Nota.— La editorial española Uno, con sede en la ciudad de Albacete, acaba de lanzar un libro autobiográfico de lo más interesante: Mi carrera no progresa. Recuerdos y aventuras de un médico errante, de Juan Diego Areta Higuera. Nuestro público lector seguramente conozca a Areta, pues semanas atrás dimos a conocer un artículo suyo sobre la pandemia, que amablemente escribiera para nuestra sección de salud Escorbuto; ocasión en la que incorporamos a nuestra sección Autores una breve noticia sobre su trayectoria de vida, que se inició y desarrolló mayormente en España, y que hoy prosigue en África.
Teresa Escudero Ozores, colega de Juandi, quien también suele colaborar con Kalewche como redactora o columnista en temas de medicina y sanidad, tuvo la deferencia de enviarnos una reseña del libro desde su hogar en Santorcaz, Comunidad de Madrid. Nos complace publicarla aquí, en el marco de nuestra sección Parley de recensiones bibliográficas. Agradecemos a Teresa esta nueva colaboración fraternal con nuestro semanario.
Pero no es todo. Debajo de la reseña, reproducimos un texto corto que Areta publicó en Salud, Dinero y Atención Primaria –el blog del médico vasco Juan Simó– a mediados de marzo del corriente año, donde el autor reflexiona acerca de su ópera prima. Se trata de una prosa que mixtura algunos pasajes de la propia obra con nuevos comentarios.
Quienes deseen adquirir un ejemplar del libro, pueden hacerlo en la página web de la editorial Uno. De allí mismo extrajimos esta simpática presentación autobiográfica del autor, escrita a vuelo de pájaro y en tercera persona: “Cronopio. Médico y protoantropólogo. Lector voraz pero desordenado. Hubiera sido un buen nadador, pero prefirió el deporte de equipo. Le gusta ver cine en el cine y bañarse en el mar. Quiso ser misionero y/o revolucionario, pero (o tal vez por eso) acabó siendo médico. Laboralmente inquieto, pero satisfecho. Intenta que su trabajo sea coherente con su vida. Ha trabajado en centros de salud, prisiones y hospitales de Andalucía, Madrid, Las Palmas de Gran Canaria, Guinea Ecuatorial y Camerún. No sabe cómo, ha escrito un libro, pero es consciente de que no es escritor. Por eso ha decidido que todo el beneficio económico que obtenga con la venta de este libro será destinado a proyectos de cooperación internacional a través de la ONG Proclade Bética”.



Escribo con el corazón caliente y los ojos brillantes. Porque el libro Mi carrera no progresa, de Juan Diego Areta Higuera es un canto a la VIDA, vivida en coherencia.

Juandi habla de sí mismo con mucha humildad. Respeto esa humildad porque sé de dónde viene. Su parte claretiana habla en él tan alto como mi parte franciscana.

La humildad de reconocernos pequeños ante un mundo grande. De reconocernos no salvadores de nada ni de nadie, sino compañeros de camino y de construcción de ese nuevo mundo que deseamos. La humildad de vivir en las cosas pequeñas… y también de reconocer que en esas cosas pequeñas nos jugamos lo verdaderamente importante. Sí, escribo en plural porque, como digo, me reconozco en todas esas cosas. Y aunque soy once años mayor que Juandi, me reconozco en muchos de los pasos de su camino, ese camino de intentar vivir de una manera coherente con mis ideales, ese camino de intentar ser un médico, en mi caso una médica, diferente… O simplemente de practicar el ARTE de la medicina, olvidándome del omnipresente protocolo.

Este libro es la historia de una persona, de una persona buena, en el mejor sentido de la palabra bueno, que diría Machado.

Es la historia de un hijo, de un padre, de un esposo, de un médico que busca cada día vivir de la manera en que siente que debería hacerlo. Que busca cumplir su vocación de servir a aquellas personas que más lo necesitan.

La historia de una persona que conoce la enorme suerte de vivir en una familia donde se ríe, donde el amor se une con el humor… Y sin duda, ello le ha impreso un carácter peculiar.

La historia de un esposo que es capaz de reconocer a la mujer con la que desea compartir vida y misión, que valora los aportes que esa mujer hace a su vida… Y que especialmente aprecia los aportes de cuidados, como madre de sus hijas, dándose cuenta de que tiene mucho que agradecer por esos cuidados que le han permitido estudiar y hacer cosas que, si no hubiera estado su mujer al pie del cañón, no habría podido hacer… Algo que, como mujer, aprecio… ¡y mucho! Porque, por desgracia, en esta sociedad todavía tan patriarcal y tan capitalista salvaje, ese aprecio a los cuidados y ese reconocimiento de la labor de las madres, sigue siendo infrecuente.

