Fotografía de Justin Sullivan (Getty). Fuente: The Atlantic.
La victoria del Partido Republicano en las elecciones generales de Estados Unidos ha sido –nos parece– más por demérito del oficialista Partido Demócrata que por «mérito» de la oposición trumpista. En efecto, el impopular programa económico neoliberal de Biden y su apoyo diplomático, financiero y militar sin cortapisas al genocidio israelí en la Franja de Gaza –política exterior respaldada por el establishment y los lobbies sionistas, pero detestada por las masas– sellaron la derrota del Partido Demócrata y su candidata Kamala Harris –hoy vicepresidenta– en los comicios del supermartes. Las promesas proteccionistas y populistas de Trump en materia industrial y laboral (tibiamente avaladas por su gestión de 2017-2021), y su relativo «aislacionismo» (léase: intervencionismo y belicismo menos intensos que los de las últimas administraciones demócratas), le han bastado para imponerse en las urnas, junto con su neoconservadurismo en clave de cruzada o batalla cultural: un «anti-wokismo» militante e intransigente, muy en sintonía con amplios sectores de la clase obrera y la clase media resentidas con su precarización y pauperización (y con el avance vertiginoso del ethos liberal-secular de una progresía burguesa tan acomodada como cosmopolita): demagogia patriotera antiinmigración, racismo, islamofobia, machismo, integrismo cristiano protestante, penalización del aborto, negación del cambio climático, etc.
La clave de la derrota demócrata radica en Pensilvania y los Grandes Lagos. Tradicionalmente, Pensilvania ha sido un estado azul, igual que todos –o casi todos– los estados de la región Nordeste. El Nordeste solía ser, de punta a punta (desde Washington DC hasta Nueva Inglaterra, pasando por Nueva York y Nueva Jersey), todo azul igual que la Costa Oeste, salvo quizás algún estado poco relevante de Nueva Inglaterra, como Maine. Pero desde hace algunos años, Pensilvania (que es un estado demográficamente significativo), se ha vuelto un estado pendular, púrpura. El otro problema de los demócratas es en los Grandes Lagos, una de las tres regiones más populosas del país. Allí, un histórico bastión de la clase trabajadora industrial (Chicago, Detroit, Milwaukee, Cleveland, etc.), los demócratas solían obtener muy buenos resultados, aunque por lo general no arrasaban (ganaban en la mayoría de los estados de los Grandes Lagos, no en todos). Pero con la desindustrialización y la expansión del Rust Belt (Cinturón de Óxido) de las últimas décadas, varios estados tradicionalmente azules se han vuelto púrpuras o pendulares. No Illinois, no todavía al menos. Pero sí Michigan y Wisconsin. Michigan y Wisconsin son estados electoralmente importantes, medianos. Minnesota sigue siendo bastión azul, es cierto, pero tiene relativamente poca población y pocos electores. Podemos añadir a Pensilvania, ya que, si bien el oriente de este estado atlántico forma parte de la región Nordeste, la zona oeste –con la fabril Pittsburgh a la cabeza– integra el Rust Belt. (Pensilvania occidental, de hecho, tiene salida al lago Erie, por lo que también se la considera parte de la región de los Great Lakes).
En las otras regiones del país no hubo sorpresas: victoria del color rojo. Con excepciones sin demasiado peso como Virginia, Colorado y Nuevo México, los republicanos ganan habitualmente en los estados del Sur (incluyendo Texas y Florida, dos de los estados más populosos), en los estados de las Grandes Planicies y en los de las Rocallosas, como así también en Alaska. Los demócratas suelen triunfar en la Costa Oeste (la gigantesca California, los medianos Oregon y Washington) y las islas Hawaii.
El gran problema de los demócratas, insistimos, es que han perdido mucha gravitación en los estados del Cinturón de Óxido. Esos son los lugares cruciales para entender su derrota. Hablamos de zonas muy afectadas por la desindustrialización: cierre de fábricas, deslocalización de inversiones y actividades productivas, desempleo, éxodo, etc. Los votantes más típicos de Trump son los blue-collars blancos venidos a menos del Rust Belt. No es que el Partido Republicano haya hecho demasiado por ellos, no. Pero como Biden los perjudicó, las migajas trumpistas (cierto proteccionismo industrial, cierto populismo redistributivo, ciertas «compensaciones» psicológicas y simbólicas de carácter paternalista o chovinista, cierto «aislacionismo») hoy les resultan añorables, o menos malas que las damnificaciones del gobierno saliente).
