Ilustración: Amarillo, rojo y azul, de Vasili Kandinski. Óleo sobre lienzo, 1925. Museo Nacional de Arte Moderno, París.
Tras los agitados y confusos comicios del domingo pasado, Venezuela ha vuelto a estar en el candelero del debate político internacional. Como no hemos tenido tiempo de elaborar un artículo propio, ni hemos podido hallar un texto que nos satisfaga completamente en términos de rigor informativo, amplitud analítica, mesura crítica y posicionamiento ideológico, optamos por armar un dossier con diversas interpretaciones en danza al interior de las izquierdas.
El primer texto, favorable al régimen de Maduro, está fraguado en el horno del antiimperialismo «campista». Su nivel de criticidad es, pues, muy bajo, aunque acierte en ofrecer coordenadas geopolíticas y en denunciar las injerencias del Tío Sam en Venezuela (y dilucidar sus razones). Pertenece al analista internacional indio Vijay Prashad, lleva por título “The Venezuelan People Stay With the Bolivarian Revolution” y salió publicado en Peoples Dispatch el martes 30 de julio. La traducción del inglés la hemos tomado de Revista de Frente.
El segundo artículo es menos apologético, más realista. Está escrito desde la tribuna de una izquierda chavista que tiene disidencias parciales con el oficialismo (se admite, por ejemplo, que existen dificultades económicas y “siete millones” de compatriotas emigrados; y se habla de la candidatura reeleccionista de Maduro como “continuidad abúlica” de un “programa de ajuste estructural” en un “contexto de bloqueo” imperialista, que ha descargado sobre la espalda de la clase trabajadora el “peso de la crisis”, para tranquilidad de la burguesía). Es del sociólogo venezolano Álvaro Verzi Rangel. Se titula “Venezuela decidió que hay Maduro para seis años más”, y apareció en Estrategia.la el mismo domingo de las elecciones, ya cerrado el escrutinio.
El tercer texto, con una postura severamente cuestionadora asociada a la izquierda trotskista (cuestionadora no sólo del madurismo actual, sino también del chavismo clásico), lo publicó el economista argentino Rolando Astarita en su blog, dos días después de los comicios. Se llama, sin ambages, “El fraude electoral en Venezuela y la izquierda nacionalista”. Astarita tiene el mérito de dar en el clavo en varias cuestiones clave, aunque su análisis resulta por momentos un tanto escolástico y apresurado, falto de matices y de cautela.
Cerramos el dossier de forma heterodoxa, con un video de YouTube en vez de un artículo: “Venezuela tras las elecciones del domingo” (miércoles 31/7). Se trata de un “conversatorio” –entrevista, a decir verdad– con Manuel Sutherland, economista y profesor de la Universidad Central de Venezuela, organizado desde Buenos Aires por la Escuela de Economía y Negocios de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), con preguntas de la presentadora –Lucía Vincent, politóloga– y de otros dos argentinos invitados: el economista Matías Kulfas y el experto en política internacional Martín Schapiro. Sutherland es un intelectual de izquierda muy bien informado y sagaz, internacionalmente conocido por sus implacables críticas económicas y políticas al proceso bolivariano (rentismo petrolero, populismo autoritario), no sólo en lo que atañe a su etapa descendente o de reformismo «congelado» (Maduro), sino también en lo que concierne a su etapa ascendente o de reformismo «caliente» (Chávez). Dice muchas verdades incómodas y va siempre al hueso, pero a veces pierde ecuanimidad de juicio, como cuando le resta demasiada importancia al imperialismo estadounidense o guarda silencio respecto a las actitudes «cipayas» y antidemocráticas de los sectores antichavistas de derecha.
Esperamos que este dossier sirva para pensar y debatir la actualidad venezolana. Nuestra gratitud con los camaradas Alexis Capobianco (Uruguay) y Ariel Petruccelli (Argentina) por sus sugerencias.
