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La novela histórica: demarcaciones y controversias (dossier)

11 de mayo de 20253 de agosto de 2025
Kalewche

Ilustración: Hold of a Highland Robber, del artista escocés Robert W. Macbeth (1848-1910). Grabado para el primer volumen, cap. XVII, del Waverley, ópera prima de Walter Scott, considerado por muchos estudiosos –Georg Lukács, entre otros– el fundador de la novela histórica moderna. Boston, Estes & Lauriat, 1893. La edición original del Waverley data de 1814. Fuente: Proyecto Gutenberg.


¿Qué es la novela histórica? ¿Qué tan libre (inventada) o rigurosa (documentada) debe ser la recreación ficcional del pasado? Pedirles mucha veracidad a las novelas históricas parece absurdo y ridículo, un contrasentido. Pero ¿qué hay de la verosimilitud basada en el esfuerzo del novelista por conocer y comprender el pasado con cierto grado razonable de esmero (académico o autodidacta), tratando de evitar excesivos gazapos y burdos anacronismos en la ambientación de época y en la caracterización de los personajes? Hablamos de ficciones históricas de género realista, desde luego. No de fantasías, parodias, sátiras, etc., que deliberadamente optan por alejarse o desmarcarse de la realidad histórica (un distanciamiento o desmarque sin el cual no podrían lograr el efecto estético que está en su esencia y finalidad, que las constituye como tales). ¿Y qué decir de la psicología de los personajes de la novela histórica, sus motivaciones, sus maneras de actuar en situación, sus cosmovisiones, sus ideologías? ¿En qué medida dependen de su contexto histórico específico y qué tan lícito es que elementos propios de la singularidad histórica a la que pertenece la subjetividad del autor infiltren una trama extemporánea? ¿Y qué tan posible es distinguir unos elementos de otros?
El dossier que presentamos, al que hemos dado en llamar “La novela histórica: demarcaciones y controversias”, intenta responder dichas preguntas, que bien pueden ser extrapoladas –haciendo las matizaciones que correspondan en cada caso– a todo el universo de la ficción histórica: cuentos, dramas, películas, series, historietas, etc. Hemos reunido cinco artículos, todos ellos de autores españoles contemporáneos. No es casualidad: en ningún otro país del mundo de habla castellana, la novelística histórica ha experimentado un auge tan grande –de lectores, escritores y editores– durante las últimas décadas, ni suscitado tantas investigaciones y reflexiones, congresos y polémicas. Digamos al pasar que este boom ha tenido luces y sombras: por un lado, varios autores de calidad, como Arturo Pérez-Reverte y Almudena Grandes; por otro lado, una legión de escritorzuelos mediocres u oportunistas –o ambas cosas– que novelan la historia con mucha o poca –a veces nula– erudición, pero sin nada de talento literario, abusando del didactismo descriptivo-explicativo, o lucrando con una moda de lectura o «nicho» del mercado editorial. Cuando un subgénero literario se industrializa, se bastardea.
Vayamos al grano. Nuestro dossier comienza con “La novela histórica: entre la realidad y la ficción”, de Enric Ros, artículo originalmente publicado en Qué leer, el 1° de marzo de 2018. Sigue con “Novela histórica: ¿qué es?”, de José Miguel Delgado Valerio, breve comentario que el autor dio a conocer en el blog En clave literaria, el 26 de mayo de 2020; y que luego amplió (con un párrafo acerca del subgénero de la ucronía) en una comunicación personal con Ramón Villa García, quien lo citó en su artículo para Zenda titulado “¿Buenos tiempos para la novela histórica?”, con fecha 10 de enero de 2021 (aquí reproducimos esta última versión). Continúa con “Las novelas históricas son peligrosas”, de David Yagüe, editado en 20 minutos, el 5 de diciembre de 2016. Prosigue con “Malas novelas históricas”, de Sabino Fernández, que vio la luz este año, en JoséGuadalajara.com. Y culmina con “La novela histórica es algo muy serio. La batalla contra la historia novelada”, de Emilio Lara, publicado en 20 minutos, el 10 de marzo de 2017.
Hemos procurado –hasta donde nos fue posible– que los textos no se repitan, que no se superpongan. Priorizamos, pues, la variedad de aspectos y miradas. En algunos casos, esa diversidad resulta complementaria; en otros, antagónica. Si el conocimiento y la opinión, en la teoría y la crítica literarias, suelen nutrirse de datos compartidos y argumentos convergentes, no se nutren menos del debate informado y razonado.
Last but not least: le hemos propuesto a nuestro colaborador de ultramar José Miguel García de Fórmica-Corsi, el infatigable bloguero andaluz de La mano del extranjero, el erudito y lúcido autor de Edad Media soñada. La imagen del Medievo en la ficción (extraordinario libro que el historiador y ensayista argentino Federico Mare reseñó para Corsario Rojo VI), que escriba un artículo acerca de la novela histórica, invitación que tuvo la generosidad de aceptar. Publicaremos su texto en el próximo número de Kalewche, el domingo 25 de mayo.



