Saltar al contenido
lunes, Oct 13, 2025
Kalewche

Quincenario digital

Menú principal
  • Quiénes somos
  • Contacto
  • Secciones
    • A la Deriva
    • Argonautas
    • Balsa de Totora
    • Barquito de Papel
    • Brulote
    • Cartas Náuticas
    • Clionautas
    • El Faro y la Bruma
    • Escorbuto
    • Jangada Rioplatense
    • Kamal
    • Krakatoa
    • Kraken
    • Kukulkán
    • Lanterna
    • Lobodon
    • Naglfar
    • Naumaquia
    • Nautilus
    • Nocturlabio
    • Parley
    • Saloma
    • Zheng Shi
  • Autores
  • Suscripciones
  • Revista Corsario Rojo
Krakatoa Nuevo Roméo Bondon

Élisée Reclus: el Antropoceno antes de hora

12 de octubre de 202512 de octubre de 2025
Kalewche

Retrato de Élisée Reclus. Fotografía tomada por Nadar en 1885. Fuente: Gallica (Biblioteca Nacional de Francia).

Empezamos a seguir la página web Terrestres, “una revista de ecologías radicales” –así se presenta al público– hecha en Francia desde 2018. “La revista Terrestres –señalan sus editores– es un medio asociativo que funciona gracias a una redacción híbrida: un equipo de tres periodistas rentados y un grupo de investigadores y activistas (…) en sintonía con los retos teóricos, prácticos y políticos del pensamiento ecológico contemporáneo”. Terrestres se asume como ecosocialista y decrecentista, como un “laboratorio de ideas, luchas y prácticas que se inventan para responder a la catástrofe ecológica y contrarrestar el dominio del capitalismo sobre los seres vivos”.
El 12 de septiembre, la revista publicó un interesante artículo sobre el geógrafo ácrata francés Élisée Reclus (1830-1905), uno de los grandes clásicos de la ciencia decimonónica y de la tradición anarcocomunista: « Élisée Reclus, l’anthropocène avant l’heure », de Roméo Bondon. Se trata de un extracto de su libro Élisée Reclus et la solidarité terrestre, que acaba de aparecer en la colección “Precursores del Decrecimiento” de la editorial bretona Le Passager clandestin. Lo hemos traducido al castellano, para nuestra sección de ecología Krakatoa.
La publicación francesa incluye un copete que dice lo siguiente: “Ya en 1860, cuando el carbono aún no había invadido la atmósfera y el plástico no existía, el geógrafo y militante anarquista Élisée Reclus describía a los seres humanos como agentes geológicos que modificaban el clima. A lo largo de su monumental obra, consigue hacer que el mundo resulte más familiar, al tiempo que desarrolla la idea de una condición terrestre.”
Un poco de información acerca del autor: Roméo Bondon es doctorando en geografía ambiental. Colabora activamente con la revista Ballast, para la que realiza entrevistas, reportajes, artículos y noticias. En sus investigaciones aborda los animales desde una perspectiva geográfica, así como la formación y difusión de la cultura socialista. Ha combinado estos dos campos en Le bestiaire libertaire d’Élisée Reclus (2020), publicado por la editorial Atelier de création libertaire, y es también autor de Sangliers – Géographies d’un animal politique, coescrito con Raphaël Mathevet (Actes Sud, 2022).
Por razones de economía editorial, hemos prescindido de las referencias bibliográficas y hemerográficas en notas al pie. Quienes necesiten consultarlas, pueden hacerlo en la publicación original.



Interactuar con la Tierra

Al despedir a su amigo y compañero, fallecido unos días antes, Piotr Kropotkin pronunció estas penetrantes palabras: era “uno de los que mejor había sentido y vivido el vínculo que une al hombre con toda la Tierra, así como con el rincón del mundo en el que lucha y disfruta de la vida”. Todo está dicho. Desde los primeros artículos publicados en la Revue des Deux Mondes hasta L’Homme et la Terre, pasando por La Terre y los diecinueve volúmenes de la Nouvelle géographie universelle, Élisée Reclus no cesó de repetir, precisar y demostrar que las acciones humanas en el planeta no están exentas de efectos y, por lo tanto, implican responsabilidades.