EL PUBLO VENEZOLANO SE MANTIENE CON LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA
El 28 de julio, día del 70° aniversario de Hugo Chávez (1954-2013), Nicolás Maduro Moros ganó las elecciones presidenciales venezolanas, las quintas desde la ratificación de la Constitución Bolivariana en 1999. En enero de 2025, Maduro iniciará su tercer mandato de seis años como presidente. Tomó las riendas de la Revolución Bolivariana tras la muerte de Chávez a causa de un cáncer pélvico en 2013. Desde la muerte de Chávez, Maduro se ha enfrentado a varios retos: construir su propia legitimidad como presidente en el lugar de un hombre carismático que llegó a definir la Revolución Bolivariana; hacer frente al desplome de los precios del petróleo a mediados de 2014, que afectó negativamente a los ingresos estatales de Venezuela (más del 90% de los cuales procedían de las exportaciones petroleras); y gestionar una respuesta a las sanciones unilaterales e ilegales profundizadas sobre Venezuela por los Estados Unidos a medida que bajaban los precios del petróleo. Estos factores negativos pesaron mucho sobre el gobierno de Maduro, que lleva ya una década en el poder tras ser reelegido en las urnas en 2018 y ahora en 2024.
Desde la primera victoria electoral de Maduro en 2013, la oposición, cada vez más ultraderechista, comenzó a rechazar el proceso electoral y a quejarse de las irregularidades del sistema electoral. Las entrevistas que he mantenido durante la última década con políticos conservadores han dejado claro que reconocen tanto el control ideológico del chavismo sobre la clase trabajadora de Venezuela como el poder organizativo no sólo del Partido Socialista Unido de Venezuela de Maduro, sino de las redes del chavismo que van desde las comunas (1,4 millones) hasta las organizaciones juveniles. Aproximadamente la mitad de la población votante de Venezuela está fielmente unida al proyecto bolivariano, y ningún otro proyecto político en Venezuela tiene el tipo de maquinaria electoral construida por las fuerzas de la Revolución Bolivariana. Eso hace que ganar unas elecciones sea imposible para las fuerzas antichavistas. Para ello, su único camino es difamar al gobierno de Maduro como corrupto y quejarse de que las elecciones no son justas. Tras la victoria de Maduro –por un margen del 51,2% frente al 44,2%– esto es precisamente lo que la oposición de extrema derecha ha estado intentando hacer, azuzada por los Estados Unidos y una red de gobiernos de ultraderecha y proestadounidenses en Sudamérica.
Europa necesita el petróleo venezolano
Los Estados Unidos han estado intentando encontrar una solución a un problema de su propia cosecha. Tras haber impuesto severas sanciones tanto a Irán como a Rusia, no encuentran ahora una fuente de energía accesible para sus socios europeos. El gas natural licuado procedente de Norteamérica es caro e insuficiente. Lo que EE.UU. desearía es disponer de una fuente fiable de petróleo, fácil de procesar y en cantidades suficientes. El petróleo venezolano cumple los requisitos, pero dadas las sanciones de los Estados Unidos a Venezuela, este petróleo no puede encontrarse en el mercado europeo, lo que implica que ellos mismos han creado una trampa para la que encuentran pocas soluciones.
En junio de 2022, el gobierno estadounidense permitió a Eni SpA (Italia) y Repsol SA (España) transportar petróleo venezolano al mercado europeo para compensar la pérdida de entregas de petróleo ruso. Esta autorización reveló el cambio de estrategia de Washington con respecto a Venezuela. Ya no iba a ser posible asfixiar a Venezuela impidiendo las exportaciones petroleras, puesto que este petróleo era necesario como consecuencia de las sanciones estadounidenses a Rusia. Desde junio de 2022, Estados Unidos intenta calibrar su necesidad de este petróleo, su antipatía hacia la Revolución Bolivariana y sus relaciones con la oposición de ultraderecha en Venezuela.
