Ilustración: La mirada de un niño sobre Gaza, nro. 5. Fuente: The Palestine Poster Project Archives



Nota preliminar.La reciente escalada de acontecimientos en Medio Oriente, a la que se ha dado en llamar “guerra de Sucob“, tiene al mundo en vilo. Como es sabido, Hamás lanzó el sábado 7 de octubre un ataque sin precedentes en territorio israelí, que incluyó el lanzamiento masivo de cohetes, el asalto armado a instalaciones militares y civiles con un saldo de 1.400 asesinados, y la captura de más de dos centenares de rehenes. La denominada Operación Al-Aqsa combinó acciones de lucha armada y de terrorismo, en partes iguales. Israel respondió de forma no menos brutal con bombardeos indiscriminados sobre la Franja de Gaza, que ya han ocasionado muchas más muertes –el triple– que el ataque inicial. Este castigo colectivo –crimen de guerra– se ha complementado con cortes de agua, electricidad y gas; prohibiciones o restricciones al suministro de alimentos, insumos medicinales y combustibles; y conminaciones a evacuar perentoriamente la zona norte de la Franja. Además, Tel Aviv amenazó con invadir el territorio palestino. La invasión terrestre, sin embargo, aún no ha tenido lugar. Hay quienes dudan incluso de que la misma se produzca, y hay más dudas aún sobre los alcances y objetivos de la misma, si tuviera lugar. Evidentemente, el escenario local y el contexto geopolítico internacional no son los mismos que los de hace unos años, cuando Israel respondió rápidamente con invasiones terrestres ante acciones muy menores en comparación con la actual. En 2006 invadió el Líbano para combatir contra Hezbolá, en 2014 hizo lo propio con Gaza. ¿Volverá a hacerlo este año? La magnitud del golpe recibido así lo haría pensar. Pero el gobierno de Biden está llamando a la contención a Netanyahu: con una guerra empantanada en Ucrania, habiendo tenido que retirarse de Afganistán de manera humillante, y sin haber conseguido ningún objetivo indubitable con sus acciones militares en Libia, Siria o Irak, las autoridades de EE.UU. parecen poco entusiastas a la hora de desatar una nueva conflagración de proporciones impredecibles.
Al conflicto entre Palestina e Israel, sin embargo, no se le ve solución. Iniciado en 1948 con la creación por la fuerza del Estado de Israel y el desplazamiento de cientos de miles de palestinos y un número considerable de masacres (la tragedia humanitaria de la Nakba, un ejemplo típico de «limpieza étnica»), la posibilidad de constituir dos estados separados se hizo añicos en 1967, cuando Israel, redoblando su colonialismo, ocupó el territorio palestino y desarrolló lo que ha sido adecuadamente descrito como un régimen segregacionista o de
apartheid sobre el pueblo palestino, que no excluiría acciones tipificables como terrorismo de estado. El fracaso de los acuerdos de Oslo de 1993, que dieron lugar a un cuasi-estado palestino, han llevado a la población palestina a una situación de gran padecimiento y desesperación, que ha favorecido a los grupos religiosos más fundamentalistas, como Hamás y Yihad Islámica. Tanto en Palestina como en Israel las corrientes laicas se hallan en franco retroceso: lo que crecen son los grupos religiosos, y dentro de ellos, los segmentos más integristas e intolerantes. Esto vale tanto para el islam como para el judaísmo.
En realidad, la posibilidad de establecer dos estados que fueran viables siempre fue bastante quimérica: hay en contra fuertes causas geográficas y económicas, además de las razones políticas y religiosas. El horizonte de un único estado laico «binacional» que avizorara Edward Said (plurinacional sería más adecuado decir, porque tanto en Israel como en Palestina hay importantes comunidades cristianas y drusas, entre otras minorías), tras convencerse de la inviabilidad de dos estados separados, parece hoy completamente imposible. Y, sin embargo, aceptar que dos pueblos que habitan un territorio tan pequeño no pueden convivir es la aceptación misma de la barbarie. El sueño de estados confesionales y étnicamente puros es la garantía de las pesadillas de hoy y de mañana. Hay israelíes –especialmente los judíos ultraortodoxos– que sueñan con la expulsión definitiva de los palestinos de sus tierras; hay musulmanes fundamentalistas que sueñan con la destrucción completa del Estado de Israel. Mientras se siga apostando por la guerra, estos grupos crecerán y no habrá ninguna solución que traiga paz y justicia.
Para ofrecer algo de intelección a los actuales sucesos, publicamos un dossier que ofrece una mirada apenas parcial y fragmentaria. En el futuro cercano ofreceremos miradas complementarias.
Todos los textos que integran este dossier han sido extraídos de otros medios digitales, que recomendamos visitar. Salieron publicados entre el 12 y 15 de octubre. El primero de esos textos, escrito en castellano, procede del blog de Rafael Poch-de-Feliu, su autor. Los de Enrico Tomaselli, que hemos unificado bajo el título “Tormenta sobre Medio Oriente” y el subtítulo “Un paso atrás” (con traducción nuestra del italiano), provienen de la página web Giubbe Rosse News. El artículo que cierra el dossier, titulado “La resurrección del Eje de la Resistencia”, lo hemos obtenido del sitio español Descifrando la Guerra, y su autoría pertenece a un analista que usa el nombre de pluma “Manuel_”.
La selección y presentación de los artículos que conforman el dossier fue objeto de un intenso debate interno, todavía abierto. Lo publicado refleja muchos acuerdos fundamentales, pero no un consenso total. Tenemos diferencias, aunque podría decirse que menores, mayormente en materia de énfasis o matiz, y en lo que concierne a la interpretación y valoración de algunos autores, incluidos o no en este dossier.



PALESTINA RETRATA LA POLÍTICA OCCIDENTAL

Los tres principales países europeos –Reino Unido, Francia y Alemania– se han declarado, junto a Estados Unidos e Italia, “unidos y coordinados para garantizar que Israel pueda defenderse”. Palestina lleva muchos años retratando la política occidental. Gracias a ese apoyo, el invocado derecho de Israel a la existencia, un derecho verdadero que ningún estado capaz de conculcarlo pone en duda, se traduce en el derecho a la aniquilación de los palestinos. La suma de la herencia colonial europea y la responsabilidad europea por el genocidio de seis millones de judíos europeos tiene por absurda y trágica consecuencia permitir que Israel se proponga y cometa la destrucción de los palestinos no solo como entidad política y nacional, sino como sociedad.

