PH: Leandro Fernández (presentación del libro en la Nave UNCuyo, Mendoza, 21/4/2022)

Cierro Gođlauss. Lo vuelvo a abrir. Ojeo sus páginas. Miro los subrayados con lápiz (hay quienes rayan con tinta, pero no me animo a tanto). Otra vez lo cierro. Releo las palabras del prólogo de Salvador López Arnal que están en la contratapa. No, no es eso lo que quiero decir. Es más simple, más evidente. Una palabra; no es solo la palabra. Ese concepto, esa idea que atraviesa el libro y ahora resuena en mi cabeza. Es obvia. Está ahí. No quiero simplificar, pero quizá ayuda a sintetizar la idea. No sé. No le des más vueltas. Escribila.

Libertad.

Eso. Libertad. Gođlauss es una oda a la libertad. Al abismo que ella representa cuando se la asume sin miramientos. Frente al vacío, sin red. Como si miráramos hacia abajo un precipicio entre los dedos de los pies desnudos que se asoman por el acantilado, sin que nada ni nadie nos sujete por detrás, por las dudas. Es un tratado sobre la belleza poética que implica la rebeldía de una vida plena sin sujeciones metafísicas, más allá de la incertidumbre y la propia angustia que arrastra esa falta de certezas. Un canto a la razón que se asume poderosa –mas no todopoderosa– cuando reconoce y logra liberarse de las ataduras que imponen la fe y la creencia en un supuesto ser superior.

Eso es Gođlauss. Y más. En sus casi 260 páginas, Federico Mare presenta una veintena de ensayos en los que, desde diversos ángulos, aborda un tema escasamente tratado por pensadores y/o ensayistas contemporáneos/as: el ateísmo y su relación con el librepensamiento y la experiencia existencialista. Un libro escrito por un ateo, pero –como rápidamente aclara López Arnal en su prólogo– no solo para personas ateas. Y he aquí una de las grandes virtudes de esta obra. Porque no cierra el debate y deja abierta la posibilidad a réplicas de eventuales lectores creyentes, del tipo que estos/as sean. Eso sí: van a tener que esmerarse porque sus argumentos son sólidos, documentados, contundentes. Haciendo gala, justamente, de esa razón autónoma y rebelde, sin ataduras de ningún tipo, que lo habilita, por ejemplo, a cuestionar desde su declarado marxismo ateo crítico, el ateísmo ciego de ese marxismo de bolsillo que, tergiversando el pensamiento del filósofo alemán, se ha conformado con aquella máxima –literalmente jamás expresada– de que “la religión es el opio de los pueblos”. Una frase que equivoca no solo el sentido que Karl Marx quiso imponer en ese pasaje de la Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, sino que evidencia la incapacidad de esa lectura acrítica de atender la complejidad con la que este autor entendía a la religión como un aspecto dinámico –y político– de las relaciones sociales.

Pues claro: Marx no escribió así expresada esa sentencia, y nuestro autor –Mare, no Marx– apura las primeras páginas de su libro para señalarlo. “El sufrimiento religioso es, a la vez y al mismo tiempo, la expresión del sufrimiento real y la protesta contra el sufrimiento real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, y el alma de unas condiciones sin alma. Es el opio de los pueblos”. Esa es la expresión completa, y que forma parte de un párrafo aún más extenso que el propio Federico reproduce. Y leída así, su sentido cambia. El dominado se agencia aun alienado; no solo se somete a la fuerza religiosa del que lo domina, sino que la utiliza como expresión contra esa dominación. No solo es adormidera la religión, aunque sea su cara más visible. Tiene otra cara también, y es la de ser, en cierta manera, una forma de resistencia. Y esa complejidad bifronte de la religión es lo que Marx cuestiona, y Mare destaca.