Es la historia de un padre preocupado por cómo sus decisiones de vida pueden afectar a sus hijas… Y esto, aunque cada vez parece que somos más conscientes, aunque se habla tantísimo de «corresponsabilidad», tampoco es tan frecuente como pudiera parecer. Se ve claramente que, para Juandi, la familia es fundamental; y dentro de la familia, el cuidado de los hijos e hijas es una parte especialmente delicada e importante… Otra cosa en la que coincidimos…

Es, en fin, la historia de un médico que, en sus propias palabras, “no tenía vocación de médico”… Y quizá por eso, aunque él en su humildad se reconozca “ni de los mejores ni de los peores”, yo tengo muy claro que es de los mejores. Porque en nuestra profesión hay un arte que viene del amor profundo por las personas, y especialmente por las personas vulnerables, a las que acompañamos en el proceso de sus enfermedades… Y de esto, de AMOR así con mayúsculas, Juandi tiene a espuertas, y se escapa por cada palabra y en cada párrafo del libro.

Confieso que lo he leído de una sentada, no podía parar de leer. Cada capítulo me emocionaba, me removía, me recordaba cosas de mí misma.

Su tendencia a la soledad y la meditación… O quizá sea mejor llamarla necesidad de autorreflexión, algo que yo considero que nos hace mejores personas, y sin duda nos hace mejores médicos.

Su profunda y meditada opción por los más vulnerables de la sociedad, que le hace rechazar trabajos bien remunerados que no le permitían seguir la que –esta sí– es su verdadera vocación: el cuidado de esas personas que no cuentan para nadie.

Sus experiencias talegueras… Cómo la experiencia de cárcel cambia de forma profunda a todas las personas que pasan por allí, sean presos o funcionarios, y por qué es necesaria una revisión seria de para qué sirve la cárcel… Porque en mi propia experiencia con personas que han pasado por el talego, como ellos y ellas dicen, lo único que me queda claro es que la cárcel, tal y como está planteada en este momento, no se halla para nada orientada a la rehabilitación de los presos ni a su reinserción en la sociedad… Que alguien tan comprometido como Juandi haya sufrido un síndrome del quemado tan grande en una institución en la que, como él mismo dice, estaba cumpliendo con su vocación de servicio, debería hacernos reflexionar, y mucho…

Y finalmente su experiencia, lógicamente breve por el poco tiempo que lleva, en África. Y cómo llega a una experiencia larga a través de otras experiencias breves, propiciadas por órdenes religiosas, otra cosa en la que coincidimos. Creo que no se valora lo suficiente lo mucho que se insiste desde las órdenes religiosas en que las «experiencias misioneras» son de ir a aprender, que no se va a salvar a nadie ni a «ponerse por encima» de nadie… Y esto es algo que en muchas otras ONG, que prácticamente han convertido el voluntariado en un «turismo solidario», debería cuidarse mucho más.

En fin, creo que queda claro lo mucho que me ha gustado el libro y cada uno de sus planteamientos. Quizá por esa identificación que siento con cada cosa que he leído. Quizá por una comprensión profunda de muchos de los sentimientos que Juandi describe en muchos momentos del libro, porque yo también he sentido así… porque yo también siento así.

Porque hay cosas que se comprenden con la razón, y otras sólo con el corazón.

Porque descubrir a una persona a través de un escrito es uno de los milagros de la literatura, y Juandi se desnuda de una manera hermosa y honesta que he podido ver en muy poca gente. Si no lo has leído, te lo recomiendo. Si lo has leído, ya sabes de qué hablo.

Gracias infinitas a Juandi, por ese apapacho calentito que es este libro.

Porque cuando se escribe desde la sinceridad, desde la honestidad con uno mismo y con el alma puesta en las palabras, se produce el milagro: las palabras te acuerpan, te acompañan, te emocionan, te llevan a Sevilla, a la cárcel, a Palma y a Camerún. Te hacen emocionarte con los encuentros, con las personas que pasan por la vida. Las palabras también te llevan a entristecerte con las pérdidas, a ilusionarte con los nuevos proyectos… Las palabras de Juandi te llevan a lo sagrado de los encuentros. El encuentro con uno mismo en la meditación, en esos paseos nocturnos y solitarios por Sevilla. El encuentro con la persona que amamos, con la persona que podemos construir una familia y un proyecto de vida. El encuentro con cada una de las personas que aparecen en tu vida, dentro y fuera de la consulta médica. Personas con las que te sientes acogido, odiado, cuidado, enfadado, interpelado, agredido… En fin, como digo, lo sagrado de los encuentros tanto con uno mismo como con las demás personas. Juandi, y en eso también coincidimos, considera sagrado el encuentro con las personas en consulta, sea la persona que sea, y venga de donde venga. Ese carácter sagrado nos expone como personas, y desde mi punto de vista, es la única manera de practicar una medicina verdaderamente centrada en la persona que acude a consulta. Juandi intenta comprender toda la cosmovisión de la persona que acude a su consulta, acompañándola y comprendiéndola… aunque no esté de acuerdo con lo que esa persona hace o dice… Y eso, en este tiempo de polarización y desencuentros, sin ninguna duda es algo que necesitamos, en la medicina y en la VIDA.

