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Naglfar Yasmin Zaher

Abolir las categorías

17 de agosto de 202531 de agosto de 2025
Kalewche

Detalle de Broken Boundaries #2, de João Amoêdo Pinto. Acrílico y carbón en lienzo, 2022. Fuente: www.singulart.com

Yasmin Zaher es una joven periodista y escritora de origen palestino, nacionalizada estadounidense y hoy radicada en Francia. Nació en Jerusalén Occidental (Israel) allá por 1991, en el seno de un hogar árabe de fe cristiana y valores tradicionalistas en buena posición económica. A los diecisiete años, concluidos sus estudios secundarios, emigró a Norteamérica para cursar ingeniería biomédica en la prestigiosa y elitista Universidad Yale, Connecticut, conforme a las altas expectativas de su familia. Cuando finalizó esta carrera técnica y consiguió la licenciatura en Ciencias, diploma que le abría de par en par las puertas al éxito profesional como egresada de la Ivy League, tuvo el coraje de dar un volantazo en su vida: anteponer su vocación personal y desobedecer el mandato familiar. Se mudó de Nueva Inglaterra a Nueva York para estudiar escritura creativa en la New School del Bajo Manhattan, donde recibió el asesoramiento de la novelista Katie Kitamura y obtuvo una maestría en Bellas Artes. Empezó luego a trabajar como redactora de Al-Monitor, un portal digital de noticias sobre Medio Oriente en lengua inglesa, con sede en Washington DC. Actualmente reside en París, donde escribe para Haaretz y Agence France-Presse.
A mediados de 2024, Zaher publicó con la editorial neoyorquina Catapult su primera novela, The Coin. Inspirada en La pasión según G. H. de Clarice Lispector y algunos elementos autobiográficos más que evidentes, The Coin relata la historia de una inmigrante palestina adinerada en Brooklyn que trabaja de profesora en una secundaria de adolescentes pobres y que, lejos de poder prosperar e integrarse según la promesa «meritocrática» del American Dream, sufre apremios materiales y una crisis de desarraigo e identidad no solo cultural, sino también existencial, en medio de una megalópolis babélica y posmoderna signada por el individualismo, la anomia, el consumismo, la obsesión con la moda, el afán de riqueza y lujo, la soledad y la alienación. La trama entrelaza con agudeza crítica las perspectivas de etnicidad, género y clase, pero sin caer en el discurso moralizante. Apela con frescura e ingenio al humor, la ironía y la sátira. La novela The Coin fue galardonada este año en Gran Bretaña con el Dylan Thomas Prize. Próximamente publicaremos un extracto traducido de esta novela.
El 18 de diciembre de 2024, apareció en el nro. 14 de The Drift –una prestigiosa revista neoyorquina de literatura, cultura y política– un texto de Zaher que nos parece muy interesante: “Abolish the Categories”. Es una prosa de no ficción sumamente breve, pero que contiene reflexiones valiosas sobre literatura, exilio, apatridia, poliglotismo, interculturalidad y cosmopolitismo que polemizan con algunos prejuicios y lugares comunes en torno a la clasificación/canonización de autores y obras. La hemos traducido del inglés para Naglfar, nuestra sección literaria.


Debo comenzar por mi propia condición. Soy una escritora palestina y ciudadana de Israel, mi lengua materna es el árabe, escribo en inglés y vivo en Francia. Mi novela no encaja en la categoría de literatura árabe, porque no está escrita en árabe; tampoco puede ser literatura estadounidense o inglesa, porque no soy norteamericana ni británica. Clasificarla como literatura francesa sería absurdo, y como literatura israelí sería trágico.

Esta situación no es exclusivamente mía. ¿Es Nabokov un escritor estadounidense? ¿Es Fanon un escritor francés? ¿Debería Gibran estar junto a la poesía sufí o junto a Said, o debería Said estar junto a Fanon?