En un artículo publicado en 1864 sobre Man and Nature, una obra del diplomático estadounidense y defensor de la preservación de la naturaleza George Perkins Marsh, Reclus señala que los seres humanos, “convertidos, por la fuerza de la asociación, en verdaderos agentes geológicos, (…) han transformado de diversas maneras la superficie de los continentes, cambiado la economía de las aguas corrientes, modificado los propios climas”. Inaugurando una concepción dialéctica del progreso que nunca acontece sin su parte de «retroceso», que conservará hasta en sus últimos textos, detalla a partir de varios ejemplos la diversidad de modalidades que abarca la acción humana sobre la naturaleza. “Por un lado, construye; por otro, deteriora”, según el estado social y el progreso de cada pueblo, contribuyendo a veces a degradar la naturaleza y otras a embellecerla”. Y añade que, convertida en “conciencia de la tierra”, la humanidad se civiliza a medida que comprende que “su propio interés se confunde con el interés de todos y el de la propia naturaleza”.

Es difícil no pensar en el ya conocido concepto de Antropoceno para describir esta era en la que, al parecer, hemos entrado:

“Sin necesidad de admitir un cambio de eje y la variación de las latitudes terrestres, se puede afirmar que la época actual, al igual que las épocas anteriores, ofrece también, en sus climas, toda una serie de cambios sucesivos, y la historia ya nos demuestra que, en estas modificaciones tan importantes del régimen de nuestro globo, las obras de la humanidad intervienen en gran medida.”

Evidentemente, para Reclus no se trata de encontrar el «clavo de oro» que date con precisión el comienzo de este nuevo período geológico. El carbono contenido en la atmósfera apenas comienza a aumentar bajo los golpes de una industrialización feroz, mientras que el plástico, que es la marca de nuestro tiempo, aún no se conoce. Sin embargo, su conciencia de los efectos planetarios producidos por modificaciones localizadas que se suman unas a otras nos invita a la reflexión.

Como reflejo de esta concepción original, Reclus no duda en conferir a los elementos o a los medios naturales una personalidad, incluso una capacidad de acción. Así, bajo su pluma, las montañas son “seres dotados de vida” que se revelan compuestos por “individuos geográficos que modifican de mil maneras los climas y todos los fenómenos vitales de las regiones circundantes por el solo hecho de su posición en medio de las llanuras”. Por lo tanto, se trata de describir en todas las partes del mundo y en el más mínimo de los fenómenos observados “la acción combinada de la naturaleza y del propio hombre, que reacciona sobre la Tierra que lo ha formado”.


Hacer el mundo más familiar

Las dos Historias –de un arroyo y de una montaña–publicadas en 1869 y 1880, son quizás sus textos que mejor ilustran este enfoque. Se hacen eco de su convicción de que “la ciencia debe ser algo vivo”. Ambos relatos aparecen en la editorial Hetzel, que también publica a Julio Verne, en una colección titulada “Biblioteca de Educación y Recreación”, lo que da una buena idea del contenido de las obras: dos paseos informativos, uno por una cuenca hidrográfica, desde el manantial hasta el océano, y otro por una cordillera, junto a los animales y los seres humanos que la pueblan. Cuando empieza a trabajar en esta segunda obra, Élisée confiesa su intención a su editor, pero también sus dudas: “Mi libro es a la vez ciencia y poesía, pero sería mejor que fuera una cosa o la otra; me temo que el género en sí mismo sea erróneo”. Sin embargo, es precisamente esta mezcla la que ha asegurado a las dos Historias una posteridad que no han desmentido las reediciones más recientes, a lo que hay que añadir el compromiso del autor con su texto, sin dudar en movilizar su experiencia, en convocar los sentidos de los lectores y lectoras, en concluir, como siempre, en un horizonte emancipador, el de una fraternidad universal.

