Fotografía: retrato de Lucy Parsons en Nueva York, 1886. Imagen capturada por Louis Gogler. Fuente: www.swanngalleries.com
En septiembre, la editorial francocanadiense Lux, con sede en París y Montreal, publicó una antología de la revolucionaria afroamericana Lucy Parsons (c. 1851-1942), sindicalista y oradora, periodista y editora, compañera de uno de los mártires de Chicago (Albert R. Parsons, ahorcado en 1889), descollante figura de la edad dorada del anarquismo y del feminismo de izquierdas de la Primera Ola en los Estados Unidos. El libro en cuestión, que integra la colección Instinct de liberté (“Instinto de Libertad”), tiene casi 300 páginas y lleva por título Je m’appelle Révolution. Écrits et paroles d’une éternelle agitatrice (“Me llamo Revolución. Escritos y discursos de una eterna agitadora”). Su edición estuvo al cuidado del politólogo y ensayista Francis Dupuis-Déri, profesor e investigador de la Universidad de Quebec en Montreal, integrante del Institut de recherches et d’études féministes (IREF), quien seleccionó y prologó el material, traducido del inglés al francés por Nicolas Calvé.
En Ballast, una revista francobelga de izquierdas por demás interesante (y que venimos siguiendo con atención desde hace varios meses), publicaron íntegramente la introducción, que es una semblanza sobre la activista ácrata de Chicago: « Sur les traces de la révolutionnaire Lucy Parsons », con fecha 17/9. La hemos traducido al castellano, para nuestra sección biográfica Kraken. Por razones de concisión, hemos suprimido las notas al pie con referencias bibliográficas. Quienes deseen recuperarlas, pueden hacerlo consultando la publicación original en francés.
Este es el copete que los editores de Ballast añadieron al texto de Dupuis-Déri: “‘¡Aprendan a usar explosivos!’. Fue un largo camino el que llevó a esta conclusión a la mujer que publicó estas palabras en 1884 en el periódico Alarm. Nacida en Texas de padres esclavos, Lucy Parsons se trasladó a Chicago, donde pasaría el resto de su vida, con su camarada y marido Albert Parsons. La ciudad estaba cambiando rápidamente. Las fábricas surgían en grandes cantidades, y con ellas toda una población en busca de trabajo. Contra la arbitrariedad de una clase patronal despiadada, los activistas sindicales organizaron la autodefensa obrera, incluso con armas, y lucharon por los derechos de los trabajadores. Lucy Parsons no se quedó atrás: costurera, como sus contemporáneas Emma Goldman y Voltairine de Cleyre, ayudó a organizar a sus hermanas en desgracia, al tiempo que escribía encendidos textos llamando al levantamiento de la clase obrera. El sociólogo Francis Dupuis-Déri pintó su retrato como introducción a una antología de sus escritos, publicada en septiembre de 2024 por Lux.”
Todas las aclaraciones entre corchetes son nuestras.

El 26 de junio de 1888, el periódico Le Sud de la pequeña ciudad de Sorel, Quebec, informaba de lo siguiente:
“Lucy Parsons, la viuda de uno de los anarquistas ejecutados en noviembre pasado, se lanzó por las calles de Chicago a una manifestación que causó tanta más conmoción cuanto que la ciudad está en este momento abarrotada de políticos y extranjeros venidos de todas partes de los Estados Unidos para asistir a la gran convención del Partido Republicano. La viuda del anarquista fue paseada a plena luz del día por las calles más concurridas de la ciudad en un carruaje abierto, detrás del cual colgaba un retrato a lápiz de tamaño natural de su marido. Al mismo tiempo, la manifestante lanzaba octavillas a los transeúntes publicitando el libro dejado por su marido, L’anarchie, e invitándoles a comprarlo y leerlo. Pronto se congregó una gran multitud detrás del coche y la siguió. Pero al final intervino la policía y se llevó el coche, al cochero y la manifestante a la comisaría.”
Una década más tarde, el Chicago Daily Tribune publicó este breve texto sobre un discurso pronunciado por Lucy Parsons:
“‘¡Asesinos horribles! ¡Les grito en la cara!’. Lucy Parsons fue interrumpida en este punto de su discurso anoche en el Turner Hall de la calle 20 por el capitán Wheeler, de la comisaría de Maxwell Street, que salió de entre bastidores y la arrastró fuera del escenario mientras ella forcejeaba. Consiguió escapar, desapareció, luego reapareció en el escenario y gritó: ‘¡Asesinos!’. El capitán Wheeler volvió a agarrarla por los hombros y la empujó fuera del escenario. Este fue el clímax de la apasionante asamblea, la novena conmemoración anual del ahorcamiento de August Spies, A. R. Parsons, Adolph Fischer y George Engel.”
