Ilustración original de Andrés Casciani
En el trabajo que aquí presentamos, la poeta, docente e investigadora mendocina Laura Martín Osorio nos ofrece un análisis de cuatro cuentos del libro Amor robado (2012), de la escritora italiana Dacia Maraini, a partir de los postulados de la antropóloga argentina Rita Segato, con la intención de –en palabras de la autora– indagar en la trama de estas historias ciertos mecanismos de conducta violenta que se ejercen sobre las mujeres y cuerpos feminizados. Se pretende mostrar cómo la literatura puede tomar la forma de un instrumento discursivo contundente, que sirve de espejo y brinda vocabularios para que la sociedad pueda nombrar las violencias y cuestionarlas.
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Para quienes trabajamos con la palabra desde una perspectiva crítica, resulta fundamental ofrecer vocabularios y narrativas que permitan a la sociedad verse al espejo: las palabras son herramientas, el nombrar es crear posibilidades de reflexión que favorezcan cambios en los modos de conducta de las personas, como sostiene Rita Segato1. Ante datos alarmantes y cifras exorbitantes de feminicidios, ante el avasallamiento constante de los derechos conquistados y la espectacularización de la violencia en los medios masivos de comunicación, se vuelve necesario hablar y reflexionar sobre estos hechos cotidianos aberrantes, en un intento por contribuir a desnaturalizarlos, por deconstruir ciertos modelos de comportamiento aprendidos y por tender a desmontar sus estructuras.
Presentamos aquí un breve comentario a cuatro cuentos del libro Amor robado,2 de la escritora italiana Dacia Maraini, con la intención de rastrear en la trama de estas historias ciertos mecanismos de conducta violenta que se ejercen sobre las mujeres y cuerpos feminizados, de la mano de los postulados que nos ofrece la antropóloga argentina Rita Segato.
Violencia de género y feminicidios
Histórica y sistemáticamente, las mujeres han sufrido violencia de parte de los varones. Han sido maltratadas físicamente (violaciones, golpes, muerte), verbalmente (insultos, gritos), psicológicamente (amedrentamiento, descalificación, minusvaloración) y, en general, con inequidad, discriminación y segregación.3 Sus derechos han sido negados, ignorados o vulnerados de forma consciente. En muchas ocasiones, el amor sale a relucir como la «razón» poderosa en nombre de la cual se cometen –y se han aceptado a lo largo de la historia– un gran número de violencias contra las mujeres y feminicidios: “si te pego, es porque te quiero” resulta ya un lugar común.
Entendemos por “violencia de género cualquier acción o conducta agresiva realizada sobre mujeres y cuerpos feminizados basada en el género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico”4. Asimismo, utilizamos el término “feminicidio”, tomado del inglés femicide, e introducido por la antropóloga mexicana Marcela Lagarde en el contexto de los crímenes cometidos contra las mujeres en Ciudad Juárez, quien lo emplea para dar cuenta de la responsabilidad del Estado, cuando este no garantiza a mujeres y niñas las condiciones para una vida segura. La autora afirma:
“La violencia de género está presente en la casa y en la calle, en sitios privados y públicos. Los estereotipos cosificadores prevalecen en el campo de las representaciones sociales, culturales y lingüísticas. Así, la violencia de género y los estereotipos son difundidos por los medios de comunicación y recreados por científicos, intelectuales y artistas en producciones científicas, de publicidad, artísticas y literarias, a través de la radio, la televisión, el cine, la prensa, los videos, Internet y toda clase de espectáculos. La inversión económica en la reproducción de la violencia es inconmensurable”5.
