Ilustración: Número 460-A, de Luis Feito. Óleo y arena sobre lienzo, 1963, Museo de Arte Abstracto Español – Cuenca



Nota.— Traducimos del francés, para nuestra sección de teoría Kamal, “Lire Poulantzas pour comprendre l’autoritarisme néolibéral et les extrêmes droites”, del intelectual de izquierda griego Panagiotis Sotiris, artículo publicado en Contretemps, Revue de critique communiste, el 12 de julio del corriente año. El texto de Sotiris versa sobre el reconocido pensador marxista grecofrancés Nicos Poulantzas (Atenas, 1936 – París, 1979) y sus aportes político-sociológicos a la dilucidación crítica del fenómeno fascista. Poulantzas es recordado como una de las principales luminarias del marxismo estructuralista de los años sesenta y setenta, junto a autores como Althusser y Godelier.
La edición del artículo de Contretemps incluye el siguiente copete: “Nicos Poulantzas ha desarrollado una interpretación original del fascismo como una posibilidad inherente a todos los estados capitalistas en condiciones de crisis. Su obra puede ayudarnos a comprender el peligro que representa la extrema derecha contemporánea, pero también las tendencias autoritarias en el seno del extremo centro neoliberal (del que el macronismo es una encarnación evidente)”.
Panagiotis Sotiris es profesor de Filosofía Política y Social en la Universidad Abierta de Grecia. Ha centrado su investigación en la teoría marxista y posmarxista. Es autor, entre otros libros, de Comunismo y filosofía. La aventura teórica de Louis Althusser (2004). Milita en la izquierda radical helénica y por la defensa de la universidad pública en su país. Colabora, asimismo, con diversos medios periodísticos de tendencia socialista, tanto de Grecia como a nivel internacional. Integra el comité de redacción de Historical Materialism. Vive en Atenas.


Nicos Poulantzas es uno de esos marxistas que intentaron pensar el fascismo como un desafío tanto teórico como estratégico. Sus escritos sobre el fascismo no estaban motivados simplemente por consideraciones teóricas, sino que también respondían a demandas políticas urgentes. Su objetivo no era sólo analizar el proceso que condujo al fascismo, sino también distinguir el fascismo como régimen de otras formas de «estado de excepción».

Poulantzas rechazó el enfoque liberal, que presentaba el fascismo como una anomalía en la historia del capitalismo y no nos decía nada sobre este sistema en general. Pero también cuestionó el determinismo económico de los marxistas que describían los regímenes fascistas como una función necesaria del desarrollo capitalista en el periodo de Entreguerras. Según Poulantzas, el potencial fascista existía en los estados capitalistas, pero la realización de ese potencial dependía del resultado de las luchas de clases.

Con el auge de los movimientos políticos de extrema derecha en Europa, Estados Unidos y otros lugares, la cuestión de si estos movimientos repetirán la experiencia del fascismo de entreguerras, totalmente o en parte, es objeto de un amplio debate. Poulantzas puede proporcionar un importante punto de referencia para estos debates. Su advertencia de que las democracias capitalistas avanzan hacia una especie de “estatismo autoritario”, que preserva las formas liberal-democráticas de gobierno al tiempo que pisotea las libertades civiles, parece especialmente pertinente a la luz de las tendencias contemporáneas.


El golpe de estado de 1967 en Grecia

La experiencia de la dictadura militar griega de 1967 a 1974 fue especialmente importante para el giro de Poulantzas hacia la cuestión del fascismo. Este régimen fue un momento decisivo para el sistema político y la izquierda de ese país, en particular para el movimiento comunista. Representaba el caso límite del estado anticomunista que había tomado forma tras la victoria del bando monárquico en la guerra civil de finales de los años cuarenta.

Este estado combinaba ciertos elementos formales del parlamentarismo con la criminalización de la actividad política comunista y la existencia de una «constitución paralela», es decir, un conjunto de disposiciones autoritarias «excepcionales» consagradas por ley y reforzadas por el protagonismo de centros de poder autonomizados dentro del estado, como el Ejército y la monarquía. Tras un periodo de intensas luchas sociales y crisis políticas, el ejército se erigió en el «partido del estado» tras el golpe militar del 21 de abril de 1967, con el apoyo de al menos algunos elementos del estado y sus servicios.