Estados Unidos y la extrema derecha venezolana
El surgimiento del chavismo –la política de acción de masas para construir el socialismo en Venezuela– transformó el escenario político del país. Los viejos partidos de la derecha (Acción Democrática y COPEI) se derrumbaron tras 40 años de alternancia en el poder. En las elecciones de 2000 y 2006, la oposición a Chávez no corrió a cargo de la derecha, sino de fuerzas disidentes de centroizquierda (La Causa Я y Un Nuevo Tiempo). La vieja derecha se enfrentó al desafío de la nueva derecha, decididamente procapitalista, antichavista y proestadounidense; este grupo formó una plataforma política llamada La Salida, que hacía referencia a su deseada salida de la Revolución Bolivariana. Las figuras clave fueron Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado, que lideraron violentas protestas contra el gobierno en 2014 (López fue detenido por incitación a la violencia y ahora vive en España; un funcionario del gobierno estadounidense dijo en 2009 que “a menudo se le describe como arrogante, vengativo y sediento de poder”). Ledezma se trasladó a España en 2017 y fue –junto con Corina Machado– firmante de la ultraderechista Carta de Madrid, un manifiesto anticomunista organizado por el partido español de extrema derecha Vox. El proyecto político de Corina Machado se sustenta en la propuesta de privatizar la compañía petrolera de Venezuela.
Desde la muerte de Chávez, la derecha venezolana ha luchado con la ausencia de un programa unificado y con un lío de líderes egoístas. Correspondió a los Estados Unidos intentar dar forma a la oposición en un proyecto político. El intento más cómico fue la elevación a la presidencia, en enero de 2019, de un oscuro político llamado Juan Guaidó. Esa maniobra fracasó y, en diciembre de 2022, la oposición de extrema derecha destituyó a Guaidó como su líder. La destitución de Guaidó permitió negociaciones directas entre el gobierno venezolano y la oposición de extrema derecha, que desde 2019 esperaba una intervención militar estadounidense para afianzarse en el poder en Caracas.
Estados Unidos presionó a la ultraderecha, cada vez más intransigente, para que mantuviera conversaciones con el gobierno venezolano a fin de permitir que EE.UU. redujera las sanciones y dejara que el petróleo venezolano entrara en los mercados europeos. Esta presión dio lugar al Acuerdo de Barbados de octubre de 2023, donde ambas partes convinieron unas elecciones justas en 2024 como base para la lenta retirada de las sanciones. Las elecciones del 28 de julio son el resultado del proceso de Barbados. A pesar de que María Corina Machado tenía prohibido presentarse, se presentó efectivamente contra Maduro a través de su candidato apoderado Edmundo González y perdió en unas reñidas elecciones.
Veintitrés minutos después del cierre de las urnas, la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris –y ahora candidata presidencial en los comicios de noviembre en los Estados Unidos– publicó un tuit en el que reconocía que la ultraderecha había perdido. Fue una señal temprana de que EE.UU. –a pesar de hacer ruido sobre el fraude electoral– quería pasar por arriba de sus aliados de la extrema derecha, encontrar una forma de normalizar las relaciones con el gobierno venezolano y permitir que el petróleo fluyera hacia Europa. Esta tendencia del gobierno estadounidense ha frustrado a la ultraderecha, que recurrió a otras fuerzas de extrema derecha de toda América Latina en busca de apoyo, y que sabe que el argumento político que le queda es el fraude electoral. Si el gobierno estadounidense quiere que el petróleo venezolano llegue a Europa, tendrá que abandonar a la ultraderecha y acomodarse al gobierno de Maduro. Mientras tanto, la extrema derecha ha tomado las calles a través de bandas armadas que quieren repetir los disturbios con guarimbas (barricadas) de 2017.
