Fotografía: Osvaldo Bayer en la década del 70. Fuente: www.anarkismo.net
Presentación.— Nuestros lectores y lectoras más fieles ya conocen al historiador, periodista y escritor rioplatense Horacio Ricardo Silva (1959-2023), entrañable camarada y amigo de esta casa. Su prematura muerte en su Buenos Aires natal a los 63 años, tras una década de residencia en la provincia de Mendoza (2012-22) y una cruel enfermedad, nos dejó el corazón consternado.
Si alguien merece la distinción de ser considerado el mayor discípulo o sucesor de Osvaldo Bayer, el «Heródoto del anarquismo argentino», es Horacio. Porque Horacio supo amalgamar en su obra todos los atributos de la crónica bayeriana: mixtura genial entre periodismo, historiografía y literatura; erudición e inteligencia con amenidad, compromiso y sensibilidad; talento heurístico y hermenéutico junto a minuciosidad documental, destreza narrativa y memoria vindicatoria; rigor de detective con magia de storyteller y vocación de quijote. Sin olvidar, por supuesto, la afinidad temática: dedicó, como Osvaldo, la mayor parte de su producción –no sólo la mayor, sino también la mejor, o cuando menos la más medular en su trayectoria de investigador y escritor– a rescatar del pasado todo aquello directa o indirectamente relacionado con el movimiento ácrata argentino de la edad dorada: sus organizaciones y personajes, sus ideas y publicaciones, sus luchas y utopías, sus orígenes y vicisitudes, sus epopeyas y tragedias, sus militantes y enemigos, sus héroes y mártires, sus sabios y artistas, sus costumbres y anécdotas…
Horacio nos dejó muchos artículos periodísticos e históricos, relatos breves de no ficción y ficción, y también tres libros: Días rojos, verano negro. Enero de 1919, la Semana Trágica de Buenos Aries (Bs. As., Libros de Anarres, 2011), verdadero parteaguas en la historiografía sobre este suceso; Trienio en rojo y negro. La Semana Trágica, las huelgas de la Patagonia, la lucha de los trabajadores de La Forestal y los anarquistas (Bs. As. Planeta, 2017), valiosa obra de rememoración, síntesis e interpretación escrita con Roberto Perdía; y Elogio de la mentira y otros relatos (Mendoza, Grito Manso, 2022), donde recopiló dieciséis de sus mejores prosas narrativas cortas, como la conmovedora crónica “Dalia, el elefante libertario” e “Historia de un músico, una quena y un golpe de estado”, y algún que otro cuento. Los dos primeros libros fueron prologados por Bayer y el último por nuestro compañero Federico Mare.
Debemos rectificarnos: Horacio tiene un cuarto libro, inédito pero totalmente acabado. Es el primero que redactó, allá por 2004-2006, cuando aún vivía en Buenos Aires, luego de estudiar periodismo en la Universidad de las Madres. Es una extensa, pormenorizada y atrapante crónica sobre la película La Patagonia Rebelde (1974), de Héctor Olivera: sus antecedentes, su génesis y contexto, las distintas etapas de su filmación (preproducción, rodaje y posproducción), su exhibición y censura, sus repercusiones sociales y políticas (incluyendo el éxito y el exilio para sus hacedores), su duradero legado… Ícono de la cultura contestataria de la Argentina setentista, La Patagonia Rebelde constituye uno de los mayores hitos del cine argentino de todos los tiempos. Es la adaptación dramática de los dos primeros tomos (1972-74) de Los vengadores de la Patagonia Trágica, la monumental obra en cuatro volúmenes que Bayer –siguiendo la huella historiográfica del español José María Borrero y su pionera investigación La Patagonia Trágica (1928)– consagró al gran ciclo de huelgas de 1920-22 en el territorio de Santa Cruz, en los confines australes de la Argentina agroexportadora e yrigoyenista, protagonizadas por los peones rurales de las estancias ovejeras y los militantes anarquistas de la FORA, entre los que había muchos inmigrantes chilenos y europeos; larga lucha proletaria que no excluyó la resistencia armada, y que acabó ahogada en sangre por el Ejército Argentino, con cerca de 1.500 fusilados, cuyos cuerpos yacen enterrados en fosas comunes. Para escribir su libro sobre el largometraje La Patagonia Rebelde, Horacio se documentó ampliamente en bibliotecas, hemerotecas y archivos; y entrevistó en profundidad a muchas figuras involucradas en la filmación, entre otros, Osvaldo Bayer (quien coescribió el guion y fungió de asesor histórico), la vestuarista María Julia Bertotto, el ex gobernador –de Santa Cruz– Jorge Cepernic, y los actores Pepe Soriano y Luis Brandoni.