Al mismo tiempo, la facilidad con que se instauró la dictadura precipitó una crisis estratégica para la izquierda. Los partidos de izquierda no se habían preparado realmente para ello, lo que derivó en detenciones masivas y llevó a un punto crítico los conflictos internos en el Partido Comunista de Grecia (KKE) [por sus siglas en griego transliterado], catalizando la escisión del partido en 1968. Pero Poulantzas también tenía otras preocupaciones.

De hecho, ciertas corrientes de la izquierda revolucionaria francesa posterior a 1968, como la Izquierda Proletaria Maoísta, tendían a presentar el gaullismo como una forma de fascismo, postura que el teórico marxista griego rechazaba. Poulantzas quería distanciarse de quienes extendían la etiqueta de «fascista» a formas de gobierno autoritario que, de hecho, eran diferentes del fascismo. Al mismo tiempo, quería examinar cómo las formas fascistas de estado, y más en general los «estados de excepción», podían surgir en coyunturas de crisis política o incluso de crisis del estado. Esto contrastaba con la tendencia, evidente en muchas lecturas dominantes del fascismo, a considerarlos simplemente como una especie de «patología» o «anomalía» política, en lugar de tratarlos como una posibilidad latente dentro de las formaciones sociales capitalistas.

En un texto publicado en griego en 1967 en la revista de la Unión de Estudiantes Griegos de París (EPES) [por sus siglas en griego transliterado], Poulantzas insistía en que el golpe de estado de 1967 no fue fascista porque carecía de la “base popular” asociada al fascismo clásico.1 Tampoco fue “bonapartista”, porque la Grecia de finales de los sesenta carecía del “equilibrio catastrófico” entre fuerzas sociales opuestas que podría conducir al bonapartismo, en línea con el análisis de Karl Marx y Friedrich Engels sobre la Francia del siglo XIX. Según Poulantzas, fue un golpe de estado que se correspondía con la estrategia internacional del imperialismo estadounidense. Se produjo en un momento en que las luchas populares estaban en auge, aunque todavía no habían alcanzado un punto de equilibrio con las fuerzas de la burguesía, y en que había divisiones en el seno de las clases dominantes. El hecho de que ciertas partes del estado griego, como el Ejército, hubieran adquirido una relativa autonomía era otro síntoma.

Poulantzas concluyó que, dado que la toma del poder por los militares en 1967 no fue un golpe fascista y no tenía base popular, la izquierda debía boicotear cualquier intento del nuevo régimen de crear organizaciones de masas:

“Según el informe de Dimitrov, estas organizaciones debían utilizarse [para desplegar allí la actividad comunista] –como ocurrió en Alemania e Italia– porque un revolucionario está donde están las masas y hace allí su trabajo. Y Dimitrov se burla constantemente de los «revolucionarios» que plantean el problema en el plano de la «honradez» individual. Por otra parte, si, como yo creo, no se trata de un golpe fascista, y mucho menos de un régimen estabilizado, nuestra línea debe ser un «boicot» absoluto a las organizaciones que pueda crear para atraer a las masas, con el fin de mantenerlo aislado”2.

Esta posición contrastaba también con la adoptada por los partidos de izquierda clandestinos en la España franquista, que se habían infiltrado en los sindicatos oficiales que el régimen había creado.


Fascismo y dictadura

La principal elaboración teórica de Poulantzas sobre estas cuestiones se encuentra en Fascismo y dictadura,3 publicado por primera vez en 1970, dos años después de su famosa obra Poder político y clases sociales. En ella, continúa su teorización coherente del fascismo, distinguiéndolo de otras formas de gobierno de excepción, y vuelve a las cuestiones de estrategia revolucionaria a raíz de Mayo del 68.

