Ilustración: The Mole, de Sean Briggs (2014). Fuente: www.seanbriggs.co.uk/the-mole
Nota.— Próximamente, entre fines de abril y comienzos de mayo, publicaremos el sexto número de Corsario Rojo, la revista en PDF del semanario Kalewche (revista antes trimestral, ahora semestral). Uno de los ensayos que engrosarán la sección Bitácora de Derrotas de CR6 se llama “Los dilemas del ecologismo: la perspectiva de un topo”, de nuestro compañero Ariel Petruccelli, aún en proceso de redacción. De allí hemos extraído un fragmento a modo de adelanto, para ir palpitando el nuevo material en los últimos días de espera.
La reutilización que hace Ariel de la pregnante metáfora marxiana del “viejo topo” ha sido nuestra fuente de inspiración a la hora de buscar y escoger, en la vasta iconografía del arte contemporáneo, una ilustración para el presente extracto de anticipo. Dejamos constancia de algo: en el tropo zoológico-revolucionario del zapador subterráneo, tan fértil para la tradición socialista, han abrevado muchos intelectuales y militantes de todo el mundo, entre otros, los camaradas españoles de El Viejo Topo, infatigables difusores del pensamiento de izquierdas.
Recientemente, Kohei Saito ha ofrecido poderosos argumentos a favor de la perspectiva ecológica presente en Marx. Se dio a conocer en 2017, con Karl Marx Ecosocialism: Capital, Nature, and the Unfinished Critique of Political Economy.1 Su segunda obra –Marx in the Anthropocene– ha sido un éxito de ventas en Japón, el cual culmina con un encendido alegato en favor de un “comunismo decrecentista”2. El impacto intelectual de las obras de Saito es innegable, incluso sorprendente. Sin embargo, su exégesis de la obra marxiana parece algo forzada,3 y la idea de un socialismo decrecentista dista de ser nueva incluso dentro de la tradición marxista. Manuel Sacristán abogaba por una perspectiva así a principios de los años ochenta del siglo pasado, en tanto que la obra de Wolfgang Harich, Comunismo sin crecimiento, fue publicada en 1975. Más allá de las eventuales operaciones publicitarias, el éxito de Saito revela en buena medida una nueva situación cultural, al menos en algunos países.
El enfoque decrecentista de Saito ha sido criticado con vehemencia por Matt Huber y Leigh Phillips.4 Evidentemente, en un mundo donde la mayoría de las personas tienen dificultades para “llegar a fin de mes”, carecen de vivienda y su salud no es adecuadamente atendida (para no hablar de la pervivencia de la desnutrición), decirle a esa gente que le economía es demasiado grande parece un contrasentido. En términos de «táctica» política, buena parte de la crítica que Huber y Phillips hacen a Saito es atendible. Pero «estratégicamente» es errada, porque efectivamente todo indica que la economía capitalista es demasiado grande para nuestra biósfera. Ambas cosas pueden ser ciertas porque el mundo que habitamos es fantásticamente desigual. Es muy sensato, pues, que autores como Saito reclamen la necesidad de un relativo decrecimiento económico, y es muy comprensible que una perspectiva así concite gran atención, especialmente entre intelectuales de clase media de países capitalistas avanzados (que en cierto modo «están de vuelta» de ese tipo de desarrollo consumista). Se comprende, también, que en muchos países periféricos y entre la población pobre y trabajadora esa perspectiva genere menos entusiasmo, e incluso rechazo. En su crítica a Saito, Huber y Phillips afirman: “No basta con decir que la producción tropieza con límites naturales a partir de cierto punto: siempre y en todas partes está constreñida por límites naturales. Y estos límites, lejos de ser intangibles, pueden ser superados por la ciencia y la tecnología, combinadas con un horizonte igualitario”. Desde luego que, en cierto sentido, es así. Pero el problema es que el capitalismo impulsa una loca carrera superando límites que no es nada claro que tenga sentido superar. No todo lo que se puede hacer debe ser hecho. La dinámica social del modo capitalista de producción tiene que ver con la superación de límites a la valorización del capital. Pero no necesariamente rompe los límites de las potencialidades creativas humanas. De hecho, parece atrofiar muchas de las más reivindicables capacidades humanas (por ejemplo, las capacidades críticas y reflexivas), al tiempo que exacerba algunas de las más deplorables: como la producción de armamento o la pornografía entre muchos ejemplos posibles. En la actualidad, el desarrollo de la (mal) llamada inteligencia artificial se conjuga con una merma de las capacidades intelectivas de la mayoría de la población. En medio de las tecnologías más fabulosas, crecen como hongos todo tipo de fundamentalismos religiosos, pensamiento mágico y fakes news. ¿De verdad necesitamos la parafernalia tecnológica hoy existente para enviar videos de gatitos? Buena parte del consumo actual no solo es en gran medida innecesario: es en muchos casos dañino.