Además, sea cual sea la escala en la que se sitúe y sea cual sea el paso del tiempo considerado, Élisée Reclus intenta captar los fenómenos terrestres con cierta familiaridad. En esto, sin duda le ayudaron los avances de la época en materia de transporte. Como escribe al comienzo de un artículo publicado en 1866,

“Desde hace algún tiempo se manifiesta un verdadero fervor en los sentimientos de amor que unen a los hombres de arte y ciencia con la naturaleza. Los viajeros se dispersan en enjambres por todas las regiones de fácil acceso, notables por la belleza de sus parajes o el encanto de su clima.”

El mundo, nos dice Reclus, sufre una especie de disminución a medida que se multiplican las vías de comunicación. Su uso se ha vuelto más accesible y su desgaste, dirían hoy algunos críticos del turismo, más rápido.

En el último tomo de la Nouvelle géographie universelle, Élisée adopta una mirada retrospectiva sobre los cambios que ha vivido durante los veinte años que le ha llevado la elaboración y publicación exhaustiva de su gran obra: “Por todas partes, la red de viajes cubre el planeta como una red de mallas cada vez más estrechas. (…) Cada año se acorta la duración de la vuelta al mundo, que ahora se ha convertido para algunos hastiados en una fantasía banal”.

Su larga y continua práctica de la Tierra le hizo, evidentemente, sensible a las formas de representarla. Hizo un uso abundante de la cartografía y para ello pudo contar con las competencias del anarquista suizo Charles Perron. Juntos desarrollaron mapas no solo de localización, sino también económicos, estadísticos y geopolíticos, lo que constituía una verdadera novedad para la época.

Pero eso no es todo. El intento más original, sin duda, de “despojar al Estado del monopolio de la producción de imágenes del mundo” fue el proyecto de construcción de un globo terráqueo para la Exposición Universal de 1900, celebrada en París. Su objetivo entonces: “Introducir la geografía en la ciudad”. Compartía preocupaciones pedagógicas con todo el movimiento anarquista, así como con el urbanista escocés Patrick Geddes, que trabajaba con el sobrino de Élisée, Paul Reclus, ese “constructor de los más diversos globos, relieves y dispositivos de representación del mundo”, para producir una representación a escala reducida de la superficie terrestre de Escocia.

El planeta, esa “gran patria”, es por tanto para Élisée un lugar familiar, tanto porque conoce muchas de sus regiones como porque, en su defecto, intenta, mediante la imaginación y el conocimiento, situarse entre las sociedades que evoca, impregnándose por completo de los paisajes que describe, situándose “desde el punto de vista de la solidaridad humana”.

Por último, la descripción de la Tierra, ese “maravilloso conjunto de ritmo y belleza”, no estaría completa sin conceder un lugar destacado a los demás animales, en una palabra, a todo lo que vive. Esta inclusión, bastante habitual para las plantas en una época donde la geografía botánica está en auge, lo es mucho menos para la fauna, tanto silvestre como doméstica, que se aborda en cada volumen de la Nouvelle géographie universelle y se convierte en un tema y una preocupación aparte en los últimos textos de Élisée Reclus. La mención de tal o cual animal se acompaña, al final de su vida, de una valoración de la cooperación interespecífica, en particular en “La gran familia”, o de posiciones éticas, como en “A propósito del vegetarianismo”.

Roméo Bondon

Etiquetado en: Anarquismo Antropoceno cambio climático ecología Élisée Reclus geografía naturaleza

Artículos relacionados

30 de abril de 2023

Una ofensiva «anticolapsista»

21 de abril de 2024

La ecología política y el debate sobre decrecimiento

27 de abril de 2025

Ecomunismo. Defender la vida: destruir el sistema

Navegación de entradas

Anterior Entrada anterior: La gorila Koko y ChatGPT: los riesgos de olvidar que tu IA es idiota y no piensa
Siguiente Entrada siguiente: La representación de la pobreza en «El primer hombre» de Albert Camus. En busca del padre perdido

¡Síguenos en nuestras redes!

  • Correo electrónico
  • Facebook
  • Instagram
  • Twitter
Copyleft. Permitida la reproducción citando al autor e incluyendo un enlace al artículo original. Tema: Themematic por News Base .
domingo octubre 12, 2025