Teresa Escudero Ozores



Mi nombre es Juan Diego, aunque casi siempre me llaman Juandi. Estoy casado y soy padre de dos hijas: Martina y África. Desde hace unos meses, los cuatro vivimos en Bikop, un pequeño pueblo de la selva camerunesa.

Soy médico. No destaco por ser de los mejores. Creo que tampoco de los peores. Aquí ejerzo como médico general en un pequeño dispensario que desde hace más de cincuenta años regentan las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.

Antes de esto, fui facultativo-funcionario del Estado e interino del Servicio Andaluz de Salud. Llegué a alcanzar un nivel A25 en la carrera profesional, lo cual no está nada mal, y ahora no tengo ninguna de esas plazas y trabajo como voluntario en este rincón del mundo (¡sin cotizar!, se ha escandalizado ya más de uno).

Conociendo estos breves antecedentes, no faltará quien me diga lo que yo mismo comencé a repetir de broma cuando llegué aquí: mi carrera no progresa. El chiste se hace solo y lo repetí en más de una ocasión.

Pero por esos mecanismos misteriosos de nuestro cerebro y nuestro pensamiento, a raíz del chiste empezaron a surgirme algunas preguntas: ¿por qué parece objetivo que mi carrera no progresa y yo sospecho lo contrario? ¿Por qué estoy convencido de que los buenos médicos son un tesoro, pero también de que la medicina actual, con sus excesos, es altamente peligrosa y dañina? Más aún, ¿por qué disfruto tanto de mi profesión si nunca he tenido vocación de médico?

Así, en pocos días estaba sumido en una reflexión profunda sobre mi propia evolución vital y profesional. Me di cuenta de que me he ido convirtiendo, casi sin advertirlo, en un médico errante. Errante porque he ejercido en contextos muy diferentes a veces de forma imprevista, pero también porque yerro cada día, aunque mantengo la esperanza de no hacerlo mañana.

¿Cómo he llegado aquí?, era la pregunta que resonaba en mí de forma repetida. Nunca he tenido lo que se suele entender por ambición. Nunca he deseado más dinero, prosperar o tener éxito, pero ¿es necesario tener cada vez menos?

En esas andaba cuando, de forma inesperada, me topé en la biblioteca de las monjas con un librito de Ernesto Sábato que no había leído. Se titula Antes del fin. En él encontré unas palabras que me dieron la clave para encontrar ese hilo conductor que hasta ahora ha tenido mi carrera y mi vida. Escribía el genio: “Tenemos que abrirnos al mundo (…). Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia”.

Creo incluso que esas palabras han sido el estímulo que hizo que me arrancase a contar. Hace años que plasmo mis reflexiones y vivencias en cuadernos que sólo leo yo. La mayoría de ellas las he compartido con Ana, e incluso con otras personas cercanas. Esos cuadernos y conversaciones me han ido ayudando a mantener la serenidad y a orientarme en momentos difíciles. Así que pensé en volverlo a hacer: me sentaría a escribir sobre mi propia evolución profesional y, de alguna forma, también sobre mi propia vida.

Se ve que necesitaba un desahogo, porque a borbotones salieron muchas páginas. Más de las que jamás había escrito. Poner el punto final fue un alivio difícil de explicar. En estos años me he visto envuelto en realidades y situaciones que nunca pude imaginar y que me han hecho disfrutar y sufrir –a veces al mismo tiempo– con mucha intensidad, que me han ido moldeando como a golpe de cincel. Quizá por eso el alivio al terminar de escribir: porque necesitaba reconciliarme con mucho de lo vivido, y poner todo eso negro sobre blanco fue una forma de hacerlo.

Aunque intuí que el texto podía interesar a algunas personas, inicialmente no pensé en compartir algo tan personal. Luego recordé que a muchos pacientes les he dicho en consulta que, cuando algo les quema en el corazón, no deben únicamente pensar sobre ello, sino también compartirlo. Porque al hablar con sinceridad y al dejar que otros simplemente nos escuchen, a menudo ocurre que parece que los miedos se van disipando; el peso de las penas, aligerando; y las alegrías, ensanchando.

Por eso, con cierto temor, enseñé el texto a algunas personas que, para mi sorpresa, me animaron a publicarlo. Y así, sin saber muy bien cómo, todo este proceso ha cristalizado en un libro que se titula (¡cómo no!) Mi carrera no progresa.

Sus páginas no son una autobiografía, no pretendo exponer en ellas mi vida privada. Tampoco son unas memorias, eso sería demasiado pretencioso. En ellas me propongo simplemente reflexionar en voz alta sobre mi evolución como médico, hasta ahora quizá algo atípica y en ciertos momentos marcada por vivencias especialmente crudas. Si alguien llegara a leerlas y le fueran de utilidad de alguna manera, podríamos considerarlo un pequeño milagro.

Juan Diego Areta Higuera