Fotografía de Arnau Bach para The New Yorker (2015).
Ya pasó más de un año desde que la sociedad francesa se viera sacudida por la ola de revueltas en las barriadas periféricas de París y otras grandes ciudades del Hexágono (Lyon, Marsella, Lille, Nantes, etc.) donde habita la clase trabajadora de origen inmigrante, mayoritariamente africana –o afrodescendiente– y musulmana. En aquel momento, publicamos un extenso dossier: “Furia de los arrabales en la Francia de los claroscuros”. Recomendamos su lectura.
Hoy reproducimos una entrevista jugosísima que Pablo Gandolfo y Clarisa Busemi le hicieron al intelectual francés de ascendencia magrebí Tarik Bouafia, a propósito de la actual situación social en las banlieues. Salió en El Salto de España, el domingo 30 de junio del corriente año. Ese día hubo elecciones legislativas en Francia, con triunfo de Agrupación Nacional, el partido ultraderechista de Le Pen y Bardella (que venía de ganar los comicios europarlamentarios). Téngase en cuenta lo siguiente: una semana después de que El Salto publicara la entrevista a Bouafia, el triunfo sería para el Nuevo Frente Popular –una coalición de fuerzas progresistas e izquierdistas–, en segunda vuelta.
En junio de 2023, y durante ocho noches consecutivas, la rebelión de las banlieues en Francia produjo 24 mil incendios en la vía pública, 12 mil vehículos incinerados, 2.500 edificios dañados y 273 comisarías atacadas. El chispazo había sido el asesinato del joven Nahel por la policía en el municipio de Nanterre, aunque el fondo de la cuestión es el histórico racismo de la sociedad francesa.
Tarik Bouafia tiene 30 años, es hijo de inmigrantes argelinos y creció en las afueras de Lyon, en una banlieue, que suele ser un conjunto de bloques de edificios rodeados de calles amplias, espacios desangelados, diseñados por urbanistas de mirada utilitaria. Buenos para albergar a la población trabajadora de clase baja y malos para que habite una persona que aspire a algo más que moverse hasta el lugar donde realiza su labor cotidiana.
Hoy Bouafia vive en Lille y es doctorando en Historia Contemporánea de América Latina en la Universidad de la Sorbona. Su mirada parte de la vivencia en esa realidad, pero su reflexión la trasciende y aporta elementos para que, quienes la vemos desde lejos, podamos comprender el fragmentado mosaico de la sociedad francesa actual.
Un año atrás, Francia vivía una rebelión social en los suburbios. ¿Qué pasó en este tiempo transcurrido?
La situación empeoró, el consenso neoliberal siguió vigente y la base electoral de Macron es tan débil que no tiene otro mecanismo para gobernar que no sea aplicar ciertos grados de violencia. Por eso, la represión va en alza, no a la baja. Además, compite contra la derecha de Le Pen y, para disputarse esos votos, una de las formas de hacerlo es viendo quién es más partidario de la mano dura. A finales de 2023, implementó una ley en contra de la inmigración, una ley muy restrictiva que fue votada por el partido de Macron con los votos de Le Pen y sus diputados. Le Pen dijo que era una victoria ideológica. Lo que tenemos es una tendencia de radicalización hacia la derecha.
¿Cómo se llega a esta situación donde una fuerza política racista puede gobernar Francia?
Hace muchos años que hay una campaña de normalización de la Agrupación Nacional, donde los medios retoman su agenda con temas como la inmigración, los extranjeros, los musulmanes. La clase política en casi su totalidad promueve esas ideas, ya que adoptó sus términos y utiliza los mismos vocabularios. Inclusive adopta leyes que la Agrupación Nacional promovería si fuera gobierno.
Hoy, lo que el sistema político visualiza como amenaza ya no es la Agrupación Nacional, que está normalizada. La amenaza al sistema es el Nuevo Frente Popular, y muy particularmente Jean-Luc Mélenchon. Mientras se normaliza a Le Pen, hay una campaña mediática constante y brutal contra Mélenchon. Macron ya sabe que va a perder y lo que quiere es que gane la Agrupación Nacional, porque en términos económicos y sociales, es mucho más cercano a esta que al Nuevo Frente Popular.
Después de un año, Francia pasó de una rebelión social protagonizada por la población racializada a estar en la puerta de la elección de un gobierno que promueve el racismo, ¿cómo se explica esa contradicción?