Esos tres países fueron primero responsables del colonialismo judío en Palestina. El Reino Unido por la declaración de Balfour de 1917, prometiendo un hogar al sionismo en tierras que había que quitar a otros [y que efectivamente se quitaron manu militari entre 1946 y 1948, durante la formación del moderno Estado de Israel, con la «limpieza étnica» de la Nakba y sus masacres o deportaciones en masa, seguidas de un régimen segregacionista o de apartheid]. Alemania por el Holocausto que, lógicamente, precipitó posteriormente el éxodo masivo hacia aquellas tierras. Francia, por su complicidad en la detención, deportación y eliminación de judíos vía el colaboracionismo de su gobierno [el régimen títere de Vichy] con Hitler.

Esos mismos países fueron a continuación responsables por pasividad del incumplimiento de un acuerdo de paz alcanzado en 1993 en Oslo, por el que los palestinos renunciaron a la lucha armada a cambio de la formación, en el plazo de cinco años, de su estado en Gaza y Cisjordania, de acuerdo con las resoluciones de la ONU. Tres años después de la firma de aquellos acuerdos, el general israelí que los firmó, Isaac Rabin, fue asesinado, no por los palestinos, ni por Irán o algún estado árabe, sino por un extremista religioso judío. Su sucesor como primer ministro y también general, Ariel Sharon, torpedeó los acuerdos de Oslo. El firmante palestino de los acuerdos, Yaser Arafat, acabó recluido en su sede palestina y murió en 2004, probablemente envenenado por Sharon, recuerda el veterano ex periodista de Beirut, Rene Naba.

Los palestinos no tuvieron su estado, Israel continuó ampliando sus asentamientos ilegales, se retiró militarmente de Gaza para convertirla en prisión, sin que los países europeos, dijeran ni hicieran nada a efectos prácticos. Hace cuarenta años que no hacen nada, más allá de subvencionar el mantenimiento de la prisión israelí con infraestructuras, que el ejército ocupante destruye periódicamente en sus incursiones. Al contrario, premiaron a Israel con relaciones privilegiadas con la Unión Europea.

Respecto al papel de Estados Unidos no es necesario extenderse: han sido el principal apoyo de la continua violación israelí del derecho internacional y las resoluciones de la ONU. Sin ese doble apoyo norteamericano y europeo, la actitud de Israel sería diferente y el fin de 75 años de colonialismo, una figura del siglo XIX insostenible en el siglo XXI, mucho más probable.

Todo ha sido dicho ya sobre esto hace años. A nadie se le escapa que ahora será peor. Mucho peor. Se anuncia una masacre sin precedentes. La ley israelí, según la cual una muerte judía vale cien muertes palestinas, actuará una vez más para lavar la humillación de que el cuarto ejército del mundo haya sido sorprendido desde la cárcel a cielo abierto más vigilada del planeta por un grupo de milicianos suicidas. Con la importante salvedad de las odiosas y atroces muertes indiscriminadas y toma de rehenes de civiles inocentes, la fugaz incursión de los milicianos recuerda al desesperado levantamiento judío del gueto de Varsovia de abril-mayo de 1943: humillación de la potencia racista ocupante y, pasada la sorpresa, devastación del gueto. En eso estamos.

La loca carrera de Israel sigue su curso, pero en condiciones cada vez más inquietantes por su contexto de múltiple y creciente tensión bélica internacional. Israel es un país pequeño sin recursos naturales y rodeado de estados hostiles y poblaciones árabes radicalizadas por décadas de injusticia y doble rasero. En las propias metrópolis europeas, Londres, París, Berlín…, donde se prohíben las manifestaciones en apoyo a Palestina, se palpa esa tensión. Estados Unidos, los grandes valedores de Israel, están en posición delicada. Su guerra por poderes en Ucrania se ha convertido en un agujero negro. (90 mil bajas ucranianas desde el inicio de la desastrosa contraofensiva el 4 de junio, según declaró Putin el 5 de octubre, y el dato es creíble). Las reservas de armamento de su ejército están agotadas. El Pentágono se está preparando abiertamente para la guerra con China mientras libra indirectamente una guerra contra Rusia. Por si fuera poco, Biden está en el centro de la pelea en el interior del establishment norteamericano, sin precedentes por la criminalización entre candidatos adversarios a las presidenciales del año que viene.

Con la excepción de Europa, la posición internacional de Estados Unidos está yendo a menos en todo el mundo. El gobierno estadounidense es menos potente ahora de lo que lo ha sido en cualquier momento del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, recuerda el activista y abogado canadiense Dimitri Lascaris. Y eso es así no solo en África, América Latina y Asia, sino particularmente en Medio Oriente, como ha dejado bien claro el acuerdo entre Irán y Arabia Saudita con mediación china y antes rusa. Pese a la voluntad saudí de acercarse a Israel, las burdas provocaciones en la mezquita de Al-Aqsa revientan cualquier voluntad del infame «guardián de los Santos Lugares» [título utilizado por el rey de Arabia Saudita] por alinearse con Israel.

“Si los dirigentes de Israel hubieran tenido la previsión y la humildad de comprender que el dominio de Estados Unidos no podía durar para siempre, habrían firmado la paz con los palestinos hace mucho tiempo en condiciones favorables, cuando su protector dominaba los asuntos mundiales; pero la impunidad de Israel durante décadas convirtió a sus dirigentes en estúpidos. Desperdiciaron repetidamente oportunidades de paz en condiciones favorables, porque lo querían todo. Toda la Palestina histórica, cada centímetro de ella. Ahora están atrapados por su propia arrogancia y codicia”, dice Lascaris. Y concluye: “en este delicado momento, lo último que necesita el gobierno de Estados Unidos es otra conflagración en Medio Oriente. Sus fuerzas militares están sobrecargadas, su reputación está maltrecha, su política interior es un caos. Si Biden y su círculo íntimo tuvieran algo de sentido común, le dirían en privado a Netanyahu que Israel debe responder con considerable circunspección. Por desgracia, no hay motivos para creer que eso es lo que vaya a hacer la administración Biden”.