Para Poulantzas, el fascismo era “una de las posibles coyunturas”4 de la etapa imperialista del capitalismo. Consideraba el imperialismo como una “etapa del desarrollo capitalista en su conjunto” que no era “un fenómeno reducible únicamente al proceso económico”. En efecto, sólo en la medida en que el imperialismo es considerado como un fenómeno que afecta a la vez a lo económico, lo político y lo ideológico, puede fundamentarse la internacionalización particular de las relaciones sociales en esta etapa”5. Poulantzas oponía esta perspectiva al economicismo de la III Internacional.

Una característica de esta etapa en particular, aparte de sus transformaciones económicas, fue que asignó un nuevo papel al estado capitalista, “concerniente a la vez a sus nuevas funciones, a la extensión de su intervención y al índice de su eficacia”6. Poulantzas vinculó esto a una acumulación de contradicciones dentro de la cadena imperialista durante el periodo de Entreguerras: “si la revolución se hizo en el eslabón más débil de la cadena (en Rusia), el fascismo se estableció en los dos eslabones relativamente más débiles de la zona europea en aquel momento”7.

Poulantzas insistía en que el fascismo sólo podía explicarse por referencia a “la situación concreta de la lucha de clases, que no es en absoluto reductible a una necesidad ineludible del desarrollo «económico» del capitalismo”8. Rechazaba lo que denominaba el “catastrofismo” de la III Internacional, la idea de que el colapso del sistema era el resultado fatal de sus contradicciones internas, y creía que este paradigma erróneo podía explicar muchos de los fracasos estratégicos del movimiento comunista europeo con respecto al fascismo.

Poulantzas argumentó que era analítica y políticamente desastroso presentar el fascismo como algo parecido a la revolución, entendidos ambos como expresiones de la supuestamente catastrófica crisis económica del capitalismo. En Fascismo y dictadura, intentó desarrollar una teoría que trata el fascismo como “una forma de estado y de régimen en el ‘límite’ extremo del estado capitalista”9, lo que significa que no es ni un caso «patológico» del estado burgués ni un desarrollo inevitable del mismo, sino que depende de coyunturas particulares determinadas por el resultado de las luchas de clases.

Poulantzas subrayó la importancia de los análisis del fascismo desarrollados por pensadores comunistas como August Thalheimer, Antonio Gramsci y León Trotsky. Al mismo tiempo, sin embargo, criticó algunos de sus argumentos. Pensaba, por ejemplo, que la noción de “equilibrio catastrófico” que habían utilizado Thalheimer y Gramsci, basada en la interpretación de Marx del bonapartismo, no era aplicable en casos donde la clase obrera ya había sido derrotada, como Italia o Alemania en la década de 1920. También creía que Trotsky se había equivocado al percibir un peligro fascista inminente en Francia en la década de 1930.


Los elementos del fascismo

Según Poulantzas, los elementos clave en el surgimiento del fascismo son los siguientes.

En primer lugar, la existencia de una “situación de profundización y exacerbación de las contradicciones internas entre las clases dominantes y las fracciones de las clases dominantes”10, proceso que conduce a una crisis de hegemonía, en el sentido de que “ninguna clase o fracción de clase dominante parece capaz de imponer, ya sea por sus propios medios de organización política o a través del estado «democrático parlamentario», su dirección a las demás clases y fracciones del bloque dominante”11.

En este contexto, la emergencia de “la hegemonía de una nueva fracción de clase dentro del bloque dominante: la del capital financiero, o incluso del gran capital monopolista”12, así como una crisis de la representación de los partidos y de la ideología dominante. La “estrategia ofensiva de la burguesía” coincide así con una “etapa defensiva de la clase obrera”13.

Al desarrollar estos elementos, Poulantzas quiso evitar cualquier concepción estrechamente «instrumentalista» del fascismo. Insistió en que, durante y después de su ascenso al poder, los partidos y estados fascistas gozaron por lo general de una “autonomía relativa”14 respecto al bloque de la clase dominante y a las fracciones específicas del gran capital monopolista cuya hegemonía habían establecido.

