Fotografía: The New School For Social Research
Nota preliminar.— Traducimos una nueva entrevista a Nancy Fraser, la gran pensadora marxista y feminista norteamericana, acerca de las dinámicas expropiatorias del imperialismo –viejas o novedosas, evidentes o sutiles, pero todas de alto impacto– en el capitalismo neoliberal o globalizado/financiarizado de nuestro tiempo, desde el intercambio desigual y la transferencia de capitales, hasta la externalización de los pasivos ambientales y las llamadas “cadenas globales de cuidados” (importación de mano de obra migrante de la periferia, generalmente mujeres, para las tareas de reproducción social, como el servicio doméstico y la enfermería), pasando por la deuda externa y el extractivismo en sus distintas modalidades. Salió originalmente publicada en inglés, el miércoles 14 de febrero, en LINKS International Journal of Socialist Renewal, con el título “Imperialist expropriation, global care chains and shifting core-periphery boundaries: An interview with Nancy Fraser” y esta breve presentación: “Nancy Fraser es profesora de Filosofía y Política en la New School for Social Research de Nueva York, donde trabaja en teoría social, política y feminista. También es autora, entre otras obras, de Capitalismo caníbal: cómo nuestro sistema está devorando la democracia, el cuidado y el planeta, y qué podemos hacer al respecto. En esta extensa entrevista, Fraser habla con Federico Fuentes para LINKS Revista Internacional de Renovación Socialista sobre cómo encajan las transferencias de riqueza natural y cuidados en el imperialismo moderno, el papel que sigue desempeñando la expropiación en la acumulación de capital y la naturaleza cada vez más difusa de las fronteras entre centro y periferia en el capitalismo financiarizado”. El entrevistador es Federico Fuentes, editor de LINKS e integrante del colectivo editorial de Green Left. Las aclaraciones entre corchetes son nuestras, no suyas.
Quienes deseen leer la entrevista anterior que compartimos en Kalewche, pueden hacerlo aquí. Versa sobre el último libro de Fraser, el ya mencionado Capitalismo caníbal (2022), obra que pudimos reseñar oportunamente en la sección Parley, gracias a la colaboración de nuestro compañero Fernando Lizárraga, cuando aún no había salido la traducción castellana de Siglo XXI (España, 2023).
A lo largo del último siglo, el término «imperialismo» se ha utilizado para definir diferentes situaciones y, en ocasiones, ha sido sustituido por conceptos como globalización y hegemonía. ¿Sigue siendo válido el concepto de imperialismo y, en caso afirmativo, cómo lo define usted?
El término «imperialismo» sigue siendo esencial y me opongo a sustituirlo por los otros conceptos. La globalización, por ejemplo, es una palabra de moda. Si por globalización entendemos simplemente el fin de las economías nacionales y de las políticas industriales, y el auge de la neoliberalización y de los poderes capitalistas de élite que cambian a una supuesta agenda de libre comercio, entonces está bien. Pero el imperialismo se refiere a algo más. La hegemonía es un concepto importante en geopolítica. En términos generales, se refiere al papel que desempeña una potencia imperialista (o un bloque de potencias) en la organización del espacio mundial para facilitar la extracción imperialista. Pero esto se refiere a la organización política del espacio global. De nuevo, esto es diferente del imperialismo –los conceptos de hegemonía e imperialismo van juntos, pero no son lo mismo–. Hoy en día también está de moda hablar de colonialidad y decolonialidad. Este lenguaje pretende subrayar cómo, incluso con el fin del dominio colonial directo, las jerarquías coloniales de valor cultural siguen vigentes. Por sí sola, esta idea está bien. Pero cuando se utiliza para sustituir el concepto de imperialismo –como ocurre a menudo– acaba dejando en un segundo plano la cuestión del capitalismo global o imperial. Sin embargo, es ahí donde tenemos que empezar.
