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Emma Haziza Krakatoa nuevo2

La bacteria y la gota de lluvia: una historia alternativa de los ciclos del agua

21 de diciembre de 202521 de diciembre de 2025
Kalewche

Detalle de Tree Branch with Rain Drop Close-up, fotografía minimalista en blanco y negro de Keith Dotson. Fuente: https://keithdotson.com.

El presente texto de Emma Haziza es un extracto del libro colectivo Vers des politiques des cycles de l’eau (Le bord de l’eau, 2025), dirigido por Marin Schaffner y Mathias Rollot. El extracto lo hemos obtenido de la revista francesa de ecología política Terrestres, donde fue publicado el 16 de diciembre del corriente año, bajo el título « La bactérie et la goutte de pluie : une autre histoire des cycles de l’eau », con el siguiente copete: “¿Sabían ustedes que a menudo son las bacterias las que dan origen a las gotas de lluvia? Pero este proceso está amenazado. Peor aún: todos los ciclos del agua se ven gravemente alterados. En un artículo impactante, la hidróloga Emma Haziza hace un llamamiento para que estemos a la altura de los cambios. Panorama general del estado de los acuíferos, entre sequías y (mega)cuencas.” La traducción del francés es nuestra.



En primer lugar, me gustaría señalar una tendencia fundamental que observo a nivel mundial en la forma de abordar hoy una visión más sistémica de la ciencia, y también más aplicada. La ciencia debe resolver problemas concretos de la vida cotidiana. Los retos relacionados con la rápida cinética del cambio climático forman parte de esos temas que requieren una investigación-acción operativa. Observo que cada vez más investigadores a escala internacional toman esta tangente hacia una mayor multidisciplinariedad y hacen evolucionar la investigación científica por vías disruptivas. A un número creciente de científicos, los enfoques en nichos –desde las grandes disciplinas heredadas– les parecen un modelo que se está agotando, ya que ya no responde a los problemas inmediatos de nuestro mundo moderno, que ya no tiene tiempo para recopilar datos a largo plazo para afirmar tendencias y tomar conciencia. En un mundo en movimiento, cuyos cambios son extremadamente rápidos y, a veces, violentos, si se quiere responder a los retos de la vulnerabilidad territorial, es cada vez más evidente la necesidad de trabajar con enfoques multidisciplinarios y transversales. En el fondo, quizá se trate de poder abordar un territorio de forma similar a como se aborda un ser vivo.

En este contexto, la cuestión del ciclo del agua, que requeriría un enfoque sistémico (debido a la complejidad de los desafíos que plantea), se nos enseña desde la escuela primaria de forma simplista, como un ciclo renovable, sin intervención humana en ningún proceso. Y, en cierto modo, es esta imagen la que permanece en la conciencia colectiva e impide afrontar una realidad que requiere medidas urgentes y profundas. Por ejemplo, en cuanto llueve, todo el mundo está convencido de que el problema de la sequía está resuelto.

Olvidamos lo mucho más compleja que es la naturaleza. Uno de los descubrimientos más increíbles de las últimas décadas, y que ilustra esta complejidad, es el hecho de que el ciclo del agua solo existe y se renueva gracias a los seres vivos. No se trata simplemente de moléculas de agua que se precipitan, se evaporan, se escurren o se infiltran, sino de una simbiosis entre una microbiota atmosférica compuesta por esporas y bacterias patógenas de vegetales capaces de generar lluvias. Por lo tanto, una gota de lluvia solo nace gracias a un soporte y, en muchos casos, este es un organismo vivo, por ejemplo, una bacteria cuya estrategia de colonización se basa en su capacidad para fabricar lluvia. Entonces se produce un cambio de paradigma: ya no es el bosque el que necesita la lluvia, sino la lluvia la que empieza a necesitar el bosque para existir.

Nuestras representaciones generales están formadas de tal manera que generalmente solo pensamos en las moléculas de agua y en su cambio de estado. El enfoque de la complejidad de los sistemas naturales nos embarca en una historia maravillosa de la que solo percibimos una mínima parte con el estado actual de nuestros conocimientos. Sin embargo, al igual que ustedes mismos están formados por 100 mil millones de bacterias y solo 37 mil millones de células humanas, el ciclo del agua interactúa constantemente con numerosos organismos vivos y solo existe gracias a ellos.