Poulantzas fue muy crítico con ciertos aspectos del análisis del fascismo de la III Internacional. Apuntó especialmente a las formulaciones del dirigente comunista búlgaro Georgi Dimitrov en el VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935, en las que el fascismo se definía como “la dictadura de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero”. Para Poulantzas, se trataba de una concepción esquemática de los intereses económicos que representaba el estado fascista. También abría el camino a una estrategia de alianzas que podía incluir a todas las fracciones del capital excepto a las identificadas por Dimitrov como parte de la base del fascismo. Aunque el fascismo representaba un nuevo equilibrio de poder dentro de las clases dominantes, esto no significaba, según el autor de Fascismo y dictadura, que representara exclusivamente los intereses del capital financiero.

Además, contrariamente a la retórica de la III Internacional, Poulantzas insistía en que las grandes derrotas de las clases trabajadoras y la crisis ideológica del movimiento obrero y sus organizaciones eran aspectos importantes del ascenso del fascismo. También subrayó lo inadecuado del concepto de “socialfascismo”, que presentaba a la socialdemocracia y al fascismo como fuerzas gemelas, potencialmente cómplices, y subestimaba el hecho de que los partidos fascistas habían desarrollado una base social propia.

Poulantzas también estudió el particular apego de los estratos pequeñoburgueses a los partidos fascistas. Argumentó que, en un periodo de crisis económica y política, ciertos elementos de la ideología de los partidos fascistas, como la “estatolatría”, el nacionalismo, el elitismo, el racismo y el militarismo, proporcionaban una salida a estos estratos.

Poulantzas ha ofrecido un análisis muy detallado del fascismo en el poder como un «estado de excepción» intervencionista que ayudó a superar una crisis ideológica y amplió el alcance de la intervención estatal más allá de los límites establecidos por la ley. El sistema de partido único no eliminó las contradicciones entre las distintas fracciones de las clases dominantes, insiste, pero sí ofreció formas de «representación directa» típicas de la ideología fascista:

“Son formas típicas de «representación directa» en casos de desorganización política del bloque dominante, el cortocircuito de los partidos políticos por el papel «organizador» directo de otros aparatos estatales, y formas, también típicas, de sumisión de las masas populares a la ideología dominante”15.

La suspensión de las elecciones competitivas y multipartidarias no significaba la suspensión de la legitimidad como tal, creía Poulantzas, yendo así a contracorriente de las teorías del totalitarismo. Los partidos fascistas en el poder invocaban constantemente una cierta forma de «soberanía popular» y se comprometían a la movilización regular de las masas.


Crisis orgánicas

Fascismo y dictadura es una importante contribución al debate sobre la naturaleza del fenómeno fascista. Ciertamente tiene sus defectos, como la tendencia del autor a pensar que las estrategias articuladas dentro de los aparatos estatales estaban determinadas principalmente por el equilibrio de fuerzas dentro de las fracciones de la clase dominante y entre ellas. Esto iba en contra de su propia insistencia en la autonomía relativa del estado. Poulantzas también subestimó hasta qué punto el fascismo se basaba en una forma de política de masas.

No obstante, su análisis combina dos dimensiones esenciales de este fenómeno. Por un lado, trata el fascismo como un aspecto «orgánico» de determinados periodos históricos, vinculado a la transformación de los regímenes de acumulación y de los aparatos estatales. Por otro, subraya sus características contingentes, que reflejan la dinámica coyuntural de la lucha de clases en un país determinado. De este modo, Poulantzas subraya el potencial de aparición del fascismo, al tiempo que demuestra que no toda forma de autoritarismo estatal es fascista.

El mismo deseo de evitar calificar de «fascistas» todas las formas del «estado de excepción» se puso de manifiesto en La crise des dictatures, publicado en 1975.16 Se trata de un libro más «intervencionista» que sus otras obras, escrito para analizar el final de los regímenes autoritarios de derechas en Grecia, Portugal y España a mediados de los años setenta. Contiene algunas observaciones muy interesantes sobre el papel del imperialismo estadounidense.