Los textos que componen Gođlauss –mayormente ensayos, aunque también hay un poema y un diálogo alegórico– no poseen otro hilo conductor más que el que indica su propio título. Y sin dudas no es poco. No hay una secuencia que vincule necesariamente a un escrito con otro, a modo de capítulos, y eso es una virtud: uno puede abrir el libro en cualquier momento y dedicarle una lectura, sin necesidad de haber leído lo anterior. Algunos ensayos tienen apenas un par de páginas, otros un par de decenas; el peso y la profundidad, entre unos y otros, sin embargo, no varía. Mare es un polímata, como lo es –fue– su amigo Gonzalo Puente Ojea cuyo espíritu –si se me permite este desliz metafórico en una reseña sobre un libro de ateísmo– cruza el libro de punta a punta. Quien haya leído otros escritos suyos sabrá a qué me refiero. Y esa capacidad de sumergirse y bucear por distintas aguas, en las antípodas de la especialización temática tan característica de nuestros días, es la que le permite enlazar en una misma obra, y en torno a un mismo objeto de análisis o reflexión, una saga de la mitología nórdica con Marx, a Camus con Ortega y Gasset, a Jesús de Nazaret con Buda, a Damien y su exorcista, a los arcaicos griegos con la Universidad Nacional de Cuyo, y a Stephen Hawking con el escéptico trotamundos John Stephens.

Ya en el arranque queda de manifiesto la erudición que caracteriza todo el trabajo, con la cual Federico sustenta, ilustra y ejemplifica cada uno de sus argumentos. Podría el libro haberse titulado Godless –sin dios– y justificar su uso simplemente por tratarse de “un término del inglés que me gusta mucho, tanto por su significado como por su sonoridad”, pero no. No le basta. Indiciariamente, porque parece no ser suficiente el alcance de esa palabra para lo que el libro se propone de ahí en adelante, que va más allá de exponer una larga serie de argumentos en favor del ateísmo. Lo dicho unas líneas más arriba respecto de la tergiversación del pensamiento marxiano respecto de la religión es un adelanto de ello. Si el ateísmo no surgió de la nada, sino como producto de procesos históricos, el tránsito hacia él debe también ser motivo de reflexión. Tal como invita a hacerlo la saga de Hrafnkel de la mitología nórdica pagana que Federico analiza, y con la cual respalda el uso del cognado Gođlauss para nombrar a esta obra. Según parece, no habría un acuerdo claro entre especialistas si ese término remitía a un ateo (aquel que había dejado de venerar a dioses y por lo tanto consideraba inútil rendirles culto), o hacía referencia, más bien, a un misoteo (quien desilusionado o enfurecido por un grave infortunio […] había dejado de venerar a las deidades paganas, sin que ello implicara escepticismo, incredulidad o pérdida de la fe”). Y Federico se sumerge en esa leyenda –y a nosotros con él– para analizar el proceso que llevó a Hrafnkel, ferviente creyente del dios Frey, a rebelarse y levantarse contra su condición y contra la creación entera (parafraseando a Camus), y dejar de venerar y hacer sacrificios a su deidad, hasta proclamar su incredulidad y descalificar sin más todo acto de fe. “Su conciencia parece haber arribado al umbral del ateísmo”, arriesga nuestro autor. Seguramente transitó el héroe islandés por un momento de odio hacia su dios. Es muy probable que haya pasado de la veneración al enojo radical con Frey, habida cuenta las penurias que sufrió por él. No se volvió ateo de la noche a la mañana, y eso es sustancial. “Porque el ateísmo no nació de golpe, por arte de magia, de la nada. Es el corolario de un largo proceso de maduración intelectual que tiene en el misoteísmo –la rebelión metafísica, al decir de Camus– un hito insoslayable”, subraya sobre el final. Y concluye: “Sirva este ensayo de homenaje a todos los gođlaussar (plural de gođlauss) de la historia, nórdicos y de otras latitudes”. Así sea.

Hay dos textos que delimitan de alguna manera el conjunto de la obra, y no fortuitamente están colocados uno al comienzo y otro al final. Son similares, pero diferentes. El primero, in memoriam de Albert Camus; el segundo, en homenaje a Puente Ojea, indudable influencia que Federico asume, y a quien le dedica una amorosa evocación. “Ateo soy” se titula el que marca el inicio; “Mi ateísmo”, el que cierra la edición. Existencialismo, rebeldía, librepensamiento, polimatía, crítica, ateísmo. Libertad. Todo está sintetizado allí. A guisa de resumen de lo que vendrá, el primero; y a modo de corolario de lo que fue, el segundo. “Rechazar la idea de Dios es hacerse cargo radicalmente de nuestra humana existencia. La libertad a pleno, pero también, inexorablemente, la responsabilidad a pleno. Es entender que ningún ser supremo guarda nuestras espaldas, que no somos inmortales y que nuestra razón, sin ser todopoderosa, puede mucho, pero mucho, si la fe no la señorea”. ¿No quedó claro? “¿Libertad a la intemperie o seguridad en cautiverio? Libertad a la intemperie. Siempre. Toda la vida, y por la vida. Llueva a cántaros o brille el sol. Ateo soy”. ¿Y ahora? No importa el orden ni a cuál de los ensayos corresponden estas sentencias. Están ahí. Presentes. Todo el tiempo. Todo el libro.

