Irü

alguien, al lado mío, llora
más fuerte que yo

Gus

Alguien, al lado mío, canta
distinto a mí. La armonía precisa
de la distancia:

dos pájaros
alejados por el aire que los sostiene
en el mismo instante.


Ñe´e

Todas las cosas de mundo en el dorso de la lengua.


Agua

Nadie antes dijo «río» así,
de tu mano, pequeña.

Nadie
antes
miró esta orilla desde el agua
con tus ojos.

Lo que se nombra
se detiene en la memoria para ser
materia de olvido.

Digo «río» de tu mano
y tampoco yo podré repetir este momento:
el golpeteo del motor
de dos tiempos, la casa inundada,
el río en las habitaciones.

«Río»
de tu mano, mi pequeña.
Un espejo es el río que tocamos.
Un espejo lo que escribo.
Un espejo de todo nuestro amor.
Un espejo de todo el terror y el misterio.

Hay una estela entre lo bello y la muerte
que tiene tu nombre, pequeña.


Exploración

para Agus

 qué lindo es dijiste explorar la voz de uno. yo
te imaginé por tu garganta como quien recorre,
por primera vez y a los saltitos, la casa de sus abuelos
y sin querer sacude de luz y aire las piezas polvorientas.

es un flash. hiciste una pausa y,
para que la luz no escape por otra parte, volviste
a cantar con los ojos cerrados.


Sin mis manos

encontré un nido de chochï en una maceta. pasaron
los días y los tordos cambiaron los huevos. tuve
ganas de tirarlos a la mierda, no dejar que la vida
siga su curso y cuando los agarré, me dieron lástima.

ya fue tarde: el chochï olió mi mano por el nido, se fue
y no volvió. dejé pudrirse los huevitos azulados
para entender que el mundo, a veces, está mejor
sin mis manos.


Jagua pohä

Mi tío hizo la colimba en la misma prefectura
donde yo aprendí guaraní. No recuerdo
si fue una caída o el filo de la azada:
la herida en la canilla supuraba una semana ya
y lo obligaron a hacer guardia. dieciocho años tendría
Tomasito, afiebrado, dolorido, flaco a base de caldo,
y los milicos lo mandaron a pararse en la vereda,
porque estaba ahí para hacerse hombre.

Me caía de la fiebre, sobrino, me cuenta.
colgaba del fusil que pesaba su mitad, las piernas
estaban por vencerse cuando un perro de la calle
se acercó y le olió la herida. Lo miró a los ojos
con los ojos nítidos y el pendejo, a punto
de desmayarse, levantó el pantalón:
lagrimeaba, pero me aguanté, sobrino, me aguanté
que me limpie la herida.  El jagua´í curandero
se llevó la muerte y le dejó
la carne viva.


Soleada

la ropa enjabonada y puesta al sol
es un ejército de alas muertas, tendidas en el pasto.

mi abuela prueba con el puño
la dureza de la mancha, y la ropa,
tibia por la luz, le dibuja un beso claro
entre los dedos. Falta todavía, la mancha
no se ablanda porque uno la apure: hay que dejar
que el sol haga lo suyo.

la mirada reposa también
y huele fresco estar lejos de los hijos
por un rato, huele fresco, poder cantar sin voces ajenas.
mi abuela
canta una guarania y la nostalgia
se hace agua.

¿qué es todo eso? ¿qué es lo que se lleva la espuma?


En un bolsillo viejo

Ya vuelvo decía la notita que encontré. Le arranqué
despacio el corazón que tenía dibujado. Lo escuché
romperse dulcemente. Ahora puse música, hice mate
y afuera hay un corazón en la basura.


La cruz del norte

En la entrada de Formosa
hay una cruz de veinte metros.

No creo en Dios, es cierto,
pero igual entristece (al menos
un poco) que el martirio de alguien señale
cuando llegaste a casa.


Las heridas

Lloremos, viejita ¿Te acordás cuando me sacabas
las espinas con agua tibia y sal? El dolor
se evaporaba con cuidado.  Lloremos, viejita:
tenemos el corazón hecho de tierra. Nuestra casa
siempre estuvo bajo el agua.


Allá en Cuyo un niño ve volar los panaderos

A Sabrina Barrego

Una amiga, que no conozco en realidad, escribe
sobre criar a su niño. Le explica
que del diente de león vienen los panaderos
y las hojas que comen en el pesto.
Le explica de los ciclos y las estaciones,
le explica del amor y del odio,
le explica que hay cosas que son del viento.

Algo tiene esto de cuidar
que nos hace carne el miedo y nos hermana: mi vieja
no recuerda, pero una vez me dijo que nadie
sale ileso de la vida. Ernesto conocerá
que también el cardo suelta pompones blancos,
sabrá de espinas, del amargo
y de las cosas que flotan en el aire. Aquí en Formosa
mi hija suelta espinas y pompones y yo también
escribo sobre criarla, yo también bajo los ojos a la altura
de un niño, coreo canciones de adolescentes, le presto
mis ojos, elijo con cuidado las palabras
que la ayuden a ver.

También guardo silencio cuando cantamos juntos.

Federico Torres


Nota.— Federico Torres (Berisso, provincia de Buenos Aires, 1984) es un escritor, editor y tallerista radicado en la frontera argentino-paraguaya, entre las ciudades de Formosa y Alberdi. Publicó el libro de cuentos Cavernario (Ñasaindy, 2009) y el poemario Cacerías (Goles Rosas, 2016/Canto Rodado, 2019). Ha participado de antologías nacionales y regionales. En el ámbito periodístico, participa esporádicamente en medios regionales como entrevistador y crítico cultural. Es parte del colectivo ENIE.