Ilustración: retrato de Artigas, por Alfred Demersay. Detalle del dibujo Francia-Artigas, Paraguay, ca. 1847. Museo Histórico Nacional de Uruguay. Fuente: Wikipedia. Puede verse el dibujo completo aquí.
Presentación.— Hacía tiempo que queríamos publicar en Clionautas, la sección histórica del semanario Kalewche, un buen artículo sobre Artigas y la revolución de independencia en la Banda Oriental del Río de la Plata. Cuando el año pasado nos enteramos por el camarada uruguayo Alexis Capobianco Vieyto que su compatriota María Luisa Battegazzore –nuestra colaboradora en temática educativa– era historiadora y estudiosa del artiguismo, no dudamos en que allí se abría una ventana de oportunidad. Le escribimos a Luisa para hacerle una propuesta editorial. Ella nos compartió algunos textos que ya había publicado en revistas o sitios web de su país. Otras tareas, compromisos, trajines y urgencias nos impidieron avanzar en el proyecto. Pero este año, a la vuelta del receso vacacional del verano, lo reflotamos.
Le sugerimos a Luisa recuperar su artículo “El Artigas que miramos”, que vio la luz en El Chasque, el 19 de junio de 2020, y que fue reeditado al año siguiente –para la misma efeméride, el natalicio de Artigas– en el semanario El Popular. Le propusimos, en concreto, publicar una versión actualizada, corregida y aumentada de su artículo, pensando en un público internacional de habla castellana como el nuestro, mayoritariamente no rioplatense (por más que el principal núcleo operativo de Kalewche esté en Argentina). Un público donde abundan lectores de España, México, Chile y otros diversos países americanos –incluyendo Estados Unidos– que seguramente no tienen, salvo excepciones, el umbral de saberes previos sobre el artiguismo que suelen poseer las personas oriundas del Río de la Plata en general, y Uruguay muy en particular. Durante las primeras semanas de marzo, Luisa estuvo trabajando en la reescritura del texto.
Cuando nos envió la nueva versión de “El Artigas que miramos”, acordamos con ella que saldría publicada el primer domingo del mes entrante, a caballo entre las efemérides uruguayas del 5 de abril (Primer Congreso artiguista en Tres Cruces) y 13 de abril (Instrucciones a los Diputados de la Provincia Oriental para la Asamblea Constituyente), más un pretexto editorial de «oportunismo conmemorativo» que un argumento decisivo e inapelable en términos de ciencia histórica o necesidad política. A raíz de esto, Luisa tuvo la amabilidad de añadir algunos párrafos introductorios de contextualización histórica concernientes a las efemérides. Nuestra profunda gratitud con ella por este y todos sus esfuerzos de reescritura. En el futuro, seguramente publiquemos otro ensayo suyo sobre el artiguismo –más extenso, con mayor aparato erudito– en Corsario Rojo, nuestra revista en formato PDF, que –recordamos– ha pasado de la periodicidad trimestral a la semestral. En ese ensayo, Luisa nos hablará del artiguismo como proceso revolucionario, no solo en lo político (independentismo, republicanismo, federalismo y democratismo), sino y sobre todo en lo económico-social, con especial acento en la dimensión agraria, de fundamental importancia en un país preindustrial y eminentemente agropecuario como la Banda Oriental de principios del siglo XIX (expropiaciones punitivas de latifundios a terratenientes realistas y repartos de tierras a favor de las masas populares, entre otras medidas radicales y de avanzada para la época).
…esa leyenda negra será después celeste…
borrados sus afanes revolucionarios, olvidadas
sus reivindicaciones, lavado su programa,
le harán una mortaja de retórica y bronce.
Carlos Machado
En este mes de abril, Kalewche decide recordar un proceso histórico y un proyecto que fueron derrotados sin atenuantes, y cuya valoración ha ido cambiando con el tiempo y las circunstancias. Esa evolución nos habla no sólo de aquella época, sino del transcurrir de la historia y de nuestro presente. Tiene sentido si despierta el interés por conocer el período artiguista, más allá del bronce y del olvido, porque se trata de una lucha americanista y plebeya, profundamente revolucionaria.
Ante la dificultad de tomar la Montevideo sitiada, en el contexto de la derrota del Ejército del Norte y la amenaza de una invasión portuguesa, el gobierno de Buenos Aires y el virrey llegan, en octubre de 1811, a firmar un tratado por el cual las fuerzas sitiadoras abandonan la Banda Oriental, que queda, al igual que tres pueblos del litoral entrerriano, en poder de España. Ese acuerdo, vivido como un abandono y una traición, provoca la retirada de las fuerzas orientales, comandadas por Artigas, seguida por la emigración masiva de las familias patriotas, que temían las represalias de los realistas. Miles de personas, con los bienes que podían transportar, acampan en el Ayuí, cruzando el río Uruguay. El historiador Clemente Fregeiro eligió el término “éxodo”, de resonancias bíblicas, para designar este episodio. Carlos Maggi prefiere la expresión “redota” (derrota), que toma del relato de Carlos Anaya, por el doble significado del vocablo y por ser una deformación más rústica y criolla. Artigas había recibido de la Junta de Mayo el grado de coronel, pero una Asamblea de delegados de los pueblos de esta Banda, convocada ante los rumores del levantamiento del sitio y tras la experiencia de los conflictos con Sarratea, le había investido como “General del Pueblo Oriental armado”, en presencia del Dr. José Julián Pérez, representante del Primer Triunvirato. Estos hechos ayudan a explicar la conciencia de sí mismos de los orientales y su aspiración autonomista.
