Fotografía de Vladimir Stepanov (URSS, fines de la década del 50). Fuente: The Lumière Brothers Center for Photography.
Nota.— Tradujimos del inglés una interesante entrevista que LeftEast le hizo al joven sovietólogo ruso Aleksandr Nogovishchev, publicada el 8 de noviembre con estas líneas de presentación: “Hace poco nos topamos con la impresionante tesis de maestría de Aleksandr Nogovishchev titulada La comunicación política en la URSS a principios de los años sesenta: discutiendo el Programa del PCUS, que propone examinar la Unión Soviética de ese período (toda su historia, en realidad) como un proyecto socialista, tomándose en serio su marxismo. En el proceso, utilizando material histórico canónico, llega a conclusiones muy novedosas de gran importancia para cualquier izquierdista que busque dar sentido a la experiencia soviética. Decidimos entrevistar al autor”.
Debajo del diálogo, LeftEast añadió esta noticia biográfica sobre el sovietólogo: “Aleksandr Nogovishchev es licenciado en Historia y activista de la izquierda rusa. Sus principales intereses incluyen: radicalismo de izquierda contemporáneo, historia soviética y poscomunista, historia intelectual y política, derecho socialista y teoría política, e historia y estudios de izquierda y (pos)marxistas. También es uno de los principales editores de fuentes políticas rusas: Comunismo democrático en YouTube y Zloy Sovetolog en Telegram”.
Lo que más nos atrajo de la entrevista es que Nogovishchev se plantea grandes interrogantes de historia contrafactual sobre la URSS. ¿El socialismo soviético podría haberse democratizado y evolucionado hacia una comunismo de pleno bienestar y autorrealización? ¿Su decadencia y colapso eran realmente inevitables? Hay una fuerte pulsión ucrónica en la sovietología de Nogovishchev, asociada a su propuesta política de renovar la utopía comunista en un sentido democrático pero, a la vez, radicalista. Habrá que leer sus obras para poder evaluar qué tan sólida es su aventura intelectual.
Supimos de esta entrevista gracias a las “Misceláneas” de Carlos Valmaseda para la página web de Salvador López Arnal. Nuestra gratitud con ambos por su infatigable labor de difusión.
Por favor, cuéntanos un poco sobre el Programa: su origen, contenido y consecuencias.
La historia de la redacción del proyecto de Programa del PCUS en 1961 tiene más de cuarenta años. Durante la época de Stalin, hubo numerosas iniciativas para redactar dicho programa, pero ninguna de ellas llegó a buen puerto. El sistema funcionó con éxito sin el Programa, ya que todas las decisiones estratégicas se formalizaban mediante resoluciones del partido en los congresos.
Después de la guerra [la Segunda Guerra Mundial], el partido retomó la idea, cuando se hizo necesario por primera vez redefinir el desarrollo del estado. Así aparecieron los borradores del proyecto de Programa del Partido Comunista de Toda la Unión de Bolcheviques de 1947. Contenían muchas innovaciones del supuesto período de Deshielo [Ottepel]: la «abolición» de la dictadura del proletariado, la coexistencia pacífica con los países capitalistas, la construcción del comunismo en pocas décadas, y otras.
De 1958 a 1961, la preparación del Programa comenzó en serio. Esto se debió a que Kruschev y su equipo buscaban innovaciones conceptuales que les distinguieran del estalinismo, no sólo por razones retóricas, sino también ideológicas, políticas y económicas. En 1959 se proclamó “el período de la construcción total del comunismo”. En ese momento comenzó a elaborarse un plan de reformas.
Kruschev abordó la preparación del Programa de forma más inclusiva, pero no más democrática. A diferencia de Stalin, no sólo involucró a los trabajadores del partido en la redacción del documento, sino también a funcionarios de la Academia de Ciencias.
El debate sobre el borrador del Programa no tuvo precedentes y fue ordinario. Lo que lo hizo sin precedentes fue su escala: participaron muchos periódicos y organizaciones públicas, y se pretendía que toda la población soviética participara en el debate. Lo que lo hizo ordinario fue el hecho de que los planteamientos utilizados por los iniciadores de la discusión eran muy típicos del Deshielo.
La lógica represiva del estalinismo empezó a retroceder gradualmente: los disidentes ya no eran entendidos como enemigos directos. En su lugar, se les percibía como «ignorantes». La tarea del aparato del partido ya no era destruir al enemigo, sino educar al alumno. Pero lo que ambas lógicas tenían en común era que resultaban autoritarias a su manera. Incluso admitiendo debates y sugerencias de los ciudadanos, su papel se reducía a «observaciones útiles». Las que se aceptaban eran puramente técnicas; no había política en ellas. La mayoría de las declaraciones políticas fueron ignoradas, bien por su contenido «no programático», bien redirigidas a los organismos pertinentes, donde se incorporaron a los archivos.
