Fotografía: www.gob.mx/cultura
Nota preliminar.— El periodista, escritor e intelectual mexicano Ricardo Flores Magón (1873-1922) es una de las plumas más notables de la edad dorada del anarquismo hispanoamericano. La Revolución Mexicana le reserva un lugar prominente en su martirologio.
Nacido en Oaxaca, en el seno de una familia liberal de clase media con ancestros criollos e indígenas o mestizos (donde se echaba de menos a Benito Juárez), su infancia y juventud transcurrieron bajo la dictadura oligárquico-burguesa del Porfiriato, mayormente en la ciudad de México, donde cursó sus estudios primarios y secundarios, y también universitarios (la carrera de abogacía, que abandonó). Militó en el movimiento estudiantil antiporfirista, y hacia 1900 fundó con su hermano mayor –Jesús– el periódico opositor Regeneración, cuya parresía desembozada e intransigente le obligó a exiliarse en EE.UU., donde cofundó en 1905 el Partido Liberal Mexicano (PLM), fuerza política de orientación demócrata-progresista y reformista a la que muy pronto logró imprimirle un giro radical hacia la izquierda, hacia el comunismo anárquico y la lucha armada revolucionaria. Su destierro estadounidense lo pasó mayormente en distintas prisiones, a pedido del dictador cipayo Porfirio Díaz, quien tenía un vínculo estrecho con el Tío Sam. Así y todo, Flores Magón se las arregló para seguir escribiendo y agitando desde el ostracismo contra el Porfiriato, y sus textos fueron una levadura importante para la Revolución Mexicana que estalló a fines de 1910. Desde la California yanqui, con apoyo de la central obrera Industrial Workers of the World (IWW), propició hacia 1911 una insurrección en la Baja California, protagonizada por los milicianos del PLM que seguían sus ideas, y por eso llamados “magonistas”. También apoyó, algún tiempo después, la guerrilla agrarista de Emiliano Zapata y sus campesinos, en el estado de Morelos. Debido a estas y otras actividades subversivas, como militar la causa pacifista mientras EE.UU. intervenía en la Primera Guerra Mundial, fue arrestado en 1918, procesado por sabotaje y condenado a veinte años de prisión. Con una salud cada vez más deteriorada (sufría diabetes y se estaba quedando ciego por cataratas, sin recibir atención médica adecuada), habría de fallecer en 1922, antes de cumplir los 50 años, en la tristemente célebre penitenciaría federal de Leavenworth (Kansas).
Si algo hizo un poco más tolerable –o menos insoportable– su largo y agónico calvario carcelario, fue el intercambio de cartas con la joven militante anarquista “Miss Ellen White“ (pseudónimo de la exiliada rusa Lily Sarnoff, una refugiada judía de los pogromos zaristas), su infatigable camarada y entrañable amiga de Nueva York, alma solidaria y altruista como pocas, quien tanto bregaba para que lo liberaran de prisión, como luego haría también con Sacco y Vanzetti. Rescatamos para Naglfar, nuestra sección literaria, acaso la más bella de todas esas misivas, donde el amor platónico palpita con una intensidad conmovedora. Hemos extraído dicha epístola de la hemeroteca digital del Archivo Magón, sección “Obras completas”, subsección “Correspondencia”. Su autor la escribió y remitió en inglés. La traducción castellana no es nuestra, sino del Archivo Magón.
Penitenciaría Federal de los Estados Unidos
Leavenworth, Kansas
25 de enero de 1921
Señorita Elena White
Nueva York, N. Y.
Mi querida camarada:
Esta vez he tenido que esperar dos semanas para recibir el rayo de sol. Al fin vino, trayendo la fecha de 17 del mes en curso. Sin duda alguna que el padre sol juega con nosotros los mortales esta clase de travesuras. ¿Podrá uno maravillarse de que su hija se entregue también a ellas? Pero como nadie guarda rencor contra el sol por no calentar nuestros cuerpos, así yo no abrigo ningún resentimiento contra su bella hija por haber olvidado que existe un negro agujero en esta Tierra hermosa, en donde un alma marchita suspira por la belleza.
