Ilustración: Martín Marroncle, Celebración del movimiento (detalle)

La no existencia de la especie plantea un problema incluso más grave para el progreso
que quienes pasan su tiempo libre ataviados de caballeros decimonónicos.
Después de haber tenido siempre el poder de aniquilarnos individualmente,
gracias a nuestro admirable ingenio tecnológico hemos avanzado hasta el punto
en que podemos alcanzar este objetivo colectivamente. El suicidio, por así decirlo,
se ha socializado y ahora es propiedad pública.
Terry Eagleton


Escribí este breve ensayo al constatar un hecho obvio, eso que está ahí pero que de tan cercano nos parece que siempre fue así: ni músicos/as ni oyentes leemos los términos y condiciones a los que nos sujetan las redes sociales en general, ni, en específico, las redes musicales. Los aceptamos como un dato sin importancia, un requisito para poder acceder a ellas. Porque una cosa es clara. Si no aceptas, no entras. Y en el camino, regalas derechos conquistados con sangre, sudor y lágrimas a lo largo de la historia de la humanidad, cómo es el libre albedrío: en vida y –aunque no lo creas– después de tu muerte. Y si bien no es una invitación a sentir culpa ni hacerse reproches, es un llamado a la conciencia y al uso informado de estas plataformas, tanto si las usas para difundir tu música como si las utilizas para reproducirla.

Este escrito se hace eco de este problema. En él analizo de la manera más simple que me es posible, considerando sólo algunos ejemplos, qué estamos aceptando bajo lo que llamamos «términos legales», o «términos y condiciones». Me centro en mi área de curiosidad, pasión y motivación por excelencia: todo lo relacionado con las prácticas musicales, ya sea de producción como de escucha.

En este caso, me ocupo de algo de lo que nadie se quiere ocupar, en la voraz rapidez de lo cotidiano, pero que todos/as sabemos que existe. Y porque en el celular, tenemos un promedio de 60 aplicaciones que ya vienen instaladas cuando lo compramos. Poniéndonos estrictos/as, esto implica la lectura y el análisis de 60 contratos, como mínimo.

Un contrato de aceptación virtual implica aceptar determinadas reglas llamadas leyes –presentes y futuras– cada vez que usamos o descargamos una aplicación. También me arriesgo. Tal vez sea un tema que a pocos/as interese. Pero mi pequeña misión estará cumplida si en algún momento alguien que produce o escucha música sabe que puede echar mano a este trabajo cuando necesite saber hasta qué punto está comprometida su cotidianidad y su futuro, en términos legales, cada vez que escucha música o sube una canción a alguna de estas plataformas. A sabiendas de lo que acabo de decir, lectores, acepto sus términos y condiciones.


Entrando en materia

Como decía, la mayoría de los términos y condiciones legales de las plataformas ofrecen este contrato en un mínimo de veinte páginas. En general, no tenemos conciencia de que es un contrato. Tampoco nos detenemos a leer, porque antes de darnos cuenta, habríamos leído cientos de páginas de condiciones legales, cosa que la mayoría de la población no está dispuesta a hacer por dos motivos básicos: falta de hábitos de lectura y/o falta de interés y tiempo. Sin mencionar que no todas las personas saben leer, y que no es necesario saber leer para usar el celular, que se ha convertido en una extensión de nuestras manos.

A decir verdad, escuchar música puede ser una aventura interesante para la mayoría. Pero leer contratos no es algo que guste a todo el mundo. Por otra parte, no nos dan opciones. Las hay, pero por fuera de estas aplicaciones. No existe una opción de aceptación «parcial» de aquellos contratos. Si no los aceptas, no escucharás música en la plataforma. Alguien podría decir: ¿cuál es el problema de no poder usar tal o cual plataforma? El problema, es que los/as expertos/as en estudiar nuestras conductas en relación a nuestros hábitos de consumo, saben que es cuestión de tiempo. Tarde o temprano, por más que se resista, la mayoría aceptará. Y no aceptará porque sí. Sino porque hay toda una industria cultural dedicada a «tentar al diablo» y hacer que aceptes finalmente. Un ejemplo de ello son las pruebas gratuitas de un mes para gente «no iniciada», a las que puedes acceder y cancelar en cualquier momento en el lapso gratuito. ¿Quién será lo suficientemente fuerte como para rechazar una prueba gratuita?

Otra cuestión. Firmamos el contrato y ya. Pero, ¿todos/as saben que tras la firma (porque la aceptación equivale a una firma) están «cediendo derechos»? Bien. En cada uno de los ejemplos te encontrarás con aquello que cedes, para que puedas ponerlo en la balanza. Este apartado tiene como finalidad que cada quien sepa qué derechos específicos está cediendo a cada plataforma.