Hay que partir de la historia colonial de Francia para entender esa continuidad entre la dominación colonial (afuera) y el tratamiento a los musulmanes, los árabes, los negros y ahora a los hijos de los inmigrantes (adentro), porque provienen de los mismos espacios geográficos, de la zona del no-ser, como decía Frantz Fanon. Personas que nunca fueron consideradas ciudadanas. Ni siquiera eran consideradas seres humanos. Francia trata de mostrarse como el país de los derechos humanos y del universalismo, y en realidad es un país de un particularismo excluyente e intolerante. Lo que ellos consideran universal es su propia cultura, su propia civilización, su propia manera de ver el mundo.
Hay textos jurídicos muy violentos en contra de los negros. El Código del Indigenato [Code de l’indigénat] que implementaron en 1881, en el momento de la gran expansión imperial después de la conferencia de Berlín, era muy importante. Regía la vida de los indígenas en Argelia, en Túnez, etc. Ningún otro país generó un texto jurídico semejante. Es la continuidad del Código Negro de 1685, que tenía por objetivo una organización social basada en una jerarquía racial donde los colonos sean dominantes. En eso, Francia tiene una especificidad muy importante que se expresa hasta el día de hoy.
¿En qué otros aspectos se consolida esa identidad nacional?
La afirmación de una comunidad nacional se apoya en una lengua, en una frontera. Y dialécticamente –que significa también negativamente– esa afirmación de una nacionalidad y superioridad francesas se hizo contra el mundo colonial del Magreb, considerado inferior. Ese otro, esa alteridad absoluta y radical, opuesta a la civilización francesa. Ese esquema sigue estando muy vigente en el imaginario francés, en las representaciones sociales y raciales de Francia. La Agrupación Nacional, con las ideas que promueve, es un producto de ese imaginario y al mismo tiempo un vector para su promoción.
¿Qué otros factores, además del racial, explican la evolución?
Se combina con una situación social catastrófica. En la periferia de París, mucha gente vive en condiciones materiales de existencia muy precarias, que también tienen que ver con las políticas de privatizaciones, de un estado que va perdiendo presencia. Ese contexto social es explosivo. Si hay una reivindicación permanente es la dignidad, que ya nuestros abuelos y padres, cuando llegaron a Francia en los años 60 y trabajaban en las fábricas, la reivindicaban. La dignidad entendida como la exigencia de ser tratados como un ser humano y no como un perro. La policía habla a los jóvenes considerándolos como una mierda. Y ese sentimiento de no ser respetados, de ser humillados, explota en cualquier ocasión. Por eso no fue extraño lo que pasó. Hubiera sido más asombroso que no ocurriera.
¿Cuál es la composición social de las banlieues?
Un perfil típico es una mujer que trabaja en limpieza –era el caso de mi madre–, un hombre que trabaja en seguridad –obreros hay cada vez menos– y jóvenes que trabajan mediante aplicaciones como Uber, ya sea en bicicleta, moto o auto. Hay pocos servicios públicos. Antes, la atención médica en estas zonas era accesible. Hoy es cada vez más difícil. Las escuelas públicas están saturadas con 40 o 45 alumnos por clase. Faltan profesores y los profesionales de la salud no quieren tomar los puestos porque los salarios son muy bajos.
Se suele decir que esta población no está integrada.
El propio concepto de integración ya lo dice todo, porque quien se integra en una sociedad es una persona que viene desde fuera, una persona que viene del extranjero. Ese no es el componente principal en la rebelión. Estamos hablando de jóvenes nacidos y criados en Francia. Jóvenes que son hijos de primera, segunda o hasta tercera generación de inmigrantes, que ya no hablan el idioma de sus padres. Sin embargo, como la herencia racista impregna toda la vida social en Francia, yo que soy francés de nacimiento, que hablo el francés, que fui a la escuela e hice deportes en este país, nunca llegaré a ser un francés para ellos.
A la vez, hay personas con ascendencia árabe que toman la idea de la integración y quieren ser los mejores franceses: cantan el himno y dan nombres franceses a sus hijos. Pero eso no cambia nada, porque es una barrera étnica y racial, y, por lo tanto, infranqueable. Entonces terminan decepcionados en ese intento de dar lo mejor de sí, porque llegan al centro de París y la policía los maltrata porque tienen cara de árabe o porque son negros.
¿Qué papel juega la policía en este proceso?