Lo cierto es que Trump ha vuelto a resquebrajar el Blue Wall o «Muro Azul». Exactamente igual que en 2016, cuando venció a Hillary Clinton, les escamoteó a sus rivales azules Pensilvania, Michigan y Wisconsin, tres estados importantes del Cinturón de Óxido. Todo eso sin que los republicanos perdieran su tradicional ámbito de hegemonía: el Red Sea, el «Mar Rojo» (los estados del Sur, de las Great Plains y de las Rocosas, con Alaska). Cuando Biden ganó en 2020, lo logró recuperando Pensilvania, Michigan y Wisconsin para el Partido Demócrata. Como el Cinturón de Óxido se ha seguido oxidando durante su gestión, aquella «Guatemala» del populismo trumpista, a muchos trabajadores desempleados o precarizados de los Grandes Lagos, les parece mejor –o menos perniciosa– que la «Guatepeor» de este neoliberalismo draconiano entronizado en la Casa Blanca.
Pero si varios estados del Rust Belt se han vuelto pendulares, color púrpura, en este siglo XXI, es porque ni republicanos ni demócratas, en el fondo, representan verdaderamente los intereses de las mayorías proletarias y populares. Son variantes de un mismo extremo centro neoliberal. Las algaradas culturales y los matices macroeconómicos que los separan (conservadurismo vs. progresismo en la superestructura, más o menos severidad de laissez faire en la base material), no ponen en entredicho su común defensa –celosa y fundamental– del capitalismo. Tampoco existe entre ellos ninguna diferencia sustancial en política exterior. Republicanos y demócratas son igualmente imperialistas, más allá de que tengan algunas preferencias o prioridades diferentes en sus agendas de geoestrategia y métodos de hegemonía. (Con seguridad, ante el genocidio en Gaza, no cabe esperar ninguna mejora para el pueblo palestino con Trump de presidente, aunque sí, quizás, un empeoramiento, habida cuenta la especial vinculación existente entre la derecha neocon del Partido Republicano, el llamado “sionismo cristiano” del establishment protestante fundamentalista –irónicamente no exento de antisemitismo– y los grupos de presión proisraelíes de la élite judía.)
El que sigue, “What led to Trump’s win?”, es un somero pero interesante análisis que apareció en Peoples Dispatch el miércoles 6 de noviembre, el día posterior a las elecciones. La traducción del inglés es nuestra, igual que las aclaraciones y actualizaciones entre corchetes.
El expresidente, personaje televisivo y empresario Donald Trump fue elegido el 5 de noviembre para un segundo mandato como presidente de Estados Unidos.
Mientras que las encuestas realizadas justo antes de las elecciones mostraban una de las contiendas más reñidas de la historia de Estados Unidos, los resultados indican que Trump no solo ganó todos y cada uno de los estados pendulares, sino que también recibió más votos en total que Harris (es decir, el voto popular), algo que un candidato presidencial republicano no conseguía desde George W. Bush en 2004. Según los resultados preliminares, a Kamala Harris le fue incluso peor que a Hillary Clinton en 2016, que también perdió frente a Trump.
Los expertos y periodistas liberales ya han comenzado el cíclico «juego de culpas», tratando de identificar qué sector de la población se ha movido ideológicamente hacia la derecha y es responsable de la victoria del líder ultraderechista. Sin embargo, este enfoque pasa por alto cuál era la cuestión central de las elecciones. Un análisis más profundo indica que no es que los votantes se hayan movido más a favor de la agenda ultraderechista de Trump, sino que cada vez hay más sectores de la población que sienten desilusión e insatisfacción con la actual administración y el Partido Demócrata.
Las cifras indican incluso que Trump no recibió una nueva oleada de apoyo de los votantes. En 2020, Trump recibió 74.223.975 votos. En 2024, recibió 71.914.298 votos (en el momento del informe). [Finalmente obtuvo 74.648.928 votos, prácticamente lo mismo que en los comicios de hace cuatro años, cuando perdió frente a Biden.] La diferencia notable es la drástica caída en el apoyo al candidato demócrata, con Biden recibiendo 81.283.501 votos en 2020 y Harris recibiendo 67.070.003 votos hasta ahora en 2024. No obstante, es importante tener en cuenta que el recuento de votos aún no ha finalizado y que siguen llegando votos de estados muy populosos como California. [A la postre, Kamala lograría 70.915.828 votos.]
Algunos de los resultados de los diversos referendos progresistas en las urnas también indican que en los estados que se decantaron por el Partido Republicano, muchos acudieron a las urnas para votar tanto a Trump como también a medidas políticas progresistas. Esto indica que, aunque la gente está descontenta con la administración actual, no apoya necesariamente el programa de extrema derecha de Trump para el país.