Así era Lucy Parsons. Nació con el nombre de Lucia en 1853 en Waco, Texas. Murió en 1942, con casi 90 años, en un incendio accidental en su casa de Chicago, del que no pudo escapar debido a su ceguera casi total. Su compañero de entonces, George Markstall, intentó rescatarla, pero fue en vano. Él mismo, muy anciano, sucumbió a las quemaduras al día siguiente en el hospital.
Al día de hoy, sigue existiendo un intenso debate sobre los orígenes de Lucy Parsons, que ella misma mantuvo en un cierto misterio, ofreciendo distintas versiones en diferentes ocasiones, sobre todo a periodistas. Sin embargo, parece casi seguro que nació de padres esclavos de ascendencia africana, aunque ella lo negó a menudo. A veces se presentaba como hija de una pareja mexicana, o de un indígena e incluso de un azteca, o incluso de una pareja mixta mexicana e indígena, como informaba el diario La Presse de Montreal: “Aunque su aspecto es absolutamente el de una negra, la mujer anarquista afirma ser hija de un mexicano y de un indio”. “Soy anarquista de los pies a la cabeza”, declaró, explicando que estaba en Nueva York para propagar la luz del anarquismo. Manteniendo la ambigüedad, Lucy utilizaba varios apellidos al firmar los formularios administrativos: Carter, Hull y Díaz.
Hay que decir que, en aquella época, su condición de antigua esclava despertaba a menudo sospechas y desprecio, sobre todo entre sus numerosos detractores, que no dudaban en utilizar sus orígenes afroamericanos para insultarla. En Chicago, la comunidad afroamericana apenas representaba el 1% de la población cuando Lucy y su marido se trasladaron allí en la década de 1870, menos del 2% después de 1890 y sólo el 4% en 1920. De hecho, a mediados del decenio de 1880, sólo el 25% de la población de la ciudad había nacido en Estados Unidos, mientras que más del 40% procedía de Alemania o Escandinavia y casi el 20% de Irlanda. A esto hay que añadir que los patrones de Chicago traían regularmente a negros del Sur para romper las huelgas, y que los blancos supremacistas hicieron explotar unas sesenta bombas para destruir las casas de familias negras entre 1917 y 1921, con el fin de disuadirlas de trasladarse a barrios blancos. El contexto era, pues, especialmente hostil para los negros.
Como mínimo, sabemos que cuando Lucy Parsons tenía 17 años vivía en Texas con Oliver Gathings, un antiguo esclavo, y que eran pareja cuando Lucy conoció a Albert Parsons, con quien acabó casándose. El matrimonio entre un hombre blanco y una mujer negra era ilegal en Texas en aquella época, y Albert participó en la campaña para inscribir a los afroamericanos en el censo electoral, por lo que recibió amenazas de muerte de blancos supremacistas. La pareja pronto emigró al Norte, estableciéndose en Chicago en 1872 o 1873. El capitalismo estaba en auge allí, y la clase trabajadora vivía en condiciones miserables, incluso insalubres. Se hacinaban en las chabolas de los barrios obreros, donde el aire apestaba, sobre todo cuando hacía mucho calor, debido a las alcantarillas abiertas en las que se mezclaban excrementos humanos, restos de comida y cadáveres de animales. La clase obrera de Chicago también se vio afectada por las innovaciones tecnológicas. Por ejemplo, en la industria de los mataderos, corazón de la economía de la ciudad, el uso de máquinas y la llegada de los frigoríficos industriales en 1874 provocaron importantes despidos. En otros lugares, las máquinas de escribir sirvieron de excusa para despedir a los taquígrafos.
