Fotografía: la médium italiana Eusapia Palladino (1854-1918), toda una celebridad internacional durante la Belle Époque, en una sesión espiritista en el Instituto General Psicológico de París, a principios del siglo XX. Fuente: http://col2.com.
Cuando Marx escribió y publicó el tomo I de El capital, entrada la segunda mitad del siglo XIX, el espiritismo estaba muy en boga, incluyendo el fenómeno supersticioso de las «mesas girantes» o «danzantes» (a menudo también «parlantes»), tan caro a la credulidad popular. “El fetichismo de la mercancía“, el último apartado del primer capítulo, comienza así: “A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas, o de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del trabajo humano. Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las formas de las materias naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar.“
El presente texto del camarada mexicano Carlos Herrera de la Fuente –pensador, escritor, profesor de Teoría Crítica en la UNAM– es la parte introductoria de un extenso ensayo aún inédito que lleva por título “Crítica y riqueza material. La contradicción valor-valor de uso en el primer capítulo de El capital”. Nos complace anunciar que este texto saldrá a la luz próximamente, en el séptimo número de Corsario Rojo, nuestra revista semestral en PDF.
El examen crítico al que Marx somete el fenómeno de la riqueza material al comienzo de El capital presenta, en una primera aproximación, un aspecto paradójico que no puede ser soslayado. Sus dos movimientos teóricos son opuestos, pero complementarios. Uno es de generalización (el del estudio de la riqueza material); el otro, de especificación (el de la riqueza propia del modo de producción capitalista). Con el primero, se abre el horizonte teórico necesario desde el que la crítica será posible; con el segundo, se define la singularidad a la que esa crítica será aplicable. Sin embargo, dicha singularidad (el modo de producción capitalista) no logra especificarse adecuadamente en un primer instante porque su propia definición es todavía inestable, es decir, porque ella depende de un fenómeno histórico que no es ella misma (la mercancía), o bien que sólo lo es a partir de una abstracción que lo reconstruye como fenómeno histórico sui generis. Este proceder toca el corazón del método que acompaña el despliegue de toda la Crítica de la economía política, que Engels definió como un método “lógico e histórico”. No hay concepto o forma en la Crítica de la economía política, dice Engels refiriéndose a su primer adelanto, que no posea inmediatamente una validez lógica e histórica al mismo tiempo: “…aquí no seguimos un proceso discursivo abstracto, que se desarrolla exclusivamente en nuestras cabezas, sino una sucesión real de hechos, ocurridos real y efectivamente en algún tiempo o que siguen ocurriendo todavía…”.1
El que un hecho, o una “sucesión real de hechos”, tenga una validez histórica, esto es, sea empíricamente constatable, y, al mismo tiempo, posea un sentido lógico reproducible en términos teóricos, es algo que debe llamar la atención al pensador materialista que tenga como intención dar cuenta de los fenómenos sociales tal y como “realmente sucedieron” en la historia. Porque si se parte de un paradigma filosófico en el que no existe o no se reconoce ningún principio totalizador externo a los propios procesos históricos que se investigan, que sintetice su singularidad y la dote de un principio ideal indiscutible, invariable, objetivo, más allá de cualquier interpretación subjetiva, entonces, necesariamente, todo conocimiento de lo “realmente sucedido” en la historia tiene que ser resultado de una totalización a posteriori, que reorganice los acontecimientos históricos de un modo lógico que no necesariamente corresponde a su realidad fáctica. Ello es así porque, al carecerse de un totalizador ideal sintético de las relaciones humanas, al no aceptarse la concepción idealista de un espíritu absoluto o una idea absoluta que unifique el conjunto de actividades intersubjetivas a lo largo de la historia y les brinde su significado final, entonces, por necesidad, visto desde la generalidad de los hechos puros y simples, de su devenir en el tiempo, de su desarrollo libre, sin principio identificable a priori, nada de lo que suceda o acontezca tiene un sentido en sí mismo y carece, por tanto, de lógica. No hay ninguna necesidad, ninguna inexorabilidad en los acontecimientos humanos que nos digan que tenían que suceder así por fuerza o que, una vez ocurridos, debían poseer ese sentido o ese significado. No hay nada, en principio, que contradiga a Macbeth: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no tiene ningún sentido”.
