Ilustración original de Andres Casciani
Laura Martín Osorio, especialista en literatura italiana y literatura para las infancias, que ya ha publicado varios textos en Kalewche, dirige nuestra atención hacia una de esas curiosas coincidencias que suelen darse entre la ficción y la realidad, en la que la segunda parece remedar a la primera –a veces con creces–, y que suele desencadenar una serie de asociaciones satíricas. Nos referimos a la recurrencia de un elemento que ya se ha convertido en un ícono popular con una fuerte carga de irreverencia y transgresión hacia la figura del ultraderechista presidente de Argentina, conocido popularmente como “el peluca Milei“. La cabellera despeinada, que empezó simbolizando el supuesto carácter antisistema del nefasto personaje –parece mentira que alguien que venía a gobernar a favor del poder económico más concentrado pudiera despertar esa impresión–, devino con el tiempo en peluca, pasando a representar la falsedad, la impostura, el fraude, la estafa electoral, el uso descarado de las fake news. La cabellera postiza también alude, para el ingenio popular, a la particular excentricidad del personaje, rayana en la ridiculez.
No sólo Argentina tiene su “rey peluca“, es decir un aspirante a dictadorzuelo con ínfulas de genialidad (Milei ha llegado a declarar que se merece el premio Nobel de Economía), que se presenta como antisistema pero cuyo principal objetivo es exacerbar la distribución regresiva de los ingresos, y que ha sido sometido al escarnio público a causa de su peinado. También habría que mencionar a Donald Trump, Boris Johnson, Silvio Berlusconi, Carlos Saúl Menem, el mismo Hitler… Ese encarnizamiento popular con la figura de personajes poderosos tiene mucho de aquella intención desacralizadora e iconoclasta que Mijaíl Bajtín descubrió en la inversión carnavalesca.
Gianni Rodari pensaba en Stalin cuando creó la figura de un tirano que usa “pelucas de todos los colores“ y “peinadas de mil maneras diferentes“ para disimular su fealdad; que gobierna un “país de los mentirosos“, en el que la verdad y la cordura son castigadas como crímenes; que invierte el sentido de las palabras para hacerles decir lo contrario de lo que significan; pero a quienes habitamos esta Argentina desquiciada por el gobierno plutocrático del “peluca Milei“ nos parece que el escritor italiano estuviera haciendo referencia a nuestro presente.
Gelsomino en el país de los mentirosos es la obra que el escritor italiano Gianni Rodari publica en 1958 con Editori Riuniti de Roma. Se trata de una novela destinada a las infancias, construida como una fantasía alegórica en la que se despliega una aguda crítica a las lógicas del poder autoritario a través del humor y la ternura. Está conformada por veintiún capítulos con títulos desopilantes que simulan versos pareados, con rimas juguetonas y tono humorístico1, y un apéndice con “Las canciones de Gelsomino”.
La novela narra la historia de un muchacho “leal y sincero como el agua clara”2 –Gelsomino– cuya voz extraordinaria es capaz de despertar a la gente para que vaya al trabajo, derribar la pizarra de la escuela al dar el presente, convertir un gol solo gritándolo o cosechar las peras del árbol únicamente pidiéndolo. Su voz tiene tal fuerza y potencia que ha causado ciertos inconvenientes, por lo que –a lo largo de su corta vida– han intentado silenciarla. Un día, cansado de esta situación, decide salir de su lugar natal en busca de un porvenir acorde a sus cualidades, tal vez conseguir un sitio en el escenario del bel canto o pasar su tiempo con tranquilidad. Es así como, anda que te anda y sin proponérselo, llega al País de los Mentirosos.
En ese sitio manda el tirano Giacomone, que pretende ocultar su pasado pirata fundando un nuevo reino sobre la base del engaño y la violencia. El dictador promulga una ley que obliga a sus súbditos a llamarlo “su graciosa majestad”, so pena de cortarles la lengua, y ordena a sus ministros que reformen el vocabulario: “Así, cuando la gente diga que soy un pirata, ¿qué dirá, en la nueva lengua? Que soy un gentilhombre.”
