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Jangada Rioplatense Mercedes D'Alessandro

La motosierra y el milagro. Argentina como laboratorio del ajuste

7 de diciembre de 202521 de diciembre de 2025
Kalewche

Ilustración original de Andrés Casciani

A dos años de iniciado el experimento neoliberal y minarquista de «Mileilandia», y ya pasadas las elecciones de medio término, nos parece necesario hacer un balance económico-social riguroso, tanto en los datos como en el análisis. Por eso compartimos aquí, en nuestra sección Jangada Rioplatense (dedicada a la actualidad de Argentina y Uruguay), con autorización de la autora (a quien le agradecemos su generosidad), este artículo panorámico y crítico publicado originalmente en Phenomenal World el jueves 20 de noviembre de 2025, en inglés y castellano. La economista argentina Mercedes D’Alessandro (Posadas, Misiones, 1978) es doctora en Economía por la Universidad de Buenos Aires y tiene un PhD in Economics. Es cofundadora de Economía Femini(s)ta (EF), grupo surgido en 2005, que se dedica a la producción, organización y difusión de información económica desde una perspectiva de género. Para el año próximo, tenemos pensado entrevistar a Mercedes para hablar de sus libros Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour) (2016) y Motosierra y confusión. Cómo recuperar la economía para salir de la crisis (2024).
La estupenda ilustración del artista mendocino Andrés Casciani, que juega satíricamente con las metáforas de la motosierra y el milagro utilizadas por la autora, recupera y fusiona dos célebres personajes de la cultura pop global y la tradición religiosa judeocristiana: Leatherface o Cara de Cuero, el asesino serial que protagoniza la película de culto norteamericana
La masacre de Texas (también conocida como El loco de la motosierra), y Moisés, el profeta bíblico que recibe de Dios las Tablas de la Ley en el monte Sinaí (Éxodo, caps. XIX-XXIV), por quien el mesiánico Milei siente una especial fascinación e identifica con su hermana Karina (sic).


El 26 de octubre de 2025, el partido del presidente Javier Milei, La Libertad Avanza, obtuvo un poco más del 40 por ciento de los votos de las elecciones de medio término. Le alcanzó para ganar y marcar una buena distancia con el peronismo. Ganó con una economía en recesión e inaugurando una nueva forma de dependencia financiera respecto de Estados Unidos. En la superficie, fue una victoria política. En la práctica, fue la consolidación de un experimento que va más allá: la Argentina como laboratorio del ajuste.

Veinte días antes de los comicios, Milei presentó su libro La construcción del milagro: el caso argentino en un estadio repleto. Bajo luces estridentes, guitarras  y consignas religiosas, el presidente cantó nueve covers. “La banda presidencial” estaba conformada por el mismo Milei cantando y dos ilustres herederos del pensamiento liberal argentino, Bertie y Joaquín Benegas Lynch (diputado y senador electo, respectivamente). El bombo de la batería lucía el rostro del economista austríaco Ludwig von Mises. En el universo mileísta, la fe de mercado es la guía política y la disciplina fiscal una virtud moral. El “milagro argentino” es, en realidad, un dispositivo de poder: una narrativa de salvación que traduce la lógica del sacrificio económico en mandato colectivo. 

Pero el gobierno argentino y esta espectacularización de la política no es un fenómeno aislado. Su programa económico expresa un consenso que, con fuerza renovada tras la pandemia, volvió a instalarse en el mundo: la austeridad como sinónimo de estabilidad. Durante la crisis de salud que disparó el Covid-19, el aumento del gasto público fue inevitable. Pero la expansión fiscal que salvó vidas (y empresas) estrechó después los márgenes de maniobra: los gobiernos salieron de la pandemia más endeudados, con menos espacio para políticas distributivas y bajo presión de los mercados. La recuperación global fue asimétrica. El consumo contenido primero y desbordado después, combinado con una masa inédita de liquidez financiera, produjo un ciclo inflacionario internacional que golpeó con más fuerza a los países con menor soberanía monetaria. La pobreza extrema volvió a crecer, la riqueza extrema se concentró aún más, y ningún proyecto político logró ofrecer una reparación efectiva tras años de sufrimiento e incertidumbre. 

