Según datos de UNICEF, solo en mayo de este año, 5.119 niños de entre seis meses y cinco años fueron tratados por desnutrición aguda. Fotografía: Majdi Fathi/NurPhoto/picture alliance, extraída de https://www.dw.com/.
Algunos estudios ya hablan de 100.000 muertes –directas e indirectas– en Gaza desde octubre de 2024, lo que constituye aproximadamente el 4% de la población total de la Franja, ese campo de concentración y exterminio a cielo abierto en el que Israel ha confinado a sus más de dos millones de habitantes, la gran mayoría de los cuales no han cometido otro «delito» que haber nacido allí y pretender seguir existiendo. Israel –cabe aclarar–, con la complicidad y/o el apoyo de EE.UU, Europa –apoyo, en este caso, más o menos incondicional, ya que la llegada de Trump y su “guerra de aranceles“ trajo aparejado el relajamiento de esa incondicionalidad– y otros países que se esfuerzan por ocupar también un lugar destacado en la “historia universal de la infamia”, como es el caso de la Argentina de Milei desde la que escribimos este editorial. Ese apoyo ha asumido diferentes formas, desde las meras declaraciones de respaldo, pasando por el blindaje mediático, la venta de armas –últimamente nos enteramos de la provisión, desde países europeos, de perros entrenados que son utilizados para herir de gravedad a civiles–, persecución a quienes denuncian en sus propios países la «limpieza étnica» y el racismo israelí –banalizando de paso al verdadero antisemitismo al atribuírselo a quienes critican la ideología sionista, pero también a quien se atreva a cuestionar cualquier acción del Ejército y los colonos israelíes en la Franja de Gaza y Cisjordania–.
Uno no puede menos que preguntarse, ¿qué busca realmente el gobierno derechista del Likud, sus aliados y los poderes fácticos de Israel? ¿Simplemente mantener su poder y extenderlo todo lo posible a fuerza de apartheid, dentro de Israel, y desplazamientos forzados y «limpieza étnica», más allá de sus fronteras, por cierto, en constante expansión? ¿O hay algo más? Al parecer, a corto plazo, existe la intención de mantener desplazados para siempre a los gazatíes en extremo sur de la Franja para apropiarse de la mitad norte y establecer allí colonos en el futuro, de la misma manera como se viene haciendo desde 1967 en Cisjordania, usurpando tierras de manera ilegal. Pero ¿y a mediano y largo plazo? ¿Pretenden aniquilar acaso a todos los árabes musulmanes de Gaza? ¿También de Cisjordania, Jerusalén Este, y los que habitan en Israel? ¿Acaso creen viable asesinar –o condenar a una muerte lenta, impidiendo el acceso a comida, agua potable, sanidad y toda clase de recursos– a unas siete millones de personas? ¿Expulsarlas, tal vez? ¿Qué países aceptarían repartirse a ese número de palestinos como refugiados?
Visto desde la otra perspectiva, del lado de las víctimas del colonialismo israelí, ¿alguien realmente piensa que es posible expulsar –o exterminar– a los más de siete millones de judíos que ocupan, desde 1948 –e incluso desde antes–, con el beneplácito –al principio– y la complicidad explícita o el silencio cómplice –después– de buena parte de la comunidad internacional, tierras habitadas desde hacía más de mil años por, en su enorme mayoría, árabes musulmanes, a los que se despojó de las mismas?
La paridad demográfica entre judíos y árabes musulmanes convierte al colonialismo israelí en un caso sui generis. El análisis de situaciones coloniales suele distinguir entre colonialismo de explotación y colonialismo de asentamiento (o colonialismo settler). El primero, ejemplificado por el Raj británico en la India, se caracteriza por una minoría de colonos (a menudo menos del 1%) que domina económica y políticamente a la población nativa, sin pretender reemplazarla demográficamente. El segundo, como en Australia o el Oeste de EE.UU. –donde más del 90 o 95% son colonos y la población nativa casi desaparece por las masacres, expulsiones, enfermedades…–, implica una migración masiva de colonos que desplazan o eliminan a la población originaria, convirtiéndose en mayoría abrumadora.
Israel, como decimos, representa un caso sui generis, pues no encaja plenamente en ninguno de estos modelos. Por un lado, no es un colonialismo de explotación: los judíos israelíes no son una élite minoritaria (como los británicos en la India), sino una comunidad de millones arraigada en el territorio. Por otro, tampoco es un colonialismo de asentamiento «típico»: a diferencia de casos como Canadá o Nueva Zelanda, donde los colonos superaron demográficamente a los nativos, en Israel y los territorios palestinos ocupados existe una paridad demográfica aproximada entre judíos y árabes musulmanes.
Esta singularidad plantea desafíos únicos en términos objetivos –dejando de lado por un momento las consideraciones éticas–. Por un lado, es inviable la «descolonización clásica», es decir, la emigración de los colonos (más de siete millones de judíos) como ocurrió con las élites europeas en África o Asia, en muchos casos. Por el otro, tampoco resulta viable deportar a los palestinos del territorio, por tratarse de millones de personas.
Ni la solución indostana (independencia con salida de colonos) ni la del Far West (exterminio y confinamiento en reservas con asimilación forzosa de nativos) parecen aplicables aquí. Los casos típicos de colonialismo de asentamiento son aquellos donde los colonos blancos se convierten en amplia mayoría, como Australia, Nueva Zelanda, Canadá, oeste de EE.UU., Patagonia, Siberia. La paridad poblacional de colonizados y colonizadores hace inviable cualquiera de las resoluciones que tuvieron los colonialismos históricos. Por lo tanto, ambos pueblos están condenados a tener que convivir y reconocerse como iguales en la diferencia, para detener la espiral incontrolable de violencia colonial y contraviolencia anticolonial. Pero, para ello, sería necesario que la comunidad internacional obligue a Israel a abandonar el racismo estructural consagrado en su carta magna, que establece un Estado-nación confesional; e Israel tendría que compensar a las víctimas de su dominación colonial (incluyendo a los exiliados en Líbano, Jordania, Egipto y otros paises), tanto simbólica como materialmente, como punto de partida para hacer posible una coexistencia pacífica. Si la solución es un solo Estado binacional (mejor dicho, plurinacional, pues existen también pequeñas minorías religiosas que rondan el 6%, principalmente cristianos y drusos), o dos Estados separados, o bien, alguna otra alternativa, sólo el tiempo lo dirá. Pero en caso de que finalmente se opte por dos Estados separados, Palestina debe ser económicamente viable y ecológicamente sustentable, no un conglomerado inconexo de «bantustantes» sobre territorios minúsculos o marginales.