Poulantzas identificó una “pluralidad de tácticas estadounidenses” en su actitud hacia los regímenes del sur de Europa. Esta pluralidad está “vinculada a las contradicciones del propio capital estadounidense” que encontraron su expresión en el seno del estado, en Washington:

“Se trata de un caso original de «fascismo exterior», es decir, de una política exterior que, las más de las veces, no duda en recurrir a los peores genocidios, pero encarnada en instituciones que, lejos de representar un caso ideal de democracia burguesa –basta pensar, entre otras cosas, en la situación de las minorías sociales y étnicas en EE.UU.–, permiten, sin embargo, una representación orgánica de las diversas fracciones del capital en el seno de los aparatos y ramas del aparato estatal. Un régimen así, si se funda en una verdadera unión sagrada de la gran mayoría de la nación en torno a los principales objetivos políticos (unión sagrada sobre la que habría mucho que decir) va necesariamente acompañado de contradicciones constantes y abiertas en el seno de los aparatos de estado”17.

En un momento dado, según Poulantzas, la actitud de Washington podría abarcar “una serie de posibles soluciones” que van desde “diversos grados de apoyo a la aceptación más o menos pasiva de soluciones consideradas un mal menor, hasta una cierta ruptura”. Los distintos aparatos estatales implicados en la política exterior estadounidense podrían incluso, en cierta medida, trabajar con objetivos contrapuestos:

“La CIA, el Pentágono y el aparato militar, el Departamento de Estado, el poder ejecutivo –la administración [presidencial] y el Congreso– adoptan a menudo tácticas diferentes: lo hemos visto, lo seguimos viendo, en el caso de Grecia, Portugal y España. Es más, estas tácticas son a veces paralelas, dando lugar a redes que son a su vez paralelas, ignorándose o incluso luchando entre sí”18.


El estatismo autoritario

En la década del 70, Poulantzas siguió trabajando en cuestiones relacionadas con el estado, llevando su investigación en dos direcciones importantes. Por un lado, Poulantzas desarrolló una definición relacional del estado muy original, según la cual el estado no es una «entidad intrínseca», sino que es en sí mismo “una relación, más exactamente la condensación de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clases”19.

Por otro lado, propuso una teorización más elaborada de lo que denomina “crisis del estado”:

“Se trata de una serie de contradicciones que se expresan, de manera específica, en el seno mismo del estado (el estado es la condensación material de una relación) y que son factores directos de las características específicas de la crisis del estado, desde la agudización de las contradicciones internas entre ramas y aparatos del estado y dentro de cada uno de ellos, hasta los complejos desplazamientos de dominio entre aparatos, pasando por sus permutaciones de función, la acentuación del papel ideológico de un aparato dado que acompaña al fortalecimiento en el ejercicio de la violencia estatal, etcétera”20.

Para Poulantzas, esto conduce a un giro autoritario “que podría significar simplemente que cierta forma de «política democrática» ha llegado a su fin en el capitalismo”.

Poulantzas identificó una serie de transformaciones que conforman este nuevo autoritarismo propio del «estado fuerte»:

“La prodigiosa concentración de poder en el ejecutivo a expensas no sólo de la representación «popular» parlamentaria, sino también a expensas de una serie de redes de representación basadas en el sufragio popular […] La confusión orgánica de los tres poderes (ejecutivo, legislativo, judicial) y la invasión constante de los campos de acción y competencia de los aparatos o ramas que les corresponden […] El ritmo acelerado de restricción de las libertades políticas de los ciudadanos ante la arbitrariedad estatal […] El precipitado declive del papel de los partidos políticos burgueses y el desplazamiento de sus funciones político-organizativas (tanto en relación con el bloque dominante como con las clases dominadas) hacia la administración y la burocracia estatales […] La acentuación en el ejercicio de la violencia estatal (tanto en el sentido de violencia física como en el sentido de «violencia simbólica») (…) La introducción de toda una nueva red de circuitos y cinturones de «control social» (aislamiento policial, sectorización psicológico-psiquiátrica, supervisión de la asistencia social)”21.