Otra cosa que muy pocas personas dimensionan cuando hacen uso de una plataforma de música, es que están firmando un contrato para toda la vida. ¿Te casarías con 60 personas distintas? No. Porque, por un lado, ya casi nadie se casa. Pero también porque implica compromisos con otra persona a mediano y largo plazo. Sin embargo, sí aceptas contratos con multinacionales que ni siquiera conoces. Esto no quiere decir que tengas la obligación de seguir usando la aplicación por siempre, o seguir pagándola en caso de tener una versión premium. Lo que sí quiere decir, es que hay determinados derechos –como por ejemplo en el caso de ciertos contenidos, comentarios, datos– que cedes para siempre. Sí. Cada vez que descargamos algunos de estos servicios, aunque sea «para probar», estamos a un paso de un «he leído» y «acepto» de por vida. La pregunta: es ¿cuán preparados/as estamos psicológicamente para aceptar algo de por vida? En realidad no lo sé. Pero en la práctica, lo estamos haciendo todo el tiempo.


Si vas a escuchar música, te lo dicen: el caso de Spotify

1) Cuando decimos sí, acepto, estamos subordinados/as a reglas que bien podrían cambiar en el futuro. No importa si sabemos nada acerca de lo justas o injustas que puedan ser esas leyes, si pondrían en riesgo nuestras vidas. Tampoco sabemos con certeza qué leyes, de qué países, etc. Y tampoco nos van a avisar. Y te lo dicen: “las ofertas de nuestro servicio y su disponibilidad pueden cambiar de vez en cuando, según las leyes pertinentes y sin responsabilidades hacia usted”.

2) Por supuesto, en ese , por razones de «seguridad nacional», estamos firmando un poder a Estados Unidos. No hace falta que vivas en ese país. Lo deseemos o no, estamos avalando su política de embargos y sanciones, sin importar si desconocemos los motivos por los que esas sanciones fueron creadas, y mucho menos, si fueron justas de acuerdo con nuestras creencias y/o convicciones. Y por supuesto, estamos aceptando no vivir en un país que Estados Unidos haya condenado. Y te lo dicen: “Usted garantiza que (1) no se encuentra en ningún país al que Estados Unidos le haya embargado bienes o que haya aplicado alguna sanción económica y (2) que no es una parte denegada según se especifica en cualquier ley o regulación de reexportación o leyes similares aplicables en otras jurisdicciones u otros enumerados en cualquier lista de partes prohibidas o restringidas por el gobierno de EE.UU.”.

3) Al igual que Poncio Pilato, la plataforma se lava las manos sobre lo que pueda publicarse, resultar violento, ofenderte, discriminarte, manipularte, etc. Puede ocuparse, pero no tiene ninguna obligación. Y te lo dice abiertamente: “puede supervisar y revisar el contenido de usuario autorizado, aunque no está obligado a hacerlo”.

4) Por si fuera poco, las decisiones que tome la plataforma sobre la música a la que tienes acceso son incuestionables, aunque no sean razonables. Y lo que es más trágico, no tienen porqué avisarte. En este punto, tus derechos ya son una cuestión de cortesía empresarial. Y te lo dicen: “Spotify se reserva el derecho de eliminar o deshabilitar el acceso a cualquier contenido de usuario por cualquier razón, aunque no la tenga. Spotify puede realizar estas acciones sin aviso previo”.

5) Cualquier contenido que publiques ahí, deja de ser tuyo para siempre. La empresa puede hacer con él lo que le venga en ganas, y quedarse con las regalías. No importa si estás de acuerdo con ello o no. En definitiva, aunque hayas publicado hoy algo que les genere millones de dólares dentro de 20 años, al hacerlo no tienes ningún derecho ni poder sobre lo que hiciste. Y, también te lo dicen. Pueden hacer, casi con seguridad, lo que quieran: “necesitamos una licencia de ese contenido de usuario de su parte. (…) Usted otorga de ahora en adelante a Spotify una licencia mundial, irrevocable, completamente pagada, sin regalías, sublicenciable, transferible y no exclusiva para reproducir cualquier contenido de usuario, hacerlo disponible, presentarlo y mostrarlo, traducirlo, modificarlo, crear obras derivadas del mismo, distribuirlo o usarlo de otra manera a través de cualquier medio, ya sea solo o combinado con otro contenido o material, de cualquier manera, con cualquier método o tecnología, ya sea conocida en la actualidad o creada en el futuro, en relación con el Servicio de Spotify. En los casos en que corresponda y lo permita la ley pertinente, también acepta renunciar y no hacer cumplir ningún ‘derecho moral’ o derechos equivalentes, tales como el de que se lo identifique como autor de cualquier contenido de usuario autorizado, incluidos los comentarios, y su derecho a oponerse al tratamiento despectivo de dicho contenido de usuario”.