El programa se redactó durante un período de extraordinario optimismo: en abril de ese año, se lanzó el primer hombre al espacio y las prestaciones sociales empezaron a alcanzar un desarrollo sin precedentes por entonces. Esto creó tanto muchas expectativas optimistas entre la población como escepticismo. Tanto el optimismo como el escepticismo recibieron su tratamiento en forma de «programa» político alternativo colectivo, a partir de esas propuestas, cartas y objeciones de los ciudadanos que tenemos. Así, los optimistas creían que veinte años era demasiado tiempo, y querían acelerar el proceso de desarrollo comunista. Algunos de ellos propusieron la construcción de comunidades piloto y la transición a una economía sin dinero en efectivo.
Los escépticos creían que el comunismo no se establecería en esos plazos. Algunos propusieron medidas más estables, pero no menos radicales, como la colectivización de las casas de recreo en el campo (dachas), yates, coches y otros objetos y artículos escasos que pudieran utilizarse de forma rotativa.
A pesar del gran número de propuestas alternativas, sus cartas no tuvieron consecuencias políticas, salvo la decepción que supuso en 1980 que el comunismo no llegara. Casi todas las propuestas realizadas simplemente se depositaron en los archivos soviéticos y no se tuvieron en cuenta, salvo diversas quejas. Por ejemplo, el gobierno respondió a la indignación por la falta de pensiones para los agricultores colectivizados, que se implementó en 1964, aunque no en su totalidad.
En retrospectiva, sin embargo, las propuestas políticas pueden ser significativas para los investigadores del soviet para demostrar que el camino que llevó al colapso de la URSS tenía alternativas. La evaluación de sus perspectivas es objeto de debate, pero creo que mucho más plausibles de lo que se pensaba. Algunos trabajos sobre el tema muestran también que la disensión política era mucho más compleja que la noción generalmente aceptada de disidencia. En consecuencia, el número de personas implicadas en esta disidencia era mucho mayor de lo que se pensaba.
¿Es justo calificar tu obra como un estudio del “socialismo con rostro humano” basado en la reacción de la población a uno de sus principales documentos, como lo es el Programa del Partido Comunista de la URSS de 1961?
Sí y no. No me gusta el término “socialismo con rostro humano” porque está estrechamente relacionado con una conocida dicotomía de las ideas de izquierdas. Se basa en la idea de que las «viejas ortodoxias» deben inevitablemente evolucionar exclusivamente hacia la desradicalización y la erosión de su contenido comunista. Es decir, se puede ser radical y anticuado o moderno y moderado. En esta lógica, cualquier socialismo es visto como algo automarginalizante o como algo autoliberalizante.
Mi investigación describe las reacciones políticas de los ciudadanos soviéticos ante la discusión del Programa del PCUS de 1961. Intento demostrar que entre ellos no sólo hubo declaraciones leales, sino también completamente disidentes, pragmáticas, así como exotópicas (fuera de lugar). Mi estudio se refiere a un grupo de personas distinto de todos estos otros grupos. Este grupo estaba demasiado politizado para ser exotópico, demasiado preocupado no sólo por su propio bien sino por el bien común para ser pragmático, demasiado indeciso para ser leal al régimen y demasiado leal para ser disidente. Este grupo de personas formaba parte del discurso socialista soviético, pero no del mismo modo que los más altos funcionarios soviéticos. Era independiente de las autoridades oficiales, y también de los disidentes. Este grupo representa otra forma de expresión política en la URSS. Pero tradicionalmente no se consideraba en la historiografía como un problema independiente hasta ahora.
El propio discurso de los ciudadanos soviéticos que estoy examinando tenía no sólo similitudes, sino también diferencias con el “socialismo con rostro humano”. Aunque hay ciertas similitudes programáticas, conceptualmente exigía un salto adelante, más que una modernización del estado actual de cosas. Creo que es más correcto llamarlo un tipo de comunismo que rompe con el contexto habitual de la sovietidad. Con esto quiero decir que el statu quo de la URSS debe considerarse el periodo de posguerra, no el de preguerra. En consecuencia, considero que un “rostro humano”, o más exactamente, los intentos de encontrarlo, son la norma, no su excepción. No adopto la posición de un estado proletario deformado, ni de ningún otro socialismo supuestamente «malogrado». Por el contrario, creo que la Unión Soviética no avanzaba hacia su degradación, sino hacia su maduración de un modo más democrático, inclusivo y estable, lo que no fue posible durante los años de la revolución o del estalinismo. Aunque este reensamblaje del proyecto socialista acabara finalmente en fracaso, no creo que la URSS no hubiera podido lograrlo en absoluto; ésta es una de las principales conclusiones políticas de mi investigación.
