Ilustración: detalle de Pirámide del sistema capitalista, por “Nedeljkovich, Brashich & Kuharich”. Periódico Industrial Worker, Cleveland (Ohio), 1911. Fuente: Wikipedia. Para una reproducción completa del dibujo y más información sobre el mismo, hágase clic aquí.
“A Christmas Story” es un breve relato ficcional de la revolucionaria anarquista afroamericana Lucy Parsons (ver la semblanza que publicamos en simultáneo). El texto salió originalmente publicado en The Alarm –el mítico semanario ácrata de Chicago editado por su pareja, Albert Parsons– el sábado 26 de diciembre de 1885, la jornada siguiente a Navidad, festividad cristiana que sirve de pretexto a la autora para desgranar su sátira política de bon sauvage contra la moderna civilización burguesa e industrial de la Belle Époque. Lo hemos traducido del inglés para nuestra sección literaria Naglfar, a partir de la edición electrónica que ofrece The Anarchist Library. Creemos que se trata de la primera traslación de “A Christmas Story” a lengua castellana.
Y aquí está mi correo con una carta de Papá Noel que aún no me ha olvidado, aunque los días felices de la dulce ilusión de la infancia se hayan desvanecido en mí hace mucho tiempo. Y la preciosa misiva que el venerable y anciano señor ha encontrado en sus andanzas por tierras extranjeras y me ha traído, se vuelve tan interesante a medida que leo su contenido que he decidido que los lectores de The Alarm se beneficien de ella.
La historia se sitúa en una isla bárbara, y es el resultado de la repentina llegada de un náufrago cristiano, que en recompensa por las muchas bondades que ha recibido de manos de sus nuevos vecinos, se propone llevarse algunos de ellos con él a su propio país para poder mostrarles los beneficios de la civilización cristiana, en aras de que el bárbaro pueda regresar a su propio país y convertirse en un misionero en la causa de la civilización cristiana y un buen gobierno.
La pequeña misiva que tan amablemente me ha traído Papá Noel parece ser un informe de esos misioneros hecho al regresar a su país natal. El informe dice:
“Nos llevaron en dirección este a través de las furiosas olas del poderoso océano en las alas de un enorme y hermoso pájaro marino (ellos lo llamaban barco de vapor) y nos desembarcaron en el borde de un gran continente donde la naturaleza parecía sonreír siempre. Y cuando nos apeamos de nuestra hermosa ave marina nos colocaron detrás de un caballo de acero que soplaba, relinchaba y jadeaba, impaciente por emprender su largo viaje a través del ancho continente en expansión, y cuando por fin se puso en marcha, nos llevó a la velocidad del rayo. Atravesaba valles, llanuras y montañas con toda la facilidad de un gigante, sin cansarse ni desfallecer, siempre extendiendo los brazos como si buscara más terreno que cubrir; el tiempo parecía disminuir ante sus zancadas y el espacio se aniquilaba.”
Una voz del público preguntó: “¿Cómo pudo resistir?”.
“Oh, era impulsado por vapor, un descubrimiento que según ellos era el más maravilloso jamás hecho desde que su Dios había hecho el mundo”.
El misionero continuó leyendo el informe: “Al quinto día de nuestra partida nos desembarcaron en el corazón de una magnífica ciudad. Era alrededor de las diez de la mañana, y las personas que vimos moverse con tanta aparente facilidad, recorriendo avenidas de opulencia y locales de comercio en magníficos carruajes, vestidas con las más costosas ropas, según nos informó nuestro guía, eran las únicas propietarias de todas aquellas enormes estructuras que tanto nos asombraron; que eran de hecho las únicas poseedoras de la tierra y de todo lo que contenía, y que no vivían más que para disfrutar. En nuestra admiración exclamamos: ‘¡Poderosa es la civilización cristiana! Grande es su gobierno’”. (Gran sensación en el público, y gritos de “Emigremos”)
“Un momento, camaradas, escúchennos”, dijo el misionero, reanudando: “Nos han mostrado todas las maravillas de las artes y los métodos de guerra, y nos han prometido que nos mostrarán los de la industria de este pueblo cristiano. Nos condujeron a salones de mármol, donde se extendían las mesas de los banquetes, y entraban y salían mujeres encantadoras, como hadas, todas ataviadas con joyas preciosas y gemas de gran valor. Sus hermosos rostros resplandecían de satisfacción, tranquilidad y felicidad”. (Murmullo en la audiencia: “¡Poderosa es la civilización cristiana!”)