No rehúye Federico a discutir en este trabajo la reconocida tensión entre ciencia y ateísmo. Y está bien que así sea. No podría una reflexión sobre el escepticismo religioso y la razón haber obviado un cruce como este. Además de recordarme, en lo personal, más de un debate al respecto. Permítaseme esta breve digresión: apenas iniciaba mi tránsito hacia el agnosticismo –paso prácticamente ineludible que atraviesa cualquiera que transite el camino hacia el existencialismo ateo– recuerdo haber fundamentado en ese momento mi posición en la razón científica. La propia «infalsabilidad» de los argumentos en mi contra solo lograban confirmar mis sospechas, y no me bastaba con aquella máxima que entonces esgrimían mis detractores creyentes, quienes, apoyándose en un científico como Luis Pasteur sentenciaban: “Un poco de ciencia nos aparta de Dios, mucha ciencia nos aproxima a él”. ¿Qué quería decir eso? ¿“Mucha ciencia” sería llegar a un «vacío» o lugar inexplicable, solo posible de ser llenado o inteligible con la idea de Dios? Así, con mayúsculas, el «Único», no cualquier dios. ¿Por qué ese y no otros dioses o diosas? Si no se puede probar o explicar qué pasa en ese vacío, ¿cómo se prueba que allí está o estuvo Dios? Y si no se puede probar, ¿por qué tendría que creer o tomar por válido ese argumento?

Le lectura de este apartado –el décimo, según el índice– adelanta argumentos que sirven de respuestas a esos viejos interrogantes, y avanza en la crítica al supuesto agnosticismo científico (o, mejor dicho, de la ciencia asumida como agnóstica, la cual “se limitaría a prescindir de Dios –y demás entes o fuerzas sobrenaturales– sin negar su existencia”), y también al deísmo, ese “teísmo que acota su fe providencialista a la «Creación’» es decir, al instante –puramente mítico– de la cosmogonía o génesis del cosmos, como si «antes» del Big Bang no hubiese existido nada en absoluto. Frente a ello, Mare es terminante: es el ateísmo el que mejor se condice con la realidad y cotidianeidad de la praxis científica. A la metafísica, ni cabida. Tanto si se asume el ateísmo de manera escéptica o cautelar (básicamente quienes piensan que hasta tanto no se pruebe la existencia de Dios u otros seres sobrenaturales no corresponde presumir la existencia de un “más allá”), o bien se lo haga de una manera más asertiva o radical (un ateísmo «metacientífico» que incluye a quienes están convencidos de la inexistencia de lo divino y lo supranatural, más que por la ausencia argumentos racionales o de pruebas objetivas, por la consideración de determinados valores subjetivos). Esta última variante de ateísmo abreva en las aguas de la reflexión filosófica existencialista, y es la que prefieren quienes eligen “vivir en una realidad unitaria, libre de presencias numinosas”).

