Ilustración original de Andrés Casciani
El pasado 5 de septiembre se conmemoró el centenario del nacimiento de Manuel Sacristán Luzón (Madrid, 1925 – Barcelona, 1985), uno de los filósofos marxistas más importantes del mundo, para muchos, el pensador marxista más destacado que haya escrito en lengua castellana. Que el español Manuel Sacristán sea, como lo es, muchísimo menos conocido que filósofos como Althusser o Sartre es algo que habla más de las lógicas del campo intelectual –y de sus asimetrías de difusión y reconocimiento– que de la calidad filosófica y política de las obras en cuestión. Sumándonos a los muy merecidos homenajes internacionales, desde Kalewche ofrecemos hoy un artículo original escrito en Cataluña por Salvador López Arnal, quien tuvo la fortuna de estudiar con él en los años setenta y ochenta. Salvador es uno de los mayores conocedores de la vida y obra de Sacristán, y con seguridad el principal difusor de sus obras en la actualidad.
En el próximo número ofreceremos otro texto original sobre MSL, escrito por nuestro camarada Ariel Petruccelli; en tanto que en Corsario Rojo IX (confiamos lanzarlo hacia fines de octubre o principios de noviembre) incluiremos un dossier sobre Sacristán, visto y analizado por autores latinoamericanos. Para quienes hacemos Kalewche, Manuel Sacristán es un maestro en el más puro y viejo sentido de la palabra: alguien que nos enseña a pensar, a luchar y a vivir. Una referencia intelectual, política y ética absolutamente insoslayable.
El texto de López Arnal que abajo compartimos se focaliza en la dimensión oral del eminente pensador de izquierda español: sus clases y seminarios, sus conferencias, sus intervenciones en mesas redondas y reuniones partidarias (PC-PSUC), sus discursos en mítines estudiantiles o antifranquistas, etc. A quienes no están familiarizados con la vida y obra de Sacristán (y también a quienes sí lo están), leer la semblanza que Salvador redactó para El Viejo Topo seguramente les resulte de mucho provecho. Dejamos aquí algunos extractos:
“…Manuel Sacristán, uno de los grandes filósofos españoles del siglo XX, una de las cimas del marxismo español, iberoamericano y europeo. (…) ¿Qué queda, qué quedará de su obra, de su praxis?”
“Si las cosas no empeoran más y seguimos amando, pensando y luchando a lo largo de este siglo, el Siglo de la Gran Prueba en el decir de uno de sus grandes discípulos, Jorge Riechmann, de la praxis del traductor de Gramsci y Quine queda y quedará su inquebrantable compromiso con los más vulnerables; su decisiva participación en la lucha antifranquista desde posiciones comunistas democráticas a lo largo de más de dos décadas; sus 23 años de militancia en el duramente perseguido partido de los comunistas españoles y catalanes (PSUC-PCE), del que fue dirigente durante unos 15 años, tras renunciar a una plaza de profesor en el Instituto de Lógica Matemática y de Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster (Westfalia) donde estudió entre 1954 y 1956.”
“Queda y quedará su apoyo a las luchas mineras asturianas (…) y a muchas otras luchas obreras; su firme y arriesgada protesta (en compañía de muy pocos) contra el vil asesinato de Julián Grimau; su decisiva participación en la formación del SDEUB (Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona); su radical rechazo de la invasión de Checoslovaquia y del aplastamiento de la Primavera de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia (…); su equilibrado balance crítico de las luchas (no solo parisinas) de Mayo del 68; su participación en el encierro de Montserrat en protesta por las condenas a muerte del juicio de Burgos.”
“Quedará, debe quedar también, la indignación de los estudiantes antifranquistas y la ciudadanía democrática por sus dos expulsiones universitarias, por el maltrato que sufrió a lo largo de años y años, por la represión a la que fue sometido. Era un rojo, lo trataron como tal. Pero nunca lograron doblegarle.”
“Seguiremos recordando su decidida participación en la lucha de los profesores no numerarios, su apoyo a la lucha de maestros y profesores de secundaria, sus clases de alfabetización de adultos en la parroquia de Can Serra (L’Hospitalet de Llobregat, Barcelona), su coraje político y su protagonismo en la (polémica) constitución de la federación de enseñanza de CC.OO., en las luchas antinucleares de los años setenta y ochenta (fue miembro del Comité Antinuclear de Cataluña, CANC), en la lucha ecologista en general, en la lucha pacifista y antimilitarista, y especialmente en la movilización antiotánica (…). También su apoyo a la lucha feminista (…), sus documentadas y sentidas críticas a las posiciones defendidas por la izquierda institucional durante los años de la transición política española, sus certeras críticas al estalinismo, su concepto fuerte, no demediado, de democracia y de las libertades ciudadanas y obreras, la autenticidad y veracidad de su autocrítica…”.
