Ilustración original de Andrés Casciani
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Nota.— En este artículo informado y punzante, nuestro compañero Federico Mare analiza los prejuicios ideológicos con los que el candidato más votado en las PASO, Javier Milei, reconstruye la historia argentina; somete a examen el programa de su partido La Libertad Avanza; y analiza con cuidado las consecuencias de una de las medidas más pregonadas por el líder libertariano: acabar con la coparticipación federal, supuesto núcleo parasitario. La suma de esta inspección muestra a las claras la insustancialidad intelectual y la inviabilidad política y económica de casi todo lo que propugna Milei. Aunque sabemos bien que su atractivo no reside en la fuerza de sus argumentos, sino en la irreal imagen mediática construida en derredor suyo (el supuesto rebelde es, en realidad, un ultraconservador que quisiera retrotraernos más de un siglo atrás), disponer de los mejores argumentos contra los reclamos libertarianos, junto a capacidad para transmitirlos simple y calmadamente ante quienes se sienten atraídos por su retórica, es algo indispensable. Aquí va un modesto aporte nuestro a esta tarea, a la que nos venimos abocando desde hace tiempo. En tal sentido, sugerimos leer nuestro análisis político de los últimos resultados electorales de Argentina, el editorial “PASO, PASO, PASO”; y también el ensayo de nuestro camarada Fernando Lizárraga “Los libertarianos y el contrato caníbal”, gran aporte teórico para el primer número (primavera austral 2022) de nuestra revista trimestral Corsario Rojo. Recomendamos, asimismo, ver en YouTube la conferencia de Fernando “El desafío libertariano”, que hemos republicado con una extensa nota de presentación algunos meses atrás.



Tengo ante mis ojos la plataforma electoral de La Libertad Avanza (LLA), la coalición de derecha ultraliberal encabezada por Javier Milei, que ha arrasado en las últimas primarias de la Argentina. Su «utopía» de refundación nacional está resumida en esta consigna: “volver a ser el país pujante que éramos a comienzos del año 1900”, o sea, la “Argentina potencia” de la que tantas veces ha hablado su actual candidato a presidente en discursos, declaraciones y entrevistas.

Ya conocemos esa cantinela nostálgica… La Argentina agroexportadora y oligárquica de Roca y sucesores, sin nada de derechos laborales o sociales y con mucho fraude electoral, parida violentamente a través del exterminio y/o el despojo –genocidio, proletarización– de los gauchos y pueblos originarios. La Argentina económicamente periférica e informalmente dependiente del imperio británico, que, a diferencia del coetáneo Japón, nunca se subiría al tren de las potencias capitalistas industriales, desarrolladas. La Argentina “granero del mundo”, el país de la “aristocracia con olor a bosta de vaca” (Sarmiento dixit), de los estancieros opulentos y despilfarradores que asombraban a la vieja Europa “tirando manteca al techo”. La Argentina de un campo latifundista que no quiso saber nada con el proyecto farmer sarmientino de las “cien Chivilcoy”, vernácula versión de la Homestead Act, aquella ley señera de colonización agrícola de Lincoln que colocó al Far West y sus pioneros de pequeña o mediana propiedad a la vanguardia del capitalismo agrario (aunque con costos ambientales y humanos terribles, que todavía laceran el interior profundo de la América del Norte). La Argentina que, precisamente por culpa del latifundismo, solo pudo absorber a la mitad de la inmigración europea entre 1870 y 1914; en contraste con EE.UU., donde la tasa de retorno a Europa fue mucho más baja. La Argentina de una penosa realidad social, minuciosamente descrita por el doctor Bialet Massé en su informe El estado de las clases obreras en el Interior de la República (1904): miseria, desigualdad, hacinamiento, insalubridad… La Argentina de las mayorías populares pauperizadas y las clases trabajadoras explotadas. La Argentina burguesa y plutocrática rabiosamente hostil a los sindicatos obreros y las ligas de chacareros, que reprimía con ferocidad a socialistas y anarquistas. La Argentina de Cané y su draconiana Ley de Residencia (1902). La Argentina del sanguinario jefe de policía Ramón Falcón y la masacre de la Semana Roja (1909). La Argentina patriotera del Centenario que aprobó la nefasta Ley de Defensa Social (1910) y causó el Grito de Alcorta (1912). En suma, la Argentina del «orden y progreso» de comienzos del siglo pasado, que marchaba como locomotora hacia los grandes estallidos sociales del Trienio Rojo (1919-1921), ahogados con la sangre de miles de víctimas proletarias del campo y la ciudad: Semana Trágica, Patagonia Rebelde, huelgas de La Forestal… Una Argentina racista también, en la que se perpetró las matanzas de indígenas de San Javier (1904), Fortín Yunká (1919) y Napalpí (1924), con sus degüellos, fusilamientos y fosas comunes.