En 1812 el Segundo Triunvirato convoca a una Asamblea Constituyente, para la cual deben elegirse diputados provinciales. Con ese objeto se reúne, el 5 de abril de 1813, un congreso de los representantes de los pueblos en el paraje de Tres Cruces, próximo a Montevideo. Artigas abre el Congreso con un discurso que es conocido como “la Oración de Abril”, donde, luego de un repaso dramático de los acontecimientos hasta la fecha, plantea sus recomendaciones para el reconocimiento de la Constituyente, afirmando la soberanía de los pueblos, que deben decidir. La formulación de tono aforístico puede atribuirse a la pluma de su pariente y secretario, Miguel Barreiro, pero el fondo corresponde al pensamiento de Artigas y es coherente con todas sus manifestaciones. La cuestión esencial es si el reconocimiento debe hacerse por obediencia o por pacto, y claramente se define por la segunda opción: “No hay un sólo motivo de conveniencia para el primer caso que no sea contrastable en el segundo y al fin reportaréis la ventaja de haberlo conciliado todo con vuestra libertad inviolable. (…) garantir las consecuencias del reconocimiento, no es negar el reconocimiento…”.
En las siguientes sesiones del congreso se aprueban las Instrucciones a los diputados orientales para la Asamblea Constituyente, que constituyen una síntesis del proyecto federal artiguista. Sus principios son independencia, república y confederación, la igualdad y autonomía de las provincias. La organización nacional se haría a través de pactos o ligas de amistad interprovinciales, desde abajo, sin ningún centro hegemónico. El art. 19 establece “Que precisa e indispensable sea fuera de Buenos Aires, donde resida el sitio del Gobierno de las Provincias Unidas”.
Ni qué decir que los diputados designados en el Congreso de Abril ven rechazados sus poderes en Buenos Aires. La Asamblea deriva, en 1814, hacia la instauración de un poder ejecutivo unipersonal, con la creación del cargo de director supremo. Desde entonces, fue declinando su actuación y su peso político.
El federalismo refleja las realidades económicas y sociales del antiguo virreinato, responde profundamente a sus necesidades y condiciones. Emilio Ravignani señala que las Instrucciones de los diputados potosinos a la Asamblea también proponen la organización federal. Y en los años siguientes tendrá su realización, parcial y breve, en la formación de la Liga Federal, bajo la égida de Artigas, que traslada su cuartel general a Purificación, donde se irá formando una población.
Es de señalar que Artigas disponía de materiales sobre los Estados Unidos. Algunos de los textos de las Instrucciones son traducción de los Artículos de Confederación y Perpetua Unión de las Trece Colonias norteamericanas. Del mismo modo, las ideas del iusnaturalismo tienen amplia circulación en el continente, y los secretarios de Artigas –en particular José Monterroso– eran hombres ilustrados de ideas liberales.
Las Instrucciones no sólo son el proyecto para la construcción del nuevo Estado surgido de la revolución, sino que también alumbran el concepto mismo de “Provincia Oriental”, como se la denomina. Hay que recordar que la colonia no dejó la herencia de una unidad político-administrativa que abarcara el territorio que se reclama, parte del cual “hoy ocupan injustamente los Portugueses”, como “los siete Pueblos de Misiones, los de Batoví, Santa Tecla, San Rafael y Tacuarembó”.
Dentro de la teoría, muy difundida, de la retroversión de la soberanía, Artigas no se refiere al pueblo en abstracto, sino que la soberanía radicaba en los concretos pueblos. En las Instrucciones leemos: “Art. 4. Como el objeto y fin del Gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los Ciudadanos y los Pueblos, cada Provincia formará su gobierno bajo esas bases, a más del Gobierno Supremo de la Nación”. Hay una formulación dual del sujeto de derechos: los pueblos y los ciudadanos, pues el concepto artiguista no es el liberal de la sociedad como suma de individuos aislados, sino que las células básicas, depositarias de la soberanía recuperada con la caída del régimen colonial, son los colectivos, las comunidades, que se asociarán entre sí por pacto voluntario y explícito. Es manifiesta la intención fundacional de la sociedad política, del Estado, a partir del contrato.
Efemérides, historia y política
Alguna vez escribí que “la forma en que se entienden los procesos históricos tiene una estrecha relación con la forma en que se hace política –es decir, en que se hace la historia”1. También se cumple la recíproca: las orientaciones políticas del presente condicionan nuestra memoria selectiva –y asimismo la investigación– del pasado. Nuestra mirada a la historia es también histórica.
En este sentido, habría que diferenciar la investigación y elaboración científicas del manejo político-ideológico que se hace de los acontecimientos o los personajes del pasado para la construcción de una memoria social, dirigida a la implantación de valores y sentimientos, desde la apropiación de un legado, real o supuesto.
En el primer caso, es comprensible que el historiador atienda a aquellos aspectos que le parecen de mayor importancia; y esa jerarquización es, en gran medida, producto de su tiempo y sus propias preocupaciones intelectuales, axiológicas e incluso sociales o políticas. Las circunstancias influyen de muchas maneras, aún en las condiciones de la publicación. Si hubiera dependido del presupuesto de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República, que patrocinaba la investigación, aunque no la financiaba, el gigantesco trabajo de los historiadores Nelson de la Torre, Julio Rodríguez y Lucía Sala no habría visto la luz. Y el acuciante presente que éstos vivían –basta mirar las fechas de edición– no dejó de influir de otra manera. En la advertencia “Al lector”, que abre el volumen de La revolución agraria artiguista, señalan que una tercera parte, prevista en el plan original, no pudo ser incluida, pues hubiera exigido una larga postergación. “Hemos entendido que nuestra obligación, en las horas que vivimos, es transmitir el acopio de conocimientos a que hemos llegado”2. Era 1969; era la “hora de los hornos”.