“Manuel Sacristán, como dijera Brecht y cantara Silvio Rodríguez, fue un imprescindible, y es justo y razonable que le sigamos considerando como tal. Una muy activa y arriesgada vida militante y filosófica contra la barbarie, una larga trayectoria de lucha guiada por la conquista de una Humanidad libre, justa, fraterna y ecológicamente sostenible…”
“De esas arriesgadas prácticas que conllevaron vigilancia, controles, detenciones, encarcelamientos y sufrimiento surgieron textos y reflexiones esenciales para las tradiciones emancipatorias, para la lucha antifranquista, para la cultura democrático-socialista (nunca fue Sacristán un marxista teórico sin praxis; ‘no hay marxismo de mera erudición’ escribió)…”
“Es tarea nuestra que estas aristas prácticas, esenciales en su estar en el mundo, no se vayan desdibujando con el tiempo (…) Fue un agudo filósofo de la praxis…”
“De su obra teórica, mucha de ella no estrictamente teórica (…), su aportación rebasa con mucho lo que hay (que no es poco ni menor) en sus libros, ensayos, notas y artículos publicados (o pendientes de publicar). Muchos de quienes escribieron sobre él en los días que siguieron a su muerte reconocieron haber aprendido de él tanto en lo que escribía cuando en lo que hacía y en el trato personal. Paco Fernández Buey y Félix Ovejero han remarcado este punto con toda razón.”
“Empero, no ha habido ni habrá, hablando propiamente, ‘sacristanismo’, ‘paradigma Sacristán’, ‘cosmovisión Sacristán’, ‘escuela Sacristán’. No existe ningún ‘sistema filosófico’ (en la acepción clásica del concepto) a él atribuible que hayamos heredado. Nunca fue ese el objetivo de su filosofar. El traductor de El Capital no nos ha dejado una ética, una estética, una lógica, una metafísica, una ontología…”
“Pero queda –y debe quedar– su impecable rigor intelectual, su estilo filosófico, su método de estudio y análisis, su pasión por la verdad y el conocimiento, su incansable labor socrática (Joaquim Sempere), su agudeza crítica, su ‘saber leer’, su ser y estar filosóficos (…), sus ideas sobre modos de vida alternativos, sobre formas del buen vivir (Epicuro fue filósofo cercano), su racionalismo documentado y atemperado (…), su lucha ininterrumpida contra las diversas formas de irracionalismo, sus nunca olvidadas aproximaciones a la vida y obra de Antonio Gramsci (con el excepcional trabajo de edición de Albert Domingo Curto), sus neologismos (…), sus ricas aportaciones a los conceptos de práctica y dialéctica, y la ausencia de idealización al hablar de la relación entre la Naturaleza y el ser humano (también él Naturaleza).”
“También su concepción práxica, nada dogmática ni sectaria ni conservadora, de la tradición (…); su ampliación y renovación de la teoría (y de la praxis) marxista; la rectificación de erróneas ideas emancipatorias como la aspiración a un comunismo de la abundancia; su concepción del filosofar como un enfrentamiento reflexivo y comprometido con la realidad y la vida, como reflexión crítica ininterrumpida sobre la naturaleza y la sociedad entendidas como un todo.”
“Quedará, debe quedar un Sacristán epígono de Sócrates si se quiere, fuertemente asentado en una amplia y larga tradición filosófica. Quedará su vida de filósofo, su filosofar sobre la vida (Félix Ovejero, Joaquín Miras), su papel de profeta ejemplar (Antoni Domènech), que no de profeta guía, su concepción del socialismo: ‘El asunto real que anda por detrás de tanta lectura es la cuestión política de si la naturaleza del socialismo es hacer lo mismo que el capitalismo, aunque mejor, o consiste en vivir otra cosa’. Es vivir otra cosa, nos enseñó.”
“Podremos seguir leyendo, aprendiendo y disfrutando de sus textos de crítica literaria y teatral (Alberti, Wilder, Eugene O’Neill, Sánchez Ferlosio, Goethe, Heine, Brossa, Raimon), de sus interesantes escritos de juventud (personalismo, Simone Weil, Unamuno, Montesquieu, Kant, Husserl), de su tesis doctoral sobre la gnoseología de Heidegger (con su magnífico capítulo de conclusiones), de sus ricas y decisivas aportaciones al desarrollo y consolidación de la lógica y la filosofía de la lógica en España (¡cuánto bien hizo su Introducción a la lógica y al análisis formal!), de sus ricas (y críticas) aproximaciones a la obra de Ortega, de sus anotaciones de lectura (y aforismos) a grandes clásicos de las tradiciones filosóficas marxista y analítica (…), de sus observaciones metacientíficas (…), de su realismo: ni progresista ni fantasmagórico y siempre con nítida mirada autocrítica”.
“Seguiremos aprendiendo de su reflexión sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, que tanto agitó (y sigue agitando) las estancadas aguas de la filosofía española de los años sesenta, setenta y posteriores. Quedará (para seguir deslumbrados) su ingente obra de trabajador editorial, su impresionante trabajo de editor –pane lucrando, pero también de grandísima incidencia cultural–, de traductor (90 libros, más de 26.000 páginas, 5.000 de ellas de Lukács). Seguiremos recordando el proyecto OME (Obras de Marx y Engels) que tuvo entre manos y cerebro (12 libros editados de los casi 70 proyectados) y las revistas en las que participó, dirigió en ocasiones, y dejó huella: Qvadrante, Laye, Nuestras Ideas, Quaderns de cultura catalana, Nous Horitzons, Veritat, Materiales, mientras tanto.”
