Ilustración: detalle de A Consumer Society (2021), de Veronika Humlová. Fuente: https://originalgallery.com
Tiene mucha razón el pensador italiano Andrea Zhok (como la tiene su compatriota Diego Fusaro, también marxista, también parresiasta) en desconfiar de todo lo que huele a individualismo en el contexto de esta sociedad posmoderna hiper-mercantilizada, hiper-consumista, hiper-atomizada, hiper-narcisista. Atento a las complejas dinámicas del capitalismo durante las últimas décadas de neoliberalismo (masificación, globalización, precarización, digitalización, etc.), no se equivoca en resistirse a celebrar sin más la disgregación de la familia –y del tejido comunitario en general– como un gran avance panglossiano de la “libertad” (¿Cuál libertad? ¿Libertad como laissez faire del mercado y valorización ilimitada del capital? ¿O libertad como autorrealización de la persona en sociedad?)
La prosa que sigue tiene que ver con esa desconfianza, con esa resistencia. Ciertamente, no podemos seguir a Zhok hasta el final, en todo cuanto afirma u omite. Nos parece que, en su reacción contra el individualismo, se pasa de vueltas, incurriendo en cierta condescendencia nostálgica –acrítica– con el cosmos tradicional de la familia y la comunidad (lo mismo sucede con Fusaro). Pero su llamado de alerta, a pesar de algunos excesos, encierra mucha pertinencia y lucidez. Haríamos mal en “tirar el bebé con el agua sucia del baño”.
“Il progressismo, retroguardia armata del neoliberismo” salió originalmente publicado en L’Antidiplomatico, el viernes 26 de julio. La traducción del italiano es nuestra. Para leer otros artículos de Andrea Zhok publicados en nuestro semanario dominical, hágase clic aquí.
Esta mañana he recibido un anuncio, de la revista MicroMega, revista progresista por excelencia, en la que también he colaborado en el pasado. El comunicado anunciaba la salida, en librerías y en línea, del nuevo volumen titulado Contra la familia. Crítica de una institución (anti)social.1 Cito a continuación el comentario introductorio.
“La familia como institución social es, no desde hoy, objeto de análisis y crítica. A lo largo de la historia, su superación ha sido el objetivo tanto de proyectos de emancipación basados en una idea de reparto de la propiedad y el trabajo, como de proyectos políticos totalitarios, que veían en ella, y en las afiliaciones y lealtades que la componen, un obstáculo para la relación entre los ciudadanos y el estado.
No cabe duda de que hoy nos enfrentamos a un retorno avasallante de la retórica de la familia y los lazos de sangre. Entonces, ¿qué significa hoy proclamarse ‘contra la familia’, como MicroMega ha decidido titular el cuarto volumen de este 2024, en las librerías a partir del 25 de julio? Desde luego, no cuestionar los lazos de afecto y cuidado mutuos que se crean en el seno de la familia, sino examinar y analizar críticamente todos sus aspectos antipolíticos y antisociales: el familismo amoral; la tendencia a socavar la autoridad y credibilidad de la escuela, en su afán de erigirse [la familia] en la única agencia educativa de sus hijos; el papel que desempeña en la transmisión de rígidos roles de género; la concentración de grandes capitales transmitidos por vía hereditaria, con su consecuente inmovilidad social… Por otra parte, son muy a menudo las carencias del estado las que inducen a los individuos a replegarse en el seno de la comunidad más próxima, ante todo la familia, en un círculo vicioso que es necesario romper para garantizar el pleno derecho de cada uno al despliegue de su propia personalidad.” (los énfasis son míos)
Conviene hacer algunos comentarios, examinando en detalle las acusaciones formuladas anteriormente contra el orden familiar. Creo que esto es útil para mostrar cómo esta posición expuesta por MicroMega representa de forma emblemática algunas de las razones subyacentes por las que el progresismo cultural se ha convertido, en el contexto contemporáneo, en una entidad socialmente destructiva, políticamente disolvente y éticamente catastrófica.