Estas difíciles condiciones se deterioraron aún más con la crisis económica de la década de 1870, que redujo a decenas de miles de personas a la mendicidad y la indigencia. Por otra parte, estas condiciones propiciaron que las ideas revolucionarias y anticapitalistas se impusieran en los corazones y las mentes, atemorizando aún más a la élite política y capitalista, que recurrió a una fuerza policial brutal y sin escrúpulos. Como en Nueva York y otras urbes estadounidenses, la clase obrera estaba formada por inmigrantes atraídos por el “sueño americano”. Por eso, en los mítines obreros no era raro oír discursos en alemán, polaco, sueco, yidis e incluso francés (de Quebec o Francia). A veces se oía La Marsellesa, y algunas de las cartas abiertas de Lucy Parsons a la prensa terminaban con un muy francés “¡Salut!”.
Mientras los Parson se unían a las estructuras locales de The Knights of Labor y del Partido de los Trabajadores, en 1877 el movimiento obrero inició una de las mayores huelgas masivas de la historia del país, primero en la industria textil y luego en los ferrocarriles. Aunque Albert era un respetado miembro del Local 16 del Sindicato de Tipógrafos de Chicago, fue despedido del Chicago Sun por la dirección del periódico, que no apreciaba sus actividades políticas. Lucy Parsons trabajaba como costurera a domicilio para mantener a la pareja. Albert era una figura muy conocida en las redes socialistas de Chicago –y entre las autoridades–, habiéndose presentado como candidato socialista en varias elecciones, como secretario del condado, concejal y dos veces como representante en la Asamblea estadual. A principios de la década de 1880, sin embargo, abandonó definitivamente la política oficial, y a partir de entonces la pareja se identificó como “anarquista”. Albert lanzó su periódico The Alarm en 1884, el primero de los seis periódicos ácratas en lengua inglesa de la ciudad.
Lucy Parsons no permaneció mucho tiempo a la sombra de su marido. En 1878 se unió a otras mujeres para fundar el Sindicato de Mujeres Trabajadoras, que agrupaba a empleadas domésticas, dependientas de grandes almacenes y costureras, y que se reunía todos los domingos para debatir las condiciones económicas de las obreras. Allí conoció a Lizzie Mary Hunt Swank, cuya madre vivía en una comuna donde se practicaba el amor libre –Berlin Heights– y donde prevalecía el principio del derecho absoluto de las mujeres a la autonomía. Lizzie fue muy activa en los movimientos proletario y anarquista de Chicago, donde ella y Lucy lucharon por la igualdad de la mujer. Permanecieron muy unidas a lo largo de sus vidas, tanto como amigas como camaradas de militancia, siendo Lizzie redactora adjunta de The Alarm, escribiendo para periódicos revolucionarios y pronunciando discursos en actos públicos. Lucy Parsons también empezó a escribir artículos para varios periódicos como The Socialist y, sobre todo, The Alarm. Al igual que Albert, llamaba a la lucha armada sin ambages, por ejemplo, en un artículo titulado “Dinamita”, donde explicaba que “la voz de la dinamita es la voz de la fuerza, la única voz que la tiranía puede entender”. O en su texto titulado « Aux vagabonds, aux chômeurs, aux déshérités, aux malheureux » [“A los vagabundos, a los desempleados, a los desfavorecidos, a los desafortunados”], que termina con un llamamiento a aprender “a utilizar los explosivos”, texto que fue citado regularmente por la prensa burguesa, la policía y los abogados de la época como prueba del peligro que representaban los anarquistas. En otra ocasión, se burló de los agentes de policía de Chicago, de los detectives y de un juez que decían estar intentando frustrar un complot con dinamita, diciendo a los periodistas de la prensa escrita en tono desafiante: “Pienso hacerlo yo misma, si es que consigo matarlos a todos”.
