Ilustración: Moisés rompiendo las Tablas de la Ley, de Gustave Doré (grabado, 1866, detalle).
Nota.— Cada tanto, en nuestra sección literaria, nos gusta rescatar del olvido alguno de los Carteles de Rodolfo González Pacheco (1881-1949), formidable periodista y escritor anarquista del Río de la Plata, cuya vida militante –repleta de utopías y vicisitudes– ha sido bien resumida por Horacio Tarcus en un artículo de su Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas. De todas sus prosas breves de combate, hoy queremos desempolvar “El Mesías”.
La desempolvamos a propósito de Milei, quien, acicateado por su egocentrismo sin límites y su fascinación esnob por el judaísmo, insiste en autopercibirse como un «enviado de Dios en la Tierra» y un «instrumento de las fuerzas del Cielo» con la misión de «salvar» a la Argentina. Mesianismo político-religioso que ha ido in crescendo durante toda la campaña electoral y las primeras semanas de gestión presidencial, pero que ha alcanzado su paroxismo de delirio en estos últimos días, con la visita del demagogo libertariano a Tierra Santa y sus megalómanos paralelismos con el legendario Moisés del Antiguo Testamento (el proyecto de ley ómnibus como analogía de los Diez Mandamientos, las críticas y resistencias a dicho proyecto como equivalentes de la idolatría del Becerro de Oro, etc.).
González Pacheco, ácrata comunista y ateo anticlerical sin concesiones, escribió “El Mesías” para el número 18 de La Antocha, que vio la luz el viernes 2 de diciembre de 1921. Hemos extraído el texto del tomo I de sus Carteles (Bs. As., Américalee, 1956, p. 75).
Aunque pensamos que algunas afirmaciones puntuales de Pacheco demandarían ciertas aclaraciones o matizaciones (básicamente, lo que dice sobre el materialismo y el bolchevismo), su crítica libertaria por izquierda al mesianismo como forma de alienación nos parece en general acertada y llena de vigencia, ya se trate de religión o de política. “Libertaria” en la prístina acepción de la palabra, desde luego, que nada tiene que ver con la derecha neoliberal extrema o radicalizada, a la que debemos calificar de «libertariana» o «libertarista» para evitar cualquier malentendido.
Lo mejor de la vida el hombre se le ha ido esperando revelaciones. Siempre hubo un hueco lleno de sombra y misterio donde ubicar algún ser providente y salvador. Las religiones sirvieron bien esta debilidad, y la explotaron; arquitectos del vacío, crearon el cielo, donde todo ensueño trunco halla su jardinero: la planta seca en pie reverdecerá en la altura. Esperemos…
Y aun aquellos que lograron arrancarse esa ilusión, como una muela cariada de la mandíbula trituradora de errores, no están indemnes tampoco. Les quedó un baldío en la boca, y ahí se agazapa la débil esperanza. Les infecciona la sangre, les sube o baja la temperatura de la voluntad. Y oscilan, como un péndulo, del loco ideal a la desesperación demente.
Seguimos siendo mesiánicos. Deísmo o materialismo no son más que el revés y el derecho de la antigua medalla. Depositar un exvoto a los pies de un dios o en los cuernos del diablo es variar la dirección de la mano, pero no el móvil. En el fondo es igual cosa, puesto que eso no mueve la rueda del destino; quedamos donde estábamos.
Ejército en la noche, con las armas flameantes y listas, atento a una orden divina o terrena, eso somos. El heraldo no suena ni llega. A veces tomamos por él a la estrella que cae o al huracán que vuela; saltamos entonces… Hasta que la realidad, hecha de vacío y silencio, nos vuelve a tender en tierra.
¡Ay, no! Lo más difícil de la obra anárquica no es la de la crítica a la sociedad presente ni la de exposición de una futura: es reencarnar en el hombre la confianza en sí mismo. Serenarle. Barrerle del alma no sólo la loca esperanza en una fuerza suprema, sino, igualmente, la desesperación por su debilidad humana. Hay muchos siglos de error contra esa tarea.
Hace cuatro años, cuando el pueblo ruso hizo su lucha contra los zares, corrió, como una parábola de fuego por todos los ámbitos, este signo: ¡bolchevismo!, ¡bolchevismo! Era el Mesías. De los más oscuros cruces de los caminos del mundo, empezaron a moverse las caravanas hacia esa Jerusalén de la felicidad al fin revelada.
Celosas del nuevo verbo, no permitían que se dudara siquiera de que toda la verdad estaba en él. Era la Biblia. Hasta políticos aventureros y escritores segundones corrieron a ponerse en primera fila y en los más próceres puestos. Los anarquistas que dudamos entonces aparecimos como retardatarios o cobardes. ¿Qué pintoresca esperanza o qué espejismo risueño ondeaba como una flámula en los pechos de esas gentes? Preguntarle a la estrella que cae o al huracán que vuela.
Y hoy, hoy ¿qué?… No se ve sino un solo salto de la aurora a la noche, del loco ensueño a la desesperación demente. Todo se inmoviliza de nuevo, se arropa en silencio estéril; hasta que suene otro heraldo, se pronuncie otro Mesías resonante y, como siempre, hueco.
¡Ay, no! No es la más difícil obra la crítica de lo actual ni el planteamiento de lo futuro, sino reencarnar al ser en la confianza en sí. Que todo lo fíe en él, lo ponga de pie y lo empuje. Que cada día que se alce, se diga: a cumplir mi tarea de ensueño o de yunque. El Mesías soy yo, fuerte dios que busca en la tierra la amistad de otros dioses. ¡Hombre soy!
Rodolfo González Pacheco