Rafael Poch-de-Feliu


TORMENTA SOBRE MEDIO ORIENTE

Como un piedrazo en un palomar, el atentado perpetrado por las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam el 7 de octubre sorprendió y conmocionó a todos, observadores y –por supuesto– partes interesadas. Dado que la operación «Inundación de Al-Aqsa» aún está en curso, no es posible por el momento hacer un análisis claro y exhaustivo de la misma; sin embargo, ya se pueden hacer algunas reflexiones. Y de algunas, en efecto, se siente definitivamente la urgencia.

En particular, hay tres aspectos en los que detenerse. La incapacidad de los servicios de seguridad israelíes y estadounidenses para prever el atentado. La capacidad palestina para lograr el factor sorpresa en el momento del atentado. El sentido político y militar de la operación en general.

Antes de entrar en el fondo de la cuestión, y de examinar específicamente estos tres aspectos, es importante añadir otra premisa más general. Desgraciadamente, a veces, incluso en círculos presumiblemente identificables como ajenos a la propaganda dominante, se cuela un peligroso sesgo conspiracionista, que tiende a ver –en las diversas articulaciones estatales del poder occidental– una especie de Moloch invencible, y que por tanto, incluso ante una evidente derrota de ese poder, con sus clamorosos errores, se niega a convencerse de ello, y tiende a imaginar oscuras maniobras y designios ocultos, a partir de los cuales la realidad aparente sería de hecho lo contrario de lo que realmente es. Dicho de otro modo, si este poder parece acusar una derrota, aunque sea limitada, el sesgo conspirativo lleva a creer que se trata en realidad de una acción encubierta, y que esconde un objetivo final oculto pero intencionado.

Este sesgo es un obstáculo muy peligroso para cualquier comprensión de los fenómenos sociales, políticos y militares, y debería eliminarse definitivamente. Sin embargo, en concreto, podría incluso argumentarse que es precisamente este enfoque imaginativo el que resulta ventajoso para la potencia mencionada. Porque es evidente que, independientemente de cómo pueda acabar la operación palestina –militar y políticamente–, su mayor éxito (indiscutiblemente conseguido) reside precisamente en haber hecho añicos el mito de la invencibilidad de Israel, de la infalibilidad de sus servicios de inteligencia, de su suprema capacidad para garantizar la seguridad del estado y de sus ciudadanos. Afirmar que nos encontramos en cambio ante una maniobra sofisticada, dirigida a un diseño estratégico más amplio, anula el hecho, y no sólo rehabilita el mito, sino que incluso lo reaviva, revistiéndolo de un nivel de sutileza aún mayor.

Examinemos ahora el primero de los tres aspectos, a saber, la incapacidad de los servicios de inteligencia occidentales para prever el atentado. Antes de nada, sin embargo, hay que subrayar un aspecto importante de la cuestión, relativo a las características del propio atentado. En primer lugar, no mostró ningún salto cualitativo significativo, en cuanto al armamento desplegado; básicamente, la operación se llevó a cabo con armamento ligero y los habituales cohetes de fabricación propia (una tecnología en la que Hamás lleva años trabajando), y sólo se limitó a otro armamento individual (fusiles de asalto y MANPADS) de fabricación estadounidense, casi con toda seguridad procedente del contrabando de armas generado en Ucrania –y del que el propio gobierno israelí había hablado poco antes–. No había pruebas de armamento de otro origen, concretamente iraní –por ejemplo, los drones por los que Teherán es ahora internacionalmente famoso–.

Esto significa que no hubo una transferencia significativa de armamento, que podría haberse detectado aguas arriba en la cadena que conduce a Gaza. También hay que tener en cuenta que una operación de este tipo, en las condiciones extremadamente peculiares del territorio en el que se planeó y desde el que partió, debió requerir una preparación extremadamente larga y cuidadosa, que duró al menos un año.

Esto implicó no sólo el almacenamiento de cohetes y municiones, sino también la formación de los departamentos operativos, la creación de un centro de mando específico para la operación, la adquisición de información tanto sobre los sistemas de control fronterizo como sobre los objetivos, y el desarrollo de un sistema de comunicación que no pudiera ser interceptado.

A la vista de todo ello, puede parecer increíble que no se haya detectado nada. Y, por supuesto, tal y como están las cosas, no tenemos ni idea de cómo ocurrió, es decir, cómo las formaciones militares de Hamás consiguieron ocultarlo durante tanto tiempo.

Sin embargo, sí sabemos lo suficiente sobre el sistema de vigilancia que debería haberlo descubierto, como para formular un razonamiento deductivo convincente. En primer lugar, hay que tener en cuenta que Gaza es uno de los territorios más intensamente vigilados del mundo, a través de la más amplia gama de herramientas: desde escuchas telefónicas hasta vigilancia por satélite y aérea, pasando por la red de informadores locales y demás. Todo esto produce diariamente una cantidad gigantesca de datos, que escapa por completo a la posibilidad de observación y análisis humanos, por lo que –desde hace algún tiempo– los servicios de inteligencia israelíes confían en la IA, a través de programas especialmente desarrollados.

Este sistema de análisis automatizado ha funcionado muy bien en el pasado, proporcionando indicaciones muy útiles durante anteriores operaciones del Tsahal contra Hamás. Esto, por supuesto, reforzó su fiabilidad. El problema de un sistema de este tipo, por supuesto, es que funciona según un esquema que en el fondo es bastante simple: a partir de los grandes datos acumulados a lo largo del tiempo, es capaz de asociar una serie de informaciones a determinados acontecimientos, y a partir de la sucesión de éstos, puede predecir razonablemente lo que va a ocurrir (o lo que el enemigo está preparando para que ocurra). Se trata, evidentemente, de un mecanismo basado en la experiencia. Si A + B producen casi siempre C, cuando el sistema identifique los factores A y B esperará que se produzca el acontecimiento C. Del mismo modo, el sistema será alertado si se produce alguna anomalía. Por ejemplo, el factor B desaparece durante un tiempo significativamente inusual, o de repente aparece el factor D.

De este modo, la inteligencia de Tel Aviv ha podido vigilar constantemente las actividades de Hamás en la Franja de Gaza, obviamente con un margen de imprevisibilidad ciertamente pequeño. Esto permitió en el pasado identificar talleres de construcción de cohetes y plataformas de lanzamiento, aunque no del todo. En cierto modo, pues, es como si los sistemas de vigilancia basados en la IA desarrollaran su propio sesgo (además, por supuesto, de llevar en su «código genético» el de quienes los desarrollan), los cuales a su vez se tranquilizan cuando encuentran exactamente lo que esperan encontrar.