Otro aspecto a tener en cuenta, es que –al contrario de lo que plantea el sionismo– los palestinos actuales no pueden ser culpados por lo que hicieron sus ancestros hace más de mil años. Los extranjeros invasores fueron, en aquel momento, los árabes que se expandieron por el Levante en el siglo VII, en la Edad Media. Es ridículo deducir de eso que los palestinos de hoy son extranjeros invasores que deben ser expulsados o aniquilados. ¡Han pasado más de mil años! No se puede hacer tabula rasa de la historia para defender arbitrariamente los propios intereses. Además, el impacto demográfico de la expansión árabe en el Levante medieval, aunque nada marginal, fue minoritario.
Y una cosa más: con respecto a la comparación habitual entre el régimen de segregación racial sudafricano y el israelí, hay que decir que, si bien las similitudes existen, es necesario señalar dos diferencias importantes. Por un lado, mientras que en el caso de Sudáfrica la población segregada (negra y mestiza) era ampliamente mayoritaria (el 80% o más), en lo que concierne al apartheid israelí, la población segregada es aproximadamente la mitad del total. La segunda diferencia es que, en Sudáfrica, el apartheid –que tuvo su expresión en distintas áreas (educación, salud, vivienda, etc.)– nunca supuso el intento de reemplazar a la mano de obra nativa por mano de obra inmigrante. El segregacionismo israelí, en cambio, incluye –ya desde hace un tiempo– intentos cada vez más generalizados de reemplazar la mano de obra palestina nativa, incluso por medio de prohibiciones o restricciones de contratación, por trabajadores extranjeros (por ejemplo, de la India). Eso hace del sistema de apartheid israelí una enorme máquina de producir «gente sobrante», que cada vez tiene menos opciones para subsistir. Mientras que en Gaza la población está completamente al margen de la economía israelí y su sustento se realiza en condiciones muy precarias (en gran parte gracias a la ayuda humanitaria extranjera, siempre que Israel les permita el ingreso a la Franja), en Israel y Cisjordania –dentro de los asentamientos ilegales– se observa la tendencia creciente a reemplazar a trabajadores palestinos por inmigrantes, lo que –por lo menos en ese aspecto– hace todavía más ruinoso al segregacionismo israelí frente a su antecesor sudafricano.
Las noticias que nos llegan desde Gaza en estos días superan todo el horror imaginable, ejercido sobre civiles, incluidos niños y mujeres. La deshumanización de los palestinos por parte de la propaganda israelí, y las aberraciones que cometen soldados y colonos contra ellos, luego de ser reducidos a poco menos que alimañas a las que hay que eliminar, no tienen realmente nada que envidiar a las prácticas nazis contra los llamados Untermenschen.
Este dossier se abre con una traducción propia de un extracto de una nota de opinión aparecida en Haaretz a fines de diciembre de 2024. En ella, el psicólogo israelí Yoel Elizur presenta algunas conclusiones de una investigación sobre la “brutalización“ de las compañías de soldados que operan en la Franja de Gaza. Los testimonios que presenta son una muestra del horror al que Israel somete a la población civil gazatí a diario.
El segundo artículo, de Nadav Rapaport y titulado “Casi la mitad de los israelíes apoyan que el ejército mate todos los palestinos en Gaza, según una encuesta“, también fue traducido por nosotros, y apareció en Middle East Eye, y muestra los resultados de un sondeo realizado y publicado por el periódico Haaretz a fines de mayo de 2025.
El dossier continúa con “Puede que las ratas estén empezando a huir del barco del Genocidio“, nota de Caitlin Johnstone, que tomamos del blog de Rafael Poch-de-Feliu, cuyo original fue publicado el 12 de mayo de 2025 en Brave New Europe. La autora sostiene que, tras 18 meses de ofensiva militar en Gaza, varios diarios británicos del establishment comenzaron a emitir duras críticas hacia Israel y sus aliados occidentales. Más que un despertar moral genuino, esto refleja una carrera por no quedar “atrás“ ante el cambio de clima político y social generado por la elección de Trump.
El cuarto texto pertenece a Frédéric Lordon y también fue traducido y publicado por Rafael Poch-de-Feliu el 30 de junio de este año en su página. “El sionismo y su destino“ sostiene que “la categoría de sionismo es la única forma de garantizar que no se acuse indiscriminadamente a todos los judíos de un crimen en el que muchos de ellos se consideran ajenos. Así pues, el antisionismo no es el equivalente del antisemitismo: es su única muralla“.
El quinto y último artículo del dossier sobre el genocidio en Gaza fue escrito por Sarah Judith Hofmann y publicado en la página de la Deutsche Welle. Se titula “¿Cuál es la cifra real de muertos en Gaza?“ y presenta argumentos convincentes para calcular el número de muertos en la Franja desde octubre de 2023 en 100.000 personas.
Las notas al pie y los hipervínculos de las notas originales han sido eliminados para agilizar la lectura, pero pueden consultarse en las páginas de origen.
«CUANDO SALES DE ISRAEL Y ENTRAS EN GAZA, ERES DIOS»: DENTRO DE LA MENTE
DE LOS SOLDADOS DEL EJÉRCITO ISRAELÍ QUE COMETEN CRÍMENES DE GUERRA (EXTRACTO)
Como psicólogo que se ocupa de la brutalidad en el ejército, veo cómo la retórica del odio del Gobierno está agravando el problema.
(…)
Nuphar Ishay-Krien fue oficial de bienestar social de dos compañías de infantería mecanizada estacionadas en el sur de la Franja de Gaza durante la primera intifada (1987-93). Habló con los soldados y estos se abrieron a ella. Cuatro años más tarde, supervisé su estudio de investigación de posgrado sobre la brutalización de las compañías. Utilizó entrevistas confidenciales para explorar la deriva moral, las brutalidades y los consiguientes problemas de salud mental. Nuestro artículo científico se publicó posteriormente como primer capítulo del libro editado The Blot of a Light Cloud: Israeli Soldiers, Army, and Society in the Intifada en 2012.