En ese mismo sentido, Rita Segato –retomando los postulados de Caputi y Russel– se refiere a los feminicidios como crímenes del patriarcado, en tanto sistema basado en el control del cuerpo y la capacidad punitiva sobre las mujeres. Segato enfatiza la necesidad de diferenciarlos del resto de los homicidios, porque los feminicidios son crímenes de poder cuya función principal es la conservación y reproducción del poder patriarcal. La antropóloga argentina propone atender a dos elementos interdependientes: a) la dimensión expresiva y no solamente instrumental de los crímenes, y b) la presencia de interlocutores tanto o más importantes que la propia víctima. Plantea, entonces, una lectura orientada en dos ejes de relación e interlocución: un eje que llama vertical, por vincular las posiciones asimétricas de poder con sujeción, o sea, del perpetrador con su víctima; y un eje que denomina horizontal, y que vincula al perpetrador con sus pares, en una relación que tiende a mantener la simetría. Y agrega que “la manutención del eje horizontal, de la relación simétrica entre los pares, que también llamé de cofrades o hermandad masculina, depende, en este modelo, para su manutención en simetría, de la relación vertical con la posición subordinada; que la asimetría se mantenga aquí es un prerrequisito para que la simetría se mantenga allá”6.
De los trabajos de estas autoras se desprende que las violencias y los crímenes contra las mujeres y cuerpos feminizados son agresiones y asesinatos que alimentan el poder y reproducen la impunidad de una estructura violenta patriarcal, que inscribe en esos cuerpos su capacidad de dominio sobre la sociedad, con la complicidad de los agentes del Estado. Conocer los propios derechos y sensibilizar ante cualquier tipo de violencia de género se vuelve un imperativo en nuestros contextos de existencia, con el fin de exigir el cumplimiento de los primeros y que se apliquen los medios necesarios para erradicar toda forma de violencia de género de las prácticas sociales y las instituciones.
La literatura como espejo: análisis de casos
Amor robado es el libro que la prolífica y multipremiada escritora Dacia Maraini (Florencia, 1936) publicó en Italia en el año 2012. Está compuesto por ocho cuentos, que denuncian una realidad alarmante: la violencia por motivos de género. Estos relatos, según lo manifestado por su autora en los paratextos del libro, “ponen en evidencia la parte oscura de un modelo cultural profundamente arraigado que conduce al hombre a creer que posee a quien ama”7. Se trata, como cuenta la autora en una entrevista realizada el mismo año de la publicación del libro, de ocho historias extraídas de la crónica periodística, que visibilizan la situación de numerosas mujeres en el espacio privado, con sus familiares y amigos, y en el espacio público, con personas desconocidas;8 ocho narraciones que, en un lenguaje claro, preciso y contundente, y un estilo directo, dan cuentan del compromiso de la escritora con su contexto histórico y con las luchas de los feminismos en la actualidad.
En este artículo, se comentan cuatro de los ocho cuentos de la colección, que su autora organizó en un crescendo que nos muestra desde “la violencia doméstica y los abusos cometidos en la intimidad del hogar entre personas emparentadas”, en palabras de Segato,9 pasando por violaciones perpetradas en el espacio exterior público por desconocidos o por personas de la comunidad y en cofradía, hasta un relato final en el que se comete un feminicidio.
El cuento que abre esta colección se titula “Marina se ha caído por las escaleras”. Desde el título mismo, se pone de manifiesto la excusa habitual a la que, en ocasiones, se recurre para ocultar el origen de moretones, contusiones y heridas sufridas por mujeres o cuerpos feminizados. Marina es una joven mujer a la que su marido golpea constantemente. Se trata de un esposo que dice quererla, que promete no volver a hacerlo, que chantajea a su esposa con su propia orfandad y la necesidad del amor de ella para seguir viviendo. Es un hombre cuyo padre asesinó a su madre estando él presente, cuando tenía siete años. A causa de las heridas, Marina asiste reiteradas veces a una sala de urgencias, en donde la atiende siempre el mismo médico de guardia, quien recién después de la tercera visita se decide a hacer la denuncia. Una asistenta social llega a la casa donde habita la joven pareja; la profesional descree de los dichos del médico, pues encuentra a un hombre tranquilo, amable y simpático.