LA NOVELA HISTÓRICA: ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN

Las cifras no engañan: la ficción de ambientación histórica ocupa la primera posición entre las preferencias de los lectores españoles. ¿Cuál es la razón del éxito de este género con demasiada frecuencia minusvalorado por la crítica? Y, a juzgar por el creciente número de ediciones y nuevos autores, ¿podríamos decir que estamos viviendo una «edad de oro» de la novela histórica?


Más allá de los límites de la historia

Existe cierto consenso entre los especialistas en señalar la publicación de libros como Waverley (1814), o el más popular Ivanhoe (1819), como el inicio de la novela histórica en Occidente; una veta literaria que luego continuarán un sinfín de autores, de Alexandre Dumas a Santiago Posteguillo. Pero, ¿son realmente las ficciones de Walter Scott las primeras narraciones históricas de todos los tiempos? ¿Acaso no podemos considerar también relatos históricos (pese a los elementos «fantásticos») las diversas evocaciones de la vida de Cristo contadas por los apóstoles y los apócrifos? ¿O, aún antes, la crónica realizada por Platón de los últimos días de su maestro en La apología de Sócrates?

Al hablar de novela histórica, se hace necesario reflexionar por un instante sobre cuáles son sus límites. E. M. Forster, consciente del carácter proteico y «mestizo» del género literario, definió «novela» como “cualquier obra de ficción en prosa que tenga más de 50.000 palabras”. Pero, ¿qué ocurre cuando la ficción cuenta hechos que podemos considerar «reales»? ¿Podemos en ese caso seguir hablando todavía de novela? La solución nos la da la profesora de literatura alemana Käte Hamburger, que, en su ensayo La lógica de la literatura (1995), apunta que cualquier escritor de ficción “transforma la materia histórica de la novela en materia no histórica”.

Toda novela histórica es, pues, ficción. Y del mismo modo, toda ficción es, en cierto grado, histórica (o, si no lo es aún, terminará por serlo), puesto que nos describe un mundo que –imaginado o no– se relaciona con la realidad. Por eso no debe extrañarnos que el mastodóntico ciclo de novelas de la Comedia humana de Honoré de Balzac, cuyo furor descriptivo pretendía hacerle “la competencia al Código Civil”, se disfrute hoy como un gran fresco histórico de la Francia del siglo XIX; o que el crítico literario Harold Bloom tilde al clásico de la ciencia-ficción El hombre invisible, de H. G. Wells, de “novela histórica”, que, a su particular modo, describe las preocupaciones y la mentalidad de la sociedad norteamericana “en las décadas de 1920 y 1930”. El profesor Conrado Hernández López, en el prólogo del libro colectivo Historia y novela histórica (2004) nos dice: “La novela es expresiva de la imaginación de su autor y por tanto opuesta a la pretensión de objetividad de los historiadores”. A continuación, acude al autor de La insoportable levedad del ser para explicar las afinidades y diferencias entre el documento histórico y la recreación del pasado a través de la ficción: “Esto se debe”, apunta Milan Kundera, a que la novela “no examina la realidad sino la existencia”, y la existencia no es lo que ha ocurrido, sino “el campo de las posibilidades humanas”. Y eso es justamente lo que consigue la buena novela histórica: convocar un infinito campo de posibilidades imaginarias que, paradójicamente, se nutre de nuestro pasado.


