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Jonathan Cook Naumaquia

El Islam ante Occidente: las falacias de la islamofobia

7 de diciembre de 202521 de diciembre de 2025
Kalewche

Ilustración de Rosanna Morris para The Bristol Cable (2018).

El británico Jonathan Cook es uno de los periodistas internacionales que mejor están cubriendo –narrando rigurosamente, pero también analizando críticamente– la actualidad de Medio Oriente, el conflicto israelí-palestino y el genocidio de Gaza. Una cobertura periodística que es veraz y lúcida, pero también valiente y sensible, imbuida de un fuerte sentido ético y compromiso solidario. Por ende, una cobertura en las antípodas de la propaganda occidental y la hasbará sionista. Al mismo tiempo, su mirada del mundo árabe y musulmán evita cualquier apología romántica del islamismo y yihadismo como movimientos políticos (que no deben ser confundidos con el islam como religión).
Nacido en Buckinghamshire, sur de Inglaterra, en 1965, Cook se formó en las universidades de Southampton (licenciatura en filosofía y ciencias políticas), Cardiff (posgrado en periodismo) y Londres (maestría en estudios sobre Medio Oriente). Fue redactor de los periódicos The Guardian y The Observer. Radicado en Israel, donde siguió ejerciendo la actividad periodística desde Nazaret, se casó con una mujer árabe y tuvo dos hijas, obteniendo la ciudadanía israelí. Debido a sus críticas al régimen sionista de ultraderecha del Likud, debió abandonar el país con su familia. Actualmente vive de nuevo en Gran Bretaña, donde escribe crónicas y artículos de análisis u opinión para The Middle East Eye y The National. Es autor de tres libros: Blood and Religion: The Unmasking of the Jewish and Democratic State (2006), Israel and the Clash of Civilizations: Iraq, Iran and the plan to remake the Middle East (2008) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (2008).
Traducimos del inglés uno de sus últimos artículos: «Islam vs the West: The four biggest fallacies about Islam explained», que publicó en su blog personal el 3 de noviembre, con esta bajada: “¿No es el islam intrínsecamente violento? ¿Qué impidió que el mundo islámico tuviera una Ilustración? ¿Por qué algunos musulmanes están tan interesados en cortar cabezas? ¿Y no es Hamás lo mismo que Estado Islámico?”. El ensayo de Cook se complementa muy bien con otro magnífico artículo que publicamos hace cinco meses en Kamal, nuestra sección de teoría: “La apropiación del término ‘judío’ por Occidente o la segunda muerte de un mundo”, del francés Sylvain Jean.



Una conversación reciente con un amigo me hizo dar cuenta de lo poco que la mayoría de los occidentales saben sobre el islam y lo mucho que les cuesta distinguir entre islam e islamismo. Esta falta de conocimiento, cultivada en Occidente para mantenernos atemorizados y a favor de Israel, crea las condiciones que provocaron originalmente el extremismo ideológico en Medio Oriente y que, en última instancia, llevaron al auge de un grupo como Estado Islámico.

Aquí examino cuatro conceptos erróneos muy comunes sobre los musulmanes, el islam y el islamismo, y también sobre Occidente. Cada uno de ellos es un pequeño ensayo en sí mismo.


El islam es una religión intrínsecamente violenta, que lleva naturalmente a sus seguidores a convertirse en islamistas.

No hay nada único o extraño en el islam. El islam es una religión cuyos seguidores se denominan musulmanes. Los islamistas, por su parte, desean llevar a cabo un proyecto político y utilizan su identidad islámica como forma de legitimar los esfuerzos para impulsar ese proyecto. Los musulmanes y los islamistas son cosas diferentes.

Si esa distinción no está clara, piensa en un caso paralelo. El judaísmo es una religión cuyos seguidores se denominan judíos. Los sionistas, por su parte, desean llevar a cabo un proyecto político y utilizan su identidad judía como forma de legitimar los esfuerzos para impulsar ese proyecto. Los judíos y los sionistas son cosas diferentes.

Cabe destacar que, con la ayuda de las potencias coloniales occidentales durante el siglo pasado, un destacado grupo de sionistas logró un gran éxito en la realización de su proyecto político. En 1948 establecieron un Estado autoproclamado «judío», Israel, expulsando violentamente a los palestinos de su patria. Hoy en día, la mayoría de los sionistas se identifican en cierta medida con el Estado de Israel. Esto se debe a que hacerlo es ventajoso, dado que Israel está estrechamente integrado a «Occidente» y se obtienen beneficios materiales y emocionales al identificarse con él.

