Ilustración: detalle del aguafuerte Grafik zu Franz Kafka. Vor dem Gesetz (1955), de Hermann Naumann. Fuente: www.iberlibro.com. Puede verse la ilustración completa aquí.
En Naglfar, nuestra sección literaria, finalizamos el Mes de Kafka con el microrrelato Vor dem Gesetz. Así nos lo sugirió Nicolás Torre Giménez, el autor del artículo kafkiano que hemos publicado en simultáneo dentro de la sección cultural Nocturlabio (no dejen de leerlo porque no tiene desperdicio). Nicolás, que es profesor de alemán en el Goethe-Zentrum Mendoza de la Sociedad Goetheana Argentina, tuvo la gentileza de traducir Vor dem Gesetz al castellano, y de yapa nos envió este proemio:
“En una carta fechada en 1925, que Walter Benjamin le envía a Gershom Scholem, escribe: ‘su cuento Ante la ley [Vor dem Gesetz] sigue siendo para mí, hoy como hace diez [sic] años, uno de los mejores que existen en alemán’. Esta breve parábola fue publicada por Kafka como cuento dentro del volumen Un médico de campo y, posteriormente, la incluyó como un relato enmarcado hacia el final de su novela inconclusa El Proceso [Der Prozess], donde no queda claro si tiene la función de arrojar luz sobre el absurdo proceso jurídico que sufre el personaje principal, o de confundirlo todavía más. Allí, el clérigo introduce la parábola con la siguiente aclaración preliminar: ‘en los escritos introductorios a la ley se habla de este engaño [Täuschung]’. Luego de narrarle la historia, sin embargo, cuando K. le dice que el guardián engañó [getäuscht] al hombre, el religioso le responde ‘de engaño no se habla en el escrito’. Esta notoria contradicción, recurso estilístico habitual en la literatura kafkiana, provoca en el lector un extrañamiento con respecto a las palabras del interlocutor de K. La discusión sobre si el guardia ha engañado o no al hombre, se salda con el siguiente diálogo: ‘No’, dijo el clérigo, ‘no hay que tomar todo como verdadero, sólo hay que tomarlo como necesario’. ‘Triste opinión’, dijo K. ‘La mentira se convierte en principio universal’. Michael Löwy ve en el guardián del relato ‘la representación de un «orden del mundo» fundado en «la mentira» –para retomar la expresión utilizada por José K.–. El campesino se deja intimidar: no es la fuerza lo que le impide entrar, sino el miedo, la falta de confianza en sí mismo, la falsa obediencia a la autoridad, la pasividad sumisa’, en fin, el temor y la ideología. Lo que le presenta el religioso a K. es un orden mundial necesario, pero basado en la mentira. Se trata, claro está, de una necesidad de hecho y no de una necesidad lógica. K. busca una fundamentación racional, lógica y universal para la ley, pero descubre que se trata de un mandato ideológico basado en el engaño, la arbitrariedad y la más pura contingencia. K. asegura vivir en un estado de derecho [Rechtsstaat], pero desconoce la ley según se lo juzga; cuando intenta averiguar más sobre la maquinaria jurídica entre cuyos engranajes se encuentra apresado, descubre que está construida sobre la más desoladora arbitrariedad. El campesino de la fábula, por su parte, creía estar ante la puerta de la ley, pero hacia el final descubre que se trata de una puerta destinada sólo a él –y a la que, sin embargo, no se le permite acceder–, es decir que se trata de una puerta de acceso individual o –lo que sería aún más absurdo– una ley individual, cuando lo propio de una ley debe ser justamente su universalidad. Tanto en El proceso, como en Ante la ley, el aparato represivo del estado está presente para garantizar el orden (el guardián en la parábola, los hombres de negro en la novela), pero no necesita hacer uso de la violencia, sino que se limita a insuflar temor, mientras que la ideología está operando por detrás –o, mejor dicho, por adentro– en forma de acatamiento interiorizado a la autoridad y al deber.
El engaño que sufre el hombre de la parábola reside tanto en la esperanza vana que despiertan las palabras del guardián (‘es posible, pero no ahora’), en la infinita postergación de su realización, como en la interiorización previa de dos ideologemas: el de la igualdad ante la ley (‘la ley supuestamente es accesible a todos y siempre’) y el de la universalidad de la misma (ya que, por el contrario, el centinela le dice: ‘esta entrada sólo a ti estaba destinada’).
Cuando el campesino envejece, ‘el guardián tiene que agacharse hacia él, ya que la diferencia de altura ha cambiado mucho en detrimento del hombre’. Esto tiene sentido por la edad (la vejez encorvó su cuerpo), pero la disminución del ‘hombre’ también simboliza su humillación, el hecho de haberse rebajado toda su vida a acatar las órdenes del centinela sin jamás rebelarse. Sin embargo, nótese que, mientras que el campesino es denominado ‘hombre’, el guardián permanece siempre ‘guardián’, vale decir, es tan sólo una función, o, en palabras de Sartre, pertenece a esos individuos ‘cuya realidad social es únicamente la del No, que vivirán y morirán sin haber sido jamás otra cosa que un No sobre la tierra’ (El ser y la nada, parte I, cap. 2).