6) La empresa avisa, sin ningún tipo de ambigüedad, que puede «configurar» nuestros gustos, elecciones, con la justificación de que comerciarán con ellos. Es decir, moldearán a su medida uno de los elementos de goce más grandes de la aventura humana: la música: «Es posible que el contenido al que acceda en cualquier parte del servicio de Spotify, incluidos la selección y el posicionamiento, esté influenciado por las consideraciones comerciales, incluidos los acuerdos de Spotify con terceros».


Si eres músico/a, te lo dicen: like like like like like

Si eres músico/a, la cosa no cambia demasiado. Sólo se vuelve más restrictiva y arbitraria. En general, sabemos más sobre las condiciones en que se encuentran las personas que escuchan, que las que quieren que su trabajo llegue a la mayor cantidad de oídos posibles. En particular, porque si eres un/a artista poco conocido/a, estás sujeto/a a todas las reglas para gente que escucha, pero estás condenado/a a cobrar una cantidad miserable de dinero por tu trabajo. Esto, porque el dinero que cobres depende de la cantidad de reproducciones y de la cantidad de gente a la que le guste una canción. Pero esas reproducciones, por ejemplo, están dirigidas por un algoritmo que siempre muestra lo más escuchado, que casualmente proviene de las grandes industrias discográficas. Es estadísticamente muy poco probable que alguien «descubra» lo mucho que le gusta tu música, excepto que se lo recomiende alguien que te conozca, porque nunca vas a estar dentro del primer centenar de opciones que el «servicio» ofrece. Y jamás te reconocen ningún derecho como trabajador/a.

1) “Los distribuidores se encargan de las licencias y de la distribución, así como también de pagar las regalías por reproducciones. Trabaja con un distribuidor para publicar música en Spotify. Echa un vistazo a nuestra lista de distribuidores preferenciales y recomendados”. Esto parece toda una promesa. Un tobogán hacia el «éxito».

2) “Aquí encontrarás una lista de nuestros proveedores preferidos y recomendados, quienes cumplen con nuestros estándares para enviar música a la plataforma”. Esto, en un principio, parece prometedor. Pero si le damos un vistazo a esa lista de proveedores, nos encontramos con las empresas más grandes de la industria cultural a escala planetaria. Y esas multinacionales, también tienen sus términos y condiciones. Entre esas condiciones, está implícito que tú «éxito» o «fracaso» como trabajador/a de la música, depende de «asociarte» o no con ellas.

3) Por eso, si no te «asocias» con alguna de estas empresas, tus posibilidades de difusión, de cantidad de reproducciones, se reduce a tus amigos/as, conocidos/as y parientes. Si accedes, tendrás acceso a determinadas condiciones de «mercado», que garantizarán que tú «arte», convertido en «producto», en un fetiche del que ya no dispones, llegue a una cantidad supuestamente considerable de audiencia. Pero esto tampoco te está garantizado. Las industrias culturales manejan sus criterios de difusión de acuerdo a sus lógicas de producción. Es decir, asociarte con alguna de esas multinacionales no garantiza tu éxito. Pues cada una de esas empresas está asociada, a su vez, con los sellos discográficos más grandes del mundo. Y esas discográficas invierten en determinado tipo de artistas, que se adaptan a su objetivo principal: la rentabilidad. “Más de 400 millones de oyentes en 184 mercados descubren música con Spotify. Ya sea a través de playlists editoriales o de algoritmos de posicionamiento, Spotify for Artists es la única manera de que tus canciones nuevas lleguen a algunas de las playlists más seguidas del mundo”. En este caso, poco importa la originalidad de tu trabajo, la creatividad, o el esfuerzo que hayas puesto en él. Unos pocos elegidos estarán en el top ten de ese algoritmo.

4) Por otra parte, si ya te has decidido por «trabajar» con alguna de estas empresas, deberás completar una serie de pasos, que terminarán garantizando tu éxito de acuerdo a lo que puedas pagar. Es decir, entre más puedas pagar, más posibilidades de «ganancias» obtendrás. Es por eso que, a esta altura, no estoy del todo segura si es correcto llamar arte, o si es lo que vos quisiste expresar. Hice un pequeño experimento con una decena de las empresas disponibles, de manera aleatoria. Todas terminan con la elección de determinado «mercado» (países/tipo de público al que quieres llegar). Pagas, por supuesto, en dólares, con tarjeta de crédito. Seamos honestos/as: ¿cuántos/as artistas musicales pueden pagar para que los/las oigan?

