Fotografía: Genya Savilov (AFP)



Hace aproximadamente dos semanas, las tropas ucranianas lanzaron una ofensiva militar con la finalidad de recuperar los territorios ocupados por Rusia. Desde el punto de vista de las declaraciones, los objetivos de este embate serían recuperar todo el espacio controlado por las tropas rusas, incluyendo la península de Crimea, incorporada sin resistencia armada de ninguna especie en 2014 (luego del levantamiento popular/golpe de estado del Maidán) y legitimada por un plebiscito que no fue ninguna panacea democrática, pero que pocas dudas deja (si se lo suma a la nula resistencia) de que la mayoría de la población de Crimea elige ser parte de Rusia. Pero más allá de los objetivos manifiestos declarados, e incluso de la legitimidad o falta de legitimidad de los mismos (lo que puede dar y ha dado lugar a discusiones interesantes, más allá de la propaganda de uno y otro bando), subsiste el espinoso problema de la viabilidad militar. Ningún analista militar mínimamente honesto considera posible que la presente ofensiva pueda conseguir esos objetivos. Para lograrlos sería necesaria una serie de ofensivas exitosas que podrían durar años y, dado el escenario, pondrían sobre el tapete el empleo de armas nucleares tácticas por parte de Rusia, posibilidad contemplada en su doctrina militar (como también en la de la OTAN ante situaciones similares) y que podría estar sobredeterminada por la creencia de los mandos rusos de que, en la actualidad, sus misiles hipersónicos le otorgan una ventaja. Recientemente, el irresponsable alucinado de Serguéi Karagánov, antiguo asesor de Yeltsin y Putin, ha defendido en un artículo muy discutido en Rusia ―aunque casi desconocido en Occidente― que el empleo por parte de Rusia de armas nucleares tácticas “podría salvar a la humanidad de una catástrofe global”1. Ideólogos igual de imprudentes o desquiciados también pululan por las oficinas del Pentágono. Que tanto en Washington como en Moscú haya halcones que están convencidos de que podrían triunfar en una guerra nuclear limitada (y que un intercambio de ataques nucleares podría ser controlado sin conllevar una escalada inmanejable), habla a las claras de los peligros de esta guerra, y de la irresponsabilidad de quienes coquetean con decisiones que, en un tris tras, pueden desembocar en una catástrofe nuclear de magnitudes desconocidas.

De momento, sin embargo, el riesgo nuclear es relativamente bajo, dado que nadie cree que Ucrania pueda alcanzar ni de cerca sus objetivos declarados. ¿Cuáles serían los objetivos que, realistamente, podrían alcanzar las Fuerzas Armadas de Ucrania en la presente coyuntura, dado el equilibrio de fuerzas, la cantidad de tropas disponibles y el tipo de material sobre el terreno? Lo ideal, desde la perspectiva ucraniana, sería dividir el frente en dos y cortar el terreno que une al Donbás con Crimea, en la región de Zaporiyia. El objetivo más asequible sería Melitopol (ocupando previamente Vasilivka). Sin embargo, incluso alcanzar este objetivo se halla en el orden de lo casi milagroso. De hecho, los acontecimientos de las primeras dos semanas de ofensiva han corroborado las previsiones de muchos especialistas militares, entre ellos el coronel (R) argentino Guillermo Lafferriere. En concreto, la ofensiva ucraniana se lleva adelante sin cobertura aérea, algo casi inimaginable en una guerra convencional moderna. (El único precedente que quizá se podría emplear como ejemplo se dio en la guerra del Yom Kipur, cuando los ejércitos árabes lanzaron un asalto masivo sin apoyo aéreo y tuvieron éxitos iniciales favorecidos por las condiciones meteorológicas, hasta ser finalmente aplastados por la fuerza aérea israelí). El dominio ruso del aire es casi total: Ucrania no puede disputar con sus propias aeronaves y, para hacer aún más dramática la situación, carece incluso de las suficientes defensas antiaéreas. Esto permite a Rusia actuar con «impunidad», empleando contra las fuerzas blindadas ucranianas, de forma muy segura, sus helicópteros (ante la ausencia de cazas enemigos y adecuadas defensas antiaéreas) y golpeando incluso con misiles y drones en la profundidad del campo enemigo. Ni siquiera las acciones nocturnas permiten colocar a los blindados y a las tropas atacantes a resguardo: la fuerza aérea rusa (o las fuerzas aeroespaciales, para emplear su jerga) posee capacidad de acción nocturna. Tan solo la presencia de condiciones climáticas adversas puede poner freno a la «impunidad» aérea rusa. Sin embargo, aunque las lluvias dificultan la actividad aérea, si las mismas son abundantes y sostenidas pueden anegar los campos e impedir la acción de vehículos pesados, claves en la ofensiva.