Así, pues, estoy totalmente a favor de mantener el término «imperialismo», aunque creo que tenemos que entenderlo mejor. El imperialismo, en términos estrictamente económicos, consiste en la transferencia o extracción de valor por parte de ciertas potencias de determinadas regiones que son tratadas como Hinterlands. Pero ya no podemos hablar sólo de extracción de valor económico en forma de riqueza mineral o plusvalía. También tenemos que hablar de extracción de riqueza ecológica y capacidades de cuidado desde la periferia hacia los países centrales capitalistas.
Los debates en la izquierda sobre el imperialismo se refieren a menudo al libro del revolucionario ruso Vladimir Lenin sobre el tema. ¿Qué parte de su libro sigue siendo relevante hoy en día y qué elementos, si los hay, han sido superados por acontecimientos posteriores?
El análisis de Lenin sobre el imperialismo fue una intervención extremadamente poderosa en su momento. Pero el concepto de imperialismo se ha enriquecido desde entonces. También veo algunos problemas con su concepto original.
Lenin asociaba específicamente el imperialismo con la financiarización. Ciertamente vivimos en una época de tremenda financiarización. Pero yo no diría que la financiarización per se define el imperialismo. El imperialismo tiene que ver con las transferencias tanto de formas capitalizadas de riqueza como de lo que podríamos definir como formas de valor aún no plenamente capitalizadas, como la naturaleza y los cuidados. Lenin también creía que el imperialismo representaba la última etapa del capitalismo. “Última etapa” evoca la idea de Rosa Luxemburgo de que, en algún momento, el capitalismo lo abarcará todo y ya no habrá nada fuera de él. En ese momento, el capitalismo ya no podrá expandirse y dejará de existir. Sin embargo, el imperialismo actual implica tanto la incorporación de nuevas formas de valor social a los circuitos capitalistas de reproducción como expulsiones. Incluye, por ejemplo, la expulsión de miles de millones de personas de la economía oficial a zonas grises informales, de las que el capital extrae la riqueza.
Otra diferencia es que la geografía de las transferencias de valor ya no encaja perfectamente en el viejo mapa Primer Mundo/Tercer Mundo, con el Segundo Mundo en otra parte. Han surgido nuevos patrones geográficos y políticos, con nuevas dimensiones de las transferencias de riqueza. Por ejemplo, tenemos la desindustrialización del antiguo núcleo mediante el traslado de la industria manufacturera a los llamados países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Tenemos antiguos amos coloniales, como Portugal, que se han convertido en estados miembros dependientes de la Unión Europea, teniendo que hacer lo que les diga la Troika (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea y Banco Central Europeo). Y por primera vez, importantes poblaciones del Norte Global se encuentran en una situación similar a las de la antigua periferia. Hay una nueva forma de imperialismo que ya no tiene una geografía limpia de colonialistas por aquí y colonizados por allá: es más complicada.
Sin embargo, a pesar de estos cambios, el imperialismo sigue siendo el mejor término para referirse a todo esto.
Como ha señalado, los debates marxistas sobre el imperialismo tienden a centrarse estrictamente en la transferencia de valor económico. Pero usted plantea la necesidad de considerar la transferencia de riqueza natural y de capacidades de cuidado. ¿Podría explicar cómo se producen estas transferencias?
Permítame empezar por la economía de los cuidados, o lo que las feministas llaman trabajo de reproducción social. La reproducción social difiere del término más general de reproducción societal, que abarca todo lo que contribuye a la continuación de una formación social. El trabajo social reproductivo se refiere al subconjunto específico de actividades que sostienen la reposición diaria y el reemplazo generacional de los seres humanos portadores de la fuerza de trabajo: su reproducción biológica, el trabajo de manutención y cuidados que los sostiene a diario, su socialización y cultivo como miembros de clases específicas en sociedades específicas. Estas actividades se han asociado históricamente a las mujeres (aunque los hombres siempre han realizado algunas actividades de crianza reproductiva, sustento y cuidado). E, históricamente, gran parte de esta actividad (aunque no toda) ha tenido lugar fuera de los circuitos de la economía formal de las sociedades capitalistas. De hecho, el capitalismo es el único que separa tajantemente el trabajo asalariado del trabajo reproductivo social, a menudo denominado de cuidados. Sin embargo, este último es necesario para la existencia del trabajo asalariado, la acumulación de plusvalía y el funcionamiento del capitalismo. El trabajo asalariado no podría existir en ausencia de las tareas domésticas, la crianza de los hijos, la escolarización, los cuidados afectivos y un sinfín de otras actividades que contribuyen a producir nuevas generaciones de trabajadores y a reponer las existentes.