En el plano político, el péndulo se volvió errático: derechas más radicalizadas e insensibles, izquierdas más tradicionales y defensivas, liderazgos fuertes y programas débiles. Lo distintivo de Milei es la escala del experimento y su valor demostrativo para los organismos internacionales. En las Reuniones Anuales, la Presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI) Kristalina Georgieva, elogió públicamente1 los resultados del ajuste y pidió “acompañar al gobierno argentino en su difícil pero necesario camino”. En el mismo evento, pero en la edición de Primavera, había lucido en su blazer un pin2 con forma de motosierra, obsequio de Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación –una figura creada ad hoc, comparable al cargo que Elon Musk ocupó fugazmente como cabeza del Departamento de Eficiencia Gubernamental del gobierno de Donald Trump (DOGE, por sus siglas en inglés)–. En pocas palabras, la Argentina se transformó en el ejemplo que el FMI necesitaba para probar que su vieja doctrina aún respira: austeridad, disciplina fiscal y apertura irrestricta al capital financiero.

El beneplácito del FMI también está respaldado por Trump, que vio en Milei una oportunidad para expandir su influencia en América Latina y desplazar a China del tablero regional. Lo hizo con un gesto que combinó capricho e intervención directa: su secretario del Tesoro, Scott Bessent, se convirtió en actor operativo de la política monetaria argentina. Desde septiembre de 2025, el Tesoro norteamericano ejecuta swaps de divisas, interviene en el mercado cambiario y coordina decisiones con el Banco Central de la República Argentina (BCRA). No hay precedentes de una injerencia semejante en la política económica de un país soberano. El resultado: una economía tutelada desde el extranjero.

La motosierra y el milagro, símbolos de campaña y de gestión, se convirtieron3 así en metáforas de un orden global. Uno promete destruir el Estado; el otro, redimir mediante la fe en el mercado. En ese equilibrio precario entre devastación y esperanza se consolida un nuevo modelo de dominación: una dependencia que se impone con swaps, algoritmos y dogmas financieros. Pero el ajuste argentino no es solo un episodio fiscal: es una teoría moral en acción, una manera de imaginar cómo una sociedad se organiza para producir y reproducir la vida. En esta trama global de austeridad, tecnología y control financiero se juega mucho más que el destino de un país: se delinean los contornos de una época. Comprenderla –leerla en clave estructural y no solo como emergencia– quizá sea la única forma de recuperar las herramientas para pensar no solo qué le pasa a la Argentina, sino qué nos pasa a nosotros en este tiempo histórico. 


Fe monetaria y economía del sacrificio

En la historia argentina, la inflación es más que un dato: es un trauma. La hiperinflación de 1989 desarmó la vida cotidiana. Los salarios se licuaban entre la mañana y la tarde, los comercios remarcaban dos o tres veces al día y las familias corrían al supermercado en cuanto cobraban, antes de que los sueldos perdieran valor. En pocos meses, la moneda dejó de cumplir su función más básica –servir como medida de confianza– y el Estado perdió el control de la economía y de la calle. Las imágenes de billetes apilados para comprar pan o de jubilados haciendo colas interminables siguen grabadas en la memoria colectiva como una advertencia: la inflación, en la Argentina, es una experiencia existencial. La Convertibilidad prometió poner fin a ese caos fijando un peso igual a un dólar. Por un tiempo, pareció funcionar: los precios se estabilizaron, los créditos volvieron, el consumo creció. Pero el costo fue altísimo: la economía se endeudó, la industria se desmanteló y la ilusión de estabilidad terminó en el colapso de 2001. Entonces llegó otro punto de quiebre: el “corralito”, cuando el gobierno, sin reservas, congeló los depósitos bancarios y confiscó los ahorros de millones de personas. Durante semanas, los bancos cerraron y el país entero golpeó cacerolas en las calles exigiendo su dinero. El resultado fue el derrumbe institucional más profundo desde el retorno de la democracia: cinco presidentes en dos semanas y una generación marcada por la sensación de que el Estado puede colapsar en cualquier momento. Y que el sacrificio de toda una vida puede quedar encerrado en un banco. 