Asimismo, no es posible negar legitimidad a la construcción de una memoria social, con los componentes afectivos que la integran, siempre que se atenga a la verdad histórica en su complejidad y no a una narración recortada o ficticia de los procesos del pasado para acomodarla a las necesidades y objetivos particulares del presente. En este sentido, José Pedro Barrán advierte que el culto a Artigas puede llevar a una traición a la historia, un encubrimiento del contenido de la revolución, de los procesos sociales y su dinámica, de la influencia de los colectivos sobre la orientación y las decisiones de Artigas, a quien caracteriza como “conductor y conducido”3. Líber Falco lo dice con singular belleza y verdad: “Lentamente, como todo lo que permanece, /Un hombre creció hasta su pueblo”4.
En el último reportaje antes de su muerte, dice Lucía Sala: “… la historia siempre se revisa. (…) En nuestro país pienso que la historia ha tenido siempre un peso ideológico muy grande. El héroe nacional es una construcción histórica. (…) Digamos que el análisis de Artigas, como el de cualquier otro personaje de tal gravitación en la historia, no es sólo un fenómeno científico; es también un fenómeno ideológico”5.
Es sabido que la mirada sobre Artigas ha cambiado con los tiempos: de la leyenda negra a la exaltación del héroe como fundador de la nacionalidad, una presentación falaz pero funcional a la construcción del débil Estado Oriental, nacido de la Convención Preliminar de Paz y la intervención británica. Artigas, como elemento de identidad nacional, también será útil para integrar a los inmigrantes, que afluían por miles. Se temerá, particularmente en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, que ese flujo pudiera ahogar la cultura de la joven e inestable sociedad receptora.
Las recurrentes insurrecciones y golpes de estado ponen en primer plano la identificación de Artigas con la institucionalidad republicana. Más tarde, coincidiendo con tendencias del revisionismo histórico argentino, se resaltan los contenidos de federalismo y “patria grande”. En una época de crisis orgánica y de ascenso de las luchas sociales y políticas, como fue la década larga de los 60, cobra mayor significación la dimensión socioeconómica de la revolución y el enfrentamiento de clases en su seno.
Hacia el nuevo milenio, dentro de concepciones que tienden a ver la Historia y hasta los documentos como mero relato y representación, la consideración de los procesos se hace secundaria y se prefiere el recuento de lo anecdótico, lo privado, lo cotidiano. Una historia micro, podríamos decir, que a veces se convierte, estrictamente, en un relato. Cobran relevancia la vida privada de Artigas, los hijos, sus mujeres.
Y aparece una perspectiva enfocada en lo local, que puede aportar mucho en pormenores, detalles y matices que corren el riesgo de perderse en el marco más amplio dentro del cual una región está inserta. Tal es el caso del trabajo de Ana Frega, Pueblos y soberanía en la revolución artiguista (2007).
A mi modo de ver, todo enfoque, toda orientación, enriquece la elaboración histórica, siempre que se remita, con rigor científico, a los sucesos que efectivamente tuvieron lugar en el pasado. En ese sentido, la ingente investigación que produjo una serie de obras fundamentales en nuestra historiografía como las de De la Torre, Rodríguez y Sala6 aporta la comprobación de un hecho importante, negado o minimizado muchas veces: la magnitud que alcanzó la redistribución de la propiedad territorial durante el período revolucionario, así como el origen de esa negación en el despojo de los donatarios artiguistas7 en el Uruguay independiente.
Artigas en la política: de la leyenda negra a la exaltación
De hecho, la reivindicación o negación de Artigas y su actuación siempre tuvieron color político, al igual que la de otros personajes o acontecimientos históricos. Las efemérides y el nomenclátor son signos de la valoración y la memoria que una época quiere construir. En los primeros años del Uruguay independiente no se conmemora ningún acontecimiento del período artiguista. En 1834, durante la presidencia de Fructuoso Rivera, se promulga una ley que establece el 18 de julio (Jura de la Constitución) como la gran fiesta cívica de la República, a la que se agregan el 25 de mayo (Primera Junta), el 20 de febrero (batalla de Ituzaingó) y el 4 de octubre, que nadie recordará qué significa: es la fecha de la ratificación de la Convención Preliminar de Paz de 1828, en la cual el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas acuerdan, con la intervención de Lord Ponsomby, la independencia del territorio en disputa, convenientemente mutilado.
No se conmemoran tampoco los hechos de 1825, como la Declaración de Independencia de la Florida, o sucesos que den protagonismo al compadre y rival, Juan Antonio Lavalleja. La declaración del 25 de agosto de 1825 merecerá arduas polémicas futuras, pues la Sala de Representantes, a continuación de proclamar la independencia respecto a Brasil, expresa: “Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud América, por ser libre y espontánea voluntad de los pueblos que la componen, manifestada con testimonios irrefragables y esfuerzos heroicos desde el primer período de la regeneración política de dichas provincias”. Es de notar que no se usa el título de “congreso” para designar a ese órgano, quizás por recordar demasiado al artiguismo. Sin embargo, dispone que el pabellón sea la tricolor que también habían enarbolado los Treinta y Tres Orientales.8
Durante la Guerra Grande, en 1843, por iniciativa de Andrés Lamas, el nomenclátor montevideano elimina los nombres de santos de la época colonial para exaltar acontecimientos del período 1825-1830: Treinta y Tres, Rincón, Sarandí, Ituzaingó, Convención, 25 de agosto, 18 de julio, por mencionar algunos. El período fundacional de la revolución emancipadora es ignorado, con excepción del 25 de mayo y la batalla de las Piedras, designación luego reducida a un incomprensible “Piedras”. El himno argentino en su versión completa recuerda este hecho de armas, entre otras batallas de la independencia, mientras que el nuestro no incluye ninguna mención a esa época.