(…)
Identificamos cinco grupos de soldados basándonos en sus rasgos de personalidad:
1. Un pequeño grupo de soldados despiadados, algunos de los cuales confesaron haber cometido actos violentos antes del reclutamiento. Estos soldados cometieron la mayoría de las atrocidades graves. El poder que recibieron en el ejército era embriagador: “Es como una droga… te sientes como si fueras la ley, tú pones las reglas. Como si desde el momento en que sales del lugar llamado Israel y entras en la Franja de Gaza, eres Dios”. Consideraban la brutalidad como una expresión de fuerza y masculinidad.
“No tengo ningún problema con las mujeres. Una me tiró una zapatilla, así que le di una patada aquí (señalando la ingle) y le rompí todo esto. Hoy no puede tener hijos”.
“X disparó cuatro veces por la espalda a un árabe y se salió con la suya alegando defensa propia. Cuatro balas en la espalda desde una distancia de diez metros… un asesinato a sangre fría. Hacíamos cosas así todos los días”.
“Un árabe caminaba por la calle, de unos 25 años, no tiró piedras, nada. Bang, una bala en el estómago. Le disparé en el estómago y se quedó muriéndose en la acera, y nos fuimos con total indiferencia”.
Estos soldados eran despiadados y no denunciaron daños morales. Algunos de ellos fueron condenados por tribunales militares. Se sentían amargados y traicionados.
2. Un pequeño grupo ideológicamente violento apoyó la brutalidad sin participar en ella. Creían en la supremacía judía y eran despectivos con los árabes. En este grupo no se denunciaron daños morales.
3. Un pequeño grupo incorruptible se opuso a la influencia de los grupos insensibles e ideológicos en la cultura de la compañía. Inicialmente intimidados por comandantes brutales, más tarde adoptaron una postura moral y denunciaron las atrocidades al comandante de la división. Tras su licenciamiento, la mayoría de ellos consideraron que su servicio había sido significativo y fortalecedor. Sin embargo, uno de los denunciantes fue severamente acosado y marginado, y fue necesario trasladarlo a otra unidad. Quedó traumatizado, deprimido y abandonó el país tras su licenciamiento.
4. Un gran grupo de seguidores [followers] estaba formado por soldados que no tenían ninguna inclinación previa hacia la violencia. Su comportamiento se vio muy influido por el ejemplo de los oficiales subalternos y las normas de la compañía. Algunos seguidores que cometieron atrocidades informaron de daños morales: “Me sentí como, como, como un nazi… parecía exactamente como si nosotros fuéramos los nazis y ellos los judíos”.
5. Los moderados eran un numeroso grupo de soldados con iniciativa propia que mantuvieron las normas militares y no cometieron atrocidades. Respondieron a la violencia palestina y a las situaciones que ponían en peligro sus vidas de forma equilibrada y legalmente justificada. No informaron de daños morales.
En cada una de las compañías se desarrolló una cultura interna que fue moldeada en gran medida por los comandantes subalternos y los soldados carismáticos. Inicialmente, las normas instigaron las atrocidades.
“Llegó un nuevo comandante. Salimos con él en la primera patrulla a las seis de la mañana. Se detiene. No hay ni un alma en las calles, solo un niño de cuatro años jugando en la arena de su patio. El comandante de repente empieza a correr, agarra al niño y le rompe el brazo por el codo y la pierna por aquí. Le pisó el estómago tres veces y se marchó. Todos nos quedamos allí con la boca abierta. Mirándolo en estado de shock… Le pregunté al comandante: “¿Cuál es su versión de los hechos?”. Me respondió: “Estos niños deben ser asesinados desde el día en que nacen. Cuando un comandante lo hace, eso se convierte en algo legítimo”.
Una intervención enérgica del comandante de la división transformó las dos compañías de infantería. Tras el informe de los soldados incorruptibles, inició una investigación que condujo a condenas. Además, dos de los soldados incorruptibles fueron asignados a la formación de oficiales. Cuando regresaron a las compañías como oficiales, supervisaron de cerca a los soldados, mantuvieron una disciplina estricta y promovieron una cultura interna acorde con el código de conducta de las FDI.
Hay muchas pruebas de presuntos crímenes de guerra en la guerra actual y son fácilmente accesibles. Lee Mordechai, un historiador israelí, ha estado recopilando, clasificando y actualizando periódicamente los datos. Los datos incluyen informes de instituciones de prestigio como las Naciones Unidas, reportajes de los principales medios de comunicación e imágenes y videos subidos a las redes sociales.
Hay documentación sobre disparos contra civiles que ondeaban banderas blancas, abusos a prisioneros y cadáveres, quema de casas sin autorización legal, destrucción vengativa de propiedades y saqueos. Además, Mordechai considera que se han abierto “un número minúsculo de investigaciones” en comparación con las pruebas de los delitos cometidos.
Mi examen de los datos indicó una agrupación similar de soldados con algunas diferencias significativas. En particular, los grupos “insensibles” e “ideológicamente violentos” parecen ser más numerosos, más extremos y actuar según su ideología desafiando las normas de las FDI y el debilitado sistema judicial.
Los elogios fúnebres en el funeral de Shuvael Ben-Natan, un reservista que murió en el Líbano, ilustran este cambio. Uno de los oradores se refirió al asesinato por parte de Ben-Natan de un palestino de 40 años que estaba cosechando aceitunas con sus hijos en Cisjordania. Los miembros de su unidad militar relataron cómo él levantó la moral en Gaza al incendiar una casa sin autorización. Profesaron su compromiso de continuar con los incendios y la venganza en Gaza, Líbano y Samaria (Cisjordania).
A medida que aumenta la influencia corruptora de los soldados insensibles e ideológicamente violentos, los incorruptibles quedan marginados. Max Kresh, un combatiente de reserva, declaró su oposición a participar en crímenes de lesa humanidad como “arrasar Gaza”. El resultado fue un severo ostracismo social: “Me echaron de mi equipo. Dejaron claro que no me querían”. Regresó del servicio de reserva sintiéndose “mentalmente destrozado”.
Sde Teiman, un centro de detención, es como un microcosmos de la brutalidad de la guerra actual. Se hizo famoso cuando un médico veterano incorruptible denunció signos de graves abusos sexuales a un detenido. Posteriormente, nueve soldados de reserva de las FDI fueron detenidos por sospecha de sodomía agravada y otras formas de abuso.
Según los medios de comunicación, hay 36 investigaciones en curso sobre la muerte de detenidos que se encontraban en Sde Teiman desde el 7 de octubre. Los testimonios de palestinos liberados recopilados por la ONG israelí de derechos humanos B’Tselem indican que se producen con frecuencia actos de violencia arbitraria y severa, humillaciones y degradaciones, inanición deliberada y otras prácticas abusivas. Los soldados expresaron de forma anónima cómo el discurso del odio y la venganza normalizó el abuso de los detenidos.