Desde entonces, cada promesa de “orden macroeconómico” se escucha en Argentina con una mezcla de esperanza y terror. Milei construyó su liderazgo sobre ese miedo. Su diagnóstico –que el déficit fiscal es la raíz de todos los males– permitió reinstalar la agenda más ortodoxa del monetarismo: bajar la inflación a cualquier costo. “El problema no es la pobreza, sino el déficit”, repitió en cada discurso. A partir de esa premisa, el gobierno aplicó una contracción fiscal sin precedentes desde que asumió. Y promete continuar ese camino: el presupuesto 2026, presentado4 con orgullo como “el más chico de los últimos treinta años”, reduce gasto social, salarios y transferencias a las provincias. La retórica oficial lo celebró como virtud moral: el equilibrio fiscal se volvió sinónimo de pureza.

La política económica del gobierno combinó tres anclas: recesión, salarios deprimidos y dólar fijo. La inflación mensual, que había superado el 25 por ciento a fines de 2023 (producto de la fuerte devaluación que realizó el Ministro de Economía Luis Caputo al día siguiente de asumir), cayó drásticamente en 2025. Pero el precio de esa “victoria” fue la destrucción del poder adquisitivo del ingreso y la parálisis productiva. En términos sociales, fue una transferencia de recursos desde el trabajo hacia la renta financiera. 

El tipo de cambio, sostenido artificialmente, generó una ilusión de estabilidad y un incentivo inmediato a la especulación. Con tasas de interés reales positivas, los fondos extranjeros regresaron al país para aprovechar el carry trade: ganancias rápidas en pesos que luego se dolarizan. Con sendos informes de bancos que asesoran con precisión milimétrica cuándo entrar y cuándo dejar la inversión. Mientras tanto, las reservas del Banco Central se vaciaban aún cuando el gobierno incentivaba blanqueo de activos, adelanto de dólares de cosecha, o recibía préstamos. El país volvió a vivir una paradoja conocida: estabilidad para los mercados, inestabilidad para la vida cotidiana.

El FMI, sin embargo, presentó la experiencia argentina como un caso exitoso de disciplina monetaria. La inflación bajó, pero el costo lo pagaron los salarios y las jubilaciones. El Estado proclamó superávit no porque produjera más, sino porque dejó de cumplir sus obligaciones. Es decir, no se resolvió el problema del déficit sino que fue trasladado a las familias.

La fe monetaria reemplazó a la política económica. La idea de que el orden surge del castigo se impuso como verdad técnica. Esa lógica –la de la expiación– permite que el dolor se interprete como señal de progreso, la recesión como precio de la estabilidad. En el laboratorio argentino, la política económica no busca prosperidad sino obediencia. Y los resultados son los que el mercado dicta: si sonríen en los paneles verdes es que está bien.


El laboratorio del FMI y el Tesoro norteamericano

El denominado “milagro” argentino tiene dos arquitectos externos: el FMI y el Tesoro de los Estados Unidos. Ambos encontraron en Milei un alumno ejemplar, dispuesto a aplicar sin matices el manual del ajuste que otros gobiernos habían intentado moderar.

En abril de 2025, el FMI aprobó un nuevo crédito para la Argentina muy por encima de la cuota que le corresponde en el organismo. El préstamo a Mauricio Macri en 2018 había alcanzado un récord histórico5 –equivalente al 1.001 por ciento de la cuota–; el nuevo acuerdo, negociado por Luis Caputo, lo elevó al 1.500 por ciento, consolidando a la Argentina como el país más endeudado6 con la institución. En la jerga del Fondo, se trata de un acceso excepcional: préstamos que exceden ampliamente los límites permitidos por reglamento. Para habilitarlos, el FMI exige cuatro condiciones básicas: deuda sostenible, capacidad de repago, bajo riesgo de contagio y ausencia de motivaciones políticas. Ninguna de ellas se cumple hoy en la Argentina. Y, sin embargo, el crédito fue aprobado.