Es cada vez más importante. Hoy los sindicatos de la policía tienen una fuerza tremenda. Más del 50% de los policías vota a Agrupación Nacional. Es uno de los síntomas más importantes de la radicalización autoritaria y racista del estado en estos años. Los atentados terroristas del 2015 se usaron como excusa para tomar medidas autoritarias, que quedaron de modo permanente. Medidas que las padecemos principalmente las poblaciones racializadas.
La policía concibe su trabajo como una misión de salvación de Francia en contra de un enemigo interno, unos bárbaros que hay que civilizar. Eso también se inscribe en la continuidad colonial. Hace unos años se intentó abolir la práctica de inmovilizar a un detenido apoyando la rodilla en la espalda. No se pudo lograr por la acción de los sindicatos policiales. Esa imagen explica la situación.
¿Por qué crees que revueltas semejantes no se suscitan en otros países europeos?
Hay configuraciones distintas. Reino Unido, cuyo pasado también es fuertemente colonial, tiene otro modelo hacia los inmigrantes distinto al de Francia, donde existe una obsesión islamofóbica. Obsesión también acerca de la laicidad, un odio a la religión, y a una intolerancia que no se vive en países como Gran Bretaña o Estados Unidos, donde se promueve cierto multiculturalismo con canales de expresión y visibilidad más importantes que en Francia.
¿Cómo se expresa la islamofobia?
Cuando en 1905 surge la laicidad, con una ley muy progresista, el proceso de secularización e independencia del estado frente a las autoridades católicas y religiosas iba contra un enemigo muy fuerte. Pero a partir de la década del noventa y los 2000, ocurre lo que algunos autores llamaron una revolución conservadora en la laicidad, que en su sentido original era progresista, pero que se convirtió en una reivindicación ideológica reaccionaria en contra de la visibilidad de los musulmanes, sobre todo de las mujeres musulmanas que llevan velo. Esto empezó a finales de los años ochenta, cuando algunos directivos impedían el acceso a los colegios de niñas de 13 y 14 años que tenían velo. En ese entonces hubo disturbios y conflictos.
¿Por qué se genera esa distorsión del concepto de la laicidad?
La ley de separación entre Iglesia y Estado decía que sus agentes –el policía, el maestro, el enfermero– tenían que ser neutrales. Lo que ocurrió es que, a partir de la visibilidad de los musulmanes, invirtieron esa laicidad, aplicándola a los usuarios de los servicios públicos en lugar de a los agentes estatales. Ahí hay un hito de cómo el concepto se convirtió en una referencia ideológica que antes era invocada por sectores progresistas contra la dominación y autoridad católicas, y que ahora es la bandera de la islamofobia y del racismo.
¿Las protestas del año pasado dejaron algún saldo organizativo que exprese a esos sectores sociales?
Eso es lo que falta, y es un problema. En la periferia y sus barriadas se carece de canales de expresión capaces de formular reivindicaciones y programas, de plasmar una nueva relación de fuerzas en contra de la policía y del estado. Es bajo esa carencia que existen innumerables revueltas que no son canalizadas en el sentido de una transformación. El estado francés sabe de la peligrosidad que constituye ese tipo de barrios, y lo riesgoso que sería una organización masiva de esos jóvenes. Por eso siempre trató de institucionalizar y canalizar la protesta a través de organizaciones creadas desde el estado.
En siete años, hubo cuatro olas de movilizaciones masivas. La llamada Nuit Debout en 2016, los “chalecos amarillos” hacia 2018, las protestas de 2023 contra la reforma jubilatoria y luego el estallido en las banlieues. ¿Se podría trazar un denominador común entre ellas?
Algo fundamental que las diferencia es la franja social involucrada. En 2018, cuando la policía reprime de manera brutal a los “chalecos amarillos” –esa rebelión que viene del interior pero que llega al centro de París– muchos teóricos antirracistas en Francia trataron de problematizar por qué los jóvenes habitantes de la periferia no se levantaron a acompañarlos. Una de las cuestiones es la clara división racial entre los blancos –aun si son pobres– y la gente de la periferia, aunque ambos sufran las mismas consecuencias del neoliberalismo. Cuando los “chalecos amarillos” les exhortaban a que luchen con ellos, los de la periferia recordaron lo que sucedió en la revuelta de 2005, cuando los obreros blancos no se solidarizaron. Algunos, incluso, condenaron dichas revueltas.