Ilustración: Demagogue, por Francesco D’Adamo. Óleo sobre lienzo, s/a. Fuente: www.saatchiart.com


Nota.— En Argentina, los resultados de las PASO y el sorprendente triunfo –para la inmensa mayoría de los comentaristas– de Javier Milei, el candidato de la derecha libertariana, siguen dando lugar a infinidad de análisis. A continuación, ofrecemos el de Luis Cuello, publicado originalmente en Borrador Definitivo el 24 de agosto.
El mismo Luis –a partir de nuestro editorial “PASO, PASO, PASO”, que publicáramos el 20 de agosto– realizó una entrevista radiofónica a uno de nuestros compañeros sobre los comicios, donde, entro otros aspectos, se habla del impacto de la crisis económico-social en curso y la degradación de la cultura política en tiempos de capitalismo digital, como así también de dos factores que, a pesar de su importancia, son poco y nada tematizados por los analistas: la incomodidad u hostilidad popular con la agenda woke y la influencia de la pandemia en el inicio de la ola libertariana que daría lugar al actual tsunami electoral de Milei.
Aunque en los primeros momentos casi ningún analista reparó en ellos, hay que decir que durante los últimos días se han ido instalando en diferentes medios, sin excluir al periodismo mainstream. El sociólogo Miguel Ángel Forte, entrevistado por Bravo TV, fue una de las primeras voces en complejizar un poco el análisis. Incluso una «celebridad» periodística del establishment como Carlos Pagni ha hecho referencia, en su programa televisivo, a la relación existente entre el malestar anti-cuarentena de 2020 y el ascenso de la influencia libertariana… Ya era hora. En algún momento también deberán dejar de ver a las medidas tomadas como el culmen de la racionalidad; y al disgusto con las mismas, como una respuesta puramente emocional que se puede comprender o no comprender, pero no se puede compartir. Aunque esto llevará más tiempo.


Miren como nos hablan del paraíso
Mientras nos llueven penas como granizo
Violeta Parra

El resultado de las elecciones PASO del domingo deparó sorpresas. Pero, a decir verdad, no tantas. Quizás para algunos tampoco significó una sorpresa la devaluación del 22% llevada a cabo por el gobierno en su sumisión al FMI. Devaluación que, con sus secuelas inflacionarias, lleva el nivel de vida a niveles dramáticos.

En estos últimos días hubo cientos de análisis. Algunos muy interesantes, que plantean reflexiones sobre un necesario y urgente debate de cómo enfrentar esto. Y cuando digo esto, me refiero no solamente a cómo enfrentar a lo que significa Milei, sino también a cómo enfrentar el desastre al que nos han llevado desde hace décadas los partidos del régimen, en defensa de las ganancias capitalistas.

Es menester señalar los datos concretos que arrojaron estas PASO, para superar cierta segmentación que reina en los informes de la mayoría de los medios de comunicación. Destacamos algunos sustantivos.

En primer lugar, en las elecciones PASO se repitió, de manera desigual, el resultado de las elecciones provinciales que venía preocupando a analistas burgueses en su defensa de la «institucionalidad». Un resultado que expresa la crisis del sistema de «representación».

En comparación con las primarias de 2019 (también presidenciales), la abstención subió del 24 al 32%. Quizás los índices no digan nada, pero, si sumamos además los números de la impugnación y el voto en blanco –que también crecieron– esto significa que, si se compara 2019 con 2023, tres millones de personas más decidieron no votar a ninguna fuerza política.

Y en este marco de absoluto desprestigio, tanto del peronismo como de la oposición, el FdT (hoy UxP) perdió nada más ni nada menos que 5,5 millones de votos, mientras que JxC sufrió una caída de un millón y medio. Y surgió Milei…


Ni reír, ni llorar: comprender

Hay centenares de publicaciones en las redes (al menos las que llegan a uno desde gente «politizada» de clase media progre) por las que corre una sensación de estupor y terror frente a los más de 7 millones de votos de este personaje payasesco. No creo que deba aclarar, a esta altura, la distancia que me separa de Milei… Sin embargo, vale reflexionar sobre ciertas cosas.