Nadie puede nombrar las cosas con su antigua denominación, sino que debe hacerlo siguiendo los parámetros establecidos por el nuevo gobierno para no terminar en prisión o en el manicomio. En ese lugar, todo adquiere otro apelativo: por la mañana se debe decir “buenas noches”, la rosa debe ser llamada “zanahoria”, los perros tienen que maullar y los gatos ladrar, y el más mentiroso de los estudiantes recibirá medalla de oro por una redacción absolutamente errada. Es un auténtico “reino del revés”.
Gelsomino conoce allí a Zoppino, un gato garabato con tres patas, dibujado por la niña Romoletta con tiza en la pared, de la que sale maravillosamente despedido al escuchar la voz del futuro tenor. Zoppino le narra con pelos y señales la historia del país y, después de un día de aventuras juntos, el gato garabato descubre, no sin asombro, que “el Rey Giacomone usa peluca”3. Noticia que no tarda en dar a conocer: con su patita delantera derecha, escribe en letras rojas una y cien veces esa frase, que explotará con el amanecer como una represa cargada de agua. El vocerío llegará hasta los oídos de su majestad, que hace cortar la lengua del cortesano informante y pretende mandar a la guillotina al autor de tal verdad. En la misma hoja filosa, el gatito rebelde anota: “La calva de su majestad es una realidad”, y escapa entre las manos de Tía Pannocchia, la anciana tía de Romoletta, protectora de gatos, a los que Zoppino enseñará a maullar, para espanto del tirano.
Gelsomino y Zoppino vivirán numerosas aventuras y se rodearán de seres singulares que, con sus dones o limitaciones, irán tejiendo una trama de resistencias. Encuentran en el camino a Bananito, el pintor frustrado, cuya fidelidad a lo bello y verdadero lo convierte en un creador de escenas y personajes capaces de alterar el curso de los acontecimientos; también hallan a Benvenuto mai Seduto [«Bienvenido nunca Sentado»], un joven carretero generoso y altruista que arriesga la propia vida cada vez que ayuda a los demás; conocen a seres ignominiosos tales como Calimero, dueño de propiedades en alquiler alineado con las lógicas del régimen y funcional a él; además, al inescrupuloso Domisol, agente de artistas, siempre al acecho de talentos para explotar. Leen el periódico más embustero del mundo entero, “El Perfecto Mentiroso”, que refleja en cada informe los mecanismos del poder perverso distorsionados. Se topan, además, con el manicomio, espacio insufrible, injusto y macabro, donde la verdad y la cordura son castigadas como crímenes, pero que finalmente será incapaz de contener la potencia de una voz diferente y marginada.
La novela alcanza su punto culminante cuando la voz de Gelsomino, tantas veces censurada y contenida, irrumpe con toda su potencia para desmoronar los muros del hospicio. Allí donde el poder autoritario había confinado a quienes se atrevían a decir la verdad, la voz del protagonista se vuelve herramienta de justicia y libertad: rescata a sus amigos, devuelve su dignidad a los encarcelados y abre un horizonte de posibilidad en el que la palabra recobra su sentido genuino. El gesto individual se transforma entonces en una victoria compartida, capaz de contagiar a toda una comunidad que vuelve a reconocer la fuerza transformadora de la verdad:
“(…) era el final de las mentiras. El derrumbamiento del manicomio había puesto en la calle al mismo tiempo a cientos de personas que decían la verdad, a perros que ladraban, a gatos que maullaban, a caballos que relinchaban, como exigen las reglas de la zoología y de la gramática. La verdad se extendía como una epidemia y la mayoría de la población ya se había contagiado.”
Gelsomino y la fantasía alegórica
La obra presenta rasgos propios de la novela de aventuras: la exaltación del atrevimiento y de la acción física, la abundancia de peripecias, los cambios de fortuna y la irrupción de escenarios extraños. Sin embargo, se aparta de este subgénero en un aspecto importante: si bien la historia está centrada en la figura de Gelsomino, no hay un héroe solitario que encarne la totalidad de la acción; por el contrario, la fuerza del relato reside en la pluralidad de personajes que lo acompañan y que, cada uno a su modo, desafían el poder del tirano.