El historial de los islamistas ha sido mucho más variado y cambiante. La República de Irán fue fundada por islamistas clericales en una revolución de 1979 contra el régimen despótico de una monarquía respaldada por Occidente, liderada por el sha. Afganistán está gobernado por los islamistas del Talibán, jóvenes radicales que surgieron después de que la prolongada injerencia de las superpotencias soviética y estadounidense dejara su país devastado y en manos de señores de la guerra feudales. Turquía, miembro de la OTAN, está dirigida por un gobierno islamista.

Cada uno tiene un programa islamista diferente y contradictorio. Este hecho por sí solo debería poner de relieve que no existe una ideología «islamista» única y monolítica. (Más adelante se profundizará en este tema).

Algunos grupos de islamistas buscan un cambio violento, otros quieren un cambio pacífico, dependiendo de cómo vean su proyecto político. No todos los islamistas son fanáticos decapitadores de Estado Islámico.

Lo mismo puede decirse de los sionistas. Algunos buscan un cambio violento, otros quieren un cambio pacífico, dependiendo de cómo vean su proyecto político. No todos los sionistas son soldados genocidas y asesinos de niños enviados por el Estado de Israel a Gaza.

Se puede hacer el mismo tipo de distinción entre la religión del hinduismo y la ideología política del hindutva. El actual gobierno de la India, liderado por Narendra Modi y su Partido Bharatiya Janata, es ferozmente ultranacionalista e islamofóbico. Pero no hay nada intrínseco al hinduismo que conduzca al proyecto político de Modi. Más bien, el hindutvaísmo se ajusta a los objetivos políticos de Modi.

Y podemos ver tendencias políticas similares a lo largo de gran parte de la historia del cristianismo, desde las cruzadas de hace mil años, pasando por las conversiones cristianas forzadas de la era colonialista occidental, hasta el nacionalismo cristiano moderno que prevalece en el movimiento MAGA de Trump en Estados Unidos y domina los principales movimientos políticos en Brasil, Hungría, Polonia, Italia y otros lugares.

La cuestión principal es la siguiente: los seguidores de los movimientos políticos pueden –y a menudo lo hacen– recurrir al lenguaje de las religiones con las que crecieron para racionalizar sus programas políticos y dotarlos de una supuesta legitimidad divina. Esos programas pueden ser más o menos violentos, a menudo dependiendo de las circunstancias a las que se enfrentan dichos movimientos.

La obsesión de Occidente por asociar el islam, y no el judaísmo, con la violencia –incluso cuando un Estado autoproclamado “judío” comete genocidio– no nos dice absolutamente nada sobre esas dos religiones. Pero sí nos dice algo sobre los intereses políticos de Occidente. Más adelante profundizaremos en ello.


Pero el islam, a diferencia del cristianismo, nunca pasó por una Ilustración. Eso nos dice que hay algo fundamentalmente erróneo en el islam.

No, este argumento malinterpreta por completo la base socioeconómica de la Ilustración europea e ignora factores paralelos que acabaron con una Ilustración islámica anterior.

La Ilustración europea surgió de una confluencia específica de condiciones socioeconómicas que prevalecían a finales del siglo XVII, condiciones que gradualmente permitieron que las ideas de racionalidad, ciencia y progreso social y político se priorizaran por encima de la fe y la tradición.

La Ilustración europea fue el resultado de un período de acumulación sostenida de riqueza que fue posible gracias a los avances técnicos anteriores, en particular los relacionados con la imprenta.

El cambio de los textos escritos a mano a los libros producidos en masa aumentó la difusión de la información y erosionó lentamente el estatus de la Iglesia, que hasta entonces había sido capaz de centralizar el conocimiento en manos del clero.

Este nuevo período de intensa investigación científica, impulsado por un mayor acceso a la sabiduría de generaciones anteriores de pensadores y eruditos, también desencadenó una corriente política que no pudo revertirse. Con la erosión de la autoridad de la Iglesia llegó la disminución de la autoridad de los monarcas, que habían gobernado bajo un supuesto derecho divino. Con el tiempo, el poder se descentralizó y los principios democráticos fundamentales ganaron terreno gradualmente.

Las consecuencias se manifestarían a lo largo de los siglos siguientes. El florecimiento de las ideas y la investigación condujo a mejoras en la construcción naval, la navegación y la guerra que permitieron a los europeos viajar a tierras más lejanas. Allí pudieron saquear nuevos recursos, someter a las poblaciones locales resistentes y esclavizar a algunas de ellas.