Con motivo de cumplirse en junio el 50° aniversario del estreno de La Patagonia Rebelde, la editorial Anarres tiene previsto publicar póstumamente el libro de Horacio, como parte de su colección Utopía Libertaria, con la colaboración de Federico Mare como editor y prologuista. Será en principio una edición digital de acceso libre y gratuito, en PDF, debido a que la grave situación económica general del país hace impensable por ahora una edición en papel. El libro llevará por título De La Patagonia Trágica a La Patagonia Rebelde. Crónica de una película.
Desde este domingo, a la espera del lanzamiento de la obra, vamos a ir publicando semanalmente en Kalewche algunos fragmentos, dentro de nuestra sección histórica Clionautas. Hoy compartimos el capítulo I, que es muy breve: “Buenos Aires, junio de 1976”. No se lo pierdan. Es fascinante.
Este primer anticipo va dedicado a Sonia Balzano, la compañera de Horacio Silva, locutora y artesana de Salto de las Rosas (San Rafael). Nuestra gratitud infinita con ella por amadrinar el sueño de convertir el libro inédito de Horacio en su libro póstumo, para que sea semilla pública y no reliquia privada.
Y a usted yo le quiero decir una cosa:
usted nunca más, ¿me entiende?,
nunca más va a volver a pisar
el suelo de la Patria.
En aquella fría mañana de invierno, un Mercedes-Benz blanco adornado con la banderilla alemana, circulaba silenciosamente por el elegante barrio suburbano de San Isidro. Tenía un porte inusual: no era frecuente ver por las calles lujosos vehículos importados, en la Argentina de aquellos años.
Conducía el automóvil una mujer de unos sesenta años. A su vera, un elegante hombre de la misma edad, ambos de un marcado aspecto que denotaba su origen teutón. En el asiento trasero, algo agazapado, otro hombre, que estaría cerca de los cincuenta.
Atravesaron la ciudad con rumbo sur, siempre manejando con mucho cuidado. Iban callados, como reconcentrados en sí mismos.
Al llegar a la avenida General Paz doblaron a la derecha, en dirección al Riachuelo, hasta el nacimiento de la avenida General Ricchieri. En ese punto fueron detenidos por un destacamento policial, donde les pidieron los documentos de identidad. El acompañante entregó el suyo y el de la mujer, diciendo con voz de mando: “Embajada alemana”. Se los devolvieron, y continuaron la marcha por Ricchieri, hacia el sudoeste.
A la altura del cruce con el Camino de Cintura –a escaso kilómetro y medio del Regimiento 3 de Infantería de La Tablada–, el coche fue detenido por un piquete del Ejército comandado por un capitán, quien obligó a sus ocupantes a ubicarse al costado de la ruta.
El oficial pidió los documentos, y se repitió la misma escena. Pero esta vez, después de revisarlos, fijó los ojos en el hombre del asiento trasero, y preguntó: “¿Y el señor…?”.
El acompañante, con fuerte acento germano, y alzando la voz casi hasta el grito, contestó: “El señor es alemán. ¡Está al servicio de la Embajada!”.