Asimismo, puede emparentarse con lo que De Santis denomina “novelas del umbral”4, dado que muestra el pasaje “de la infancia a la antesala de la vida adulta”, a través del viaje del protagonista y de las múltiples pruebas que debe enfrentar. Gelsomino parte de su casa con la ilusión de hallar un futuro artístico: cansado de ser silenciado y señalado por su diferencia, sueña con encontrar un lugar en la ópera, donde su voz pueda tener un sentido más valioso que el que hasta entonces le habían otorgado. En el camino se cruzará con figuras singulares, dotadas de cualidades extraordinarias: Zoppino, el Gato Garabato, incapaz de dejar de escribir la verdad; Bananito, cuyo arte comprometido con la realidad confiere vida y belleza a sus cuadros; la bondadosa tía Pannocchia, que cría y alimenta a todos los gatos que encuentra; la pequeña Romoletta, creadora de ilusiones gracias a su imaginación; y Benvenuto Mai Seduto, dispuesto a entregarse generosamente en ayuda del otro. Estos personajes, tan diversos entre sí, le muestran a Gelsomino que su talento no es un estigma, sino una fuerza capaz de transformar la realidad.
“Benvenuto Mai Seduto sonrió:
—Justo aquí es donde la gente necesita ayuda. Este es, con toda seguridad, el país más infeliz de la tierra y, por tanto, el lugar ideal para mí.
—¡Eso es! –exclamó Gelsomino, que había escuchado las palabras del anciano con los ojos llenos de lágrimas–. ¡Esa es la solución! Ahora entiendo lo que debí haber hecho con mi voz, en lugar de recorrer el mundo provocando desastres: utilizarla para ayudar al prójimo.”
Todos, a su manera, participan en la caída del dictador: no hay un héroe aislado, sino un entramado colectivo que hace tambalear los cimientos del reino. Rodari parece recordarnos, así, que la resistencia y la transformación social no puede ser tarea de un individuo excepcional, sino de la cooperación y la solidaridad entre muchos, incluso de aquellos seres marginados a los que con frecuencia se les niega un lugar en la historia.
En este sentido, el relato se abre a una dimensión que excede los límites de la novela de aventuras o del umbral: al situar la acción en un “reino del revés” y al construir personajes que encarnan valores, virtudes o defectos colectivos, el autor nos invita a leer la historia también en clave simbólica. La pluralidad de voces y talentos se convierte en una metáfora de la resistencia compartida frente a la tiranía. Esta dimensión nos acerca al territorio de la fantasía alegórica, donde los elementos maravillosos no se reducen al entretenimiento, sino que funcionan como vehículos de reflexión crítica sobre la realidad social y política.
Gelsomino y la crítica sociopolítica
En la obra literaria de Rodari se manifiesta el compromiso social de su autor en tanto pone su escritura al servicio de las infancias, ofreciéndoles relatos que las invitan a reflexionar, a imaginar y conformar su sensibilidad de forma crítica. El autor italiano no se limita a inventar mundos fantásticos desconectados de la experiencia cotidiana, sino que integra en sus textos elementos de la realidad para así denunciar la explotación laboral, la pobreza o las injusticias del poder desde el humor y la ternura. Como señalan Boero y De Luca, esta decisión resulta profundamente revolucionaria.5
En Gelsomino en el país de los mentirosos, esa elección estética y política adquiere una densidad especial. Desde una mirada de izquierda, Rodari recurre a la fantasía alegórica para denunciar la existencia de los regímenes totalitarios, y en particular el de Iósif Stalin. La novela reelabora, en clave fabulosa, aspectos oscuros de aquel período: los crímenes perpetrados entre 1941 y 1953, revelados años más tarde en el célebre “Discurso secreto” de Nikita Jrushchov de 1956.
En el País de los Mentirosos, el tirano Giacomone lleva una peluca para disimular su calvicie cubierta de bultos y verrugas; en la realidad, Stalin recurría al maquillaje para tapar las marcas que la viruela había dejado en su rostro. En ambos casos, el disfraz corporal funciona como estrategia de ocultamiento de una fragilidad que podría minar la imagen de grandeza.