Esta retórica incendiaria respondía a la de los empresarios, que pedían que se matara a los huelguistas imponiéndoles un “régimen de balas”, como afirmaba el jefe de los Ferrocarriles de Pensilvania, Tom Scott, o como aconsejaba cínicamente un editorialista del Chicago Times: “Deberían lanzarse granadas de mano contra los marineros sindicalizados que buscan mejores salarios y menos horas de trabajo. Sería una valiosa lección para ellos, y otros huelguistas quedarían advertidos del destino que les espera. En 1878, en Chicago, la Asociación de Ciudadanos –vinculada a la comunidad empresarial– había ofrecido amablemente a las autoridades una ametralladora Gatling, 600 rifles y cuatro cañones para hacer frente a la amenaza de los trabajadores. Con este telón de fondo, no debería sorprendernos que muchos más obreros y huelguistas fueran asesinados por soldados, policías o milicias patronales, que patrones por revolucionarios de cualquier signo. Por ejemplo, durante la gran huelga ferroviaria de 1877 en Chicago, 35 huelguistas perdieron la vida y unos 200 resultaron heridos, mientras que unos veinte murieron en Pittsburgh, donde las autoridades habían desplegado tres regimientos de milicias, mil soldados federales y una batería de artillería. Lucy Parsons explicaría más tarde que fueron estas masacres de trabajadores en particular las que despertaron su sentimiento contra la injusticia. En 1893, veinticuatro huelguistas fueron asesinados por la caballería enviada a Chicago para sofocar una huelga de trabajadores del tranvía. En 1937, la policía cargó contra los huelguistas del acero que hacían picnic en un parque, matando a diez –la mayoría de los cuales murieron por disparos en la espalda– e hiriendo a un centenar. Así era la guerra de clases en Chicago.
Albert y Lucy pronunciaron encendidos discursos en huelgas, mítines militantes y actos públicos como los famosos picnics obreros, que a veces reunían a varios miles de familias los domingos en los grandes parques de la ciudad, con desfiles de clubes de tiro, coros, bandas de música, obras de teatro y bailes. Aunque algunas tendencias del movimiento se oponían a que las mujeres entraran a trabajar, alegando que deprimían los salarios y que pertenecían a la cocina, el movimiento anarquista de Chicago de la época contaba con alrededor de un 20% de mujeres en sus organizaciones, y varias eran oradoras conocidas, entre ellas exiliadas francesas que habían participado en la Comuna de París de 1871. Lucy Parsons llamó la atención porque era raro ver a una mujer negra hablar así en público en Chicago, pero también, y, sobre todo, por la fuerza de sus palabras. En consonancia con el estilo picante, sensacionalista e incluso racista de la prensa de la época, un periodista que cubrió su viaje a Londres la describió de la siguiente manera:
“Tiene los labios carnosos, el pelo negro, los ojos negros brillantes y la tez intensa típica de los mestizos. Es una belleza extraña. Pero es cuando abre la boca cuando se percibe toda la fuerza de su personalidad, porque tiene una voz perfecta. Profunda, melodiosa, clara y grave. Se transmite sin ningún esfuerzo por su parte, superando diez veces su capacidad pulmonar. Una voz que expresa los mil y un sentimientos del alma”.
La masacre de Haymarket y sus consecuencias
La vida de Lucy Parsons quedaría profundamente marcada por los sucesos de Haymarket Square, en Chicago, donde una concentración proletaria en demanda de la jornada de ocho horas terminó brutalmente tras la explosión de una bomba, lo que provocó tiroteos y varias muertes entre la policía. En los días siguientes, el movimiento obrero de Chicago fue reprimido y siete ácratas fueron detenidos: George Engel, Samuel Fielden, Adolph Fischer, Louis Lingg, Oscar Neebe, Michael Schwab y August Spies. Albert Parsons era buscado por la policía, pero más tarde se entregó, compareciendo ante un tribunal. Al final de un juicio muy publicitado, todos fueron declarados responsables del baño de sangre y condenados. Cuatro fueron ahorcados (Engel, Fischer, Spies y Parsons), a tres se les conmutó la pena de muerte por cadena perpetua (Fielden, Neebe y Schwab), mientras que Lingg se suicidó en prisión. Fielden, Neebe y Schwab fueron finalmente indultados el 26 de junio de 1893 por el gobernador John P. Altgeld, elegido con el apoyo de los trabajadores, quien admitió que el procedimiento judicial había sido defectuoso y que los acusados no habían tenido ninguna posibilidad de escapar con vida.
Lucy Parsons dedicó la mayor parte de su vida a honrar la memoria de Albert, que siempre sería su alma gemela, y de los demás mártires de Haymarket que murieron por la causa obrera. Aprovechó todas las ocasiones para vender el libro de su difunto marido, Anarchism: Its Philosophy and Scientific Basis [“Anarquismo: su filosofía y sus bases científicas”], así como el suyo propio, The Life of Albert R. Parsons [“La vida de Albert R. Parsons”], asegurándose así una fuente de ingresos nada desdeñable. También escribió numerosos artículos y pronunció varios discursos relatando la historia de este terrible suceso, en particular el 1° de mayo y el 11 de noviembre de 1887, fecha del ahorcamiento. Lucy Parsons fue presentada a menudo en la prensa como la “viuda del famoso anarquista Albert Parsons”, como ilustra el artículo citado al principio de esta introducción, pero también como la “gran sacerdotisa de la anarquía” que no dudaba en “blasfemar” y en afirmar que “la bandera roja es el único estandarte que conduce a la libertad”, en una época en la cual los anarquistas se identificaban no solamente con la bandera negra, que significaba que “la gente sufre: los hombres están en paro, las mujeres mueren de hambre, los niños están descalzos”.