“A medida que la noche avanzaba y se bebía vino espumante en copas cubiertas de hojas de parra, se ofrecían brindis en una rápida sucesión, que rezaban así: ‘Feliz, contento y próspero es nuestro pueblo bajo la benigna influencia de un gobierno cristiano y sabiamente administrado’, y mientras los aplausos del último brindis resonaban por las columnas de granito de la sala de banquetes, haciendo temblar las sedosas cortinas y rasgando el magnífico techo pintado al fresco, se presentó una extraña aparición que se detuvo a mitad de la sala, de modo que nadie pudo evitar verla”.
“Esa aparición era la más desdichada de las mujeres. Y de sus ojos cavernosos parecían surgir destellos pálidos, como cuando los cielos del norte brillan en diciembre. Y como el fluir del agua bajo la nieve de diciembre, llegó una sorda voz de aflicción desde la cámara de su corazón:
‘Señoras y señores, pueblo cristiano –dijo–, me pregunto si querrán escuchar en sus banquetes la plegaria de la viuda y el llanto del huérfano. Afuera, la nieve cegadora cae espesa y rápida. Hoy hace tres meses que fui madre por quinta vez, y ese mismo día quedé viuda, y ellos quedaron huérfanos porque mi pobre marido fue aplastado hasta convertirse en una masa informe entre la maquinaria de la fábrica de ese hombre (señalando al proponente del último brindis), y os juro que en las últimas doce horas hemos estado dos veces sin un bocado de comida ni un poco de combustible para calefaccionarnos, y tengo miedo de volver a mi miserable casucha por temor a que mis hijos ya hayan perecido de frío y hambre. En nombre de Dios, escuchen sus gritos, si no los míos’.
Por un momento todo pareció paralizado; entonces se oyó un ligero ruido, cuando de un recoveco surgió una persona oficiosa, toda ataviada con un gran abrigo azul con botones de latón, y acercándose rápidamente a la aparición, le puso el delgado y descolorido chal sobre las pálidas y demacradas mejillas y los ojos centelleantes, sofocando así los gritos de ‘piedad’”.
Voces del público: “¿No dijeron nada los cristianos?”.
“Sí, hablaron unos instantes en susurros”
“¿Qué dijeron?”
“Bueno, desde el lado de las damas se oían frases como éstas: ‘¡Uf! Vaya gestión, como para dejar que semejante criatura se abra paso en el salón de banquetes, y sobre todo cuando hay forasteros presentes’”.
“Otra dama de apariencia muy matrona habló así: ‘¡Oh! ¿Oíste el lenguaje que usó sobre ser madre? Como si nos importara cuántos mocosos tuvo o cuándo nacieron’”.
“De los caballeros pudimos oír expresiones como estas: ‘Esos reclamos extravagantes de las clases bajas imprevisoras, que desahogan supuestos males y molestan a la gente decente, se están volviendo demasiado frecuentes. Debemos tener a los militares bien entrenados en ‘ejercicios de disturbios callejeros’, y bien equipados para sofocar la más mínima tentativa de forzarnos a reconocer la ‘justicia’ que supondría ‘corregir sus supuestos males’.
Otros caballeros dijeron: ‘Sí, sí, tienes razón. Hemos estado leyendo el llamamiento del Tribune a los hombres de negocios después del ejercicio de disturbios callejeros del Día de Acción de Gracias, y yo mismo he estado solicitando contribuciones entre las clases acomodadas, con no poco éxito’”.
“Éstas y muchas otras expresiones del mismo tenor pudieron oírse de todos los presentes”
“Habiendo llegado el momento de despedirnos y de darnos las buenas noches, abandonamos la sala, y cuando el guía y yo salimos del magnífico edificio, nuestro anfitrión parecía completamente perdido en el elogio de la ‘prosperidad y hospitalidad de un pueblo cristiano’”.
“Estábamos a punto de tomar un taxi, cuando algo me llamó la atención, y me detuve, con un pie en el escalón del taxi, y al hacerlo, distinguí a varios de los tipos de botones de latón antes mencionados empujando a otras tantas muchachas, que lloraban y declaraban que no estarían ‘pidiendo’ en la calle si no las hubieran impelido a hacerlo. Una dijo que su anciana madre estaba sin ‘comida ni combustible’, y otra dijo: ‘Oh, señor, por favor, por favor, déjeme ir esta vez. Le juro que me he esforzado mucho por conseguir trabajo, pero no he podido encontrar, y ahora mi casero me ha notificado que nos echará a la calle a mí y a mis hijos si no pagamos el alquiler mañana’”.
“Cuando me volví hacia nuestro amigo, adivinó la pregunta que estaba a punto de hacerle y, con un gesto impaciente de la mano, nos informó de que esas personas ‘no eran más que un montón de criaturas desafortunadas que en este país cristiano entregamos a las autoridades para que se ocupen de ellas. De hecho, para eso es principalmente que tenemos nuestro gobierno, para hacerse cargo de las clases bajas’”.