Vijay Prashad
VENEZUELA DECIDIÓ QUE HAY MADURO PARA SEIS AÑOS MÁS
Hace dos mil años, Aristóteles decía que la única verdad es la realidad: Nicolás Maduro, actual presidente venezolano y candidato a la reelección, se impuso en los comicios de este domingo frente al candidato de una coalición de derecha y ultraderecha, Edmundo González, apadrinado por la inhabilitada María Corina Machado. Esta vez nadie gritó “fraude”.
Las elecciones en la República Bolivariana de Venezuela se llevaron a cabo luego de 25 años de hegemonía bolivariana. Su resultado condiciona el futuro de la región latinoamericana y caribeña en lo que respecta a su integración, y al mismo tiempo acelerará o retrasará el movimiento irreversible hacia la multipolaridad planteada por los BRICS+ como expresión del Sur Global.
Estos comicios causaron expectativa en el mundo, pues los resultados de las votaciones de 2018 (en las que Maduro resultó reelecto) fueron desconocidos por parte de la llamada comunidad internacional, algo que profundizó la crisis social y política en Venezuela. ¡Fraude!, gritó la oposición, los políticos de la derecha latinoamericana y sus repetidoras de los medios hegemónicos. Pero no existió fraude, sino nueva frustración.
Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional, dijo que “Se cierra una etapa a los que recurrían a la violencia, y sanciones contra el país, esto es, la derrota de los agresores que desde el exterior atacan a Venezuela”. Agregó que “Venezuela ostenta el récord en el que uno de los 10 candidatos canta fraude antes de la elección. El plan era utilizar el evento electoral para que la violencia se desatara. Queremos rechazar cualquier intento de violencia. Lo que Venezuela quiere es paz y continuar con esta recuperación económica acelerada”.
En esta campaña, especialmente el sector que lidera María Corina Machado-Edmundo González, abandonó el discurso ideologizado y confrontativo, y puso énfasis en el retorno de los migrantes (estimados en siete millones), y en la reunificación familiar a partir de la mejora de las condiciones económicas, especialmente aumentando la productividad (sin preocuparse en aclarar cómo mejorar el tema salarial).
El programa opositor tenía mucha sintonía con el del libertario argentino Javier Milei, con la privatización de lo público –incluido el petróleo– como camino para la prosperidad, algo que la historia venezolana y la experiencia regional desmienten.
Cuando aún no se habían dado a conocer los resultados de este domingo, la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris, señaló que “EE.UU. apoya al pueblo de Venezuela que expresó sus voces en la histórica elección presidencial de hoy. La decisión del pueblo venezolano debe ser respetada. Más allá de los muchos desafíos, continuaremos trabajando por un futuro más democrático, próspero y seguro para el pueblo de Venezuela”.
El desgastado gobierno de Nicolás Maduro llegó a esta contienda electoral con el peso de casi mil sanciones económicas que afectan directamente la calidad de vida de los venezolanos y los servicios públicos. Obviamente, la angustia y la incertidumbre que genera esta circunstancia ha venido creando un voto neurótico, donde más del 25% de los electores no sabe quién es Edmundo González, el principal candidato de oposición.
Son diez los candidatos de partidos de oposición, pero la estrategia de la oposición –en medios de comunicación nacionales y extranjeros, en redes sociales y declaraciones públicas– fue la de acentuar la neurosis, de manera de garantizar respuestas neuróticas el día de la elección: no importa el candidato ni sus credenciales, sus cualidades ni su oferta electoral, porque el temor es el día después. Pese a ese clima de neurosis, no se registraron incidentes durante la contienda electoral.
Ocho de las diez candidaturas de la oposición expresaban los adelantos en las negociaciones de Maduro con la oposición ocurridas entre 2017-2024: una transición pacífica, un nuevo modelo de alternancia democrática. Muchas cuestionan el bloqueo estadounidense contra Venezuela. La novena candidatura es la de Edmundo González, que expresa los sectores que no han logrado un entendimiento mínimo con el gobierno (ni lo desean). Están por el cambio radical, en una lógica de encuentro de la vieja burguesía con el capital trasnacional.