Nada de todo eso se menciona en la retórica libertariana de Milei y sus secuaces, desde luego. Son «detalles irrelevantes» –problemas incómodos– que es mejor omitir en la narrativa histórica, para que las promesas demagógicas del presente, los espejitos de colores que se venden de cara hacia el futuro, no pierdan atractivo o poder de seducción entre las masas. El relato rosa del pasado que nos ofrece LLA dice cosas grandilocuentes y genéricas –sin precisiones, sin letra chica– como estas: “A principios del siglo pasado la matriz productiva de la Argentina se mantenía gracias al esfuerzo, trabajo y motivaciones de ascenso social de su clase media trabajadora, (envidiada en el resto del mundo) quienes producto del sacrificio personal y colectivo encontraban en esta ‘tierra prometida’ el lugar para crecer que les era negado en sus países de origen”. Capitalismo de libre mercado, inmigración europea, pampa gringa, self-made men laboriosos y ahorrativos, emprendedores que «hacen la América», éxito individual, ascenso social, blablablá. Pero luego, hacia “mediados del siglo pasado”, salió vomitado del inframundo el demonio del “estado paternalista” y todo se echó a perder, especialmente durante la etapa populista del peronismo, un cuasi-comunismo criollo (!) que asfixió y arruinó al empresariado de bien, a los capitalistas no prebendarios, al sector privado que no vivía de la teta del estado. Adiós libertad, adiós meritocracia, adiós prosperidad, adiós progreso. Argentina ya no sería la Australia del hemisferio occidental ni el Canadá de la América del Sur, pese a sus promisorios cimientos liberal-agroexportadores, sino otro país más del oscuro montón tercermundista y subdesarrollado.

En síntesis, un relato del pasado nacional sin mesura crítica, demasiado rosa o edulcorado al principio, demasiado negro o apocalíptico al final. La exaltación de la Argentina del Centenario constituye una idealización chovinista y nostálgica, un espejismo histórico, una quimera retrógrada, un mito romántico y reaccionario. Simétricamente, la comparación apresurada con la ulterior Argentina de Perón y su estado benefactor –también profundamente capitalista, aunque el gorilismo obcecado impida reconocerlo– conlleva no menos dosis de simplificación y tergiversación. Las chicanas gorilas por derecha no nos interesan en Kalewche. Sí nos interesan las críticas socialistas por izquierda al peronismo, tanto al histórico como al actual. Y no menos nos interesan, por supuesto, las críticas por izquierda –desde la trinchera de la ciencia marxista y el socialismo revolucionario– al liberalismo, tanto al clásico como al neo, incluyendo, por supuesto (más que nunca en una coyuntura signada por el éxito electoral de Milei), al libertarianismo o libertarismo, variante extrema, radicalizada, del neoliberalismo.