Así pues, podemos deducir simplemente que la cobertura de la fase de preparación se logró manteniendo operativas todas las actividades conocidas, que el sistema de vigilancia conoce y esperaba detectar, sin introducir en ellas ninguna anomalía. Mientras que todas las actividades necesarias para la preparación del ataque se camuflaron hábilmente entre las ordinarias, o se hicieron invisibles. Si se tiene en cuenta que, durante la fase operativa del atentado, las unidades de Ezzeldin Al-Qassam se comunicaban entre sí y con el centro de mando mediante un sistema (todavía no sabemos cuál) que escapaba totalmente a la interceptación, esto parece totalmente plausible.

El segundo aspecto es uno sobre el que, por el momento, no se dispone de información precisa. Por lo tanto, incluso en este caso, es necesario proceder deductivamente.

El ángulo conspirativo es que se trató de una especie de Pearl Harbor, es decir, que conocían perfectamente la operación e incluso la habrían facilitado porque necesitaban un pretexto para desencadenar algún tipo de solución final. O, más ampliamente aún, para desencadenar un nuevo conflicto en la periferia de Rusia. Con la variante ultraconspirativa que vería en Hamás una criatura israelí-estadounidense…

Si, en abstracto, se pudiera suponer que la comunidad de inteligencia conocía el plan palestino y que se había tomado la decisión política de permitir que siguiera adelante –a pesar del previsible alto coste en vidas humanas–, parece muy improbable que pudiera haber ocurrido a nivel de los sistemas de vigilancia fronteriza.

En primer lugar, habría sido detectado inmediatamente por los propios militares de guardia. Tampoco es concebible que hubieran sido informados de ello y decidieran calladamente sacrificarse para seguir los planes del gobierno. Sobre todo, está claro que las unidades de Ezzeldin Al-Qassam que desmontaron las redes, destruyeron las torres de vigilancia y atacaron los puestos de guardia, si se hubieran dado cuenta de que los sistemas de vigilancia no funcionaban, habrían tendido inmediatamente una trampa. Sin embargo, tal y como se desarrollaron los acontecimientos, todo apunta a que el sistema de vigilancia de la frontera fue desactivado en el momento en que las unidades operativas entraron en acción (probablemente utilizando sistemas de interferencia), aprovechando también las condiciones rutinarias en las que se encontraban las fuerzas de guarnición israelíes –temprano por la mañana, día festivo del sabbat–, sin estado de alerta temprana…

Una vez más, no se dispone de información fiable, y no es seguro que vaya a conocerse pronto. Al igual que Hamás no tiene interés en revelar cómo pudo inutilizar el sistema de vigilancia en la frontera de la franja, las IDF [Fuerzas de Defensa de Israel, por sus siglas en inglés] tampoco tienen interés en revelar cómo fue pirateado su sistema. Sin embargo, seguramente se producirán acontecimientos que actuarán como factor verificador. Si las suposiciones basadas en la idea de la conspiración están bien fundadas, independientemente de cómo se desarrollen los acontecimientos a corto y medio plazo, tanto la cúpula militar como la de los servicios de inteligencia seguirán en sus puestos, o incluso ascenderán. Si, por el contrario, serán destituidos tarde o temprano, significará que no hubo connivencia, sino que se trató de un estrepitoso fracaso por parte de unos y otros.

El tercer aspecto que merece una reflexión inicial es el sentido de la operación, tanto política como militarmente, sobre todo a la luz de las –previsibles– consecuencias.

Y aquí también son necesarias algunas observaciones preliminares.

En primer lugar sobre Hamás, el movimiento político del que las Brigadas Ezzeldin Al-Qassam son el brazo militar, y que ha gobernado en Gaza durante muchos años.

Hamás se originó como una rama palestina de un movimiento suní panárabe, el de los Hermanos Musulmanes, una formación político-religiosa esencialmente moderada, que aspira a lograr gobiernos basados en principios sociales y morales de inspiración religiosa, pero que no contempla estados estrictamente basados en la sharia (como el ISIS). El movimiento es especialmente fuerte en Egipto, donde cuenta con la feroz oposición del actual gobierno militar.

Entre las organizaciones de la resistencia palestina, Hamás es una de las más recientes, pues nació en 1987, a raíz de la primera Intifada. En su fase inicial, y después durante mucho tiempo, Hamás fue vista tanto por Estados Unidos como por Israel como un factor que podía debilitar a la OLP, y en este sentido fue abiertamente favorecida. En 2006, tras ganar las elecciones legislativas palestinas, la organización llegó a un enfrentamiento –incluso militar– con Al Fatah, que no aceptaba el resultado de la votación. Al final de este enfrentamiento, Hamás tomó el control de la Franja de Gaza, mientras que Al Fatah tomó el control de Cisjordania, dividiendo de hecho en dos los territorios bajo autoridad palestina.

De este modo, Hamás se ha convertido de facto en la única organización político-militar de masas que sigue luchando contra la ocupación israelí, mientras que la Autoridad Nacional Palestina, controlada por Al Fatah, se ha ido convirtiendo poco a poco en una especie de autoridad colonial, en excelentes relaciones tanto con la UE como con Estados Unidos, y relegada a una representación simbólica de Palestina.

La lucha llevada a cabo por Hamás durante los últimos veinte años –como todas las de los palestinos, de diversas formas y según diferentes tácticas, tras la Nakba– no ha producido, como es notorio, ningún resultado positivo. Israel, con el apoyo de Estados Unidos y todos los países occidentales, no solo sigue sin aplicar las resoluciones de la ONU, sino que su control represivo se ha intensificado. En 2018, la Knesset, el parlamento israelí, aprobó una ley que establece que Israel es un estado judío (es decir, el estado de y para los judíos), formalizando el apartheid que existe de hecho contra la población árabe. Y, sobre todo, Gaza, la última franja de tierra palestina indómita, se ha convertido en una gigantesca prisión al aire libre, dependiente de Israel para prácticamente todo, que tiene pleno control sobre todo lo que puede o no entrar en ella. Por último, aunque sigue contando con el apoyo de las poblaciones árabes, la causa palestina ha perdido, de hecho, el de los gobiernos árabes.