Agitadora en el verdadero sentido de la palabra, buscaba la eficacia y la contundencia, no dudando en volver a publicar versiones ligeramente retocadas de un mismo texto en distintos periódicos para maximizar su difusión, como “The Factory Child”, que apareció en The Alarm (19 de septiembre de 1885), luego de nuevo en The Alarm (6 de octubre de 1888) y más tarde en The Liberator (septiembre de 1905). A diferencia de otras anarquistas de su época, como Voltairine de Cleyre y Emma Goldman, Lucy Parsons escribía textos breves en un estilo sencillo que le permitía hablar directamente a los desfavorecidos, incluidas las poblaciones inmigrantes para las que el inglés no era su lengua materna. A diferencia de Emma Goldman, que a menudo citaba las obras de autores y pensadores que inspiraban sus reflexiones, por ejemplo sobre la prostitución, Lucy Parsons no hacía referencia a sus lecturas, a pesar de que su biblioteca contaba con 3.200 libros. Dicho esto, algunos de sus escritos son más líricos o poéticos y tienen innegables cualidades literarias, como la fábula “Me llamo revolución”, o “El estruendo de la tormenta que se acerca” y “Un cuento de navidad” [publicado hoy también en Kalewche]. Otros revelan el sentido del humor a veces ácido de la autora, como “Los trabajadores” y “Todos somos anarquistas”, en los que juega con los peores estereotipos en un proceso de catarsis.
Lucy Parsons dio conferencias con regularidad en EE.UU., incluida Nueva York, pero también en Vancouver (Canadá) y Londres (Reino Unido), donde conoció a Piotr Kropotkin. La prensa local se apresuró a informarlo a sus lectores, reproduciendo a veces extractos de sus discursos. De estos viajes informaron incluso periódicos de sitios muy alejados de donde tenían lugar los eventos en los que participaba Lucy Parsons, como Le Courrier de Saint-Hyacinthe, en Quebec, que publicó un breve artículo el 4 de agosto de 1900 sobre un congreso libertario que se celebraría en París en septiembre y que, según “Madame Lucy Parsons”, su objetivo sería “preparar un plan de acción para todos los ácratas del mundo con vistas a unir más estrechamente a todos los partidarios de la anarquía y formar una organización universal”. A veces visitaba más de veinte ciudades en una misma gira y hablaba no menos de cuarenta veces, a menudo durante más de dos horas.
Además de mantener vivo el recuerdo de los mártires de Haymarket, se interesó por diversos temas, como señaló The Liberator al anunciar los títulos de las conferencias programadas para uno de sus muchos viajes: “La maldición del trabajo infantil”, “La misión y los objetivos de los Trabajadores Industriales del Mundo” [IWW, por sus siglas en inglés] y “La definición del anarquismo”. También abordó temas como la importancia de una organización revolucionaria fuerte, la igualdad entre hombres y mujeres, el control de la natalidad y la liberación de los presos políticos. Incluso bajo la amenaza de la policía, hizo todo lo posible por pronunciar los discursos que las multitudes habían acudido a escuchar, aun si eso significaba hacerlo afuera, en caso de que se le impidiese entrar en la sala reservada para un acto. No era infrecuente que decenas de policías estuvieran presentes en las salas donde pronunciaba sus discursos, y que estos actos dieran lugar a refriegas, sobre todo cuando intentaban censurarla o incluso llevarla a la comisaría. Los propietarios de las salas alquiladas cedieron a menudo a las presiones de las autoridades y anularon la reserva. Lucy Parsons y sus compañeros intentaron por todos los medios negociar con ellos, pero a veces acabaron en la cárcel.
