En abril de 2022, Fractura Ediciones publicó en Mendoza, dentro de su colección Jardín de Agua, el libro de Laura Martín Osorio (véase la pestaña Autores) Por la cañada del arroyo seco, una serie de quince poemas que explora el vínculo madre-hija, un tópico recurrente en la obra de la autora. Según relata en una entrevista, este libro surge de la “necesidad de poner en palabras lo que históricamente hemos callado por alguna u otra razón”1.
Como escribe el poeta Luis Benítez en la reseña que hemos enlazado arriba, “es factible considerar a todo el volumen como continente de un solo poema, divido en 15 cantos que conforman una unidad”2. Se trata de una obra de poesía narrativa, es decir, de una historia narrada en verso, en este caso en verso libre, sin una métrica regular y sin rima. Los poemas de este volumen –o el poema, en caso de considerarlo unitario–, si bien están teñidos de una profunda melancolía, por la presencia incomoda de un pasado por momentos ambiguo, por momentos perturbador, y de una soledad compartida entre madre e hija, resultan iluminados por el fulgor de una esperanza. Y se trata de una esperanza pequeña, pero no por ello menos eficaz. Es aquella que anida en los pequeños gestos, en los silencios compartidos, en las palabras que se tienden como puentes entre dos orillas de un mismo río, o de una cañada seca en el desierto mendocino. El epígrafe de Adrienne Rich, que abre el volumen, revela el tamaño de esa esperanza: “Hasta que, entre madre e hija, entre mujer y mujer, a través de las generaciones, no se extienda una línea de amor, confirmación y ejemplo, las mujeres errarán siempre en el desierto”3.
Por la cañada del arroyo seco está compuesto a dos voces, que pueden distinguirse por la alternancia entre letra cursiva y redonda. Esta última para la hija, aquella para la madre. En algunos poemas, ambas voces dialogan; en otros, sólo una toma la palabra; pero, en cada uno de ellos, el sujeto de enunciación tiñe los versos correspondientes de una coloración particular, fruto de esa manera personalísima de –parafraseando a Jean-Paul Sartre– hacer lo que hacemos, y a la vez hacernos a nosotros mismos, con lo que hicieron de nosotros las circunstancias, los otros, la sociedad como un todo. Tanto madre como hija tejen sus historias, cada una con la herramienta que domina, y la materia que se deja informar: “lanas, papeles / agujas y tintas” (Poema XIV).
No es casualidad que compartamos con ustedes algunos poemas de esta obra de Laura Martín Osorio un día antes del Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, ya que en los parlamentos de madre e hija encontramos huellas de un pasado de violencia de género. En el caso de la hija, la alusión a un abuso sexual en la infancia es explícito. En el de la madre, podemos conjeturar un pasado de posibilidades restringidas, por el sólo hecho de ser portadora de determinados órganos sexuales en una sociedad patriarcal: “Elegí casarme, parir, alimentar / soñar con futuros alegres / para ustedes. / Estoy contenta. De las posibilidades que tuve / elegí tenerte” (Poema XI). Nos preguntamos si, en estas palabras, hay una asunción consciente de un proyecto vital o mera resignación. Quizás, como suele suceder, un poco de lo uno y un poco de lo otro. Vuelven a resultar aquí pertinentes las palabras del francés. También cabe preguntarse si, en la incapacidad psicológica de la madre a seguir con su vida más allá de la muerte de su compañero, no se esconde algo del mandato social, según el cual la vida de la mujer cobraría su realización suprema en el matrimonio, el cuidado de los hijos y el servicio del marido. ¿Es sólo un momento –quizás necesario– del duelo o hay, por detrás, algo más profundo?