Esta riqueza fue traída de vuelta a Europa, donde pagó una vida de lujo cada vez mayor para una pequeña élite. Los excedentes se gastaron en el mecenazgo de los artistas, científicos, ingenieros y pensadores que asociamos con la Ilustración.

Este proceso se aceleró con la Revolución industrial, que aumentó el sufrimiento de los pueblos de todo el mundo. A medida que las tecnologías europeas mejoraban, sus sistemas de transporte se hacían más eficientes y sus armas más letales, Europa estaba cada vez mejor posicionada para extraer riqueza de sus colonias e impedir el desarrollo económico, social y político de estas.

A menudo se da por sentado que no ha habido Ilustración en el mundo islámico. Esto no es del todo cierto. Siglos antes de la Ilustración europea, el islam protagonizó un gran florecimiento de la sabiduría intelectual y científica. Durante casi quinientos años, a partir del siglo VIII, el mundo islámico lideró el desarrollo de áreas como las matemáticas, la medicina, la metalurgia y la producción agrícola.

Entonces, ¿por qué la “Ilustración islámica” no continuó y se profundizó hasta el punto de poder desafiar la autoridad del propio islam?

Hubo varias razones, y solo una –quizás la menos significativa– está relacionada con la naturaleza de la religión.

El islam no tiene una autoridad central, equivalente al papa o al jefe de la Iglesia anglicana. Siempre ha sido más descentralizado y menos jerárquico que el cristianismo. Como resultado, los líderes religiosos locales, que desarrollaron sus propias interpretaciones doctrinales del islam, a menudo han sido más capaces de responder a las demandas de sus seguidores. Del mismo modo, la falta de una autoridad centralizada a la que culpar o desafiar ha dificultado la creación del impulso necesario para una reforma al estilo europeo.

Pero, al igual que con el surgimiento de la Ilustración europea, la ausencia de una Ilustración propiamente dicha en el mundo musulmán tiene sus raíces en factores socioeconómicos.

Las imprentas que liberaron el conocimiento en Europa supusieron un gran obstáculo para Medio Oriente.

Los escritos europeos en alfabeto latino eran fáciles de imprimir, dado que las letras de este abecedario eran discretas y podían ordenarse de forma sencilla, una tras otra, para formar palabras, frases y párrafos completos. Publicar libros en inglés, francés y alemán era relativamente sencillo.

No se podía decir lo mismo del árabe.

El árabe tiene una escritura compleja, en la que las letras cambian de forma dependiendo de dónde se encuentren en una palabra, y su escritura cursiva significa que cada letra se conecta físicamente con la letra anterior y posterior. El idioma árabe era casi imposible de reproducir en estas primeras imprentas. (Cualquiera que subestime esta dificultad debe recordar que Microsoft Word tardó muchos años en desarrollar una escritura árabe digital legible, mucho después de haberlo hecho para las escrituras en alfabeto latino).

¿Cuál fue la importancia de esto? Significó que los eruditos europeos pudieron viajar a las grandes bibliotecas del mundo islámico, copiar y traducir sus textos más importantes y llevarlos de vuelta a Europa para su publicación masiva. El conocimiento en Europa, basándose en la avanzada investigación del mundo musulmán, se difundió rápidamente, creando los primeros brotes de la Ilustración.

Por el contrario, Medio Oriente carecía de los medios técnicos –principalmente debido a la complejidad de la escritura árabe– para replicar estos avances de Europa. A medida que la ciencia occidental progresaba, el mundo islámico se quedaba poco a poco atrás, sin poder ponerse al día.

Esto tendría una consecuencia demasiado obvia. A medida que mejoraban las tecnologías de transporte y conquista entre los europeos, algunas partes de Medio Oriente se convirtieron en objetivo de la colonización y el control occidentales, de los que lucharon por liberarse. La intromisión europea aumentó drásticamente a principios del siglo XX con el debilitamiento y posterior colapso del Imperio otomano, seguido poco después por el descubrimiento de grandes cantidades de petróleo en toda la región.

Occidente gobernó mediante brutales sistemas de divide y vencerás, avivando las diferencias sectarias en el islam, como las que existen entre sunitas y chiitas, equivalentes a las de protestantes y católicos en Europa.

Hace más de cien años, Gran Bretaña y Francia impusieron nuevas fronteras que atravesaban intencionadamente las líneas sectarias y tribales para crear Estados nacionales altamente inestables, como Irak y Siria. Cada uno de ellos implosionaría rápidamente cuando las potencias occidentales volvieran a entrometerse directamente en sus asuntos en el siglo XXI.

