Caricatura de Paulina Luisi. Ilustración original de Andrés Casciani
Nota.— El próximo domingo 10 de diciembre, lanzaremos a la gran Babel del ciberespacio un nuevo número –el quinto, correspondiente a la temporada primavera austral 2023– de Corsario Rojo, nuestra revista trimestral en formato PDF, donde publicamos textos de mayor extensión, profundidad y aparato erudito que los del semanario Kalewche (un sitio web más cercano, en algunos aspectos, a lo que podríamos llamar «periodismo»). Uno de los artículos incluidos en CR5, sección Bitácora de Derrotas, es “De marxismos y feminismos. El análisis de Paulina Luisi sobre maternidad, trabajo doméstico y cuidados”, de la académica uruguaya María Cecilia Espasandín Cárdenas, doctora en Ciencias Sociales con especialización en Trabajo Sociales por la Universidad de la República (Uruguay). El texto en cuestión es un fragmento parcialmente modificado de su tesis doctoral, De Marxismos y Feminismos. La difusión del marxismo en Uruguay a partir de los abordajes de la cuestión femenina (1875-1950), aprobada en 2022. A modo de adelanto, hemos extraído del nro. 5 de Corsario Rojo un extracto de dicho artículo de Cecilia. Lo damos a conocer aquí, en Zheng Shi, la sección de género/feminismo del semanario dominical Kalewche.
El extracto tiene como contexto una disquisición sobre el pensamiento y la militancia de la feminista de izquierdas uruguaya Paulina Luisi (1875-1950) en torno a la maternidad, el trabajo doméstico y los cuidados. Luisi es, sin dudas, una de las figuras más notables del feminismo rioplatense y latinoamericano de la Primera Ola. Destacada médica ginecóloga (primera estudiante y egresada de la Facultad de Medicina en la Universidad de la República del Uruguay), profesora, militó largamente en el Partido Socialista y el movimiento sufragista uruguayos de la primera mitad del siglo XX. Recuperar sus ideas y praxis pioneras, precursoras, señeras, nos parece por demás necesario de cara a los desafíos del feminismo anticapitalista en el siglo XXI.
Por razones de concisión, y atendiendo a que se trata solamente de un extracto a modo de anticipo, hemos omitido las referencias bibliográficas de la autora en notas al pie. El próximo domingo, nuestro público tendrá acceso a la totalidad del artículo, incluyendo dichas referencias.
Nuestra profunda gratitud con Cecilia, por su amable predisposición a colaborar con nuestro proyecto; y también con nuestro compañero Alexis Capobianco Vieyto, por haber hecho de nexo –desde Montevideo– cuando fueron los primeros contactos de nuestro colectivo editorial con la autora.
La condición femenina era un tema de debate teórico y político en el seno de la Segunda Internacional de Trabajadores (1889-1914). Se debía, en parte, a dos obras de amplia divulgación. Una fue La mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir (1883) de August Bebel, que se convirtió en un best seller del marxismo, teniendo 53 ediciones y siendo traducido en once idiomas, desde su aparición hasta 1913. Otra fue la fundamental obra de Friedrich Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884). El impulso hacia un efectivo abordaje del tema tuvo una voz destacadísima en Clara Zetkin, quien lideró el debate político, al frente de un vasto movimiento internacional de mujeres socialistas.
Las figuras de Bebel y Zetkin son citadas en escritos de Paulina Luisi. En Otra voz clamando en el desierto. Proxenetismo y reglamentación, Luisi argumenta a favor de la abolición de la prostitución reglamentada y expone las numerosas adhesiones a la doctrina abolicionista, entre ellas la de Augusto Bebel, quien “escribió páginas admirables para sostenerla”. Al tematizar la «trata de blancas» en su obra, Bebel se había referido incluso a Montevideo como puerto de entrada del tráfico de mujeres de Europa hacia América del Sur: “Es fácil seguir la ruta que recorren esas muchachas. Se las embarca en Hamburgo para la América del Sur; Bahía y Río de Janeiro se quedan con su parte; pero el lote más importante va destinado a Montevideo y Buenos Aires, mientras una pequeña porción va hasta Valparaíso, a través del estrecho de Magallanes”. La figura de Zetkin es mencionada por Luisi en su campaña sufragista, exaltándola como emblema del pacifismo durante la Primera Guerra Mundial.
La obra de Engels no es mencionada. Y sin embargo, allí se encuentra una idea cara a Luisi. En efecto, una de las ideas centrales de El origen de la familia, la propiedad privada y el estado es la histórica pérdida del valor social del trabajo en la unidad doméstica. El punto de inflexión habría sido el surgimiento de la sociedad de clases y la familia monogámica. Para Engels, en el momento histórico donde el trabajo doméstico “se transformó en servicio privado” y dejó de ser considerado parte de la industria socialmente necesaria, la mujer quedó excluida de la producción social. Las mujeres pasaron a hacer un trabajo social no reconocido como tal, y a depender del hombre para garantizar su subsistencia.