Conviene prestar atención a la tensión entre lo líquido y la sequedad en el poemario de Laura Martín Osorio. Quizás, primero que nada, vale aclarar que el simbolismo de ambas figuras excede ampliamente a su uso voluntario. Son tópicos que circulan culturalmente, cargados de significaciones que no siempre reconocemos conscientemente, lo que no obsta para que su efecto tenga lugar y que se desencadene toda una imaginería asociada a ellos. Lo que queremos decir es que, independientemente de la decisión de la poeta, el agua remite a la vida, al tiempo que fluye y a la rememoración, mientras que la aridez convoca a la muerte, a la detención del tiempo y al olvido. Que el libro haya sido publicado en una colección titulada Jardín de Agua y por el sello editorial Fractura –que da que pensar en el agrietamiento de la tierra, luego de una larga sequía– resulta muy apropiado. Pero veamos cómo operan estas figuras en los textos:
La madre “lleva días sentada en su mecedora / frente a la ventana / mirada perdida”, “ha olvidado las palabras”. La hija humedece su cabello “con un llanto silencioso”. Asistimos a una detención del tiempo subjetivo, y pronto sabremos que el motivo es la muerte del compañero de la vida. Si bien la ventana ofrece una posibilidad de proyección hacia la exterioridad, la mirada de la mujer está perdida, es decir que aquella posibilidad no pasa al acto, no se realiza. La hija, por el contrario, es la fuente de la que emana lo líquido, también en forma de llanto, es la portadora de la vida y quien conjura los recuerdos. Hace las veces de madre de su madre: la consuela, la peina, le canta una canción de cuna (Poema I). La hija reclama su historia, clama por un comienzo: el suyo propio, para re-presentárselo por medio del arte: recortando “siluetas”, “desde las sombras”, “con la luz y la tela”, como en el teatro, incluso sin palabras; tal vez por medio de un dibujo (poema II). El motivo del agua como elemento de la vida reaparece con su invitación a ir a “(…) ver los peces / nadar en la fuente”. “Hay algo peor que el agua estancada?”, pregunta, a su vez, la madre. La “tristeza” que le provoca pensar en ese “hueco oscuro” tal vez esté asociado a su propia condición de muerta en vida. El agua estancada es el estado previo a su evaporación o absorción por parte de la tierra. No es todavía la sequedad, pero se encuentra a medio camino. Es la misma fuente de la vida la que ha muerto (Poema IV). “No se siembra en tierra de muertos”, responde la madre a la intención de su hija de sembrar albahaca “(…) en la maceta / que dejó el jazmín”: la imposibilidad de que allí algo florezca resulta agravada por su deseo expreso de que así sea (Poema V). El rito de desprenderse de la ropa del difunto se hace extensivo a la del deudo que ha renunciado a seguir viviendo: “llevate todo / que nuestras prendas salgan juntas a dar un paseo / que encuentren cuerpos con vida / que se impregnen de otros olores / que olviden el tiempo que compartimos” (Poema VI). El clímax de la narración poética, por lo menos de los textos maternos, sucede en un sueño o visión onírica de la madre, en el que el padre la invita a abordar con él un barco en la cañada del arroyo seco. El viaje no se realiza, pues una mano la detiene. ¿Su hija, tal vez? ¿El deseo de seguir con vida? ¿O algo más allá del deseo, un mero conatus spinoziano, según el cual “cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser”? El barco no aparecerá, pues la aridez de la hondonada se impone en forma de “(…) sedimentos volcánicos / y ceniza”. Se trata, sin duda, de uno de los cantos más logrados de la obra (Poema IX). Del lado de la hija, el momento de máxima tensión sucede cuando confiesa a su madre –¿lo hace verdaderamente o sólo lo escenifica, una vez más, en su imaginación?– que fue abusada por el primo de ésta última, y le cuenta del trauma asociado para siempre –la fijación psicoanalítica– a la masturbación, y quizás reforzado por el tabú social con respecto al onanismo, a fortiori en el caso de la mujer. Sabe que está “mal”, pero no sabe por qué. Y por ello no tiene hijos, pues “no sabría cómo explicarles algunas cosas” (Poema X). Luego, la madre piensa en lo que podría haber sido pero que no fue y se siente “contenta” con las decisiones que tomó: “(…) De las posibilidades que tuve / elegí tenerte. Abrazame. Sembremos la albahaca”. La “tierra de muertos”, luego de ser regada, resulta propicia para que el ciclo de la vida se renueve (Poema XI). Pero la vida, la verdadera vida, no sigue su curso sola. Es necesario vivirla, en sentido transitivo, y re-presentarla: “somos el después de la tierra arada”, “(…) los campos sembrados”, “somos lanas, papeles, agujas y tintas”. Y es necesario compartirla, construirla de forma colectiva: “No estamos tan solas, mamá / nos tenemos” (Poema XIV). Los gatos pequeños a la intemperie simbolizan la precariedad de la vida que renace, a condición de que le damos cobijo, siempre que la solidaridad vuelva a brotar donde ya no la esperábamos, como el agua en el desierto, para que de esta cañada seca que es nuestro mundo compartido resurja el valle y retoñe una nueva vida, más digna de ser vivida (Poema XV).
I
Lleva días sentada en su mecedora
frente a la ventana
mirada perdida.
Ha olvidado las palabras
ha dejado agujas clavadas en los ovillos.
La peino
humedezco su cabello
con un llanto silencioso
le canto una canción de cuna.
II
Contame mi historia desde las sombras
recortemos siluetas
quiero saber de tu panza de seis meses
de cómo fue tu decisión
qué decía la gente
porqué dejaste de trabajar para cuidarme
quiero saber de mi padre
cuánto me quería.
Decime qué dibujo:
¿un señor con barba y gorra?
¿una mujer grande con delantal?
¿personajes de reparto?
Juguemos con la luz y la tela
que no haya palabras, si no querés.
Mostrame cómo era yo cuando empecé a respirar.
Contame mi historia
necesito un comienzo.
