Ilustración de Beatrice Alemagna. Fuente: www.facebook.com/ilsassonellostagno.libreria
Tres años de navegación ha cumplido Kalewche, nuestra nave fantasma, y tres años no es poca cosa en estos tiempos líquidos de proyectos efímeros, donde las construcciones colectivas se enfrentan a poderosas fuerzas –materiales e ideológicas– que arrecian como tempestades e intentan derribarlas disgregando los lazos que las hacen posibles.
Tres no es un numero cualquiera en el imaginario colectivo de nuestras culturas. Tiene un importante simbolismo que se remonta a la Antigüedad griega y del Cercano Oriente. Pero tres es también un número que nos remite a dos de los más importantes lemas revolucionarios en la historia: Libertad, Igualdad y Fraternidad, la divisa de los insurrectos franceses; y Pan, Paz y Tierra, la consigna de los bolcheviques. Ambos lemas expresan anhelos y objetivos ancestrales de la humanidad que siguen plenamente vigentes en nuestra sociedad contemporánea, porque vivimos en un mundo capitalista que es cada vez más desigual, signado por la explotación creciente del gran capital sobre la mayoría de la humanidad y nuestro planeta. Pero también porque la hermandad solidaria de nuestra especie es constantemente bombardeada por el individualismo extremo, el narcisismo y la exacerbación de la competencia. La tierra pertenece a unos pocos, el pan no llega a todos y la guerra es la solución a la cual apela, cada vez más, el capitalismo neoliberal para perpetuar su “orden basado en reglas”, es decir, su sistema mundial de dominación y explotación.
El Kalewche no ha estado exento de dificultades. El ajuste salvaje que lleva adelante el gobierno minarquista de Javier Milei en la Argentina afectó a una parte fundamental de nuestros aguerridos marineros, que proviene de aquellas castigadas comarcas australes. La borrasca hizo zozobrar a nuestra embarcación. Se levantaron gigantescas olas y huracanados vientos que parecían llevarla al naufragio, pero la tripulación supo mantenerse firme en sus puestos, reparar los daños en cubierta, a babor y estribor, en la proa y en la popa. Izamos las velas caídas y proseguimos navegando, con ritmo resoluto, por el orbe entero.
El vendaval neoliberal desatado en la orilla oeste del Río de la Plata aún no se ha detenido. Otras adversidades seguramente vendrán. Pero nuestro buque espectral continuará recorriendo las procelosas aguas de este mundo contemporáneo, intentando que nada de lo humano nos sea ajeno. Por eso hemos abierto la bitácora del Kalewche a poetas y escritores de nuestra región y del mundo todo. Un talentoso dibujante cuyano ha ilustrado con su arte maravilloso muchas de sus páginas, que de tanto andar por los mares hoy desprenden un olor salobre. Diversas manifestaciones literarias y artísticas, la filosofía, el análisis geopolítico, la ecología, el derecho, la medicina, la historia, las ciencias sociales en general, entre otras tantas expresiones de la vida humana, han dejado sus huellas en nuestras páginas.
Nuestra tripulación de corsarios no ha dejado de afilar en todos estos años sus armas, que son las de la crítica, aunque saben –como el joven Marx– que con estas no basta. No ignoran que son fundamentales, porque la práctica sin teoría conduce a un tacticismo que carece de estrategia, que solo puede producir –a lo sumo– pequeños cambios que dejan mayormente todo como está. Pero también han aprendido que la crítica y la teoría que se encierran en sí mismas poco pueden hacer para transformar la realidad, y que la praxis implica la movilización y lucha callejeras, la irrupción de un magma de rebeldía muchas veces sorpresivo e inesperado, tifones incontrolables capaces de derribar los poderes establecidos. Con estas armas, nuestra nave fantasmal se ha unido en el corazón del Mediterráneo, frente a la costa magrebí (otrora reducto de los piratas berberiscos), a la Global Sumud Flotilla y su lucha internacional contra el genocidio de Gaza, en solidaridad con el pueblo palestino (que es una lucha por toda la humanidad). Asimismo, se ha enfrentado a esos marines yanquis saqueadores que rondan ahora por el mar Caribe acechando a Venezuela con su Cuarta Flota, y que creen desde hace mucho tiempo –la gunboat diplomacy es tan vieja como el Tío Sam– que existe un “Destino manifiesto” que los llama a dominar las Américas y el mundo entero, aunque hoy su talasocracia se resquebraja, a la par que su poderío económico y su hegemonía política dan fuertes muestras de decadencia. Pero estos viejos y desgastados expropiadores de riquezas y vidas no quieren renunciar a sus privilegios, y parecen dispuestos a cualquier cosa para conservarlos. A nuestros filibusteros nunca les simpatizaron los piratas que trabajan para algún rey o algún imperio de turno, como aquellos que hoy se llaman US Navy y dicen actuar en nombre de la “comunidad internacional”. Por eso, al mismo tiempo, hemos visto con gran preocupación el expansionismo y militarismo crecientes de la OTAN en Europa (la experiencia histórica ya nos ha demostrado más de una vez en el siglo XX a dónde puede conducir todo aquello), y también el colonialismo y supremacismo cada vez más descarados del Estado de Israel. Nuestros bucaneros no reconocen ningún monarca, imperio, dios o patrón. Intentan ser socialistas consecuentes y, por tanto, profundamente antiimperialistas.