El primer homenaje a Artigas proviene del campo sitiador,9 poniendo su nombre a un tramo del camino del Maldonado, que luego sería la avenida 8 de Octubre. Esa diferencia probablemente se relaciona con las distintas actitudes de sus caudillos respectivos, Rivera y Lavalleja, ante la invasión portuguesa. Mientras que Rivera se pliega a los invasores, de los que recibe hasta un título nobiliario, Lavalleja permanece fiel a Artigas y persiste en la lucha hasta que, en 1818, es hecho prisionero y confinado en la Isla das Cobras.
Durante el período posterior a la Guerra Grande, marcado por la “política de fusión”10 y el alineamiento de los “doctores”11 contra las divisas, a las que se culpa del conflicto, es lógico que se recurra a Artigas como símbolo de la unidad nacional y, sin temor al anacronismo, de la superación de los enfrentamientos partidarios. La victoria de los generales Venancio Flores y Manual Oribe, partidarios del pacto y no de la fusión, sobre los doctores “rosados”, ayuda a resaltar la figura de Artigas como caudillo o protocaudillo, lo que contribuye a incrementar el rechazo de la clase ilustrada que monopoliza la prensa y toda comunicación escrita.
Bastaría seguir el patético peregrinaje de los restos de Artigas luego de su repatriación, ordenada por Flores, en 1855, para percibir las fluctuaciones de una valoración sujeta, como el destino de sus huesos, a los vaivenes de la política. La inestabilidad, las rebeliones de los colorados conservadores y el alejamiento de Flores del gobierno, determinaron que los restos quedaran abandonados en la aduana, a pesar de la protesta de Leandro Gómez, desde el diario La Nación. Gómez reivindica a Artigas como modelo de abnegación, honradez y patriotismo. Tiene que transcurrir un año para que, bajo la presidencia de Gabriel Antonio Pereira, se tribute a Artigas un funeral público con bastante esplendor y solemnidad. La modesta urna original hecha por un hojalatero en Paraguay –costó 30 patacones– es sustituida por otra de madera fina, que desfila cubierta por la tricolor artiguista en una de sus versiones (la de la franja roja en diagonal, que en 1952 será oficializada por decreto como uno de los símbolos patrios).
Los oradores lo proclaman, sin preocuparse por los hechos históricos, el fundador de la nacionalidad oriental, patriarca de la independencia y padre de la patria. Sus restos son llevados a la catedral, pero no reposarán allí como los de Lavalleja y Rivera. Son inhumados en el panteón familiar de Pereira, ya que era sobrino segundo de Artigas. En 1862 Bernardo Berro proyecta el traslado a la rotonda o capilla del Cementerio Central, entonces en construcción, algo que no tendrá lugar a causa de la insurrección florista. Para los sectores intelectuales y liberales, Artigas sigue siendo el caudillo enemigo del orden, imagen reforzada por el levantamiento de Flores contra el gobierno constitucional de Berro. Sin contar que, para colmo, los aliados de Flores son los archienemigos de Artigas: los unitarios porteños, con Mitre a la cabeza, y el Imperio de Brasil. El triunfo florista, con el apoyo de tropas y flota brasileñas, desembocará en la malhadada guerra de la Triple Alianza.12
Al inicio del período “militarista”, en 1877, el gobernador provisorio de facto, Cnel. Lorenzo Latorre, manda hacer una urna exterior nueva, con forma de paralelepípedo hexagonal y tapa en punta de diamante, con pedestal, enchapada en jacarandá con festones de plata incrustados. Los restos de Artigas son depositados en el Panteón Nacional, que años antes había inaugurado José Ellauri, uno de los constituyentes de 1830. Semejante homenaje del dictador no contribuía a mejorar la imagen de Artigas entre los principistas.
La lupa de la historia
Desde que, en 1860, Isidoro de María publica su Vida del Brigadier General José Gervasio Artigas fundador de la Nacionalidad Oriental, comienza una lenta y laboriosa reivindicación de su actuación a través de estudios históricos, aunque evidentemente con una interpretación signada por las preocupaciones del momento. En esa tarea se empeñó luego Clemente Fregeiro, que en 1886 publica Artigas. Documentos Justificativos –un título bastante expresivo–, preparatorios para un futuro trabajo histórico. El año anterior había aparecido la obra de Justo Maeso El General Artigas y su época. Apuntes documentados para la historia oriental. La labor se centraba en el imprescindible rescate de documentos para rebatir los juicios de odio formulados por Cavia, Mitre y otros. No olvidemos que hasta las Instrucciones del Año XIII debían ser descubiertas y autenticadas.
Tan polémica es la apreciación de Artigas que, en el gobierno del Gral. Máximo Santos, su ministro, Carlos de Castro, se siente precisado a prohibir la lectura en las escuelas del anti-artiguista Bosquejo histórico de Francisco Berra. Argumenta que “La enseñanza de la historia de la República debe dirigirse a fortalecer el sentimiento innato de la patria en almas juveniles que necesitan más de inspiraciones elevadas que de criterio reflexivo para apreciar el desarrollo de los sucesos históricos”. Una justificación bastante ambigua –el criterio reflexivo parece opuesto a la elevación patriótica– pero muy directa en cuanto a la instrumentalización de la enseñanza de la historia. Consecuentemente, el inspector nacional de Instrucción Primaria, Jacobo Varela, dispone que no se consienta “bajo pretexto ninguno, que en la enseñanza de la historia en las escuelas de grado superior, se controvierta la personalidad del General Artigas”13.