IV
Ponete zapatos cómodos
vamos al parque a ver los peces
nadar en la fuente.
No hay nada que me provoque mayor tristeza
que verlos en ese hueco oscuro.
¿Hay algo peor que el agua estancada?
Ponete zapatos cómodos
vamos al parque
ahoguemos la tarde en la fuente
caminemos sin decirnos nada.
VI
Sacá también mi ropa
vaciá los cajones
llevate todo
que nuestras prendas salgan juntas a dar un paseo
que encuentren cuerpos con vida
que se impregnen de otros olores
que olviden el tiempo que compartimos.
IX
Caminé durante horas
por la cañada del arroyo seco
una voz me llamaba.
Podía reconocerla. Era tu padre
cuando tenía 25 años.
Insistía en que lo alcanzara.
Apenas podía mover mis pies
una mano me impedía avanzar.
La voz insistía, hablaba de un barco
que partiría a las 11.
Yo iba descalza, con mi vestido de novia
y una valija de cartón.
Tenía el pelo largo
y la cara de ahora.
Pensaba en cómo sería viajar en barco
por la cañada seca.
Te espero en el puerto, decía
no me dejés solo
llevo puesto el traje celeste
tengo el pañuelo que bordaste con tus iniciales.
La cañada se hacía cada vez más estrecha
la voz era casi un susurro.
No veía el puerto
ni el barco
ni a tu padre.
Solo sedimentos volcánicos
y ceniza.
X
Vamos a caminar por las vías.
Colgate de mi brazo, como solía hacer la abuela
quiero contarte algo.
No tengo hijos, mamá
porque no sabría cómo explicarles
algunas cosas
que no entiendo.
Cuando era pequeña, por ejemplo
tu primo
me hizo sentar en tu regazo
en el sillón bordó mientras ustedes dormían.
Me tocó
metió sus dedos asquerosos
en mi vagina de tres años.
Me masturbó.
No pude retener los detalles
quisiera saber que no es un recuerdo que invento.
Llevo años escribiéndolo de mil maneras
buscándole una explicación.
Me convertí en niña mala
seguí tocándome siempre
lo hacíamos con mi prima en la casa del fondo
adentro de una cama.
Un día vos entraste
no sé qué dijiste.
Era sucio, mamá, pero me gustaba
y estaba mal. Por eso no tengo hijos
no sabría cómo explicarles algunas cosas
no tengo palabras.
XI
Podría haber sido cantante
dar serenatas y tomar vino hasta la madrugada.
Podría haber bailado cuecas
y gatos en las peñas
dejar que me invitara a la pista algún viejo.
Podría haber sido cajera de supermercado
contentarme con mi sueldo y los días de franco
ir los fines de semana a las fiestas del club.
Podría haber seguido los pasos de mi madre viuda
pero no soportaba mirarme al espejo
y reconocerme en ella:
su olor a cigarrillo, los colores de su pelo
su maquillaje, sus zapatos, sus amoríos.
Podría haber sido algunas otras cosas
aunque no muchas más.
Elegí casarme, parir, alimentar
soñar con futuros alegres
para ustedes.
Estoy contenta. De las posibilidades que tuve
elegí tenerte. Abrazame. Sembremos la albahaca.
XIV
Somos el después de la tierra arada
las ramas desnudas del invierno
el humo que mitiga el frío.
Somos los campos sembrados
los rayos de sol en danza
las nubes grises que se llevan todo.
Somos las horas al lado de una cama
los platos calientes
los tomates envasados.
Somos una trenza cosida
una trenza espina de pez
una trenza tiara.
Somos lanas, papeles
agujas y tintas.
XV
Esta mañana salí muy temprano
dormías y no quise despertarte.
Llevé tus recetas
en la farmacia me dieron todo al 100%.
Antes de entrar al trabajo vi dos gatos pequeños
sobre un contenedor de escombros
les saqué una foto y la subí a las redes.
Nadie reclamó por ellos
nadie se ofreció a cuidarlos.
Qué triste, pensé, dormir a la intemperie
con este frío. Cuando salí aún estaban allí.
Agarré esta caja
puse adentro mi bufanda y me los traje.
No estamos tan solas, mamá
nos tenemos.
Laura Martín Osorio
NOTAS
1 Entrevista realizada a la autora por el diario El otro, Mendoza, 4/8/2022, disponible en https://elotro.com.ar/es-poner-en-palabras-lo-que-historicamente-hemos-callado.
2 Luis Benítez, “Por la cañada del arroyo seco, de Laura Martín Osorio”, en A cuatro manos, 19/9/2023, disponible en https://a4manos.aquitania-xxi.com/resenas-literarias/por-la-canada-del-arroyo-seco-de-laura-martin-osorio.
3 Adrienne Rich, Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución, Madrid, Traficantes de Sueños, 2019, p. 321.