La importancia de observar correctamente las nubes

Para continuar con esta idea, me gustaría poner como ejemplo la «siembra» de nubes. Se trata de un término que se suele utilizar para describir una práctica humana —y, por lo tanto, artificial— que consiste en provocar lluvias enviando moléculas químicas a la atmósfera. Se lleva practicando desde hace decenios, ya sea en China, Australia, Dubái o México. Quiero precisar aquí que, a nivel mundial, se está librando una guerra por quién conseguirá agua del otro, y esta guerra por el agua se libra en tres frentes: las aguas subterráneas, las redes superficiales, pero también a nivel de nuestras aguas atmosféricas.

Si nos centramos especialmente en la «siembra» natural de las nubes, al margen de cualquier interacción con los seres humanos, esta fase es más que necesaria, ya que es la función integral de la creación de la lluvia. Para que la gota de agua pueda formarse y pasar así del estado de vapor al estado líquido, se necesita un soporte, una especie de «semilla» (y es por eso que se usa el término «siembra», tal y como se utilizaría en el ámbito agrícola). A escala planetaria, la mayoría de estas «semillas» son granos de sal sacados de los mares y océanos por los vientos y transportados a gran altitud para contribuir a la formación de la lluvia. Esto explica que el 80% de las lluvias se produzcan sobre los océanos. Una parte de estas lluvias formadas (entre el 20 y el 21 %) llega a los continentes. Entonces se produce lo que se denomina reciclaje continental, es decir, estas lluvias se renuevan sobre las tierras emergidas.

En 1982, un investigador demostró que la mayor parte de esta «semilla» era en realidad una bacteria (del género Pseudomonas) que tiene la capacidad de formar hielo en su cápsula, es decir, de atraer el vapor de agua y condensarlo en forma de microgotas de lluvia. Una vez que estas alcanzan un peso suficiente por gravedad, las gotas de agua caen y forman la lluvia. Sin embargo, esta bacteria es un patógeno para toda la flora. Por lo tanto, necesita la cobertura vegetal para proliferar y luego ser transportada a gran altitud para contribuir a la formación de lluvias. La naturaleza nos ha proporcionado una bacteria capaz de regenerar las lluvias continentales.

Entender esto es comprender que, si quieren regenerar las lluvias en épocas de sequía, necesitan tanto la máxima cobertura vegetal (bosques, pero también campos) como el menor aporte químico posible (ya que las pruebas demuestran que estas bacterias mueren con los pesticidas y a temperaturas superiores a 30°C). En la actualidad, en el sur de España, los grandes problemas de lucha contra la sequía se centran principalmente en la tala de árboles, ya que se estima que un árbol bombea mil litros de agua al día, lo que entra en competencia con las necesidades humanas. También existen reflexiones similares sobre algunos macizos forestales en Francia. Sin embargo, los árboles, gracias a su evapotranspiración, son hoy en día los mejores climatizadores, ya que distribuyen el vapor de agua. Desconocer el papel de cada elemento del sistema y mantener una lógica aislada conduce a tomar decisiones absurdas.

¿Hemos comprendido realmente la complejidad y la extraordinaria magia de estos ciclos del agua? ¿Los respetamos? ¿No estamos mirando un problema más amplio a través de prismáticos? ¿Siguen teniendo sentido las decisiones que se toman en relación con los recursos hídricos, siempre desde una lógica de producción, rentabilidad y competencia?

Planteo estas preguntas porque el agua es la base de la alimentación de todos los sistemas económicos. No hay un solo sistema económico en el mundo que no se base en el agua. Si usted quiere energía, por ejemplo, necesita agua, ya sea para extraer petróleo, carbón, producir hidroelectricidad o refrigerar centrales eléctricas.1 La cuestión energética, que se considera fundamental en la “lucha contra el cambio climático”, esconde múltiples usos del agua. En el enfoque dominante, se tiene la impresión de que lo que puede hacer que la Tierra sea inhabitable son, única y exclusivamente, las emisiones de carbono. Sin embargo, lo terrible es que nadie dice nunca que no hay ciclo del carbono sin ciclo del agua (cuando es la base de la biogeoquímica): si no hay agua en los suelos, nunca habrá captura de carbono. Por lo tanto, nunca se plantea la cuestión de la restauración de las tierras y de los ciclos, ni el hecho de que todos estos ciclos funcionan conjuntamente (con el del azufre, el fosfato, el magnesio, etc.). Una simple cifra, por cierto: para recuperar dos moléculas de carbono de la atmósfera, se necesitan doce moléculas de agua en el suelo, ya que todo esto está directamente relacionado con el vapor de agua.2 Este es el principio básico de la fotosíntesis.