Históricamente, el capital daba por sentado que siempre habría una oferta constante de fuerza de trabajo. Pero las condiciones de la industrialización temprana fueron tan desestabilizadoras, que las condiciones familiares se hicieron básicamente imposibles en muchas grandes ciudades fabriles del centro capitalista. Esto convirtió la cuestión de la reproducción social en una cuestión política. Más tarde, los países ricos con acceso a suficientes ingresos fiscales crearon estados del bienestar que asumieron cierta responsabilidad pública en la reproducción social. Pero con la neoliberalización llegó la desinversión en reproducción social. Dada la incorporación a gran escala de las mujeres al trabajo remunerado [fuera del ámbito doméstico], la cuestión pasó a ser quién iba a ocuparse del hogar, de los niños, de los ancianos, del vecindario… de todo lo que se conoce como trabajo de las mujeres.
Una estrategia para cubrir el «déficit de cuidados» en los países ricos fue importar trabajo de cuidados barato de los países pobres. Liberar el trabajo asalariado de las mujeres en los países ricos exigía mercantilizar el trabajo reproductivo social. El resultado fue una avalancha de trabajadoras inmigrantes para realizar este trabajo de cuidados remunerado. Los gobiernos de los países pobres, desesperados por conseguir divisas, promovieron activamente este éxodo en aras de las remesas [dinero que mujeres y hombres migrantes envían a sus familiares en los países de origen]. Pero esto significaba que los emigrantes tenían que transferir su propio trabajo de reproducción social a otros cuidadores aún más pobres, que a su vez tenían que hacer lo mismo, y así sucesivamente. Lo que conseguimos fue que el déficit de cuidados pasara de las familias más ricas a las más pobres, del Norte Global al Sur Global.
Esto se ha extendido tanto, que se ha teorizado como una nueva dimensión del imperialismo: lo que las feministas llaman “cadenas globales de cuidados”, que es un juego de palabras con el término más familiar de cadenas globales de mercancías. El estado filipino, que depende de la exportación de mujeres para realizar trabajos de cuidados en Los Ángeles, Israel, los países del Golfo, etc., es el ejemplo perfecto. Me gustaría recomendar un artículo de Arlie Russell Hochschild, “Love and gold”, donde explica cómo el amor es el nuevo oro. En lugar de exportar riquezas minerales, los países exportan ahora este nuevo producto monetizado.
Lo mismo ocurre con las riquezas naturales. Al igual que el trabajo de reproducción social, el capital siempre ha tratado a la naturaleza como algo de lo que puede apropiarse libremente, o a bajo precio, para la acumulación de capital. Ya se trate de plata, algodón, tabaco, azúcar o cacao, las transferencias de riqueza natural fueron cruciales para el auge del capitalismo, incluso durante las primeras etapas del llamado capitalismo mercantil o esclavista. Más tarde, la industrialización en Europa, Norteamérica y Japón dependió del extractivismo en la periferia: las fábricas de Manchester zumbaban gracias a la importación masiva de riquezas naturales del sur de Estados Unidos y de las regiones colonizadas.
La exportación de riquezas naturales existe desde hace mucho tiempo. Hoy es más evidente que nunca que no se trata sólo de exportar riqueza natural al centro capitalista, sino también de exportar residuos y las consecuencias del cambio climático a la periferia. No podemos seguir pensando que el imperialismo consiste solo en tomar lo bueno de allí y utilizarlo aquí [materias primas y alimentos]; también tenemos que pensar en verter lo malo resultante de lo aparentemente bueno de aquí [residuos industriales, entre otras cosas]. Por supuesto, la idea de que las consecuencias de la degradación del clima pueden exportarse para siempre a otros lugares es una ilusión, porque el sistema climático es global. Pero son las comunidades de allí las que soportan actualmente una parte enormemente desproporcionada de la carga medioambiental mundial.