5) En este punto, tu arte ya se ha convertido en un producto. No se diferencia demasiado de cualquier objeto de consumo que se pueda encontrar en un supermercado. Tu público potencial ya se ha convertido en un cliente, domesticado, manso a lo que las grandes empresas han dictaminado que deben escuchar. Y tu arte deja de ser un trabajo, en caso de que aspires a vivir de él. Te convertiste en un cliente que ha firmado un contrato y que paga por la reproducción de su música como si fuera una publicidad. «Para dirigirte a los oyentes de los mercados que se mencionaron más arriba o de otros mercados de América Latina con ayuda de nuestros representantes, solo tienes que enviar tu información aquí. (…) Existen 3 niveles de acceso diferentes en Spotify for Artists. Tu nivel de acceso determina lo que puedes ver y hacer. Obtienes un nivel de acceso por cada equipo en el que estás, así que puede que tengas distintos tipos de acceso en diferentes equipos».

6) Y, por si fuera poco, ya no podrás expresarte como un/a artista, es decir, como se le dé la gana a esa expresión, que presupone libertad. La plataforma te ofrece un glosario de más de 80 términos con los que “tienes que familiarizarte” para que te vaya “bien”. Este glosario, lejos de contener terminología relacionada con lo artístico, es de corte netamente empresarial. Y presupone la mansa aceptación de las reglas del mercado. Te doy un ejemplo. «Anticipo: un prepago que su sello discográfico o editor le da a un artista, ya sea al firmar o específicamente para pagar el proceso de grabación. Los adelantos suelen ser recuperables, lo que significa que el artista no recibirá más dinero del sello o editor hasta que haya obtenido suficientes ingresos de su música para cubrir el monto del adelanto original”.

Finalmente, te preguntarás, en líneas generales, cuánto paga la plataforma por cada una de las reproducciones de tus temas musicales. Según la calculadora de regalías de Spotify, ganarás 0,004 dólares por reproducción. Saca tus cuentas.


¿Hasta que la muerte nos separe?

En resumidas cuentas, las plataformas musicales, así como otras plataformas cibernéticas y las aplicaciones para dispositivos como los celulares, cuentan con una certeza: no leeremos los términos de nuestros contratos de por vida. Y en caso de que los leyéramos, saben muy bien que no resistiremos la tentación de escuchar música, fingiendo interactuar sin compromiso alguno y creyendo que sin ninguna consecuencia.

En cuanto a los/las músicos/as, cuentan con la creencia en la genialidad musical individual. Y que el éxito y la buena fortuna (siempre individual) se encuentran tan sólo a unos likes y reproducciones, que pueden darse a partir de un «golpe de suerte». Pero ya sabemos. El oído de la audiencia está configurado de acuerdo con los términos y condiciones de las multinacionales.

Queda claro que las plataformas musicales tienen sus discográficas de preferencia y no lo ocultan. Saben muy bien que luego de moldear nuestros gustos, no podremos ver aquello que tenemos tan a mano, como son esos términos y condiciones.

Por otra parte, algo que tenemos que saber es que, cuando compartimos contenidos, estamos renunciando a nuestro derecho al olvido, aún después de la muerte. Si bien es un hecho obvio que somos seres físicamente mortales, no existe la «muerte virtual». La concepción de muerte virtual es relativamente nueva, e implica el supuesto de que una vez muerta una persona, también se cerrarán sus publicaciones virtuales, sus redes sociales, etc. Pero esto es prácticamente imposible. Una vez que hemos cerrado el trato con una red social, es para siempre. Cada una de nuestras acciones en internet constituyen una huella digital que dice mucho más de nuestra mente –y de nuestra muerte física–, de lo que nosotros/as mismos/s sabemos. Creemos conocernos, pensamos que nuestras elecciones en la web son una elección meditada, informada y consciencia, pero no hay nada más alejado de eso. Como si fuésemos el perro de Pávlov, las elecciones que creemos hacer están sujetas a aquello que autorizamos de forma trivial e irreflexiva. ¿Debemos pensar, entonces, que todo está perdido? No necesariamente. Cómo dice Terry Eagleton: en cierto sentido, el optimismo está más relacionado con la confianza que con la esperanza. Se basa en la opinión de que las cosas tienden a salir bien, no en el exigente compromiso que entraña la esperanza. Sería posible pensar que una toma de conciencia implica saber que la realidad nos condiciona. Pero si lo decidimos, en modo alguno nos determina.

Lorena Vargas Ampuero


REFERENCIAS

Terry Eagleton, Esperanza sin optimismo. Madrid, Taurus, 2016.
Términos de uso de Spotify, 2022. Disponible en https://www.spotify.com/ar/legal/end-user-agreement/
Términos y condiciones de uso de Spotify para artistas, 2022. Disponible en https://www.spotify.com/us/legal/spotify-forartists-terms-and-conditions/