En este contexto, es evidente cómo –por un lado– Hamás se vio casi obligado a buscar apoyos incluso en el mundo chiita y radical (Irán y Hezbolá), y –por otro– tuvo que empezar a reflexionar sobre el hecho de que la estrategia de desgaste, compuesta por fases periódicas de enfrentamiento con las Fuerzas de Defensa de Israel, ya no era ni productiva ni sostenible. De ahí la necesidad, política antes que militar, de introducir un elemento de discontinuidad, capaz de desencadenar un proceso que produjera un relanzamiento de la resistencia palestina y, más ampliamente, una reorganización estratégica de las cartas, en el marco del Oriente Próximo.

Una opción, esta, entre otras cosas posibilitada por la remodelación estratégica mundial en curso y, en particular, por la guerra de Ucrania (y su evolución desfavorable para Occidente).

Del mismo modo que el conflicto ucraniano demostró la viabilidad concreta de oponerse a los designios estadounidenses, la Operación Inundación de Al-Aqsa ya ha demostrado la no invencibilidad del ejército israelí.

Desde un punto de vista estrictamente militar, por otra parte, la operación tenía y tiene objetivos más limitados, pero no por ello menos importantes.

Una vez más, hay que dejar claro en primer lugar que los objetivos no incluyen en absoluto el desencadenamiento de un conflicto de gran alcance en Oriente Próximo (que, por otra parte, ninguno de los actores regionales e internacionales tiene interés en desencadenar, al menos en este momento), en el que la resistencia palestina correría un gran riesgo de ser aplastada. Del mismo modo que está claro que no se trataba de una misión suicida, en la que el movimiento entero se lo juega todo.

Aunque es evidente que gran parte de las fuerzas que participaron en la acción (entre 1.500 y 2.000 combatientes) corrían el riesgo de caer o acabar como prisioneros, hay que tener en cuenta que las Brigadas cuentan con una fuerza estimada de entre 30.000 y 40.000 hombres.

Así, pues, el primer objetivo militar era infligir el mayor número de bajas a las fuerzas de ocupación. Jugando con el efecto de conmoción y pavor, toda la primera fase de la operación sirvió para golpear a las IDF, atacándolas de forma no planificada y difusa, no según una táctica de enfrentamiento frontal, mediante la concentración de fuerzas en unos pocos lugares, sino, por el contrario, mediante la extrema movilidad de pequeños grupos. Esto no sólo provocó un elevado número de muertos y heridos entre las fuerzas enemigas, sino que amplificó su desorientación, su caos. Hasta tal punto que, todavía cuatro días después, no estaba completamente superado.

En esta fase ofensiva, entre otras cosas, los combatientes de Al-Qassam demostraron que habían aprendido una lección del conflicto ucraniano, utilizando cuadricópteros ordinarios tanto para tareas de reconocimiento del terreno como de ataque (un tanque Merkava fue destruido precisamente lanzando un artefacto explosivo improvisado desde el aire).

Otra lección aprendida de la guerra de Ucrania es la táctica –ampliamente aplicada por los rusos– de atacar al enemigo para invitarle a contraatacar, explotando así el factor sorpresa al principio, y la ventaja de una posición defensiva en una fase posterior.

Por una serie de razones, de hecho, Tsahal se ve ahora obligado a atacar el enclave de Gaza por tierra; y, consciente de que esto conllevará grandes pérdidas (como es inevitable, en un contexto altamente urbanizado), de hecho se está estancando. Los intensos bombardeos a los que somete a Gaza sirven no sólo para golpear lo más fuerte posible las estructuras militares de Hamás, sino también para organizar mejor la fuerza de invasión. Una elección, la de los ataques aéreos, que paradójicamente corre el riesgo de añadir una ventaja suplementaria a los defensores. En efecto, encontrarse luchando en medio de ruinas, lo que limita aún más la movilidad de los vehículos pesados, aumenta la facilidad de las emboscadas, libera de la preocupación de salvaguardar las viviendas y dificulta la orientación de las fuerzas enemigas.

El segundo objetivo militar consistía en capturar al mayor número posible de enemigos, introduciéndolos en las plazas fuertes de la Franja. Esto no era tanto con vistas a utilizarlos como escudos humanos, disuadiendo a Tsahal de llevar a cabo bombardeos, sino con vistas a un intercambio tras la fase aguda de los combates. También en este aspecto, la operación tuvo éxito, ya que no sólo se capturó a muchos soldados y civiles, sino también a oficiales de alto rango. Evidentemente, al tratarse de un número (por el momento indeterminado) muy superior al de cualquier intercambio anterior, el objetivo es obtener la liberación de todos los 7.000 prisioneros palestinos (muchos en detención administrativa desde hace años) y, con toda probabilidad, especialmente de los combatientes capturados durante los combates.

Por último, el tercer objetivo, el más angular.

Por supuesto, siempre es deseable, como de hecho establece el derecho internacional de la guerra, que en los conflictos se haga el máximo esfuerzo por salvaguardar la vida de los civiles. Y éste es un principio al que –por ejemplo– Rusia se adhiere, a diferencia de la OTAN en sus interminables guerras. Por lo tanto, es incuestionablemente lamentable que se haya atacado deliberadamente a civiles. Sin embargo, lo que se pretende aquí es un análisis del qué y del por qué, no un examen moral del comportamiento.

Por lo tanto, no se trata –con referencia al asesinato y secuestro de civiles– simplemente de contextualizar el hecho en el marco de un conflicto de décadas de duración y trágicamente asimétrico, sino de identificar las razones racionales de un hecho, que en cambio –lamentablemente– la propaganda de guerra trata de presentar como una manifestación de ferocidad animal.

Una vez más, se trata de una lección aprendida. Esta vez no del conflicto ucraniano, sino precisamente del israelí-palestino. Y fueron precisamente los israelíes quienes enseñaron esta horrible lección: “Las milicias sionistas se apoderaron de más del 78% de la Palestina histórica, destruyeron unos 530 pueblos y ciudades palestinos y mataron a unos 15.000 palestinos en más de 70 masacres. Unos 750.000 palestinos fueron objeto de una limpieza étnica entre 1947 y 1949 para crear el Estado de Israel en 1948” [Chirs Hedges, “Palestinians Speak the Language of Violence Israel Taught Them”, sheerpost.com].