“Nos quedará la lectura y relectura de sus prólogos imperecederos (sí, fue también un filósofo de prólogos, ¿pasa algo?), de las entrevistas (más que entrevistas muchas de ellas), de sus notas editoriales, de sus textos de intervención política siempre de interés y con buena crítica: sobre libertad y privaticidad, sobre el diálogo entre marxistas y cristianos, sobre la polémica de la austeridad, sobre el aceite de colza, sobre el peligro de las guerras con armamento nuclear, sobre las huelgas de hambre.”
“Quedarán también sus (…) textos de marxista estudioso, agudo, penetrante y crítico (‘El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia’, ‘Karl Marx como sociólogo de la ciencia’, ‘¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?’), sus textos sobre el filosofar de Lenin, sus aportaciones sobre Engels, al que nunca consideró un segundo violín desafinado de la orquesta marxiana (‘La tarea de Engels en el Anti-Dühring’ es uno de sus grandes clásicos). Nos quedarán, es justo destacarlo, sus pioneras intervenciones sobre temas ecologistas (…), sus textos pacifistas y antimilitaristas, sus escritos de política socialista de la ciencia, los dedicados a los atisbos ecológicos en la obra de Marx, y a la tradición y los nuevos problemas, su idea de conversión del sujeto transformador. Quedarán sus trabajos sobre Gramsci, Lukács, Labriola, Heller, Harich, Markus, Korsch y tantos otros, y esa maravilla filosófica que crece y crece con el tiempo: sus anotaciones a la biografía de Gerónimo editada por S.M. Barrett…”
“En fin, como señaló Félix Ovejero, Sacristán fue un sabio, y el sabio ‘no juega con las ideas. No le vale cualquier idea porque sus ideas rigen su vida y quiere llevar su vida de la mejor manera. Se piensa en serio, como le gustaba decir a Sacristán’”.
“Además de sabio, Sacristán es también un autor clásico, cada vez más clásico, y, como él mismo dijera de Gramsci, los clásicos merecen no estar de moda nunca y ser leídos siempre y por todos (que así sea siempre en su caso).”
“La tarea es entonces, si cabe, más difícil, mucho más difícil, porque Sacristán, con excelente sentido del humor incluso en duros momentos de derrota (‘hablar y escribir como derrotados con buen humor, con autoironía’ dijo en sus últimos años), fue, como recordábamos, en serio, muy en serio. Su hacer, su pensar, su ejemplo, nos hizo, nos hace mejores.”

Panfletos y materiales (en adelante, PyM) recoge una parte sustantiva de sus escritos y entrevistas. El primer volumen, Sobre Marx y marxismo, se publicó en 1983. El segundo, Papeles de filosofía, un año después. En una de sus últimas cartas (30 de junio de 1985, dirigida a Eloy Fernández Clemente, director de la revista aragonesa Andalán), Sacristán hablaba de ellos con modestia –una de las virtudes intelectuales que más valoró– y sin olvidar circunstancias. “Estoy cascado, pero no chocheo”, le decía a su amigo. “Con esa precisión podrás inferir que no me olvido de los amigos (al menos, todavía, y si el estar cascado no da un “salto cualitativo”, tampoco los olvidaré en el futuro)”. Tenía que protestar de que su compañero llamara “magníficos” (¡lo eran!) a los dos tomos aparecidos de PyM. Le parecía que los dos volúmenes revelaban bastante bien “el desastre que en muchos de nosotros produjo el franquismo (en mí desde luego): son escritos de ocasión, sin tiempo suficiente para la reflexión ni para la documentación”. En cambio, le agradecía mucho lo que decía “de una posible utilidad mía en otras épocas. Supongo que también eso es falso, pero el hombre es débil y acepta algunas falsedades.” No era falso y no sólo en otras épocas.
Los volúmenes III y IV de PyM, titulados Intervenciones políticas y Lecturas, se publicaron tras su fallecimiento, en noviembre y diciembre de 1985. Dos años después, su discípulo Juan-Ramón Capella editó Pacifismo, ecologismo y política alternativa. Se recogen en él una buena parte de los textos que Sacristán escribió desde mediados de 1979, no sólo sobre los temas que se indican en el título del libro (reeditado por la editorial barcelonesa El Viejo Topo). Se incluye también, por ejemplo, su prólogo para la edición española, con traducción de su también discípulo Miguel Candel, del undécimo cuaderno de la cárcel de Antonio Gramsci (“alguien digno de amor”, escribió en una ocasión).
