Ilustración: detalle de AB Mar, de Matilde Llambi Campbell. Óleo sobre lienzo, 2006. Colección del Museo de Arte Marino de Ushuaia.
Había una vez una poeta, Irma Cuña, que amaba la estepa y sus horizontes. A quien quisiera escucharla, solía aconsejarle un simple ejercicio de observación: “Buscá un lugar en las bardas desde donde puedas ver bien todo el horizonte, al alba o al atardecer. Mirá bien, pero no fijes la mirada en un punto; simplemente mirá. Elegí uno de esos días en que hay de esas nubes bien finitas y desparramadas. Y mirá; mirá bien. Vas a ver que el cielo se convierte en mar, que las nubes se vuelven islotes, y que el horizonte se transforma en el borde mismo de la tierra, lavado por ese cielo que es mar”. Irma había hecho este ejercicio un millón de veces. No sabemos –nadie lo sabe– si alguna vez ella o alguno de sus discípulos divisaron aunque sea el contorno del Kalewche. Es muy probable que sí; porque Kalewche, el barco fantasma que fue armado por los brujos en los canales de Chiloé,1 también surca los mares del cielo, o la mismísima estepa cuando se vuelve agua (los cientificistas dicen que eso es un espejismo o algo así, pero ya nadie les cree). No sería raro que haya habido avistamientos y un juramento de silencio entre los bienaventurados. Son cosas realmente extrañas que suceden en estos lugares. Dicen que uno que posaba de filósofo se cruzó un día con Alejandro Finzi, quien seguramente venía murmurando la trama de su próxima obra de teatro. Se saludaron, y el pretendido filósofo confesó su inquietud por las calamidades de la realidad. Y le espetó al dramaturgo: “Vos, Finzi, la tenés más fácil. Hacés hablar a las arañas, a los caballos y a los bichitos de luz. La vida es más llevadera con esas fantasías”. Finzi lo miró con tristeza y le dijo: “¿Te parece que hay algo más real que un caballo que habla, o que una araña que profetiza, o que un bicho de luz que puede filosofar?” El autopercibido pensador saludó y se alejó, convencido de que todos los poetas son medio locos, o del todo, como Finzi.
Por eso mismo, no hay nada más real que una nave fantasma que recorre mares, cielos y desiertos. No sabemos bien de qué exquisito material está hecho el barco. Seguramente tiene una quilla bien resistente, armada con las uñas de las manos y los pies de todos los muertos en batalla, como el Naglfar. Quizá hayan calafateado el casco con aceites mágicos para resistir aguas hirvientes, como las que rodearon a Krakatoa, al este de Java. Kalewche, que navega por su cuenta, conoce todas las tretas para lanzar brulotes a los barcos enemigos; posee cartas náuticas que se autocorrigen y aprenden por sí mismas (¡sacala del ángulo, inteligencia artificial!); lleva incontables barriles con naranjas del Al-Ándalus para prevenir el escorbuto. Jamás se pierde en la bruma ni le teme al Kraken y otros monstruos por el estilo. Kalewche sabe, como sabía Tomás Moro, que las temibles bestias marinas ya no son ninguna novedad; lo raro son las sociedades con leyes buenas y justas. Con la ayuda de infrecuentes faros, nocturlabios, kamales y una brújula que dejó de regalo Raphael Hythloday, Kalewche jamás pierde el rumbo.
Los capitanes, contramaestres, tripulantes y pasajeros de Kalewche, por supuesto, son una gavilla de locos. Ninguna persona sensata intentaría echarse a las mares en semejante nave. Nada diremos de uno de sus capitanes más famosos, el Corsario Rojo. Por otra parte, Borges ya dijo lo suyo sobre la afamada pirata china conocida como la viuda de Ching. Se sospecha que Zheng Shi –ese es uno de sus nombres– también se asoma en el puente del Kalewche, acaso tomando democráticos turnos con Mary Read y Bartolomeu Português. De los dos contramaestres se saben más cosas, pero sus nombres permanecerán en secreto. Sólo puede decirse que se encuentran entre los navegantes más corajudos, inteligentes, astutos, eruditos y generosos que jamás hayan trajinado las tempestades y las desesperantes calmas chichas en los trópicos. Los primeros oficiales también conocen todos los secretos de las bellas artes de la piratería. Y la tripulación, claro, es una Babel de argonautas, clionautas, beduinos, tigres de Mompracem, fugitivos, amazonas, indios, caníbales veganos, y hasta se cuenta que el mismísimo Holandés Errante se embarcó en alguna sigilosa bahía.