Anticapitalista ante todo
Casi todos los que han estudiado la vida y los escritos de Lucy Parsons se sorprenden de la escasa presencia del racismo en su obra, sobre todo teniendo en cuenta su origen, el color de su piel y el contexto marcado por la violencia sin precedentes y bien documentada de los linchamientos en Estados Unidos [leyes segregacionistas de Jim Crow, acciones terroristas del Ku Klux Klan, etc.]. Entre las posibles explicaciones, y sin saber lo que pensaba la propia protagonista, cabe recordar que a menudo negaba su identidad afroamericana y que la población negra de Chicago era ínfima en aquella época. También hay que señalar que pocos anarquistas de la época de Lucy Parsons discutían la cuestión racial, más allá de algunas alusiones o intervenciones ocasionales. No obstante, sí aborda el tema en algunos textos, como “A los negros”, donde subraya que las condiciones de vida de los antiguos esclavos han cambiado muy poco desde la abolición de la esclavitud. Mientras que sus antiguos amos se han convertido en sus patrones, se les hacina en centros penitenciarios donde se practican trabajos forzados. Concluye con un llamamiento a los afroamericanos para que se defiendan con la violencia. En otro texto (“Sobre los linchamientos en el Sur”), señala también que nunca desde la Antigüedad “la historia ha sido testigo de tanta violencia como la que hoy soportan los negros del Sur de los Estados Unidos”. “Nos resulta fácil pensar en Rusia y derramar una lágrima de simpatía por los judíos perseguidos allí”, pero basta con ir al Sur [de EE.UU.], prosigue, para “presenciar escenas de horror”:
“Incluso el sexo [se refiere a las mujeres], que la civilización y las costumbres han protegido de la agresión asesina, es tratado con la misma terrible violencia que los hombres. Las mujeres son desnudadas en presencia de brutos lascivos, de piel blanca y corazón negro, y luego azotadas hasta perder el conocimiento antes de ser colgadas de un árbol. (…) ‘La raza blanca nos dio un John Brown, el próximo tendrá que venir de nuestra raza’, declaró un sincero orador en una concentración de ciudadanos de color celebrada en esta ciudad el 27 de marzo para denunciar el trato infligido a los sureños por el mero hecho de ser negros. Los blancos del Sur están sembrando vientos que les traerán no sólo tempestades, sino también el fuego de la conflagración (…)”.
Aunque Lucy Parsons atacó diversas formas de injusticia, el capitalismo siguió siendo su principal adversario. Para poner fin a su explotación, los trabajadores y trabajadoras debían ante todo unirse en una lucha común para derrocar al capitalismo y a la clase propietaria de los medios de producción. Su repetida referencia a los “esclavos asalariados” era habitual en la época, y marcó una rivalidad entre las ramas más radicales del movimiento obrero (Knights of Labor, IWW) y las más moderadas (American Federation of Labor [AFL]), que preferían el término “trabajo asalariado”. Este término se fue imponiendo poco a poco y estaba más en consonancia con la campaña a favor del “salario digno”, es decir, un salario que permitía vivir dignamente pero perpetuaba la explotación y opresión de la clase obrera por parte de los empresarios.
Como ejemplo de esta rivalidad, los sindicatos moderados de Chicago prohibieron la presencia de cualquier bandera que no fuera la estadounidense en uno de sus mítines, para impedir que los miembros de la International Working People’s Association (IWPA), mucho más radical, ondearan banderas rojas o negras. La IWPA acabó organizando su propio mitin, y The Alarm describió irónicamente a los sindicatos moderados como “esclavos dispuestos a exhibirse ante sus satisfechos amos”. Lucy Parsons calificó de “anarcofobia” la determinación de los socialdemócratas de impedir que los anarquistas vendieran sus periódicos en sus actos, e incluso de llamar a la policía para que se los llevara.
La referencia a la esclavitud puede sorprender en un país donde la esclavitud había sido abolida pocos años antes [en la guerra y posguerra de Secesión, con la Proclama de Emancipación y la Enmienda XIII, 1863-65]. Puede parecer aún más paradójica para Lucy Parsons, que había nacido esclava y cuyo primer marido había sido esclavo. Pero esta analogía sirvió para poner de relieve las terribles condiciones de trabajo que el capitalismo desenfrenado y prepotente reservaba a los trabajadores y trabajadoras: una falta casi total de derechos, protección y vacaciones; además de jornadas laborales interminables, que a menudo llegaban hasta las catorce horas consecutivas. Estas condiciones, ya de por sí repugnantes, eran aún más intolerables para los pequeños artesanos y campesinos que habían abandonado sus talleres o sus tierras, sacrificando de paso su relativa independencia, para incorporarse a una fábrica o a una planta donde el sistema de producción era particularmente alienante, y donde se encontraban sometidos a la tiranía de un patrón, de sus encargados y de sus secuaces. Por último, y quizás lo más importante, la analogía entre el trabajo asalariado y la institución de la esclavitud subrayaba su carácter sistémico y la necesidad de su abolición, que inevitablemente significaba destruir el sistema capitalista que alimentaba.