Huelga decir que no se quiere justificar en modo alguno el horror de hoy con el horror de ayer, aunque este sea mucho mayor. La cuestión es que ambos tenían una razón de ser. Terrible si se quiere, inaceptable si se cree, pero una razón de ser, al fin y al cabo.

Más allá de la ira y el odio que pueden madurar en casi ochenta años de opresión, así como en virtud del fanatismo ideológico y religioso más atroz, existe de hecho una motivación racional, un cálculo. Y la razón por la que los combatientes palestinos han matado a civiles, y capturado a otros llevándolos a Gaza, es precisamente aterrorizar a los colonos e inducirles a abandonar la tierra ocupada abusivamente mediante la ocupación militar.

Por supuesto, ahora se desconoce si se conseguirá este efecto y hasta qué punto, y durante cuánto tiempo. Mucho dependerá de los acontecimientos posteriores. Lo importante es darse cuenta de que no estamos ante un acto gratuito, llevado a cabo por lo que el jefe del Estado Mayor israelí llama “animales” (y que, como tales, considera dignos de cualquier contraterrorismo), sino ante una determinación extrema, que entiende que no puede retroceder, sea cual fuere el precio de esa intransigencia.

Es la terrible lección del coronel Kurtz, [en la película Apocalypse now, de Francis Ford Coppola, sobre la guerra de Vietnam]:

“He visto horrores, horrores que ustedes también han visto. Pero no tienen derecho a llamarme asesino. Tienen derecho a matarme, tienen derecho a hacerlo. Pero no tienes derecho a juzgarme. Es imposible encontrar las palabras para describir lo que es necesario para aquellos que no saben lo que significa el horror. El horror tiene rostro. Y debes hacerte amigo del horror, el horror, el terror, la moral y el dolor son tus amigos. Pero si no lo son, son enemigos a los que hay que temer. Son enemigos de verdad.”

“Recuerdo, cuando estaba en las fuerzas especiales, parece que hace miles de años, fuimos a un campamento, a vacunar niños. Salimos del campamento después de vacunar a los niños contra la polio. Más tarde, un anciano vino corriendo a llamarnos, estaba llorando, era ciego. Volvimos al campo: el Vietcong había llegado y cortado todos los brazos vacunados. Estaban allí amontonados. Un montón de bracitos. Y recuerdo que lloré, lloré como una madre.”

“Quería arrancarme los dientes de la boca, no sabía lo que quería hacer. Y quiero recordarlo, no quiero olvidarlo nunca. Entonces me di cuenta, como si me hubieran golpeado… golpeado por un diamante, una bala de diamante en medio de la frente… y pensé: Dios mío, qué genio hay en esto… qué genio, qué voluntad de hacer esto… perfecto, genuino, completo, cristalino, puro. Y así me di cuenta de que eran más fuertes que nosotros, porque lo soportaron.”


Un paso atrás

Esta noche [domingo 15 de octubre] hemos estado a punto de dar otro paso hacia el abismo. Luego, inesperadamente y en el último momento, se ha dado un paso atrás. Antes de interrogarnos sobre las causas y las consecuencias, debemos alegrarnos de haber evitado una vez más que la locura se apoderara totalmente de nuestros destinos.

No es que todavía estemos seguros de haber evitado el abismo, pero hemos dado un paso atrás, y quizá dos.

¿Qué ha provocado este vuelco de última hora?

Evidentemente, el comunicado de las IDF, que atribuye la decisión de no atacar más anoche, sino “dentro de unos días”, a las condiciones meteorológicas, es completamente irrisorio. Como si el Estado Mayor no hubiera consultado la previsión meteorológica y, un momento antes de partir, alguien sacara la mano por la ventana y descubriera que llovía a cántaros, por lo que pensó que no podía dejar que los reservistas se mojaran sus uniformes nuevos… ¡pospongámoslo todo hasta que vuelva el sol!

Las causas de este giro de 180 grados son, sin embargo, evidentes. Y están en tres niveles: internas a Israel, internas a la coalición con EE.UU. e internacionales.

A nivel nacional, cada vez está más claro que el ataque de Hamás –cuyo alcance real aún se nos escapa– no sólo ha desbordado las defensas militares y de inteligencia, sino a toda la élite político-militar del país. Netanyahu está acabado, y se ha dado cuenta inmediatamente. Así que todo su gobierno de fanáticos extremistas reaccionó con rabia ciega, pero al mismo tiempo, para cubrirse las espaldas, acordó formar un gobierno de unidad nacional.

Por supuesto, todo el mundo era muy consciente de que para destruir a Hamás (como proclamaba a voz en grito) era necesario no sólo atacar Gaza, sino ocuparla durante mucho tiempo. Y sólo el ataque habría supuesto un alto precio, por no hablar de la avalancha de problemas que acarrearía una ocupación duradera. Sin embargo, abrumados por la ira y la necesidad de dar una respuesta a los ciudadanos de Israel, siguieron adelante como un tren sin conductor.

Y tras siete días de bombardeos, se toma la decisión de atacar. Incluso se iniciaron los últimos ataques aéreos que precedieron a la ofensiva terrestre, y entonces todo se detuvo.

Pesaron las divisiones internas en el gobierno, pero aún más las señales procedentes del país. Netanyahu tuvo que renunciar a dar un discurso a los reservistas porque le insultaban. Rumores no confirmados hablan de deserciones masivas entre los soldados, de la negativa a participar en la guerra, de desacuerdos entre los mandos y de retiradas de altos oficiales y oficiales… en resumen, la maquinaria de guerra israelí, aún en estado de shock por el ataque palestino, es un caos, y en estas condiciones es incapaz de afrontar una batalla sangrienta.

En esta coyuntura, el aliado norteamericano –aunque acudió rápidamente al rescate– no dejó de señalar que, antes de embarcarse en una aventura semejante, hay que sopesar cuidadosamente las consecuencias. Contrariamente a la creencia popular, los Estados Unidos no tienen ningún interés, en este momento, en abrir otro conflicto (en el que se verían mucho más implicados que Rusia, y que aumentaría inevitablemente su aislamiento), menos aún en la región petrolera más importante del mundo. Ya la primera e inevitable reacción israelí –con los masivos ataques aéreos sobre Gaza– ha echado por tierra meses de trabajo diplomático para acercar a Arabia Saudita e Israel (consiguiendo en realidad lo contrario, con una mayor vinculación entre Riad y Teherán). Además, una guerra en Medio Oriente les obligaría a intervenir directamente, con todo lo que eso significa, no sólo en términos de pérdidas y riesgos, sino con las previsibles repercusiones en la inminente campaña electoral…

Por ello, Washington se ha mostrado muy firme –enviando portaaviones [frente a la costa de Líbano] y la 101ª Aerotransportada a Jordania–, pero por separado ha aconsejado discretamente prudencia.