Pero si tomamos el “socialismo con rostro humano” como una iteración democrática del socialismo, entonces, por supuesto que sí, se pueden establecer paralelismos entre mi investigación y lo que el término representa. Pero tiendo a pensar en este término como una etapa del socialismo sin el contexto revolucionario. Al igual que la democracia liberal francesa se estabilizó en la segunda mitad del siglo XIX/principios del XX, el socialismo soviético, en mi opinión, entró en una etapa de estabilización (desgraciadamente, fallida).
Escribes que hoy en día apenas se utilizan nuevos materiales para interpretar la Unión Soviética como un proyecto socialista. Cambiar esta tendencia es una de las principales aportaciones metodológicas de tu obra. ¿Podrías explicar por qué se observa esta tendencia en el contexto político actual?
Con pocas excepciones, la tendencia hacia los estudios localizados es ahora más popular. Cómo vestían los soviéticos, qué tipo de tratamiento médico recibían, cómo receptaban información… Todas ellas son cuestiones de investigación importantes, aunque mi investigación es bastante diferente.
También entiendo la tendencia a buscar puntos en común entre la URSS y Estados Unidos o los países de Europa occidental. Esto se debe a que antes, cuando todavía existía la propia Unión Soviética, había mucha investigación comparativa sobre ideología y política.
Soy de izquierdas y me acerqué a la historia como ciencia porque quiero cambiar el mundo. Pero no me satisfacen las respuestas izquierdistas clásicas (y no clásicas). Creo que la experiencia de la URSS, especialmente la experiencia de posguerra, ha sido inmerecidamente desechada de la teoría y la consideración izquierdistas. La izquierda ortodoxa la considera demasiado «revisionista», mientras que la izquierda «progresista» encuentra en ella demasiados aspectos regresivos incompatibles con una agenda de izquierda progresista contemporánea (autoritarismo, conservadurismo, patriarcado, etc.). Creo que para recomponer el discurso de la izquierda actual es importante rechazar nuestra visión sesgada de la herencia socialista soviética y considerarla en su justa medida. No sólo nosotros, como izquierdistas, tenemos que interpretar a la Unión Soviética, sino que la Unión Soviética tiene derecho a oponerse a nuestros conceptos políticos con su existencia y prácticas que no encajan ni en los conceptos marxistas ortodoxos ni en los progresistas.
Me opongo terminantemente a quienes niegan al socialismo soviético la condición de socialismo simplemente porque subjetivamente no les gusta. Aunque tengo una visión comprensiva de mi objeto de investigación, también veo muchos aspectos negativos de la URSS. Sin embargo, no creo que para los izquierdistas el propio concepto de «socialismo» deba indicar algo bueno a priori. Del mismo modo que para liberales y derechistas hay muchos capitalismos diferentes, y cada uno prefiere uno en particular antes que todos juntos, lo mismo creo que debería hacer la izquierda. De lo contrario, no veo el sentido de tal concepto si depende tanto de los actores y de sus intenciones políticas.
Mi objetivo es demostrar que no se ha llenado la laguna de la investigación: todavía tenemos algo que decir sobre el pasado soviético como proyecto socialista. Tenemos que volver de nuevo sobre esta cuestión porque las posibilidades de responderla son mucho más amplias que hace 60-70 años. El colapso de la URSS ha puesto en circulación un gran número de fuentes históricas, y el distanciamiento de la sociedad soviética permite abordar la cuestión de forma menos emocional.
En este sentido, no soy ni un apologista ni un crítico de la Unión Soviética. Creo que la Unión Soviética es un problema de investigación al que se enfrenta la izquierda, que sólo puede resolverse dialécticamente. No puede resolverse ni abrazándola ni rechazándola. Lo que se necesita es un conjunto de prácticas conceptuales básicamente nuevas, que se sitúen fundamentalmente fuera de los modelos marxistas actuales. Diré que he estado investigando esta cuestión como parte de un proyecto intelectual diferente, más político. Estoy en proceso de publicar mi libro sobre el movimiento de la izquierda radical rusa (1988-2022), sus prácticas intelectuales, su crisis y las formas de superarla. En él, intento responder con más detalle a la cuestión de los posibles fundamentos del impasse metodológico.