Lucy Parsons también desempeñó un papel activo en The Liberator, el periódico de la IWW del que fue integrante fundadora y cuya postura antirracista lo diferenciaba de los sindicatos moderados que apoyaban, por ejemplo, la prohibición de la mano de obra china en California [los culíes, inmigrantes proletarios bajo condiciones de extrema precariedad y superexplotación, una semi-esclavitud de facto]. En palabras del organizador George Speed: “[Un] hombre es tan bueno como cualquier otro a mis ojos: me da igual que sea negro, azul, verde o amarillo, siempre que actúe como un hombre y se mantenga fiel a sus intereses económicos como trabajador”. El título del periódico estaba tomado del de William Lloyd Garrison, el famoso defensor de la abolición de la esclavitud (y, más tarde, de los derechos de la mujer). En las páginas de este periódico, Lucy Parsons se dirigía principalmente a la comunidad judía de origen ruso afincada en Chicago, que la invitaba regularmente a intervenir en sus actos, como el gran baile de Yom Kippur, organizado para burlarse del segmento religioso de la comunidad [israelitas ortodoxos y conservadores].
El abandono progresivo, hacia 1900, de la referencia a la esclavitud asalariada puede explicarse en parte por el creciente predominio del sindicalismo moderado, que no proponía cambios fundamentales en el sistema, sino que adoptaba un enfoque consumista limitándose a reivindicaciones materiales como el aumento de los salarios. La desaparición de la expresión también se produjo en un contexto de transformación progresiva de la clase obrera en una “aristocracia del trabajo”, es decir, la aparición de oficios especializados en los cuales las condiciones laborales eran mejores y los salarios más elevados.
Dicho esto, la analogía con la esclavitud no es exclusiva del proletariado. En los siglos XVIII y XIX, el discurso feminista (aunque el término no existiera entonces) calificaba de “esclavitud” la situación de las mujeres casadas y las presentaba como “esclavas domésticas” sometidas a la tiranía de sus maridos. Es el caso, por ejemplo, de la escritora inglesa Mary Wollstonecraft, que conocía bien las campañas por la abolición de la esclavitud, e incluso había leído y recopilado relatos autobiográficos de antiguos esclavos. También en este caso se utilizó la analogía para indicar que las mujeres tenían el deber moral de expresar su justa cólera sublevándose contra sus tiranos, los maridos. La anarquista Voltairine de Cleyre [1866-1912, también estadounidense y radicada en Chicago, aunque un poco más joven que Lucy Parsons] hablaba asimismo de “esclavitud sexual” para referirse a las mujeres casadas, a quienes retrataba como “esclavas” apegadas a su amo, cuyo nombre incluso debían adoptar. Lucy Parsons, por su parte, afirmaba que la esposa de un proletario es “la esclava de un esclavo”.
Lucy Parsons era una firme defensora de la igualdad entre hombres y mujeres, pero también condenaba el amor libre y el libertinaje en boga en ciertos círculos ácratas:
“¿Debo decirle a mi hijo que la actitud que debe adoptarse en materia de vida sexual, que, en rigor, es lo único que puede llevar el glorioso nombre de libertad amorosa, se basa en el principio de una variedad simultánea de objetos de amor? En mi opinión, es impensable que una madre pueda enseñar a su hijo una doctrina tan repugnante. (…) ¡Que la variedad triunfe o fracase por sus propios méritos!”.