El socialismo no puede consistir en el mismo tipo de desarrollo capitalista, pero al alcance de todos y todas. Un socialismo genuino debe reivindicar un tipo de vida distinto: no un automóvil para cada persona, sino un transporte público eficiente y sustentable; menos objetos descartables y más bienes duraderos; reducir el hincapié en los artículos superfluos y ampliar las posibilidades de conocimiento; menos publicidad (incluso ninguna) y más literatura; desincentivar los viajes preprogramados con sentido mercantil (aquellos que proporciona la industria del turismo) e incentivar la exploración en profundidad y el autoconocimiento. No hay ninguna certeza de que en una sociedad que haya socializado los medios de producción, democratizado los criterios de inversión e igualado fuertemente los ingresos personales vaya a tomar las mejores decisiones sobré qué producir y cómo hacerlo. Democráticamente se pueden tomar, desde luego, decisiones erradas. Pero en el capitalismo, estas decisiones fundamentales son potestad exclusiva de una exigua minoría (la clase capitalista), que se orienta no por un sentido del bienestar general sino buscando la maximización de sus ganancias privadas. Por consiguiente, toda demanda decrecentista orientada a racionalizar la producción y el consumo debe estar intrínsecamente relacionada con una orientación socialista, en la cual, además, el socialismo no sea visto como un objetivo distante, sino que sea un objetivo actual. Sin esto, las propuestas decrecentistas pueden ser fácilmente manipuladas por el capital, fragmentando a la clase trabajadora y alineando los impulsos ecologistas radicales con propuestas meramente cosméticas que no alteran las bases de un sistema social explotador del trabajo y depredador de la naturaleza. Toda reivindicación decrecentista es inaceptable sin una reivindicación aún más enfática –teórica y práctica– de la igualdad. El decrecentismo debe ser revolucionario. Si las políticas de decrecimiento se disocian de la transformación revolucionaria, no serán más que un nuevo maquillaje verde para la rapacidad capitalista.
Aunque el «crecimiento» es en buena medida una consecuencia lógica del capitalismo (así como una piedra basal ideológica del mismo), no se puede descartar el empleo de reclamos ecológicamente decrecentistas, todo lo hipócritas y parciales que se quiera, por parte de defensores entusiastas del capitalismo. Ya hay ejemplos concretos. En Argentina, por ejemplo, Mauricio Macri defendió siendo presidente la necesidad de no “consumir energía de más”, evitando “andar en patas y en remera” en invierno. El consejo es sensato, pero emitido por un depredador como Macri –cuyo tren de vida le permite gastar en una sola cena el dinero que una familiar emplearía en un mes– es de una hipocresía descomunal.5
Respecto a toda esta cuestión, el pensamiento de Saito es, como poco, ambiguo. Como señalara Esteban Mercatante: “a pesar de las críticas que dirige Saito a las corrientes postcapitalistas por su ‘realismo capitalista’, la hoja de ruta política que propone no es en los hechos muy diferente”. Y luego, agrega lo siguiente:
“la necesidad de ‘expandir la democracia fuera de los parlamentos mediante la ampliación del ámbito de lo común hasta que alcance la dimensión de la producción’, no se alcanzaría ‘expropiando a los expropiadores’ capitalistas, sino mediante ‘cooperativas, la propiedad social o la ciudadanización’, cuestiones todas que aparecen como la creación de espacios ‘comunes’ sin una ruptura del régimen capitalista y su Estado, sino como procesos que ocurren en los marcos del mismo. Aunque se menciona la importancia de alcanzar el terreno de la producción, esto no aparece relacionado con una estrategia para que sea la clase trabajadora la que hegemonice en una perspectiva de transformaciones profundas, sino que el énfasis aparece en ‘asambleas ciudadanas’ y otras iniciativas similares para ‘renovar’ la ‘democracia parlamentaria’ en combinación con el municipalismo encarnado por ejemplos como el de Barcelona en Comú. Es decir, el mismo ‘realismo capitalista’ que criticaba parece impregnar la perspectiva de Saito”6