El calentamiento global no es más que un espantajo

También se nos dice muy a menudo que todos los desastres climáticos actuales (las inundaciones y sequías que reflejan una aceleración del ciclo del agua) están relacionados con el calentamiento global. Sin embargo, la mayor parte de la alteración de los ciclos del agua está directamente relacionada con las prácticas humanas, y con la forma en que perciben, gestionan y explotan dichos ciclos. Desde principios del siglo XX, hemos asistido a una carrera, tanto por parte de los grandes dictadores como de las grandes potencias capitalistas, por desviar masivamente los cursos de agua. Este intento de dominar la naturaleza era una forma de demostrar que la ingeniería humana puede domesticar y controlar los ciclos, y tanto Estados Unidos como Rusia comenzaron a desviar sus grandes ríos. De hecho, el desvío de los ríos rusos hacia Turkmenistán y Uzbekistán (con 1,2 millones de prisioneros de guerra, los famosos gulags), con el fin de transformar inmensas estepas desérticas en exuberantes llanuras de algodón (las mismas que hoy permiten obtener los gigantescos volúmenes necesarios para la moda rápida), es lo que hoy en día está provocando la desaparición del mar de Aral: y vemos que, a primera vista, esto no está directamente relacionado con el cambio climático. Así pues, este ejemplo nos muestra claramente cómo los sistemas económicos existentes están directamente relacionados con las formas en que hemos dominado el agua y hemos impedido cualquier posibilidad de restaurar estos ciclos obstaculizados.

En todo el planeta, casi no queda ningún lugar donde no se haya saqueado el agua de superficie. Pero el otro movimiento correlativo es el del saqueo en profundidad. En la India, donde históricamente el agua afloraba a menos de cuatro metros en casi todas partes, ahora hay algunas regiones en las que, incluso a 500 metros de profundidad, ya no se encuentra agua. Incluso está surgiendo un nuevo mercado en la India, donde los pequeños propietarios de tierras ya no venden su producción agrícola, sino su agua (al ver pasar cada día decenas de camiones cisterna por sus casas, para llevar el agua a lugares donde ya no hay). Esto conduce a desastres que es absolutamente crucial comprender, ya que estamos asistiendo a migraciones masivas hacia los grandes centros urbanos –en la India, pero también en Uzbekistán o China– de personas que ya no pueden cultivar nada y que, en ocasiones, ni siquiera tienen qué beber. Una vez más, estas migraciones no están directamente relacionadas con el cambio climático, sino más bien con nuestros modelos de consumo y nuestros modelos de ordenación territorial. Del mismo modo, la mayor parte del colapso masivo de la biodiversidad se debe a la desestabilización de las cadenas tróficas, a la desaparición de los hábitats y a la contaminación. En este sentido, el cambio climático no es más que un acelerador de problemas ya existentes. Nuestras emisiones de CO2 no son más que una capa adicional sobre desequilibrios más profundos, derivados de nuestros modelos de sociedad.


Restaurar en lugar de alterar

Comprender estos ciclos del agua de forma sistémica permite, a su vez, plantearse restaurarlos y ralentizarlos. Lo que esto significa es que una vez que la gota de agua cae al suelo, hay que hacerla seguir el camino más largo posible, para que tenga el máximo tiempo para infiltrarse. Porque, en un escenario ideal, solo entre el 9 y 10% del de la lluvia que cae penetra en el suelo y llega a la capa freática. Por lo tanto, nos encontramos en un contexto donde hay que plantearse toda una serie de soluciones y medios para lograrlo: jugar con la sombra y la limitación de la erosión (por eso se habla mucho de la agrosilvicultura y los setos), jugar con los fenómenos de retención naturales o biomiméticos (para recrear la máxima verticalidad en estos ciclos acelerados del agua), etc. Por ejemplo, en la ciudad de Montpellier (donde viví durante mucho tiempo), realizamos un estudio de todos los pozos antiguos para encontrar los lugares donde el agua puede llegar al acuífero, y descubrimos que la única zona de impluvio que quedaba era el histórico jardín botánico de la ciudad. Sin este jardín municipal protegido, hoy en día no habría ningún lugar en una ciudad de este tamaño que permitiera la verticalidad del ciclo del agua.