Rondando ya las 2.000 palabras, me doy cuenta de que no será posible dedicarle a cada uno de los ensayos que incluye este libro el espacio que se merece, en una reseña que se precie de tal. Debo asumir las limitaciones del espacio, además de las de mi intelecto, y comenzar a terminar este escrito, aunque no sin antes dedicarle unas líneas a la exposición que hace Federico en defensa de la existencia real de Jesús de Nazaret. “La historicidad de Jesús y las fuentes no cristianas: aportes a la crítica del negacionismo mitista” lleva por título el ensayo, y es el más extenso de toda la obra. Como el Informe sobre ciegos de Sábato, aquel podría haber sido –o puede serlo aún– publicado de manera separada al resto del libro que lo contiene. Una exposición que, por momentos, adquiere las características de un tratado de metodología de la investigación histórica y tratamiento de fuentes, y en la que prácticamente agota los argumentos para refutar a quienes, siendo ateos o agnósticos, niegan la existencia histórica del profeta galileo. Un negacionismo cuyo origen se remonta al siglo XVIII y que sostiene la tesis según la cual la figura de Jesús no es más que una invención, un mito literario (de ahí el mitismo). La aclaración de Mare no tarda en llegar: una cosa es “la vida y muerte verídicas de Yeshúa min-Natsaret, el rabbí de Galilea crucificado por el prefecto romano Poncio Pilato a instancias del Senedrin en el año 33, durante el reinado del emperador Tiberio”, y otra muy distinta es el “Hijo de Dios” hecho hombre, el Cristo de la fe, taumaturgo hacedor de milagros que resucitó luego de muerto y ascendió a los cielos. Pues bien, los mitistas soslayan dicha distinción y objetan la existencia histórica de Jesús argumentando básicamente la falta de evidencia fidedigna al respecto. Y es aquí donde Mare comienza su clase de metodología que atravesará de punta a punta este largo ensayo (unas 50 páginas), precisando primero qué entienden los negacionistas por “evidencia fidedigna” y los alcances de esa categoría, para luego describir y reflexionar sobre los diversos tipos de documentación histórica conocida al día de hoy que, tal como argumenta nuestro autor, aportan indicios o pruebas indirectas de la existencia histórica del profeta. Y concluye: “Flaco favor le hacen al ateísmo los historiadores ateos que, en su afán febril de llevar agua para su molino a como dé lugar, ofrecen el penoso espectáculo de tirar por la borda la seriedad intelectual y ecuanimidad de juicio. La suya es, parafraseando al filósofo Spinoza, una «pasión triste». Su obtuso negacionismo, lejos de enaltecer la concepción irreligiosa del mundo –como sí lo hicieron pensadores de la talla de Protágoras, Holbach, Feuerbarch, Bakunin, Marx, Nietzsche, Faure, Sartre, Camus, Russell y tantos otros–, la rebaja”.

Cierro nuevamente el libro al llegar hasta aquí. Pienso en cómo me afectó su lectura y de qué manera puso a prueba mi convicción atea. Habiendo sido un ferviente creyente por transmisión familiar, y habiendo pasado por la religiosidad católica de manera activa durante mi adolescencia, la triple y casi simultánea influencia de la ciencia, la historia y la filosofía me empujaron, como al gođlauss nórdico –previo paso por una temporada agnóstica– hacia el umbral del ateísmo. Aunque con algunos matices, sobre todo frente a ciertas creencias metafísicas que no se corresponden con deidades, sino con «fuerzas», con «energías». Por ejemplo, con el newen de la cosmovisión mapuche. Aun considerándome ateo, hay momentos en los que elijo creer en esas fuerzas positivas que emanan la buena amistad, la camaradería comprometida, el compañerismo sincero. Hay algo en esa reunión de amigos y amigas que no queremos que termine, en una marcha rodeados de militantes, en esa aula colmada de estudiantes que están disfrutando del encuentro tanto como uno. En ese bosque de ñires y coihues que rodean un lago patagónico. Es cierto que la psicología y la neurociencia pueden explicar esa sensación de bienestar, pero elijo creer en esa energía; sin poner con ello en juego ni un ápice la capacidad de pensar libremente, sin concesiones ni ataduras de ningún tipo más que las que imponen mis convicciones.

Miro Gođlauss de reojo y sigo pensando. Voy al final. Leo las palabras con las que se cierra la obra. Es una cita de los editores, incluida en el pie de imprenta: “Ojalá que este libro sea, parafraseando a Miguel de Unamuno, la levadura, no el pan”. No tengo dudas de que así será.

Pablo Scatizza


Nota.— Gođlauss. Ateísmo, librepensamiento y existencialismo es el tercer libro de Federico Mare, historiador y ensayista argentino, quien se desempeña en Kalewche como editor y redactor. La obra fue publicada por la editorial mendocina Grito Manso en marzo de este año, dentro de la colección Sala de Ensayos. Para mayor información sobre Mare, autor del libro, y Scattiza, autor de la reseña, véase la sección Autores de nuestra página web.
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