Lo primero es marcar que, como hace mucho tiempo, más del 95% de los que votaron lo han hecho por variantes políticas reaccionarias al servicio de las patronales, sin atisbo siquiera de conciencia de clase. Milei, Bullrich y Massa expresan esto. Seguramente el mundo nac & pop diga otra cosa. Pero… ¿cómo hay que calificar al gobierno surgido de la jugada táctica genial de Cristina Fernández, y que derivó en el cuasipresidente-candidato que tenemos con Massa? ¿Cómo hay que calificar los acuerdos con el FMI, los ajustes de los últimos años, la inflación galopante, etc., etc. en donde el gobierno se desdijo de todo lo prometido? Después de todo, eligió pagar rigurosamente los intereses de las Leliq, mientras los jubilados siguen ganando una miseria.

Lo que está en juego con el actual gobierno, son políticas neomenemistas de entrega de las «joyas de la abuela» que quedan (que son los recursos naturales) al mejor postor, sin importar las consecuencias para pueblos enteros y para el futuro. Y a pesar de la «mística» de que el peronismo “nunca reprime”, sí lo hizo en Guernica, de la mano de Sergio Berni; mientras hacía la vista gorda cuando Arcioni reprimía la pueblada del Chubutazo; o Sáenz, cuando cargó contra los docentes en la provincia de Salta, entre otros tantos ejemplos. Y en todo esto, muchos cerraron la boca, como creyendo que el silencio fuera salud.

¿Quién podía suponer que, en medio de este desmadre, el peronismo no iba a tener una de las peores elecciones de la historia, en las cuales incluso quienes lo votaron –y conozco muchos–, lo hicieron con la nariz tapada? Reconocer esto sería un acto de sinceridad. Sería nombrar las cosas por su nombre. Incluso aceptando que el cataclismo pudo haber sido mayor, de no ser por la jugada «táctica» de la candidatura de Grabois (progresista pero contrario al aborto legal), que permitió retener un porcentaje de votos. Sabido es que, en una muestra más de las promesas incumplidas a las cuales los políticos nos tienen acostumbrados, el propio Grabois llama a votar a Massa, con algunos fuegos de artificio… Pocos, por cierto.

Lo segundo que queremos marcar –insistimos en esto– es el fenómeno que se intenta ocultar: el aumento de la abstención y el voto en blanco. Los datos indicados más arriba son contundentes y demuestran el hartazgo y repugnancia hacia estas formas de hacer política. Tal situación genera la lógica preocupación en los analistas burgueses sobre la falta de legitimidad social que tendrán los nuevos gobiernos. Por ejemplo, en casi todas las provincias en que ya hubo elecciones definitivas, las autoridades que surgieron lo hicieron sin superar la barrera del 30% del padrón, con casos extremos como Córdoba, donde quien ganó lo hizo con el voto del 27%, o Chubut, con el 20%. En Santa Cruz, el 51% del electorado no votó a nadie. Una demostración más de lo poco democrático que resulta este régimen burgués, que se autoproclama como tal, pero permite a las ínfimas minorías gobernantes decidir sobre la vida de las personas.

¿Este proceso es permanente? No lo sabemos. Lo que sí demuestra es la crisis del sistema de dominación, del régimen político de representación, donde los de arriba pueden seguir todavía dominando por la ausencia de una alternativa de los de abajo. No es casual que se estén haciendo especulaciones sobre cómo captar, en las elecciones definitivas de octubre, algunos de los votos de quienes no se sintieron representados por ninguna opción en las PASO. Es una historia que recién comienza y que aún no está decidida.