Hace algunos años, quizá todos hubiéramos sido clasificados como “literatura mundial” [world literature]. Recientemente, ha surgido una nueva categoría: la de “literatura traducida” [literature in translation]. Esta designación supone que lo más importante es reconocer que no estamos leyendo un libro en su idioma original (un bonito homenaje al traductor, que le da una especial visibilidad), o que el idioma de origen es importante de alguna manera, reafirmando que hay algo así como literatura francesa, literatura árabe o literatura inglesa.

En mi opinión, no hay tal cosa. Por supuesto, existe la versión jerárquica de la literatura nacional, en la cual los escritores son canonizados porque su obra sirve a la narrativa dominante de sus grupos. Un museo en Ramala, creado por decreto presidencial, está dedicado a Mahmoud Darwish, que escribió sobre la tierra y el exilio. Emmanuel Macron dijo que Annie Ernaux, cuya vida y obra parecen encarnar el progresismo y el feminismo, “lleva cincuenta años escribiendo la novela de la memoria colectiva e íntima de nuestro país”. Pero no creo que autores de una lengua particular tengan necesariamente algo en común. ¿Qué tiene que ver el mundo de Marcel Proust con el de Édouard Louis? ¿Qué hay de Adania Shibli y Naguib Mahfuz, o Sally Rooney y Kurt Vonnegut? ¿Y por qué la literatura traducida debe considerarse una categoría en sí misma, agrupando por un lado a Nawal El Saadawi y Michel Houellebecq –ampliamente conocidos, respectivamente, como feminista musulmana y sexista islamófobo, ambos brillantes– y por otro a Percival Everett y Virginia Woolf?

Entonces, ¿cómo deberíamos organizar nuestras estanterías? La escritora que hay en mí diría que podemos adorar a todos estos autores y simplemente llamarlos influencias. La capitalista que hay en mí diría que la literatura debería clasificarse en función de su consumidor: Annie Ernaux, Sally Rooney y Virginia Woolf se comercializan y son leídas entre mujeres jóvenes con estudios, mientras que Michel Houellebecq, Kurt Vonnegut y Marcel Proust se comercializan y son leídos por varones blancos con estudios. La marxista que hay en mí diría que Édouard Louis y Annie Ernaux podrían ir juntos, pero que Proust probablemente debería ir con Woolf. La estilista que hay en mí piensa que Proust y Mahfuz son modernistas, mientras que Shibli y Louis son minimalistas contemporáneos. La anarquista que hay en mí diría que hay que abolir las categorías por completo. La cristiana que hay en mí citaría lo que dijo Pablo sobre el reino de Cristo: “Ya no hay judíos ni griegos, ya no hay esclavos ni libres, ya no hay hombres ni mujeres”. (Pablo también desafió las clasificaciones. Era un ciudadano judío de Roma, nacido en lo que hoy es Turquía, que escribía en la lengua hegemónica de su época, que era el griego, aunque su lengua materna probablemente fuera el arameo). La lectora que hay en mí diría que la identidad, la ambientación, el lenguaje y el estilo son importantes, pero que al fin y al cabo constituyen el cuerpo, no el alma.

Trazar fronteras en la literatura va en contra de lo que la literatura hace mejor: centrarse en lo específico hasta que solo queda lo universal, desmaterializando la experiencia humana. Me encanta Houellebecq por su retrato de la soledad, no por el terruño francés. Me encanta Rooney por su retrato de la juventud, no por la clase media irlandesa. Me encanta Darwish por su amor, no por su amor a Palestina. Por supuesto, cada escritor tiene un lenguaje, y ese lenguaje colorea su historia. Pero su historia no nos conmovería si lo que dicen no pudiera decirse también en nuestro idioma. Y del mismo modo, cada escritor es de algún lugar, y ese lugar colorea su historia, pero no nos conmovería si ese lugar no fuera también todas partes.

Yasmin Zaher

Etiquetado en: cánones literarios categorías literatura literatura mundial literatura traducida Palestina traducción

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