Un estudiante reservista describió la brutalidad y su efecto en los seguidores. “Vi allí a gente sádica. Gente que disfruta causando sufrimiento a los demás. (…) Lo más inquietante fue ver con qué facilidad y rapidez la gente corriente puede distanciarse y no ver la realidad que tiene delante de sus ojos cuando se encuentra en una situación humana difícil e impactante”.
De manera similar, un médico reservista declaró: “Aquí hay una deshumanización total. Realmente no los tratas como si fueran seres humanos… En retrospectiva, lo más difícil para mí es lo que sentí, o más bien lo que no sentí cuando estaba allí. Me molesta que no me molestara. Hay una normalización del proceso y, en algún momento, simplemente deja de molestar”.
Una reservista moderada mantuvo sus principios al escapar de las instalaciones: “La deshumanización me asustó. El encuentro con actitudes tan peligrosas, que se han vuelto más normales en nuestra sociedad, fue traumático para mí… Renuncié a mi servicio en la reserva con la ayuda de un psiquiatra”.
Yoel Elizur
CASI LA MITAD DE LOS ISRAELÍES APOYAN QUE EL EJÉRCITO
MATE A TODOS LOS PALESTINOS EN GAZA, SEGÚN UNA ENCUESTA
Una abrumadora mayoría de judíos israelíes apoya el traslado de palestinos de Gaza, según una encuesta realizada por la Universidad Estatal de Pensilvania.
La encuesta, realizada en marzo y publicada por el periódico Haaretz el jueves [22 de mayo de 2025], reveló que el 82% de los judíos israelíes apoya la expulsión forzosa de palestinos de la Franja de Gaza.
Por otra parte, el 47% de los judíos israelíes respondió afirmativamente a la pregunta: “¿Apoya la afirmación de que el [ejército israelí], al conquistar una ciudad enemiga, debe actuar de manera similar a como lo hicieron los israelitas cuando conquistaron Jericó bajo el liderazgo de Josué, es decir, matar a todos sus habitantes?”. La referencia es al relato bíblico de la conquista de Jericó.
A principios de este mes, Israel lanzó la “Operación Carros de Gedeón” en la franja sitiada, que, según el medio de comunicación israelí Ynet, tiene como objetivo impulsar el plan del presidente estadounidense Donald Trump de “limpiar” Gaza.
Ynet informó que, durante la operación, el ejército israelí planea empujar al mayor número posible de palestinos hacia la zona de Rafah, en el sur de la Franja de Gaza, donde se entregarán alimentos y ayuda. El nuevo plan militar también tiene como objetivo promover la “emigración voluntaria” de los palestinos, según Ynet.
El nuevo plan ha obtenido el apoyo de la mayoría de la población israelí, a pesar de que el jefe del Estado Mayor del ejército israelí, Eyal Zamir, advirtió que supondría un peligro para la vida de los rehenes israelíes en Gaza.
Según otra encuesta del Canal 13, el 44% de la población israelí apoya la operación, mientras que el 40% se opone a ella.
La misma encuesta reveló que la población israelí también apoya la continuación del bloqueo total que Israel ha impuesto a la Franja de Gaza desde principios de marzo. El 53% de la población israelí cree que Israel no debería permitir la entrada de ayuda humanitaria en el enclave.
A principios de esta semana, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, afirmó que uno de los objetivos bélicos de Israel es aplicar el plan propuesto por Trump para expulsar a los palestinos de Gaza.
En una rueda de prensa, Netanyahu afirmó que estaba dispuesto a poner fin a la guerra, pero solo “bajo condiciones claras que garanticen la seguridad de Israel: que todos los rehenes regresen a casa, que Hamás deponga las armas, renuncie al poder y que sus líderes sean exiliados de la Franja”.
“Y que llevemos a cabo el plan de Trump, un plan tan acertado y tan revolucionario”, añadió.
El público laico apoya la expulsión
Según la encuesta de Penn State, el apoyo a la expulsión masiva de palestinos del enclave también se encontró entre el 70% del público judío laico, parte del cual se considera liberal. Mientras tanto, el apoyo entre las comunidades masortim (tradicionalistas), religiosas y ultraortodoxas supera el 90%.
El apoyo generalizado y transversal, tanto político como social, a la expulsión de los palestinos no se limita a las fronteras de la Franja de Gaza ocupada. Según la encuesta, el 56% de los judíos israelíes apoya la expulsión de los ciudadanos palestinos de Israel de sus tierras.
Si bien los niveles más altos de apoyo a la medida se registraron entre las comunidades masortim, religiosas y ultraortodoxas, superando el 60%, también hubo un respaldo significativo entre el público laico. El 38% de los judíos israelíes laicos apoya la expulsión de los ciudadanos palestinos de Israel del país, según la encuesta.
Al comentar los resultados de la encuesta, Shay Hazkani, profesor de Historia y Estudios Judíos en la Universidad de Maryland, y Tamir Sorek, profesor del departamento de Historia de la Universidad Estatal de Pensilvania, escribieron: “Hay quienes ven el impacto y la ansiedad que sufrieron los ciudadanos israelíes tras los acontecimientos del 7 de octubre como la única explicación para esta radicalización. Pero la masacre solo parece haber desatado demonios que se han alimentado durante décadas en los medios de comunicación y en los sistemas legal y educativo”.
A lo largo de la guerra, los medios de comunicación israelíes se han hecho eco de los llamamientos a la expulsión y el asesinato de palestinos. Recientemente, organizaciones israelíes de derechos humanos presentaron una solicitud al Tribunal Supremo para que se abriera una investigación contra el Canal 14, considerado leal a Netanyahu, por sospecha de “incitación al genocidio, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad”.
El sistema educativo también ha contribuido a moldear las opiniones extremistas entre los jóvenes israelíes. Hazkani y Sorek afirman que, desde principios de la década de 2000, ha experimentado un proceso de radicalización.
Según la encuesta, solo el 9% de los hombres judíos menores de 40 años, que representan la mayoría de los soldados en servicio activo y en la reserva, se oponían totalmente a las ideas de expulsión y traslado.
Lenguaje religioso
En marzo pasado, la Corte Suprema rechazó por unanimidad una petición presentada por organizaciones de derechos humanos que buscaban obligar al gobierno a permitir la entrada de ayuda humanitaria en la Franja de Gaza. En el fallo, uno de los jueces utilizó lenguaje religioso para justificar el veredicto.