¿Qué es la subjetividad política y por qué/cómo aborda la historiografía soviética el problema de la subjetividad política?
En muchos sentidos, se trata de un constructo convencional, que utilizo para separar el espacio de lo político, que es «todo», de la vieja noción de la política como concurso de ideas, programas, proyectos y su defensa pública.
Inicialmente, la reflexión sobre la subjetividad política y la subjetividad surgió de la escuela totalitaria como una forma de entender el lugar de los ciudadanos dentro de un sistema totalitario. Los revisionistas, sin embargo, ampliaron esta noción haciendo hincapié en las prácticas no evidentes del sistema soviético, donde no sólo hay lugar para la política de partido único y las elecciones de candidato único, sino también para las denuncias, las relaciones patrón-cliente, el uso de la retórica oficial para sus fines, etcétera. Alexei Yurchak escribió sobre espacios que no existían para nada en la forma que muchos han buscado antes que él.
A pesar de sus evidentes méritos, todos estos enfoques han llevado a que rara vez se hable del soviético como político en sentido estricto y, por tanto, socialista. Yo, por el contrario, vuelvo conscientemente a una noción estrecha de lo político como algo que requiere una conciencia de uno mismo como persona política. Para mí, es fundamentalmente importante separar a las personas que, por ejemplo, se quejan «en nombre del comunismo» de que su tejado tiene goteras, de las personas que proponen la introducción de elecciones alternativas, que escriben cartas abiertas señalando problemas públicos, que no sólo hablan por sí mismas, sino que también se toman la libertad de hablar en nombre de todo un colectivo y grupo de interés.
Mi investigación aborda el hecho de que existen fuerzas políticas incluso bajo el socialismo, y que esto es potencialmente normal para el sistema. Estas fuerzas políticas no sólo pueden formar parte del sistema o ser revolucionarias en relación con él; también existe lo que en un sistema más abierto llamaríamos una oposición moderada.
Para la izquierda, reconocer estos fenómenos le permitirá romper la dicotomía entre democracia capitalista y autoritarismo socialista. Esta perspectiva puede aportar mucho más que filosofar en abstracto sobre la soberanía popular.
Tu investigación se centra en la recepción del Programa en la esfera pública ampliada de la era del Deshielo. ¿Cómo fue esa recepción? ¿Podrías ser más específico sobre los grupos sociales que participaron en dicho debate público?
En mi investigación, identifiqué cinco grupos de declaraciones, de los cuales elegí trabajar sólo con uno. Me interesaba ese grupo de personas que, aun con el mayor escepticismo sobre la politización de los ciudadanos soviéticos, no pueden excluirse de la lista de personas políticamente activas. Se tomaban la libertad de hablar no sólo en su nombre, sino también en el de los colectivos; proponían innovaciones que exigían no tener en cuenta simplemente sus opiniones sobre la colocación de las comas y el uso de las palabras en el texto, o cambiar la situación financiera de los individuos. Así pues, si las propuestas para resolver problemas materiales concretos de una persona o grupo pueden reducirse a meras acciones pragmáticas, las propuestas que afectan a la sociedad soviética en su conjunto no pueden reducirse a tales prácticas. Por ejemplo, las propuestas para introducir elecciones alternativas no pueden considerarse «pragmáticas». Estas propuestas no se centraban tanto en problemas locales, como en exigencias de reforma de todo el sistema soviético o ciertos aspectos.
Si tomamos esta comunidad de personas en términos sociales, era muy diversa: incluía a trabajadores, agricultores colectivizados, antiguos y nuevos miembros del Partido. Me gustaría hacer hincapié en estos últimos por separado: muy a menudo se considera al Partido Comunista en la URSS como una especie de aparato desvinculado de la población y opuesto a ella. Sin embargo, el Partido era una forma de realización tanto política como profesional en la Unión Soviética. Así que vale la pena decir que la cuestión no es hasta qué punto el discurso oficial u oficioso generado dentro y por los círculos del partido era compartido por la población, ya que el discurso de la población era a menudo compartido por las filas del partido hasta el aparato republicano. En cierta medida, esto se correlaciona con el “movimiento por el partido democrático” que Roy Medvedev intentó ensayar para crear un sujeto de cambio político que transformara el socialismo en una dirección más democrática y social.
No todas las propuestas presentadas políticamente tenían un tinte político de izquierdas. Pero las declaraciones convencionalmente «de derechas» eran bastante marginales. No me atrevo a decir lo extendido que estaba el sentimiento derechista en la URSS, ya que no todos los derechistas envían una carta discutiendo un programa socialista. Sin embargo, la mera existencia de repetidas declaraciones socialistas y, sin embargo, independientes y nada ambiguamente disidentes, sugiere que en la Unión Soviética podría formarse potencialmente una oposición socialista, moderada hacia el sistema soviético, pero aún radical hacia el capitalismo.
