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Cartas Náuticas Joaquín Miras Salvador López Arnal

¡Larga vida a Kalewche (y al Corsario Rojo)!

24 de noviembre de 202431 de marzo de 2025
Kalewche

Ilustración: detalle de la portada original del libro de Sebastian Brant Das Narrenschiff. Xilografía atribuida a Durero (1549).



Aprendimos de Brecht, siempre imprescindible, que a la gente buena se la conoce en que resulta mejor cuando se la conoce. Así es, efectivamente. Hay muy buena gente, muy buenos amigos en Kalewche y en El Corsario Rojo, compañeros que van muy en serio (pero con excelente sentido del humor).

Pero, ¿qué ocurre con los semanarios dominicales, con las revistas? ¿Cómo distinguimos, cómo llegamos a saber de las buenas revistas, de los buenos semanarios? Sin atisbo de duda, por los temas y autores que nos descubren; por el pensamiento crítico que contienen; por su amplitud de criterio; por lo mucho que en ellos aprendemos; por las informaciones que nos brindan; por las argumentaciones que nos obsequian; por el muy amplio arco de conocimiento que construyen, trazan y cultivan; por el cuidado de su edición; por su belleza… Y por algo más.

Anotando un pasaje de un artículo de Lucio Colletti, ya entonces en acelerada transición a un berlusconismo vergonzante, un filósofo antifranquista español del que en 2025 recordaremos el primer centenario de nacimiento (y los cuarenta años de su fallecimiento), hablamos de nuestro maestro Manuel Sacristán Luzón (maestro también de algunos compañeros de Kalewche), escribió: “No se debe ser marxista (Marx)”, por el “Je ne suis pas marxiste” del propio Marx; lo único que tiene interés, proseguía el autor de Panfletos y materiales, “es decidir si se mueve uno, o no, dentro de una tradición que intenta avanzar, por la cresta, entre el valle del deseo y el de la realidad, en busca de un mar en el que ambos confluyan.”

De eso de trata, de esa unión, de esa fusión. Por eso las buenas revistas nos ayudan a buscar, en la teoría y en la práctica, sobre todo en tiempos difíciles, muy difíciles (aunque, ¿cuándo no lo han sido para los ideales emancipatorios?), ese mar anhelado, ese encuentro en el que confluyan nuestras aspiraciones más sentidas y esenciales y la realidad real.

Kalewche lleva ayudándonos en esa búsqueda desde su primer número. Algunas de las razones que justifican nuestra afirmación:

Tal vez sea por su sólida y profunda cultura clásica, por su humanismo crítico bien entendido o por el recuerdo de la respuesta del que fuera compañero de la inolvidable Jenny von Westphalen a preguntas de su hija Laura Marx, nada humano es ajeno a los promotores, quijotescos promotores de Kalewche (y del Corsario). Y con ese interés, una lejanía medible en siglos-luz de todo narcisismo y de toda concepción de la filosofía y del filosofar que sea servicial y subordinado a los intereses de los grandes poderes destructores del mundo y de sus pobladores.

Kalewche elabora y ofrece siempre pensamiento intelectualmente riguroso, fundamentado, mediante el que indaga para ayudarnos a comprender la totalidad del ser social, del ser humano, en todos los aspectos de la civilización que nos constituye. Produce un trabajo intelectual de búsqueda en descubierta. El propósito de su tarea no es el ofrecer seguridades, ni reiterar ortodoxias, sino interpelar al lector a repensarlo todo, la totalidad de la cultura material humana, sin reduccionismos, desde la raíz.

No por ello claudica en los principios, como lo hacen quienes aceptan el mal menor como salida. No porque se apueste por maximalismos desconectados de la realidad, sino porque sabe que la claudicación, la aceptación de lo malo, concebido como el freno contra lo peor, no sólo no detiene la llegada de lo peor, ni es sólo un paso en esa dirección, sino que, además, nos liquida y disgrega por autoderrota.