¿Una deuda a mí? ¿Tú mi deudora? ¡Oh, querida Elena, tú nada me debes, pero tú te debes toda a nuestra humanidad entera! Naciste para brillar, y brillarás a pesar de los dolores que te ocasione tu brillo, porque brillar es incendiar… Tú tienes que incendiar, e incendiar, incendiar otra vez y siempre, porque ése es tu deber; la humanidad necesita tu luz… Tú no obtuviste tu magnífico cerebro para conservarlo ocioso; tú tienes que fatigarlo, molestarlo; tienes que torturarlo, porque crear significa dolor. Así, pues, yo no reclamo ninguna deuda, pero anhelo verte resplandecer, iluminando al mundo. Que tú serás esta antorcha humana, este faro viviente, estoy seguro. Y esto, mucho antes de que te encuentres lejos, en el camino de la vida. Esta opinión mía no es una profecía ni un mero entretenimiento literario, es la convicción sacada de los hechos: tu cerebro lúcido y la grandeza de tu corazón, elementos propios para hacer un faro viviente… Todo lo que necesitas hacer es no permitir que ese fuego divino muera. Vuélvelo a encender, mi joven y amada amiga; reenciéndelo con tu sangre, con tu carne y aun con tus lágrimas si es necesario, y marcha adelante, adelante, adelante, llevando tu fuego que al fin encienda al mundo. Tus pies, hechos para el contacto de terciopelos y flores, te sangrarán por lo escabroso del camino… No te fijes en eso; de las piedras benditas con tu sangre, flores de fraternidad universal brotarán luego a tu llamado. Y si encuentras espinas, no las apartes, antes bien, premeditadamente pasa sobre ellas para que sangren todavía más tus pies… Quizá tus labios estén secos y te den hiel a beber… Bébela y sigue adelante, adelante, adelante: y si el fuego se estuviese extinguiendo y no tuvieres más carne, ni más sangre, ni más lágrimas para encenderlo de nuevo, pon a arder tus huesos, pero no lo dejes morir, no permitas que el ideal se extinga, nuestro ideal de belleza.
Todo esto lograrás; estoy seguro; te conozco bastante bien. ¿Un junquillo? No; no eres un junquillo, aunque algo más frágil que un junquillo; eres una rama de hinojo. Prometeo nos trajo el fuego del cielo. Eres un águila joven, una hermosa águila joven, enamorada del azul, y que se remonta, se remonta, se remonta para ocupar su lugar entre sus hermanas las estrellas. Sólo deseo que esta amada águila no pierda la fe en la fuerza de sus alas, para que alguna noche que ella cintile en alguna u otra constelación, y cuando alguien me pregunte quién es la nueva estrella, contestaré orgulloso: es mi amiga Elena. Quizá ella me lo premiará con una sonrisa…
Sí, recibí el calendario, y actualmente está adornando mi calabozo; pero como no traía ninguna seña indicando quién lo envió, no mencioné que lo tenía en mi poder, aunque tuve la idea de las criaturas solícitas que pudieron haberlo mandado. Es el mismo que me describes: tierra, agua, pasto, árboles, nubes y la luna, todo duerme. Su título es: Rayo lunar. Yo lo llamaría Paz. No hay allí ni un soplo de aire que agite esta agua; los árboles silenciosos se inclinan sobre la linfa, como si en un sueño hubieran perdido su equilibrio; la luna, bellamente embriagada de melancolía, ha permitido a sus vaporosas cubiertas se deslicen parcialmente de su lecho, y, como una doncella embriagada, muestra al infinito ofuscado el encanto de su carne… Y bajo ese símbolo de paz está el calendario, exacto, una sucesión de doce pequeños cuadritos de papel, los cuales, para un cautivo, significan una eternidad… Cada uno de estos pedacitos de papel está subdividido en treinta o treinta y una partes, como otras tantas paredes que separan a uno de la vida… Es imperioso escalar esas paredes, una por una, día por día, y parece como que crecen más altas a medida que el tiempo se desliza…
He recibido noticias de la opinión del doctor que ustedes, camaradas, hicieron que me examinara. Dice que la catarata no está todavía madura para hacer la operación, y que tengo que cegar completamente antes de que se me pueda hacer la operación. De modo que tendré que subir mis paredes en la obscuridad…
En cuanto a mi resfriado, ése no me abandona con su equipo de dolores de cabeza, de muelas, y un centenar de miserias más.
No teniendo más papel para mis fantasías, termino mi carta enviando mi cariño a nuestra Emma [Goldman] y a los demás camaradas, y a ti, mi buena camarada.
Ricardo Flores Magón
P.S.: Mi amor también para su “Hombre Gracioso”.
Nota final.— El editor de Kalewche quiere dejar constancia de que conoció esta carta hace muchos años, gracias al historiador y escritor porteño Horacio Ricardo Silva, su amigo, quien ha fallecido, pero sigue vivo en la memoria de quienes tanto lo apreciaron y todavía lo admiran. Otro “sembrador de ideales” de pura cepa, como el propio Ricardo Flores Magón, el mismo que acuñó esta metáfora en un texto hermoso que habremos de publicar más pronto que tarde.