Esta edición tardía de PyM no explica, por supuesto, la enorme influencia que, durante décadas, tuvo Sacristán entre la ciudadanía española de izquierdas. Sin olvidar sus traducciones (tradujo unos noventa libros, más de 26.000 páginas, del alemán, francés, italiano, inglés, latín y griego clásico), antes de 1983, Sacristán había publicado cuatro libros: Las ideas gnoseológicas de Heidegger, su tesis doctoral, 1959; Introducción a la lógica y al análisis formal, 1964, básico para la consolidación de los estudios de lógica y filosofía de la lógica en España; Lecturas I, con sus prólogos para la obra en prosa de Goethe y Heine (empezó a trabajar sobre la obra de Brecht y Maiakovski), y Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, 1968, un artículo, publicado inicialmente como libro, que agitó –¡y de qué manera y por cuánto tiempo!– las estancadas aguas de la filosofía española.1 Había editado también dos libros esenciales: la Antología de Gramsci, 1970 (publicada inicialmente en México, no en España por censura) y sus anotaciones, verdaderas joyas filosóficas, a la biografía de Gerónimo editada por S. M. Barret, publicada en 1975 en la colección Hipótesis-Grijalbo que codirigía con su amigo y discípulo Francisco Fernández Buey. También había escrito artículos para enciclopedias. Entre ellos y destacadamente: “La filosofía desde la terminación de la II Guerra Mundial hasta 1958” y “Corrientes principales del pensamiento filosófico” (1968).
Hay que sumar también su memoria y materiales complementarios (sobre Leibniz) para las oposiciones a la cátedra de lógica de 1962 (que no consiguió por razones político-filosóficas, no por falta de méritos) y los artículos, notas y prólogos que fue publicando en la prensa legal (sólo un artículo sobre su maestro Heinrich Scholz en una revista académica, en Convivium, 1957) y, sobre todo, en la prensa clandestina vinculada al PSUC y al PCE. (Durante unos cinco años, entre 1965 y 1971, fue director de Nous Horitzons, la revista teórica (no legal) de los comunistas catalanes). Muchos de estos escritos fueron muy importantes para la formación marxista crítica de varias generaciones de militantes comunistas antifranquistas. Entre otros: “Para leer el Manifiesto Comunista”, “Tres notas sobre la alianza impía”, “La tarea de Engels en el Anti-Dühring”, “Cuatro notas a los documentos de abril del Partido Comunista de Checoslovaquia”, “Karl Marx”, “Cuando empieza la vista”, “A propósito del ‘eurocomunismo’”.2
No hay duda sobre la enorme y beneficiosa repercusión político-cultural de todos estos trabajos. Pero en mi opinión, para explicar la gran y dilatada influencia a la que he hecho referencia, es decisivo el papel del Sacristán oral, del Sacristán de conferencias, mesas redondas, seminarios (clandestinos en algunos casos), clases e intervenciones en reuniones del Partido, en actos de movilización democrática antifranquista o en reuniones de la revista ecosocialista mientras tanto3. Una buena parte de sus lectores lo fueron tras recibir el impacto de esa cara del poliedro Sacristán a la que me estoy refiriendo. Mi caso puedo servir como ilustración.
Fue en marzo de 1973, estudiaba entonces 2º curso de Matemáticas, cuando un compañero, militante de la izquierda comunista y algo mayor que yo, me regaló Los principios de la matemática de Bertrand Russell y el Manifiesto Comunista (que aún no había leído), y me habló de un tal Manuel Sacristán, totalmente desconocido para mí en aquel entonces, del que me dijo que iba a impartir una conferencia en los comedores universitarios de las Facultades de Letras barcelonesas al día siguiente. No te la pierdas, me aconsejó.
No me la perdí. Sacristán habló en aquella ocasión sobre uno de sus grandes temas: la universidad y la división social del trabajo. Inició su intervención a las 7 de la tarde; a las 10 seguía discutiendo con un pequeño grupo de asistentes, hasta que cerraron los comedores.
Mi formación marxista era entonces muy pobre, alimentada básicamente de biografías de clásicos de la tradición y de poetas comunistas (Neruda, Vallejo, Cernuda, Celaya). Apenas entendí nada de lo que expuso y argumentó. Me perdí más aún en el largo coloquio que siguió a su intervención. Sin embargo, su voz, el ritmo de su exposición, su tono y estar filosóficos, su no-lectura de un texto escrito, la fuerza y la belleza de su castellano, me deslumbraron. No había oído a nadie hablar así hasta entonces, con el rigor, la riqueza y la paciencia en las discusiones que mostró Sacristán aquella tarde. Tras aquella experiencia concluí lo que seguramente concluyeron muchos otros oyentes en circunstancias parecidas: debía intentar no perderme ninguna de sus intervenciones, tenía que hacerme con sus escritos, con sus libros.
Dónde daba clases, me pregunté también. Lo averigüé pronto: no daba clases, no le dejaban dar clases. Había sido expulsado por segunda vez y por las mismas razones políticas: era un rojo muy activo, de la Facultad de Económicas de la UB. ¿Qué hacía en Económicas? Me explicaron la historia: en 1959 había sido trasladado de facultad por las presiones del arzobispado barcelonés (¡Sacristán cometía la herejía de explicar a Kant a la manera ilustrada!), con la aquiescencia de una parte del profesorado, muy conservador y reaccionario, de la propia Facultad de Filosofía.