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Sigo leyendo con detenimiento –e indigestión– la plataforma de LLA. Es algo que pocos hemos hecho, me temo y me lamento. Afrontamos tiempos de posmodernidad light y capitalismo digital. Tiempos superficiales, instantáneos y emocionalistas. Tiempos de redes sociales, de hordas neotribales de fans y trolls, de legiones beocias de youtubers y tiktokers…

Leo en la plataforma de LLA, decía, frases contundentes e inquietantes como “fuerte recorte del gasto público del Estado y una reforma tributaria que empuje una baja de los impuestos”, “flexibilización laboral para la creación de empleos en el sector privado”, “apertura unilateral al comercio internacional”, “reforma financiera que impulse una banca libre y desregulada junto a la libre competencia de divisas”, “privatización de las empresas públicas deficitarias”, “eliminar (…) todos los impuestos distorsivos empezando por los derechos de exportación –retenciones– y siguiendo con las que restan competitividad como ingresos brutos”, “eliminar los impuestos inmobiliarios rurales de todo el país”, “eliminar las indemnizaciones sin causa”, “reducir las cargar patronales”, “reemplazar la actual Ley de Riesgos del Trabajo, sin efecto retroactivo, por una legislación acorde al contexto internacional”, “Se reitera la necesidad de una reforma laboral que tienda a la libre contratación y a la reducción de los costos laborales”, “Esa reforma también deberá propiciar el fin de la industria del juicio”, “Derogar la Ley 26737 (Ley de Tierras) para que cualquier persona, nacional o extranjera, tenga libre acceso a la propiedad de la tierra”, etc.

Por supuesto que no hay letra chica. No se nos dan detalles concretos sobre esas reformas. No hay mención alguna a «efectos colaterales», a costos sociales. O se nos prometen beneficios más que dudosos. Pero como reza el refrán, a buen entendedor, pocas palabras. La experiencia histórica, duramente atesorada década tras década, está ahí, a nuestra disposición. Ella tiene mucho que enseñarnos, que aleccionarlos. Sin ir más lejos, tenemos la década del noventa, el Menemato, que Milei más de una vez ha encomiado (llegó a decir que Menem fue “el mejor presidente de toda la historia argentina”). No olvidamos en Kalewche el apotegma de Cicerón: la historia es magistra vitae, “maestra de la vida”. Tengamos memoria. Dolarización, desregulación, ajuste fiscal, flexibilización laboral, privatizaciones, mano dura… Nada nuevo bajo el sol.

Todo este recetario-shock de minarquismo talibán, que busca desmantelar lo poco que queda en pie del estado de bienestar (que siempre fue un paliativo a los males del capitalismo, no una solución real), se aplicaría a corto plazo, durante “la primera etapa” de una “reforma integral que se necesita”. Reforma integral que se desarrollará “en tres etapas sucesivas”, las cuales demandarán en total, “según lo proyectado desde La Libertad Avanza”, un tercio de siglo, exactamente “35 años”, estiman Milei –economista gurú, demagogo influencer, aspirante a estadista y mesías– y sus equipos de asesores, que sueñan con convertirse en los tecnócratas de la refundación de Argentina. Aunque el plazo de 35 años podría estirarse hasta 50, a juzgar por una declaración reciente del ganador de las PASO, que ya se va convirtiendo en otro ejemplo más del teorema de Baglini. En fin…