En el mismo texto (“Contra la variedad de parejas”), temía que el amor libre condujera al nacimiento de hijos que debieran ser cuidados únicamente por la madre. Esta cuestión del amor libre también fue objeto de tensiones entre Lucy Parsons y Emma Goldman, que criticó su hipocresía. La postura más bien puritana de Lucy Parsons contrastaba con su modo de vida, ya que tuvo varios compañeros tras la muerte de Albert, sin volver a casarse. Consideraba que el libertinaje y el amor libre daban una mala imagen del anarquismo, mientras que alrededor del 80% de los anarquistas de Chicago estaban casados. Pensaba que era mejor insistir en la lucha de clases y el sindicalismo revolucionario. Así pues, el capitalismo siguió siendo su principal adversario, aunque también atacó el sexismo, el circo electoral y la fetichización de la papeleta de voto, así como la criminalización de los pobres. Sobre este último tema, insistió –como Voltairine de Cleyre, Emma Goldman y Piotr Kropotkin– en la influencia decisiva de la injusticia socioeconómica para explicar los “crímenes de los miserables”.
El final de su vida estuvo marcado por su participación en actos organizados por la Defensa Obrera Internacional [ILD, por sus siglas en inglés, 1925-47], una organización comunista, lo que hizo creer a muchos que había renunciado al anarquismo para unirse a las filas del comunismo de corte estalinista. Lo admitió en público durante su discurso del 1° de mayo de 1930, cuando declaró que ahora tenía “vínculos con los comunistas”, al tiempo que afirmaba: “Soy anarquista: no tengo que disculparme ante nadie, hombre, mujer o niño, porque soy anarquista, porque el anarquismo lleva en sí la simiente misma de la libertad”. Sus biógrafos consideran que, sin duda, no ingresó formalmente en el movimiento comunista, y los comunistas que han escrito sobre este periodo no la nombran como una de sus camaradas. En cualquier caso, Lucy Parsons no era tan crítica con los bolcheviques y el estalinismo como Emma Goldman, quien había visto de primera mano la traición a la revolución en su Rusia natal. Además, en los años 30, el movimiento ácrata de Chicago se había convertido en una sombra de lo que había sido unos cuarenta años antes, debido en parte a la relativa mejora de las condiciones socioeconómicas de la clase obrera, al predominio de los gremios moderados y a la influencia de los comunistas afiliados a Moscú, que disponían de considerables recursos materiales y –sobre todo– simbólicos desde la victoria de los bolcheviques y la fundación de la URSS. Al final de su vida, ante el declive del movimiento libertario, Lucy Parsons llegó a expresar su profundo pesar en una carta a su camarada Carl Nold fechada el 27 de febrero de 1934. Por último, hay que recordar que en aquella época los comunistas eran objeto de una terrible represión en toda Norteamérica, y muchos languidecían en la cárcel. Lucy Parsons defendía la libertad de expresión de todos los revolucionarios, fuera cual fuese su filiación.
Volver a leer hoy a Lucy Parsons nos recuerda la difícil y dolorosa historia del movimiento anarquista a finales del siglo XIX y principios del XX. También podemos comprender hasta qué punto el capitalismo se desarrolló en Estados Unidos en condiciones violentas, con una policía, unos tribunales y unos políticos corruptos al servicio de una burguesía arrogante y cruel. Hoy, no sólo el movimiento ácrata en Norteamérica y Europa está literalmente desarmado, sino que tales llamamientos serían duramente reprimidos por leyes que prohíben la “apología” del terrorismo, incluso en Francia, donde las élites afirman que la libertad de expresión es un valor sagrado de la República. Redescubrir a Lucy Parsons es también un deber de la memoria, ya que el panteón del anarquismo sigue limitándose con demasiada frecuencia a un puñado de hombres blancos: Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta. Junto a Emma Goldman y Voltairine de Cleyre, Lucy Parsons es un brillante ejemplo de esta línea de mujeres que consagraron su vida a la causa libertaria y a la defensa de la clase obrera y los pobres.
El día de su funeral, el 12 de marzo de 1942, una multitud de 300 personas se congregó junto al monumento a los mártires de Haymarket [en Chicago], dentro del mismo cementerio donde yace Albert. La ceremonia terminó con una canción en honor de Joe Hill –cantante favorito de Lucy y activista de la IWW ejecutado por el Estado de Utah en 1915–, compuesta por Earl Robinson en 1936 y popularizada por el afroamericano Paul Robeson, “I Dreamed I Saw Joe Hill Last Night”:
“Anoche soñé que veía a Joe Hill tan vivo como tú y yo.
Dije: ‘Pero Joe, llevas diez años muerto’,
‘Nunca morí’, dijo él.
‘Nunca morí’, dijo él.”
Francis Dupuis-Déri