La candidatura de Edmundo González representa el programa de ajuste estructural, privatizaciones y destrucción de la agenda social que encarnan hoy libertarios ultraderechistas como Javier Milei. La candidatura de Maduro representaba la continuidad de un programa de ajuste estructural aplicado entre 2017-2024, en un contexto de bloqueo de EE.UU. y las naciones imperialistas europeas sobre Venezuela, que ha colocado sobre la clase trabajadora el peso de la crisis económica, mientras la burguesía (vieja y nueva) se hace más rica.
Es la neurosis del cambio como sea y con quien sea, que va asociada a la pérdida de conquistas sociales, a la pérdida de paz (ha quedado en el imaginario colectivo el desprecio de las élites al pobrerío y la exclusión). El mantra de votar se enfrentó a las ignotas cualidades del principal candidato opositor, sin ninguna experiencia política, débiles condiciones de salud y energía, cuyo nombre conocía apenas el 25% de los electores, ya que la campaña se hizo con la figura de María Corina Machado.
Estas elecciones tuvieron como marco el incremento del ingreso personal y familiar, que crea expectativas positivas con respecto al futuro económico y una mejor evaluación de la actual situación económica. Tampoco se puede ignorar que la oposición sigue muy dividida: sus principales dirigentes están enfrentados a María Corina Machado y carece de una efectiva maquinaria electoral.
La oposición todavía carece de liderazgos, propuestas, narrativas y conexión con las mayorías populares, y sigue entrampada en su estrategia de desestabilización política y violencia programada, ahora con un plan de desconocimiento de los resultados electorales y denuncias de fraude electoral.
El gobierno ha venido recuperando el crecimiento económico y el bienestar social, la estabilidad cambiaria y el descenso de la inflación, además de la lucha contra la corrupción en sus propias filas. La oposición hace mutis por el foro ante las evidencias innegables de corrupción y tráfico de influencias en el manejo de los activos de Venezuela en el exterior que ellos administran desde 2017 mediante la figura de “gobierno interino”.
La salida brusca, la continuidad abúlica
Algunos analistas, para explicar la realidad, señalan que 20 millones de venezolanos, un pueblo «silencioso» que no sabía por quién votar, quedó atrapado entre ofertas de salida brusca y otra de continuidad abúlica.
La izquierda venezolana no supo capitalizar la situación que se abría con la radicalización de las masas y el discurso del socialismo del siglo XXI que postulaba Hugo Chávez, para incidir en la disputa contrahegemónica.
Para el educador Luis Bonilla, la orientación política de los gobiernos de Maduro ha tenido dos momentos: 2013-2017 y 2017-2024. En el primero, “su apuesta se centró en el fortalecimiento de la nueva clase social burguesa, la subalternización definitiva del precario poder popular y comunal a los intereses de la nueva burguesía, y el enfrentamiento e intento de aniquilación de la vieja burguesía”. En el segundo momento, “potenció y amplió los procesos de diálogos con la derecha política y la vieja burguesía, pero también abrió una línea de negociación con los Estados Unidos”.
El decreto 2792 de 2018, que “elimina las contrataciones colectivas y el derecho a huelga, el instructivo ONAPRE que desconoce los derechos adquiridos de una parte importante de los empleados públicos, trabajadores de la educación, salud y otros sectores, es parte de una natural medida de contención y muestra de coincidencias entre la nueva y vieja burguesía, para avanzar en acuerdos con amplios sectores del capital nacional y sus representaciones políticas”, añade.
Hoy, el líder de la Revolución Bolivariana hubiera cumplido 70 años: una buena forma de recordar a Hugo Chávez.