Pero hasta ese momento, Occidente se benefició del hecho de que estos Estados volátiles necesitaban un hombre fuerte local: un Sadam Husein o un Háfez al-Ásad. Estos gobernantes, a su vez, recurrían a una potencia imperialista –normalmente Gran Bretaña o Francia– en busca de apoyo y para mantenerse en el poder.

En resumen, Europa llegó primero a la Ilustración principalmente gracias a una simple ventaja técnica, que no tenía nada que ver con la superioridad de sus valores, su religión o su pueblo. Por muy desalentador que pueda resultar, el espectacular dominio de Europa puede explicarse simplemente por sus formas de escritura.

Pero quizás lo más importante en este contexto es que ese dominio no puso de manifiesto una cultura occidental especialmente «civilizada», sino una codicia descarnada y brutal que arrasó repetidamente las comunidades musulmanas.

Una vez que Occidente tomó la delantera en la carrera –la puja por el control de los recursos–, todos los demás se vieron abocados a un difícil juego de ponerse al día, donde las probabilidades estaban en contra de ellos.


Todo eso está muy bien, pero el hecho es que Medio Oriente está lleno de gente –musulmanes– que quiere cortarles la cabeza a los «infieles». No me puedes decir que una religión que enseña a la gente a odiar así es normal.

“Nos odian por nuestras libertades”, el memorable eslogan de George W. Bush, oculta mucho más de lo que revela.

El sentimiento se expresaría mejor así: “Nos odian por las libertades que les arrebatamos”.

Los proyectos políticos atribuidos al islamismo son de origen mucho más reciente de lo que la mayoría de los occidentales creen.

Los primeros movimientos islamistas, que surgieron hace cien años tras la caída del Imperio otomano, se centraban principalmente en buscar formas de fortalecer sus propias sociedades a través de obras benéficas. Sus proyectos políticos más amplios seguían siendo marginales en comparación con el atractivo mucho mayor del nacionalismo árabe secular, defendido por una serie de hombres fuertes que llegaron al poder, normalmente a remolque de las potencias coloniales británica y francesa.

En realidad, fue la guerra de los Seis Días, donde Israel derrotó rápidamente a los principales ejércitos árabes de Egipto, Siria y Jordania, la que provocó el surgimiento de lo que, en la década del setenta, los estudiosos denominaban “islam político”.

La guerra del 67 supuso una grave humillación para el mundo árabe, que se sumó a la herida abierta de la Nakba de 1948, en la cual los Estados árabes fueron incapaces –y no estuvieron dispuestos– a ayudar a los palestinos a salvar su patria de la colonización europea y a impedir su sustitución por un «Estado judío» declarado.

Fue un doloroso recordatorio de que el mundo árabe no se había modernizado seriamente bajo sus autócratas respaldados por Occidente. Más bien, la región languidecía en un atraso impuesto que contrastaba con las ventajas financieras, organizativas, militares y diplomáticas que Occidente había prodigado a Israel, ventajas que siguen siendo evidentes en el apoyo incondicional de Occidente a Israel mientras lleva a cabo su actual genocidio en Gaza.

Los occidentales podrían sorprenderse por las escenas callejeras de las ciudades árabes seculares a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Las fotos y películas de la época suelen mostrar un ambiente moderno y animado, al menos para las élites urbanas, donde se podía ver a las mujeres con minifaldas y blusas escotadas. Algunas partes de Damasco y Teherán se parecían más a París o Londres.

Pero la occidentalización de las élites árabes seculares y su palpable fracaso a la hora de defender a sus países de Israel en la guerra de los Seis Días desencadenaron demandas de reforma política, especialmente entre algunos jóvenes desilusionados y radicalizados. Creían que las falsas promesas de Occidente y una creciente relajación ante el estilo de vida occidental habían dejado a las sociedades musulmanas complacientes, fragmentadas, débiles y sumisas.

Se necesitaba un proyecto político que transformara la región, haciéndola más digna y resistente, y preparada para luchar por la liberación del control occidental y contra el militarizado Estado de Israel, país cliente de Occidente.

No debería sorprender que estos movimientos reformistas encontraran inspiración en un islam politizado que delimitaría claramente su programa del Occidente imperialista y depuraría sus sociedades de su influencia corruptora.