Tu obra se inspira en la tradición revisionista de la historiografía soviética, pero se aparta en gran medida de ella. ¿Podrías describir las principales líneas de su polémica con la historiografía existente?
Tenemos un desacuerdo fundamental bastante serio. Ellos buscan puntos en común entre la Unión Soviética y otras modernidades, mientras que yo intento reabrir la cuestión de qué hace diferente a la URSS. Para mí, como investigador de izquierdas, es importante separar lo socialista de lo contextual. Parto de la posición de que la URSS fue un socialismo temprano, con características potencialmente inmanentes a cualquier socialismo. Mi tarea consiste en tratar de identificar esos rasgos a la luz del rico trabajo de contextualización de la experiencia soviética, que ya han hecho los revisionistas. Mi polémica ya no es con ellos como revisionistas individuales, sino con la posición historiográfica general.
Polemizo con Alexei Yurchak más directamente. Demuestro que el cambio performativo sobre el que escribe, si es que comenzó, lo hizo en unos límites algo diferentes. Creo que, si bien la muerte de Stalin catalizó algunos procesos en la sociedad soviética, no fue decisiva. Incluso bajo Stalin, ya había intentos de democratización. Sí, no fueron tan visibles como en el Deshielo, pero la inercia del sistema y la naturaleza autoritaria de la gobernanza se mantuvieron, y se pueden encontrar casos de este tipo tanto antes como después, ¡durante el estalinismo como durante la época de Brézhnev! Para mí, lo importante no es tanto la naturaleza exacta de las medidas propuestas, sino la propia dinámica. Aunque tomo un caso individual circunscrito a un periodo bastante estrecho, conceptualmente intento contemplar el conjunto de la historia soviética y darle una interpretación a mayor escala.
¿Crees que, al centrarse en cuestiones de la vida cotidiana material y cultural, la tradición revisionista de la historiografía soviética despolitizó la URSS como proyecto, y eliminó así lo «político» de la «economía política»?
Si nos referimos a lo político con el criterio más estricto que estoy adoptando, entonces surge la pregunta: ¿a quién se debe considerar revisionista? El reciente libro de Alexei Golubev The Life of Things: the Materiality of Late Socialism aborda lo político en un contexto más restringido. Pero el contexto que introduce, a través de su estudio de la materialidad, resulta más esclarecedor políticamente en relación al sistema soviético que en relación a los ciudadanos soviéticos. A pesar de ello, me gusta mucho el estudio de Golubev, y me parece una buena excepción a las prácticas descriptivas de muchos de mis colegas.
¿Cuál es la relación entre el comunismo de consumo y la subjetividad política de los ciudadanos soviéticos? Tu discusión sobre la presencia de un fuerte vector igualitario en los llamamientos de los ciudadanos es particularmente interesante.
Alexander Fokin, que ha estudiado el tema anteriormente, distingue entre comunismo «ascético» y comunismo «consuntivo». Estos representan dos enfoques conceptuales del comunismo. Mientras que el ascetismo consiste en «ajustarse el cinturón», el consumismo consiste en obtener beneficios económicos aquí y ahora. No estoy a favor de este último concepto, porque es muy difícil separar la recepción del comunismo y su uso para beneficio personal. La política y la pragmática están aquí tan estrechamente ligadas que apenas es posible distinguirlas.
En cierto modo, estoy tomando el camino más fácil y el más difícil al mismo tiempo. Tengo plenamente en cuenta todo posible escepticismo sobre la politización de tales declaraciones dirigidas al Programa de 1961. Mi tarea consiste en demostrar que, incluso utilizando todas las posibilidades intelectuales para negar el carácter político de tales declaraciones, existe un grupo de juicios que no encajan en este escepticismo ni siquiera en su forma extrema. Por tanto, es legítimo distinguir a un grupo de personas. Mi tarea no consiste tanto en definir fronteras como en demostrar que, incluso en el escenario más pesimista, el objeto de estudio existe. De ahí que merezca ser un problema aparte.
Partiendo de esta base, intento analizar lo que estas personas dicen aun cuando somos escépticos al máximo respecto a sus afirmaciones. El carácter igualitario de estas declaraciones es perceptible incluso en ellas, lo que sugiere que el discurso socialista independiente en la URSS es un problema mucho más amplio que las organizaciones disidentes o los intelectuales individuales.