No sabemos cuándo comenzaría la segunda etapa de la reforma integral libertarista, pues la plataforma no lo especifica (recuerden que no hay –nunca hay– letra chica debajo de la verborrea electoralista, maniquea y redentora de “la motosierra” contra “la casta”). ¿En un segundo mandato quizás, si LLA consigue la reelección? ¿Acaso en un tercero, si logra la re-re? Vaya uno a saber. Pero sí sabemos cuáles son las medidas previstas para la segunda etapa. Helas aquí: “reforma previsional para recortar el gasto del estado en jubilaciones y pensiones (…) alentando un sistema de capitalización privado”, “programa de retiros voluntarios de empleados públicos y achicamiento del estado”, “liquidación del Banco Central”… Y algo más: “En esta etapa comenzarán a eliminarse de forma progresiva los planes sociales”, con la promesa de que eso se haría “a medida que se generen otros ingresos como consecuencia de la creación de puestos de trabajos en el sector privado”. Pero ya sabemos bien –gracias a la cruel pedagogía de la historia con sus desengaños, traumas y tragedias– que a las promesas del neoliberalismo se las suele llevar el viento… Pregúntenles, si no, a todos esos miles y miles de trabajadores estatales despedidos durante las privatizaciones menemistas, devenidos piqueteros no por gusto, sino por necesidad, no festivamente sino con desesperación. Por lo demás, el hecho de que Milei se jacte tanto de que, si se convierte en presidente, haría un ajuste mucho mayor que el exigido por el FMI, no es algo que invite precisamente al optimismo. Mejor dudar de los cantos de sirena de los políticos burgueses, progres como Alberto Fernández o Massa, fachos como Patricia Bullrich o Milei.

Pero volvamos a nuestra lectura de la plataforma de LLA. Nos queda por ver la última fase de la reingeniería libertariana: “Finalmente, la tercera generación de reformas incluye la reforma profunda del sistema de salud con impulse del sistema privado, competitividad libre entre empresas del sector, una reforma del sistema educativo y la ampliación de un sistema de seguridad no invasivo para la población”. Aquí entrarían, al parecer (la exposición no siempre es clara en su periodización trinitaria), medidas como “descentralizar las derivaciones hospitalarias, arancelar todas las prestaciones y autogestionar el servicio de salud en trabajos compartidos con la salud privada”, “sistema de vouchers/cheque educativo”, “eliminar la obligatoriedad de la ESI en todos los niveles de enseñanza”, “estudiar la factibilidad de reducir la edad de imputabilidad de los menores”, “Tomar las medidas necesarias tendientes a velar por la seguridad rural, tanto de personas como de bienes que, en los últimos años, han sufrido una escalada motivada por impulsos ideológicos alejados de la realidad y de la libertad” (léase: criminalización de las luchas agrarias campesinas e indígenas) y “militarización” y semi-privatización del sistema penitenciario.

De yapa, la tercera etapa de reformas incluye “la eliminación de la coparticipación”. De ella hablaremos a continuación.

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Hablemos, entonces, de la derecha libertariana y la coparticipación federal en Argentina. Es un asunto del que se habla poco y nada, en contraste, por ejemplo, con la dolarización y el ajuste fiscal. De ahí nuestro particular interés.

Antes de las PASO, Milei había pontificado, entre sus muchas promesas «motosierra» o «dinamita», que quería acabar con la coparticipación federal. No a corto o mediano plazo, como se aclara en la plataforma electoral de LLA, pero sí a largo plazo. Dentro de 35 años, “la eliminación de la coparticipación” debería ser un hecho consumado.

Tal reforma sería imposible. Ni siquiera se la podría plebiscitar, porque Argentina (igual que EE.UU.) es constitucionalmente un país federal, donde las provincias preexisten a la nación y le han delegado a esta la atribución de recaudar impuestos. El federalismo es un contenido pétreo de la carta magna argentina. Está garantizado nada menos que en el primer artículo, desde el año 1853, cuando se plasmó jurídicamente la organización nacional: “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según la establece la presente Constitución”.

Pero quizás Milei quiso decir otra cosa, a saber: que pretende terminar con la coparticipación federal basada en la solidaridad de CABA y las provincias ricas con las pobres. Una postura que hace recordar al egoísmo regional de la Liga Norte italiana y el movimiento catalanista en España, o aquella tragicómica ocurrencia vernácula –humorada satírica en la mayoría de los casos, pero no en todos– del #Centrexit, cuando diversos influencers conservadores propusieron en las redes sociales, allá por 2019, que el «cinturón» este-oeste CABA, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza, como baluartes autoproclamados del republicanismo liberal en pugna con el kirchnerismo (catalogado de populista y caudillista, pero también, ridículamente, de «zurdo» o «socialista»), se separaran de las otras provincias y crearan la “Argentina del Centro”.