Álvaro Verzi Rangel
EL FRAUDE ELECTORAL EN VENEZUELA Y LA IZQUIERDA NACIONALISTA
Después de seis horas de cerradas las mesas de votación, y sin que se dieran a conocer las actas del escrutinio, el presidente del Consejo Nacional Electoral, Elvis Amoroso, declaró al presidente Nicolás Maduro vencedor en las elecciones venezolanas realizadas el domingo 28 de julio pasado. Lo hizo incluso cuando todavía faltaba un 20% del escrutinio.
Según el CNE, Maduro ganó con el 51% de los votos contra 44% de González-Machado. A pesar de lo importante del asunto, no presentó prueba alguna de que ese haya sido el resultado. La oposición, por su lado, afirma tener el 73% de las actas que mostrarían una ventaja de González-Machado por sobre Maduro, de unos 40 puntos porcentuales. Lo cual parece congruente con las encuestas previas y los sondeos en boca de urna. Maduro dijo que las actas electorales que había registrado su partido, el PSUV, serían publicadas en un sitio web. Pero no hay acceso a tal sitio.
Todo esto en el marco de que, entre otras medidas, antes de las elecciones el régimen inhabilitó y/o puso en prisión a dirigentes políticos opositores; impugnó candidatos (entre ellos a la misma Machado, también a candidatos de izquierda); restringió la libertad de prensa; e imposibilitó que millones de emigrados pudieran votar. En Argentina sólo lo hizo el 1% de los 200.000 venezolanos residentes en el país. Pero además, a poco de iniciado el escrutinio en Venezuela, se suspendió la transmisión de resultados desde los centros de votación. El gobierno denunció un hackeo, sin presentar pruebas de que se hubiera producido tal cosa; e interrumpió el servicio de la página de la CNE.
Al escribir estas líneas –martes 30 de julio– en Caracas y otras ciudades de Venezuela se realizan manifestaciones contra el fraude y exigiendo el respeto al voto. El general chavista Padrino López, al frente de las fuerzas armadas y represivas, denuncia que está en marcha un golpe de fascistas de la derecha extremista, apoyado por Estados Unidos. Es el argumento de toda la vida con que estos regímenes justifican el aplastamiento de los que se rebelan, el silenciamiento de los críticos, las múltiples formas de represión, desde campos de concentración hasta secuestros, desapariciones y torturas. La idea viene a ser hay que detener al fascismo, para lo cual aplicamos métodos fascistas de represión; con lo que se justifican todo tipo de inmundicias. Así, y según fuentes oficiales, en Venezuela, en solo dos días, ya han sido detenidos más de 700 manifestantes. Además, grupos parapoliciales han abierto fuego contra las multitudes. Se contabilizan hasta el momento seis muertos y decenas de heridos. Estas cifras pueden crecer, porque se informa que continúa y se extiende la represión.
Lucha por libertades y derechos democrático-burgueses
En Venezuela está planteada una lucha contra un régimen represivo bonapartista, o dictatorial-bonapartista, por libertades y derechos democrático-burgueses (como lo es el derecho al voto, o a presentarse en elecciones). Es imperioso valorar esta pelea en toda su dimensión. Lo afirmo en crítica a lo que leo en algún periódico de izquierda, que minusvalora esta dimensión democrática al sostener que el programa de los manifestantes es “formal democratizante”. Lo cierto es que la lucha por libertades democráticas, o por la democracia burguesa –en oposición a regímenes de corte fascista, o dictaduras militares, o burocráticas– siempre es una lucha por libertades formales. Y esto no niega su importancia.
Para ser más precisos: la izquierda no debe combatir solo por las libertades y los derechos democráticos para la clase obrera (ejemplo: derecho de huelga, a organizarse, libertad sindical), sino por derechos democráticos en general, esto es, que también alcanzan a la pequeña burguesía, o al pueblo bajo. Las diferentes clases sociales, sus facciones, o los ideólogos y representantes de sus intereses, deben poder expresarse y organizarse. Las ideas del socialismo, de la liberación de los explotados y oprimidos, no se pueden imponer en base a fórceps burocrático-estatistas, con represión y torturas, y sobre montañas de cadáveres.