El tercer cuento de la colección es “El violador considerado”. En él se relata, en tercera persona, un episodio de la vida de Giorgia, una italiana que trabaja en una universidad de España. La joven debe llegar en tren desde una estación –que no se menciona, que puede ser cualquiera– hacia Sevilla, donde la espera para despedirse su marido, quien debe regresar a Milán esa misma noche. Ella llega corriendo a la estación, justo para constatar que su tren acaba de partir y que no tiene otro hasta mucho más tarde. Mientras observa los horarios de los trenes, decepcionada, inquieta y a punto de llorar, se le acerca un señor uniformado, que parece ser policía o trabajador ferroviario, a quien le pregunta –en su limitado español– si hay algún modo de llegar a tiempo a destino. El hombre, con generosidad aparente, se ofrece a llevarla hasta la próxima estación, que no dista mucho del lugar en el que se encuentran, donde podrá alcanzar el tren que perdió. Giorgia duda por un momento, pero se anima a confiar en la amabilidad de ese señor de rostro inofensivo, que podría ser su padre. El hombre, que maneja a alta velocidad, toma una ruta paralela, se introduce en una estrecha calzada y llegan a un terreno descampado y alejado de toda presencia humana. Allí la golpea y la viola. Luego la lleva hasta la estación prometida. Giorgia consigue memorizar el número de patente del vehículo y el nombre del ferroviario, y efectúa la denuncia; sin embargo, y pese a las evidencias inscriptas en su propio cuerpo, termina por ser desestimada.
El cuarto cuento del libro lleva por título “Crónica de una violación colectiva”, y está construido a partir de las distintas voces de las personas implicadas en el hecho. Cada una nos da una versión de la situación; cada una pone en evidencia los mecanismos que operan en el sistema patriarcal, que permiten la concreción de este tipo de atrocidades. Francesca es una muchachita alegre y risueña, que vive con su papá en un pequeño pueblo. Un día, a la salida de la escuela secundaria a la que asiste, Mammolo –el chico que le gusta– la invita a hacer un picnic en el río, y ella accede a ir con su amiga Deborah. Van en dos motos hasta el Prado de la Señora –Deborah en una y Francesca en la otra, junto a Mammolo–. Luego, el muchacho las guía hacia un sitio desconocido y alejado. Allí aparecen otros tres jóvenes, alumnos del mismo colegio secundario y conocidos de las chicas. Deborah no se siente segura en esa situación y quiere irse; Francesca confía en su «novio» y decide quedarse. En una casa abandonada, la golpean violentamente y la violan.
El octavo y último cuento se titula “Anna y el Moro”. Está narrado en primera persona testigo: un padre que asiste a la pérdida paulatina de su hija en manos de un hombre que dice amarla. Anna es una joven talentosa, actriz de profesión, que se enamora de un músico exitoso, bastante mayor que ella, quien poco a poco la va alejando de su trabajo y de su círculo íntimo, para mantenerla bajo su absoluto control. La domina, la golpea, finalmente la mata.
Maraini ha manifestado en algunas entrevistas, realizadas con ocasión de la salida de este libro, que los cuentos aquí narrados nacen con la intención de sensibilizar al público lector sobre la problemática de género, y que sirven de instrumento que busca transformar la realidad a través de la visibilización de estas historias basadas en hechos reales. En la mencionada entrevista ha afirmado, además, que la literatura brinda un testimonio y que, si bien no puede cambiar el mundo, contribuye a entender mejor qué estamos haciendo y hacia dónde nos dirigimos como sociedad. Por esta razón, para analizar estos casos literarios –tan próximos al contexto italiano donde se producen, y al nuestro en Latinoamérica– recurrimos a las categorías que propone Rita Segato en Estructuras elementales de la violencia.