El tecno-optimismo, piedra basal de la ideología capitalista, merece una crítica prudente. Aunque Saito exagera la dimensión ecológica en la obra de Marx, al que presenta como un decrecentista avant la lettre, hace bien en recordar que Marx no fue un tecno-optimista. Y es fundamental tener presente que el autor de El capital no conoció la edad dorada de la publicidad ni, estrictamente, la sociedad de consumo. A finales del siglo XIX era razonable pensar que, satisfechas las necesidades de alimentación, vestido y vivienda, las personas podrían dedicarse a actividades autorrealizativas (la ciencia, el arte, etc.). Sin embargo, la escandalosa realidad de la sociedad de consumo creada por el capitalismo –ni hablar en estos últimos años de capitalismo digital– es que la alienación mercantil puede alcanzar cotas astronómicas: no importa cuánto se consuma, nunca es suficiente. Y la autorrealización productiva es permanentemente desincentivada y saboteada por los mecanismos inherentes al dominio del capital. La sociedad capitalista peca a la vez por exceso y por falta: exceso de consumo superfluo en un polo, carencia de bienes y servicios esenciales en el otro.
El «prometeísmo tecnológico» que informa la crítica de Huber y Phillips es uno de sus aspectos más endebles, aunque se halla muy lejos de las ingenuidades de Aaron Bastani y su “comunismo de lujo completamente automatizado”7. Su tecno-optimismo difiere poco, de hecho, del de los ideólogos del capital. Y les lleva a cometer errores de apreciación de gran calado. Un ejemplo entre muchos:
“Durante la pandemia de Covid, quedó demasiado claro que la producción de vacunas redundaba en interés de toda la humanidad; y vimos cómo ésta se veía frenada irracionalmente por la búsqueda de beneficios de las multinacionales de la salud. Así, mientras el mercado limita la producción a lo que es rentable, el socialismo puede producir mucho más”.
La verdad es que la producción masiva de vacunas experimentales no redundó en ningún beneficio apreciable para la humanidad. En este caso, Huber y Phillips han confundido la propaganda de los gobiernos y de la industria farmacológica con la realidad. Lo cierto es que la mortalidad por todas las causas se mantuvo en niveles semejantes (al menos en Europa, el continente más vacunado) entre 2020 (el año del gran pánico), 2021, 2022 y el primer trimestre de 2023.8 Las vacunas anti-covid han mostrado poca eficacia y provocado una cantidad inusitada y sin precedentes de efectos adversos. Han sido más eficaces para cambiar la causa de muerte que para reducir la mortalidad.9 No se trata, desde luego, de asumir un radicalismo tecno-fóbico. Se trata de tener una mirada prudente sobre la tecnología.10 Y se trata, desde luego, de ser muy conscientes de que la desmesura es lo que caracteriza al capital.
¿Es posible una nueva síntesis?
Por razones que no puedo analizar aquí, desde los años setenta se ha ido produciendo una disociación entre el horizonte socialista y los llamados “nuevos movimientos sociales”. El retroceso organizativo del movimiento obrero, el colapso de los “socialismos reales”, la dilución de las expectativas utópicas de transformación social radical, las reformas económicas y políticas neoliberales y el crecimiento de una cultura –simbólica y práctica– crecientemente individualista, mercantilizada y consumista es mucho lo que tiene que ver con esto. Podemos deplorar la situación, lamentarnos por ella. Pero la lucha política se da en este escenario que no elegimos. No hay más remedio que asumirlo.