Sin embargo, todo esto empieza a ser evidente. Durante los últimos cinco años, en Francia, más del 50% de las personas que se han visto afectadas por inundaciones lo han sido fuera de las zonas inundables. Esto no significa que se midan mal las zonas inundables. Simplemente, los mapas existentes se basan en los trazados de los cauces menores y mayores de los ríos, mientras que hoy en día el agua ni siquiera tiene tiempo de llegar a los cauces de los ríos y, por lo tanto, toma otros caminos que no están previstos en los mapas existentes. En una situación de deshidratación del suelo como esta, cualquier eje de escorrentía preferencial se convierte en un auténtico curso de agua, por ejemplo, una calle. Empezar a comprender esto es comprender que el riesgo cambia, que se modifica.

En 2024 llovió mucho (quizás demasiado, como lo demuestra el número de víctimas de las inundaciones en Hauts-de-France), por lo que podría parecer que los problemas de sequía de años anteriores se han resuelto y que nuestros acuíferos vuelven a estar bien llenos. Pero aquí es donde es importante analizar estas cuestiones a lo largo de varios años. Por ejemplo, el año 2018 se pareció mucho al año 2024 (con una gran crecida del Sena, para quienes lo recuerden, y acuíferos bien recargados); y, sin embargo, tuvimos tres semanas de ola de calor en julio que nos hicieron volver, casi sin transición, a un estado de sequía histórica. Este fenómeno tiene hoy en día un nombre científico y se observa en todo el mundo: se trata de sequías repentinas. Y no estamos acostumbrados a ello. Como recordatorio, la gran sequía de 1976 (que llevó a la creación de un “impuesto de sequía” para todos los habitantes, lo que le costó el cargo de primer ministro a Jacques Chirac en aquella época) fue una “sequía fría”. Entonces hubo una fuerte ausencia de precipitaciones, pero no una anomalía de temperatura comparable a la que estamos registrando en los últimos años.

Hoy en día, las sequías pueden ser menos importantes en términos de falta de lluvia, pero las temperaturas cada vez más elevadas (que ahora pueden alcanzar los 42°C en junio en París y los 46°C en el sur, como en 2019) generan una especie de «secadores de pelo» masivos, que pueden provocar cambios extremadamente rápidos. Por lo tanto, sin duda será necesario restablecer rápidamente estos ciclos, pero también habrá que actuar con agilidad. Se está convirtiendo en una urgencia para nuestros territorios. Sin embargo, estas son cuestiones que aún están muy lejos de plantearse en nuestras instituciones a la altura de tales urgencias. Por ejemplo, en Francia, casi no tenemos expertos en sequía, ya que la cuestión rara vez se planteaba en climas templados como el nuestro. Por lo tanto, personalmente, tuve que formarme sobre la marcha, a partir de 2017, trabajando a partir de toda la literatura existente; luego, tratando de modelar, lo más cerca posible de los territorios, lo que está sucediendo, año tras año. Todo esto requiere investigación-acción, pero también «romper» los modelos científicos habituales.


Volver a poner los pies en los estanques

Para terminar este panorama general, me gustaría volver sobre los retos y las controversias de los estanques, que me parecen otra muy buena puerta de entrada para comprender los problemas y los encierros sistémicos que son hoy los nuestros. Mi objetivo aquí será reponer el contexto de manera global.