Desde el comienzo de la guerra, el lenguaje religioso se ha utilizado ampliamente en Israel para describir la guerra en Gaza. Un término que se invoca con frecuencia es “Amalek”, que hace referencia a un antiguo enemigo de los israelitas, contra el cual la tradición judía ordena una guerra sin cuartel.
Una semana después del ataque liderado por Hamás el 7 de octubre, Netanyahu instó a las tropas terrestres que se preparaban para entrar en Gaza a “recordar lo que Amalek les ha hecho”.
Sin embargo, el discurso religioso en Israel no se limita al público religioso. La encuesta reveló que el 65% de la población judía cree que existe un “Amalek” moderno. Y de ellos, alrededor del 93% piensa que la “mitzvá”, o mandamiento, de “borrar la memoria de Amalek” sigue siendo válida hoy en día.
“El sionismo, además de ser un movimiento nacional, es también un movimiento de inmigrantes-colonos que busca expulsar a la población local”, escribieron Hazkani y Sorek.
“La aspiración a una seguridad absoluta y permanente puede conducir a un plan operativo para eliminar a la población contraria y, por lo tanto, todo proyecto de asentamiento tiene el potencial de convertirse en una limpieza étnica y un genocidio”.
Nadav Rapaport
PUEDE QUE LAS RATAS ESTÉN EMPEZANDO A HUIR DEL BARCO DEL GENOCIDIO
Tras año y medio de atrocidades genocidas, los consejos editoriales de numerosos medios de prensa británicos se han pronunciado de repente contra la embestida de Israel en Gaza. Los canallas mediáticos del establishment están oliendo cierto cambio en la dirección del viento.
La primera gota de lluvia llegó la semana pasada de la mano de The Financial Times en un artículo del consejo editorial titulado “El vergonzoso silencio de Occidente sobre Gaza”, que denuncia a Estados Unidos y Europa por no haber “emitido apenas una palabra de condena” de la criminalidad de su aliado, afirmando que “deberían avergonzarse de su silencio y dejar de permitir que Netanyahu actúe con impunidad”.
Luego vino The Economist con un artículo titulado “La guerra en Gaza debe terminar”, que argumenta que Trump debería presionar al régimen de Netanyahu para un alto el fuego, diciendo que “Las únicas personas que se benefician de continuar la guerra son el señor Netanyahu, que mantiene su coalición intacta, y sus aliados de extrema derecha, que sueñan con vaciar Gaza y reconstruir los asentamientos judíos allí.”
El sábado llegó un editorial de The Independent titulado “End the deafening silence on Gaza – it is time to speak up” (“Acabemos con el ensordecedor silencio sobre Gaza: es hora de alzar la voz“), en el que se afirmaba que el primer ministro británico Keir Starmer “debería avergonzarse de no haber dicho nada, sobre todo ahora que Netanyahu ha anunciado nuevos planes para ampliar el ya devastador bombardeo de Gaza”, y se afirmaba que “es hora de que el mundo despierte ante lo que está ocurriendo y exija el fin del sufrimiento de los palestinos atrapados en el enclave”.
El domingo, el consejo editorial de The Guardian se sumó con un escrito titulado ”La opinión de The Guardian sobre Israel y Gaza: Trump puede detener este horror. La alternativa es impensable”, afirmando que “el presidente estadounidense tiene la influencia para forzar un alto el fuego. Si no lo hace, señalará implícitamente la aprobación de lo que parece un plan de destrucción total.”
“¿Qué es esto, si no un genocidio?” pregunta The Guardian. “¿Cuándo actuarán Estados Unidos y sus aliados para detener el horror, si no es ahora?”.
Para que quede claro, se trata de editoriales, no de artículos de opinión. Esto significa que no son la expresión de la opinión de una persona, sino la posición declarada de cada medio en su conjunto. Hemos visto algún que otro artículo de opinión crítico con las acciones de Israel durante el holocausto de Gaza en la prensa occidental dominante, pero que los medios de comunicación denuncien agresivamente a Israel y a sus patrocinadores occidentales de una vez es algo muy nuevo.
Algunos partidarios de Israel desde hace mucho tiempo también han empezado a cambiar inesperadamente de tono a título individual. El diputado conservador Mark Pritchard declaró la semana pasada en la Cámara de los Comunes que había apoyado a Israel “a toda costa” durante décadas, pero dijo que “me equivoqué” y retiró públicamente ese apoyo por las acciones de Israel en Gaza.
“Durante muchos años –llevo veinte en esta Cámara– he apoyado a Israel prácticamente a toda costa, francamente”, dijo Pritchard. “Pero hoy quiero decir que me equivoqué y condeno a Israel por lo que está haciendo al pueblo palestino en Gaza y, de hecho, en Cisjordania, y me gustaría retirar mi apoyo ahora mismo a las acciones de Israel, a lo que están haciendo ahora mismo en Gaza”.
“Me preocupa mucho que éste sea un momento de la historia en el que la gente mire hacia atrás, en el que nos hayamos equivocado como país”, añadió Pritchard.
El experto proisraelí Shaiel Ben-Ephraim, que había estado denunciando agresivamente a los manifestantes del campus y acusando a los críticos de Israel de “libelo de sangre” durante todo el holocausto de Gaza, ha salido ahora al paso y ha admitido públicamente que Israel está cometiendo un genocidio al que hay que oponerse.
“Me ha llevado mucho tiempo llegar a este punto, pero es hora de afrontarlo. Israel está cometiendo un genocidio en Gaza”, tuiteó Ephraim recientemente. “Entre el bombardeo indiscriminado de hospitales, la inanición de la población, los planes de limpieza étnica, la matanza de cooperantes y los encubrimientos, no hay escapatoria. Israel está intentando erradicar al pueblo palestino. No podemos detenerlo a menos que lo admitamos.”
Es extraño que toda esta gente haya tardado un año y medio en llegar a este punto. Yo mismo tengo una tolerancia mucho menor hacia el genocidio y el asesinato masivo de niños. Si llevas diecinueve meses montado en el tren del genocidio, resulta un poco raro empezar de repente a gritar sobre lo terrible que es y exigir que se pise el freno de repente.
Estas personas no han desarrollado repentinamente una conciencia, sólo están oliendo lo que hay en el viento. Una vez que el consenso pasa de cierto punto, naturalmente va a haber una carrera loca para evitar estar entre los últimos en oponerse, porque sabes que llevarás esa marca el resto de tu vida en público después de que la historia haya visto claramente lo que hiciste.