Milei no ha hablado de separatismo, pero sí ha prometido terminar con la coparticipación federal. Conjeturábamos que probablemente no hablara literalmente, sino que se refiriera al futurible de terminar con la coparticipación federal basada en la solidaridad de CABA y las provincias ricas con las pobres. Esto sí sería posible, al menos desde un punto de vista puramente técnico, jurídico (harina de otro costal es si resultaría políticamente viable, problema que Milei tiene claro, pues siempre ha hecho una distinción entre su horizonte «utópico» y su agenda transicional, al estilo de la “república verdadera” y la “república posible” de Juan Bautista Alberdi).

De los dieciséis distritos electorales donde en las últimas PASO ganó La Libertad Avanza, hay trece cuyo PBG o producto bruto geográfico (aporte de cada provincia al PBI de Argentina) está, en términos porcentuales, por debajo de la porción que reciben de coparticipación federal. Hablamos de las provincias de La Rioja, Jujuy, Misiones, San Juan, Tucumán, San Luis, Salta, La Pampa, Río Negro, Tierra del Fuego, Mendoza, Santa Cruz y Santa Fe (ordenadas de mayor a menor en nivel de «asistencialismo nacional», o sea, La Rioja sería, entre las provincias donde triunfó LLA, la más «artificialmente» beneficiada por la coparticipación federal, con un porcentaje que triplica con creces al que le correspondería en función de su PBG; Jujuy sería la segunda provincia, con un porcentaje casi tres veces más mayor; Misiones y San Juan vendrían después, con un porcentaje dos veces y medio superior; luego Tucumán, San Luis y Salta con porcentajes que duplican al que «merecerían»; y así sucesivamente). Si Milei se convirtiera en presidente y arremetiera con la «motosierra» contra la coparticipación federal, imponiendo como criterio excluyente el PBG, todas las provincias que «parasitan» al erario nacional –diecinueve en total– saldrían perdiendo. No solo las cuatro justicialistas donde ganó Unión por la Patria (Formosa, Catamarca, Chaco y Santiago del Estero), o las dos donde venció Juntos por el Cambio (Corrientes y Entre Ríos), sino también aquellas trece donde LLA ganó las primarias.

(Prestar atención a las comillas. No están de adorno.)

Pero supongamos que Milei, en caso de sentarse en el sillón de Rivadavia, no quiera llegar tan lejos en la aplicación de su credo económico ultraliberal, ya sea por demagogia, pragmatismo, teorema de Baglini, gobernabilidad o como cada cual prefiera interpretarlo. Imaginemos que él pretendiera usar una «motosierra» o «dinamita» de impacto intermedio, con equidad demográfica (descartemos de antemano un «extremismo comunista» como el coeficiente Gini, que busca medir con más realismo y exactitud la desigualdad socioeconómica). Hablamos de redistribuir los fondos coparticipables no según el PBG de cada distrito, sino de acuerdo con el PBG per cápita de cada distrito.

¿Cuál sería el panorama, en ese caso? El siguiente: de las doce provincias argentinas cuyo lugar en el ranking de coparticipación federal per cápita está arriba de su lugar en el ranking de PBG per cápita, hay siete donde ganó La Libertad Avanza: Río Negro, San Luis, Misiones, Santa Fe, La Pampa, Salta y Córdoba (ordenadas de mayor a menor en nivel de «asistencialismo nacional», o sea, Río Negro sería, entre las provincias donde triunfó LLA, la más beneficiada «artificialmente» por la coparticipación federal; San Luis, la segunda; y así sucesivamente). Si Milei se convirtiera en presidente de la República Argentina y arremetiera con la «motosierra» contra la coparticipación federal, imponiendo como criterio excluyente el PBG per cápita, todas las provincias que «parasitan» a la nación (doce en total), saldrían perdiendo, no solo aquellas cinco donde vencieron Unión por la Patria –como Formosa y Chaco– o Juntos por el Cambio –Corrientes y Entre Ríos– sino también aquellas siete donde La Libertad Avanza ganó las PASO.