Por eso el imperialismo ecológico es una categoría tan importante y útil. Algunos de los nuevos trabajos más interesantes sobre el imperialismo se centran no sólo en las cadenas de cuidado globales, sino también en las teorías del desplazamiento de la carga ecológica y el intercambio ecológico desigual. Nada de esto obvia el enfoque más antiguo sobre la extracción de valor económico, pero muestra que demasiados análisis marxianos del imperialismo asumían inconscientemente la comprensión capitalista de la riqueza y pasaban por alto estas otras dimensiones.
También utiliza el concepto de expropiación, junto al de explotación, al analizar el imperialismo. ¿Podría explicar a qué se refiere?
La definición marxista clásica de explotación se refiere a una situación de trabajo asalariado, en la cual el trabajo se vende en el mercado laboral y el trabajador recibe una compensación por su tiempo de trabajo necesario, pero no por su tiempo de trabajo excedente. El salario del trabajador sólo cubre lo necesario para reponer su mano de obra y producir nuevas generaciones de trabajadores, al menos en teoría. En este contexto, la explotación se refiere a la diferencia entre la cantidad de valor que produce el trabajador y la cantidad que se le compensa por su tiempo de trabajo necesario.
En cambio, la expropiación, cuando se habla de mano de obra, se refiere a la mano de obra que ni siquiera es compensada por su tiempo de trabajo necesario. Antes de la industrialización, la acumulación de capital se producía principalmente mediante la explotación de mano de obra no libre que era confiscada de forma violenta y brutal [la esclavitud sería el ejemplo paradigmático]. La expropiación también puede referirse a la confiscación violenta de tierras, animales y otras formas de riqueza. Así pues, cuando hablo de expropiación, me refiero a la confiscación de riqueza –ya sea en forma de trabajo, tierra u otros bienes– que se ha incorporado violentamente a los circuitos de acumulación de capital. Esta idea no es nueva: Rosa Luxemburgo habló de algo parecido, al igual que David Harvey, que desarrolló el concepto de “acumulación por desposesión”.
Dentro del marxismo tradicional, ha habido una tendencia a pensar que la acumulación funciona abrumadoramente mediante la explotación. Sin embargo, la expropiación siempre ha formado parte de la historia, y sigue haciéndolo hoy en día. Lejos de limitarse a los inicios del sistema, es una característica inherente a la sociedad capitalista, al igual que la explotación. El sistema no puede acumular sin expropiar. No es posible convertirlo todo en mano de obra gratuita que se explota en las fábricas pagando los costos necesarios para seguir reproduciendo trabajadores. Además, el capital tiene un interés muy arraigado en confiscar el trabajo y las riquezas naturales para aumentar sus beneficios. Por eso la expropiación subyace a la explotación.
¿En qué se diferencia la expropiación de la superexplotación, que también se refiere a la mano de obra a la que se paga menos que su tiempo de trabajo necesario?
La superexplotación también se utiliza para hablar de cómo a los trabajadores de color se les paga menos que a los trabajadores blancos y, por lo tanto, se enfrentan a mayores tasas de explotación. No me parece mal, pero, en mi opinión, esto plantea la cuestión en términos puramente economicistas. La expropiación del trabajo no consiste sólo en extraer más valor; también tiene que ver con el estatus y la jerarquía, y con el hecho de que este trabajo esté sometido a formas de coerción, violencia, humillación, etc., que son de otro orden. La expropiación funciona no sólo como un mecanismo económico de extracción, sino también a través del mecanismo político de la coerción. Incluso en un país como Estados Unidos, los trabajadores de color son sometidos a trabajos forzados en prisión, acoso policial, agresiones e incluso asesinatos, así como a otras formas de denigración y humillación de su estatus. Éstas no son ajenas a la acumulación de capital. Por eso considero que la categoría de superexplotación es demasiado economicista.
