positiva; y a sus enemigos, bajo una luz negativa.
Esto sucede porque los medios de comunicación occidentales no existen para dar noticias e información sobre lo que sucede en el mundo, sino para fabricar consentimiento a favor del status quo político y el andamiaje de poder que domina el mundo, a los que apoyan. La única diferencia entre nuestra propaganda y la propaganda de una dictadura despiadada es que las personas que viven bajo una dictadura saben que están siendo alimentadas con propaganda, mientras que los occidentales están adiestrados para creer que ingieren información imparcial basada en hechos.
Sin embargo, la devastación de Gaza está alertando cada vez a más occidentales sobre el hecho de que esto está ocurriendo, porque cuanto más flagrantes son las atrocidades, más torpe resulta ser la maquinaria propagandística para encubrirlas. Incluso está abriendo ojos dentro de la propia máquina de propaganda, que es la razón por la cual estamos viendo cosas como el personal de la CNN denunciando a su propio director general, o trabajadores del New York Times diciendo a The Intercept que sus jefes cometieron una negligencia periodística extremadamente grave en la generación de propaganda de atrocidades, sobre violaciones masivas por parte de Hamás el 7 de octubre.
Lo único bueno de lo que está ocurriendo en Gaza es que está develando a los occidentales el hecho de que todo lo que les han contado sobre su sociedad, sus medios de comunicación y su mundo es mentira. Están apareciendo grietas en la ilusión, y quienes nos preocupamos por la verdad, la paz y la justicia tenemos que ayudar a llamar la atención sobre ellas. A partir de ahí, el cambio real se convierte en una posibilidad genuina.
Caitlin Johnstone