Oficialmente, se lo presentó como “un acompañamiento a un proceso de estabilización exitoso”. En la práctica, fue una decisión política. Varios directores del organismo advirtieron que el préstamo carecía de sustento técnico y que el programa argentino –sin crecimiento, con reservas negativas y sin presupuesto aprobado– violaba los propios criterios de acceso excepcional del Fondo. El proyecto real fue otro: convertir a la Argentina en la vitrina de una “nueva austeridad”.

En octubre, durante la campaña y en medio de una corrida, el secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, anunció7 un swap de monedas y la intervención directa de Estados Unidos en el mercado cambiario argentino. Lo presentó como un gesto de “apoyo” a Milei, pero fue mucho más que eso: Washington hizo política monetaria en Buenos Aires: compró pesos, incidió en la tasa de interés y en el tipo de cambio. Y lo hizo previo a las elecciones con grandes anuncios. A pesar de eso, no hay informes oficiales ni condiciones publicadas sobre ese respaldo, que además viola la ley argentina de endeudamiento, según la cual todo acuerdo debe pasar por el Congreso.

Todo esto ocurrió mientras Donald Trump reorganizaba el tablero financiero global. En su disputa con Jerome Powell por el control de la Reserva Federal (Fed), colocó a Daniel Katz –ex jefe de gabinete de Bessent– como subdirector gerente del FMI, reemplazando a Gita Gopinath. Con esa jugada, el FMI quedó alineado con la agenda del Tesoro. 

Esa alianza –Milei, el FMI y el Tesoro– transformó a la Argentina en el showroom de un neoliberalismo reciclado: un modelo que promete estabilidad mientras convierte la soberanía en variable de ajuste. Hoy las decisiones sobre inflación, crédito o tipo de cambio se toman más en Washington que en Buenos Aires. La política económica se volvió tercerización de la política; la soberanía, una delegación administrativa. 

Este conjunto de elementos tuvo efecto en el resultado de las elecciones. Trump fue taxativo, dijo que si Milei perdía él no acompañaría ni sería generoso con la Argentina. Además, justificó su apoyo diciendo: “Argentina está luchando por su vida. Ellos no tienen nada, están sufriendo”8.

En diciembre, cuando asuman los diputados y senadores electos el escenario interno se habrá reconfigurado9. Milei amplió su representación en el Congreso y obtuvo el poder suficiente para condicionar la agenda parlamentaria. La oposición no desapareció, pero su capacidad de imponer límites quedó debilitada. Ese nuevo equilibrio coincide con la nueva fase del acuerdo con el FMI: es hora de las reformas previsional, laboral y tributaria. En los trascendidos se dice que la edad jubilatoria subiría a 70 años; se aumentaría la jornada laboral; y se reduciría el Impuesto al Valor Agregado (IVA) nacional. Una medida que implica trasladar a las provincias la recaudación de este impuesto, lo que tendría un impacto negativo, especialmente sobre las más pequeñas y pobres. En términos fiscales, esto significa una mayor regresividad del sistema.

Ya no se trata de reformas técnicas sino de una refundación política: transformar el ajuste coyuntural en estructura permanente. Si la motosierra destruyó el gasto, el Congreso será ahora quien destruya los derechos. Lo que antes se impuso como emergencia, ahora se busca consolidar como ley.


Los cuerpos del ajuste

Más que una herramienta económica, el ajuste es una tecnología de poder. Funciona distribuyendo pérdidas: decide quiénes serán los que paguen la estabilidad. En la Argentina de Milei, la motosierra no es una metáfora: es un método de gobierno que configura la relación entre Estado y sociedad a través del miedo y la escasez.