La favorita de los lectores

Sabemos que la novela histórica se mueve en un fascinante territorio fronterizo entre dos vocablos escurridizos: la ficción y la realidad. Es, como apunta el helenista Carlos García Gual –que publicó hace algunos años una imprescindible Apología de la novela histórica (2002)–, “el hijo bastardo de la novela y la historia”. Quizá sea esta condición «bastarda» la que ha provocado ciertas suspicacias críticas. Digámoslo claro: con frecuencia, la novela histórica ha sido mirada con cierto recelo por las élites intelectuales, lo que no ha impedido que gozara de la confianza de los lectores desde los tiempos del Romanticismo. Efectivamente, ni siquiera los embates de la posmodernidad han conseguido atenuar el interés por un subgénero considerado un tanto tradicional en sus formas y, en consecuencia, más bien alérgico a la renovación. Las cifras de ventas indican que la novela histórica cuenta, al día de hoy, con un nutrido y fiel grupo de seguidores, y que este va en aumento, como confirma la proliferación de nuevos autores y sagas de libros. El estudio sobre hábitos de lectura del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revalidaba en 2016 la posición hegemónica del género, con un 23,8 por ciento de lectores. Ana Liarás, editora de ficción en Grijalbo (que, en su colección de novela histórica, ha publicado éxitos de ventas tan rotundos como La catedral del mar, de Ildefonso Falcones), describe a los lectores habituales de este tipo de ficción como un “público cautivo”; tan estable y consolidado que, de hecho, ni siquiera fluctúa demasiado con la irrupción de los fenómenos editoriales.

Probablemente, la causa de la sintonía entre ciertos autores y sus lectores esté en las propias raíces de un género que –como ya señaló el filósofo marxista y crítico literario de origen húngaro Georg Lukács, en un célebre ensayo titulado La forma clásica de la novela histórica– es eminentemente popular. Claudia Casanova, autora de exitosas ficciones ambientadas en el siglo XII como La dama y el león o La perla negra, amén de editora de Ático de los Libros, no duda en afirmar que ella escribe ante todo para disfrutar, como también espera que disfruten sus lectores: “Cuando escribo no pienso nunca en la crítica, sino únicamente en pasarlo bien. Pero tampoco me irrita en absoluto que algunos críticos marquen ciertas distancias respecto al género histórico. Entiendo perfectamente que la función de la crítica debe ser destacar al Dickens o al Kafka del futuro”. Óscar González Camaño, historiador, profesor y también tutor en los grados de Historia y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), por su parte, confirma su aprecio por el género, pero su valoración del estado actual del mismo no está exenta de ironía: “La novela histórica corre el riesgo de morir de éxito”, nos advierte. “Tengo la sensación de que algunos autores escriben libros muy entretenidos y bien elaborados, pero que repiten ciertos esquemas. El riesgo es que, poco a poco, se convierta en una fórmula”. En cualquier caso, las ventas de las editoriales y el aluvión de nuevos autores no parecen augurar ninguna crisis por el momento. Entre los libros destacados, hay además muchos de escritores españoles, lo que, según Casanova, confirma la calidad de nuestra narrativa. “Solo nos falta creer más en nosotros mismos y decidirnos a dar a conocer a nuestros autores en el exterior”.


Mentira histórica y verdad novelesca

González Camaño, un voraz lector de ensayo y novela histórica, confiesa que le encanta leer novelas voluminosas de contenido histórico como una forma de “maratón literario”. Cuando se entrega a estas lecturas compulsivas, casi siempre se olvida de su faceta de historiador: “No me dedico a buscar gazapos, aunque reconozco que a veces me los encuentro por el camino”. Para él, lo más importante es que el ambiente que se describe en la novela sea “verosímil, más que veraz, acorde con la mentalidad de la época”; algo en lo que también insiste Casanova: “Mis novelas suelen ser corales, pero habitualmente las mujeres tienen un papel determinante. Mi reto como escritora consiste, en buena parte, en reflejar de forma creíble la mentalidad y el comportamiento de una mujer del siglo XII”.

En este sentido, la novela histórica ofrece un fascinante campo de posibilidades. Su capacidad para recrear de forma vívida épocas y personajes sirve también para superar ciertos tópicos en la visión de la historia. “Es importante que los lectores no partamos de ideas adquiridas que condicionen la lectura. Particularmente, me gustan las novelas que cuestionan con rigor ‘verdades’ históricas teóricamente inmutables, que nos obligan a reconsiderar nuestra visión de los hechos”, nos dice González Camaño. Para Liarás, uno de los atractivos de este tipo de lecturas es que proporciona el placer de aprender mientras se disfruta de una buena trama. También ella valora especialmente a los escritores capaces de “humanizar al personaje y sacarlo de su encasillamiento histórico”, y también los libros que “consiguen hacernos respirar el ambiente de la época, como hace Falcones con la Barcelona del siglo XIV”.