Es muy improbable que haya un ganador en las generales de octubre. Lo que sí está claro es que vamos a un proceso aún más profundo de crisis económica y política, y un desastre social cada vez más insoportable que cruzará todo el escenario electoral.


¿Qué presente defendemos? ¿El futuro ya llegó?

Las redes se han poblado de citas Gramsci, de poesías épicas inflamadas de indignación y de apelaciones a «lo que vendrá», sin casi tomar en cuenta lo ya existente. La pregunta sería: ¿de qué país hablan?

Vivimos en una sociedad completamente fragmentada, donde un pequeño sector, que no llega al 6%, logra irse de vacaciones y es tapa de diarios –o tema destacado en editoriales– como «logro» del gobierno; mientras que el 94% restante, que no se va a ningún lado, pasa los veranos en una pobre y desvencijada Pelopincho en el fondo de su casa, siempre que no vivan en un departamento de mierda. Gran parte de ese 94% tampoco llega a comer decentemente, ni tiene plata para el colectivo. Una sociedad donde la mayoría es cada vez más explotada e, incluso accediendo a algún trabajo formal, no logra superar la línea de la pobreza; mientras los bancos y las grandes empresas nacionales y multinacionales hacen fortunas. Donde una cajera de supermercado, haciendo el mismo trabajo, cobra tres veces menos que un bancario. Donde, para los pibes y pibas de los barrios populares más castigados, la alternativa es trabajar de bachero en un bar, de vigilante para una empresa de seguridad privada o de peón de albañil; frente a un soldadito de un búnker de venta de drogas, que gana diez veces más (al límite de la muerte, obvio).

Un triunfo de Milei seguramente profundizará esas cuestiones. Pero la pregunta del millón es si, con distintos ritmos, con distintos modales, Bullrich y Massa no apuntan a lo mismo. Habría que preguntarse también si ambos, desde sus respectivos cargos en el estado, no son responsables de la situación. Las últimas declaraciones de Massa, acerca de no permitir que los gremios docentes “hagan huelga por cualquier cosa”, preanuncian y ratifican algo de eso. Los asombrados por la elección de Milei, parecen hablar adjudicándose una supremacía moral de defensa de derechos que millones no llegaron a tener nunca.

Los millones de trabajadores y trabajadoras en negro, sin obra social, sin red alguna, ¿podrán defender acaso el aguinaldo o las vacaciones pagas que nunca tuvieron? El último informe del INDEC señala que, de doce millones de personas que integran el mercado laboral formal, el 42% está en negro y no goza de ninguno de esos derechos. Pero más aún: hay cinco millones y pico que se mueven en el trabajo informal, que sobreviven a base de hacer changas, de vender cualquier cosa en la calle o de tener un kiosquito en la casa. A los habitantes de los barrios olvidados por Dios, sin luz, sin agua, sin colectivos, que deben guardarse de los balazos apenas baja el sol, habría que preguntarles qué «conquista» económica o social pueden perder.

Claro que Milei quiere terminar de destruir la salud pública. Pero, ¿qué pasa con los que tienen que ir a los hospitales públicos –sostenidos por sus propios trabajadores– poniendo el cuerpo a la madrugada para conseguir un turno? ¿Alguien les preguntó cuáles son sus derechos? ¿Cómo es eso de defender los derechos de quienes no los tuvieron nunca, como tantos jóvenes para quienes la “justicia social” es solo un eslogan de campaña porque nunca la conocieron realmente? ¿Qué hay de quienes soportaron el aislamiento durante la pandemia en la más absoluta miseria? Es fácil escribir desde una computadora, con conexión a internet, en casa propia, con un sueldo formal. Pero, de lo que se trata, es de entender este proceso social de miseria y degradación.