Añadiría que, históricamente, la distinción explotación-expropiación se ha correspondido aproximadamente con la línea de color global. Mientras que las poblaciones europeas, tras un periodo inicial de expropiación, engrosaron las filas de la clase obrera explotada, fueron las poblaciones de color del interior y de las regiones colonizadas las que siguieron siendo expropiadas. No se puede entender la explotación en el centro capitalista sin entender su relación con la expropiación en la periferia. Pensadores marxistas negros como W. E. B. Du Bois, en su gran libro Black Reconstruction, mostraron cómo la explotación de las clases trabajadoras industriales blancas en Europa y Norteamérica estaba inextricablemente entrelazada con la expropiación de los trabajadores negros esclavizados.
¿Qué peso relativo tienen hoy los mecanismos de expropiación y explotación imperialistas en comparación con el pasado?
La expropiación y la explotación han contribuido a la acumulación a lo largo de las diferentes fases del desarrollo capitalista, pero de diferentes maneras. Me interesa especialmente historiar la relación entre explotación y expropiación durante estas distintas fases y observar cómo han cambiado las formas y el peso relativo de ambas a lo largo del tiempo.
Por ejemplo, en el capitalismo financiarizado, la deuda se ha convertido en un mecanismo tremendamente importante de extracción imperial. Las instituciones financieras mundiales la utilizan para presionar a los estados a los fines de que recorten el gasto social, impongan la austeridad y, en general, colaboren con los inversores en la extracción de valor. La deuda también se utiliza para despojar a los campesinos del Sur Global de sus tierras con el fin de que las empresas acaparen el suministro de energía, el agua, las tierras cultivables y las «compensaciones de carbono». Y la deuda es crucial para la acumulación en el centro. Por ejemplo, los trabajadores de servicios precarios en la economía gig [empleos temporales], cuyos salarios caen por debajo de los costes de reproducción socialmente necesarios, se ven obligados a depender de la expansión del crédito al consumo.
A todos los niveles y en todas las regiones, la deuda está impulsando nuevas e importantes oleadas de expropiación. Esto ha dado lugar a nuevas formas híbridas de expropiación y explotación. Por ejemplo, tenemos trabajadores asalariados nominalmente libres que viven en países poscoloniales tan agobiados por la deuda soberana, que una enorme cantidad de su trabajo se destina al servicio de la deuda. Algo similar está ocurriendo en las regiones ricas: con el tremendo aumento de la deuda de los consumidores bajo la neoliberalización [a través de las tarjetas de crédito, por ej.], los trabajadores que solían ser simplemente explotados están ahora sujetos a formas de expropiación financiera. Estas formas híbridas están difuminando la antigua división tajante entre trabajadores negros esclavizados y expropiados, por un lado, y trabajadores blancos libres y explotados, por otro. Ahora es mucho más confusa. Eso no significa que ya no haya imperialismo; simplemente es más complicado trazar estas relaciones.
Las potencias imperialistas originales construyeron su riqueza y su poderío militar sobre la conquista colonial y el saqueo de las sociedades precapitalistas. ¿Han surgido nuevas potencias imperialistas desde entonces? Y en caso afirmativo, ¿cuáles serían los fundamentos económicos de estas nuevas potencias?
Dejando abierta la cuestión de si los estados socialistas realmente existentes podrían haber sido definidos como imperialistas –cuestión complicada–, no me cabe duda de que algunos estados poscomunistas son imperialistas. El ejemplo más claro es China. Creo que imperialismo es el término adecuado para describir el extractivismo que China practica en África. Esto es cierto incluso si China no lo está llevando a cabo de la misma manera que lo hicieron las corporaciones estadounidenses o europeas; en el caso de China, no estamos frente a la conquista y la explotación colonial directa.
A la luz de lo que ha ocurrido en el capitalismo financiarizado, ¿pueden ahora las empresas transnacionales operar con éxito sin un anclaje institucional en una potencia imperialista?