Pero nuestra nao fantasmagórica también viaja en el tiempo. La musa Clío les ha dado esa posibilidad. Nos hemos encontrado con Tomás Moro, en su ínsula Utopía, y hemos discutido con él los caminos para hacer realidad una sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios de producción. Viajando luego hacia el este, nos cruzamos con los campesinos de Thomas Müntzer y gritamos con ellos ‘¡Todo es común!’’, para en el porvenir acompañar –un número monográfico de Corsario Rojo va tomando forma en el astillero de cara al año 2026– la revuelta de los tejedores de Silesia. Desembarcamos en El Callao y fuimos en busca del Amauta, con quien conversamos largamente sobre la revolución y el socialismo en nuestra América capitalista y dependiente. José Carlos no ha dejado de inspirarnos en todos estos años desde el corazón de los Andes, como también lo han hecho las luchas que libraron y libran los pueblos originarios por todo el continente, mapuches y tantos otros. Las luchas libertarias por un mundo más justo (mártires de Chicago, Patagonia Rebelde, etc.) nos han dado aliento e impulso para sostener las batallas del presente y prepararnos para las del mañana, porque ellos, que han visto el futuro, nos han dicho que la historia no está escrita, ni menos aún que ha llegado a su fin. El viejo topo sigue cavando sus secretos e intrincados túneles, y nadie sabe ni cuándo ni dónde aparecerá. Pero una cosa es segura: resurgirá en el momento menos esperado para acelerar, como es su costumbre, los tiempos de la historia.
También hemos navegado junto a Zheng Shi, Alexandra Kolontái, Nancy Fraser, Arundhati Roy y muchas otras compañeras, porque las luchas contra la dominación o discriminación sexistas son fundamentales, perfectamente compatibles con la brega revolucionaria por una sociedad sin explotados ni explotadores (lo que no hace que dejemos de ser críticos con el wokismo y la cultura de la cancelación, porque sus presupuestos son los del irracionalismo posmodernista, presupuestos que no abren caminos a una crítica radical de lo existente ni apuntan a la construcción de una contrahegemonía que nos permita ir más allá de este capitalismo tanático y nihilista).
No hemos dudado en singlar a contracorriente cuando lo consideramos necesario, cuando estuvimos convencidos de que la dirección en que iba la mayoría solo nos podía llevar a encallar, o a recalar en mal puerto. Durante la pandemia de Covid-19, no acompañamos toda esa incontenible marea irracional, acrítica, de «talibanismo sanitario» y iatrogenia. Y si bien nuestro Kalewche fue botado unos meses después de que lo peor de la crisis hubiera pasado, no hemos dejado de señalar el error de apoyar medidas que cercenaron derechos y libertades fundamentales, que profundizaron las desigualdades sociales y perjudicaron particularmente a los sectores más precarios de la clase trabajadora, con catastróficas consecuencias a nivel educativo.
En todos estos años, nuestra guía ha sido la razón, a la que concebimos como esa pequeña luz de la que hablaba Diderot. Ella nos permite orientarnos en medio de la oscuridad para buscar los caminos que nos conduzcan hacia ese mundo más justo y fraternal. Se trata de una razón mesurada, humilde, escrita con minúscula, que no se cree omnipotente, y que hace suya la duda metódica, pero sin caer en el escepticismo radical. Una razón que no se desliga de la materialidad de nuestro mundo ni de nuestra corporalidad, que se sabe humana y falible, y que rechaza desde sus entrañas toda racionalidad instrumental, esa que cosifica a los seres humanos y a la Tierra, y que legitima la irracional lógica del capital.
La oscuridad a veces resulta muy profunda, sobre todo en las noches sin luna, y más aún cuando la bruma es muy espesa. En tales condiciones, que son las de estos tiempos, es muy difícil saber qué se avecina, que peligros nos acechan, hacia dónde poner proa. Ante tanta incertidumbre, las pequeñas luces con que cuenta nuestra tripulación son fundamentales. También la luz de los faros, que tímidamente aparecen en la lejanía, desafiando la espesura de la niebla. Estas frágiles e intermitentes luminarias nos sirven de referencia para evitar los naufragios y recalar en alguna rada donde poder recobrar energías, avistar nuevas realidades e incorporar todo lo necesario –víveres, pertrechos, esperanzas– a los efectos de volver a zarpar. Muchas cosas quedan aún por hacer. Muchos mares y océanos inmensos, tierras firmes e islas fabulosas restan explorar. Navegar es más necesario que nunca.
La flotilla que pugna por llegar a Gaza se llama Sumud (صمود) porque así se dice en árabe «perseverancia». Para el pueblo palestino, sumud significa además –y sobre todo– «resistencia». También nuestro Kalewche persevera y resiste, a su manera.
Alexis Capobianco Vieyto
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