De la misma manera, podemos hablar del ataque de Milei a las libertades democráticas. ¿Acaso no sabemos cómo las mujeres de los barrios pobres sienten cada vez más la influencia de la expansión de los cultos evangelistas (bastante alejados del feminismo de las universidades), que también son una cantera de votos para La Libertad Avanza? Nos escandalizamos de la repugnante misoginia de este personaje, cuando esa ideología se ha desarrollado con el reguetón o las letras de L’Gante, defendidas como expresión de “cultura popular”. Si de algo debemos sorprendemos, es de nuestra tendencia a mirar hacia otro lado, cuando estos procesos culturales y sociales ya estaban en curso.

Mi hijo Fede es docente en una escuela secundaria de Rosario, donde asisten pibes de los barrios Empalme Graneros y Ludueña, lastimosamente famosos en los últimos meses por las balaceras de los narcos y la mortandad de niños (el pibe Maxi que, como la pobre Morena, no fueron los primeros ni serán los últimos). Él me cuenta que sus estudiantes, pibes y pibas carentes de oportunidades, desde hace tiempo venían hablando de votar a Milei, hecho que se corroboró finalmente en las PASO nacionales. Pero no fue el único: varios amigos docentes que dan clases en barrios populares hablaban de lo mismo.

Vivo en un barrio marginal, un conglomerado de viviendas antisociales donde se amuchan más de ochenta mil personas en edificios destruidos, entre la mugre y también las balaceras y los muertos. Pero que, en comparación con los mencionados, parece el palacio de Buckingham… Charlando con muchachotes –y no tanto– que viven de changas, de trabajar con sus motitos haciendo delivery para negocios barriales, además de cobrar algún plan que les permite tirar, encontré la misma sensación. La sensación de abandono y de bronca contra todo. En especial, contra lo que llaman “la política”, esta política que los llevó a esto. Muchos de estos vecinos votaron a Milei. Y junto con eso, aparece el “que se pudra todo”. Esto sucede en los barrios pobres de Argentina, no en Marte.

Está claro que un Milei –y en distinta medida una Bullrich o un Massa–, lejos de resolver esta situación, la agravarán. Como tantas veces en la historia, a falta de otra salida que enfrente lo actual, Milei aparece para muchos de estos sectores como un «salvador», con un nuevo sentido «religioso», casi místico, diciendo dos o tres cosas con tono de bravucón. Y no hablo solo de gente que mira los programas políticos de la TV. El mundo, para millones, es TikTok. Y un payaso disruptivo, puteando a veces contra los que puteamos todos (aunque sea desde una perspectiva diametralmente opuesta), garpa.

Entonces, ¿de qué hay que sorprenderse? ¿O acaso los seguidores de UxP y Massa no han festejado jugadas maestras, no han apoyado y siguen apoyando, de manera absolutamente acrítica, gobernadores como Perotti en Santa Fe, Insfrán en Formosa y otros, en aras de cierta hegemonía, y detrás de místicas y discursos de CFK? ¿No se hicieron acaso los desentendidos cuando el antiderechos Manzur –hombre además de los laboratorios– fue nombrado jefe de gabinete?


Milei y su perro Conan

Pero también hay que poner a Milei en su real dimensión. Sacó el 30% de los votos emitidos. Pero si tomamos el padrón electoral, solo dos de cada diez lo votaron. ¿Que Milei es un peligro en alza? Por supuesto que sí. Pero el fenómeno amerita algunas reflexiones.

En primer lugar, y partiendo del sector social «pobre» que lo votó, cabe preguntarse: ¿su voto es absolutamente “de derecha”? En esto podríamos decir que sí y que no. O por lo menos está por verse. Obviamente que, cuando uno recorre su programa ultrareaccionario, la mayoría de sus puntos meten miedo. Pero, por otro lado, todo el mundo reconoce que el voto popular a Milei, así como las abstención y el voto en blanco, lo que expresan es el hartazgo y la bronca al régimen político y a lo existente. De hecho, cuando uno dialoga con muchos de sus votantes, se da cuenta que no concuerdan con gran parte de ese programa, sin saberlo (tal vez lo más terrible). Claro que esto plantea el problema de qué sucederá en caso de que Milei se convierta en presidente. ¿La inmensa mayoría aceptará pasivamente sus medidas? Esto parece improbable, por cierto.

