Ilustración: Diskussion (2022, detalle), de Birgit Günther. Fuente: SingulArt
¿El mundo se ha tornado más turbulento? ¿Es nuestra realidad más compleja que otras? ¿Vivimos en una época de crisis permanente y casi omnipresente? Todo parece indicar que sí. Y en el reino de capitalismo desregulado generalizado, el empobrecimiento y la ansiedad de masas parece la tónica dominante, en tanto que la imaginación de un futuro mejor tiende a eclipsarse. Un imaginario apocalíptico impregna la vida social. Atrapadas por procesos de larga duración, las personas viven en un presentismo de mirada corta: casi sin conciencia histórica ni horizonte de futuro. Incentivado por la lógica profunda de ese nuevo demiurgo de la vida cultural que son las redes sociales, los análisis tienden a imaginar situaciones catastróficas, a prever escenarios que luego no se verifican, a imaginar situaciones o «soluciones» tajantes que la realidad no tarda en desmentir. Las visiones simplistas y las reacciones histéricas se vuelven cada día más comunes.
Aparece un virus y se desata la locura: todo el mundo encerrado. Ansiedad, ingenuidad e intereses sórdidos se conjugan para que lo que se proclama y prevé que durará unos pocos días se prolongue durante meses. De hecho, la situación sanitaria tardó más de tres años en estabilizarse, si la medimos en exceso de mortalidad por todas las causas. Y los efectos sociales de la gestión pandémica se siguen haciendo notar, aunque la mayoría finja amnesia. Una respuesta atolondrada y de mirada estrecha provocó una crisis prolongada y efectos adversos superiores a los que pretendía evitar. Luego de dos años, sólo el estallido de la guerra en Ucrania logró desplazar a la Covid-19 de los titulares. Y nuevamente el simplismo y la inmediatez se hicieron presentes. Unos creyeron que, con unos pocos meses de sanciones económicas, Rusia estaría de rodillas pidiendo clemencia. Otros imaginaron que las tropas de Putin se cargarían a Ucrania a paso redoblado. La realidad desmintió ambas previsiones y se instaló en una situación intermedia, más gris y tortuosa, pero mucho más previsible que las miradas dicotómicas dominantes. Lo que vemos, y en Kalewche lo analizamos así muy tempranamente, es una guerra prolongada que Rusia ganará a la larga, pero a un costo elevado y sin que su triunfo implique la ocupación completa de Ucrania. En todo caso, nada sucedió con la inmediatez y de la manera tajante que reclama la ansiedad digital de nuestros tiempos. Algo parecido sucedió con el conflicto en Palestina, donde sigue en marcha un «genocidio por goteo» sobre el pueblo palestino, sin que de momento se vean reales posibilidades de aniquilar a Hamás (sus militantes están bajo tierra, acechando en una vasta red de túneles, y el ejército israelí sigue rehusándose a librar allí los combates). Una vez más, una guerra y un conflicto que se prolongan sin fin, sin soluciones a la vista. Pero esto no es todo. La ecoansiedad contemporánea lleva a mucha gente a esperar catástrofes climáticas en breve. Podemos dudar de que las cosas ocurran de manera tan taxativa. Lo más probable es que la crisis ecológica se desarrolle por medio de una larga y tortuosa concatenación de crisis: ni se hallarán las panaceas mágicas con las que sueñan los «tecno-optimistas», ni se reducirá por hambrunas un tercio de la humanidad en las próximas décadas, como temen algunos de quienes ven que nos encaminamos a un colapso ecosocial. Tampoco parece lo más razonable contar con la desaparición de los combustibles fósiles en una o dos décadas: su producción será más costosa, habrá escasez y los precios aumentarán, pero no parece correcto pensar que en veinte años nos hallaremos en un mundo Mad Max.
Por supuesto, tarde o temprano los combustibles fósiles se acabarán casi por completo, y la crisis ecológica hará la vida mucho más difícil. Pero, aunque todo esto ocurra a velocidad de vértigo en términos históricos, no será tan vertiginoso en términos humanos. Hay que tomar cartas en todos estos asuntos, pero no parece sensato esperar cambios repentinos a cada instante, ni catástrofes con resultados concluyentes. Hay que prepararse para un largo y complejo período de crisis multifactorial, en el cual habrá enormes dificultades a todos los niveles, pero también algunas oportunidades para quienes buscamos un mundo de solidaridad comunista. Entre otras cosas, las crisis hacen posibles las revoluciones. Posibles, no inevitables. Pero será difícil aprovechar esas oportunidades (forzar cambios radicales que sean queridos y no meramente padecidos) si carecemos de organizaciones y de lazos sólidos. Las concepciones inmediatistas y las perspectivas catastrofistas dificultan, precisamente, la construcción paciente de una alternativa política verdaderamente revolucionaria. Por lo demás, el inmediatismo es claramente errado, en tanto que el catastrofismo no es seguro que contenga una mirada realista, por muy elevado que sea el riesgo de catástrofes. Despacio, que estamos apurados. Conviene recordar este viejo dicho de la sabiduría popular.
Entre tanto, entender las diferentes coyunturas que conforman una realidad cada día más global –aunque ciertas contratendencias desglobalizadoras no puedan ser descartadas– es una tarea intelectual y políticamente acuciante. Cada vez más, para entender lo que sucede en el mundo que habitamos, parece imperioso reponer las miradas de largo plazo. Con esta finalidad, compartimos a continuación un par de videos en los que se debate sobre dos coyunturas importantes de la actualidad.
El primero es la edición número 136 de Mate al Rey, correspondiente al 10 de febrero de 2024. Mate al Rey es un programa chileno de conversación política, abierto a las distintas corrientes de la izquierda y las fracciones de la clase trabajadora comprometidas con la militancia revolucionaria, siendo además el espacio televisivo de la revista El Porteño, de Valparaíso. Su espectro alcanza no solo la contingencia nacional, sino también la política internacional, y la forma como se desarrolla la lucha de clases a escala mundial. En el programa 136, nuestro compañero Ariel Petruccelli conversó junto a Maxi Laplagne (editor de la revista digital 1917), Gustavo Burgos (director de El Porteño) y Sergio Rizenverg (conductor de Mate al Rey) acerca de la situación en Argentina tras el advenimiento de Milei a la presidencia.
El segundo video es un conversatorio cuyo título fue “El reloj de arena en llamas”, y que estuvo dedicado a reflexionar sobre la guerra en Gaza. Tuvo lugar el jueves 15 de febrero en la ciudad de Buenos Aires, barrio de Almagro, en el espacio cultural independiente Hasta Trilce. El evento fue organizado por el escritor y artista caribeño Arturo Desimone (un asiduo colaborador de Kalewche desde Aruba), quien actuó además como coordinador. Participaron del conversatorio Emilio Dabed, abogado chileno de origen palestino; Efraim Davidi argentino-israelí, dirigente del Partido Comunista de Israel; Fakhry Taha, abogado palestino especialista en derecho internacional; Amal Eqeiq, doctora en letras de nacionalidad palestina, especializada en literatura comparada; y Lautaro Brodsky, escritor y periodista rioplatense de ascendencia judía. La difusión de la actividad estuvo a cargo de Mariné, revista digital de arte y literatura.