Desde 2024, el gasto público cayó10 a niveles inéditos. Los ministerios redujeron su personal en más de 50.000 trabajadores11; los programas sociales fueron recortados o directamente eliminados. Las transferencias a las provincias se congelaron y la obra pública (rutas, puentes, hospitales, escuelas, entre otros) se detuvo por completo. En apenas un año, el Estado dejó de ser empleador, proveedor y garante de derechos para convertirse en auditor de la miseria que él mismo genera.

La contracción afectó de forma desigual. Los jubilados fueron los primeros en pagar el precio: las moratorias se suspendieron, los haberes mínimos (ya de por sí bajos) se licuaron y el gasto previsional se transformó en la principal variable de ajuste. Según datos del propio Ministerio de Economía (2025), el gasto en jubilaciones cayó más del 30 por ciento en términos reales. Detrás de esa cifra hay una realidad invisible para los modelos macro: miles de personas que hoy deben elegir entre comer o comprar medicamentos, algo que por supuesto deteriora la calidad de vida. 

Las mujeres y los jóvenes fueron los siguientes en la lista. Con la caída del consumo y el cierre de pymes, los empleos más frágiles –comercios, servicios, cuidados, economía popular– desaparecieron o se precarizaron. En la Argentina actual, la pobreza tiene rostro de mujer y la precariedad laboral florece en la juventud. El trabajo en casas particulares, uno de los principales destinos laborales para las mujeres, fue uno de los sectores más afectados. En muchos hogares, ese ingreso era el único. A esto se suma el retroceso de las políticas de cuidado y el desfinanciamiento de los espacios comunitarios: comedores, merenderos populares. Lo que el Estado recorta, las mujeres lo reemplazan con su propio tiempo. Esa sustitución –invisible en las cuentas públicas– es el verdadero subsidio del ajuste.

Para la mayoría de los menores de treinta años, la única puerta de entrada al mercado laboral son las plataformas de reparto, transporte o servicios por aplicación. Su jornada la define un algoritmo, sus ingresos dependen de la demanda y su seguridad social es inexistente. Las personas con discapacidad fueron otro blanco del ajuste. El veto presidencial a la Ley de Emergencia en Discapacidad –aprobada por amplia mayoría en el Congreso– reveló hasta qué punto la regla fiscal se impone sobre cualquier criterio de justicia social. La respuesta pública fue contundente: familias enteras se movilizaron12 durante meses para reclamar prestaciones que el Estado suspendió. Las universidades públicas enfrentan recortes13 del 35 por ciento (real) en su presupuesto. La ciencia, la tecnología y la cultura quedaron subsumidas bajo la categoría de “gasto improductivo”. Becas congeladas, proyectos detenidos, investigadores emigrando. 

La lista de víctimas del modelo es larga pero no parece importar demasiado en los foros internacionales en donde la única economía que se presenta, se valora y se debate es la financiera. El gobierno mide el éxito en términos de inflación y riesgo país, no en puestos de trabajo (que solamente se pierden y precarizan) o en producción industrial. El PBI cae, pero el índice Merval sube. Los bonos argentinos se valorizan mientras el consumo se desploma. La brecha entre “la macro celebrada” y “la micro devastada” se ensancha cada mes.


La fuga y la resistencia

El “milagro argentino” no es otra cosa que un experimento de control: un país convertido en vitrina para probar que la austeridad todavía puede venderse como modernidad. El laboratorio Milei-FMI-Tesoro endurece la regla fiscal mientras vacía la regla moral. Repite que el sacrificio es inevitable, que no hay alternativa, que el equilibrio fiscal vale más que la vida.