Más aún, quizás el voto de derecha más consecuente sea el de Bullrich, ya que expresa un sector históricamente más reaccionario y gorila. En cambio, el voto a La Libertad Avanza, queramos o no, resulta peligrosamente contradictorio. Al mismo tiempo que Milei cosecha votos populares, promete que hará un ajuste más grande que el que pide el FMI, o le dice a lo más graneado de la burguesía argentina –como hizo hace meses en Bariloche– que si gana él, todos van a ganar mucho más dinero que ahora.

En segundo lugar, y no menor, la aparición de Milei ha sido totalmente funcional a UxP. No es casual que Cristina Fernández –como se ve, no solo los medios hegemónicos han actuado– lo haya subido al ring. No es alocado pensar que, sin la existencia de Milei, JxC hubiera ganado las elecciones contundentemente, quizás con un abstencionismo un poco mayor. Si bien remando en dulce de leche, hoy el peronismo al menos puede asomar la cabeza polarizando con el espacio de La Libertad Avanza.

En tercer lugar, Milei no es el candidato del establishment. No lo es, aun cuando expresa el programa capitalista más puro, y a pesar de que viene atenuando ciertas propuestas radicales luego de su victoria en las PASO. La gran burguesía no solo desconfía de cómo puede llevar adelante ese programa, sino que ve en su figura el riesgo de una profundización de la crisis del régimen político putrefacto, que podría derivar en rebeliones sociales muy profundas, lo que obviamente perjudicará sus negocios. Y en esto talla seguramente la acción de la embajada yanqui, con su llamado permanente al «consenso».

Si bien algunos marcan semejanzas con Trump o Bolsonaro, Milei se diferencia de ellos por los marcos en los cuales están asentados. Trump, a pesar de sus bravuconadas, tenía atrás grandes sectores del Partido Republicano y segmentos importantes de la burguesía yanqui. Bolsonaro contaba con el apoyo de los sojeros, los desmontadores del Amazonas y, sobre todo, de las Fuerzas Armadas. Nada de esto, hasta el momento, es patrimonio de Milei. Además de que todo el programa de Milei solo puede ser posible si logra derrotar la resistencia del pueblo trabajador y pobre, cosa posible, pero improbable. Porque una cosa es vender la «tierra prometida», y otra es enfrentar la reacción popular cuando se intente llevar adelante algo de ese programa.

Y cuarto, no menos importante, es que, para muchos, Milei era –y es– un voto «útil», un voto ganador. Muchos optaron por apoyarlo, y lo dijeron abiertamente. No fue un voto vergonzoso. Y a decir verdad, no les fue tan mal. Pero ¿el voto a la derecha no es un voto desperdiciado? Desde la izquierda, durante años y años de experiencia militante en campañas electorales, muchos han dicho: ustedes tienen razón, pero votarlos es perder el voto. Con Milei, queramos o no, se dio otro fenómeno. Si no, miremos Jujuy, que viene de una pueblada con huelgas, cortes de ruta y movilizaciones, pero donde ganó Milei, voto sentido quizás como un arma posible –aunque errada– para golpear a Morales.