Testigos de la historia

Los placeres que comporta el género tienen que ver sobre todo con la inmersión en una época determinada. “Yo escribo novela histórica porque es mi manera de convertirme en historiadora”, nos dice Casanova. Para la autora de La dama y el león, lo más importante es delimitar con claridad el límite entre la creación y el ensayo. Cuando empieza a trabajar, siempre tiene presente un cierto marco espacio-temporal, y también una idea preliminar que pone en marcha todo el relato: “En La perla negra, por ejemplo, sabía que quería narrar una historia de venganza, con un guiño a El conde de Montecristo. Con estos mimbres, Casanova se entrega a continuación a un intenso proceso de documentación, que con frecuencia incluye viajes y un intrincado recorrido bibliográfico. Después, “me lanzo a escribir prácticamente un capítulo tras otro, casi sin tregua, y, finalmente, viene un proceso de revisión que puede durar hasta varios meses”.

Liarás valora especialmente las novelas en las que la ambientación histórica es sobre todo “un buen telón de fondo”. La editora destaca el atractivo de los libros protagonizados por personajes ficticios en un contexto histórico reconocible; una opción argumental que acrecienta las alternativas creativas del narrador a través de unos personajes que, como el lector, se convierten en testigos de los grandes hechos de la Historia. Ya se trate de ficciones protagonizadas por personajes reales o imaginarios, lo primordial para el autor es encontrar el debido equilibrio entre información y narración. Pero, ¿quién domina mejor esta complicada “fórmula alquímica”, el historiador que decide convertirse en novelista o el narrador que se aproxima al género histórico? “Si el autor es historiador, debe tener la mano del novelista. De todos modos, las experiencias profesionales que permiten convertirse en un buen autor de novela histórica son de lo más diversas. En la nómina de autores de Grijalbo tenemos historiadores, pero también médicos, abogados, farmacéuticos, periodistas…”, nos advierte Liarás. González Camaño valora que el narrador, sea o no historiador de formación, sepa ocultar el “andamiaje” histórico, para que así el lector pueda disfrutar plenamente con el relato: “Me gustan las novelas que evitan lo que antes se denominaba ‘el salgarismo’ [en alusión al escritor italiano Emilio Salgari]; es decir, la tentación de detener el relato para introducir acotaciones históricas o, lo que es peor, para perpetrar un ensayo encubierto”.


Las nuevas tendencias narrativas

Todos los consultados parecen estar de acuerdo en que la hibridación genérica es la tendencia dominante de la nueva narrativa histórica. Dentro de este estilo, González Camaño destaca el ciclo de seis novelas escrito por Lindsey Davis que protagoniza Marco Didio Falco, una interesante combinación de novela de la Antigüedad romana –ambientada en la época del emperador Vespasiano– e intriga policiaca; o incluso la exitosa Canción de hielo y fuego, la saga de fantasía épica de George R. R. Martín en la que se basa la serie Juego de tronos, que añade al relato de corte fantástico un cierto aire de documento histórico. Liarás, por su parte, destaca la novela Las catedrales del cielo (2018), escrita por el periodista francés Michel Moutot, que combina la novela de aventuras con la observación social e intimista, retrocediendo del trauma del 11-S a la construcción de los grandes edificios de Nueva York en la segunda mitad del siglo XIX. (…)

Enric Ros



NOVELA HISTÓRICA: ¿QUÉ ES?

Se podrían establecer hasta cinco categorías sobre la novela histórica [en sentido amplio], en lo que habitualmente se cataloga como tal en el mercado editorial:

1) Historia novelada. Son los hechos históricos verídicos, narrados en forma de novela. Es decir, se incorporan elementos literarios, tales como diálogos, algunas licencias literarias para hacer más comprensible la trama o aclarar aspectos históricos confusos u oscuros; pero, en líneas generales, la narración mantiene el rigor histórico, tanto en los hechos acaecidos como en las actitudes y concepciones de la época.

2) Novela histórica [en sentido estricto]. Esta suele desarrollarse a través de unos personajes inventados, insertados en una época concreta, que pueden o no interactuar con personajes históricos reales. Naturalmente, aquí suelen mostrarse más licencias literarias, pero también, en líneas generales, los personajes inventados suelen atenerse a las actitudes y concepciones del período histórico donde se manejan: en definitiva, aunque sean personajes ficticios, van a atenerse a la cosmovisión de la época en que son insertados.

3) Novela pseudo-histórica. Esta se suele caracterizar por ser una historia con un desarrollo moderno (por ejemplo, la policíaca, de intriga o romántica), pero situada en un marco «exótico». Es decir, se puede situar igual de bien en el Egipto antiguo, la Roma imperial o el Medievo. Los personajes van a tener actitudes propias de otros tiempos a los que supuestamente se desarrolla la historia (por ejemplo, un pater familias enrollado y comprensivo con sus hijos a los que deja casarse por amor); los gazapos históricos van a ser abundantes, y el desarrollo histórico va a estar estructurado en torno a los «topicazos» de cada época. Es decir, y aunque se detallen algunos aspectos con gran rigor, la cosmovisión de los personajes va a estar más asentada en conceptos contemporáneos que en los de la época en que se desarrolla.