El ataque a la institución familiar en los círculos progresistas o “de izquierdas” no es, por supuesto, nada nuevo. Pero como siempre en la evolución cultural, el contexto en el que se propone y desarrolla una tesis no es menos importante que las propias tesis.
En el contexto decimonónico donde desarrolló por primera vez la crítica a la institución familiar, algunas de las tesis que aquí se recuerdan, como la referencia al familismo amoral, pueden haber tenido un relativo sustento.
Recordemos que el concepto de “familismo amoral” fue introducido por el politólogo estadounidense Edward C. Banfield en su libro The Moral Basis of a Backward Society (1958), fruto de una estancia de nueve meses en el pueblo de Chiaromonte (Basilicata). Al parecer, esta experiencia permitió a Banfield extraer conclusiones de valor general sobre el papel negativo de la familia nuclear como portadora del atraso socioeconómico, debido a su egoísmo inherente. Setenta años después, resulta evidente la dejadez del análisis de Banfield: 188 páginas carentes de cualquier análisis histórico o comparativo digno de mención. Pero ello no obsta para que el concepto de familismo amoral haya logrado extenderse como una de las muchas palancas utilizadas para socavar cualquier legitimidad del orden familiar. Que la familia nuclear, en determinadas condiciones históricas, puede asumir un papel eminentemente defensivo y autorreferencial es cierto, pero que esto sea de algún modo una característica definitoria de la familia nuclear y de sus lealtades internas, es un disparate insostenible. Sea como fuere, en una fase expansiva de la sociedad moderna, donde, al menos en principio, empezaban a abrirse paso instituciones estatales estructuradas, podría haber sido plausible ver en cierta resistencia y desconfianza de las estructuras familiares tradicionales un factor de retardo, algo “regresivo”. El prototipo de esta función regresiva podría ser un modelo de familismo visible en ciertas formas de delincuencia organizada (el familismo tipo El padrino). Pero la verdadera cuestión aquí es comprender hasta qué punto, en la Europa del siglo XXI, la famigghia de Vito Corleone representa un verdadero factor de desestabilización antisocial. La impresión es que cierta intelligentsia extrae sus fuentes sobre la realidad social más de Netflix que de una mirada a la realidad circundante.
La segunda imputación grave que MicroMega considera que debe atribuir a la familia es la de “socavar la autoridad y credibilidad de la escuela”. (Vamos, no te rías). Aquí, de nuevo, nos encontramos en un contexto analítico que parece nacido en la sociedad de los años sesenta. Parece que tenemos a nuestro alrededor familias sólidas e impermeables, pero con altas tasas de analfabetismo, que actúan como barrera a la iluminación de la razón que aporta la nueva escolaridad. Es que, mientras hace sesenta años se podía sostener una función «desprovincianizante» y formativa de la escuela pública, hoy la escuela está asediada por programas heterodirigidos, norteamericanizados, altamente ideologizados, con una simultánea reducción de los conocimientos en favor de las “habilidades” (la externalidad de las actitudes y los comportamientos). Al mismo tiempo, las familias se ven cada vez más impotentes y azotadas, asediadas a su vez por las omnipresentes “pantallas” que «educan» a sus hijos 24 horas al día en los valores de TikTok y Walmart. Los intelectuales de MicroMega parecen recién descongelados, tras entrar en un freezer cuando el “maestro Manzi” estaba en la televisión.2
La tercera imputación es complementaria de la segunda: la familia desempeñaría un papel regresivo porque sería cómplice de la “transmisión de roles de género rígidos”. Ahora bien, aparte de que es muy dudoso que esto corresponda en cierta medida a la verdad actual, la verdadera pregunta es: ¿a quién correspondería exactamente educar a los niños en cuestiones como la afectividad o el horizonte de expectativas respecto al sexo y el género? ¿A MicroMega? ¿A Fedez3? ¿Al MinCulPop4? ¿A los kibutzim? ¿A los soviéticos? ¿A la Agenda 2030? ¿Les queda alguna duda de que la idea de poseer una sabiduría superior en cuestiones como la afectividad primaria es descaradamente autoritaria?