Ahora bien, concebido el problema no desde la supuesta “objetividad”, desde la búsqueda de una certeza metafísica más allá de lo cognoscible e interpretable, sino desde la perspectiva de relación interesada entre los sujetos que hacen la historia y aquéllos que buscan interpretarla para tomar posición en ella misma, entonces, los hechos acaecidos, los resultados de la praxis histórica de generaciones enteras, de colectividades separadas de nosotros por distancias y temporalidades insalvables, cobra un sentido específico que puede ser reproducido lógicamente y del que se puede dar cuenta con un propósito determinado.
El punto de partida de El capital es el del estudio de la riqueza material, y la elección de ese objeto de estudio es resultado de un posicionamiento específico del autor, de Karl Marx, frente a la modernidad capitalista, que se fundamenta en la negación estructural de la afirmación vital de uno de los elementos conformadores de esa totalidad civilizatoria: el proletariado.2 El punto de partida es el del señalamiento de una contradicción esencial que desestabiliza de principio la posibilidad de desarrollo y despliegue de la modernidad en su forma actualizada de “modo de producción capitalista”, por cuanto el actor central de su generación y mantenimiento, de producción de la riqueza material, es negado, subordinado y explotado dentro del mismo sistema que produce y sostiene. Por lo mismo, la viabilidad de su sobrevivencia y de su afirmación histórica depende de la negación de lo que lo niega, y esa negación es tanto práctica como teórica, esto es, tiene que ser, a la vez, una negación que trascienda el ámbito de la pura teoría –puesto que ya no se trata simplemente de “comprender” al sistema, sino de transformarlo–, y simultáneamente una decodificación o desestructuración de la impronta ideológico-teórica que justifica al modo de producción y lo vuelve necesario desde el punto de vista de la vivencia cotidiana de los sujetos que lo experimentan. La comprensión de la historia que exige el horizonte de radicalidad introducido por Marx es, pues, el de la crítica, que demanda que lo comprendido sólo lo pueda ser si el objeto de estudio es cuestionado de raíz, sometido a una lectura que niega la supuesta “objetividad” legal que la visión hegemónica de la historia ofrece, la cual presenta al sistema cuestionado como insuperable, natural o necesario (absoluto). Su lectura de la historia, como crítica de la historia, es necesariamente una contralectura, una contranarrativa.
Desde esta contralectura, los acontecimientos históricos pueden ser situados en un desarrollo que explique o haga comprensible su génesis como proceso contradictorio, como una suma de fenómenos que conducen a la consolidación de un tipo de organización de la riqueza material, a un modo de producción, el cual termina negando paradójicamente al sujeto que lo genera. En ese camino, la idea engelsiana cobra pleno sentido: cada acontecimiento retomado, cada paso de la historia de ese desarrollo específico (el surgimiento del modo de producción capitalista), cada proceso consignado tiene una significación particular que puede ser reproducida lógicamente en una concatenación de eventos sucesivos, que ciertamente se niegan y contradicen en varias fases, pero que forman un encadenamiento dialéctico total que conduce a una comprensión crítica de la realidad de la que se da cuenta. En El capital, pues, no hay concepto, no hay noción alguna que no esté conectada con algún momento del desarrollo histórico de los elementos que conducen a la formación y al surgimiento del modo de producción capitalista. Pero esa historia no es la “historia en cuanto tal”, la historia “objetiva”, “más allá de todo interés clasista”, sino la historia narrada desde la perspectiva afirmativa del horizonte proletario, la cual, para poder afirmarse, para poder ser ella misma una afirmación vital, tiene que negar aquello que lo niega: el modo de producción capitalista. Así, la contranarrativa lógico-histórica de El capital es, inmediatamente, una lectura crítica del capitalismo y su génesis, así como de la ideología teórica que justifica y soporta a la modernidad capitalista: crítica de la economía política.
