Fotografía: Capilla de Huacalera en la Quebrada de Humahuaca., el lugar donde el cadáver de Lavalle fue descarnado. Fuente: revista Paisajes y Tradiciones de Jujuy.


Nota.— Compartimos aquí la segunda y última parte de nuestro especial literario de Naglfar sobre las últimas tribulaciones del general Lavalle y los restos de su Legión en el Norte argentino, tras el desastre de Famaillá. Recuérdese que el domingo pasado publicamos el relato sabatiano, entresacado de su novela Sobre héroes y tumbas (1961), junto a una extensa nota preliminar con disquisiciones literarias, biográficas, históricas y políticas acerca del libro y su principal personaje decimonónico; y una nota final sobre el álbum Romance de la muerte de Juan Lavalle (1965), que el escritor bonaerense grabara con el guitarrista, cantante y compositor de folclore salteño Eduardo Falú.
Allí comentábamos: “A decir la verdad, no fue Sábato el primer literato del siglo XX que rescató del olvido el calvario de Lavalle y su Legión en el Norte argentino, componiendo a tal fin una épica del numantinismo fallido, una oda a la dignidad de la derrota en melancólico tono de réquiem. Allá por 1941, veinte años antes de que Sobre héroes y tumbas saliera de la imprenta, el poeta salteño Raúl Aráoz Anzoátegui había escrito su Elegía a Lavalle, bello y emotivo poema –aunque muy poco conocido fuera de Salta– que publicaremos próximamente en esta misma sección literaria”.
Lo prometido es deuda. A continuación, reproducimos el poema de Aráoz Anzoátegui, que extrajimos de su libro Obra poética (Bs. As., Corregidor, 1985, pp. 19-22). El escritor salteño lo compuso en 1941, con motivo del centenario de la muerte del general Lavalle, para un certamen literario organizado por el gobierno de Jujuy. Aráoz Anzoátegui ganó el concurso, con apenas 18 años de edad. Su Elegía a Lavalle incluye un epígrafe, que dice así: “Este poema divide las tres últimas etapas de la vida y muerte del general Juan Lavalle: I) donde sus tropas, guiadas desde Famaillá por el santiagueño Alico, abren una picada en el monte y marchan a Jujuy; II) donde una bala atraviesa la puerta de la casa de Bedoya y mata al general que avanza por el zaguán; III) donde su cuerpo es despojado de la carne que depositan en la capilla de Huacalera, para facilitar la retirada a Potosí por los páramos puneños”.



I

Se alargaba la herida del monte como un grito;
los potros dibujaban un muro de neblina;
y esqueletos de sombra se tomaban las ramas
cortadas a cuchillo por la hueste bravía.

¡Martillar de los cascos quebrados en el suelo!
¡Oh, los campos resecos desgajando bramidos!
¡Cómo Alico dirige los doscientos jinetes,
enlazando las leguas de inéditos caminos!

Las pupilas cansadas de los hombres curtidos
anudaban las horas bajo la soledad.
Barbas como banderas, puños como de piedra
y, vecinas al pecho, lanzas de Famaillá.

En las amplias riberas del ocaso se rompen
las escamas marinas del torrente de espadas.
¡Cuántas veces la noche manchaba los paisajes!
¡Cuántas veces temblaban espuelas apuradas!

Los relinchos cortaban el canto de las hojas;
las riendas se aflojaban como las flores secas;
y contra el cielo viejo de noches herrumbradas
la proa de un peñasco despedazaba estrellas.

Ya las voces opacas se estiraban inciertas
lo mismo que si fuesen una mano vacía.
¡Ajedrez de las casas descalzas de sonidos!
¡Jujuy duerme un silencio como de siemprevivas!

II

Por sierras despeinadas vienen los enemigos;
y para que no pasen, los arroyos se enredan
a la marcha impaciente de aquella caballada.
Ya ni la luna sabe por dónde va la senda.

Las tropas federales enhebraron la calle
que las desembocaba sobre el cuerpo del héroe.
Ya de frente Lavalle desafiando al destino
como si no quisiera permitir que lo espere.

Un tiro en la garganta precipitó su sangre,
mientras la hidrografía caliente de sus venas
por el cauce rasgado comenzó a destrenzarse.
¡Qué triste florecía la madrugada aquella!

Ya se deshilachaban sus últimas palabras;
ya el viento se enrollaba por envolver su pecho:
y fingió un estandarte, rojo de rebeldía,
aquél que enarbolaba la grieta de su cuello.

¡No lo dejéis pegado a la tierra un segundo,
que no quiere entregarse ni después de haber muerto!
¡No dejéis que sus ojos se cierren en el alba!
¡No lo dejéis que pierda para siempre su sueño!

Se congeló su vida porque nadie lo alcance;
para que la ciudad lo abrazara en silencio;
para que las campanas desovillen su canto
por todos los caminos que salgan a su encuentro.

III

En la escenografía convexa de los cerros
se rayaban los surcos labriegos del crepúsculo;
y el viento de la Puna rubricaba en las caras
el chorro despeñado de su golpe desnudo.

La mitad de su sombra se quedó acompañando
su carne desgarrada que anidó en Huacalera;
mientras sobre el caballo, jirones de sus huesos
despedían terribles a sus últimas breñas.

Lavalle en otra tierra contra la luz madura
y entre las resonancias de otros ríos salvajes.
Siete días de marcha para salvar su muerte,
muerte que sólo lleva la mitad de Lavalle.

Porque ya se evadieron su boca y su sonrisa,
y se alejó la patria como si fuera ajena;
porque se le rompieron su ardor y su coraje,
y en sus brazos sin músculos ya no juega su fuerza.

No puede más su sable redoblar en la lucha…
Ya están en Potosí por darle su descanso,
mientras el cielo asoma, sobre su sueño oscuro,
para lucir su pecho condecorado de astros.

No lloréis por su sangre que se apagó en el alba!
¡No!… ni por su recuerdo que se ha puesto a cantar.
¡No lloréis por su vida mientras viva en el fondo
de aquellos montes gauchos del puma y del jaguar!

Raúl Aráoz Anzoátegui
octubre de 1941


Acerca del autor.— Raúl Aráoz Anzoátegui (1923-2011) es uno de los poetas más destacados de las letras salteñas contemporáneas. Fue parte de la llamada Generación del 40, que tuvo su principal expresión en La Carpa, una camada de escritores neorrománticos y latinoamericanistas del Noroeste Argentino, con epicentro en Tucumán. Es autor, entre otras obras, de los poemarios Tierras altas (1945), Rodeados vamos de rocío (1963), Pasar la vida (1974) y Confesiones menores (2008). También incursionó en el género prosístico, con libros como Tres ensayos de la realidad (1971) y Por el ojo de la cerradura (1999). Participó de varias antologías colectivas y obtuvo numerosos premios, tanto a nivel provincial y nacional como internacional. Trabajó en el periodismo durante largos años.