La financiarización ha provocado un cambio en la dinámica de poder entre el estado y las corporaciones, en la cual las corporaciones tienen más poder y los estados, incluidos los poderosos, menos. Hoy tenemos gigantescas corporaciones globales cuya riqueza eclipsa en muchos casos la de estados relativamente importantes. Estos poderes corporativos se han liberado del control de los estados territoriales, a menudo con sede en paraísos fiscales como Andorra, apenas una potencia capitalista. Constantemente se enfrentan al poder estatal, incluso en EE.UU., que nominalmente son el estado hegemónico de nuestro tiempo (aunque si los EE.UU. siguen siendo hegemónicos, son sin duda un estado hegemónico en franca decadencia). El estado norteamericano no controla Apple ni Google. Por lo tanto, ya no estamos en una situación donde realmente podamos hablar de empresas que son «campeones nacionales» claramente ubicadas en un estado-nación y a las cuales el estado concede todo tipo de ventajas. Ahora la situación es diferente.
Dicho esto, creo que es demasiado prematuro para dar una respuesta definitiva sobre si las empresas transnacionales pueden operar sin un anclaje institucional en una potencia imperialista. Los Estados Unidos todavía pueden confiar en el poder del dólar estadounidense, que es la moneda del mundo en lo que se refiere al sistema financiero, al sistema bancario, la capacidad de transferir fondos, etc. Además, el derecho de propiedad estadounidense se ha convertido básicamente en derecho internacional, en forma del acuerdo TRIPS [Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, por sus siglas en inglés]. Katharina Pistor tiene un buen libro, The Code of Capital [“El código del capital”], donde analiza cómo las concepciones jurídicas estadounidenses de la propiedad, la resolución de conflictos, el derecho contractual, etc., se han globalizado como una extensión, si no exactamente del poder gubernamental estadounidense, al menos del régimen jurídico de EE.UU. Si esto significa que el gobierno de EE.UU. puede realmente controlar Apple es otra cuestión.
¿Cómo debemos entender la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China a la luz del hecho de que las dos economías están más integradas que nunca? ¿Y cómo ve la dinámica actual dentro del capitalismo global, dado que no sólo las potencias imperialistas tradicionales, como EE.UU. e Israel, están lanzando guerras a gran escala, sino también Rusia, e incluso Turquía y Arabia Saudita, que despliegan poder militar más allá de sus fronteras?
Se está poniendo a prueba a Estados Unidos. Militarmente, los EE.UU. siguen siendo muy poderosos, aunque no son el único estado con armas nucleares. Desde el punto de vista económico, es un país desigual. Y moralmente, su credibilidad está muy debilitada. En cuanto a la actual guerra de Israel contra Gaza, como judía estadounidense tengo que decir que me indigna que los Estados Unidos no hayan ayudado a detenerla simplemente cerrando el grifo. Israel es un país donde los EE.UU. tienen mucha influencia. Pero no ocurre lo mismo en todas partes.
Por ejemplo, tenemos el ascenso de China como gran potencia económica que intenta averiguar exactamente cuándo y cómo imponerse en la escena política mundial. Se trata de un proceso en curso: China está al filo de la navaja, mostrando mucho músculo; pero aún está decidiendo si dar el paso, cuándo y cómo. Esto ha llevado a la gente a preguntarse si China se convertirá en una nueva potencia hegemónica o si surgirá algún tipo de nuevo acuerdo multipolar. También tenemos a Rusia, que es en gran medida una potencia en declive con cartas en mano más bien débiles, pero que Putin –independientemente de lo que pensemos de él– ha jugado bastante bien. Rusia está muy por encima de su peso en la política mundial, con influencia no sólo en los países fronterizos, sino también en Siria, África y otros lugares. Y tenemos a China, Rusia, Turquía, Irán y algunos otros países empezando a formar un bloque contra Estados Unidos. Mientras tanto, la Unión Europea es básicamente inoperante como actor político serio a nivel geopolítico, por todo tipo de razones, como las divisiones internas y la estructura de la unión.