El capitán se sintió amedrentado: el imponente vehículo, el tono de mando, la bandera alemana –que obra un efecto casi religioso en la mentalidad militar argentina– lo hicieron vacilar. Los miró, confundido; volvió a mirar al misterioso hombre sentado en el asiento trasero, y murmuró: “Este… bueno, siga…”.
Pocos kilómetros después pasaron, siempre en silencio, por el trágico Puente 12, “El Trébol”. El hombre del asiento trasero no pudo evitar exhalar un suspiro. Hacía tan poco, apenas tres años, que en ese lugar se habían comenzado a desvanecer las ilusiones de toda una generación de jóvenes… Y sin embargo, pareciera que había pasado ya toda una eternidad, desde aquella remota época en que las movilizaciones obreras y populares hacían retemblar las entrañas de la sociedad argentina, con su energía y sus deseos de transformar la realidad.
“La única verdad es la realidad”, había sentenciado Juan Domingo Perón. El recuerdo del anciano militar, cuyo gobierno le había hecho objeto de una encarnizada persecución, provocó al hombre una mueca de disgusto.
Y sin embargo, esta era la verdad, la realidad: en lugar de los jóvenes movilizados, las calles estaban ocupadas por efectivos de las Fuerzas Armadas, con la actitud y los métodos aplicados por un ejército de ocupación, que ve en cada civil un potencial enemigo.
Finalmente, arribaron a destino: el Aeropuerto Internacional de Ezeiza.
La mujer y los dos hombres descendieron del Mercedes-Benz, y se encaminaron hacia el hall del edificio. Mientras la mujer quedó esperando en la confitería, los hombres se dirigieron a la sección Pasaportes.
La tensión que les producía la fuerte presencia de personal militar armado no se reflejaba en sus rostros. Al ser atendidos por un suboficial de la Fuerza Aérea, el acompañante, con voz firme y su acento alemán más marcado que nunca, dijo:
“Yo soy Gottfried Arens, agregado cultural de la embajada alemana en Buenos Aires, y el señor es Osvaldo Bayer, protegido de la República Federal Alemana. Nos está aguardando el vuelo de Lufthansa. El señor va a ir conmigo; yo lo voy a acompañar hasta que aborde el avión.”
El suboficial empalideció, ante una situación que lo superaba por completo, y mandó llamar al oficial al mando. Éste les hizo pasar a una oficina, retuvo los pasaportes de ambos, y pidió que le aguardaran un momento; acto seguido salió, cerrando la puerta con llave tras de sí. Los dos hombres quedaron solos.
Estaban sumidos en el silencio, cada uno en sus propias reflexiones, y en la incertidumbre de lo que podría pasar, hasta que Bayer preguntó:
—Gottfried, ¿su esposa estará bien, sola en la confitería?
El agregado contestó con un gesto, restándole importancia al asunto, y dijo a continuación:
—No creo que vayamos a tener problemas. El piloto del avión tiene orden directa del Embajador de no despegar hasta que esté usted a bordo, y está en comunicación constante con la embajada para informar sobre la situación. Además, esta gente (los militares) no puede darse el lujo de tener un enfrentamiento con el gobierno de mi país.
Ambos volvieron a quedar en silencio.
Recién como a la hora y media, sintieron una llave abrir la puerta; y ante ellos apareció el brigadier Julio César Santuccione, director militar del aeropuerto, con los pasaportes en la mano.
Le habló a Arens, y entregándole su pasaporte, le dijo: “Señor agregado cultural: muchas gracias por su pasaporte; usted sabe que nosotros somos admiradores de la República Federal, y muy amigos de la República Federal; siempre hemos admirado a Alemania. Y por eso mismo ha hablado conmigo el Embajador, y vamos a permitir que ‘este señor’ salga del país”.
El militar, de gorra entorchada y modales primitivos, no pudo evitar un tono despectivo al pronunciar la expresión “este señor”.