Una variedad de novela pseudo-histórica especialmente sangrante son las que pretendan pasarse por “historia novelada”. Por ejemplo, La columna de hierro, de Taylor Caldwell, que supuestamente narra la vida de Cicerón, pero cuyas actitudes políticas son las de un proteccionista norteamericano de los años 50-60 y no las de un noble romano de la época tardo republicana, cometiendo unos anacronismos bestiales; o Espartaco, de Howard Fast, que vuelca en la novela sus convicciones comunistas. (Además, ambas novelas, a nivel de rigor histórico, cometen bastantes errores y anacronismos.) En mi opinión, este tipo de novelas pseudo-históricas son las peores, pues pretenden hacer pasar por «histórico» algo que no lo es en absoluto, e inducen a gran error y equívoco a los lectores sin un conocimiento profundo de la historia.

4) Novela de aventuras. Los hechos ficticios predominan sobre la historia, que básicamente es un telón de fondo: aquí es donde se catalogan las novelas de Alejandro Dumas padre. [Nota del Ed.: no se entiende por qué la novela de aventuras ambientada en el pasado no podría considerarse un subtipo de novela histórica en sentido estricto, o bien, un subtipo de novela pseudo-histórica.]

5) Ucronía. La ucronía es un género literario que también suele llamarse “novela histórica alternativa”. Su característica principal es que la trama transcurre en un mundo desarrollado a partir de un punto en el pasado en el que algún acontecimiento sucedió de forma diferente a como ocurrió en realidad.

José Miguel Delgado Valerio



LAS NOVELAS HISTÓRICAS SON PELIGROSAS

Sé que muchos, autores y lectores, no estaréis de acuerdo. Pero lo creo firmemente y lo advierto: no leas novela histórica para aprender historia.

Me sacan de quicio los lectores que echan pestes de la novela histórica diciendo que eso no era así, que juegan con la historia o que la revientan y reinventan (ah, pero ¿eso no quiere decir que se ha inventado antes?). Respeto a quienes dicen: yo no leo novela histórica, para leer sobre la historia prefiero la no ficción. Lo respeto porque es una elección y, además, razonable. Lo otro… Lo otro es leer sin entender del todo qué se lee.

Porque novela histórica tiene por nombre “novela” –es decir, ficción– e “histórica” por apellido. Así que lo principal es la ficción, la invención, la fábula. Dice el Diccionario de la lengua española de la RAE que ficción es “invención, cosa fingida”. Lo histórico también tiene su importancia, pero no es lo central. Lo segundo sirve para que editores y lectores identifiquen las obras, y que los libreros las coloquen en la estantería correcta. Si no eres aficionado a la historia, te vas a la sección de libros fantásticos o la de narrativa general. Pero la novela histórica sigue siendo una historia fingida.

Es todo cuestión de intenciones. Si un autor deseara ser leído para enseñar historia, escribiría una obra de no ficción, de divulgación. Si escribe ficción, su intención principal es otra. Y no digo que sea falsear o distorsionar la historia, con esa intención, pero lo hace. Al novelista le parece mejor jugar o, como decía Dumas, “violar la Historia”: rellenar huecos; reformular, reflexionar o reinterpretar. Y con la libertad que te da la ficción. La novela histórica es, en sí misma, una licencia.

Si la historia es una ciencia «blanda» e interpretativa (ya decía Borges aquello de que era una “forma más de ficción”), la novela histórica lo es mucho más. Los buenos escritores de ficción, ya se supone, dominan su arte y oficio, y son buenos –muy buenos algunos– en hacer que su universo ficticio sea prácticamente indistinguible de lo que conocemos del pasado. Pero no, no es historia.

El muy recomendable historiador británico Anthony Beevor dijo una vez: “Una novela que usa los nombres de figuras históricas reales es peligrosa. Y cuanto mejor es la novela, más peligrosa resulta, porque hay más posibilidades de que los lectores la consideren cierta. Es como contemplar un jarrón antiguo que ha sido hábilmente restaurado: ya no se puede distinguir lo que es original de lo que no lo es” (la cita la he sacado del libro Cómo escribir una novela histórica, de María Antonia de Miquel, publicado en 2013). Y tiene razón. Quizá exagere un poco, pero razón tiene.