Todavía en 1909 Eduardo Acevedo cree necesario subtitular su trabajo sobre Artigas “Alegato histórico”. El interés se concentra en la Obra cívica, que abarca el segundo volumen. Del mismo modo, en la polémica defensa de Artigas, emprendida en 1884 desde La Razón por Carlos María Ramírez, el perfil cívico predomina sobre el militar, lo que condice con las inclinaciones de las clases cultas y las necesidades de pacificación de esta “tierra purpúrea”. Tal tendencia se acentúa en la época del primer batllismo con obras como las de Héctor Miranda: Artigas (1905), Las Instrucciones del Año XIII (1910), La Doctrina de la Revolución (1913) y su inconclusa investigación sobre Los Congresos de la Revolución (1915), cuya publicación póstuma asumió la revista Anales de la Liga de Estudiantes Americanos.
Lo heroico y lo apologético se desplegaron con fuerza en la Epopeya en prosa de Juan Zorrilla de San Martín, escrita en 1907, que Unamuno consideró un monumento más sólido que cualquiera hecho en bronce o en mármol. De hecho, se presuponía el bronce, desde que el gobierno le había solicitado un ensayo sobre Artigas con el propósito de ilustrar a los interesados en el concurso internacional para el monumento a erigirse en la Plaza Independencia. El proyecto venía postergándose desde 1884, cuando hubo un primer concurso y se colocó la piedra fundamental. Desde la segunda convocatoria y la selección de bocetos transcurrió más de una década, y el monumento se inauguró recién en 1923.
La situación es muy otra en ocasión del centenario de la muerte del que ya era unánimemente considerado “el Prócer”. 1950 no sólo es el año de Maracanazo14: culmina con la apoteósica conmemoración de ese aniversario, en la cual todos los partidos políticos se disputan la calidad de auténticos herederos y continuadores del legado artiguista. “…el artiguismo se transformó en un bien sucesorio indiviso y campo de batalla retórica entre sus proclamados herederos en la arena política”15, que destacan aquellos aspectos con los que sus posiciones e ideas tuvieran mayor afinidad. Los restos de Artigas son trasladados, como objeto de culto ciudadano, a un altar laico ubicado, con involuntaria ironía, en el Obelisco.16 Pero no menos irónico resulta que el barroco monumento y el helado mausoleo se hayan erigido en la Plaza Independencia.
El mausoleo, construido por la última dictadura cívico-militar en 1974, quedará mudo –salvo por algunas fechas– porque no pueden decidir qué frases de Artigas incorporar al monumento. No era sencillo cuando las Instrucciones del Año XIII establecen que “El Despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la Soberanía de los Pueblos”. Por ley, en 2001, se dispone la inscripción de pensamientos de Artigas en el mausoleo, lo que recién se cumple en 2009; la selección requiere un trabajoso acuerdo interpartidario.
No fue ese el último avatar de los pobres restos. En 2009, Tabaré Vázquez propone en cadena nacional reubicarlos en el Palacio Estévez,17 que se convertiría en museo, proyecto que no es realizado por la gran oposición que despierta. En 2011, la necesidad de restaurar la urna y el mausoleo hizo que volvieran a ser trasladados (al cuartel de Blandengues, al Palacio Legislativo) para retornar en 2012 al mausoleo.
Aunque proclamado símbolo de unidad nacional, el culto a Artigas enfrenta, en 1950, a los partidos políticos, que rivalizan en ser los más legítimos herederos. En lo que había unanimidad era en negar a los comunistas hasta el derecho de invocar el artiguismo. Es bastante representativo el diputado por la Unión Cívica, Venancio Flores –futuro canciller de Pacheco Areco– al decir que “…sectores de carácter totalitario” no pueden “sin forzar el ideario artiguista, enarbolarlo como bandera, si no es para los fines de enmascaramiento político que todos conocemos”18. El entonces diputado comunista Héctor Rodríguez responde desde Justicia que “No pueden hablar de Artigas derechamente quienes pretenden imponer la servidumbre de pactos y tratados, la tiranía de leyes represivas, la carga abrumadora de impuestos antipopulares… quienes se niegan a la Reforma Agraria”19. Eran los tiempos más arduos de la guerra fría: dos años antes, Uruguay había ratificado el TIAR y se tramitaba un acuerdo militar con EE.UU., que se firmaría en 1953.
En informe a su gobierno, el embajador de Bélgica reveló –además de un profundo desdén por los países latinoamericanos– que los homenajes y ceremonias fueron incesantes a lo largo de un mes en que “Artigas es inoculado en grandes dosis en todos los medios”. No se privó de cierta crítica burlona a sus colegas “que rivalizan en la mutua adulonería (…) alrededor del personaje legendario de Artigas”, ni tampoco de recordar la leyenda negra, mucho más válida a su criterio, en tanto había seguido apareciendo en la sagrada Enciclopedia Británica hasta 1949.20
Más allá de las disputas, la celebración tuvo resultados fecundos en la gran cantidad de publicaciones de documentos o estudios, muchos estimulados y financiados por el Estado; concursos, exposiciones, una obra teatral y hasta un mediometraje documental, Artigas. Protector de los pueblos libres (1950), que obtuvo premios en los festivales de Venecia y de Karlovy-Vary.