Así, si existe esta cuestión de los embalses, es en primer lugar porque tuvimos la crisis de sequía de 1976 (que mencionaba anteriormente) y que asustó mucho al gobierno de la época. El gobierno optó entonces por preservar los cursos de agua y las capas freáticas, en lugar de otros usos, cuando estos se encontraban en situaciones de extrema tensión. Se estableció una normativa que, aún hoy, cuando se alcanza una situación similar a la de 1976, se dictan decretos prefectorales en las zonas de crisis que prohíben todos los usos que no se consideran «prioritarios». Se da prioridad a la salud pública, los hospitales y el agua doméstica. Por lo tanto, el riego agrícola queda estrictamente prohibido en esos periodos de crisis. A principios de la década de 2000, había zonas en crisis que correspondían al 2% del territorio nacional; luego, al 10% del territorio a principios del decenio de 2010; y, a partir de 2017, casi todos los años, cerca del 90% del territorio en fase de crisis. Por lo tanto, se pide a una ocupación agrícola –que se ha basado en un modelo de riego masivo, tal y como se le ha incentivado durante décadas– que detenga por completo su actividad en verano. Los agricultores se ven así obligados a detener producciones enormes en términos de volumen, destinadas a la exportación y que, por lo tanto, representan, en total, miles de millones de euros. Cabe señalar, además, que muchos países dependen totalmente de algunas de nuestras producciones: Marruecos, por ejemplo, de nuestro trigo. Por lo tanto, las cuestiones son de orden económico, pero también geopolítico, y son extremadamente complejas.

Cuando se toman este tipo de decisiones de crisis, las autoridades agrícolas se preguntan cómo evitar este esquema. Sin embargo, cuando se examinan los textos, se ve que es posible regar cuando se está en una zona donde existe un embalse de colina (es decir, una especie de minipresa que permite retener las aguas de escorrentía que se utilizarán con un efecto retardado), ya que los embalses naturales también pueden usarse durante estas fases de crisis. Así, en zonas completamente llanas, como Deux-Sèvres, donde no hay absolutamente ninguna posibilidad de crear embalses de colina, se tuvo la idea de bombear agua de los acuíferos durante la fase invernal, antes de las declaraciones de sequía de la primavera. Lo que se denomina «cuenca» equivale a hasta 260 piscinas olímpicas llenas de agua extremadamente pura, agua subterránea protegida hasta entonces, tanto en términos de calidad como de cantidad. Esta agua se almacena en una especie de inmenso depósito con fondo plastificado a la espera del verano y del periodo de máximo riesgo de restricción. Sin embargo, en estos depósitos se produce un fenómeno tan lógico y previsible como peligroso, conocido por los seres humanos desde tiempos inmemoriales: el agua se estanca y, con el aporte aéreo de materia orgánica, se pudre. Se trata de un peligro que ha marcado especialmente la conciencia colectiva de nuestro país. Las epidemias de cólera han generado desconfianza en la relación entre el agua y los seres humanos. Y esta es una de las principales razones que ha llevado a Francia a desecar gran parte de sus marismas y humedales, y a alejar el agua de las ciudades mediante la construcción de diques en los cursos de agua.

Volviendo a las cuencas, esta agua estancada favorece el desarrollo de algas y el riesgo de proliferación de gérmenes, en particular de salmonela y cianobacterias. Sin embargo, parece de sentido común: todos hemos visto agua estancada al aire libre y hemos observado un cambio de color y el desarrollo de bacterias. En la era del cambio climático, se suman otros riesgos, como el desarrollo de mosquitos tigre. Algunos testimonios sobre el desarrollo de algas en determinados embalses de sustitución (denominados “depósitos”) son tales, que se ha enviado a buzos para desatascar las estaciones de bombeo de riego obstruidas por las algas. En conclusión, estas cuencas representan sistemas que ni siquiera sirven a su causa inicial, es decir, garantizar un almacenamiento de agua eficaz y de calidad. Se trata, pura y simplemente, de una apropiación del agua subterránea en la que participan grandes explotadores, principalmente cerealistas, para obtener un agua que, en definitiva, ni siquiera es de suficiente calidad como para ser explotada de forma segura.

Estas cuencas son, por tanto, el reflejo de una elusión de la normativa, pero de una elusión muy particular, ya que son los prefectos quienes prohíben los usos no prioritarios, al tiempo que autorizan el bombeo de las cuencas. Un doble discurso que sirve para intentar evitar que algunas economías frágiles se vean atrapadas ante un cambio climático demasiado rápido y violento. Francia, por cierto, es uno de los países que se calienta más rápidamente en el mundo; no nos damos cuenta necesariamente, pero nuestro territorio se calienta un 20% más rápido que la media planetaria. Por lo tanto, nos encontramos, de hecho, en un momento de cambio similar al de la zona ártica o Canadá. En la América del Norte y la Europa septentrional, los cambios son especialmente rápidos y los sistemas agrícolas no logran adaptarse.