“La hermosa melena naranja no era más que una peluca; por debajo de ella, la cabeza de su majestad era de un feo color rosáceo, y aquí y allá mostraba bultos y verrugas que Giacomone palpaba entre suspiros de tristeza. Después, el rey abrió un armario, y ante la mirada de asombro de Zoppino, apareció una colección de pelucas de todos los colores: rubias, azules, negras… y peinadas de mil maneras diferentes.”
En la novela se erige una columna monumental que relata supuestos actos de generosidad y hazañas del rey Giacomone, mientras que en la Unión Soviética la figura de Stalin se proyectaba en todos los rincones a través de estatuas, retratos y homenajes permanentes: una construcción propagandística que alimentaba el culto a la personalidad:
“Justo en medio de la plaza se alzaba una columna de mármol decorada con escenas que representaban las hazañas del rey Giacomone, todas ellas inventadas, claro. En ellas se veía a Giacomone repartiendo sus riquezas con los pobres, a Giacomone venciendo a sus enemigos, a Giacomone inventando el paraguas para proteger a sus súbditos de la lluvia…”
En la ficción, el órgano oficial de propaganda del reino es el periódico El perfecto mentiroso, cuyo fin es manipular la información y sostener las versiones del poder. En la realidad, esa función la cumplían los carteles, los desfiles multitudinarios y los medios masivos de comunicación, orientados a consolidar un relato único y a silenciar cualquier disidencia:
“El director del periódico se frotaba las manos de alegría (…). Sin embargo, poco después, los vendedores de El Perfecto Mentiroso regresaban con los paquetes de periódicos intactos bajo el brazo. Nadie había querido comprar ni un ejemplar.
—¿Cómo puede ser? –se desesperaba el director–. ¿Ni uno? ¿Y qué lee la gente? ¿El calendario?
—No, señor director –contestó un vendedor más descarado que los demás–, tampoco leen eso. ¿Qué van a hacer con un calendario en el que el mes de diciembre se llama agosto? ¿Cree que la gente sentirá calor solo porque el nombre del mes esté cambiado? Están pasando cosas muy serias, señor director. Ha habido quien se ha reído en nuestra cara y nos ha aconsejado que usemos el periódico para hacer barcos de papel.”
Rodari, mediante estos recursos de humor y exageración fantástica, traza un correlato transparente entre la ficción y la historia contemporánea: el grotesco tirano Giacomone encarna, en clave alegórica, las prácticas de ocultamiento, manipulación y control que caracterizaron al régimen estalinista. En este sentido, la fantasía alegórica no es un mero recurso estético: es el medio elegido por Rodari para denunciar, desde la literatura, la opresión y los abusos del poder, mostrando que la imaginación puede ser también una herramienta de resistencia.
Gelsomino y la actualidad
La potencia de esta fantasía alegórica reside también en su vigencia: la sátira de Rodari no se limita a una época ni a un tirano concreto, sino que expone los mecanismos universales del poder autoritario. El culto a la personalidad, la manipulación de la verdad, la represión de la disidencia y el maltrato hacia los diferentes son rasgos que, lejos de haber quedado en el pasado, vuelven a emerger en la escena política contemporánea.
En el contexto actual, un presidente reproduce prácticas que evocan las del rey Giacomone. La construcción de una imagen cuidadosamente controlada –desde las fotos tomadas en ángulos que disimulan su pequeñez hasta la constante autopromoción en redes sociales– se asemeja al culto a la figura del tirano en la novela. Sus discursos, plagados de falsedades o medias verdades, recuerdan a los relatos fabricados por El perfecto mentiroso, el órgano oficial de propaganda del “reino del revés”. Como en la ficción, son sus colaboradores más cercanos quienes se encargan de sostener y amplificar esas narrativas ad hoc:
“El secretario del rey Giacomone siempre llevaba debajo del brazo una pesada cartera repleta de discursos listos para ser pronunciados. Los había de todos los tipos: instructivos, conmovedores, divertidos…; eso sí, cargados de mentiras del primero al último.”