El capital arranca con el análisis de la mercancía, pero dicha unidad elemental de la riqueza material en el capitalismo, dicha “célula” del modo de producción, tiene su origen empíricamente verificable “más allá del capitalismo”, “más allá” de esa historia específica. Hubo mercancías mucho antes del capitalismo, en diferentes modos de producción. Pero en esas “otras historias” la mercancía no jugó nunca el papel más relevante, incluso llegó a ser completamente marginal, desdeñable. Si la historia se viera desde el punto de vista de lo general, de lo “imparcial”, de la totalidad integrada de los fenómenos históricos, entonces, más allá del capitalismo no habría que prestarle atención a la mercancía. Pero el origen histórico-ideológico del capital, que es lo que le interesa al mirador crítico del proletariado, se halla en la mercancía, así “aparece la riqueza en las sociedades donde rige el modo de producción capitalista”. Por lo mismo, es necesario reconstruir la historia de la mercancía y dar cuenta de los elementos estructurales que la conforman. La historia se reconstruye para darle peso al fenómeno de la mercancía aun cuando en la “realidad objetiva” de la historia no lo haya tenido así. “La anatomía del hombre es la clave de la anatomía del mono”, escribe Marx en los Grundrisse. La anatomía del capital es la clave de la anatomía de la mercancía.3
Ahora bien, la reconstrucción lógica de la historia del capital desde la evolución factual de la forma-mercancía no es, dice Engels, una simple abstracción, sino una reproducción de la “sucesión real de hechos”. Esto quiere decir que cada momento de análisis de El capital, cada concepto que se va desarrollando, da cuenta de la evolución concreta de la forma mercantil y las contradicciones que encierra. Evidentemente, la teoría siempre implica una capacidad de abstracción, pues no es posible traer los elementos a la vida por el simple hecho de pensarlos; pero la forma en la que se los tematiza, en la que se los presenta desde el mirador de la Crítica de la economía política, exige una concreción lógico-histórica que dé cuenta de su desarrollo real. Así, al contrario de lo que se acostumbra decir citando un pasaje de la Introducción a la crítica de la economía política de 1857, referido al “método de la economía política” no al de la crítica de la economía política, el método de El capital no procede de lo “abstracto a lo concreto”, sino que avanza por distintos niveles de concreción, histórica y lógicamente determinados. Cada noción desarrollada en El capital implica, pues, un nivel de concreción correspondiente a determinado grado de desarrollo histórico de las categorías que se intentan explicar. Desde el punto de vista de las nociones más desarrolladas, las que lo son menos parecen simples abstracciones para llegar a ellas; pero comprendidas desde su especificidad lógico-histórica, representan ellas mismas el nivel de concreción adecuado para la tematización correspondiente.
Carlos Herrera de la Fuente
NOTAS
1 Friedrich Engels, “La Contribución a la crítica de la economía política de Karl Marx”, en Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI, 1997, p. 341.
2 Cf. Carlos Herrera de la Fuente, “Crítica y dialéctica en la modernidad (el pensamiento crítico de Descartes a Marx)”, en Corsario Rojo nro. 6, primer semestre 2024, pp. 28-32.
3 Sucede con la mercancía algo similar a lo que sucede con las especies que antecedieron evolutivamente al ser humano. Los estudios evolutivos han ubicado el surgimiento de los primeros mamíferos placentarios alrededor de hace ciento sesenta millones de años. Se trata de pequeños roedores insectívoros que convivieron con los grandes saurios de la era jurásica. Si se les observa desde el punto de vista del Jurásico, esos pequeños animales apenas si llaman la atención frente a la fauna dominante de la era. Nadie hubiera arriesgado la más mínima apuesta por su sobrevivencia o su trascendencia en la “carrera evolutiva”. Ahora bien, vistas las cosas desde la “hegemonía humana” en la Tierra, y del hecho de que todos los grandes saurios desaparecieron de la faz del planeta, esa especie “desdeñable” y su historia cobran una relevancia particular, por cuanto es la clave para entender el proceso evolutivo que llevó a la aparición de los seres humanos. Así, vistas las cosas, por ejemplo, desde el “modo de producción asiático”, desde el régimen esclavista de la Antigüedad o desde las economías comunitarias del Paleolítico, la mercancía puede considerarse como algo sin importancia o de una relevancia secundaria o marginal. Pero vista su historia desde la perspectiva del capitalismo desarrollado, esa forma singular cobra toda la importancia del mundo. Es la clave para comprender el origen del sistema y sus contradicciones.