No se puede enfrentar el presente y el futuro defendiendo lo indefendible

Podemos decir que Milei es una especie de Menem recargado (¿habrá algún simbolismo en sus patillas?). Al igual que él, actúa sobre el desastre del momento proponiendo la «salvación». El peronista Menem instauró una cultura que se enraizó durante años. Una cultura de cambiar todo lo que andaba mal, por algo nuevo que, a través de los años, se demostró anda peor. Pero logró algunos cambios estructurales importantes y resultó reelecto. Los ejemplos son infinitos. En lugar de ferrocarriles desfinanciados, que eran un desastre, implementó la destrucción completa de los mismos. Fueron privatizados y muchos ramales desaparecieron. Todo eso en función de los negocios de las automotrices, de los contratistas de obra pública y de las fábricas de neumáticos. La Ley Federal de Educación y la Ley de Educación Superior, la privatización de ENTEL, la liquidación del sistema previsional de reparto, son parte de un largo etcétera, que incluyó las famosas verdades de Menem anunciadas por el entonces ministro Dromi en el decálogo menemista: “nada de lo que no deba ser estatal quedará en manos del estado”. Lo cual permitió, obviamente, la venta a precio vil de esas empresas públicas, derrotando en su momento la resistencia de los trabajadores, pero con apoyo de amplias capas de la población. Hoy nuevamente, el estado (capitalista, por cierto) no es visto como una solución a las necesidades de millones de argentinos y argentinas.

Milei sigue la misma lógica. Cada una de las barbaridades que plantea basa su popularidad en el desastre actual. Un desastre del cual son responsables unos y otros de los contendientes políticos en pugna.

Miremos, si no, la cuestión de la educación. Obviamente, Milei no habla de los subsidios que recibe la escolaridad privada, en especial la religiosa (después de todo, sus acuerdos con los sectores más conservadores de la Iglesia católica y del evangelismo garpan, sostienen campañas). La propuesta de los vouchers como golpe final a la educación pública se asienta sobre la desastrosa situación actual de la misma. La desfinanciación y el desgranamiento de la educación pública, las malas condiciones sociales, los bajos salarios, son denunciados diariamente por docentes, estudiantes y familias. Escuelas invivibles, sueldos miserables, violencia, raciones de comida vergonzosas, edificios que se caen abajo, etc., etc. ¿Defendemos esta educación, a la que todos los días criticamos? ¿Escondemos la mugre bajo la alfombra, ante el peligro de lo que vendrá? ¿O ponemos en valor un debate acerca de la educación necesitamos y queremos? ¿O acaso nos olvidamos que los docentes –junto con los asistentes escolares– son los únicos actores que la defienden, resistiendo no solo en las aulas sino en la calle, defendiendo la integridad de sus salarios y reclamando financiamiento para la escuela pública? Este año hubo largas huelgas en Santa Cruz, Chubut, San Juan, La Rioja, Misiones, Jujuy, Salta, Misiones… Todo eso, por supuesto, con el silencio cómplice de la CTERA de Baradel y Alesso, en función de su alineamiento con el gobierno actual del candidato Massa, que días atrás volvió a amenazar a los docentes.

Y no nos olvidemos del Conicet, aunque sin entrar en detalles, ya que es todo un debate en sí mismo. Porque una cosa es la necesidad de la investigación científica de todo calibre, y otra es la orientación del Conicet en las últimas décadas, que no solo ha priorizado el desarrollo de transgénicos (como su colaboración para lograr la innovación del trigo H4N4), sino que, bajo el liderazgo de Barañao y Salvarezza, llegó al extremo de cancelar y excluir a Andrés Carrasco por sus críticas al glifosato, en lo que constituye todo un ejemplo de la nueva orientación. Orientación en cual han gravitado las empresas a las cuales servían, de una u otra manera, esos funcionarios. Hecho ampliamente repudiado por quienes defienden una ciencia al servicio de las necesidades populares. La reivindicación del CONICET frente a los ataques de quienes quieren cerrarlo no puede abandonar esa pelea, ya que llevaría a una vía muerta.

Porque es imposible pelear por una salida distinta defendiendo lo existente. Porque lo existente, en la mayoría de los casos, está cuestionado por nosotros mismos. Y eso plantea, con seguridad, todo un debate.