La cuarta acusación es quizá la más cómica: la familia favorecería el inmovilismo social, en tanto favorecería la concentración del capital a través de la herencia. Saliendo de su freezer decimonónico, los intelectuales de MicroMega tienen sin duda a los Buddenbrook5 en su cabeza. Imaginan familias de capitalistas de sombrero de copa con una ética de trabajo protestante que transmiten los negocios y el capital familiar a sus descendientes consanguíneos. El carácter anónimo de las multinacionales y los fondos de inversión actuales parece habérseles escapado. Es más, el modelo familiar que alimentó la concentración de capital ni siquiera es el capitalismo del siglo XIX. Hay que remontarse al mayorazgo –abolido con el Código Napoleónico–, en el cual sólo heredaba el primogénito (para evitar el fraccionamiento del capital). Aquí, imaginar que hoy la tendencia del capital a concentrarse en un régimen capitalista se debe a la herencia familiar es una muestra sorprendente de cómo la izquierda ya ni siquiera maneja aquellos elementos de economía de los que antaño se enorgullecía.
Y además, si esa tendencia existiera, si todavía estuviéramos en medio del mayorazgo, evidentemente el problema sería lo que la legislación permite. No, desde luego, la existencia de un ordenamiento familiar.
En resumen, el rancio ataque a la familia que MicroMega cree tener que hacer está motivado por una colección de pretextos insostenibles. Pero la motivación real y profunda es la que asoma en las consideraciones finales anteriores, y es una motivación puramente ideológica: la familia es una de las “comunidades más próximas”, que la pseudo-ilustración progresista (en realidad neoliberalismo inconsciente) pide disolver para “garantizar a cada uno el despliegue de su personalidad”.
Aparte de la patraña sobre el carácter “antisocial y antipolítico” de la familia, el orden familiar, y los órdenes comunitarios en general, son un escándalo para la izquierda neoliberal actual porque no se ajustan a las exigencias del individualismo mercantilista, la única dimensión de la libertad que aún son capaces de imaginar.
El modelo de libertad que proponen es el sueño húmedo del gran capital al que pretenden oponerse. Sueñan con individuos desarraigados, aislados, que buscan consuelo paseando por el gran supermercado en que se ha convertido el mundo occidental. Sueñan con individuos frágiles, fluidos y, por tanto, dispuestos a ser colocados sin resistencia en todos los recovecos de la maquinaria global. Colaboran activamente en la disolución de cualquier identidad estable –tanto colectiva como personal– que pudiera servir de baluarte contra la licuefacción de las relaciones de mercado.
No sé si esta operación es el resultado de una complicidad flagrante con el paradigma neoliberal, o si sólo es una muestra de dramática inconsciencia cultural. Pero al final, lo que importa es esto: las intenciones sólo cuentan hasta cierto punto, y lo que queda en la memoria futura no es más que una enésima contribución a la degradación actual.
Andrea Zhok
NOTAS
1 Véase www.micromega.net/micromega-4-2024-contro-la-famiglia-critica-di-unistituzione-antisociale.
2 Alberto Manzi (1924-1997) fue un maestro de escuela y escritor italiano que se hizo muy popular en los años 60 como conductor de Non è mai troppo tardi (“Nunca es tarde para aprender”), un programa educativo de TV comprometido con la lucha contra el analfabetismo y la renovación pedagógica-didáctica de la enseñanza escolar.
3 Rapero italiano muy famoso.
4 Acrónimo de Ministero della Cultura Popolare (“Ministerio de Cultura Popular”). Órgano de política cultural, medios de comunicación, propaganda y turismo de la Italia fascista, entre 1937 y 1944.
5 Referencia del autor a la homónima saga familiar del escritor alemán Thomas Mann, publicada en 1901. Buddenbrooks. Verfall einer Familie (“Los Buddenbrook. Decadencia de una familia”) narra las vicisitudes de un acaudalado linaje de comerciantes de la ciudad de Lübeck a lo largo de cuatro generaciones, entre 1835 y 1877.