“Cuando las campanas del sabbat llamaron a estos cristianos a sus magníficos templos para adorar a sus dioses, nosotros también fuimos escoltados a uno de ellos, y presentados al ministro a cargo como unos ‘paganos que habían sido convencidos de venir ante nosotros para aprender los hábitos de un pueblo temeroso de Dios, para que pudieran aprender los caminos del cristiano, con el fin de que pudieran regresar a su propia tierra y convertirse en misioneros’. El ministro declaró muy santurronamente que ‘somos fieles seguidores del manso y humilde Jesús, que no tenía donde reclinar la cabeza’, luego se subió a su magnífico púlpito y escogió para su discurso palabras adecuadas: ‘Que era tan difícil para un rico entrar en el reino de los cielos como para un camello pasar por el ojo de una aguja, a menos que fueran muy generosos con los pobres’, y cuando se pasó la caja de las contribuciones fueron muy generosamente honradas.”
“Un buen día, después de haber estado en el país cristiano sólo unas pocas semanas, paseamos por en medio de las tiendas de comercio, y mientras estábamos de pie y mirábamos con asombro y admiración los edificios imponentes, esos mismos edificios parecieron de repente comenzar a tomar un aspecto diferente, cuando oímos que el gran reloj de la torre empezaba a dar las seis, y al hacerlo comenzó a salir de todos aquellos monstruosos edificios un torrente ennegrecido de gente, que, a medida que salían, parecían apresurarse en todas direcciones, como si su vida misma dependiera de que llegaran a alguna parte en el menor tiempo imaginable. Esta gente parecía muy distinta de la que estábamos acostumbrados a ver. Esta última era gente de rostro pálido, cansada y trabajadora, que parecía no tener tiempo ni ganas de detenerse y disfrutar de las hermosas exhibiciones de los escaparates como lo hacían aquellos bien vestidos que habíamos visto durante el día; y en esta masa de apresurada humanidad podíamos ver niños pequeños de tierna edad que parecían tan agotados como los más maduros en años.”
“Mientras observábamos los rostros de estas personas, tratando de comprender por qué su aspecto era tan diferente del de la gente que habíamos visto en la iglesia y en el banquete, nuestro guía se acercó y nos dijo que estas personas que ahora veíamos eran ‘sólo la clase trabajadora; el elemento inferior de nuestra sociedad’”.
“‘¿Trabajadores, ha dicho?’, preguntamos. ‘Entonces, ¿no construyen esos hermosos edificios de los que salen?’”.
“Oh, sí; les hacemos hacer el trabajo, pero nosotros lo supervisamos”
“¿Entonces, por supuesto, son los dueños?”
“No. Verá, es así: esta gente es la clase trabajadora. Los capitalistas son los dueños”.
“Entonces, si esta gente es la clase trabajadora como usted dice, ¿por qué no son dueños de esta propiedad?”.
“Bueno, es muy difícil para los paganos entender la economía política de una civilización cristiana. Es así: empleamos a estas clases y les pagamos tanto del producto de su trabajo, lo que llamamos salario; y por supuesto esto es una gran bendición para ellos, pues si no estuvieran así empleados por nosotros no podrían obtener las comodidades de la vida de que ahora disfrutan.”
“¿Pero se conforman con recibir un salario por su trabajo? ¿Se someten tranquilamente?”
“No, no siempre; pero no permitimos ninguna interferencia por su parte; los tratamos expeditivamente.” (Una voz en el público: “¿Qué piensan del gobierno cristiano y de su presumida civilización?”)
“¿Qué pensamos? Pues que, por lo que hemos podido saber de su gobierno, no es más que una estafa y opresión organizadas; porque si su pueblo es feliz y está contento, como afirman, ¿para qué necesita ser gobernado? Y en su religión son unos hipócritas, ya que predican una cosa y practican otra.”
“Y en su sistema económico o industrial son ladrones, despluman a viejos y jóvenes por igual, y bajo la sombra de sus altares guardan grandes máquinas de destrucción para poder enviar a sus enemigos al infierno al por mayor. Por mi parte, propongo que enviemos misioneros entre ellos de inmediato, no para enseñarles cómo morir, sino cómo vivir; no para que sean salvadores de almas, sino salvadores de cuerpos. ¡Enséñenles a no convertir a la gente en criminales por exceso de trabajo y de pobreza, para que sus ministros puedan tener un trabajo rezándoles para sacarlos del infierno!”
En medio de la gran sensación y conmoción que suscitaron esta moción y los gritos de “secunden la moción” y “envíen misioneros de inmediato”, en medio de toda esta confusión, Santa Claus parece haber perdido parte del manuscrito de este interesantísimo informe, y los lectores de The Alarm tendrán que contentarse con lo que aquí fue presentado.
Lucy Parsons