La persecución de voces críticas adopta diversas formas: despidos de quienes se animan a cuestionarlo, estigmatización de toda disidencia, maltrato explícito hacia los distintos. Así como Giacomone rodea su trono de piratas serviles, este presidente se apoya en una élite política y económica que reproduce las mismas lógicas de privilegio que dice combatir, beneficiándose del poder mientras los sectores más vulnerables sufren las consecuencias.
“[Dijo un General] —Ahora que por fin tenemos en nuestras manos a un tipo como este pintor, ¿qué le mandamos hacer? (…) ¡Cañones! ¡Lo que necesitamos son cañones! ¡Crearíamos un ejército invencible y ampliaríamos el reino! (…)
—¡Cañones! –exclamo [Giacomone]– ¡Cañones, claro! Y barcos, aviones, dirigibles… ¡Por los cuernos de Belcebú, llamad de inmediato a Bananito! (…)
Bananito los escuchó con mucha calma, sin interrumpir sus enfervorizados discursos. Pero cuando le entregaron papel y lápiz para que empezara sin pérdida de tiempo a fabricar cañones aplicando su sistema, escribió en medio de la hoja un gran NO en letras mayúsculas y recorrió la sala con ella para asegurarse de que todos la leyeran. (…)
—Hagamos una cosa –decidió por fin Giacomone–: en lugar de cortarle la cabeza, démosle tiempo para que cambie de opinión. Estoy convencido de que este hombre, quizá por su condición de genio, está un poco chiflado. Lo encerraremos unos días en el manicomio.
Los cortesanos replicaron que su decisión era demasiado clemente…”
Leer hoy la novela de Rodari es advertir que los peligros del autoritarismo no son ajenos a nuestro presente. El grotesco rey peluca, que gobierna a fuerza de mentiras y violencia, encuentra ecos inquietantes en líderes actuales que, bajo formas nuevas, reproducen el mismo desprecio por la verdad y por la dignidad de los pueblos.
Gelsomino en el país de los mentirosos nos recuerda que “es necesaria la imaginación para creer que el mundo puede continuar y hacerse más humano”6, que su fuerza creadora es capaz de derribar muros y fundar un nuevo espacio con lugar para los más diversos seres. En esta novela, la caída del tirano es obra de una comunidad heterogénea compuesta por gatos, artistas, ancianas protectoras, niñas creadoras, hombres generosos y un tenor de voz indomable y genuina: figuras marginales que, al unirse, desbaratan el régimen de la mentira.
La fantasía alegórica de Rodari nos invita a pensar que el humor y la ternura son también lenguajes de denuncia, y que la literatura puede interrogar con lucidez las tensiones de su tiempo. Hoy, frente a discursos de odio, manipulaciones mediáticas y nuevas formas de culto a la personalidad, la novela conserva intacta su vigencia. La verdad –cuando se vuelve colectiva– tiene la fuerza de contagiar esperanza y de abrir horizontes de libertad.
Laura Martín Osorio
NOTAS
1 Los tres primeros capítulos llevan por título: “Gelsomino risponde all’appello, segna una rete; poi viene il bello” [“Gelsomino responde cuando toman lista, mete un gol; y después viene lo mejor”], “Al vicinato non far sapere che la tua voce matura le pere” [“Que no se entere el vecindario de que tu voz madura el peral diario”], “Qui assisterete con Gelsomino alla nascita di Zoppino” [“Aquí presenciarán, junto a Gelsomino, el nacimiento de Zoppino”].
2 Todas las citas están tomadas de: Gianni Rodari, Gelsomino en el país de los mentirosos, Pontevedra, Kalandraka, 2020 (1958), p. 15.
3 Si bien utilizo la traducción de Isabel Soto para la edición de Kalandraka, mantengo los nombres originales de los personajes.
4 Pablo De Santis, “Viaje al centro de la fantasía”, en La Nación, Cultura, Buenos Aires, 2012: www.lanacion.com.ar/cultura/viaje-al-centro-de-la-fantasia-nid1487406
5 Pino Boero y Carmine De Luca, La letteratura per l’infanzia, Bari-Roma, Editori Laterza, 2019, pp. 259-260.
6 Gianni Rodari, Gramática de la fantasía, Buenos Aires, Colihue, 2017 (1973), p. 166.