En su ensayo “La estructura de género y el mandato de violación”, la antropóloga argentina define como violación el “uso y abuso del cuerpo del otro, sin que este participe con intención o voluntad comparables”. Ella afirma que “en la sociedad contemporánea la violación es un fenómeno de ‘agresión por agresión’, sin finalidad ulterior en términos pragmáticos”. Sostiene, además, que “la violación siempre apunta a una experiencia de masculinidad fragilizada”. Y cabe aclarar aquí, que “masculinidad”, para la autora, es un término que “engloba, sintetiza y confunde poder sexual, poder social y poder de muerte”. En ese sentido, “la violación puede comprenderse como una forma de restaurar el estatus masculino dañado, aflorando aquí la sospecha de una afrenta y la ganancia (fácil) en un desafío a los otros hombres y a la mujer que cortó los lazos de dependencia del orden del estatus, todos ellos genéricamente entendidos”10.
En el sistema patriarcal el hombre debe violar, ya sea real o metafóricamente hablando. Para constituirse como tal, para obtener la sanción de masculinidad, debe ejercer su poder sobre el otro feminizado y, a la vez, mostrarles a sus cofrades el acto que ha cometido, para conseguir así conservar su estado, ese estado que es siempre endeble y factible de perderse; por lo que el movimiento de restauración es continuo, a expensas y en desmedro de su subordinado. Esta fragilidad masculina y su dependencia de un otro del que se apropia no es una condición excepcional, no es una enfermedad de algunos individuos o de los integrantes masculinos de algunas categorías sociales, sino parte constitutiva de la propia estructura y la naturaleza de sus posiciones, según la autora.11
Por lo tanto, no se trata de monstruos, casos excepcionales que ejercen violencia –del tipo que sea– contra las mujeres dentro de un universo de varones “normales”, sino que más bien es a la inversa: lo habitual es el cumplimiento de los mandatos patriarcales. En el primer cuento, cuando visita la vivienda del agresor y su pareja, la “joven e inexperta asistenta social” reflexiona ingenuamente que “no parece la casa de un monstruo, como se había imaginado”. Luego de realizar su trabajo, se retira satisfecha, segura de que se trataba de una sospecha infundada, porque ella se encontró con un hombre amable y servicial, que en lo único que piensa es en el bien de su mujer. Pero, como dice la consigna feminista, quienes ejercen violencia de género “no son monstruos, son hijos sanos del patriarcado”. Diana Scully afirma sin medias tintas que “la violencia sexual tiene un origen sociocultural: los hombres aprenden a violar”12. Hay un “mandato de violación”, confirma Segato, “y el mandato expresa el precepto social de que ese hombre debe ser capaz de demostrar su virilidad, en cuanto compuesto indiscernible de masculinidad y subjetividad, mediante la exacción de la dádiva de lo femenino”13.
Podemos intentar comprender esta forma de violencia sexual desde tres perspectivas, según la propuesta de la autora:
“1) Como castigo o venganza contra una mujer genérica que [se] salió de su lugar [asignado], esto es, de su posición de subordinada y ostensiblemente tutelada en un sistema de estatus. (…) La violación se percibe como un acto disciplinador y vengador contra una mujer genéricamente abordada”14.
Pensemos en Giorgia y Francesca, las protagonistas de los cuentos a los que nos referimos. En ambos casos, ellas manifiestan cierta autonomía y libertad que molesta y debe ser castigada. La primera, viaja sola, sale de su país de origen y trabaja por su cuenta. La segunda, se ríe continuamente, hace bromas y usa ropas que no se corresponden con las costumbres aceptadas en su pueblo.
“2) Como agresión o afrenta contra otro hombre también genérico, cuyo poder es desafiado y su patrimonio usurpado mediante la apropiación de un cuerpo femenino o en un movimiento de restauración de un poder perdido para él.
3) Como una demostración de fuerza y virilidad ante una comunidad de pares, con el objetivo de garantizar o preservar un lugar entre ellos, probándoles que uno tiene competencia sexual y fuerza física”15.