Los soldados ucranianos han dado sobradas muestras de heroísmo (pero los rusos no se han quedado atrás). Sin embargo, Ucrania libra un combate en una situación de clara inferioridad, que no puede suplir con el tipo y la magnitud del auxilio militar que está proporcionando la OTAN. En la guerra de desgaste (como la batalla de Bajmut), sus tropas se ven abrumadas por una enorme superioridad artillera (muchísimas más piezas, y de mayor cadencia de fuego, aunque con alcance ligeramente inferior); en la guerra de maniobras, carecen de la indispensable cobertura aérea. Y en todos los casos, se enfrentan a un verdadero caos logístico, producto de un cambio sobre la marcha de doctrina militar y equipamiento para adecuarse a los estándares de la OTAN. Su única ventaja es, o era, la superioridad numérica: pero luego de la movilización parcial rusa, las cosas se han equilibrado bastante. Todo indica que la decisión de lanzar una ofensiva tiene un fundamento político (¿interno, externo?), antes que estrictamente militar: hay fuertes indicios de la reticencia de algunos generales ucranianos para lanzarse al ataque, e incluso de la voluntad de suspender la ofensiva tras el empantanamiento de los primeros días.

¿Podrá la asombrosa tenacidad y el enorme heroísmo de los soldados ucranianos suplir las deficiencias de formación y equipamiento? ¿Sabrán sus líderes distinguir entre heroicidad y suicidio?

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Hay dos acontecimientos, ampliamente publicitados en las últimas semanas, sobre los que parece obligado decir algo. El primero es la incursión a Bélgorod (que es territorio ruso, no territorio ucraniano ocupado por Rusia a partir de 2022) por parte de supuestas tropas de disidentes anti-Putin. Aunque la acción tuvo amplia difusión y algunos medios plantearon la posibilidad de una guerra civil en Rusia, parece obvio que, aunque seguramente hubo rusos involucrados, la incursión fue un fracaso militar, estuvo organizada por la propia Ucrania (como prueba el empleo de vehículos blindados) y no concitó adhesiones visibles entre la población civil de Bélgorod. En cualquier caso, no se volvió a repetir, cuando menos a la misma escala y de la misma manera, aunque se siguen produciendo pequeños ataque ucranianos en esa región. No hay, de momento, ninguna posibilidad de guerra civil en Rusia, e incluso el movimiento opositor a la guerra (que es objeto de censura y de una dura represión) no logra levantar cabeza.

Más difícil es establecer la verdad sobre la ruptura de la presa de Nova Kajovka, que conllevó una fenomenal inundación aguas abajo. Ambos bandos responsabilizan al oponente de haberla destruido, y no se puede descartar en modo alguno que haya sido un accidente. La represa había sido atacada por Ucrania a finales de 2022, pero no se puede establecer qué beneficios militares le aportaría a la ofensiva su voladura. Quizá la razón haya sido indirecta: reducir y complicar el suministro de agua potable y energía eléctrica hacia Crimea. Aunque tampoco parece algo demasiado decisivo, salvo que haya sido un manotazo de ahogado o un intento de desviar la atención pública en los primeros momentos de una ofensiva que no prosperaba. Pero esto, que ha sido defendido por muchos observadores, es fuertemente especulativo. Por el lado ruso, tampoco es demasiado visible qué beneficios podrían obtenerse de la voladura de la presa. Como acabamos de decir, la misma afecta negativamente a Crimea. Pero podría tener un pequeño beneficio militar, al hacer inviable por un tiempo todo avance ucraniano en las regiones anegadas, permitiendo desplazar parte de esas tropas a otros frentes. Sin embargo, la inundación ha afectado a las líneas de defensa, con lo que el beneficio para Rusia es dudoso. El asunto no está claro, pero su incidencia en el desenvolvimiento de las acciones bélicas no parece importante.