A escala internacional, pues, es evidente cómo las maniobras israelíes minaron rápidamente la solidaridad occidental desencadenada por el ataque de Hamás, con la preocupación humanitaria expresada por la ONU, la OMS y otros dirigentes. Por no hablar del «levantamiento de escudos» [levata di scudi, en italiano] de los países árabes y musulmanes, que se pusieron del lado de los palestinos sin vacilar.

Pero, por supuesto, más que nada ha pesado la determinación de ciertos países y formaciones político-militares de la región; Irán, Siria, Hezbolá, milicias iraquíes y yemeníes… Incluso más allá del lenguaje propagandístico, reflejo del de Estados Unidos, es evidente que se ha enviado un mensaje claro: si atacan Gaza, responderemos. Una guerra regional, que implicaría al menos a cinco o seis países, donde hay numerosas bases estadounidenses (que se convertirían inmediatamente en objetivo), y donde Rusia también está militarmente presente…, tendría en primera instancia consecuencias devastadoras para el propio Israel, y también tendría un alto precio para Estados Unidos. Es demasiado evidente que el Irán de hoy no es el Irak de hace veinte años. Además, hoy no habría ninguna coalición dispuesta a invadir Teherán… Mucho más que la guerra de Ucrania, un conflicto en Oriente Próximo correría el riesgo de desencadenar una reacción en cadena con resultados imprevisibles.

Una pausa de unos días, entonces. Tel Aviv no puede ignorar que el tiempo corre en su contra. Cuantos más días pasen, más aumentará la presión, externa e interna. Al final habrá que hacer algo, por supuesto; pero con toda probabilidad no sólo será de muy pequeña escala, en comparación con las ampulosas amenazas de los últimos días, sino que incluso se «acordará» en secreto para evitar una reacción peligrosamente dura del Eje de la Resistencia.

Como siempre en estos casos, llevará algún tiempo ver claramente los efectos del 7 de octubre. Pero ya ahora está claro que el ataque palestino ha cambiado realmente al Oriente Próximo.

Enrico Tomaselli


LA RESURRECCIÓN DEL EJE DE LA RESISTENCIA

La Operación Inundación Al-Aqsa está marcando un punto de inflexión en la configuración regional de Medio Oriente. Desde la óptica internacional e inmediata, la repercusión más llamativa del inesperado, aunque planeado, ataque lanzado por Hamás sobre Israel ha sido la paralización del acuerdo de normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel a instancias de Riad, que ha condenado vehemente la reacción israelí y apoyado el “derecho de Palestina a defenderse”. Sin embargo, desde el punto de vista de las dinámicas regionales y el propio equilibrio de fuerzas existente, destaca el posicionamiento y cierre de filas unánime por parte del llamado Eje de la Resistencia en apoyo a la Operación Inundación Al-Aqsa, y a la defensa de la legitimidad de Hamás a lanzar la misma. Este respaldo no es baladí, puesto que el Eje de la Resistencia está compuesto por diferentes organizaciones paraestatales asentadas en Líbano, Siria, Irak y Yemen, que tradicionalmente se han organizado en torno a la dirección de Irán.

Sin entrar en el grado de implicación de Teherán en la planificación y preparación de la operación, así como de su visto bueno, lo que permite hablar de una resurrección del Eje de la Resistencia es el apoyo tajante que las principales fuerzas que lo constituyen han dado a Hamás. Desde los hutíes yemeníes, hasta el grupo armado libanés Hezbolá, pasando por las principales facciones chiitas de Irak y Siria, todas han asegurado que, si Israel «cruza algunas de las líneas rojas», saldrán en defensa de las facciones palestinas. De forma tanto explícita como implícita, el Eje de la Resistencia por primera vez en años ha actuado de manera cohesionada y unánime, al situar como líneas rojas el apoyo militar directo de Estados Unidos a Israel o el inicio de una operación terrestre sobre Gaza.

A diferencia de en otras ocasiones donde particularmente Irán y Hezbolá han adoptado cierta posición ambigua, llamando a la desescalada una vez que los choques entre Israel y Hamás amenazaban con aumentar en exceso, durante toda la operación Inundación Al-Aqsa el apoyo dentro del Eje de la Resistencia hacia Hamás sólo ha ido en aumento. De forma escalonada, todas las facciones, incluso hasta Irán, han llegado a afirmar que intervendrán en el conflicto si Israel no cesa sus ataques contra Gaza. Son de por sí evidentes las implicaciones que estas declaraciones tienen, pues de suceder, la guerra de Sucot desembocaría inmediatamente en una de naturaleza regional. Uno de los motivos del cambio en el comportamiento de Teherán es el deterioro que han experimentado sus relaciones con Occidente en los últimos meses, dinámica que se cristaliza en el fracaso del acuerdo nuclear Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés).

Esto ya de por sí nos habla de los efectos y las consecuencias regionales en el corto, medio y largo plazo de la acción coordinada por parte del Eje de Resistencia. Pero es aún más emblemático si consideramos que desde el asesinato de Qasem Soleimani, general de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Iraní, las relaciones entre Irán y los diferentes grupos del Eje de la Resistencia se debilitaron significativamente, en beneficio de una mayor autonomía de los segundos al margen de Irán y, por lo tanto, en detrimento de la capacidad iraní para fijar la agenda.


Los equilibrios de poder en Medio Oriente

Ahora bien, la «reemergencia» del Eje de la Resistencia responde no tanto a una renovada capacidad de Teherán para dirigir a las facciones paramilitares chiitas que lo componen, sino como una reacción de estos actores –incluido Irán– a la guerra de Sucot, cuyos efectos amenazan con alterar profundamente la correlación de fuerzas en Medio Oriente. En este sentido, es importante diferenciar la forma o el discurso que han adoptado los comunicados de apoyo a Hamás del contenido y objetivos reales de los mismos. Por decirlo de forma directa: la reacción conjunta del Eje de la Resistencia en apoyo a Hamás ni mucho menos tiene que ver –o es resultado– de una solidaridad musulmana por la causa palestina, pese a que sea bajo esta narrativa como se esté presentando y justificando las posibles acciones que puedan adoptar.