Como has dicho, las economías de China y Estados Unidos están muy integradas. Eso pone freno a las cosas. Pero también hay comodines en la mezcla, como la inminente posibilidad de una presidencia de Trump. En términos de desenredar las economías, podríamos ver la imposición de ciertos aranceles. Y es posible que asistamos a un nuevo choque de sables, aunque Trump, con su aislacionismo de America First, es un poco más racional, en lo que respecta a la política exterior, que el establishment de la política exterior. Pero pase lo que pase, nos espera un viaje muy agitado. Hay razones para estar muy preocupados por la ausencia de una hegemonía estable. Los Estados Unidos están fuera de control y no saben lo que hacen. Esto podría llevar a EE.UU. a hacer cosas muy estúpidas. Son tiempos peligrosos.
¿Ve posibilidades de tender puentes entre las luchas antiimperialistas? En términos más generales, a la luz de lo que hemos debatido, ¿cómo podrían ser el antiimperialismo y el internacionalismo anticapitalista del siglo XXI?
Hay posibilidades, pero la probabilidad de que se hagan realidad es otra cuestión. Como ya he dicho, vivimos tiempos peligrosos. Podríamos caer en cualquier momento en una horrible guerra nuclear o mundial. Nos enfrentamos a un colapso planetario debido a la crisis ecológica. Y hay una tremenda precariedad e inseguridad en cuanto a los medios de subsistencia, incluso en las partes ricas del mundo.
En estas condiciones extremas de crisis, donde se han roto las certezas normales, mucha gente está dispuesta a reconsiderar lo que es políticamente factible. Esto ha abierto espacio para aquellas fuerzas de izquierda dispuestas a pensar en el tipo de nuevas alianzas que necesitamos para estos tiempos. Pero también hemos asistido al ascenso de populistas de derechas –y en algunos casos protofascistas, o al menos autoritarios–. Todas ellas son respuestas a la ruptura de la hegemonía burguesa (en el sentido gramsciano más que geopolítico).
He estado pensando en estas cuestiones desde la crisis económica mundial de 2008 y el movimiento Occupy [de 2011]. En ocasiones, he sido más optimista sobre las perspectivas de una izquierda emancipadora que construya alianzas anticapitalistas y antiimperialistas. Otras veces, parecía que la ultraderecha había tenido más éxito a la hora de canalizar el descontento. Pero la cuestión es que no tenemos otra opción que luchar por un nuevo internacionalismo antiimperialista y anticapitalista, feminista, antirracista, democrático y verde. Todos estos adjetivos apuntan a preocupaciones existenciales legítimas de las personas en movimiento. No estamos en condiciones de decir, por ejemplo, que las luchas contra la violencia policial son menos importantes que las luchas contra el clima: para quienes sufren la violencia policial, nada podría ser más importante.
Lo que me da un poco de esperanza es el hecho de que, en la raíz de todas estas cuestiones, no hay problemas discretos y separados. Por el contrario, todos ellos se pueden rastrear hasta la misma fuente, que yo llamo “capitalismo caníbal” en mi último libro. Trato de mostrar cómo una tendencia estructural inherente a la sociedad capitalista es canibalizar la naturaleza, los cuidados, la riqueza de los pueblos sometidos, y las energías y la creatividad de todos los trabajadores. Si conseguimos que más gente entienda estos vínculos, entonces empezarán a tener sentido alianzas más amplias. De alguna manera, tenemos que encontrar la manera de poner todas estas cosas juntas, sin clasificar las opresiones. En última instancia, ninguno de estos movimientos es lo bastante poderoso como para lograr por sí solo el tipo de cambio que necesitamos.
Nota final.— A propósito del concepto de “acumulación por desposesión” de Harvey, que Fraser recupera en su análisis del capitalismo (y que menciona explícitamente en esta entrevista), publicaremos un artículo el próximo domingo, en nuestra sección de teoría Kamal: “La acumulación por desposesión a debate”, por Santiago Díaz. Valiosa contribución a la polémica marxista. No se la pierdan.