Milei lo hizo. Puso en agenda la lógica extrema de los negocios y el mercado, del capitalismo más brutal. Lo mismo que, en el fondo, sin duda alguna, plantean a cuentagotas los otros candidatos. En efecto, las tres listas posiblemente «ganadoras», sin ser exactamente iguales, plantean llevar a cabo ajustes de penuria contra el pueblo trabajador (JxC y UxP ya lo han hecho en sus respectivas gestiones). Bullrich propone un menemismo «atenuado» en búsqueda de asegurar los votos de Larreta, mientras que el peronismo y Massa despliegan un menemismo oculto y no tanto, aunque no a través de privatizaciones (que afectarían a unas empresas estatales que son la fuente de financiación de la «política» de muchos sectores del oficialismo), sino a través de la entrega desembozada de los bienes comunes. Extractivismo que conlleva la devastación de la naturaleza y el deterioro en el nivel de vida de los pueblos.

Más allá de quiénes sean los ganadores, nada bueno hay que esperar. Desde el escepticismo, la inmensa mayoría de la sociedad argentina percibe esta cuestión.


No se trata solo de comprender el mundo. Se trata también de transformarlo

Hoy, no solo se ha abierto un debate entre distintos actores políticos. La discusión se ha instalado en el conjunto de la sociedad. En cada almacén, escuela, fábrica, lugar de trabajo, el debate se desarrolla contra el telón de fondo de una profunda crisis económica y social. ¿Cómo alimentarse, cómo llegar a fin de mes, cómo pagar las tarifas? Estas son las cuestiones prioritarias. La discusión electoral, donde se intenta encorsetar toda esa problemática, es solo la superficie del proceso político.

El rechazo al régimen putrefacto promete agudizarse cada día, y plantea la pregunta del qué hacer. Dicho de otro modo, ¿cuál es la salida a este desastre? ¿Cómo salir de la encrucijada? Detrás de un Milei protofascista que aparece como el «cuco», están los que buscan encolumnarnos con un Massa ajustador. Un Massa presidente que siga aplicando los planes que hoy ya soportamos, entre otras cosas.

Quizás, no sea el escenario más propicio para la clase trabajadora. Ni tampoco, tal vez, para la izquierda (y no solo para la parlamentaria, sino para todos nosotros). Aceptar dónde estamos parados debe ser un punto de partida para pensar en el qué hacer.

Y no solo por el resultado electoral. Los trabajadores y sectores populares han protagonizado, en los últimos años, luchas muy importantes. Luchas que, lamentablemente, por la acción de la burocracia y de los aparatos ligados al gobierno, quedaron aisladas. Algunas consiguieron victorias parciales. Otras fueron derrotadas o se diluyeron por el desgaste. Son ricas experiencias donde asoma lo de abajo: las asambleas, la bronca expresada en movilización y autoorganización. Pero, lamentablemente, estas luchas no pudieron dar un salto a lo nacional. Como ejemplo de los últimos meses, tenemos a Jujuy. Allí, la heroica resistencia popular no logró superar el marco local, debido al aislamiento que promovieron tanto el gobierno radical como la «oposición» peronista.

Los golpes, como dijo alguna vez un boxeador, no son caramelos. Y la clase trabajadora recibió muchos. El movimiento de masas está golpeado. Esto se nota en la falta de perspectiva a la hora de luchar. Un producto claro de la ausencia de alguna alternativa de clase clara.

La izquierda parlamentaria se ha demostrado incapaz de responder a estos procesos, más allá de los pocos o muchos votos que sacara. Sus eslóganes de campaña, similares a los del régimen (“voto a la izquierda que se planta” o “renovar la izquierda”, por ejemplo), poco sirven para plantear las medidas necesarias con que enfrentar el deterioro del nivel de vida y la restricción de libertades democráticas. Y en esto, o en la justa denuncia a los acuerdos con el FMI, no terminan de dar respuesta a los reclamos sociales en profundidad.