Como sostiene Alejandra Ciriza en su estudio introductorio a El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (Bs. As., Luxemburg, 2007), ciertas ambivalencias en el pensamiento de Engels acerca de las relaciones sociales entre los sexos prevalecen en la obra de Luisi. Entre otros aspectos, la división originaria del trabajo entre hombres y mujeres no queda dilucidada. La división del trabajo bajo la economía comunista de las tribus “salvajes” es atribuida a cierta división natural entre “la dirección del hogar, confiada a las mujeres” y “el cuidado de proporcionar los víveres, cuidado que se confió a los hombres”.
Lo que cabe destacar es la lúcida crítica que él formulaba a la naturalización del trabajo doméstico y de cuidados realizado por las mujeres en la sociedad de su época. Engels denunciaba la doble jornada laboral que las mujeres realizaban en la sociedad moderna.
“Pero esto se ha hecho de tal suerte que, si la mujer cumple con sus deberes en el servicio privado de la familia, queda excluida del trabajo social y no puede ganar nada; y si quiere tomar parte en la gran industria social y ganar por su cuenta, le es imposible cumplir con los deberes de la familia. Lo mismo que en la fábrica, le acontece a la mujer en todas las ramas del trabajo, incluidas la medicina y la abogacía”.
Es importante notar que, para Engels, la igualdad social efectiva entre hombres y mujeres no descansaba solamente en la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo y su independencia económica –si bien lo consideraba un progreso necesario. Antes bien, sería preciso superar la unidad privada familiar que conocemos: “la manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad”. Era tanto la supremacía del hombre sobre la mujer, como el hecho de que la familia individual fuera el sostén económico del individuo, lo que caracterizaba a la monogamia moderna como “forma de familia”. Bajo la sociedad comunista, en la que los medios de producción social serían de propiedad común, “la economía doméstica se convertirá en un asunto social; el cuidado y la educación de los hijos, también”.
La obra de Bebel abordaba la problemática de manera similar. Respecto al origen de la división sexual del trabajo, la atribuía, en parte, a las características sexuales naturales. Sostenía que el “egoísmo masculino” habría conducido al poder de mando del hombre sobre la mujer, sobre el cual se fundó la propiedad individual, la familia, la tribu y el estado. Con la misma lectura naturalizada de las relaciones entre los sexos, asignaba la condición inferior de las mujeres a “las propiedades características de la función reproductiva, a consecuencia de las cuales ha quedado sometida a la dependencia económica del hombre”.
Al igual que Engels, Bebel concebía las ocupaciones domésticas como parte de la producción social necesaria. Es llamativo que utilizara casi los mismos términos que Luisi para referirse a la maternidad como producción (de hijos) y como servicio a la colectividad: “la mujer que produce hijos presta a la colectividad un servicio igual, por lo menos, al del hombre que defiende, con peligro de su vida, su país y su hogar contra los ejércitos invasores”. Del mismo modo, recurría al argumento de la maternidad para fundamentar la equiparación entre los sexos; “también por esta razón tiene la mujer derecho a la igualdad”.
Bebel describió ampliamente la situación desigual que derivaba de la educación segmentada y del trabajo diferenciado por sexos. Sostenía que la mujer volcada a las ocupaciones domésticas durante toda la jornada, “moralmente se atrofia y se petrifica”. Al contrario, la participación de los hombres en la vida pública, sus relaciones profesionales y externas al hogar, lo hacían entrar en una atmósfera intelectual que agrandaba el círculo de sus aspiraciones. En las capas sociales donde la situación económica permitía mayor libertad para contratar nodrizas y criados que se encargaran de las tareas domésticas, “la educación falseada y exclusivamente superficial” volcaba a las mujeres a ocuparse de aspectos exteriores; “las hijas de nuestra burguesía se educan para ser muñecas de escaparate, esclavas de la moda, damas de salón”.
Para Bebel, la educación de las mujeres había sido descuidada en mayor grado que la educación del proletariado. Cuando ellas accedían a la educación, se las orientaba a acrecentar sus facultades sensitivas (la música, la poesía, las bellas artes); mientras que, a los hombres, se les cultivaba en una educación ilustrada (la razón, los conocimientos prácticos, las funciones intelectuales). Las autoridades educativas –hombres “petrificados en el prejuicio”– se guiaban por “sus ideas preconcebidas acerca de la índole de su carácter femenino”. Era así que existía una hipotrofia de la vida intelectual y espiritual de las mujeres, que abonaba el terreno para las creencias milagrosas y las supersticiones. Bebel cuestionaba que se tildara de “antifemenino” el que la mujer cultivara su raciocinio y poseyera fuerza física, valor y resolución –“impídese con gran celo el que la mujer se desarrolle física e intelectualmente”–, y señalaba que “estos errores se ven favorecidos por la separación rigurosa de los sexos en las relaciones sociales y en las escuelas”.