El mismo deslumbramiento que he explicado lo sentí en otras ocasiones. Una de sus conferencias que más me impresionaron (y me sigue impresionando) fue “Reflexión sobre una política socialista de la ciencia” (1979). Sacristán citó en aquella ocasión unos versos de Guillevic, poeta francés cuya existencia desconocía, al final del coloquio. No saqué mucho jugo filosófico al oírlos. Ahora, casi cincuenta años después, creo que transmiten en pocos versos nudos esenciales de su cosmovisión comunista (entonces ya ecomunista):
Nous n’avons jamais dit
Que vivre c’est facile
(No hemos dicho nunca
que vivir sea fácil)
Et que c’est simple de s’aimer…
(Ni que sea sencillo amarse…)
Ce sera tellement autre chose
(Pero será todo muy distinto)
Alors. Nous espérons
(Por lo tanto, tenemos esperanza)
No fui el único, fueron muchos los impactados por sus conferencias. Entrevistado en agosto de 2025, Albert Corominas, catedrático emérito de la Universidad Politécnica de Cataluña, se expresaba en estos términos sobre “Studium generale para todos los días de la semana”, una conferencia que Sacristán impartió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona el 8 de marzo de 1963:
“Iba a decir que tuve la suerte de asistir, pero no se trató exactamente de una suerte, porque la información de que se iba a celebrar aquel acto circuló organizadamente en el PSUC universitario y su entorno y, desde luego, no nos lo íbamos a perder. Creo que fue entonces cuando vi por primera vez a Sacristán y de aquella conferencia tengo todavía, tantos años después, un recuerdo imborrable.”
Las palabras de cierre de esta conferencia (recogida en PyM III) muestran el corazón de su ser político-filosófico y vital:
“La única manera de ser de verdad un intelectual y un hombre de lo que Goethe llamó la armonía, de la existencia humana sin amputaciones sociales, es una manera militante; consiste en luchar siempre, prácticamente, realmente, contra la actual irracionalidad de la división del trabajo, y luego, el que aún esté vivo, contra el nuevo punto débil que presenta entonces esa vieja mutilación de los hombres. Y así sucesivamente, a lo largo de una de las muchas asíntotas que parecen ser la descripción más adecuada de la vida humana.”
Lo demás era utopía, cuando no simple interés. Lo señalado, en cambio, era “un Studium generale y hasta un vivir general para todos los días de la semana”.
No puede asistir a ninguno de los seminarios que impartió (que no fueron pocos). Sabemos por el testimonio de varios asistentes (Xavier Folch, Joaquim Sempere) que, tras su regreso del Instituto de Lógica de la Universidad de Münster en 1956, dirigió uno sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel que superó todas las expectativas que aquellos jóvenes estudiantes inquietos, rebeldes, muy leídos y muy antifranquistas tenían en mente. También impartió seminarios sobre temáticas relacionadas con la lógica formal y su filosofía. Por la documentación depositada en la Biblioteca de la Facultad de Económicas de la UB, sabemos que Sacristán impartió un seminario, clandestino esta vez, sobre la Revolución de Octubre los días 8, 12 y 15 de noviembre de 1974. La primera sesión, no incluyo las fechas y datos comentados por él, siguió el siguiente esquema:
0. El punto de vista no puede ser de historiador –que no soy– sino práctico, de reflexión hecha hoy para hoy.
1. Algunos datos sociológicos de Rusia 1890-1914.
2. Cronología e historia externa.
3. Fijación de problemas para las dos sesiones siguientes.
3.1. Problemas sugeridos por los asistentes.
3.1.1. Por qué la revolución ocurrió en Rusia.
3.1.2. Hasta qué punto en la misma revolución de 1917 había ya gérmenes de degradación.
3.2. Temas más particulares o parciales que se convino en intentar comentar incidentalmente.
3.2.1. Relación Trotski-Bujárin-Lenin.
3.2.2. Relación URSS-China.
3.2.3. Rosa Luxemburg.
3.2.4. IIª y IIIª Internacionales.
3.2.5. Los problemas de las revoluciones victoriosas con sus izquierdismos.
Sacristán elaboraba para sus intervenciones un esquema detallado a la manera del Tractatus, no un texto redactado, que completaba con fichas, con textos comentados de autores que habían estudiado la temática expuesta.
De las intervenciones orales de Sacristán como dirigente y militante del PSUC-PCE quedan grabaciones en archivos del Partido que han sido cedidas a instituciones públicas. Tenemos también la documentación que se conserva, incluidas transcripciones, de los años de clandestinidad gracias al esforzado trabajo investigador de –entre otros– Miguel Manzanera, Giaime Pala, José Sarrión y Jordi Sancho Galán.