En Misuri, que se decantó por Trump con el 61% de los votos, los residentes también votaron a favor de aumentar el salario mínimo a 15 dólares por hora, y de dar a los trabajadores días de licencia por enfermedad garantizados. Alaska, otro estado sólidamente rojo [republicano], va camino de aprobar una medida similar. En Arizona, que también podría decantarse por Trump (aún se están contando los votos por correo), parece que los votantes anularon una medida que permitiría a los trabajadores que reciben propinas cobrar menos que el salario mínimo. [Finalmente, se confirmó el triunfo trumpista en Arizona, con el 52,6% de los sufragios.]
Otros estados que se decantaron por Trump también aprobaron medidas a favor del derecho al aborto, como Arizona, Misuri, Montana y Nevada.
Florida, un estado que se ha ido volviendo cada vez más conservador y donde Trump tenía su cuartel general de campaña, fue uno de los primeros estados en decantarse por Trump. Sin embargo, la mayoría de los votantes de Florida sufragaron a favor de la Enmienda 4, que habría establecido el derecho al aborto. Sin embargo, la enmienda no se aprobó porque recibió el 57,2% de los votos, por debajo del 60% requerido.
La pregunta clave es: ¿Por qué la gente votaría tanto al candidato ultraderechista Trump como a políticas progresistas en la misma papeleta?
Podría deberse a que millones de personas de clase trabajadora han visto empeorar sus condiciones materiales bajo la administración Biden. Los precios disparados a partir de 2022 nunca se enfriaron del todo y, de hecho, han seguido aumentando de forma constante. Los costos de la vivienda alcanzaron un máximo histórico en abril de este año. Los precios de los alquileres siguen subiendo, con un aumento del 3,3% en septiembre, lo que agrava la inaccesibilidad de la vivienda que afecta a los trabajadores. Casi la mitad de los inquilinos de Estados Unidos gastan más del 30% de sus ingresos en vivienda. Los alimentos en general cuestan alrededor de un 25% más en septiembre de este año que en 2020.
El senador Bernie Sanders, que anoche fue reelegido en Vermont para su cargo, echó toda la culpa de la derrota de Harris al Partido Demócrata en un comunicado hecho público hoy. “No debería sorprender mucho que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora les ha abandonado a ellos”, dijo, citando el empeoramiento de las condiciones de los trabajadores, así como la financiación incondicional a Israel por parte de Estados Unidos.
“¿Aprenderán los grandes intereses económicos y los asesores bien pagos que controlan el Partido Demócrata alguna lección real de esta desastrosa campaña? ¿Comprenderán el dolor y la alienación política que decenas de millones de estadounidenses están experimentando? ¿Tendrán alguna idea de cómo podemos enfrentarnos a la cada vez más poderosa oligarquía, que tiene tanto poder económico y político? Probablemente no”.
Según el antropólogo y profesor Jason Hickel, “los demócratas han demostrado una y otra vez que no pueden aceptar ni siquiera medidas básicas como la sanidad pública, la vivienda accesible y una garantía de empleo público, cosas que mejorarían drásticamente las condiciones materiales, sociales y políticas de las clases trabajadoras”. Para Hickel, esto se debe al profundo compromiso liberal con el capital. “Harán lo que haga falta para garantizar la acumulación de las élites, es su único compromiso coherente”.
Algunos resultados de zonas clave indican que la negativa de la administración Biden-Harris a poner fin al suministro incondicional del genocidio israelí desanimó a los votantes de determinados grupos demográficos.
Poner fin al flujo constante de armamento estadounidense a Israel se convirtió en una línea firme en la arena para los votantes musulmanes y árabes en estados pendulares como Michigan, comunidades que acudieron en masa para llevar a Biden a la Casa Blanca en 2020. En Dearborn, Michigan, donde vive la mayor población árabe-estadounidense, Biden ganó con el 74,2% de los votos en 2020. Hasta anoche, Harris sólo había logrado el 27,8% de los votos, con un 46,8% para Trump y un 22% para la candidata de un tercer partido, Jill Stein, que se ha posicionado firmemente a favor de un embargo de armas contra Israel.
Más allá de este target demográfico, las encuestas de junio mostraban que el 61% de los estadounidenses querían poner fin a la ayuda a Israel, incluido el 77% de los votantes del Partido Demócrata. Según el Movimiento Juvenil Palestino, “cuando más del 75% de tu base de votantes apoya un embargo de armas, aislarlos es una estrategia perdedora”.
Peoples Dispatch