A estas alturas, parece claro que el capitalismo puede absorber todas las demandas parciales, mercantilizándolas y dándoles un sentido ideológico que puede tener apariencias radicales, pero que sirve más para consolidar al sistema que para socavarlo. Es imprescindible volver a poner sobre la mesa la necesidad de una transformación total. Sin la perspectiva de una revolución social, las demandas laborales, feministas, ecologistas, antirracistas, anticoloniales o antiimperialistas son fácilmente domesticadas. Si no tenemos esto en claro, las fuerzas que se quieren antisistémicas pueden terminar siendo verdaderos puntales del orden social más explotador y depredador. La conclusión es clara: hay que volver a plantear la necesidad de una revolución en primerísimo lugar. Debemos arrancar por ahí. Colocar a plena luz del día los objetivos revolucionarios.11
Por muy comprensible que resulte la deriva de las izquierdas hacia las políticas de identidad, la mengua de los análisis de clase y la fragmentación en demandas particulares, pocas dudas puede haber de que éste representa un callejón sin salida. La reducción a un mínimo de los análisis de clase y la renuncia al universalismo han sido un error. Es imperioso reponer un proyecto comunista revolucionario de alcance universal.
Esto no tiene por qué significar, por supuesto, que, en nombre del universalismo, se arrollen las particularidades, ni que las demandas parciales deban esperar hasta después de la revolución. Pero sí significa que el movimiento ecologista no debería disociarse, como es habitualmente el caso, de la política revolucionaria. Es necesario un ecologismo que tenga muy presente el análisis de clase, que es el tipo de enfoque o perspectiva más diluido en la actualidad. Pero no basta con ello. El análisis de clase debe ir articulado con la acción política, y esa acción debería ser revolucionaria, no reformista. Las vías concretas de esta intervención son ciertamente problemáticas e indudablemente inciertas. Pero, para empezar, hay que plantear claramente la necesidad simultánea de un ecologismo revolucionario y de un socialismo ecologista.
El socialismo ecológico debe tomar con mucha seriedad la magnitud de la crisis, sin descartar la posibilidad hipotética de un «colapso». Pero debería tener muy presente que los plazos históricos suelen ser más largos de lo que imaginamos y que el catastrofismo suele ser un mal consejero político, ya sea porque tiende a prescindir, en sus versiones más radicales, de la necesariamente lenta y compleja construcción política; ya sea porque conlleva tentaciones «posibilistas» en nombre de la urgencia, diluyendo los impulsos revolucionarios. También debe evaluar con mucha seriedad y detalle la necesidad de cierto decrecimiento económico, que obviamente no debería ser el mismo en diferentes países o sectores de la economía. La austeridad socialista puede ser virtuosa, pero se expone muy fácilmente a las manipulaciones del capital. La salida, sin embargo, no puede consistir en negarse a afrontar el problema. La salida es, más bien, la que hace casi medio siglo nos ofreciera Manuel Sacristán: “Si hay que revisar los valores abundancia y superabundancia, entonces habrá también que revisar el valor desigualdad. (…) Al que habla de austeridad habría que responderle exigiendo igualdad desde una perspectiva radical”12
Los enormes problemas ecológicos ante los cuales nos enfrentamos demandan una respuesta radical. Y ser radical es ir a la raíz. Las raíces son el terreno donde se mueven los topos. La metáfora del topo como oculto excavador capaz de llevar al derrumbe del sistema –tan cara a Marx– puede ser reivindicada. Sin olvidar que los topos son ciegos. Hoy estamos en penumbras, y sería necio negarlo. Pero los topos saben hacer su trabajo en la oscuridad. Habrá que asumir, sin autoengaños, el desafío de ser topos revolucionarios.
Ariel Petruccelli
REFERENCIAS
1 Hay traducción castellana: Kohei Saito, La naturaleza contra el capital. El ecosocialismo de Karl Marx, Barcelona, Bellaterra, 2022. La edición original en inglés fue publicada por Monthly Review Press en 2017. La versión japonesa –cuyo título podría ser traducido como Antes del diluvio: Max y el metabolismo planetario– apareció en 2019.