Quedan, por otra parte, los testimonios de compañeros. Francisco Fernández Buey, en “Cultura obrera y valores alternativos en la obra de Manuel Sacristán” (1995), observaba:
“Quisiera decir ahora un par de palabras sobre la forma que Manolo tenía de relacionarse con los trabajadores manuales. Podría dar muchos ejemplos de los que he sido testigo, pero me referiré sólo a dos. De uno de ellos creo que va a hablar Jaume Botey, de modo que sólo lo aludiré. Fue la experiencia de Can Serra [L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona)], en la que intentaba combinar la alfabetización de adultos y la formación político-cultural en condiciones muy difíciles para los trabajadores. Manolo, junto con Neus Porta, Fariñas y otras personas [el propio FFB entre ellas], hizo allí un trabajo que se recordará.”
El segundo ejemplo era la presentación del primer número de la revista (rojo-verde-violeta) mientras tanto, de la que Sacristán fue director, en la sede del sindicato de Comisiones Obreras (CC.OO.)
“Son dos cosas distintas, dos ambientes diferentes, pero que a mí me traen a la memoria un mismo recuerdo sobre la forma de relacionarse con los trabajadores. Manolo se consideraba uno de ellos, uno de los nuestros, no sé muy bien como decirlo: era uno más, allí, en Can Serra, y aquí, en CC.OO. No tenía ningún problema en mantener el mismo método, el mismo rigor, la misma profundidad de pensamiento, que siempre tuvo en sus clases, pero traducida al lenguaje de aquellos que tenía como interlocutores. No he visto nunca a nadie con la capacidad que él tenía para hacerse entender respecto a problemas difíciles de explicar. Y esto es, seguramente, lo más difícil siempre para un intelectual o para un profesor: cómo romper con nuestra forma normal de expresión, en nuestras clases o con nuestros colegas, para comunicar con personas que no son letradas y con las que compartimos ideas, creencias, ideales.”
De sus intervenciones en actos de movilización, nos han llegado sus palabras en la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB), mayo de 1966. (Sacristán es también el autor del Manifiesto del sindicato, que lleva por título “Por una Universidad democrática”.)
“Efectivamente no creo que sea cosa de perder la alegría, como decía el doctor García Calvo al terminar [AGC: “Con estas observaciones –y algunas más que si nos es permitido podrán seguirse cruzando entre vosotros y nosotros– es con lo quiero contribuir a la celebración de este triunfo vuestro de cuya alegría participo”].
En primer lugar, porque las situaciones de peligro de ser absorbido, a las que él se refería, no son exclusivas de ninguna ocasión. En ninguna situación está garantizado no ser absorbido, pues también el eterno protestario crítico resulta tan absorbible que hasta a veces le dan cargos…
Por otra parte, tampoco hay que creer en la gran novedad de esto, como en algunas de las intervenciones de ustedes se ha visto; es claro que esto que ocurre hoy tiene al menos diez años de edad. No con las mismas personas, pero sí a lo largo de una comunidad que ofrece por lo menos la garantía de que aquí no hay veleidades.
Yo me he resistido bastante, como habrán observado, a intervenir, un poco porque me siento entre dos sillas: hay momentos en los que no sé si estoy en la Universidad [NE: estaba fuera, no le habían renovado el contrato laboral] o estoy más bien ya fuera hace mucho tiempo y debo verlo como lo pueden ver otros sentados aquí. De todos modos, realmente hay que alegrarse, porque las dos sillas parecen muy robustas. La de madera fresca de ustedes y la impresionante sede, que no silla, de lo que es el Dr. Rubió.
Gracias por la invitación y hasta alguna próxima vez.”
Concluyo hablando de sus clases, puedo dar aquí también testimonio personal. Como tantos otros estudiantes de aquellos años, los de su vuelta definitiva a la universidad tras la muerte del general golpista y criminal (desde 1976-1977 hasta 1984-1985; en 1982-1983 dio clases en México, en la UNAM), fui alumno no matriculado durante tres cursos de sus clases de Metodología de las Ciencias Sociales y en seminarios complementarios sobre Bunge, Popper y Kuhn. Asistía siempre que podía, que no era siempre. Trabajaba, era representante sindical, y proseguía mis estudios de Filosofía. El tiempo no me daba para más.
No fui su mejor alumno, los tuvo más aplicados y constantes. José Alonso Fajardo, David Vila Morales y Joan Benach, por ejemplo, estudiantes de Medicina los tres, grabaron sus clases de 1981-1982 y de 1983-1984. También lo hicieron dos estudiantes de Económicas, Xavier Martín Badosa y Jesús Muñoz Malo, que grabaron y transcribieron sus clases del último curso que pudo impartir, 1984-1985. (La transcripción de este curso ha sido publicada por Miguel Manzanera; la del curso 1981-1982 ha sido editada en el volumen III de Filosofía y Metodología de las Ciencias Sociales, Barcelona: Montesinos, septiembre de 2025).
¿Qué decir de esas clases? Compartiendo una célebre preocupación vital de Goethe, el joven Sacristán, reseñando críticamente la edición de J. M. Perrin de algunos escritos de Simone Weil (Attente de Dieu, París, 1950), escribió en la revista Laye: “Poco a poco va uno descubriendo que es más difícil saber leer que ser un genio”. De aquellos seminarios a los que he aludido se desprende que Sacristán sabía leer, que leía muy bien, leía en profundidad. Lo veíamos en todas las sesiones, cuando, tras nuestra lectura en casa del capítulo correspondiente, comentábamos los puntos centrales de cada apartado. No se le escapaba detalle.