El ajuste se expresa en una triple desconexión. Primero, entre las finanzas y la vida real: la estabilidad monetaria se compra con un deterioro lento, casi invisible, que se acumula día tras día. Los salarios pierden poder adquisitivo centavo a centavo; los servicios aumentan un poco más cada mes; los proyectos se aplazan; la sensación de futuro se encoge. La segunda desconexión se refiere a las divisas que sostienen esa aparente calma. Los dólares que ingresan no se quedan en el país: se usan para pagar deuda, alimentar la bicicleta financiera o financiar importaciones de mercancías baratas que no expanden la producción local ni el empleo. La estabilidad se financia con flujos externos que se evaporan al primer cambio de humor de los mercados. Es una paz frágil, sostenida con recursos que no crean trabajo ni inversión, apenas le hacen ganar tiempo al gobierno.

La tercera desconexión es entre la deuda externa y la doméstica. Lo que el Estado ahorra frente al FMI lo trasladan los hogares a los bancos. Las familias se endeudan en cuotas para pagar servicios, alquileres o alimentos; los pequeños comercios usan tarjetas o créditos informales para sostener su actividad. La deuda externa se convierte, literalmente, en deuda privada: lo que antes eran compromisos con acreedores extranjeros hoy son compromisos con el supermercado o la billetera virtual. Esa dinámica revela el verdadero sentido del “milagro”: no es que la economía funcione, sino que consigue seguir funcionando mientras destruye la base social que la sostiene. Es un milagro de supervivencia, no de desarrollo; un equilibrio sostenido en la fatiga de quienes producen, cuidan y trabajan.

El ajuste argentino también revela algo más profundo: el capitalismo global ya no necesita producir para dominar, basta con administrar la escasez. Los nuevos señores del dinero –los tecno-ricos que orbitan entre Silicon Valley y Wall Street– no compiten por el trabajo ni por la tierra: compiten por los datos, los algoritmos y el control del deseo. Su utopía no es el desarrollo humano, sino la evasión planetaria. La pregunta ya no es solo económica: es civilizatoria. Recuperar la soberanía –económica, política, ambiental, tecnológica– no es una consigna romántica, es una necesidad práctica para volver a vivir.

Mercedes D’Alessandro



Notas
1 «IMF chief Georgieva: Public support is crucial for Milei’s reform push in Argentina», en Buenos Aires Times, 8/10/2025.
2 Guillermo Idiart, «El pin de una motosierra, el regalo de Sturzenegger para Georgieva», en La Nación, 25/4/2025.
3 «Elon Musk waves chainsaw on stage at CPAC», en www.youtube.com/watch?v=nkMVb0RNptA.
4 «Cadena Nacional Presupuesto Nacional 2026, Presidente Javier Milei», en www.youtube.com/watch?v=D63tegJBWBc.
5 «Argentina: Ex-post Evaluation of Exceptional Access under the 2022 Extended Fund Facility Arrangement-Press Release; Staff Report; and Statement by the Executive Director for Argentina», en IMF, 10/1/2025.
6 «Total IMF Credit Outstanding Movement From December 01, 2025 to December 05, 2025», en IMF.
7 En https://x.com/SecScottBessent/status/1976358303098662932.
8 En www.youtube.com/shorts/sgY3YEbFkM8.
9 La asunción tuvo lugar el pasado 3 de diciembre y LLA se convirtió en primera minoría (Nota del Editor).
10 «Report: Milei delivers Argentina its biggest public spending cut in 60 years», en Buenos Aires Times, 12/8/2024.
11
Juan Martinez, «Argentina’s Sweeping Economic Reforms: 50,000 Public Sector Jobs Cut», en The Rio Times, 6/6/2024.
12
«Agrupaciones reclamaron contra el veto a la Ley de Emergencia en Discapacidad y hubo tensión con Gendarmería», en Infobae, 5/8/2025.
13
«Rectores del NEA denunciaron que el Gobierno recortó 35% los fondos de funcionamiento a universidades», en NEA Hoy, 5/4/2025.

Etiquetado en: ajuste fiscal Argentina deuda externa economía fundamentalismo de mercado mesianismo político Milei minarquismo neoliberalismo

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