Ay queridos lectores, somos muy dados a juzgar el trabajo y la responsabilidad de los escritores, pero ¿y el de los lectores? Un lector que lee ficción pensando en que es historia, en que es real, está haciendo una lectura deficiente. Si alguien quiere aprender historia a base de novelas… Es su responsabilidad, no del autor al que lee. La verdad histórica y la verdad literaria no son lo mismo.

De todos modos, ¿por qué hay que leer ficción con intención de «sacar algo» de provecho? En “Leer novelas fortalece el Aparato Imaginario” (El País, 22 de agosto de 2016), Juan José Millás defiende que el conocimiento que se saca de las novelas no es cuantificable, pero sí de provecho.

Así que, ¿no vale para nada, entonces, la ficción histórica en relación con la historia? Sí vale. Vale para hacer posible «vivir» un momento histórico, para ejemplificar, para picar la curiosidad de la gente por la historia, para atraer hacia el conocimiento… Hace poco, un profesor de la Universidad de Granada contaba cómo la usaba con sus alumnos. Y en su estupendo XX: un siglo tempestuoso (2016), el historiador Álvaro Lozano utiliza multitud de ejemplos de la ficción para hablar de procesos históricos.

Bien, advertidos todos, podemos leer novela histórica sin intención de «aprender». ¿Seguro? Realmente, a pesar de que los especialistas digan que el Claudio de Graves o el Adriano de Yourcenar no son demasiado fiables históricamente, ¿alguien puede dejar de tenerlos en mente cuando lee historia sobre ellos? Mostrar algo de un modo emocional y empático deja una huella más indeleble que la narración racional y técnica. Si no, lean Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kaneman, sobre las «trampas» de nuestra mente. Y no pensemos en Shakespeare…

Ya lo decía Beevor: “novelas peligrosas”. Y nos gusta el riesgo, ¿o no?

¡Buenas lecturas!

David Yagüe



MALAS NOVELAS HISTÓRICAS

Los que somos lectores habituales de novela del género histórico nos encontramos con cierta frecuencia con alguna novela que podríamos considerar mala.

Por supuesto, los gustos no son todos idénticos ni los momentos son todos los mismos. Todos tenemos algún libro que se nos atragantó en alguna ocasión y que, a base de sucesivas recomendaciones, hemos acabado retomando, e incluso disfrutado. Lo que había ocurrido en ese caso es que no nos había cogido el punto psicológico de perfecta preparación para leer ese determinado libro. Eso ocurre con frecuencia, y, en esos casos, es mejor dejar un libro para otro momento que empeñarse en algo que no nos está haciendo disfrutar.

Pero no nos referimos en este artículo a esos libros que “hemos cogido en mal momento”, sino a los que, cogidos en el momento que los cojamos, acaban siendo malos, por muy benévolos que nos encontremos. Una novela histórica puede ser mala por distintas razones, aunque normalmente lo es por varias a la vez.

Podemos clasificar esos defectos en varios apartados:

1) Aquellas novelas mal o insuficientemente documentadas. Hoy en día, no se le permite a una novela histórica que no tenga un mínimo trabajo de documentación, tanto de los personajes a los que se refiere como a la época en que se desarrolla. Costumbres, fiestas, comercio, construcciones… deben adecuarse con el mayor rigor histórico posible a la realidad del periodo en que se reconstruye ese mundo histórico que es la novela. Vemos en alguna obra de este género que un personaje histórico conocido visita lugares en los que está documentado que no estuvo, participa en batallas en las que no participó en la realidad, o come productos que no existían en esa época, en ese sitio; o que viste ropas que no se usaban en tiempo o lugar. No estamos negando al autor de novela histórica la posibilidad de crear personajes ficticios ni de cubrir huecos históricos con supuestas actividades verosímiles, lo que le impedimos es negar la historia. Si tal personaje murió con 29 años no podemos hacerlo aparecer en la vejez, o si tal personaje era rechoncho y moreno no lo podemos hacer alto y rubio.

2) Aquellas novelas con un mal argumento. En ocasiones, el marco histórico está bastante bien reconstruido, los personajes se atienen a lo históricamente reconocido, pero el argumento de la novela es lo suficientemente malo como para afirmar que la novela no pasa el mínimo filtro. Con el sello editorial esto sucedía cada vez menos, si acaso con el personaje de moda de turno que la editorial sabía que iba a vender sí o sí independientemente del valor literario de lo escrito. Pero ha llegado la autopublicación, el e-book, Amazon, y lo que nos espera en el futuro, lo que ha abierto las compuertas a todo tipo de autores. Por ello, cada vez son más las novelas donde el argumento no hay por dónde cogerlo, donde los saltos son más propios de la ciencia ficción que del género histórico, por aquello de que van más allá del espacio-tiempo, en las que los personajes son insulsos y prescindibles, o en las que se quiere abarcar mucho y se aprieta poco, como dice el sabio refranero.