Una aclaración: nada de lo dicho hasta aquí debe interpretarse como una defensa acrítica de la coparticipación federal tal como existe hoy. Al menos en un punto Milei tiene razón: tanto el kirchnerismo/peronismo como Juntos por el Cambio han hecho un uso partidista o ventajero de la coparticipación federal, tratando de premiar o castigar a las distintas provincias –hasta donde les resultaba posible– según el color político de sus gobernantes de turno. Toda la verdad sea dicha, pero sin perder de vista esta otra verdad, aunque sea de Perogrullo: el remedio no debe ser peor que la enfermedad. Esta máxima vale para muchas propuestas y promesas eliminacionistas de Javier Milei y su coalición.

Por otro lado, no está de más recordar que el cálculo de PBG encierra diversos problemas y debates económicos o estadísticos en materia de criterios, tanto metodológicos como teóricos, que aquí obviamente no podemos desarrollar. Por ejemplo, la cuestión CABA, cuya extraordinaria riqueza –en un país tan centralista y regionalmente desigual como Argentina– debe mucho, demasiado, a la succión de recursos generados en el Interior. Téngase en cuenta que en la gran urbe porteña están no solo el mayor puerto del país y la City financiera, sino casi todas las casas matrices de las grandes empresas agropecuarias, industriales, bancarias, etc. O bien, la cuestión de los enclaves extractivistas trasnacionales, cuyos aportes a las economías locales suelen ser medidos de un modo demasiado nominal, excesivamente optimista o «ingenuo» (ni hablar de los pasivos socioambientales).

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Propuestas y promesas “eliminacionistas”, decía. Hablar de “eliminacionismo” no es retórica displicente. Quien escribe estas líneas ha constatado lo siguiente: no hay otro verbo ni otro sustantivo más recurrentes en la plataforma electoral de La Libertad Avanza que eliminar y eliminación. Bullrich, desesperada por escamotearle votos por derecha a su exitoso contrincante Milei, ha captado este aspecto. Por eso ha prometido que, si desembarca en Balcarce 50, sus legisladores “van a tener que derogar más normas de las que van a tener que votar”. Ella también promete la «motosierra» o «dinamita» del desmantelamiento: flexibilización laboral, reforma impositiva (no precisamente progresiva), supresión de leyes «garantistas» y «trabas» al accionar policial, etc. Igual que sucede con Milei, su promesa es extremadamente ambigua: ¿eliminación quirúrgica de «la casta», una «casta» de la que ella siempre ha sido parte, desde los tiempos del menemismo y delarruísmo; y de la que ahora también es parte el propio Milei como congresista, aunque él prefiera olvidarlo? ¿O eliminación indiscriminada de los últimos vestigios del estado benefactor en Argentina, ese pequeño y resquebrajado dique de contención frente a la marea del capitalismo neoliberal, globalizante, precarizador y extractivista? ¿Se trata de una cruzada ética contra la corrupción política, contra el clientelismo populista, contra la cleptocracia? ¿O se trata en el fondo, más allá de toda retórica moralista u «honestista», de una guerra interesada a favor del capital? Preguntas necesarias. Preguntas urgentes.

Colofón: en la coparticipación federal, igual que en otros rubros (dolarización, ajuste fiscal, flexibilización laboral, etc.), resulta evidente que los votos masivos a Milei entre sectores populares y medios, en gran medida provenientes del Interior, poco tienen que ver con una decisión informada y un cálculo racional. Casi nadie ha leído la plataforma de LLA.