2 K. Saito, Marx in the Anthropocene, Cambridge University Press, 2022. El libro superó el medio millón de ejemplares vendidos, y Saito se convirtió en un autor frecuente de los grandes medios. Al respecto, véase Romaric Godin, “Kohei Saito y el pensamiento de Karl Marx”, en Viento Sur, 17 de marzo de 2023, disponible en https://vientosur.info/kohei-saito-y-el-pensamiento-de-karl-marx.
3 Saito profundiza y radicaliza muchos elementos analíticos desarrollados por John Bellamy Foster en La ecología de Marx, Ediciones IPS, 2022, cuya edición original en inglés data del año 2000. Ambos libros son muy importantes en términos políticos y filosóficos, aunque desde un punto de vista exegético tienden a «forzar» ciertos pasajes de Marx. Una breve pero atinada crítica a los excesos exegéticos de Saito ha sido formulada por Carlo Formenti, “Il Marx ‘verde’ di Kohei Saito”, en Per un socialismo del secolo XXI, 7 de marzo, 2024, disponible en https://socialismodelsecoloxxi.blogspot.com/2024/03/il-marx-verde-di-kohei-saito-mi-sono.html. Una evaluación de mayor extensión, comprensiva pero crítica de la obra de Saito, y en la cual los aspectos exegéticos son bien abordados, es la de Esteban Mercatante, “Kohei Saito y la crítica ecológica de Karl Marx”, en FISYP, 3 de abril de 2023, disponible en https://fisyp.org.ar/2023/04/03/kohei-saito-y-la-critica-ecologica-de-karl-marx-por-esteban-mercatante. Véase también, del mismo autor, “Ecología y comunismo”, en Ideas de izquierda, 5 de noviembre de 2023, disponible en www.laizquierdadiario.com/Ecologia-y-comunismo.
4 Matt Huber y Leigh Phillips, “Contre la décroissance neo-malthusienne, défendre le marxisme”, en Le Vent se Lève (LVSL), 19 de marzo de 2024, disponible en https://lvsl.fr/contre-la-decroissance-neo-malthusienne-defendre-le-marxisme.
5 Vid. www.youtube.com/watch?v=I2Vaew6Gla0.
6 Mercatante, art. cit.
7 Aaron Bastani, Fully Automated Luxury Communism. A manifesto, Londres, Verso, 2019. Para una crítica a Bastani, vid. Esteban Mercatante, “La perspectiva comunista en tiempos de inteligencia artificial y biotech” y “Ecología y comunismo”, en Ideas de Izquierda, 4 de agosto de 2019 y 11 de noviembre de 2023, disponibles en www.laizquierdadiario.com/La-perspectiva-comunista-en-tiempos-de-Inteligencia-Artificial-y-biotech y www.laizquierdadiario.com/Ecologia-y-comunismo.
8 Cf. los datos oficiales disponibles en Euromomo: www.euromomo.eu.
9 Al respecto, véase la magnífica exposición panorámica de Juan Erviti, sintetizada por escrito por José Ramón Loayssa, “Juan Erviti y las vacunas Covid-19. Un análisis sólido, completo y actualizado a la luz de las investigaciones científicas”, en Corsario Rojo, nro. 4, invierno austral 2023, disponible en http://kalewche.com/wp-content/uploads/2023/09/2-Loayssa-Conf-Eviti-y-vacunas-covid.pdf.
10 Al respecto, no cabe más que recomendar enfáticamente la breve obra de Neil Postman, Por un ateísmo tecnológico. La cultura frente a la civilización informática, España, El Salmón, 2024.
11 Esta es, precisamente, la orientación que expresa “Por un futuro comunista. Manifiesto de la Asamblea de Intelectuales Socialistas”, publicado el 24 de marzo de este año en diferentes sitios, entre ellos el nuestro: http://kalewche.com/por-un-futuro-comunista-manifiesto-de-la-asamblea-de-intelectuales-socialistas.
12 Manuel Sacristán, Aforismos. Edición, presentación y notas de Salvador López Arnal, con prólogo de Jorge Riechmann, publicado digitalmente por Rebelión: https://rebelion.org/docs/44140.pdf.