3) Aquellas novelas que podrían clasificarse como clónicas. Este tipo de libros abundan cada vez más. Lejos de ser una especie en extinción, la clonación de novelas está más de moda que la clonación de ovejas. Se trata de aquella novela que ha obtenido un éxito comercial y es copiada (clonada) hasta la saciedad, buscando satisfacer al mismo tipo de lector que provocó el primer superventas. Alguien me dirá: eso ocurre en todos los géneros. Efectivamente, todos vemos el número de novelas que han salido clonando Las cincuenta sombras de Grey o Millennium (en este caso, creo que con clonar al autor en cuanto a nacionalidad y género ya se conformaban). Pero este fenómeno ya se produjo con anterioridad incluso en novelas históricas. ¿Cuántas novelas clonan Los pilares de la Tierra o El nombre de la rosa? ¿Cuántas novelas había sobre personajes como Domiciano antes de la novela de Santiago Posteguillo? ¿Cuántas hay ahora? Desde luego, se me puede contestar que el intentar hacer una novela sobre un misterio en un monasterio no tiene por qué resultar un clon de El nombre de la rosa, ni tampoco necesariamente mala. O lo mismo si tratamos de los constructores de una catedral. Es cierto, la bondad o maldad de esa novela dependerá en buena medida de los dos puntos anteriores, pero este punto es el apartado de la originalidad temática, que es para mí una de las cuestiones más importantes de una novela histórica.

Muchas veces me preguntan por qué no leo determinada novela de un conocido o amigo, y la verdad es que a lo mejor no es una mala novela. Pero resulta que trata de un personaje del que he leído –pongamos– diez novelas, y de las cuales tres o cuatro son magníficas. ¿A qué altura puede quedar esa nueva novela? Si es muy buena, quedará como buena; pero, si es regular, quedará como mala. Por la simple razón de que mi capacidad de sorpresa ante ese personaje ha quedado ya colmada, y mi capacidad de ver la excelencia de la literatura sobre dicho personaje también.

Resumiendo, puedo aconsejar a aquellos que pretendan escribir una novela histórica que no sea mala, que escojan temáticas poco tratadas, o, al menos, tratadas con mediocridad por otros autores, que se documenten adecuadamente o pasen sus manuscritos a gente que le detecte esos errores históricos tan frecuentes y les hagan un buen filtrado. Y, sobre todo, que tengan algo que contar, coherente e interesante. Al fin y al cabo, los lectores queremos que nos sorprendan, nos emocionen y nos enganchen.

Sabino Fernández



LA NOVELA HISTÓRICA ES ALGO MUY SERIO.
LA BATALLA CONTRA LA HISTORIA NOVELADA

Hay un motivo iconográfico que me gusta especialmente: el Noli me tangere, que representa a Jesucristo resucitado extendiendo los brazos para que María Magdalena no lo toque, al no haber ascendido aún a los cielos. Pues bien, ha habido veces en que, al entrar en una buena librería, al ver las atestadas mesas de novedades de novela histórica, tras echar un rápido vistazo, las rodeaba para no tocar los ejemplares, porque en lugar de exponer novelas históricas, contenían historias noveladas o thrillers con barniz pseudohistórico. Y es que la novela histórica es algo muy serio.

La novela histórica tendrá una legión de seguidores desde el s. XIX. Basta con pensar en títulos como Ivanhoe (1819), Los últimos días de Pompeya (1834) o Guerra y paz (1869). En el siglo XX, Robert Graves fijará el canon de este subgénero narrativo con sus colosales Yo, Claudio (1934) y Claudio, el dios y su esposa Mesalina (1935). Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano (1951) escribirá una obra intimista de gran penetración psicológica cuyas cincuenta primeras páginas son uno de los mejores arranques de este tipo de literatura. Y Umberto Eco, con su archiconocida El nombre de la rosa (1980), no sólo populariza a nivel mundial la novela histórica, sino que concita la admiración de la crítica al conciliar la alta literatura con la cultura popular. A partir de entonces, la novela histórica experimenta una nueva edad dorada, aunque los malos escritores (con independencia de su éxito literario) intenten subirse a ese carro triunfal con sus historias noveladas, que son una versión pobretona de la novela histórica.