Desde estas dos últimas perspectivas, podemos hacer referencia al ferroviario de “El violador considerado” y a los colegiales de “Crónica de una violación colectiva”. Tanto uno como los otros responden a ese mandato de masculinidad, escenificando la violencia sexual para mostrarla a sus pares. Tanto en el caso del primero, que posiblemente esté actuando y representando un papel para la policía ferroviaria y sus compañeros de trabajo (es dable pensar que luego contará su «conquista» a sus pares); como los segundos, que actúan en grupo y para el pueblo entero, pretenden demostrar su supremacía (son machos que actúan como se espera de ellos) y perpetuarla.
En esa misma línea podemos interpretar el caso paradigmático del Moro, personaje del último cuento, que golpea a su pareja constantemente para obtener la aprobación de sus pares, los otros músicos que saben de su accionar. Tanto para ejercer y mantener el poder, como para hacer alarde de su condición de macho ante los cofrades.
* * *
Los cuentos referidos del libro Amor robado de Dacia Maraini sirven de espejo en el que la sociedad puede reconocer sus tendencias ocultas y los peligros que estas conllevan. Son un instrumento discursivo contundente que brinda narrativas y vocabularios para que la sociedad pueda nombrar las violencias y cuestionarlas. Una lectura guiada, acompañada de un material teórico iluminador –como el de Rita Segato propuesto en este trabajo–, permite abrir el camino hacia la interiorización y el reconocimiento de las estructuras que nos movilizan y nos hacen actuar. Promover este tipo de debates desde lo artístico-literario, en todos los ámbitos posibles, contribuye a prevenir esas conductas aberrantes, y es también un medio necesario para la reflexión y la deconstrucción de los mandatos de género.
Laura Martín Osorio
NOTAS
1 Rita Segato, “Ningún patriarcón hará la revolución” (entrevista), Ecuador, Rosalux Andina, 2018. Video disponible en www.youtube.com/watch?v=CqdFtS208T8&t=1s. Y también “Entrevista pública con Rita Segato”, Rosario, Facultad libre, 2019, en www.youtube.com/watch?v=at46WYy0Xj4.
2 Dacia Maraini, Amor robado [L’amore rubato], Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2013.
3 M. Luisa Femenías, “Violencia contra las mujeres: urdimbres que marcan la trama”, en E. Aponte Sánchez y M. L. Femenías, Articulaciones sobre la violencia contra las mujeres, La Plata, UNLP, 2008, pp. 13-53.
4 “Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer”, Belém do Pará, 1994, en www.oas.org/juridico/spanish/tratados/a-61.html.
5 Marcela Lagarde y de los Ríos, “¿A qué llamamos feminicidio?”, 2005, p. 2, disponible en https://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/marcela_lagarde/feminicidio.pdf.
6 R. Segato, “Qué es un feminicidio. Notas para un debate emergente”, en Revista Mora, n° 12, Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, UBA, 2006, p. 5.
7 D. Maraini, Amor robado, ob. cit.
8 Lavini Rittatore, “Donna Moderna – Intervista a Dacia Maraini – «A 16 anni un uomo ha tentato di violentarmi. Sono riuscita a fuggire. Ma tante non ci riescono!»”, 2012, en www.handsoffwomen-how.org/donna-moderna-intervista-a-dacia-maraini-a-16-anni-un-uomo-ha-tentato-di-violentarmi-sono-riuscita-a-fuggire-ma-tante-non-ci-riescono.
9 Segato, Las estructuras elementales de la violencia: ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Bs. As., Prometeo, 2010, p. 22.
10 Ibid., pp. 22, 37 y 38.
11 Ibid., pp. 37-38.
12 Cit. en Segato, ibid., p. 39.
13 Ibid., p. 40.
14 Ibid., p. 31.
15 Ibid., pp. 32-33.