A continuación, se dirigió a Bayer, e hizo el gesto de extenderle su pasaporte, aunque lo detuvo a mitad de camino; y con el documento así, sin entregar aún, lo miró con un profundo desprecio, y le dijo: “Y a usted yo le quiero decir una cosa, señor Bayer: usted nunca más, ¿me entiende?: nunca más va a volver a pisar el suelo de la Patria. Sírvase”. y le entregó el pasaporte.
Veintinueve años después, en su casa del barrio de Belgrano, Osvaldo Bayer recordaba el incidente de esta forma:
“Yo tenía unas ganas de escupirlo, mirá… pero me quedé callado, porque lo iba a tomar como una provocación. El agregado cultural me acompañó hasta el avión. Tomé asiento, el avión carreteó, y cuando tenía a Buenos Aires a la vista no te digo que me puse a cantar ‘Mi Buenos Aires Querido’ como Gardel, pero me dije: ‘Bueno, esto se acabó. Estos hijos de puta son capaces de quedarse toda la vida en el gobierno’. Es que, al final, había terminado por creerle al tipo…
Sin embargo, a los ocho años volví, unos días antes de las elecciones que ganó Alfonsín.1 Y te digo la verdad: caminaba por Buenos Aires y miraba a toda la gente, para ver si de casualidad estaba por ahí el brigadier Santuccione, para decirle: ‘Brigadier, mire: ¡aquí estoy, de vuelta, pisando el suelo de la Patria!’. Pero el tipo hacía dos años que se había muerto, como después averigüé. Qué va a hacer, una lástima…”.2
* * *
La persecución a la que fue sometido el periodista, escritor e historiador Osvaldo Bayer, afectó también –en mayor o menor medida– a la casi totalidad de las personas que participaron o colaboraron para que la filmación de La Patagonia Rebelde se hiciera realidad.
Esta película representó un esfuerzo de producción inédito para el cine argentino, por varias razones.
La reconstrucción de época se realizó con una minuciosidad rayana en la exageración, tanto en las locaciones, el armamento y los vehículos utilizados en 1920, como en la confección y selección de las ropas y accesorios de actores y extras; bastará como ejemplo de ello, conocer la historia de los lentes utilizados por Pepe Soriano (El alemán Schultz), o la cadena de reloj que usó Luis Brandoni (Antonio Soto).
Por otra parte, la movilización de todo un equipo de filmación desde la lejana Buenos Aires hasta la desolada estepa santacruceña –escenario natural de los hechos narrados en el film– estuvo caracterizada por las dificultades: los intensos vientos patagónicos, el frío, la falta de buenos caminos y el aislamiento, sólo pudieron ser superados gracias a la ayuda de don Jorge Cepernic –entonces gobernador de la provincia–, y de Roberto Arizmendi, delegado por éste para facilitarle a la productora las locaciones, el alojamiento, la colaboración de los habitantes, y cualquier otra cuestión que precisara ser resuelta en el momento.
Por último, no fue de menor importancia el compromiso social y militante que implicaba en aquellos años –marcados por la violencia política– esta película, que dejaba al desnudo las atrocidades cometidas por el Ejército Argentino; aunque nadie por entonces creía posible que esa crueldad pudiera reeditarse –corregida y aumentada–, como ocurrió a partir del 24 de marzo de 1976.
Todas estas circunstancias, más la resistencia que hubo desde importantes sectores del poder para evitar que la película se terminara de filmar y se exhibiera, le confieren a esta obra histórica de la cinematografía nacional un carácter de gesta épica, tanto por su contenido como por las difíciles condiciones en que fue realizada.
Esta historia de éxitos y alegrías, cárceles y amarguras, exilios y muertes, comenzó mucho tiempo atrás, cuando despuntaba el siglo XX, en la lejana Río Gallegos.
Horacio Ricardo Silva
NOTAS
1 Su regreso a la Argentina se produjo el sábado 22 de octubre de 1983.
2 La reconstrucción de estos hechos fue realizada en base a la entrevista del autor con Osvaldo Bayer, efectuada el 26 de octubre de 2004.