El Ejército y el artiguismo
Dentro de los mitos de continuidad a los que somos tan afectos, uno de los más arraigados es el del Ejército nacido de la semilla de las fuerzas artiguistas. Esta noción es consagrada oficialmente: se dispone que el Ejército se fundó en 1811 y, desde 1916, la bandera de Artigas es el emblema de las Fuerzas Armadas. Esta idea está tan arraigada en la conciencia social que rebatirla genera gran sorpresa o intensas protestas a derecha e izquierda del espectro político, como lo sé por experiencia. En los hechos, las fuerzas revolucionarias eran “el pueblo armado” y la jerarquía de Artigas derivaba de la elección por la Asamblea de la Quinta de la Paraguaya. Él mismo lo notifica en oficio a Manuel de Sarratea el 10 de agosto de 1811, usando esa categoría y no la de Ejército: “… mi proclamación gl. del Pueblo Oriental armado, imponía al Diputado Pérez, la obligación de hacerlo presente al Ex.mo Superior Gobierno”21.
Se trata de fuerzas que se forjaron en y para la revolución, con una estructura orgánica en construcción, donde existían las partidas sueltas que, reconociendo la autoridad del jefe, actuaban con relativa autonomía, como es el caso paradigmático del pardo Encarnación Benítez, al que conocemos por las quejas en su contra y sus escritos justificativos. Según testimonios de los hermanos Robertson, comerciantes británicos y posibles espías, las tropas guaraníes de Andrés Guaçurarí, tan esenciales en la estrategia de Artigas en la lucha contra Portugal, “estaban bien disciplinadas” y “no carecían de marcialidad” a pesar de su penuria material, pero estaban lejos de ser un ejército regular. Así es en la mayor parte de la guerra de independencia en el Plata: pensemos en el Ejército del Norte o del Alto Perú, comandado primero por Castelli y luego por Belgrano, abogados; en las fuerzas altoperuanas reunidas por los Padilla, marido y mujer, con sus batallones de hombres y mujeres indígenas; en Juana Azurduy de Padilla pariendo en plena batalla.
El gobierno de Buenos Aires puede otorgar grados militares para tratar de unificar la lucha en el antiguo virreinato bajo su égida (Juana recibió el grado de coronel, al igual que Artigas). Un caso algo distinto es el Ejército de los Andes, porque San Martín tenía formación militar europea, aunque no duda en buscar la colaboración de las guerrillas de Manuel Rodríguez en Chile y reconoce el valor de las partidas gauchas de Güemes en el Norte. Y muchos de los integrantes del ejército de San Martín, luego de Guayaquil, siguen combatiendo al mando de Bolívar. Finalmente, la derrota del movimiento artiguista es seguida por una década de dominación luso-brasileña y varios comandantes ex patriotas estuvieron a su servicio, de modo que hay una real cesura y ninguna continuidad con el futuro Ejército del Uruguay independiente que, a su vez, en la práctica, es por mucho tiempo más una fuerza militar del gobierno que del Estado.
Si un título no se puede revalidar en el extranjero es el grado militar. Sin embargo, Bartolomé Mitre inicia su carrera en la Montevideo sitiada, mientras Oribe actúa como general de las fuerzas de Rosas. A su vez, el Gral. Flores, en su exilio entrerriano, comanda tropas del Estado de Buenos Aires presidido por Mitre, contra la Confederación Argentina. Es recordado por la matanza de Cañada de Gómez, donde hizo degollar a más de 300 prisioneros.
A derecha e izquierda
En el siglo XX hay apelaciones castrenses a Artigas con significados opuestos. Junto a una generación de oficiales demócratas y constitucionalistas, muchos de los cuales, una vez en retiro, participaron en la fundación del Frente Amplio, desde 1964 surge una logia militar, los Tenientes de Artigas, alineada con la Doctrina de la Seguridad Nacional y vinculada a los golpistas brasileños, cuyos integrantes fueron protagonistas principales en el golpe de estado de 1973.
El Frente Amplio nació bajo la invocación y la bandera de Artigas. El discurso de Seregni,22 en el acto inaugural, terminaba emotivamente con una verdadera plegaria laica, dirigida a una figura paternal: “Padre Artigas: aquí está otra vez tu pueblo; te invoca con emoción, y con devoción y bajo tu primera bandera, rodeando tu estatua,23 este pueblo te dice otra vez, como en la patria vieja, ¡padre Artigas guíanos!”.
El Frente, empero, junto con el abandono de su programa original y la radicalidad de su propuesta, declina la reivindicación de la herencia artiguista. Asimismo, ha ido perdiendo relieve el carácter social y el contenido revolucionario del movimiento emancipador. Me parece sintomático que la obra de De la Torre, Rodríguez y Sala, prohibida durante la dictadura, no se haya vuelto a publicar en el Uruguay de la restauración democrática, ni siquiera parcialmente.
En este sentido, basta recordar las premisas en las que se fundó la celebración oficial del Bicentenario bajo el progresismo. Apenas se exhorta a “conocer aquellos hechos que algunos consideran fundacionales de la nacionalidad mientras que otros los enmarcan en diversos procesos de organización de los estados en la región rioplatense…”24. Es el reino del circunloquio y la ambigüedad.