Después de todo, esto llega en un momento en que la administración Trump está empezando a molestar a Netanyahu, llevando recientemente al primer ministro israelí a decir “creo que tendremos que desintoxicarnos de la ayuda de seguridad de EE.UU.” cuando Washington pasó por encima de Tel Aviv y negoció directamente con Hamás para asegurar la liberación de un rehén estadounidense. Al parecer, Estados Unidos está dejando a Israel fuera cada vez más de sus negociaciones sobre asuntos internacionales en lugares como Yemen, Arabia Saudí e Irán. Algo está cambiando.
Así que si sigues apoyando a Israel después de todo este tiempo, mi consejo es que hagas un cambio mientras puedas. Todavía estás a tiempo de ser el primero entre los canallas en la loca carrera de ratas para evitar ser el último en empezar a actuar como si siempre te hubieras opuesto al holocausto de Gaza.
Caitlin Johnstone
EL SIONISMO Y SU DESTINO
El primero dice: “El sionismo nunca habría triunfado sin el Holocausto“. El segundo añade: “Netanyahu dejó que esto ocurriera a propósito para reconquistar Gaza“. ¿Quiénes son estas personas? ¿Dónde hablan? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que sean vilipendiados en todos los medios de comunicación, citados por la policía y detenidos? Pues son Daniel Cohn-Bendit y Luc Ferry, en (la cadena de televisión ultra) LCI, el 19 de mayo de 2025. En cuanto a la desaprobación pública y la citación en comisaría, seguimos esperando. Así funciona la tectónica de placas.
El asombroso giro de 180 grados que se está produciendo ante nuestros propios ojos, y el autoblanqueo colectivo que le siguió, quedará como un caso de manual en la historia de la propaganda. Un giro de la parte más hipócrita del bloque propagandístico: los “humanistas”. Horvilleur, Sfar, Sinclair. Celebrados por sus grandes conciencias –que habían asumido perfectamente dieciocho meses de matanza masiva– habían arrastrado por el fango a quienes, teniendo razón desde el principio, habían corrido todos los riesgos: simbólicos, jurídicos, incluso físicos, para clamar contra el crimen genocida y contra la despreciable equiparación entre cualquier apoyo a Palestina con antisemitismo. Una vez que los intocables dieron la señal, la masa de negacionistas se sacudió miméticamente, fingiendo abrir los ojos; mejor aún, fingiendo que siempre los habían tenido abiertos.
Pero, ¿cómo se decidieron finalmente los “humanistas“? No por un sentimiento universal de conciencia, sino para proteger una serie de intereses: en primer lugar, sus propios intereses simbólicos y de reputación, demasiado amenazados por seguir la estela de un crimen que no conoce límites; y en segundo lugar, los intereses del proyecto sionista, cuyas credenciales políticas y morales deben mantenerse a flote en medio de un naufragio, precisamente encarnando la cara “humanista“ del proyecto.
Y sin embargo, aquí está el hueso al desnudo: la cuestión del sionismo, el axioma que había que preservar a toda costa, ya sea por silencio o por contrición, pero que mantiene lo esencial: el lugar donde, durante el gran retroceso, continúa la represión. Hace un mes, los socialistas y los ecologistas, que el 7 de octubre se unieron al campo colonial, negando setenta y siete años de ocupación, censurando todas las voces que intentaban hacer oír la causa palestina, silenciosos ante la masacre hasta que se les autorizó a hablar, votaron a favor de la infame ley de censura universitaria que mantiene la igualdad entre antisionismo y antisemitismo –y penaliza el primero en nombre del segundo. Y esto es una aberración más, aunque la categoría de sionismo es la única forma de garantizar que no se acuse indiscriminadamente a todos los judíos de un crimen en el que muchos de ellos se consideran ajenos. Así pues, el antisionismo no es el equivalente del antisemitismo: es su única muralla.
Hay que decir que en estos asuntos el pánico europeo alcanza su apogeo: ¿por qué los autores del judeocidio deberían encontrar culpables en el Estado de Israel? La aplastante culpa de la historia, agravada por la más atribulada de las conversiones filosemitas, conducía lógicamente a un cheque en blanco… y el mensaje fue recibido. Pero he aquí la cuestión: no habrá arreglo ni en la región ni –por un clásico efecto dominó– aquí, a menos que nos alejemos de los miserables eufemismos humanitarios de los «humanistas» y volvamos a la política, es decir, que volvamos a poner sobre la mesa lo indiscutible.
Empezando por saber qué significado damos a las palabras. Conocemos las numerosas definiciones históricas y doctrinales del sionismo y del antisionismo. También podemos adoptar una visión conceptual. Por ejemplo, por sionismo entendemos la posición política que considera que la instalación del Estado de Israel en un territorio ya habitado y la expulsión de sus habitantes no plantea ningún problema de principio. El antisionismo puede deducirse de ello como la posición política que considera que el establecimiento del Estado de Israel en la tierra de Palestina plantea un problema de principio. Además de su simplicidad, esta definición tiene la ventaja de ser abierta, es decir, de plantear un problema cuya solución no presupone. Por ello, el antisionismo sólo puede tergiversarse como un plan para “arrojar a los judíos de Israel al mar“.
En realidad, por indiscutible que pareciera después de la Shoah, la promesa sionista de dar a los judíos no sólo un Estado, sino, como solemos decir, “un Estado en el que puedan vivir con seguridad“, era desde el principio una falsedad, de hecho una contradicción en los términos. Habría tenido que ser terra nullius para no serlo. Mientras la tierra perteneciera al primer ocupante, el Estado de Israel podría nacer, pero no sería seguro: no se desposee a la gente sin que ésta luche por recuperar lo que le pertenece. Así que la bancarrota del “Occidente“ europeo se cuadró, y el asesinato industrial en masa de los judíos se “reparó“ mediante un arreglo político imposible: Israel. Shlomo Sand lo resume sucintamente: “Los europeos vomitaron sobre los árabes“.