La de Kalewche es una rara tarea, una rara avis, en tiempos en los que la mayoría entre quienes registraron la quiebra de las anteriores modelizaciones elaboradas en el seno de la tradición marxista, por los diversos «marxismos», abandonaron el barco, ese barco de los locos. Mientras que, entre los grupos que quedan en pie, mermados, a menudo se produce la reafirmación en las viejas seguridades anteriores, a veces, con producciones a tener en cuenta –el debate sobre la teoría del valor, por ejemplo–, pero aún en esos casos en los que se elabora pensamiento del que se puede aprender (y del que aprendemos), no se produce sin embargo la apertura que nos ayude a comprender la singularidad específica del periodo capitalista, histórico, actual.

La consigna, la idea del análisis concreto de la situación concreta (es bueno y de justicia recordar a Lenin en el primer centenario de su fallecimiento), que parte de la presunción tácita sobre la historicidad constante del ser humano y de su constante cambio social, que es lo que hace que sea imprescindible reelaborar análisis y comprensión nueva de este mundo en devenir, es hoy tan imprescindible, como lo ha sido siempre, cuando alguien se propone generar pensamiento que pueda orientarnos hacia la acción política.

Pero la complejidad del mundo actual del capitalismo es mucho mayor que cuando se escribió esta frase. La inmediatez de la interconexión del mundo, la «globalización», produce que decisiones adoptadas en territorios alejados posean repercusiones inmediatas en un grado nuevo, por la capacidad de penetración que el capitalismo posee en la vida cotidiana de las gentes, y de la consiguiente disgregación de las culturas materiales de vida desde las cuales se generaba resistencia, por las consecuencias dramáticas que el industrialismo desatado tienen sobre la naturaleza, poniendo en riesgo, una realidad cada vez más real, la pervivencia de la especie humana y por otras muchas consecuencias del proceso en devenir del capitalismo actual.

Esto hace aún más necesario el trabajo intelectual riguroso de investigación. Hace que, en el presente, la tarea de elaboración de pensamiento que explique la situación y nos permita la acción, precisamente por su inmensidad, no pueda ser realizada, como en tiempos de Marx, por una sola persona, si es que, entonces, fue posible. Se hace necesario el trabajo intelectual en equipo, el intercambio y el debate abierto no sectario de ideas y argumentos, la creación de instrumentos de comunicación, como Kalewche (y el Corsario Rojo), y la relación en red entre todos los revolucionarios conscientes de la necesidad del trabajo intelectual.

Fue Ernst Bloch, un filósofo nunca olvidado, quien observó sabiamente en El principio esperanza que “la razón no puede prosperar sin esperanza, ni la esperanza expresarse sin razón”. Ese esperancismo racionalista, esa razón esperanzada es, en nuestra opinión, otra de las características básicas, esenciales de Kalewche y sus colaboradores. No sostenemos que Kalewche apunte y quiera fundamentar un optimismo ingenuo, desde luego que no, pero sí que la lectura del semanario y del Corsario nos alejan de todo pesimismo paralizante, de todo nihilismo devastador, en ese su dar a la esperanza fundamento de razón, en ese dar a la esperanza fundamento científico.

Como nos recordó el siempre presente, el nunca olvidado por ningún ser humano de bien, Eduardo Galeano, otro maestro imprescindible, dejemos el pesimismo para tiempos mejores. Salir hacia adelante o desaparecer, en este nuevo mundo histórico, imprevisto por todos, como siempre ocurre en la historia con el devenir, mundo capitalista y mundo a la par tan distinto al anterior, la alternativa es aprenderlo en su especificidad concreta, no para ahormarse al mismo, sino para enfrentarlo, o desaparecer. Kalewche opta, sin duda, por la tarea del conocimiento.

Como hemos comentado, Brecht nos enseñó que a la gente buena se la conoce en que resulta mejor cuando se la conoce. Las buenas revistas son las buenas obras que nos ayudan a encontrar la buena gente, y a formar comunidad con ella, leyéndola. Y nos ayudan a buscar, en la teoría y en la práctica y en tiempos difíciles, ese deseable mar de confluencia. Kalewche (y el Corsario Rojo) lo lleva haciendo desde su primer número. Deseamos que siga así, tal como es, hasta su número 1.917 (y siguiendo).

Decían los clásicos y (casi) tenían razón: de nada en demasía. De acuerdo, pero con alguna excepción. Por ejemplo, la de Kalewche y Corsario Rojo que nunca son en demasía.

Joaquín Miras Albarrán
Salvador López Arnal

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