A Artigas, en realidad, textualmente a “la figura de José Artigas” –o sea, a su representación desencarnada– se le “reconoce” una “participación central” en las luchas por la independencia, pero del artiguismo sólo se rescata “la idea de construcción de la república”. Tengamos a bien suponer que se refiere a una orientación republicana en general como forma de gobierno, no a la República Oriental como un Estado separado, lo que sería un dislate, merecedor de las duras críticas que en ese momento formulara Gerardo Caetano. No hay mención de los contenidos económicos y sociales del movimiento, ni siquiera una palabra acerca de democracia o de federalismo, soslayando la dimensión regional del artiguismo (su amplia proyección al oeste del río Uruguay, en las provincias litoraleñas –bañadas por el Paraná– de lo que luego será la Argentina; e incluso más allá, en la mediterránea Córdoba). Curiosamente, tampoco se destacan valores caros a la cultura de la diferencia y de la inclusión como el vínculo de Artigas con indígenas y africanos o afrodescendientes, y el reconocimiento de sus derechos, una ruptura profunda en una sociedad basada en las jerarquías, las castas y la exclusión de los esclavos negros y de los entonces llamados naturales. No solamente es un reconocimiento formal: los incluye expresamente entre los beneficiarios del Reglamento de Tierras e instala en esta banda a comunidades de guaycurúes y abipones, habiendo resultado infructuosos sus esfuerzos para que el Cabildo de Corrientes les otorgara tierras. En la Liga de los Pueblos Libres, Andrés Guaçurarí puede ser comandante o gobernador militar de dos provincias (Misiones y Corrientes).
En el marco del Bicentenario, el Museo Histórico Nacional realizó una interesante muestra que revisaba la construcción de la imagen de Artigas a través de las épocas, a partir del único retrato conocido, el de Alfred Demersay, cuando el oriental ya era un octogenario desde hacía mucho tiempo exiliado en Paraguay (hablamos del dibujo que ilustra el presente artículo).25 El título escogido para esta muestra, inaugurada en 2011, fue Un simple ciudadano. José Artigas. Ciertamente recoge palabras del propio Artigas en carta al Cabildo de Montevideo en 1816, luego de haber rechazado, sabedor de su doblez, los títulos que le confiriera. Pero la elección de esa referencia entre tantas posibles no deja de ser reveladora. Quizás, como el Shih Huang Ti de Borges, el progresismo teme que el pasado pueda interpelarlo.
En el reciente Bicentenario, no hay nada semejante a los fervores –compartidos y disputados– de la conmemoración de 1950, que Clarel de los Santos califica de “consagración mítica” del héroe. Y si de efemérides hablamos, 2020 fue el bicentenario de la derrota de la revolución popular y libertadora artiguista. Y no se le atribuya un forzado sentido metafórico o alusivo, de lo que no hay que abusar.
Hoy son Cabildo Abierto26 y el Movimiento Social Artiguista que lo antecedió los que hacen caudal del prestigio simbólico del personaje, a través de su nombre y su bandera, y por medio de frecuentes apelaciones al mismo. Quizás Benito Nardone27 pretendió aludir a esa herencia con el término de “cabildo abierto”, aunque Artigas se remitía a los congresos representativos de los pueblos, en los que radicaba la soberanía, y no a los cabildos abiertos que eran una institución colonial y municipal. De hecho, podríamos ver en el chicotacismo un precursor más próximo a los cabildantes, pues combina bien el conservadurismo con el toque populista de su discurso.
Ante los nuevos intentos de capitalizar e instrumentalizar la memoria del artiguismo por parte de algunos, y la renuncia a la historia28 por parte de otros, sería bueno recuperar algunos de los conocimientos que una laboriosa investigación científica ha desentrañado, sin pensar que son un punto final y absoluto de la elaboración histórica.
María Luisa Battegazzore
NOTAS
1 M. Luisa Battegazzore, “Marxismo, historia y política (II)”, en Estudios, n° 121, Montevideo, jul. 2008.
2 Nelson de la Torre, Julio C. Rodríguez y Lucía Sala, La revolución agraria artiguista, Montevideo, EPU, 1969, p. 12 (énfasis mío).
3 J. P. Barrán, “Artigas: del culto a la traición”, en Brecha, Montevideo, 20 de junio de 1986, p. 11.
4 L. Falco, “Artigas”, en Tiempo y tiempo, Montevideo, EBO, 2006, p. 110.
5 La Onda Digital, oct. 2006, publicada pocos días después de la muerte de Sala. Recogida posteriormente en Estudios, n° 125, Montevideo, sept. 2010.
6 Nos referimos a los libros Evolución económica de la Banda Oriental (1967), Estructura económico-social de la colonia (1967), La revolución agraria artiguista (1969), La oligarquía oriental en la Cisplatina (1970) y Después de Artigas (1972), todos ellos editados por EPU, ya que la UDELAR, si bien auspiciaba esas investigaciones, no contaba con los recursos para publicarlas, como deja claro Eugenio Petit Muñoz en el prólogo del primer volumen.
7 Beneficiarios de una suerte de estancia, en virtud del Reglamento de Tierras de 1815. Se confiscaban las tierras de los enemigos de la revolución, “malos europeos y peores americanos”, y se distribuían gratuitamente entre “los más infelices”, con la condición de poblarlas. Asimismo, recibían ganado. La revolución buscaba resolver el “arreglo de los campos”, tan llevado y traído por el reformismo borbónico, y que tantos pleitos y quejas suscitaba en la Banda Oriental. Artigas había participado, como oficial del Cuerpo de Blandengues, en la fundación de San Gabriel de Batoví y el proyecto de colonización fronteriza dirigido por Félix de Azara.
8 Las provincias de la Liga Federal adoptan, por decisión de Artigas, los colores blanco, rojo y azul en sus banderas, con diversos diseños. El grupo que, dirigido por Lavalleja, cruza el río Uruguay e inicia el levantamiento contra el dominio brasileño en 1825, ha recibido el mítico nombre de “los Treinta y Tres”. Todo el episodio está rodeado de un aura de leyenda, sobre todo a partir de la gran pintura de Blanes y su confesa invención dramática de la escena.