En su último libro, Estado, poder y socialismo, Poulantzas discierne en estas transformaciones de los estados capitalistas la emergencia de lo que denomina «estatismo autoritario»:

“Una nueva forma de estado está en vías de imponerse […] que designaré, a falta de un término mejor, estatismo autoritario. Es un término que puede indicar la tendencia general de esta transformación: la monopolización acentuada por parte del estado de todos los ámbitos de la vida económica y social, unida a la decadencia decisiva de las instituciones de la democracia política y a la restricción draconiana y multiforme de esas libertades llamadas «formales» cuya realidad descubrimos hoy hecha añicos”22.

Poulantzas se cuidó de distinguir este estatismo autoritario del totalitarismo o del fascismo. No porque subestimara la magnitud de estas transformaciones o su carácter autoritario, sino más bien porque, para él, no se trata de una forma de «estado excepcional», sino de la mutación autoritaria de los propios estados capitalistas «democráticos»:

“La emergencia del estatismo autoritario no puede identificarse, pues, ni con un nuevo fascismo ni con un proceso de fascistización. Este estado no es ni la nueva forma de un estado de excepción real ni, en sí mismo, la forma transitoria hacia tal estado: representa la nueva forma «democrática» de la república burguesa en la fase actual […]. Este estado, probablemente por primera vez en la existencia e historia de los estados democráticos, no sólo contiene elementos dispersos y difusos de totalitarismo, sino que cristaliza su disposición orgánica en un dispositivo permanente paralelo al estado oficial”23.

Durante este periodo, Poulantzas se interesó por la transformación autoritaria de los estados capitalistas y por el carácter autoritario o «totalitario» del «socialismo realmente existente» en el bloque oriental liderado por la Unión Soviética. En cierto sentido, la concepción de una vía democrática al socialismo que formuló en Estado, poder y socialismo fue su forma de abordar ambos retos.

Poulantzas creía que, gracias a la existencia de poderosos movimientos sociales, sería posible imponer cambios profundos dentro del estado que condensaran el cambio en el equilibrio de poder a nivel social. Una estrategia que combinara la conquista del poder gubernamental y la movilización social autónoma podría abrir el camino a la transformación socialista. Esta idea de un socialismo democrático que combinara formas de democracia representativa y directa fue también su respuesta al callejón sin salida del «socialismo realmente existente» al estilo soviético.


Leer a Poulantzas hoy

Poulantzas fue muy criticado por su excesivo optimismo sobre la posibilidad de una transformación radical-democrática del estado y por subestimar la forma en que la dinámica material inscrita en el estado, precisamente lo que él describía como “estatismo autoritario”, impondría su lógica a cualquier acceso al gobierno por parte de fuerzas de izquierda (como demostraría la experiencia de países como Francia y Grecia en los años ochenta). Su suicidio en 1979 puso fin prematuramente a su carrera teórica, dejando abiertos muchos interrogantes sobre las orientaciones que podría haber tomado su pensamiento a partir de entonces.

No obstante, Poulantzas nos legó conocimientos inestimables sobre la transformación de los estados capitalistas. En particular, identificó tendencias y cambios autoritarios que se harían mucho más evidentes en los años posteriores a su muerte. Todos estamos demasiado familiarizados con los aspectos autoritarios y disciplinarios de los estados neoliberales, incluido el uso de la legislación «antiterrorista» como tapadera de prácticas represivas y mecanismos de vigilancia.

Poulantzas también tenía razón al anticipar que el programa neoliberal de privatización y desregulación no significaría la retirada del estado. Al contrario, requiere la expansión de las intervenciones y mecanismos administrativos, la mayoría de los cuales están aislados de cualquier forma de control democrático o permeabilidad a los movimientos populares.

La proliferación de autoridades supuestamente «independientes» (y no elegidas) y el aumento del poder de los bancos centrales son ejemplos típicos. En el contexto europeo, la imposición de políticas neoliberales bajo los auspicios de la integración europea ha supuesto la extensión de la autoridad de las instituciones no elegidas de la Unión Europea y la prioridad otorgada a la regulación europea sobre los procesos democráticos de toma de decisiones a escala nacional.