En particular, no hay manera de que el socialismo revolucionario pelee por la independencia de clase si no defiende las libertades democráticas. Al margen de tal o cual táctica, el criterio fundamental es que debemos apoyar todo lo que, de alguna manera, debilite el control burgués (así sea capitalismo de estado), burocrático o militar (sean las fuerzas armadas y de seguridad, sean los grupos parapoliciales) sobre la población. Una democracia capitalista es capitalista (o sea, se basa en la explotación del trabajo asalariado). Pero es preferible a una dictadura militar, capitalista; o burocrático-capitalista.
Las tradiciones democráticas del socialismo
En una nota anterior, “Venezuela y las tradiciones democráticas en el socialismo” (feb. 2019), reivindicamos la tradición socialista de la lucha por las libertades democráticas. Como señalaba Lenin en textos escritos bajo el zarismo, Marx y Engels “habían sido demócratas y el sentimiento democrático de odio a la arbitrariedad política estaba profundamente arraigado en ellos. Este sentido político innato, agregado a una profunda comprensión teórica del nexo existente entre la arbitrariedad política y la opresión económica, así como su riquísima experiencia de vida, hicieron que Marx y Engels fueran extraordinariamente sensibles en el aspecto político. Por lo mismo, la heroica lucha sostenida por un puñado de revolucionarios rusos contra el poderoso gobierno zarista halló en el corazón de estos dos revolucionarios probados la más viva simpatía. Y por el contrario, la intención de volver la espalda a la tarea inmediata y más importante de los socialistas rusos –la conquista de la libertad política– en aras de supuestas ventajas económicas, les parecía sospechoso, e inclusive una traición a la gran causa de la revolución. ‘La emancipación del proletariado debe ser obra del proletariado mismo’, enseñaron siempre Marx y Engels. Y para luchar por su emancipación económica, el proletariado debe conquistar determinados derechos políticos”.
No tenemos nada que ver con la izquierda burocrático-nacionalista
El fraude y la represión de Maduro son defendidos o justificados por gran parte de la izquierda de América Latina. Entre otros, los partidos comunistas, el PT de Brasil, los castristas y diversas corrientes estalinistas. En diferentes grados, han engañado a las masas prometiendo que la reconstrucción del ideario socialista podía realizarse bajo la conducción del “líder del socialismo modelo siglo XXI” (también algunos trotskistas compartieron esta idea). Pero ahí no había socialismo, sino un rejunte del lumpen social elevado al poder, que llevó a una catástrofe: más de siete millones de exiliados, caída del producto nacional del 80%, pobreza generalizada. Una tragedia de proporciones descomunales. Que, por otra parte, alimenta el discurso de los Milei sobre que “el socialismo fracasó en todos lados”. ¿Se puede pedir algo más funcional al dominio del capital y a la ultraderecha?
Es imperioso que el marxismo revolucionario rompa de raíz –o sea, política e ideológicamente– con Maduro, los Ortega, los Castro, los Kim, y sus regímenes. No tienen nada de progresivo para la clase obrera. La llevan a la frustración y a la derrota, incluso a la descomposición social, al extremo de postración (¿Qué voz independiente tiene, por ejemplo, la clase obrera de Corea del Norte, o de Nicaragua, por no mencionar de nuevo a Venezuela?).
Ahora, ante la debacle, no vacilan en mentir para defender el fraude, la represión y los asesinatos a mansalva. No tengo nada que ver con esta gente. No hay síntesis posible con ellos. El socialismo será obra de los trabajadores mismos, o no será más que la reproducción de toda la podredumbre de la actual civilización burguesa. Como lo demuestra la tragedia de Venezuela.
Rolando Astarita
VENEZUELA TRAS LAS ELECCIONES DEL DOMINGO
(CONVERSATORIO CON MANUEL SUTHERLAND)