Empezando por Hamás y aplicándolo al resto de facciones del Eje de la Resistencia, la égida de la liberación de Palestina lejos de ser el objetivo real de la actividad de estos actores ha sido más bien el envoltorio a través del cual han presentado la defensa de sus propios intereses particulares y exclusivos. Ante el pleno reconocimiento por parte de Israel de Fatah como el único interlocutor válido para Palestina, Hamás ha sabido dirigir la resistencia palestina, en Gaza especialmente, para ejercer presión tanto sobre la Autoridad Nacional Palestina como sobre Tel Aviv, y obtener prebendas y beneficios de esa capacidad constatada para asegurar su liderazgo del movimiento de resistencia palestino en Gaza.

Sin embargo, hasta el inicio de la Operación Inundación Al-Aqsa, las acciones de Hamás –y no sólo suyas– han estado enmarcadas y orientadas a mejorar su posición de cara a negociar con Israel y competir con Fatah por la hegemonía política del movimiento palestino en Cisjordania, buscando desbancarles como ese interlocutor privilegiado y reconocido.

El cambio que encontramos con la Operación Inundación Al-Aqsa es la respuesta de Hamás ante un escenario político marcado por la emergencia dentro de Israel –y su llegada al gobierno– de los sectores más ultraortodoxos judíos. Estos sectores, frente a una suerte de solución binacional e integración de los palestinos en el estado israelí, apuestan por constituir un estado netamente judío establecido sobre el apartheid y la expulsión absoluta de los palestinos en la vida política. Tal escenario dejaba muy poco margen a un Hamás que, ya tras los enfrentamientos con Israel en mayo de 2021, definitivamente reconocía las fronteras palestino-israelíes firmadas en 1967 [tras la guerra de los Seis Días]; algo que en 2017 anunció por primera vez.

Pese a ello, la ofensiva del sector ultraortodoxo contra los palestinos en Cisjordania y el rechazo permanente de Israel a permitir que Hamás sea algo más que el gestor del erial que es Gaza –con cada vez menos espacio para la negociación– es lo que, en última instancia, ha obligado a Hamás a revolverse contra este escenario y lanzar la operación Inundación Al-Aqsa. A través del ataque a gran escala, Hamás está apostando por romper la correlación de fuerzas existente y forzar a unas nuevas negociaciones entre las facciones israelíes y palestinas, bajo un equilibrio de fuerzas totalmente nuevo y asentado sobre los resultados de la guerra de Sucot.

No obstante, esta apuesta plantea no sólo un nuevo equilibrio dentro de Israel y Palestina, sino que mediatamente está apuntando a nuevo orden regional. Esta es la razón de fondo del apoyo a Hamás del resto de facciones del Eje de la Resistencia y del mismo Irán. La respuesta militar de Israel, que amenaza con borrar a Hamás como entidad política en Gaza, supone un punto de inflexión regional en la medida que Gaza ha sido y es un enclave de importancia geopolítica fundamental para el Eje de Resistencia y para Teherán. La desaparición de este bastión no sólo reduce notablemente la profundidad regional de Irán sobre Medio Oriente, sino que indirectamente debilita las respectivas posiciones del resto de grupos paramilitares chiitas.

Pues, aunque cada organización chiita alineada con el Eje de la Resistencia ha tendido a desvincularse de una actividad regional conjunta en beneficio de una mayor estatalización del territorio sobre el que operan –Hezbolá, las milicias iraquíes que actualmente se encuentran en el gobierno y los hutíes de Yemén, por no hablar de Hamás, son claros de ejemplos de ello–, su propio peso estatal particular actúa como punto de apoyo para la actividad local del resto, en cuanto que respaldo y garantía de la política que desplieguen.

Si bien en los últimos años el vínculo entre los diferentes actores del Eje de la Resistencia se ha debilitado y el efecto aglutinador de Irán no es tan fuerte como en tiempos pretéritos, sí ha continuado existiendo un relativo apoyo recíproco entre ellos. Este mismo respaldo –fundado sobre la existencia de intereses políticos comunes que se expresa en la defensa del espacio político-social específico conquistado y la aspiración de ampliarlo– es lo que, en última instancia, ha motivado a que todos los actores del Eje de la Resistencia se movilicen en torno a la operación de Hamás, y estén dispuestos, incluso, a involucrarse en el conflicto. A diferencia de otros enfrentamientos anteriores entre Hamás e Israel, lo que en la guerra de Sucot está en juego es la redefinición de todo un nuevo equilibrio regional que, por extensión, afecta a las posiciones del conjunto del Eje de la Resistencia.

Manuel_



Nota final.— A último momento, sobre el cierre del nuevo número de Kalewche, cuando ya teníamos listo este dossier, leímos en Jacobin (EE.UU.) una publicación muy reciente de gran valor periodístico, que nos daba mucha pena dejar afuera: “We Must Mobilize Against the Carnage Being Inflicted on the Palestinian People”, algo así como “Debemos movilizarnos contra la carnicería que se está infligiendo al pueblo palestino”. Contra reloj, decidimos traducir el texto del inglés (no ha salido aún en Jacobin Latinoamérica), e incluirlo al dossier como PDF adjunto, a modo de suplemento.
Se trata de una extensa y profunda entrevista que Daniel Finn le hiciera a Bashir Abu-Manneh para el podcast “Long Reads” de Jacobin, y que pronto fue transcripta. Ambas versiones vieron la luz el miércoles 18 de octubre. Abu-Manneh es catedrático de clásicas, inglés e historia en la Universidad de Kent, y colaborador de Jacobin. Finn, el entrevistador, es periodista y editor de Jacobin.
La transcripción de la entrevista incluye un copete. Su traducción sería la siguiente: “La guerra de Israel contra Gaza ya se ha saldado con un horrendo número de muertos, pero los políticos occidentales siguen negándose a pedir un alto el fuego. Necesitamos una presión popular masiva en Estados Unidos y Europa contra la matanza y la amenaza de traslado forzoso de la población de Gaza”.
Pueden leer la entrevista completa y traducida aquí. Le hemos puesto de título “Bashir Abu-Manneh: una mirada lúcida sobre la situación en Palestina”.