El trabajo de Poulantzas puede ayudarnos a comprender mejor el actual auge de los movimientos políticos de extrema derecha. Esto está vinculado no sólo a situaciones de crisis política, incluida la crisis de la izquierda en sus diversas formas, sino también a la transformación autoritaria de los estados, con el auge de nuevas formas de racismo de estado dirigidas contra los migrantes y los refugiados. Además, y quizás lo más importante, su trabajo destaca el hecho de que no podemos separar la resistencia al fascismo y al autoritarismo estatal de las luchas anticapitalistas más amplias.

Esta resistencia sólo puede ser eficaz si se basa en un bloque de las clases trabajadoras con las demás clases subalternas, y no en alianzas minimalistas limitadas a la simple defensa de la democracia liberal. Después de todo, son principalmente los partidos del llamado “arco constitucional” los que han orquestado las actuales mutaciones «posdemocráticas» de los estados capitalistas avanzados. La mayoría de los movimientos políticos de extrema derecha no tienen ningún problema en declarar su plena conformidad con el actual marco institucional de la democracia liberal, incluidas sus encarnaciones trasnacionales como la UE.

Esto pone de relieve otra lección importante que podemos aprender de Poulantzas. Aunque su visión de una vía democrática al socialismo ha sido criticada con razón por sus posibles lecturas reformistas, su afirmación de que “el socialismo sólo puede ser democrático” no era simplemente una cuestión de distanciarse de la experiencia de la URSS y sus satélites. También implica que “la democracia sólo puede ser socialista”, en el sentido de que no existe un vínculo «orgánico» entre capitalismo y democracia. La única manera de alcanzar la democracia como gobierno autónomo de los subalternos es luchar por superar el capitalismo.

Panagiotis Sotiris


NOTAS

1 “Οι πολιτικές μορφές του στρατιωτικού πραξικοπήματος” [Las formas políticas del golpe de estado militar], jun. 1967, en Ο πολιτικός διανοούμενος Νίκος Πουλαντζάς. Κείμενα 1967-1979 [Nicos Poulantzas, intelectual político. Textos 1967-1979], ed. preparada por Dimitris Karydas y Dimitris Psarras, Atenas, Εκδοση της Εφημερίδας τωνΣυντακτών, 1979.
2 Ibid., p. 34.
3 N. Poulantzas, Fascisme et dictature. La Troisième Internationale face au fascisme, París, Seuil, 1974. [Hay trad. castellana: Fascismo y dictadura. La III Internacional frente al fascismo, México, Siglo XXI, 1971].
4 Ibid., p. 13.
5 Ibid., p. 20.
6 Ibid., p. 17.
7 Ibid., p. 22.
8 Ibid., p. 40.
9 Ibid., p. 63.
10 Ibid., p. 77.
11 Ibid., p. 78.
12 Ibid., p. 79.
13 Ibid., p. 85.
14 Ibid., p. 96.
15 Ibid., p. 364.
16 Poulantzas, La crise des dictatures, París, Seuil/Maspero, 1975. [Hay trad. castellana: La crisis de las dictaduras: Portugal, Grecia, España, México, Siglo XXI, 1976].
17 Ibid., p. 41.
18 Ibid., p. 42.
19 Poulantzas, L’Etat, le pouvoir, le socialisme, París, PUF, 1978, p. 141. [Hay trad. castellana: Estado, poder y socialismo, México, Siglo XXI, 1979].
20 Poulantzas, “Les transformations actuelles de l’Etat, la crise politique et la crise de l’Etat”, en N. Poulantzas (dir.), La crise de l’Etat, París, PUF, 1976, pp. 44-45. [Hay trad. castellana: La crisis del Estado, Barcelona, Fontanella, 1977].
21 Ibid., pp. 55-56.
22 L’Etat, le pouvoir, le socialismo, ob. cit., pp. 225-226.
23 Ibid., pp. 231-232, 233.