Una crítica edulcorada, donde no existió la denuncia sistemática al régimen y sus instituciones, no solo prebendarías, sino también serviles a las grandes patronales (dicho sea de paso, todo aquello que Milei astutamente oculta). Una crítica edulcorada, decía, que no desnudó al régimen explotador y su “democracia representativa”, que, en realidad, nada tiene de democracia. La izquierda parlamentaria perdió, pues, una vez más, la oportunidad de hacer de las elecciones burguesas una tribuna de propaganda anticapitalista y socialista. Se limitó a agitar medidas mínimas, desligadas de esa perspectiva revolucionaria. Propaganda: de eso se trata. Tal es la utilización que deben hacer los revolucionarios de los procesos electorales. Porque, ¿puede ser el voto, acaso, una herramienta de transformación social?

Para colmo, se priorizó las peleas entre pequeños aparatos, en función de una hegemonía marginal; los buenos modales, en función de cargos legislativos que poco sirven. La izquierda parlamentaria se dejó arrebatar consignas como “los estallidos que hacen falta” y “que se vayan todos” por la ultraderecha, que las rebajó a caricaturas.

No desdeño la participación electoral. El problema siempre es el cómo. Deberían reflexionar en eso. Lamentablemente, hasta ahora (y me desdigo si hay algo que no vi), no he logrado leer ninguna reflexión seria de estas corrientes, que sirva para un debate colectivo indispensable sobre lo que hay que hacer. Todo queda reducido a tratar de dar un nuevo paso, o un nuevo salto, hacia las elecciones de octubre.

Quienes nos consideramos de izquierda y parte del movimiento obrero y popular, deberíamos reflexionar sobre esto. Espero que quienes integran el FIT-U puedan reflexionar sobre estas cuestiones. Espero eso, también, de los trabajadores autoconvocados de muchos lugares, de los luchadores ambientalistas, de los científicos que bregan por una ciencia digna, de las mujeres, de los militantes de izquierda independiente; de centenares de espacios culturales, periodísticos y políticos, igual que de tantos otros espacios que se expresan diariamente con sus acciones contra el capitalismo.

¿No es necesario, en esta emergencia donde debemos derrotar a todas estas variantes capitalistas, abrir un amplio debate democrático, horizontal y fraternal? ¿No hay que poner en pie a la militancia del conjunto de estos espacios para participar de la pelea ideológica, cultural y política que está en curso? ¿No debemos superar las limitadas redes sociales y tratar de ganar la calle? ¿Llevar la discusión a cada escuela y cada barrio? Para así, unificadamente, poder enfrentar la devaluación de hoy, el deterioro de la vida de millones de pobres y la degradación social, abriendo canales para que se exprese una organización por abajo, único camino posible para enfrentar el capitalismo. Una acción que movilice mancomunadamente a las izquierdas, tanto a las que sostengan sus listas como a las que agiten la abstención o el voto en blanco. Una acción basada en un acuerdo de tres o cinco puntos, respetando cada una de la visiones. Claro, ¡los Redondos sonarían con “No lo soñé”!

Seguramente, esta situación poco cambiará en dos meses; o sí. Casi nadie sabe cuál es el mañana en este país (y en el mundo, por cierto). Seguramente es difícil que la «izquierda», en el sentido más general del término, resuelva estas cuestiones, que tienen años de rémora, en pocos días. Pero como dice el refrán, para recorrer mil kilómetros hay que dar el primer paso.

Sin dudas es un camino difícil, tanto como aportar a los procesos desde abajo. Hay que impulsar la autoorganización de los trabajadores. Autoorganización que, nos guste o no nos guste, será la única alternativa de clase que nos permitirá enfrentar no solo el presente, sino también lo que vendrá.

Difícil, ¿no? Seguro que sí. Aunque es un camino por recorrer. No habrá ni tácticas geniales, ni autoproclamación, que puedan resolver esto. Pero supongo que, si no lo hacemos, estaremos cada vez más jodidos.

Luis Cuello