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La ofensiva ucraniana no ha logrado todavía romper la primera línea de defensa en ninguno de los tres principales focos del ataque. Hasta el momento, de hecho, ni siquiera ha podido alcanzarla. Los combates tienen lugar en la llamada línea de contacto, zona de seguridad o colchón: una franja de aproximadamente 10 kilómetros por delante de la primera línea fortificada. Las tropas ucranianas han logrado ocupar unas pocas poblaciones ubicados antes de la primera línea defensiva. Se trata de pequeños asentamientos cuya población civil (o lo que de ella quedaba) fue tempranamente evacuada. En algunos casos estas localidades han cambiado varias veces de mano en pocos días. Hay que considerar que, en buena parte del frente, Rusia ha colocado una defensa compuesta por tres escalones que suman hasta cinco líneas defensivas fortificadas, cubriendo una franja de aproximadamente 30 kilómetros de profundidad (40 si incluimos la zona de seguridad). La primera línea no es la más fortificada y su función teórica (al igual que la zona de seguridad) no es detener el avance enemigo, sino retardarlo. De momento, pues, la ofensiva no está teniendo éxito. Pero quizá sea prematuro concluir que la misma ya ha fracasado definitivamente: Ucrania posee cinco o seis brigadas de reserva (aproximadamente la mitad de las tropas disponibles para la ofensiva) que aún no han entrado en combate y que podría lanzar en cualquier dirección buscando un punto de ruptura.

Por ahora, pues, el avance es sumamente lento, lo cual representa un problema en acciones de maniobra (cuya lógica es distinta a la de la guerra de desgaste e incluso a la lucha urbana). Pero no es la lentitud y dificultad en la progresión sobre el terreno la principal preocupación del mando ucraniano. Lo verdaderamente preocupante es que las bajas han sido hasta ahora cuantiosas, tanto en hombres como en material. Luego de los primeros días, sin embargo, hubo visibles cambios tácticos en las acciones ucranianas, casi con seguridad orientados a exponer lo menos posible a sus fuerzas blindadas, lo cual  tiene sus pros y sus contras: pero no redunda en una capacidad de choque que esté haciendo retroceder significativamente a las tropas rusas. Si la cantidad de bajas se mantuviera al ritmo de los primeros tres o cuatro días, en el lapso de tres o cuatro semanas la ofensiva se habría quedado sin fuelle y, de continuar en los mismos términos, podría abrir las puertas a una contraofensiva rusa letal (la defensa rusa no es estática, y han lanzado pequeñas contraofensivas). Sin embargo, luego de unos primeros embates vigorosos los ucranianos actuaron con más cautela. Esto les permitiría prolongar los esfuerzos ofensivos por más tiempo, pero con ínfimas chances de romper el frente fortificado en algún sitio. De hecho, un observador imparcial podría preguntarse si lo visto en los últimos días es en verdad una ofensiva: no se trata en todo caso de un ataque masivo, los combates han involucrado a un número pequeño de soldados. Esto, sin embargo, podría cambiar repentinamente de un día para otro.

Nada indica, empero, que Rusia esté en condiciones de lanzar una contraofensiva masiva exitosa rompiendo el actual frente y avanzando muchos kilómetros, salvo que la ofensiva ucraniana colapse por completo como consecuencia de haberse empeñado en un esfuerzo ofensivo muy por encima de lo razonable. En vista de esto, no es descabellado que los mandos ucranianos prefieran preservar las brigadas de reserva, antes que arriesgarse a perderlas en un ataque con pocas chances; pero ello implicaría aceptar que sólo podrían reconquistar algunos territorios perdidos en un futuro lejano. Por eso no se puede descartar un esfuerzo ucraniano supremo, sumamente arriesgado. En todo caso, el escenario más probable es que Ucrania pueda hacer algunos avances aquí o allá, que propagandísticamente podrán ser presentados como un éxito, pero que difícilmente alteren de forma significativa el panorama militar.

¿Y después qué? ¿Regreso a una prolongada guerra de desgaste luego de un interregno de unas semanas/meses de guerra de maniobras? ¿Contraofensiva rusa? ¿Se abrirán finalmente negociaciones con una situación ligeramente mejor para Ucrania que en meses anteriores? ¿Transitará Zelensky por esa vía, que implica negociar tras muchos meses de guerra y cientos de miles de muertos y heridos en peores condiciones de lo que se estuvo a punto de firmar en marzo de 2022? ¿Sobrevivirá Zelensky a una ofensiva infructuosa? ¿Querrá negociar Rusia? ¿Buscará el régimen de Putin poner fin a la guerra rápidamente por medio de un armisticio, o elegirá prolongarla teniendo en la mira a Odesa y Járkov? ¿Dejarán Estados Unidos y la Unión Europea de enviar armas y dinero a Ucrania para condicionar una salida negociada, o reforzarán su «ayuda» militar? Y ya al límite de la locura: ¿intervendrá directamente algún país de la OTAN, aunque no la OTAN abiertamente, como propone el general norteamericano David Petraeus, exdirector de la CIA?

¿Habrá a corto plazo una opción para la paz? Nada es más necesario, ni menos seguro.

Colectivo Kalewche
16 de junio de 2023


NOTA

1 Véase https://globalaffairs.ru/articles/tyazhkoe-no-neobhodimoe-reshenie/