Una cosa más sobre el título. Vor dem Gesetz podría traducirse también como –además de ‘Ante la ley’– ‘Antes de la ley’. Si atendemos a esa posibilidad, es válido interpretar que la relación temporal con respecto a la ley hace alusión a la situación del hombre anterior a una aceptación que nunca tendrá lugar. El hombre siempre se encontraría, entonces, ‘antes de la ley’, en una situación de debilidad e indefensión prejurídica. En cuanto a la interpretación topológica del título, cabe también la posibilidad de que la ley ante la que se encuentra el campesino no sea una que esté situada detrás de la puerta prohibida, sino la que está inmediatamente delante de él, y que está representada por la figura del guardián que impide su paso por esa puerta. Desde esta perspectiva, el campesino está ante la única ley que rige para él: la negación de ingresar al recinto vedado, la imposibilidad de ser amparado por el marco jurídico existente. Las últimas alternativas hermenéuticas permitirían leer en la parábola –y también en la novela en la que está enmarcada– una alusión a la situación del judío en los estados europeos antisemitas, pero, como dice Löwy, los personajes de Kafka irían más allá y representarían al individuo ante la irracionalidad del estado moderno. Otra posible interpretación, que propone Derrida en Prejuzgados. Ante la ley, es que el título constituiría un paratexto que hace referencia a la posición del lector con respecto a la ley que, en este caso, estaría representada por el relato mismo.”
Ante la ley está de pie un guardián. Hacia él llega un hombre de campo y le pide ingresar en la ley. Pero el guardián le dice que ahora no puede concederle el ingreso. El hombre reflexiona y pregunta si podrá entrar más tarde. “Es posible”, dice el portero, “pero no ahora”. Como la puerta de la ley está abierta como siempre y el guardián se hace a un lado, el hombre se agacha para mirar hacia dentro a través de la puerta. Cuando el guardián se da cuenta, se ríe y le dice: “Si tanto te atrae, intenta ingresar a pesar de mi prohibición. Pero acuérdate: soy poderoso. Y yo sólo soy el último de todos los guardianes. Entre sala y sala hay diferentes guardianes, uno más poderoso que el otro. Incluso yo mismo no puedo soportar la mirada del tercero de ellos”. El hombre del campo no esperaba tales dificultades. La ley supuestamente es accesible a todos y siempre, piensa, pero cuando mira más de cerca al guardián con su tapado de piel, su gran nariz puntiaguda, su larga, fina y negra barba tártara, decide mejor esperar hasta recibir el permiso para entrar. El guardián le da un taburete y lo hace sentarse al lado de la puerta. Allí permanece sentado durante días y años. Hace muchos intentos para que lo dejen entrar y agobia al guardián con sus súplicas. El guardián suele interrogarle un poco, le pregunta por su tierra natal y muchas otras cosas, pero son el tipo de preguntas indiferentes que hacen los grandes señores, y al final siempre le dice que aún no puede dejarle entrar. El hombre, que se ha pertrechado con muchas cosas para su viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Éste lo acepta todo, pero le dice: “Sólo lo acepto para que no pienses que no lo has intentado todo”. Durante muchos años, el hombre observa al guardián de forma casi ininterrumpida. Se olvida de los demás guardianes, y éste, el primero de ellos, le parece ser el único obstáculo para entrar en la ley. En los primeros años, maldice en voz alta la desafortunada coincidencia; y más tarde, al envejecer, se limita a refunfuñar para sí. Se vuelve infantil, y como ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, tras años de estudiar al guardián, también pide a las pulgas que le ayuden y le hagan cambiar de opinión. Con el tiempo, su vista se debilita y no sabe si realmente está oscureciendo a su alrededor o si son sus ojos que lo están engañando. Sin embargo, ahora reconoce un resplandor en la oscuridad que brota imborrable desde la puerta de la ley. No vivirá mucho más. Antes de morir, todas sus experiencias pasadas se reúnen en una pregunta que aún no ha formulado al guardián. Le hace una seña para que se acerque, puesto que ya no puede enderezar su cuerpo entumecido. El guardián tiene que agacharse hacia él, ya que la diferencia de altura ha cambiado mucho en detrimento del hombre. “¿Qué más quieres saber ahora?”, le pregunta el guardián, “eres insaciable”. “Todos aspiran a la ley”, le dice el hombre. ¿Cómo es que en todos estos años nadie más que yo ha pedido que le dejen entrar?”. El portero se da cuenta de que el hombre está cerca de su final, y para llegar a su débil oído, le grita: “Nadie más podría entrar aquí, porque esta entrada sólo a ti estaba destinada. Ahora me voy y la cierro”.
Franz Kafka