En algún curso, no siempre fue así, las clases de Metodología (tres horas por semanas, además de la hora de los seminarios) las organizaba en base a un manual de una socióloga francesa. De forma parecida a los seminarios, para cada sesión teníamos que leer unas páginas del libro; pocas, no nos pedía imposibles. La clase la organizaba en base a nuestras dudas y sobre temas y conceptos sobre los que no habíamos preguntado, pero que él creía que era necesario desarrollar. No es que improvisara sin ton ni son, no es que no preparara las clases. Sacristán, como ha señalado el poeta Carlos Piera, era incapaz de dar una clase sin haberla preparado con detalle.
No exigía asistencia obligatoria. Nos pedía que, por favor, no tomáramos apuntes. Argumentaba que no era posible tomar apuntes, seguir la clase, reflexionar, intervenir, estar sosegados. Algunos estudiantes no le hacían caso; yo entre ellos. Me situaba lejos de las primeras filas, para no incomodarle, y tomaba apuntes con todo detalle, sin perderme nada, apuntes que pasaba a máquina inmediatamente con el mayor cuidado cuando llegaba a casa. Los conservo aún.
La misma impresión que muchos tuvimos en los años setenta y ochenta tendrían sus primeros alumnos. Al leer los apuntes que se conservan de la asignatura de Fundamentos de Filosofía del curso 1956-1957, su primer año como profesor universitario, he pensado muchas veces que para los estudiantes de aquellos años, teniendo en cuenta la situación de la filosofía española en aquella época y, salvo escasísimas excepciones, los temas y características de los filósofos titulares (La tradición de la intradición de Víctor Méndez Baiges es un excelente libro para hacerse idea), considerarían a Sacristán algo así como un filósofo extraterrestre. Cuando algunos de ellos supieron que era, además, dirigente del partido duramente perseguido de los comunistas catalanes, su sorpresa adquiriría dimensiones transfinitas: ¡Rojo, antifranquista comprometido, metodólogo, marxista competente, excelente profesor, filósofo, lógico y gran traductor, todo en uno!
Uno de esos alumnos, Josep Mercader Anglada [JMA] ha explicado sus impresiones cuando fue alumno suyo, en aulas abarrotadas, en la Facultad de Económicas, antes de su expulsión en 1965. JMA recuerda que Sacristán les informó el primer día de clase que dedicaría el curso a la lógica formal y a la epistemología. Justificó la utilidad que podía tener el aprendizaje de la lógica en su formación como economistas, como científicos sociales, y añadió que la lógica formal era un campo de la filosofía poco susceptible de tendencias ideológicas y que, por consiguiente, “esperaba no poder ser acusado por nadie de desvaríos en sus explicaciones en clase”. JMA coligió que Sacristán había podido tener problemas en cursos anteriores. A él, aprender algo de lógica le atraía suficientemente, “con un profesor, con problemas con las autoridades, todavía más.”
Eran bastante más de cien los alumnos matriculados, recordaba JMA. Sus clases estaban siempre llenas a rebosar, a menudo con alumnos sentados en los escalones de los pasillos. A pesar de que él, en general, se saltaba “olímpicamente todas las clases” (¡en el bar de la facultad se aprendía más!), y que dejó la carrera de Económicas dos años después, no faltó nunca a las clases de Fundamentos. Llegaba antes de la hora para no tener que sentarse en los pasillos o en la misma tarima. A pesar de la masificación, no había barullo: “en sus clases el silencio era total, la atención completa. Todos tomábamos apuntes como si nos fuera la vida en aquella asignatura.”
Un día una estudiante se mareó. Por el sofoco de tanta gente apretujada. Antes de darse cuenta de lo que sucedía, vio que Sacristán se interrumpía de repente, saltaba de la tarima al suelo por encima de los alumnos allí sentados, y se acercaba a la segunda o tercera fila para interesarse por ella. Entre él y algunos estudiantes acompañaron a la joven fuera del aula, “nos tuvo un buen rato aguardando”, hasta que regresó a la pizarra y les comunicó que su compañera estaba bien, que no había pasado nada. “Yo ya conocía al Sacristán maestro, aquel día conocí a Sacristán como persona”.
JMA conoció todavía mejor a su profesor cuando realizaron un examen parcial de la asignatura. Sacristán se presentó con todos los exámenes “magnífica y concienzudamente corregidos” en la clase siguiente. Antes de devolverlos, les indicó que aquella prueba debería servir como un balance entre lo que ellos habían asimilado y su percepción previa de ello. “Comentó lo que creía válido como repuesta a cada una de las cuestiones planteadas y, antes de repartir los exámenes, nos hizo un breve comentario personal, en voz alta, ¡uno por uno!”. Si alguien prefería que no lo hiciera, “podíamos indicárselo con un simple gesto. Pero nos pidió, eso sí, que fuéramos atendiendo a todas aquellas observaciones porque, aunque no fueran dirigidas a todos, también nos podían ser de utilidad.”