Aquí estamos setenta y siete años después. La masacre genocida no fue un giro desafortunado en el curso de los acontecimientos, ni mucho menos el efecto de un líder monstruoso del que simplemente había que deshacerse. Lo cierto es que una parte aterradora de la propia sociedad israelí se ha vuelto literalmente loca. Otro título para este texto podría haber sido: “Cielo abierto“. Desde 2005, Gaza era una prisión a cielo abierto; hoy es un campo de concentración a cielo abierto. Y ahora hay franjas enteras de la sociedad israelí (y diaspórica) como un hospital psiquiátrico al aire libre. Un psicólogo israelí, Yoel Elizur, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, ha recogido testimonios de soldados israelíes desplegados en Gaza “When You Leave Israel and Enter Gaza, You Are God: Inside the Minds of IDF Soldiers Who Commit War Crimes“ (“Cuando sales de Israel y entras en Gaza, eres Dios: dentro de la mente de los soldados de las FDI que cometen crímenes de guerra“). Uno dijo: “Cuando entras en Gaza, eres Dios. Me sentí como… como un nazi. Era exactamente como si nosotros fuéramos los nazis y ellos los judíos“. Qué vertiginoso es contemplar este desastre total: psicológico, político e histórico… ¿Qué no sabremos de las abominaciones sádicas cometidas en el campo de tortura de Sde Teiman cuando se diga la verdad? ¿Qué podemos decir de la perversión que supone reunir a personas hambrientas en un punto de reabastecimiento para dispararles con cañones? Las redes sociales están inundadas de vídeos de soldados que documentan su propio disfrute de la matanza, y de civiles que gritan lo suyo ante el espectáculo de la matanza, exigiendo de paso que no se olvide a los niños.
Se dirá que los rechazos en las redes sociales, por numerosos que sean, no dan una imagen representativa del conjunto de la sociedad. Por supuesto que están los otros, los soldados moralmente rotos, los reservistas que se niegan a “volver“, los opositores de toda la vida al consenso colonial que se ha convertido en el consenso erradicador. Eyal Sivan nos recuerda sus insignificantes proporciones. Una encuesta publicada en Haaretz estima que el 82% de los israelíes apoya la expulsión total de los palestinos de Gaza, y el 65% apoya el mito de Amalek y la orden de destruirlo. El cuerpo central de esta sociedad se hunde en la pura locura.
Inevitablemente llega un momento en que los proyectos políticos de dominación dicen su verdad y revelan su verdadera naturaleza. He aquí, pues, todas las características fundamentales del sionismo puestas al desnudo para que el mundo las vea: es colonial, racista –pero eso ya lo sabíamos– y en su caso genocida –eso es lo que ahora sabemos–. Y esto es bastante lógico: no hay más sionismo con rostro humano que la posibilidad de un Estado seguro para los judíos en una tierra conquistada por la fuerza. Esta es la alternativa histórica. O bien la sociedad israelí persiste en su desatado movimiento exterminador, pero entonces perece moralmente en el acto, y de hecho se prepara para su colapso final. O se da cuenta de que, desde el momento en que cometió la catástrofe de la Nakba, estaba preparando su propia catástrofe, y entonces ve la única posibilidad de una presencia judía en la tierra de Palestina: un Estado binacional totalmente igualitario –como suele ocurrir, es la utopía aparente el realismo real–. Hay 7 millones de judíos en Israel, no se van a ir, nadie lo pide, ninguna posición antisionista seria lo pide. La demanda antisionista es… bíblicamente simple: igualdad. Igualdad para todos los ocupantes, igualdad en dignidad y en derecho, igualdad en el derecho al retorno de los refugiados, igualdad en todo.
Es fácil comprender los niveles de angustia que semejante perspectiva puede despertar en la mayoría de los israelíes, o de los judíos de la diáspora. Tanto más cuanto que, tras la Shoah, era inevitable que la angustia fuera la formación afectiva que domina la condición judía –también la que explica las reacciones de violencia y desorientación insensata en el momento en el que solución ansiolítica “Israel“ es puesta en cuestión–: “Es anormal, antihumano, que todo el mundo sea antisemita“, explica Elie Chouraqui a un estupefacto Luc Ferry. Pero la intensidad de las emociones no cambia en nada los hechos objetivos de la situación: una tierra ha sido arrebatada a sus ocupantes. No hay nada, ni siquiera la Shoah, que pueda borrar, y mucho menos justificar, este hecho original. Queda la alternativa fundamental: a falta de una carrera precipitada hacia la masacre, el fracaso fundacional del Estado de Israel no tendrá otra resolución que la igualdad.
Frédéric Lordon
¿CUÁL ES LA CIFRA REAL DE MUERTOS EN GAZA?
Hasta ahora, la única fuente de cifras de víctimas mortales en Gaza era el Ministerio de Salud local. Israel las consideró demasiado elevadas. Ahora, un estudio independiente muestra que probablemente haya más muertos.
Los estudios suelen basarse en cifras y datos, métodos científicos y estimaciones. Así es también el caso del reciente estudio sobre las víctimas mortales de guerra en Gaza, dirigido por Michael Spagat, del Royal Holloway College de la Universidad de Londres, en el que se estima que, a principios de enero de 2025, murieron más de 80.000 palestinos en la guerra de Israel en Gaza.
Para el investigador de guerras y conflictos hay algo sumamente importante: “Al final, se trata de recordar a cada una de las víctimas”. Que anoten los nombres de los fallecidos en las listas, como solo puede hacerlo el Ministerio de Salud de Gaza en la actualidad. Spagat considera que las listas son “en gran medida correctas”, a pesar de que el ministerio está controlado por Hamás, organización clasificada como terrorista por la UE, EE.UU. y otros Estados.
“El Ministerio de Salud de Gaza registra los nombres de los fallecidos con números de identificación, edad y sexo. Son (datos) fáciles de verificar”. Esto ya sucedió en febrero de este año, cuando investigadores publicaron un estudio en la revista The Lancet que comparó, por ejemplo, obituarios en redes sociales con las listas del Ministerio de Salud palestino. Descubrieron que no se había añadido ningún nombre a la lista del ministerio en Gaza; de hecho, faltaban nombres. Este estudio ya concluyó que las cifras oficiales de Gaza probablemente eran significativamente bajas.
Investigadores de campo en Gaza realizaron encuesta
Ahora y por primera vez, se llevó a cabo un estudio completamente independiente de las listas del Ministerio de Salud de Gaza. Los investigadores, dirigidos por Michael Spagat, entrevistaron a personas sobre los familiares fallecidos de sus hogares. Para ello, los investigadores europeos colaboraron con colegas palestinos del Centro Palestino de Investigación Política y Encuestas (PCPSR). Esta organización de investigación independiente, dirigida por el politólogo Khalil Shikaki, está financiada por fundaciones privadas y la Unión Europea, entre otros. Tiene su sede en Ramala, Cisjordania, pero también cuenta con personal experimentado en la Franja de Gaza.