Como el Kalewche –ya se dijo– navega por sí solo, capitanes, contramaestres, oficiales, tripulantes y pasajeros tienen todo el tiempo que se les antoje para comprender el mundo y tramar cómo transformarlo. Por si no se ha advertido todavía, Kalewche es una nave roja;2 pintada de roja, y roja porque lo que allí se dice, se escribe, se discute y se grita está todo teñido de rojo. Rojo como el comunismo rojo, como el anarquismo rojo (aunque sus insignias sean negras). Antes de izar las velas para el viaje que nos ocupa –hubo periplos anteriores pero las bitácoras se han perdido– los piratas proclamaron un manifiesto3 que fija una indiscutible derrota (que en alta mar significa derrotero) hacia la tierra utópica del socialismo, esa misma que, según Oscar Wilde, no puede faltar en ningún planisferio y es el destino hacia el cual el mundo quiere ir todos los días. En el barco no hay temas prohibidos, ni lenguajes obligados, ni reverencias exigidas, ni miedo cerval a las pestes, ni encierros, ni paseos imposibles a la luz del sol.
El gentío loco del Kalewche disfruta de las asambleas, de las charlas eternas en montoncitos, de la soledad en los innumerables rincones y camarotes del barco. Los cinéfilos, que armaron un club que proyecta pelis sobre la vela mayor, discuten sobre Ladrón de bicicletas; estudian La Patagonia Rebelde; abominan el Napoleón de Scott (a quien sólo lo redime Blade Runner); algunos aprecian la importancia de Oppenheimer, otros prefieren ni verla por cuestión de principios. Los melómanos suelen juntarse en el castillo de popa y arman recitales: Acorazado Potemkin se mezcla con Eduardo Falú, con los endemoniados riffs de Jimmy Page y con la guitarra-orquesta de Berlioz. Quienes prefieren la literatura se reúnen, casi siempre, en el enorme camarote del capitán. Leen sus cuentos, sus poemas, sus ensayos; charlan sobre Lovecraft o Sábato, y traducen a Kafka (quien les reveló que, al final de cuentas, las sirenas no cantan). Quienes no soportan un día más la injuria del plástico sobre las olas discuten el aceleracionismo, el decrecentismo, la pampa vaciada, el tecnocapitalismo, la arrogancia sanitaria, la inteligencia artificial, las nuevas y viejas tecnologías. Al principio les decían frikis, pero ahora nadie duda que la cosa va por ahí, que el ecosocialismo es la Namun Choyke para esta travesía.
Otro grupo se zambulle en interminables debates sobre las profundidades, vecindades y alrededores de la política, la teoría y la filosofía. Comentan las noticias de Chile, Francia, Brasil, Ucrania, Irán, Gaza y Nagorno-Karabaj; consideran las razones de la derrota de Occidente; hablan en y del mapuzungun (lengua originaria de Kalewche, claro está). Polemizan sobre las aventuras y desventuras del marxismo y el socialismo; sobre la importancia del laicismo y el ateísmo; sobre el fascismo contemporáneo y las extremas derechas 2.0; sobre las utopías y el utopismo; sobre la impostura decolonial, el humanismo y el fin de las talasocracias (buena noticia para el barco fantasma). Nada está fuera de agenda: así como charlan sobre Sartre y Kant también se regodean en discusiones sobre Halloween, las series de Sylvester Stallone y la sociología del rugby. Por supuesto que nadie está en un solo grupo ni cada grupo tiene membresía exclusiva. En Kalewche es posible pescar en el mundo del cine por la mañana, cazar ideas ecologistas por la tarde, apacentar literaturas al atardecer y filosofar después de la cena.
Se sabe –porque los testigos son muchos y veraces– que, desde hace un tiempo, Kalewche se dejó ver cien veces, siempre con las últimas estrellas del sábado. La doctora Remy Hadley (a.k.a. Trece) en House MD decía que todas las personas quieren lo mismo: amor, perdón y chocolates. Tom Waits es más radical: cambia la Biblia dominguera por golosinas varias y un Jesús de Chocolate.4 Dicen por ahí que todos los domingos cada vez más personas abordan y gozan de su íntimo Kalewche como lo que es: el más exquisito y revolucionario de todos los barcos de chocolate.
Fernando Lizárraga
NOTAS
1 Federico Mare, “La fantasmagoría de Kalewche”, en semanario Kalewche, 25 de febrero de 2024, disponible en https://kalewche.com/la-fantasmagoria-de-kalewche-2.
2 Vean esta ilustración de Andrés Casciani: https://kalewche.com/wp-content/uploads/2023/12/Kalewche-RGB-scaled.jpg.
3 https://kalewche.com/manifiesto-kalewche-un-barco-fantasma-recorre-el-mundo.
4 www.youtube.com/watch?v=7rgili5Eirc.