JMA recuerda bien el comentario que Sacristán hizo de su examen. “Usted escribe poesía, ¿verdad?”, le preguntó. Sí, admitió. “Se nota. Su examen está bien, pero adolece de una redacción torturada, como si tuviera que luchar para encontrar en cada frase la palabra exacta”. Comentario ajustadísimo en opinión del propio examinado “Al instante, había detectado mi talón de Aquiles. En los folios del examen había otros comentarios escritos y una nota que me supo a poco, un 8, pero que tuve que reconocer que era seguramente la que me correspondía”.
Juan-Ramón Capella, discípulo suyo fallecido recientemente, también ha dejado testimonio de esas clases de Fundamentos en su biografía política de Sacristán:
“Las clases de Manolo, que da con gran naturalidad, con rigor absoluto pese a la necesidad de hacerse comprender en el ambiente de los estudiantes de Económicas, estaban inteligentemente concebidas y rigurosamente preparadas. Se articulaban en torno a una gran cuestión central, siempre planteada con detalle, cuyos aspectos eran desplegados y debatidos ante los estudiantes para llegar a conclusiones de gran ponderación, muchas veces enteramente abiertas. Los oyentes no siempre comprendíamos todas las implicaciones de una explicación así, pero al menos advertíamos que había más materia para reflexionar que la inmediatamente accesible y, por otra parte, los estímulos e indicaciones para el estudio y la lectura resultaban impagables.”
El prestigio derivado de la calidad de su magisterio fue durante años la única, “pero en definitiva débil protección de Manolo contra la represión de que fue objeto continuamente, ya que le tocó ser en Barcelona uno de las primeras personas en quien volvía a hacerse visible –por supuesto, sólo en círculos bien informados– el partido comunista.”
Andando el tiempo, prosigue Capella, las multitudinarias clases de Sacristán (solía tener en el aula a miembros de la Brigada Política-Social, la DINA del franquismo) se convirtieron en referencia para los estudiantes también en otros términos: “los actos culturales organizados por ellos –como una conferencia del biólogo Faustino Cordón, o una mesa redonda sobre “el realismo en la literatura” entre Celaya, José Agustín Goytisolo, Barral, Gil de Biedna y García Hortelano– se convocaban ‘después de la clase de Sacristán’.” Y también se convocaba de boca en boca para “después de la clase de Sacristán”, manifestaciones estudiantiles que trataban de llegar hasta las Ramblas barcelonesas, donde, inevitablemente, hacía su aparición la policía franquista para imponer el orden, su orden.
Concluyo: no se han editado hasta el momento las grabaciones de sus clases de Metodología; sí, en cambio, algunas de sus conferencias. Cinco de ellas están incluidas como material complementario de los ocho documentales dirigidos por el historiador y cineasta barcelonés Xavier Juncosa sobre su obra y su vida: Integral Sacristán, Barcelona: El Viejo Topo, 2006. Permítanme una sugerencia: si tienen ocasión, escúchenlas. No es lo mismo que haberlo visto y oído en vivo, pero se siente la fuerza, la originalidad, la sustantividad de sus intervenciones, la belleza de sus explicaciones y sugerencias.
Por cierto: aprovechen de paso y vean los ocho documentales. El octavo está dedicado a Giulia Adinolfi, hispanista italiana, esposa-compañera de Sacristán. No les decepcionarán. No se olviden de mi consejo.
Salvador López Arnal
NOTAS
1 Véase Salvador López Arnal, “Se despertó… Y el buen filosofar seguía allí. En torno a las posiciones metafilosóficas de Manuel Sacristán Luzón”, en Corsario Rojo, nro. 2, verano austral 2023, disponible en https://kalewche.com/cr2.
2 Entrevistado por Esteban Lines para el diario barcelonés La Vanguardia, 8 de diciembre de 1981, observaba Sacristán sobre el estilo filosófico de sus escritos: “Al principio escribía poco porque no tenía tiempo; luego fui haciendo de la necesidad virtud. Lo que había sido una necesidad la acepté luego como una solución: escribir en un estilo condensado, que generalmente tiende a conceptual. Yo ya lo lamento, pues me gusta mucho más Cervantes que Quevedo, pero he de reconocer que siempre he escrito con urgencia.”
3 Entre esas mesas redondas, no puedo dejar de referirme a la que en 1978 compartió con el escritor Manuel Vázquez Montalbán en torno al estalinismo: “una tiranía sobre la población soviética, una tiranía asesina sobre el proletariado soviético y conservar la nostalgia de eso es estúpido y criminal”. Años antes se había manifestado también, en una nota al pie de página de un artículo sobre el «marxismo ortodoxo» del autor de Historia y consciencia de clase, en estos términos: “En Lukács, como en cualquier comunista inteligente, crítica del estalinismo es autocrítica, porque no es sensato creerse insolidario de treinta años del propio pasado político, aunque uno tenga sólo veinte”.