“No tuvimos que esperar a que nos dejaran entrar en Gaza. Ya estábamos allí”, explicó Spagat, describiendo la recopilación de datos en la grave zona de guerra, a la que, con la excepción de algunas organizaciones de ayuda, la autoridad israelí responsable, COGAT, apenas permite la entrada a nadie. Israel también ha negado la entrada a periodistas internacionales desde el comienzo de la guerra. “Afortunadamente, ninguno de nuestros investigadores locales ha muerto hasta ahora. Todo el personal del estudio está vivo”.
Los investigadores de campo hablaron con 2.000 hogares, representativos para la población de Gaza antes del ataque terrorista del 7 de octubre de 2023. No se les permitió entrar en zonas acordonadas y consideradas como zonas de combate por el Ejército israelí. Sin embargo, y debido a que gran parte de la población de Gaza se encuentra desplazada, los investigadores pudieron hablar con personas originarias del norte de la Franja de Gaza o de Rafah, en lugares como el campamento de Al Mawasi.
Muertes por desnutrición y enfermedades
Su conclusión: entre el 7 de octubre de 2023 y el 5 de enero de 2025, el número de muertes directas por guerra fue de aproximadamente 75.200. Al comparar esta cifra con la reportada por el Ministerio de Salud (45.805 muertes durante el mismo período), resulta evidente que los investigadores del equipo de Spagat y Shikaki demostraron que la cifra real de muertes es aproximadamente un 60% mayor que la reportada por el Ministerio de Salud en Gaza. Esto significaría que aproximadamente una de cada 25 personas en la Franja de Gaza, con 2,3 millones de habitantes, ha muerto desde el comienzo de la guerra.
Además, hay que añadir el número de los llamados “muertos indirectos de guerra”, es decir, todas las personas que murieron por desnutrición o enfermedades en condiciones de guerra, y restar el número de personas que habría muerto por vejez o enfermedad independientemente de la guerra. Los investigadores estiman 8.540 muertes indirectas por la guerra durante el período en cuestión.
Esta es una cifra significativamente menor de la que los observadores habían supuesto previamente. En un estudio publicado en The Lancet en julio de 2024 ya estimaban que por cada muerte contabilizada, habría que añadir cuatro muertes indirectas de guerra. Las organizaciones humanitarias llevan meses advirtiendo que los civiles de Gaza podrían morir de desnutrición y enfermedades. Han hablado de varias decenas de miles de muertes indirectas por la guerra.
Spagat atribuye esta cifra reducida a la población joven y mayoritariamente muy sana de Gaza antes de la guerra, con un buen sistema de salud y una alta tasa de vacunación, “gracias a la ONU y a numerosas organizaciones de ayuda”. La cifra no es en absoluto baja en comparación con otras zonas de guerra. “Nuestras cifras muestran que las organizaciones humanitarias han hecho un excelente trabajo para mantener con vida a la población hasta el momento”.
Él señala que el estudio se realizó antes del bloqueo total de once semanas que Israel impuso a la ayuda humanitaria en Gaza. “La población de Gaza está desnutrida. Se pueden producir brotes de enfermedades, puede ocurrir muy rápidamente. Incluso si se estableciera un alto al fuego la semana que viene y se mantuviera, el número de muertes indirectas se dispararía de nuevo. Nuestras cifras no son definitivas”.
Sin embargo, el estudio aún no ha sido revisado de forma independiente, es decir, por investigadores que no participaron. Se trata de una preimpresión. Por lo tanto, las cifras no pueden considerarse definitivas. No obstante, los resultados coinciden con el estudio publicado en la revista The Lancet, que revisó la lista de nombres del Ministerio de Salud de Gaza.
¿Se pueden utilizar las cifras de Hamás?
Los investigadores coordinados por Spagat y Shikaki utilizaron métodos diferentes, pero con un objetivo similar a los del estudio de The Lancet. Querían verificar si la institución que contabiliza las nuevas muertes diarias en la Franja de Gaza, es decir, el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás, podía utilizarse como referencia fiable.
“Demostramos claramente que no exageran el número de muertos. El estudio también indica que ofrecen una imagen realista de la demografía de las víctimas mortales. El porcentaje de mujeres, niños y ancianos que calculamos coincide, con bastante precisión, con las cifras del Ministerio de Salud de Gaza”.
Según el estudio, más del 30 por ciento de las muertes directas corresponden a menores de 18 años. Otro 22 por ciento son mujeres y alrededor del 4 por ciento son personas mayores de 65 años. La mayoría de los muertos son hombres de entre 15 y 49 años. ¿Significa esto que los combatientes fueron efectivamente el objetivo de asesinato?
100.000 muertos: una cifra casi increíble
“No”, dice Spagat. “En las guerras, los hombres jóvenes son siempre los que mueren con más frecuencia”. El estudio, al igual que el Ministerio de Salud de Gaza, no distingue entre combatientes y civiles. “Habríamos puesto en peligro a nuestros investigadores de campo si hubieran preguntado si miembros de Hamás vivían en la casa”. Podrían haber sido considerados sospechosos de ser agentes del servicio de inteligencia israelí, afirmó Spagat. Por lo tanto, no se recopilaron esos datos.
Spagat enfatiza: “Tenemos una cantidad muy elevada de niños pequeños muertos, lo cual es excepcional”. Duda al hacer comparaciones, pero “en Gaza, murió el cuatro por ciento de la población. No hemos visto esto en ninguna otra guerra del siglo XXI”.
Si extrapolamos las cifras del estudio de Spagat y Shikaki a la actualidad, llegamos rápidamente a 100.000 muertos. Una cifra difícil de imaginar, tras la que se esconden nombres e historias de personas. Algunas las conocemos, como la familia Al Najjar. Los niños Yahya, Rakan, Ruslan, Jubran, Eve, Rivan, Saydeen, Luqman y Sidra murieron en un ataque aéreo israelí sobre Jan Yunis el 23 de mayo de 2025. La madre sobrevivió, porque tenía turno de médica de guardia en el hospital. El único superviviente del ataque fue su hijo de once años, Adam. El padre de los niños, el doctor Hamdi al Najjar, murió pocos días después a causa del ataque. Sus nombres –a diferencia de los de la mayoría de los muertos– dieron la vuelta al mundo.
Sarah Judith Hofmann