Los votos masivos a Milei se explican, sobre todo, por un estado de emoción violenta: el voto bronca de un país desmadrado por la crisis económica, devastado por la deuda externa, las imposiciones del FMI, la espiral de devaluación e inflación, la precariedad laboral y una pauperización que amenaza con afectar al 50% de la población. Que en provincias tan dependientes de los fondos federales coparticipables como La Rioja y Jujuy (criterio PBG), o como Río Negro y San Luis (criterio PBG per cápita), haya ganado Milei con cifras que van del 36% al 48%, resulta tan paradójico como sintomático. Lo mismo cabe decir respecto de casi todo lo que está escrito y publicado en la plataforma electoral de La Libertad Avanza: flexibilización laboral, ajuste fiscal, privatizaciones, etc. A diferencia de Menem, el falso profeta de la “revolución productiva” y el “salariazo”, Milei no promete lo opuesto a lo que quiere hacer. No necesita mentir tan descaradamente. Sabe que ya casi nadie lee –ni tiene capacidad de comprender– las plataformas electorales de los partidos. Le alcanza con no explayarse en la letra chica del contrato, con evitar el «detalle» de los costos sociales de sus recetas económicas. Le basta con la demagogia de las redes y del emocionalismo. ¿Esta es la tan cacareada “sociedad del conocimiento” que nos traerían internet y otras nuevas tecnologías? Estamos en el horno.

Triunfo paradójico y sintomático el de Milei, decíamos. Revela los enormes problemas que entraña la democracia representativa de partidos, no solo en sí misma considerada como régimen político, sino también funcionando en el contexto de una sociedad extremadamente desigual y atomizada, individualista y consumista, masificada y precarizada, idiotizada y alienante, signada por las lógicas económicas y culturales del neoliberalismo y del capitalismo digital.

“Resumamos: ¿Qué es, pues, el libre cambio en el estado actual de la sociedad? Es la libertad del capital. Cuando hayáis hecho desaparecer las pocas trabas nacionales que aún obstaculizan la marcha del capital, no habréis hecho más que concederle plena libertad de acción. Por favorables que sean las condiciones en que se haga el intercambio de una mercancía por otra, mientras subsistan las relaciones entre el trabajo asalariado y el capital, siempre existirán la clase de los explotadores y la clase de los explotados. Verdaderamente es difícil comprender la pretensión de los librecambistas, que se imaginan que un empleo más ventajoso del capital hará desaparecer el antagonismo entre los capitalistas industriales y los trabajadores asalariados, Por el contrario, ello no puede acarrear sino una manifestación aún más neta de la oposición entre estas dos clases.

Admitid por un instante que no existen ya ni leyes cerealistas, ni aduanas, ni arbitrios municipales, en una palabra, que han desaparecido por completo todas las circunstancias accidentales que el obrero podía tomar aún como las causas de su situación miserable, y habréis desgarrado todos los velos que no le permitían ver a su verdadero enemigo.

El obrero comprobará entonces que el capital, desembarazado de toda traba, le reporta no menos esclavitud que el capital coartado por los derechos de aduanas.

Señores: No os dejéis engañar por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quién? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo. Es la libertad del capital para machacar al trabajador.

¿Cómo podéis refrendar la libre concurrencia con la idea de libertad, cuando esta libertad no es más que el producto de un estado de cosas basado en la libre concurrencia?

Hemos mostrado el género de fraternidad que el libre cambio engendra entre las diferentes clases de una misma nación. La fraternidad que el libre cambio establecería entre las diferentes naciones de la tierra no sería más fraternal. Designar con el nombre de fraternidad universal la explotación en su aspecto cosmopolita, es una idea que sólo podía nacer en el seno de la burguesía. Todos los fenómenos destructores suscitados por la libre concurrencia en el interior de un país se reproducen en proporciones más gigantescas en el mercado mundial”.

Estas lúcidas y elocuentes palabras pertenecen al Discurso sobre el libre cambio, de Karl Marx. Las escribió hace 175 años, allá por 1848. No han perdido su vigencia. No al menos en esta Argentina que vota o teme a Milei y su palingenesia neoliberal del “dejar hacer, dejar pasar”.

Federico Mare