Con esta controversia sobre las cuencas, se ignora una verdadera toma de conciencia de lo que es el ciclo del agua y de los profundos problemas a los que se enfrenta. Al bombear, se desconecta el acuífero del río, lo que a su vez desconecta toda la vida de los cursos de agua, creando sequías más rápidamente…


El problema mundial de los acuíferos

El cambio global en curso tiende así hacia una pérdida de agua continental, esa agua que estaba en nuestros cursos fluviales y en nuestras capas freáticas. Una reciente misión de la NASA (la misión GRACE) ha demostrado, mediante dos satélites, que la variación de la gravedad terrestre entre 2002 y 2017 está directamente relacionada con el nivel de extracción de las capas freáticas, a escala planetaria.

A día de hoy, 21 de los 37 acuíferos más grandes del mundo están en vías de extinción y agotamiento. Todo ello planteará importantes cuestiones geopolíticas en los próximos años y decenios. También, necesariamente, cuestiones relacionadas con las migraciones hídricas. Por ejemplo, uno de estos grandes acuíferos se encuentra en China y mil millones de personas se alimentan del arroz cultivado directamente en función de esta gigantesca capa freática que está alcanzando niveles críticos. O, en el Medio Oeste estadounidense, una vasta región de llanuras agrícolas, se necesitarían 2.700 años de lluvia para restaurar los acuíferos profundos. Por lo tanto, hoy en día parece imposible resolver las cosas con soluciones simples.

A través de este estado de la cuestión, la idea era concienciar sobre la necesidad de un enfoque sistémico desde múltiples perspectivas, que resulta fundamental para nuestro futuro. Al volver a respetar el ciclo del agua, volveremos a restaurar todos los ciclos. A continuación, debemos ponderar hasta qué punto el agua tiene capacidades excepcionales, es realmente prodigiosa: es a la vez un disolvente extraordinario, enfría, calienta y la utilizamos en todos nuestros sistemas industriales sin excepción. También es el agua –a menudo invisible– la que hace que hoy en día todos vayan vestidos y se alimenten (nuestra dieta media contiene 3.000 litros de agua al día). Todo ello hace que la cuestión de la preservación cuantitativa y cualitativa del agua continental sea crucial para el futuro de la humanidad.

Por último, recordemos que el agua dulce representa el 2% del agua mundial; las capas freáticas, el 1%. nuestros cursos de agua, el 0,00028 %. Por lo tanto, nuestros ríos y riachuelos son extremadamente frágiles. Nuestras capas freáticas están siendo saqueadas. Nuestro futuro está en juego. Por lo tanto, tengamos presente que los ciclos del agua son no renovables y vitales, y que sin ellos no hay nada.

Emma Haziza


NOTAS

1 En cuanto a las centrales, es importante señalar que, de los 32 mil millones de metros cúbicos de agua que se utilizan cada año en Francia, aproximadamente la mitad pasa por las tuberías de las centrales térmicas y nucleares. Además, hay que tener en cuenta que los procesos de «limpieza» de esta agua –ya que las tuberías deben permanecer limpias– son similares a los que se denuncian en otros casos para la desalinización. Y que esta agua también se devuelve entre 2 y 3°C más caliente que a la entrada, lo que tiene consecuencias ecológicas destructivas para los medios acuáticos (por no hablar de las moléculas tóxicas que no han podido limpiarse). Si solo se tiene en cuenta el CO2, la energía nuclear parece ser la solución más descarbonizada, pero eso es sin contar sus profundos impactos en los ciclos del agua. Y no me refiero aquí a la contaminación masiva de las aguas en torno a las minas de uranio de todo el planeta, junto a las cuales viven, en total, millones de personas. Una vez más, es necesaria una visión global.
2 El vapor de agua es, por cierto, el principal gas de efecto invernadero del planeta: en términos de cantidad, representa el 95% (frente al 4,1% del CO2); y en términos de efecto propiamente dicho, entre el 40 y el 60%.

Etiquetado en: acuíferos cambio climático ciclos del agua crisis hídrica ecología estrés hídrico Francia hidrología inundaciones Lluvia sequías

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