Los escritores anglosajones, por tradición y formación académica (en su universidad los estudios culturales o humanidades están muy presentes), han sido y son preeminentes novelistas históricos. Al ya citado Robert Graves añadiría Colleen McCullough, Patrick O’Brian y Hilary Mantel. Ésta última, con En la corte del Lobo (2011) y Una reina en el estrado (2013), ambientadas en la corte de Enrique VIII, ha obtenido el favor del público y los laureles de la crítica merced a un estilo literario denso (el flujo de conciencia, enraizado en la obra de James Joyce), a una impecable recreación histórica y a unos diálogos brillantes. Pocas veces he quedado tan sobrecogido y apabullado con unas novelas como las de esta escritora inglesa, que ya trabaja en la obra que completará la trilogía sobre Thomas Cromwell, ministro principal de Enrique VIII. [Nota del Ed.: el autor se refería a El trueno en el reino, libro que habría de salir en 2020.]

Una novela histórica es, en esencia, una historia ambientada en el pasado. Una cronología antigua no es un elemento crucial para calificar de histórica una novela, pues puede ser clasificada como tal si, por ejemplo, se desarrolla en la edad contemporánea siempre que cumpla con unos requisitos. Éstos, a mi juicio, serían: la veraz reconstrucción de un mundo perdido (aunque no necesariamente periclitado), el detallismo al reflejar la vida cotidiana, la verosimilitud de la historia relatada en un marco temporal concreto, el equilibrio narrativo entre personajes reales y ficticios, y la fidelidad histórica general, cimentada ésta última en una abundante bibliografía académica consultada que –bajo ningún concepto– debe notarse, para que el lector no se sienta apabullado. Esto es importante, porque una buena novela histórica debe huir de un burdo didactismo que lastre el ritmo narrativo, ya que ante todo debe conseguir entretener, y en segundo lugar –claro está– enseñar.

Con estos ingredientes conceptuales el autor ha de escribir una historia en la que prime la creatividad. La inteligente combinación de hechos históricos reales con otros imaginados es lo que valida una novela histórica. El estilo literario, la época elegida, el insertar –o no– elementos detectivescos o de suspenso en la trama, así como el protagonismo otorgado a personajes reales importantes o humildes, en resumidas cuentas, son elementos secundarios, que atienden más a los gustos personales del escritor y del lector.

En España, hay que destacar el exitazo de En busca del unicornio (1987), de Juan Eslava Galán, una redonda novela histórica de aventuras ambientada en el siglo XV que recibió el Premio Planeta y propulsó la carrera literaria del jiennense, uno de los padres de lo que podríamos denominar nueva novela histórica española junto con Arturo Pérez-Reverte, el creador de la saga del capitán Alatriste y de novelas como Hombres buenos (2015), donde el placer por la Historia queda patente en una doble estructura narrativa que permite yuxtaponer dos etapas históricas narrativas: una desarrollada en la actualidad y otra durante el reinado de Carlos III. Ambos autores, con una larga trayectoria a sus espaldas, no sólo han conquistado a varios millones de lectores, sino que han influido en no pocos escritores por su forma de concebir la novelística.

En las últimas hornadas de autores españoles, entre otros, destacaría a Jesús Sánchez Adalid, Francisco Narla y Santiago Posteguillo (sobre todo su trilogía sobre Escipión el Africano), por haber conseguido una voz narrativa propia, elevadas dosis de originalidad y unas sólidas reconstrucciones históricas.

Y vamos a la traca final. ¿Qué entiendo por historia novelada? Pues una novela en la que un conocido episodio histórico es recreado sin aportes imaginativos, con personajes esquemáticos, diálogos simplones, prosa pedestre y nula creatividad narrativa: no hay subtramas ni conflicto. El autor (por falta de talento o prisas editoriales) se limita a hacer una faena de aliño con la intención de darle deglutida al lector una papilla didáctica. Estas obras suelen adolecer de una arquitectura conceptual y manifiestan una lastimosa linealidad argumental. Los lectores suelen dar de lado a estas historias noveladas, cuyos ejemplares terminan en los almacenes para ser reciclados. Pasta de papel para nuevos libros. El barniz historicista no basta para escribir una novela.

Pero hay tantas novelas históricas clásicas por releer y tantos nuevos autores por descubrir y disfrutar, que lo único que hace falta es disponer de tiempo, dejarse aconsejar por la crítica especializada, por el criterio de amigos fiables y por nuestra intuición y experiencia (recomiendo leer la primera página de un libro antes de decidir si lo compramos o no). La suerte está echada.

Emilio Lara

Etiquetado en: ficción historicidad literatura novela histórica realismo

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