9 Durante la llamada Guerra Grande (1839-1851), Montevideo estuvo sitiada por las fuerzas del derrocado presidente Manuel Oribe que, desde 1843, controlaban el resto del país. La ciudad y el puerto estaban en poder de los “colorados” y servía de refugio a muchos unitarios argentinos exiliados. Oribe y los “blancos” eran aliados de Juan Manuel de Rosas. Es curiosa la contraposición del color de las divisas que los identificaban. En el campo sitiador se desarrolló una población, la Villa de la Restauración, con su puerto y su aduana en el Buceo. Funcionó el gobierno autoproclamado legítimo, con las cámaras legislativas disueltas por Rivera, ministerios y otros organismos.
10 El más conspicuo representante de esta tendencia fue Andrés Lamas, quien, desde Brasil, manifiesta: “¿Qué representan esas divisas blancas y esas divisas coloradas? Representan las desgracias del país, las ruinas que nos cercan, la miseria y el luto de las familias, la vergüenza de haber andado pordioseando en los dos hemisferios, la necesidad de las intervenciones extranjeras, el descrédito del país, la bancarrota con todas sus amargas humillaciones, odios, pasiones, miserias personales. (…) Rompo pública y solemnemente esa divisa colorada, que hace muchos años que no es la mía, que no volverá a ser la mía jamás. No tomo, no, la divisa blanca, que no fue la mía, que no la será jamás. Repudiando las divisas, repudio la guerra civil representadas por ellas”. Andrés Lamas a sus compatriotas, Río de Janeiro, 1855, p. 60. Hay una copia en la Biblioteca Digital del Patrimonio Iberoamericano (BDP), disponible aquí.
11 La contraposición entre doctores, identificados con las capas intelectuales urbanas, y caudillos, asociados a lo rural y militar, es un sobreentendido en nuestra historiografía y una simplificación que ignora los múltiples lazos entre ambos.
12 Uno de los episodios más dramáticos fue el sitio y la caída de Paysandú, bombardeada por la escuadra brasileña y defendida por su comandante militar, Cnel. Leandro Gómez. En enero de 1865, la ciudad es tomada por asalto y se combate en las calles. Gómez es hecho prisionero y fusilado con varios de sus oficiales.
13 G. Vázquez Franco, Francisco Berra, la historia prohibida. Anexo documental, oficio del Ministerio de Gobierno del 13/9/1883 y circular de la Inspección Nacional de Instrucción Primaria del 6/10/1883 (énfasis mío).
14 Victoria mítica de Uruguay en la final del mundial de fútbol Brasil 1950, disputada en el estadio Maracaná de Río de Janeiro contra la selección local.
15 C. de los Santos Flores, La consagración mítica de Artigas, Montevideo, MEC, 2012, p. 213.
16 El Obelisco está dedicado a los constituyentes de 1830, o sea, consagra la segregación de las Provincias del Plata.
17 Antigua sede de la Presidencia de la República.
18 Cit. en De los Santos Flores, op. cit., p. 250.
19 Cit. en ibid., p. 252.
20 Cit. en ibid., pp. 157-158.
21 E. Narancio y otros, Artigas,ob. cit., p. 52.
22 Gral. (R) Líber Seregni, primer candidato presidencial del Frente Amplio en 1971. Estuvo preso por casi una década durante la dictadura cívico-militar (1973-74 y 1976-84). Fue proscrito para las elecciones de 1984.
23 Se trata del Artigas de Armando González, provisoriamente exhibido en la explanada de la Intendencia de Montevideo. La estatua y su autor sufrieron muchas penurias durante el pachecato y la dictadura. Era un Artigas sospechoso, obra de un comunista. Finalmente, en 1976 fue instalado en la ciudad de Artigas, sin respetar el emplazamiento pensado por el artista.
24 www.bicentenario.gub.uy. Recuperado en 2011. Sitio web no disponible actualmente.
25 En el dibujo, se lo ve a Artigas de perfil, frente al ya difunto mandatario paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia, su antiguo anfitrión.
26 Cabildo Abierto es una fuerza política que surgió para las elecciones de 2019, dirigida por el ex comandante del Ejército, Gral. (R) Guido Manini Ríos, quien promovió, con varias insubordinaciones, su destitución por el presidente Tabaré Vázquez. Cabildo Abierto logró una amplia representación parlamentaria e integra la coalición de gobierno, en la que busca marcar perfil. Más allá de disidencias oportunistas, ya que no abandonó la coalición, es el partido que representa a la «familia militar».
27 Bajo el seudónimo de “Chicotazo”, Benito Cardone alcanzó proyección nacional a través de una audición radial dirigida a los pequeños y medianos productores rurales. Le sirvió para organizar un movimiento gremial en 1951, la Liga Federal de Acción Ruralista, que realizaba actos llamados “Cabildos Abiertos”, trasmitidos en todo el país. Su alianza con el Partido Nacional (blanco) le permitió el triunfo en las elecciones de 1958, luego de casi un siglo de gobiernos colorados. Aunque su mecenas fue Domingo Bordaberry y se admite que Nardone fue operador político de la CIA, concitó la adhesión de intelectuales de fuste como Methol Ferré y Reyes Abadie. Su discurso era esencialmente antiestatista, antibatllista y anticomunista.
28 Wladimir Turiansky ha hablado de la “ausencia de la historia” en la conciencia social de este siglo XXI, y Menjívar Ochoa caracteriza esta actitud intelectual como “presentismo”.