También era natural que crearan un empoderador relato de origen: una narrativa de una «edad de oro» del Islam primigenio, cuando una comunidad musulmana más piadosa y unificada fue recompensada por Alá con la rápida conquista de grandes extensiones del globo. El objetivo de los islamistas era volver a esta era en gran parte mítica, reconstruyendo el fracturado mundo musulmán en un califato, un imperio político arraigado en las enseñanzas del propio Profeta.

Cabe señalar, paradójicamente, que el islam político y el movimiento sionista, más secular, compartían muchos temas ideológicos.

El sionismo buscaba expresamente reinventar al judío europeo, al que, según el pensamiento sionista, se le atribuía una debilidad que le convertía con demasiada facilidad en víctima de la persecución y, en última instancia, del Holocausto nazi. Se suponía que un Estado judío devolvería al pueblo judío sus tierras ancestrales y renovaría su poder, haciéndose eco de la mítica edad dorada de los hebreos. Un Estado judío tenía por objeto reconstruir el carácter del pueblo judío mientras trabajaba para sí mismo, labrando la tierra como agricultores-guerreros musculosos y bronceados. Y el Estado judío garantizaría la seguridad del pueblo judío mediante una destreza militar que impediría a otros interferir en sus asuntos.

A los islamistas, a diferencia de los sionistas, por supuesto, no se les ofrecería ninguna ayuda de las potencias occidentales para realizar su sueño político.

En cambio, su visión ofrecía consuelo en un momento de fracaso y estancamiento para el mundo árabe. Los islamistas prometían un cambio radical de suerte mediante un programa de acción claro, empleando un lenguaje y unos conceptos religiosos con los que los musulmanes ya estaban familiarizados.

El islamismo tenía una ventaja adicional: era difícil de falsificar.

El fracaso de estos movimientos a la hora de eliminar la influencia occidental de Medio Oriente o derrotar a Israel no socavó necesariamente su influencia o popularidad. Más bien, podía utilizarse para reforzar el argumento a favor de intensificar sus programas: mediante una aplicación más estricta del dogma, un enfoque más extremo de la rectitud islámica y operaciones más violentas.

Esta misma lógica condujo en última instancia a Al Qaeda y Estado Islámico con su culto a la muerte.


Lo que está ocurriendo en Gaza es horrible, pero Hamás es igual que Estado Islámico. Si no podemos permitir que Estado Islámico se apodere de Medio Oriente, no podemos esperar que Israel deje que Hamás lo haga en Gaza.

Yo resido en el Reino Unido y, por lo tanto, me resulta difícil responder a esta cuestión sin correr el riesgo de infringir la draconiana ley antiterrorista británica. El artículo 12 tipifica como delito punible con hasta catorce años de prisión expresar una opinión que pueda llevar a los lectores a tener una opinión más favorable de Hamás.

El hecho de que Gran Bretaña haya prohibido la libertad de expresión en lo que respecta al movimiento político que gobierna Gaza, además de la proscripción del ala militar de Hamás, revela el temor de Occidente a permitir un debate adecuado y abierto sobre las relaciones entre Israel y Gaza. En efecto, se puede aplaudir sin consecuencias el asesinato en masa de niños gazatíes por parte del Ejército israelí, pero elogiar a los políticos de Hamás por firmar un alto el fuego roza la ilegalidad.

Las siguientes observaciones deben entenderse en este contexto tan restrictivo. Es imposible hablar con sinceridad sobre Gaza en Gran Bretaña por razones legales, mientras que las presiones sociales e ideológicas lo hacen igualmente difícil en otros países occidentales.

La idea de que Hamás y Estado Islámico son lo mismo, o diferentes alas de la misma ideología islamista, es uno de los argumentos favoritos de Israel. Pero es una tontería evidente.

Como debería haber quedado claro anteriormente, Estado Islámico es el callejón sin salida ideológico y moral al que se vio abocado el pensamiento islamista tras décadas de fracasos, no solo para crear un califato moderno, sino para tener un impacto significativo contra la injerencia occidental en Medio Oriente. Tras repetidos fracasos, el islamismo estaba destinado a llegar tarde o temprano al nihilismo.

La pregunta ahora es hacia dónde se dirige el islamismo, habiendo llegado a este punto tan bajo. Ahmed al-Charaa, el antiguo líder de Al Qaeda cuyos seguidores ayudaron a derrocar al Gobierno de Bashar al-Ásad en Siria y que se convirtió en presidente de transición del país a principios de 2025, puede servir de referencia. El tiempo –y la injerencia occidental e israelí en Siria– sin duda lo dirán.