Este cuadro de la segmentación educativa en función de los sexos –tan lúcidamente expuesto– está en tensión con una lectura naturalizada de Bebel acerca de las facultades características de las mujeres, “flaquezas”, “esencialmente hereditarias en el sexo femenino”, que serían fomentadas después por el sistema de educación.
Una vez realizada la socialización de los medios de producción en la sociedad socialista, Bebel proyectaba que se podría establecer la igualdad de trabajo sin distinción de sexo. Todas las personas aportarían el trabajo correspondiente para satisfacer las necesidades de todas. La sociedad socializada, en la que cada uno trabajaría para todos y recíprocamente, permitiría diversificar las ocupaciones y tener en cuenta las vocaciones sin diferencia de sexos. “La necesidad de la libertad de elección y cambio de ocupación tiene profundas raíces en la naturaleza humana. Un trabajo dado, repetido idénticamente cada día, como un alimento constante, regular, sin cambio alguno, acaba por parecer repugnante”. La mujer en el porvenir socialista se vería colocada en un pie de libertad e igualdad con el hombre, y podría escoger autónomamente la actividad que le placiese ejercitar. En la vida diaria de la sociedad socializada, que Bebel imaginaba, la mujer dedicaría parte del día a emplearse como obrera en cualquier trabajo práctico, luego a educar a la juventud, cultivaría algún arte o ciencia más tarde, y culminaría el día realizando alguna función administrativa. Cabe notar que todo ello formaría parte de la “jornada de trabajo”, inclusive la tarea educativa.
Respecto a las ocupaciones domésticas en la sociedad socializada, Bebel pensaba que revestirían un carácter cada vez más público, creándose salas de recreo, jardines de infancia y establecimientos de educación e instrucción de todo tipo, baños públicos, instalaciones centrales de preparación de alimentos y de limpieza, talleres centrales de confección de ropa, etc. “La vida doméstica se reducirá a lo estrictamente preciso y la necesidad de la sociabilidad tendrá ancho campo abierto ante sí”. Transformándose la vida doméstica de este modo, Bebel auguraba que “desaparecerá el “criado”, este esclavo de todos los antojos del “ama”; pero desaparecerá también la “señora”.
Aun cuando imaginaba la plena igualdad entre los sexos, la mujer de la sociedad socialista era vinculada a la maternidad. “La mujer será, pues, completamente libre; su casa y sus hijos, si los tiene, aumentarán su felicidad, sin quitarle nada de su independencia, y siempre que necesite auxilio encontrará a su lado institutrices, asistentas, amigas y jóvenes de su sexo que la auxilien”.
El pensamiento de Clara Zetkin respecto a la maternidad refleja algunas de las contribuciones y ambivalencias presentes en las obras de Engels y Bebel. En parte, y desde una concepción naturalizada de la feminidad, Zetkin entendía que la maternidad y educación de los hijos formaban parte de los deberes femeninos. Uno de los problemas más agudos para las mujeres en la sociedad capitalista era conciliar el “doble deber, ya que deben trabajar en la fábrica y en la familia”.
Al mismo tiempo, retomaba la idea engelsiana de que la maternidad era una actividad social (no privada de la mujer), un trabajo útil necesario. Zetkin definía la maternidad como una prestación social. Sostenía que, bajo el comunismo, la mujer no sería sometida “a la persona de un solo hombre o a la pequeña unidad moral que es la familia”, ni a la clase capitalista, sino solamente “al vínculo de solidaridad colectiva”.
“La ley más importante de la economía comunista es la satisfacción de la necesidad de bienes materiales y culturales de cada miembro de la sociedad… Solamente puede ser alcanzado en una organización social que reconozca la igualdad de todo trabajo útil y socialmente necesario, que valore también la actividad materna como prestación social…”.
Para Zetkin, el sistema socialista posibilitaría conciliar la actividad doméstica y de cuidados con el resto de las actividades. “Se crearán instituciones públicas que las asistirán enormemente en esta tarea. (…) También el sistema socialista restaurará completamente al hombre en sus deberes como padre; la educación no será meramente un trabajo de mujeres”.
En el texto La revolución y la mujer, Zetkin exaltaba “el trabajo” del ama de casa y la “contribución” de la maternidad a la riqueza de la humanidad, a la “descendencia sana y fuerte”. Resuenan influencias de la mentalidad eugenésica reinante en la época. Su discurso era motivado por la defensa de la revolución social en Alemania. En su alegato, convocaba a la “comunidad de hermanas”, mujeres trabajadoras dentro y fuera del hogar:
“Al pueblo trabajador pertenece la obrera de la fábrica, la empleada y la maestra, la pequeña campesina, pero también el ama de casa que, mediante sus cuidados y su trabajo, prepara y cuida la casa para sus pequeños huéspedes; al pueblo trabajador pertenece sobre todo la madre cuya contribución tiene el mayor de los valores: una descendencia sana y fuerte de cuerpo y espíritu, cuya obra enriquece el tesoro de la humanidad”.
María Cecilia Espasandín Cárdenas