Sin embargo, existen diferencias muy evidentes entre Estado Islámico y Hamás que los occidentales malinterpretan solo porque se nos ha mantenido en la más absoluta ignorancia sobre la historia de Hamás y su evolución ideológica, principalmente para impedirles comprender qué tipo de Estado es Israel.

Estado Islámico busca disolver las fronteras de los Estados nacionales impuestas por Occidente en Medio Oriente para crear un imperio teocrático global y transnacional, el califato, gobernado por una interpretación estricta de la sharía.

A diferencia de las posiciones maximalistas de Estado Islámico, Hamás siempre ha tenido una ambición mucho más limitada. De hecho, sus objetivos entran en conflicto con los de Estado Islámico. En lugar de disolver las fronteras de los Estados nacionales, Hamás quiere crear precisamente esas fronteras para el pueblo palestino, mediante el establecimiento de un Estado palestino.

Hamás es principalmente un movimiento de liberación nacional que quiere reparar la sociedad palestina y liberarla de la violencia estructural inherente al despojo del pueblo palestino y la ocupación ilegal de sus tierras por parte de Israel.

Estado Islámico considera a Hamás como apóstata por esta razón. Recuerden que, durante los dos años de genocidio en Gaza, Israel ha estado promoviendo y armando bandas criminales, principalmente las lideradas por Yasser Abu Shabab, que tienen vínculos explícitos con Estado Islámico. Israel ha reclutado a estos asociados de Estado Islámico en Gaza para ayudar a debilitar a las fuerzas de Hamás, comparativamente más moderadas ideológicamente. ¿Qué sugiere esto sobre las verdaderas intenciones de Israel hacia Gaza y, en general, hacia el pueblo palestino?

Hamás tiene un ala política que se presentó y ganó las elecciones en Gaza en 2006 y lleva casi dos décadas gobernando Gaza. Durante ese tiempo no ha impuesto la sharía, aunque su gobierno es socialmente conservador. Hamás también ha protegido las iglesias del enclave –muchas de las cuales ahora han sido bombardeadas por Israel– y ha permitido a las comunidades cristianas practicar su culto e integrarse con las comunidades musulmanas.

Estado Islámico, por el contrario, rechaza las elecciones y las instituciones democráticas, y es brutalmente intolerante no solo con los no musulmanes, sino también con las comunidades musulmanas no sunitas –como los chiitas– y los sunitas no creyentes.

Otra diferencia notable es que Hamás ha limitado su violencia militar a objetivos israelíes y no ha llevado a cabo operaciones fuera de la región. Estado Islámico, por su parte, ha llamado a la violencia contra quienes se oponen a su programa islamista y ha seleccionado objetivos occidentales para sus ataques.

Como se ha mencionado en una sección anterior, el nacionalismo de Hamás y el nacionalismo sionista de Israel se hacen eco el uno del otro.

Ambos consideran que la zona comprendida entre el río Jordán y el mar Mediterráneo les pertenece en exclusiva. Ambos tienen una agenda implícita de un solo Estado. A pesar de que el sionismo comenzó como un movimiento secular, ambos se basan en justificaciones religiosas para sus reivindicaciones territoriales.

En última instancia, Hamás ha llegado a la conclusión de que imitar la violencia de Israel es la única forma de liberar a los palestinos de esa violencia. Debe infligir un coste tan alto a Israel que este opte por rendirse.

Las condiciones de la rendición que Hamás exige a Israel han cambiado a lo largo de los años: de toda la Palestina histórica a los territorios ocupados en 1967. Se ha animado a los occidentales a ignorar este ablandamiento de la posición ideológica de Hamás –su renuente y tácita aceptación de una solución de dos Estados– y a centrarse en cambio en su irrupción de octubre de 2023 contra el brutal e ilegal asedio de Gaza por parte de Israel, que ya dura dieciocho años.

Quizás lo más llamativo después de que Hamás cediera en sus exigencias territoriales maximalistas fue la respuesta de Israel. Se volvió aún más agresivamente intransigente en su búsqueda de la expansión territorial judía, hasta el punto de que ahora parece perseguir un proyecto de Gran Israel que incluye la ocupación del sur del Líbano y el oeste de Siria.

Los sionistas religiosos del gobierno israelí, incluidos los autoproclamados fascistas judíos Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, parecen ahora tener el control absoluto. Quizás sea hora de centrarse un poco menos en lo que hacen los islamistas y empezar a preocuparse mucho más por lo que los gobernantes sionistas extremistas de Israel tienen reservado para el mundo.

Jonathan Cook

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